EL ESCRITOR DE SUEÑOS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 28/05/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 27
Comentarios: 54
Visitas: 55492
Capítulos: 40

Edward Cullen sólo vive para dos cosas: hacer el amor y enriquecerse cuanto antes. Nacido en la miseria de Brooklyn, su ambición es convertirse en escritor de sueños. Su lucha desesperada por alcanzar la riqueza, el amor y la fama no conoce obstáculos y, en su insolencia desvergonzada, se considera a sí mismo un superdotado. Como escritor y como amante. Su carrera literaria está llena de altibajos, pero los fracasos no afectan para nada su ánimo; y siempre encontrará la mujer que le compense de esos sinsabores.

Alcanzar la gloria y la fortuna no es fácil, pero Edward Cullen tiene una confianza ciega en sí mismo. El triunfo es una intuición que nunca le ha abandonado. Ni cuando se movía en los bajos fondos neoyorquinos, ni cuando su talento le llevó a alternar en los círculos intelectuales y cinematográficos y en el mundo de la jet societyinternacional, en Hollywood, en Roma o en la Costa Azul.

BASADA EN THE STORYTELLER

DE ROBBINS

 

Mis otras historias

El HEREDERO

EL ESCRIBA

BDSM

INDISCRECIÓN

EL INGLÉS

SÁLVAME

EL AFFAIRE CULLEN

NO ME MIRES ASÍ

EL JUEGO DE EDWARD

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 36: CAPÍTULO 35

CAPÍTULO 35

Kristen atravesó la habitación del hotel y se asomó a la terraza mientras el mozo colocaba las maletas en la banqueta para equipajes y se marchaba. Edward se quedó de pie en medio de la estancia, contemplando a la muchacha, que poco rato después se volvía hacia él.

—Aún no acabo de creerme que sea verdad que estoy aquí —le comentó ella.

—Pues créetelo —dijo Edward acercándose a la mesita sobre la que, en un cubo de hielo de plata, había dispuesta una botella de champán. La descorchó en un instante y sirvió una copa para cada uno—. Bienvenida a la Riviera —bromeó.

Ella probó el champán.

—Es delicioso —afirmó. Miró a Edward directamente a los ojos—. Te has ocupado de que no falte ningún detalle. Rosas en el aeropuerto, champán en la habitación... ¿Sabes que eres un romántico?

Edward se echó a reír.

—No se me había ocurrido considerarlo así. Es que me siento muy feliz con tu llegada.

—Yo también me siento feliz —le confesó la muchacha. Se acercó a él y lo besó sin rozarle apenas—. Gracias.

Él movió la cabeza hacia ambos lados y no contestó.

—Necesito darme una ducha —le dijo ella—. Tengo la sensación de estar toda pegajosa. Dieciocho horas en avión no es el modo más cómodo de viajar, aunque sea el más rápido.

Edward levantó la copa.

—Por la rapidez del mundo moderno. Ve a ducharte ahora. Después te sentirás mejor.

Kristen miró las camas.

— ¿Cuál es la mía?

—Elige la que más te guste —le indicó él—. A mí me da lo mismo.

—Entonces me quedaré con la que está más cerca del cuarto de baño —decidió ella. Dejó la copa de champán sobre la mesa; luego abrió una de las maletas y sacó un pequeño neceser—. ¿Hay algún albornoz de sobra?

Edward asintió.

—Bien —dijo ella mientras entraba en el cuarto de baño—. No tardaré mucho.

—Aquí me encontrarás cuando salgas —le hizo saber Edward medio en broma.

Se sentó ante el escritorio y comenzó a examinar las páginas que había escrito. En total eran veintisiete, y a un solo espacio. No estaba nada mal. Kristen podía sentirse contenta. Oyó correr el agua de la ducha y cerró los ojos. En su imaginación creyó ver el cuerpo desnudo de la muchacha y el agua que le resbalaba por encima. Notó que se excitaba inmediatamente y que el pene se le ponía erecto. Se apresuró a salir al balcón y se puso a mirar el mar. Maldijo para sus adentros el patrón por el que los italianos solían cortar los pantalones; bastaba con tener una media erección para que el bulto del miembro se le notase a través del tejido.

Pocos minutos después Kristen se situaba a su lado en la terraza.

— ¿Qué miras?

—Nada —repuso él—. Es que hace mucho calor en la habitación; no hay ventilador.

—Pues a mí este calor me resulta muy agradable —observó Kristen—. En Nueva York no ha hecho más que llover durante las últimas semanas.

Edward se volvió hacia ella. La muchacha se había puesto el albornoz de felpa que proporcionaba el hotel.

— ¿Qué tal te ha sentado la ducha?

—Ahora me encuentro mucho mejor —dijo ella—, Pero todavía estoy bastante cansada.

—Eso es normal. ¿Por qué no te echas un rato? No tenemos ninguna prisa.

Kristen lo miró.

— ¿Tú qué piensas hacer?

—Lo mismo —repuso Edward—. Anoche estaba demasiado nervioso para dormir bien.

Siguió los pasos de Kristen hasta el interior de la habitación. Luego abrió la puerta de la misma y colgó el cartel de «No molesten» en la parte de fuera. Acto seguido quitó de un tirón la colcha de la cama que la muchacha había elegido y la arrojó encima de un sillón.

—Voilà —dijo.

—Qué buen aspecto tiene —comentó ella mientras apartaba la manta. En un instante se tendió en la cama y se cubrió con la sábana.

Edward se sentó en la parte de abajo de la otra cama y se quitó los zapatos.

—Si no te importa —le dijo—, me desnudaré y me quedaré en calzoncillos.

—No seas tonto —le indicó ella—, claro que no me importa. Hace demasiado calor para dormir vestido. —Se movió ligeramente bajo la sábana y un momento después sacaba el albornoz y lo colocaba a los pies de la cama. Entonces miró a Edward—. Sólo necesito un ratito para descansar. Más tarde podremos charlar con calma.

Edward se desnudó de espaldas a ella. La erección todavía le duraba y no deseaba que la muchacha reparase en las manchas húmedas que se le habían formado en los calzoncillos. Corrió las cortinas de la ventana y la habitación quedó prácticamente a oscuras. Se tendió en la cama y cerró los ojos. Pero no consiguió dormir; escuchaba la suave respiración que le llegaba desde la otra cama. Se enfadó consigo mismo a causa de la erección, pues no conseguía que acabase de ceder. Se volvió de un lado, dándole la espalda a Kristen, e intentó poner la mente en blanco. Y entonces sonó el teléfono.

Se dio la vuelta rápidamente y levantó el auricular para evitar que sonase otra vez y despertase a la muchacha.

— ¿Diga?

— ¿Edward? —Era la condesa—. ¿Ha llegado ya tu director de edición?

—Acaba de hacerlo, contessa —contestó él.

—Quería recordarte otra vez que estáis los dos invitados a pasar el fin de semana en mi yate. Zarparemos mañana a mediodía, seguramente antes de comer.

— ¿Puedo llamarla esta tarde a las siete? —Le preguntó Edward—. Entonces ya podré decirle lo que hemos decidido.

—Muy bien —dijo ella—. Ciao.

Cuando colgó el auricular Kristen encendió la lámpara de la mesita de noche que había situada entre ambas camas. No se percató de que la sábana, que había resbalado, sólo la cubría a medias.

— ¿Quién era? —le preguntó a Edward.

—La contessa Baroni —dijo él—. Nos ha invitado a los dos a pasar el fin de semana en su yate. —Notó que la erección le aumentaba y se situó boca abajo para ocultarla.

— ¿La contessa Baroni? —Kristen reflexionó durante unos instantes—. Me suena ese nombre.

—Baroni es como se llama la editorial que ha comprado los derechos de mi libro para publicarlo en Italia. Ella es la propietaria; de eso y de otras muchas cosas de las que no tengo ni idea. —Edward intentó hundirse aún más en la cama—. También ha financiado la última película que he hecho para Santini y se ha encargado de arreglarlo todo para— que yo cobrara el dinero que éste me debía.

— ¿Cómo la conociste? —Quiso saber Kristen— ¿En alguna fiesta? Tiene fama de ser una gran anfitriona.

—Nos presentó Santini, y parece que le caí bastante bien. Me da la impresión de que ha sido ella en persona la que le ha dado orden a la editorial para que comprara los derechos de mi libro. Me ha dicho que el director de la editorial y su esposa estarán también en el yate durante el fin de semana.

Kristen lo miró a los ojos.

— ¿Has tenido alguna aventura con ella?

— ¡Jesús! —Exclamó Edward al tiempo que se sentaba en la cama—. Yo no soy exactamente su tipo. Esa mujer se dedica más bien a las jovencitas.

La muchacha lo observó fijamente con los ojos clavados en la erección; Edward tenía la parte delantera de los calzoncillos abultada y una gran mancha de humedad le cubría la mitad de la bragueta.

— ¿Y ha logrado ponerte en esas condiciones sólo con dejarte oír su voz por teléfono?

—No digas tonterías —dijo él con brusquedad—. Estoy así desde el preciso momento en que bajaste del avión. Y además, el hecho de verte ahí medio desnuda no lo hace precisamente más fácil.

—Ya notaba yo que algunas veces parecías sentirte bastante incómodo.

—Pues estabas en lo cierto —dijo Edward.

—Quítate los calzoncillos —le pidió ella súbitamente—; si no acabarás con una hernia.

Edward se precipitó fuera de la cama y dejó caer los calzoncillos al suelo. El falo erecto le golpeó contra el estómago.

Kristen lo examinó atentamente.

—Tienes un miembro bastante grande. Te llega casi hasta el ombligo —comentó con voz suave—. Unos veinte o quizá veintidós centímetros.

—Nunca lo he medido —dijo él.

La muchacha lanzó un profundo suspiro.

—Me encantan los penes grandes. Por eso he querido mantenerme alejada de ti todo este tiempo. No quería que nuestra relación se extendiese más allá de los negocios. No sé por qué me daba la impresión de que tendrías un miembro así.

— ¿Y eso es también lo que deseas ahora? ¿Que sólo tratemos de negocios? —le preguntó él.

Kristen lo miró y se echó a reír.

—Ahora eres tú el que al parecer se ha vuelto loco. No he volado a través de medio mundo sólo para ayudarte a escribir un libro.

—No lo entiendo. —La sorpresa se reflejaba en la voz de Edward—. Siempre te mostraste muy fría conmigo. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

—Ocho años en esa maldita agencia aceptando sus estúpidas normas. —Levantó los ojos hacia él—. ¿Sabes?, en el nuevo empleo todo iba a ser igual que en el otro, así que lo he dejado antes de empezar.

— ¿Y qué vas a hacer?

Kristen alargó una mano y le cogió el falo.

—Esto —dijo—. Quiero vivir libre. Como tú. Tú siempre haces lo que se te antoja. Parece que siempre estés de juerga. A juzgar por lo que leo en los periódicos, siempre te las arreglas para estar presente allí donde haya acción. Gente. Fiestas. Mi vida ha sido un soberano aburrimiento.

Edward se sentó al borde de la cama y deslizó una mano entre las piernas de Kristen.

—Estás empapada —le dijo con voz ronca.

—Quiero que me lo beses —afirmó ella—. Durante casi seis años estuve prometida con un abogado y nunca hizo otra cosa conmigo más que joder, y para eso siempre con preservativo. Nunca un hombre me ha besado ahí.

—Pues has dado con la persona adecuada —dijo Edward—. Comer coños es mi especialidad. —Inclinó el rostro hacia la muchacha. La oyó gemir mientras la acariciaba con la lengua. Notó que el clítoris aumentaba considerablemente de tamaño dentro de la boca—. ¡Dios mío! —exclamó—. Tienes el clítoris más grande que he visto en mi vida. Es como un pene en pequeño.

Kristen le tiró del pelo a fin de obligarlo a hundirse más en su interior.

— ¡No me hables mientras me estás haciendo correr con la boca! —le pidió jadeando y sacudiendo con furia la cabeza de un lado a otro.

Edward le dirigió una mirada fugaz. La muchacha tenía los ojos cerrados, los apretaba con fuerza. Rápidamente le empujó las piernas hacia atrás y le puso las manos bajo las rodillas hasta conseguir que Kristen estuviera por completo abierta. Entonces la penetró de un golpe, hasta el fondo. Ella abrió la boca y estuvo a punto de gritar.

— ¿Te parece que tengo el miembro lo bastante grande? —le preguntó Edward.

— ¡Lo noto en la garganta! —gritó ella—. ¡Me encanta! ¡Te quiero! ¡Ámame así para siempre jamás!

Capítulo 35: CAPÍTULO 34 Capítulo 37: CAPÍTULO 36

 
14445800 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10762 usuarios