Tres Amantes (+18)

Autor: LoreCullenVulturi
Género: Romance
Fecha Creación: 24/09/2013
Fecha Actualización: 30/12/2014
Finalizado: NO
Votos: 7
Comentarios: 28
Visitas: 32473
Capítulos: 33

Casi sintió que estaba en un tablero de ajedrez, que jugaba para el destino, y él era una de sus fichas, un simple peón. Él tuvo que ver un par de veces para corroborar que la muchacha castaña que abrazaba un par de libretas en torno a su pecho, y que reía por las ocurrencias de los chicos que la rodeaban, esa chica, era la misma niña a la que él había atendido en sus prácticas médicas en un orfanato de Seattle. «Es imposible», pensó aquel médico. Pero no había nada imposible en el mundo que conocía, nada que no pudiera pasar y, casi como si no lo hubiese pensado antes, aquella castaña giró su rostro y lo observó. 


"La vida es un enorme tablero de ajedrez..". Eso Edward lo tenía muy claro, pero nunca había experimentado tal cosa, no hasta que sus ojos se encontraron con los de Bella en aquella Universidad. Pero ella había huido de él sin razón aparente; las dudas embargaban su mente, sin saber que tendría más de que preocuparse, cuando su ex-prometida, Tanya, llegara a la ciudad.

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Capítulo 7: El Mensajero

CAPITULO VII

Rosalie se removió incómoda en su cama; allí, desde un punto lejano de la habitación, Alice, Jasper y Edward observaban a la rubia acompañada por Emmett. El hermano del cobrizo no se había despegado de la chica desde que llegó esa mañana; Alice, por su parte, llegó muy temprano solo para tener una excusa de estar con Jasper y Edward, después de hablar con Isabella, había llegado al piso de los Hale para encontrarse con sus hermanos. La rubia tenía mejor semblante cuando el cobrizo volvió a verla, la hinchazón de su pómulo había disminuido considerablemente, pero aún su carácter se mostraba volátil a causa del yeso en su brazo izquierdo, que le impedía acomodarse como ella deseaba.

—Jasper— llamó Edward de repente.

El rubio, pegado al cuerpo de Alice, giró apenas el rostro para encontrar la mirada del joven médico durante apenas unos segundos.

—He estado pensando en algo…— Edward inclinó su cabeza ligeramente — ¿Dónde estabas tú cuando Rosalie llevó a Alice a casa, el día del accidente?

La pregunta que el cobrizo hizo, logró que Jasper bajara el rostro en seguida, a lo que Alice le propinó un fuerte golpe en el abdomen a su hermano. En un principio, Edward no entendió demasiado, por lo que le dirigió una mirada furiosa a la chica; Jasper se disculpó en seguida y abandonó la habitación a paso rápido. Los dos Cullen permanecieron en silencio durante unos segundos, pero Edward no le quitaba los ojos de encima a la castaña, en realidad estaba esperando una buena explicación sobre su reacción.

—Está bien, pregunta— aceptó ella.

— ¿Qué fue todo eso? — murmuró él entre dientes.

Alice liberó un suspiro y observó la mirada estudiosa de Edward, como si él intentara saber los pensamientos de ella. La pequeña Cullen se cruzó de brazos y observó un par de veces a los lados, procurando no ser escuchada por el que era su novio.

—A Jasper no le gusta hablar de eso; es algo que lo incomoda— dijo ella.

Con sus palabras, no fue difícil que Edward entrecerrara los ojos, sin entender la razón por la que su “cuñado” tendría que “incomodarse”.

— ¿De qué hablas?

—Jasper estuvo con nosotras hasta que empecé a beber demasiado…— mordió su labio en seguida, pero los ojos del cobrizo gritaban una orden muy clara en ese momento: “sigue” —Intentó que nos fuéramos por las buenas, pero él y yo discutimos y le dije que se marchara.

El rostro de Alice mostraba pena y vergüenza en ese momento, y el cobrizo sabía bien por qué; recordaba el viernes en el hospital, cuando ella le gritó que había sido culpa de él lo que le había pasado a Rosalie. Ahora, Edward se enteraba que de no ser porque Alice le dijo a Jasper que se fuera, en medio de su estado de ebriedad, quien hubiese conducido el auto hubiese sido aquel rubio, y muy posiblemente, el accidente no se hubiese suscitado.

—Edward, sé que tengo gran culpa en esto. Discúlpame, hermano— la voz de ella sonó baja, pero fue suficiente para que él la escuchara.

Los brazos del chico rodearon el menudo cuerpo de su hermana durante unos segundos; tiempo en el que Emmett se levantó de su lugar junto a Rosalie y se aproximó a dar el “abrazo familiar”; Edward se separó en seguida de Alice para no tener que soportar los brazos de Emmett, pero fue en vano su intento.

Después de un rato, Jasper había vuelto a la habitación y Alice hablaba con él sentada en un sillón del extremo de la habitación; Emmett, hablaba sobre trivialidades con Rosalie y, aquel cobrizo, se encontraba de pie justo frente a la enorme ventana de la habitación. La mente de Edward divagaba entre todo lo que le había sucedido esos últimos días; desde el primer encuentro, para nada bueno, con Isabella, luego el accidente de Rose, el beso de Tanya y la confesión de Bella. Todo lo estaba embargando y él no creía tener mente para tanto.

Alice carraspeó de repente y se levantó con rapidez argumentando que la pizza había llegado; Edward se encontraba tan inmerso en sus propios pensamientos que ni siquiera estuvo consciente del hecho de que su hermana había pedido pizza para el almuerzo. Durante el almuerzo, poco y nada fue lo que conversó; Alice había hablado de tantas cosas que la mente del cobrizo no lograba procesar ni la mitad. Entre ellas, había aprovechado para susurrar que Edward les había prestado el piso para la fiesta de cumpleaños sorpresa de Rosalie; eso mientras Rosalie almorzaba en su habitación, junto a Emmett.

El cobrizo se levantó minutos después de acabar con su segundo trozo de pizza; observó a su hermana y a Jasper y se disculpó con rapidez argumentando que estaba bastante cansado por la guardia del día anterior. Edward supo inmediatamente, por la mirada de Alice, que la castaña no había creído ni la mitad de lo que él había dicho; no quería tener que explicarle todo lo que le estaba pasando a su hermana, pero sabía que llegaría el momento en el que tendría que hacerlo. Intentó entonces mostrar la mejor de las sonrisas y, en vista de que no logró más que una fea mueca, se dio media vuelta antes de seguir colocándose en evidencia frente a Jasper y su compañera.

Una vez afuera, Edward tomó un taxi hasta su piso. Maldecía internamente no haber llevado el auto hasta la cafetería donde se encontró a Isabella, de haberlo hecho, lo tendría en ese momento. El cobrizo hizo lo posible por mantener su mente tranquila durante todo el camino hasta su edificio; agradeció mentalmente que el chofer del taxi no fuera de los que hacía conversación con todo el pasajero que subiera a bordo.

Frente al edificio, Edward pagó la tarifa que marcaba el taxímetro y caminó con rapidez hasta el interior del recinto. En su piso, no se escuchaba más que el sonido de algunos platos en la cocina; estaba, por así decirlo, prácticamente vacío. El cobrizo caminó directamente a su habitación y se dejó caer en su cama, sus dedos se movieron sobre su sábana casi como si estuviese tocando un teclado, le hubiese encantado tener un piano frente a él en ese momento. Con ese pensamiento, poco a poco sus párpados de fueron cerrando y, caer en los brazos de Morfeo fue inevitable.

El sueño que tuvo aquella tarde fue extraño, demasiado.

Sus brazos se cerraron en torno a una cintura, y el llanto de un bebé llamó su atención. La mujer entre los brazos del cobrizo, se removió apenas para liberarse de su agarre y caminar hasta una pequeña cuna en el extremo de la estancia; Edward observó la habitación durante unos segundos. El piso era de madera, había un pequeño sillón color crema en un extremo de la habitación y una cuna que parecía ser el centro en ese momento; la mujer que segundos atrás había estado con el cobrizo, acunaba a un bebé en sus brazos, pero Edward aún no podía ver el rostro de su acompañante.

El cabello marrón de la mujer llegaba hasta su cintura, y su ropa no era demasiado especial; vestía unos jeans y una blusa sencilla. Edward observó la mesa junto al sillón que había visto segundos atrás, en ella había una foto de una pequeña bebé y, el supuso que era la misma que la mujer tenía entre sus brazos. Para cuando el cobrizo se había decidido a aproximarse a la mesa, la castaña se giró y quedó frente a él. Por un segundo, solo por un segundo, el corazón del cobrizo se paralizó, luego comenzó a latir desbocado cuando reconoció esos perfectos ojos marrones.

— ¿Isabella? — preguntó titubeante.

La puerta que tenía a sus espaldas se abrió y eso fue todo, Edward despertó envuelto entre sus sábanas. La respiración de él sonaba agitada, y era lo único que interrumpía la calma de aquella habitación; casi como si no lo hubiese pensado, el cobrizo escuchó tres golpes en su puerta, acto seguido, Alice ya estaba dentro de la habitación. La castaña tomó asiento en un extremo de la cama del chico y observó a su hermano durante unos segundos.

—Mamá llamó, quería saber si ya hemos hablado contigo sobre ir en navidad a Forks…— ella guardó silencio durante unos segundos y arrugó ligeramente su ceño — ¿Estás bien?

Edward asintió ligeramente y se levantó de la cama para caminar hasta la ventana de su habitación; aquel ventanal estaba cubierto por una espesa cortina oscura que impedía que los rayos de sol entraran; vaya sorpresa cuando el cobrizo rodó la cortina y se encontró con una luna en su máximo esplendor.

—Edward, parecías agitado, ¿qué pasa? — insistió Alice.

—Tuve un mal sueño, eso es todo.

Él regresó y tomó asiento justo frente a su hermana; sabía que si la dejaba más tiempo, ella seguramente empezaría a preguntar cosas y él no querría responderlas. Sin embargo, ella no preguntó nada, simplemente le sonrió.

—Le he dicho a mamá que nos quedaremos una semana en New York antes de ir a Forks. Así puedes arreglar tus citas en el hospital.

Lo que Alice hacía por su hermano era digno de un reconocimiento; ella se había encargado de cubrirlo desde que se enteró de su engaño, aún a pesar de que él no había tenido ni siquiera la atención de decírselo a ella. Edward tomó una de las manos de la castaña y la estrechó con suavidad.

—No te he dicho lo mucho que te amo.

Una risa escapó de los labios de Alice y negó con la cabeza —No, pero eres un interesado— bromeó levantándose de la cama del cobrizo.

La muchacha argumentó que estaba algo cansada y que se iría dormir pronto, pero tendría que llamar a Jasper antes; de forma que Edward pronto la vio salir de su habitación. El hecho de que su hermano dijera que iría a dormir, le hizo preguntarse al cobrizo cuantas horas había dormido, así que se inclinó hasta la mesa junto a su cama y observó la pantalla de su despertador. Eran poco más de las 10 pm cuando él se despertó, eso quería decir que había dormido más de las 8 horas necesarias.

Con la mano en el estómago y este a punto de rugir, Edward salió de su habitación directo a la cocina. Allí, Emmett se había adueñado del refrigerador mientras parecía buscar algo que no encontraba.

—Eddie, ¿dónde están las cervezas?

El cobrizo alzó una ceja en dirección a su hermano; él detestaba que lo llamaran Eddie, aunque muchas personas se habían empeñado en hacerlo con el paso del tiempo.

—Te las acabaste— puntualizó él mientras tomaba asiento en una de las sillas frente a la encimera de la cocina.

—Demonios. Iré al supermercado por más, ¿quieres algo? — Emmett tomaba con rapidez las llaves de su Jeep mientras miraba al mayor de los Cullen.

— ¿Puedes pasar por una cafetería? Está a dos cuadras de acá. Sería bueno un Sándwich.

Emmett asintió y le dio la espalda a Edward. El hermano de en medio, Em, se había pasado todo el día con Rosalie en su piso; la muchacha ya no estaba delicada, no como lo había estado el mismo viernes, día del accidente. Pero Emmett insistía en cuidar cada detalle; a esas alturas, y por su comportamiento, sus hermanos ya estaban más que enterados que el muchacho sentía algo más que “atracción” por Rosalie; para Alice eso sería una especie de sueño hecho realidad, para Edward, era como si diera lo mismo; o al menos eso creía Emmett, sin saber que entre su hermano y la rubia había un secreto que no parecían tener intención de contarle.

Cullen bajó el ascensor con su pie repiqueteando contra el piso del mismo; una vez las puertas de este se abrieron, casi corrió hasta el exterior y abordó su Jeep con el impulso que un salto le hubo dado. Emmett encendió el auto y se tomó apenas unos segundos para observar la pantalla de su celular; Rosalie le había escrito un texto y aquello le hizo sonreír, «claro que iré a verte Rose. Pasaré después de la Universidad», respondió con rapidez antes de dejar caer su teléfono en el asiento del copiloto y arrancar en dirección al supermercado.

El mejor invento, según Emmett, aparte del sexo, eran los supermercados abiertos las 24 horas. Con ese pensamiento podía notarse que Cullen no tenía demasiadas aspiraciones en la vida; dentro del local, tomó tantas latas de cerveza como se le ocurrió y las colocó en un carrito de supermercado. Pagó con la tarjeta de crédito, aunque sabía que Carlisle lo aniquilaría si gastaba todo el dinero en cerveza.

Cullen estuvo a punto de regresar a su piso cuando recordó el sándwich que Edward le había pedido. Maldijo por lo bajo y giró con su auto en la esquina que daba con su edificio;  a unos cuantos metros se encontraba el local y, por lo que parecía, estaba a punto de cerrar. Emmett entró casi corriendo al lugar y le regaló la mejor de sus sonrisas a la camarera de turno.

—Sé que van a cerrar, pero mi hermano me asesinará si no le llevo un sándwich.

El rostro de ruego de Emmett pareció servir de algo, pues aquella castaña sonrió y le pidió al cocinero que preparara un sándwich de pavo; la muchacha se movió hasta la caja y tecleó lo que parecía ser el monto a pagar. Emmett, por su parte, se avocó a la tarea de buscar 10$ en su billetera y entregárselos a la muchacha.

— ¿A nombre de quien hago el recibo? — preguntó ella con la mirada fija en la caja.

 —Emmett Cullen.

El rostro de aquella castaña se alzó durante unos segundos y su mirada se cruzó con la del muchacho; Emmett sonrió como si fuese admirado y ella negó con la cabeza algo confundida.

— ¿Tienes algo que ver con Edward Cullen? — quiso saber la muchacha.

— Es mi hermano.

La joven asintió ante las palabras de Emmett y se giró cuando la campanilla pegada a la ventana de la cocina sonó, anunciando que el sándwich ya estaba listo. La castaña le pasó su pedido a Cullen y le sonrió al tiempo que bajaba el rostro y escribía algo rápido en un trozo de papel.

—¿Puedes darle esto a tu hermano? — ella extendió el papel hasta Emmett, quien lo guardó en seguida en sus bolsillos.

—Claro, pero querrá saber quién eres

—Mi nombre es Isabella

Con aquellas palabras, Emmett se marchó de la cafetería. Al parecer, tenía un mensaje que dar.

Capítulo 6: No es placer haber besado. El placer es haberte encontrado. Capítulo 8: Conspiración Familiar

 
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