EL ESCRITOR DE SUEÑOS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 28/05/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 27
Comentarios: 54
Visitas: 55467
Capítulos: 40

Edward Cullen sólo vive para dos cosas: hacer el amor y enriquecerse cuanto antes. Nacido en la miseria de Brooklyn, su ambición es convertirse en escritor de sueños. Su lucha desesperada por alcanzar la riqueza, el amor y la fama no conoce obstáculos y, en su insolencia desvergonzada, se considera a sí mismo un superdotado. Como escritor y como amante. Su carrera literaria está llena de altibajos, pero los fracasos no afectan para nada su ánimo; y siempre encontrará la mujer que le compense de esos sinsabores.

Alcanzar la gloria y la fortuna no es fácil, pero Edward Cullen tiene una confianza ciega en sí mismo. El triunfo es una intuición que nunca le ha abandonado. Ni cuando se movía en los bajos fondos neoyorquinos, ni cuando su talento le llevó a alternar en los círculos intelectuales y cinematográficos y en el mundo de la jet societyinternacional, en Hollywood, en Roma o en la Costa Azul.

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Capítulo 20: capítulo 19

CAPÍTULO 19

Nada procura tanto éxito como el éxito. Fue casi cinco meses después de que hubiera terminado el guión de La reina guerrera de las amazonas, un día en que se hallaba ante la máquina de escribir trabajando en la novela, cuando Edward recibió una llamada telefónica de la oficina de A. J.

A. J. quiere invitaros a ti y a tu mujer a una cena fría que se celebra en su casa el viernes por la noche. Los cócteles serán a las siete, y la cena se servirá a las ocho en punto —le informó Kathy.

Edward se sorprendió. Aquélla era la primera vez que lo invitaban.

¿Cómo es que A. J. ha decidido invitarme?

¿Es que no lees las revistas de cine? —le preguntó ella—. Tienes en cartel una película de mucho éxito. Judi hizo una gira por Texas y Florida. La película ha alcanzado los seiscientos mil dólares de recaudación.

No me lo creo —le confió Edward—. Los críticos se cebaron con ella.

Pero al público le ha gustado. Para él ha sido una auténtica bomba, y eso es lo que cuenta. Ya hemos recibido numerosas llamadas de los distribuidores pidiéndonos otra película de Judi. Tengo la impresión de que es por eso que A. J. te ha invitado.

Muy bien, iré —dijo Edward—, Pero Bella se halla en Nueva York. Tiene que ir allí cada tres meses a fin de comprar existencias para los almacenes.

He estado en la tienda. Realmente la han cambiado mucho. ¿Le va bien?

Supongo que sí. La han ascendido a jefe de compras para toda la cadena.

¿Y tú qué has estado haciendo?

Casi he terminado la novela. Tengo listas otras ciento cuarenta páginas, siguiendo las sugerencias de Kristen. Pero es un trabajo muy duro. Mucho más que hacer un guión de cine.

Kristen me ha contado que es una de las mejores novelas que ha leído en su vida.

Pero ella es parte interesada —dijo Edward—. Por ahora son los guiones los que pagan las facturas. Y de momento no he recibido ninguna oferta nueva. Parece que desde que escribí La reina guerrera todos los productores dejaron de contestar a mis llamadas. Supongo que pensarían que aquello era una mierda y no quieren saber nada de mí.

Ya te llamarán —le animó Kathy llena de confianza—. Conozco bien esta ciudad. No se fijan en los guiones, sólo en las ganancias.

A Edward se le ocurrió una idea.

¿Por qué no vienes conmigo a la fiesta?

Lo siento, pero no puedo —dijo ella—. En primer lugar, porque me he ido a vivir con mi novio. Y en segundo lugar, porque a A. J. no le gusta que sus empleados sin importancia asistan a sus fiestas.

Ese tipo no es más que un capullo de poca monta.

Así es Hollywood —le comentó Kathy riendo—. ¿Por qué no se lo preguntas a Kristen? Nunca ha asistido a una fiesta aquí, en Hollywood.

¿Cómo quieres que se lo pida a ella? —Le indicó Edward—. Está en Nueva York.

¿No te ha llamado?

Kathy parecía sorprendida.

No —dijo Edward—. La última vez que hablé con ella fue hace un mes, cuando me envió todas aquellas sugerencias para la novela.

Pues está aquí —le informó Kathy—, Llegó anoche. Pensé que ya te habría llamado. Se aloja en el hotel «Bel Air», en la habitación 125.

La llamaré. Gracias, Kathy.

Sólo ten presente una cosa, Edward. No se te ocurra comentarle a mi hermana que he sido yo quien te ha dicho que se encuentra aquí.

No entiendo bien por qué.

Kristen sigue molesta conmigo porque tú y yo salimos juntos unas cuantas veces.

¿Y de dónde ha sacado eso?

Esto es Hollywood. Aquí todo el mundo habla y ella tiene bastantes amigos.

Muy bien, Kathy. Procuraré hacer el papel lo mejor posible, y cuando acabe con ella no se creerá nada de lo que le han contado por ahí.

Estaba marcando el número del hotel de Kristen cuando, al ver casualmente el reloj que tenía encima de la mesa, se dio cuenta de que eran casi las cinco. Colgó el auricular. Si estaba ocupada trabajando, no regresaría al hotel antes de las seis y media o las siete. Esa es la hora en que los del Este suelen retirarse a sus habitaciones.

Se le ocurrió una idea. Puesto que Kristen no le había llamado, la sorprendería yendo a visitarla sin avisar antes. Reunió una copia a carbón de las ciento cuarenta páginas que ya tenía terminadas y las metió en un sobre. Luego llamó a la floristería y encargó una docena de rosas rojas para que las tuvieran preparadas a las seis y media.

¡Rosa! —llamó desde el descansillo mientras abandonaba el diminuto despacho.

La muchacha salió de la cocina y lo miró desde la parte de abajo de las escaleras.

¿Diga, señor?

¿Sabes si está limpia alguna de mis camisas blancas de lino?

Le plancharé una en un momento.

Voy a darme una ducha. Súbemela en cuanto la tengas preparada.

¿El señor va a cenar fuera? —le preguntó ella.

No estoy seguro. Pero es lo más probable.

Entró en el dormitorio, se quitó los pantalones que usaba para trabajar y la ropa interior, y se metió en la ducha.

Eran las siete menos cinco cuando llamó a la puerta de la habitación de Kristen. Llevaba en una mano la docena de rosas y un cubo de hielo con una botella de «Dom Perignon» en la otra.

Sonrió cuando Kristen le abrió la puerta.

¡Bienvenida a Los Ángeles!

La muchacha se quedó mirándolo, sorprendida.

¡Son preciosas! —dijo cogiendo las rosas.

También traigo una botella de «Dom Perignon».

Es demasiado —afirmó ella sonriendo a su vez—. Pasa.

Edward la siguió al interior de una habitación decorada con muy buen gusto.

¿Te lo ha dicho mi hermana? —quiso saber Kristen.

No. No he hablado con ella desde que terminamos la película. Y de eso ya hace cuatro meses.

Pues alguien ha tenido que decírtelo.

Los periódicos que se ocupan del negocio. Cada día confeccionan una lista de las idas y venidas de las personas relacionadas con la industria.

Tienes un aspecto francamente bueno —le indicó ella—. Muy californiano.

Edward se echó a reír.

Tú también estás muy bien.

Kristen negó con la cabeza.

¿Con este albornoz viejo?

No me quejo. Yo siempre te encuentro estupenda.

Concédeme cinco minutos para ponerme algo más apropiado. Mientras tanto puedes ir abriendo la botella.

También te he traído otras ciento cuarenta páginas a punto para la imprenta —le comunicó él.

Eso es magnífico.

¿Cómo es que te has decidido a venir por aquí?

Tenía que traerle unos contratos a un cliente. Ahora permite que me vaya un momento o no me arreglaré nunca.

Entró en el cuarto de baño y cerró la puerta tras ella. Poco después Edward oyó el chapoteo de la ducha. Se decidió a abrir la botella de champán. En el cubo había dos copas junto con la botella, pero no las llenó. Vio una radio en un rincón de la habitación. Sintonizó su emisora favorita, la que emitía a los cantantes del momento —Sinatra, Crosby y otros—, y luego se sentó en el sofá de dos plazas que había al lado.

Unos quince minutos más tarde Kristen salió del cuarto de baño completamente vestida y arreglada. Llevaba una blusa de seda azul que se adaptaba perfectamente a su figura.

Edward la observó.

Se ve que guardas toda la ropa en el cuarto de baño.

Soy muy eficiente —dijo ella sonriendo.

Edward sirvió el champán en las copas.

Buena suerte.

Kristen levantó la copa.

Buena suerte. —Probó el champán—. Es delicioso.

No está mal —convino él—. Ahora dime, ¿dónde te gustaría ir a cenar?

Kristen lo miró detenidamente.

Estoy citada con el cliente y con su abogado.

Aplázalo hasta mañana.

No puedo. La agencia lo arregló todo antes de que yo llegara.

Bueno. ¿Quedamos para mañana?

Me voy en avión a las siete de la mañana.

En ese caso, ¿qué te parece una cena tardía? —le preguntó Edward mientras volvía a llenar las copas de champán.

Vamos a ir a casa del cliente para repasar detenidamente el contrato. No sé a qué hora acabaré.

Edward la miró.

¿Tienes que volver a Nueva York por fuerza? A. J. me ha invitado a una fiesta en su casa. Pensé que podría resultarte divertido conocer a la gente importante de aquí, directores, productores y todo eso.

Kristen movió negativamente la cabeza.

Me gustaría. Nunca he asistido a una de las famosas fiestas de Hollywood. Pero las órdenes que he recibido de la agencia son muy explícitas. Tengo que volver mañana.

¡Mierda! —Exclamó Edward—. Ni siquiera tendremos tiempo para comentar las páginas que te he traído.

Las leeré en el avión y te llamaré en cuanto llegue. —Lo miró—. Seguro que puedes conseguir otra pareja para la fiesta. Por lo que he oído decir, te va bastante bien con las señoras.

Quiero que seas tú la que venga. No otra.

Se me está haciendo tarde —le indicó Kristen—. Mi cliente me espera en el vestíbulo a las ocho.

Edward se puso en pie y la miró a los ojos.

¿Qué tengo que hacer para conseguir que salgas conmigo? ¿Esperar a que se venda la novela?

Creo que será mejor que te marches —le pidió ella con frialdad.

Edward la rodeó rápidamente con los brazos y la besó mientras la presionaba en la ingle con el falo, ya erecto. Observó que la cara de Kristen se ponía pálida y luego se tornaba rosácea a causa del rubor. Finalmente lo apartó de sí.

Edward se encaminó a la puerta y, mientras la abría, se volvió hacia la muchacha.

Para tu información, te diré que nunca me he acostado con tu hermana. Siempre ha sido a ti a quien he deseado.

Cerró la puerta de golpe y echó a caminar por el pasillo hacia el aparcamiento.

Capítulo 19: CAPÍTULO 18 Capítulo 21: CAPÍTULO 20

 
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