EL ESCRITOR DE SUEÑOS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 28/05/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 27
Comentarios: 54
Visitas: 55474
Capítulos: 40

Edward Cullen sólo vive para dos cosas: hacer el amor y enriquecerse cuanto antes. Nacido en la miseria de Brooklyn, su ambición es convertirse en escritor de sueños. Su lucha desesperada por alcanzar la riqueza, el amor y la fama no conoce obstáculos y, en su insolencia desvergonzada, se considera a sí mismo un superdotado. Como escritor y como amante. Su carrera literaria está llena de altibajos, pero los fracasos no afectan para nada su ánimo; y siempre encontrará la mujer que le compense de esos sinsabores.

Alcanzar la gloria y la fortuna no es fácil, pero Edward Cullen tiene una confianza ciega en sí mismo. El triunfo es una intuición que nunca le ha abandonado. Ni cuando se movía en los bajos fondos neoyorquinos, ni cuando su talento le llevó a alternar en los círculos intelectuales y cinematográficos y en el mundo de la jet societyinternacional, en Hollywood, en Roma o en la Costa Azul.

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Capítulo 10: CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 9

Su madre lo miró con desconfianza.

— ¿Qué clase de empleo es ése? ¿Cómo le van a pagar a un conserje cien dólares a la semana y además dejarle un apartamento de tres habitaciones? Los conserjes tienen suerte si les dan gratis una habitación en el sótano, no digamos si además les dan algo de dinero. Esto no me gusta nada; lo más probable es que acabes en la cárcel o de algún modo todavía peor.

— ¡Jesús, mamá! —Dijo Edward—. En primer lugar, no trabajo de conserje. Soy el encargado. Me ocupo de setenta apartamentos que producen de siete a diez mil dólares a la semana. Y además me queda tiempo para escribir, que es lo más importante. Este cheque de ciento cincuenta dólares por el relato de la revista Collier's es sólo el comienzo.

—Sí, pero no te han dado ciento cincuenta dólares, sino ciento veintiocho. Y además, ¿cómo sabes que vas a poder vender más historias? ¿Tienes alguna garantía?

— ¡Mierda! —exclamó Edward. Se levantó de la mesa y miró a su padre, que estaba callado en contra de lo que era su costumbre—. Papá, ¿quieres explicarle tú por qué tengo que aceptar el trabajo?

El padre miró fijamente a Edward durante un momento y luego se volvió hacia su esposa.

—Es un buen empleo, Esme —dijo cargado de paciencia—. Créeme, mi amigo no meterá a Edward en problemas.

— ¡Tu amigo no es más que un gángster de baja estofa! —estalló la madre.

La cara de Carlisle se puso roja de ira.

— ¿Un gángster? —gritó—. Fuiste tú la que se empeñó en sacar a tu niño de la caja de reclutas, no mi amigo. Pero él ha tenido que encargarse de conseguir lo que tú querías. Ahora Edward tiene una tarjeta en la que consta la clasificación Cuatro-F. ¡Y está obligado a pagar el favor, igual que yo! ¡Te guste o no!

— ¡De modo que mi hijo tiene que arriesgarse a que lo manden a la cárcel! ¡O a que lo maten! —le dijo ella a gritos.

— ¡Tu bebé sólo irá a la cárcel si alguien descubre lo de la maldita tarjeta de reclutamiento! —Carlisle estaba fuera de sí—, ¡Cállate de una vez o al final sufriré otro ataque de corazón!

Esme pareció asustada.

—Cálmate, Carlisle. Tranquilo, te traeré una píldora. —Volvió la vista hacia Edward—, ¿Ves lo que le has hecho a tu padre?

—Ya estoy bien —dijo Calisle—. Procuremos tener la fiesta en paz.

—Me gustaría ver el apartamento antes de que se vaya a vivir allí. Ya sabes cómo es la gente. Podría estar lleno de cucarachas y ratones. Quién sabe si las sábanas estarán limpias.

Carlisle habló con calma.

—De acuerdo. Puedes ir a verlo. Pero no ahora. Espera a que se haya instalado.

—Muy bien —dijo Esme finalmente—, ¿Y qué les digo a los vecinos cuando no lo vean por aquí?

El padre sacudió la cabeza de un lado a otro lleno de asombro.

—Todo el vecindario sabe que iba a hacer el examen físico. Diles que le dieron apto para el servicio.

— ¿Y qué hay de la boda de Emmett y Bella? ¿Qué dirán los vecinos cuando vean que no viene a la boda de su hermano?

Edward miró a su prima, que también estaba sentada a la mesa. No le había mencionado que hubiera hablado con sus padres de la relación entre ella y Emmett. Bella evitó mirarlo. Él se volvió hacia su madre.

—Es posible que pueda venir a casa para la ocasión.

—No —dijo Carlisle con énfasis—. Se casarán en vacaciones y se supone que entonces tú estarás en el entrenamiento básico, y todo el mundo sabe que durante ese período no conceden permisos bajo ningún concepto.

—Será mejor que suba a mi cuarto y empiece a hacer la maleta —dijo Edward.

Su padre se levantó de la mesa.

—Tengo que salir durante un par de horas. Volveré a las diez y media más o menos.

—Los lunes y miércoles siempre te vas un par de horas a hacer algunos cobros —se quejó Esme—. ¿Por qué no te pagan el viernes por la noche, como han hecho siempre?

—El negocio va mejor ahora —respondió Carlisle—. Pero es difícil conseguir cobrar. —Se encaminó hacia la puerta—. Volveré a las diez y media —repitió.

—No te olvides de llevar las píldoras en el bolsillo —le recordó Esme.

Carlisle sacó un frasquito y se lo enseñó.

—Ya las llevo, mujer, ya las llevo.

 

 

Edward estaba acabando de hacer la maleta cuando oyó que el coche entraba en el callejón. Poco después escuchó el sonido de la puerta de atrás y los pasos de su padre, que subía por las escaleras y entraba en el dormitorio. Al cabo de un rato percibió algunos ruidos en el cuarto de baño de sus padres. Finalmente los sonidos se apagaron y Edward observó que la luz que salía por debajo de la puerta de la habitación paterna ya no se reflejaba en el pasillo. La habían apagado.

Quitó de encima de la cama algunos manuscritos. Era una historia que había escrito a lápiz, en papel rayado de color amarillo, cinco años antes. La había hecho para impresionar a la profesora de inglés de la escuela secundaria, la primera persona que le había dicho que tenía talento y que le convenía dedicarse a escribir.

El hecho de que el escote de aquella mujer le proporcionase la excitante visión de dos abundantes pechos adornados con sonrosados pezones, no había tenido nada que ver con la decisión de Edward de hacerse escritor. Pero había contribuido a ello. Y de eso básicamente trataba aquella historia. Un joven estudiante de escuela secundaria se enamoraba de la profesora de inglés porque creía que aquella exhibición de escote iba dirigida especialmente a él. Los sueños del protagonista se venían cuesta abajo cuando, al llevarle a ella un ramo de flores a su casa, le abría la puerta el marido. Durante todo un curso aquella mujer había sido la musa inspiradora de sus sueños, hasta el punto de que había gastado casi diez tarros de vaselina para aliviarse el pene, pues lo tenía escocido e irritado. Y siempre manchaba las sábanas. Ahora, al releer la historia, se daba cuenta de que solamente reflejaba su propia frustración. Arrojó el manuscrito al suelo, se desnudó y se metió en la cama. Pensó en que debía lavarse los dientes, pero se encontraba demasiado cansado; así que decidió apagar de una vez la lámpara de la mesita de noche. Escrutó la oscuridad y contempló los extraños dibujos y formas que el farol del callejón producía con sus reflejos en el techo de la habitación. Las sombras empezaban a difuminarse cuando oyó unos golpecitos inhabituales.

Se sentó en la cama. El sonido era muy raro. No provenía de la puerta ni del pasillo. Escuchó de nuevo los golpecitos. La voz de Bella le habló muy bajo a través de la pared contra la que se hallaba la cama de Emmett, al otro extremo de la habitación.

De rodillas en la cama, apoyó la oreja contra la pared.

— ¿Bella?

—Sí —contestó ella en un susurro—. Abre los cerrojos de las puertas correderas que separan estas dos habitaciones.

Edward cayó entonces en la cuenta. Las puertas correderas las habían cerrado al decidir cederle a Bella la habitación de Emmett. Apartó la cama, que estaba delante de las puertas, e intentó abrir los cerrojos. No fue fácil. Habían estado cerrados durante muchos años. Al final cedieron con un crujido y consiguió entreabrir las puertas.

Su prima asomó la cabeza.

— ¿Estás despierto? —le preguntó.

—Claro que no —contestó Edward con sarcasmo—. Estas cosas siempre las hago dormido.

—No seas tonto. Quiero hablar contigo.

Edward seguía arrodillado en la cama. Tenía la cara a la misma altura que la de la muchacha.

— ¿Y por qué no has entrado por la otra puerta?

—No quiero que tus padres me vean rondando por el pasillo. Ya sabes cómo son. Sobre todo tu madre.

Edward asintió.

—Ya lo sé. Pasa —la invitó al tiempo que apartaba un poco la cama.

—No, mejor entra tú aquí. Tu habitación está al lado de la de ellos.

Edward saltó por encima de la cama y se deslizó a través de la estrecha abertura hasta la habitación de su prima. Fue a parar justo detrás de una cómoda. Al intentar salir de allí se arañó un hombro.

— ¡Mierda! —exclamó mientras se lo frotaba.

— ¿Te has hecho daño? —le preguntó Bella.

—No es nada —dijo él—. ¿Qué es eso tan importante que quieres decirme?

La muchacha lo miró, sorprendida.

— ¡Estás desnudo!

—Es que estaba jodiendo mientras dormía —repuso Edward brevemente—. No tenía pensado ir de visita.

—Voy a buscarte una toalla.

Miró a su prima mientras ésta atravesaba la habitación y sacaba una toalla del armario. Bella llevaba un camisón de algodón debajo de la bata. Le tendió la toalla con la vista vuelta hacia otro lado. Edward se la ajustó a la cintura.

—Ya está —dijo.

La muchacha se atrevió entonces a mirarlo.

—Aún no te he felicitado por haberle vendido un relato al Collier's.

—Gracias —dijo él. Después sonrió—. En realidad soy yo quien debería felicitarte a ti. ¿Recuerdas aquella historia que me contaste del detective que sorprendía a una chica robando en una tienda y la llevaba a un vestuario, donde la desnudaba y la violaba?

— ¿Es ése el relato que te ha comprado el Collier's —quiso saber Bella al tiempo que abría los ojos de par en par.

—La cambié ligeramente. Lo justo para convertirla en una historia de amor. En mi historia el detective decide proteger a la muchacha y acaba por perder el empleo.

—Es muy bonito. Realmente hermoso.

Se quedó callada durante un momento y luego se le escaparon las lágrimas.

— ¿Qué demonios te pasa ahora? —inquirió él con curiosidad.

—Tengo miedo.

— ¿De qué? Todo va sobre ruedas. Emmett y tú os vais a casar. Mamá está contenta por ti y porque yo haya conseguido un Cuatro-F. ¿De qué tienes miedo?

—Todo está cambiando. Tú te marchas. Ya no te tendré más en la habitación de al lado.

—Eso no quiere decir nada. Podemos vernos en Nueva York. Sólo hay que cruzar el río, no ir al otro lado del mundo.

—Pero ya no tendré con quien hablar aquí, en casa.

Edward le pasó un brazo tranquilizador por los hombros y la atrajo hacia sí.

—No seas llorona —le dijo con dulzura—. Podemos hablar por teléfono.

—No es lo mismo —insistió ella entre sollozos.

—Pero pronto te casarás, y entonces las cosas irán mejor. —Le acarició los cabellos y notó el estremecimiento que recorría el cuerpo de su prima—. Ya verás cómo todo sale bien.

—No —le contradijo Bella llorando y levantando el rostro hacia él—. No será lo mismo.

Él la escudriñó y la miró profundamente a los ojos. Acercó despacio los labios a la frente de su prima, luego a una mejilla, y finalmente la besó en la boca. Percibió el calor que emanaba del cuerpo de la muchacha mientras se apretaba contra el suyo. Notó que el falo se le erguía con fuerza. Intentó apartarla de sí.

—Esto es una locura —dijo Edward con voz ronca.

Bella no se movió, sino que se estrechó más fuerte contra él al mismo tiempo que movía la ingle para situarla frente al sexo de su primo. Se acercaron en silencio hacia la cama mientras la toalla que Edward llevaba a la cintura caía al suelo. Rápidamente le quitó el camisón y la bata a la muchacha y se inclinó sobre ella.

— ¡Bella! —exclamó.

— ¡No hables! —le pidió ella—. Lo único que necesito es joder hasta quedar destrozada.

Capítulo 9: CAPÍTULO 8 Capítulo 11: CAPÍTULO 10

 
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