EL ESCRITOR DE SUEÑOS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 28/05/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 27
Comentarios: 54
Visitas: 55484
Capítulos: 40

Edward Cullen sólo vive para dos cosas: hacer el amor y enriquecerse cuanto antes. Nacido en la miseria de Brooklyn, su ambición es convertirse en escritor de sueños. Su lucha desesperada por alcanzar la riqueza, el amor y la fama no conoce obstáculos y, en su insolencia desvergonzada, se considera a sí mismo un superdotado. Como escritor y como amante. Su carrera literaria está llena de altibajos, pero los fracasos no afectan para nada su ánimo; y siempre encontrará la mujer que le compense de esos sinsabores.

Alcanzar la gloria y la fortuna no es fácil, pero Edward Cullen tiene una confianza ciega en sí mismo. El triunfo es una intuición que nunca le ha abandonado. Ni cuando se movía en los bajos fondos neoyorquinos, ni cuando su talento le llevó a alternar en los círculos intelectuales y cinematográficos y en el mundo de la jet societyinternacional, en Hollywood, en Roma o en la Costa Azul.

BASADA EN THE STORYTELLER

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Capítulo 24: CAPÍTULO 23

CAPÍTULO 23

Eran las once de la mañana cuando Judi, sin llamar siquiera a la puerta, entró como una tromba en el despacho de Edward.

—A. J. me ha dicho que me vas a dar muchas más líneas en esta película que en la otra —dijo sin molestarse en saludar.

Edward levantó la mirada hacia ella.

—Si A. J. lo dice, será verdad.

—Me gustaría ver esas páginas —continuó la muchacha de forma un poco brusca.

—No te pongas en plan divo, Judi —le aconsejó Edward—. Sólo hace dos días que he empezado a trabajar en el borrador. Ni siquiera he pensado en escribir los diálogos.

—No te creo —insistió ella.

—Pregúntaselo a A. J. —le contestó Edward—. Primero hago un esquema general, y luego el guión. Y entonces es cuando se escriben los diálogos.

—No me vengas con puñetas —dijo ella, airada—. Unas ganancias de cerca de un millón de dólares dejan bien claro que soy una estrella. Ahora ya no tengo que chuparle el culo a nadie para conseguir un maldito papel.

—Es cierto —convino él.

—Y tengo un contrato.

—Yo también.

— ¡Puedo hacer que te echen ahora mismo de esta maldita película! —le espetó ella.

—De acuerdo. Sácame de la película. Me pagarán de todos modos. Pero te quedarás sin película donde hacer de estrella.

Judi se le quedó mirando.

— ¿Es verdad eso?

—Son las normas Guild para guionistas.

La muchacha pareció calmarse de pronto.

— ¿Entonces cómo voy a protegerme?

—Espera a que termine el guión. Entonces podrás hacer lo que te dé la gana.

—Te has estado acostando con Tammy y ella le cuenta a todo el mundo que vas a darle más líneas que a mí.

—Bueno. También se piensa todo el mundo que tú te acostaste conmigo para conseguir el papel en la primera película. Esto no son unos estudios cinematográficos, es un hervidero de cotillas.

Judi clavó la mirada en él durante unos instantes.

— ¿Y por qué no me has invitado nunca a cenar?

Edward sonrió.

—No puedo permitirme esos lujos. La última vez que salí contigo me costó doscientos pavos, y A. J. todavía no me los ha devuelto.

—Ya no me dedico a ese tipo de negocio. Puedes llevarme a cenar gratis cuando quieras.

—En ese caso tendré mucho gusto en invitarte.

— ¿Qué te parece el viernes por la noche? —Sugirió la muchacha—. Podemos ir a «Chasen's» o a «Romanoff». Y después nos podemos acercar a «Mocambo».

Edward movió la cabeza negativamente.

—Esos lugares quedan fuera de mi alcance, Judi. Yo no gano tanto dinero. Lo más que puedo hacer es llevarte al «Brown Derby»—Eres un tacaño —dijo ella con desprecio.

—Trabajo para ganarme la vida —le corrigió Edward—. Nadie me paga los gastos.

— ¿Y si yo consigo que lo paguen los de publicidad? Siempre están empujándome para que me haga fotografías en todos esos lugares.

—Sólo tienes que conseguir los vales y nos correremos una juerga que durará toda la noche.

—Te llamaré —dijo ella saliendo de la misma forma en que había entrado, sin saludar ni despedirse.

La puerta estaba situada en mitad de una larga verja de madera. Edward tiró de la cuerda que pendía junto a ella y oyó el sonido de una campanilla. La voz de Blanche respondió desde el otro lado.

— ¿Quién es?

—Edward Cullen —dijo él—. Echó una fugaz mirada en dirección al sol. Era un sol ardiente y cegador.

La puerta se abrió y la mujer se ocultó tras la misma mientras le permitía el paso. Estaba envuelta en una gran toalla de baño y tenía el cuerpo cubierto de abundante aceite bronceador.

—Llegas temprano. Sólo son las doce.

A pesar de aquellas palabras, no parecía enojada.

—Lo siento —dijo él—, Pero nunca había venido por aquí y por nada del mundo hubiera deseado llegar tarde.

—No tiene importancia —le indicó ella con afabilidad.

La siguió por el sendero que partía de la carretera y pasaba a través de un pequeño jardín; luego cruzaron el interior de la casa hasta un porche de madera construido sobre la playa. La señora Rosen se volvió hacia su invitado.

— ¿Te apetece darte un baño antes de comer?

—No, gracias —repuso Edward.

—Tenemos muchos bañadores. Seguro que habrá alguno que sea de tu talla.

—Lo siento. No sé nadar —se disculpó Edward.

La señora Rosen se echó a reír.

—Al menos eres sincero. La mayoría de la gente busca otras excusas. —Miró brevemente hacia el sol—. Pero al menos deberías ponerte un bañador. Te achicharrarás al sol con toda esa ropa... e igualmente aunque te pongas a la sombra.

Edward encontró un viejo sombrero de paja para protegerse la cabeza. Los bañadores eran todos de tallas pequeñas. Finalmente encontró uno que consiguió a duras penas que le entrara por las caderas, aunque el vello del pubis le asomaba por el borde superior. Vio que ella lo miraba y se dio cuenta de que aquella mujer lo había arreglado todo previamente.

—He preparado tónica con vodka —comentó ella—. ¿Te parece bien?

—Perfecto.

Blanche se sentó en una colchoneta extendida sobre el suelo de madera. Le tendió a Edward uno de los vasos.

—Bien venido a Malibú.

—Gracias —dijo él. Dio un sorbo de la bebida; estaba helada y muy buena.

Brindaron, y al hacerlo la toalla de playa que la mujer llevaba resbaló en parte dejándole al descubierto un costado, desde el pecho hasta la mitad del pubis. Este era rizado, aceitoso y brillaba a causa del sol. Ella se percató de que Edward la miraba.

—Espero que no serás un puritano —le dijo.

Él sacudió la cabeza de un lado a otro.

Blanche dejó caer la toalla del todo; luego, apoyando los brazos hacia atrás en la colchoneta, se tumbó al sol.

—Soy naturista, una auténtica fanática del sol.

—Muy interesante.

La mujer se volvió hacia Edward.

—Permíteme que te ponga un poco de crema bronceadora. Impedirá que se te queme la piel.

—Preferiría que no lo hicieses.

— ¿Por qué? —le preguntó ella.

—Tengo el punto de ebullición muy bajo. Ya me está costando bastante comportarme con formalidad.

—No estoy ciega —dijo ella mirándolo fijamente—. La polla te asoma por debajo del bañador. Debes de ser el más rápido en sacar de todo el Oeste. Sólo confío en que no seas tan rápido para disparar.

Edward se echó a reír. Blanche extendió una mano para atraerlo hacia la colchoneta y le cogió el miembro.

—Primero quiero chupártela un poco. —Lo despojó del bañador y cerró la mano alrededor del pene. Luego clavó la mirada en los ojos de Edward—. ¿Sabes qué me han contado? Por lo visto Dolores del Río tenía el cutis tan perfecto porque hacía que una docena de jóvenes se masturbasen sobre su cuerpo y le dieran friegas con el semen.

—Nunca lo había oído. —Se echó a reír—. Estás un poco loca, ¿sabes?

Blanche se unió a las risas de él.

—Pero también soy muy agradable. Al fin y al cabo, la mujer del jefe bien está que disfrute de ciertas ventajas.

—Y yo que creía que íbamos a vernos para cambiar impresiones sobre el guión.

— ¿Acaso no te gusta este guión? —dijo ella al tiempo que atraía el pene hacia el interior de su boca.

 

 

Bella atravesó el salón de la suite y se abrió camino entre las hileras de vestidos. Se los habían traído para que seleccionara los que más le gustasen. Calculó a simple vista que habría al menos doscientas prendas. Miró a Jacob.

—Es imposible que tengamos esto terminado para mañana.

—A lo mejor sería conveniente que nos quedáramos otra semana —sugirió él.

—No podemos. Paul el peletero va mañana a Los Ángeles.

—Quizá si nos damos prisa podamos tenerlo terminado para el sábado —apuntó él.

—Aunque así fuera, no podríamos coger el tren hasta el domingo, lo que significaría que llegaríamos a Los Ángeles el miércoles por la mañana. Y eso nos ocasionaría problemas. Ya conoces a Paul. Empezaría sin nosotros y nos quedaríamos atrapados.

—Se me ha ocurrido una idea —dijo Jacob.

Bella lo miró.

—Iremos en avión —continuó él—. «TWA», «United» y «American» tienen todos los vuelos a Los Ángeles desde Nueva York. Salen a las nueve, hora de Nueva York, hacen sendas paradas en Chicago y Denver, y aterrizan en Los Ángeles a las once de la noche del mismo día. Podemos marcharnos el domingo.

—No sé —dijo ella—. Me da un poco de miedo. Nunca he montado en avión.

—Dicen que es estupendo. Ofrecen un servicio muy bueno, y la cena y las bebidas son gratis. Al parecer es exactamente igual que si estuvieras en el salón de tu casa. Y sólo son catorce horas de vuelo en total... estarás metida en tu propia cama a medianoche.

Bella lo miró.

—Preferiría verme metida en tu cama en vez de en la mía. A fin de cuentas no me esperan en casa hasta el lunes por la mañana.

—A mí también me gustaría. Pero en los aeropuertos, como en las estaciones de tren, siempre hay periodistas. La noticia saldría en la Prensa. Y eso podría traerte problemas, porque ya se ha publicado lo de mi divorcio.

La muchacha se quedó pensando durante un momento.

—Supongo que tienes razón —dijo al fin con evidentes signos de depresión.

—Sería conveniente que aclararas las cosas con Edward nada más llegar a casa. Mientras no lo hagas no tendremos libertad para actuar como queramos.

Bella asintió con un ligero movimiento de cabeza.

—Tienes razón. —Hizo una pequeña pausa—. ¿De verdad piensas que los aviones son seguros?

—De no ser así no te lo hubiese sugerido —contestó él.

La muchacha miró con aire fatigado las hileras de prendas.

—Está bien. Saca los billetes.

—Me ocuparé de ello. —La miró—. ¿Piensas cenar con tus suegros?

Bella asintió.

—Se lo he prometido.

—Si no queda otro remedio, de acuerdo. Pero procura volver temprano. Te voy a echar de menos.

 

 

—Me encantan los bollos de matzo, tía —dijo Bella—. Y sigues haciendo el mejor pollo a la cazuela del mundo.

Esme asintió, satisfecha.

—Hay que saber elegir los pollos apropiados, aquellos que no tienen demasiada grasa.

Carlisle, que siguiendo su costumbre permanecía en silencio, eructó.

—Ya no es tan fácil —dijo después—. Durante la guerra el pollo era el rey; ahora todo el mundo quiere carne, y el bistec se ha convertido en el nuevo rey. Ya no es fácil comprar pollos de calidad.

—Pero no nos quejamos —dijo Esme—, Nuestros clientes se mantienen fieles. No olvidan que les tratamos bien durante la guerra, cuando cualquier cosa era difícil de conseguir.

—Ya lo sé —dijo Bella al tiempo que apartaba de sí el plato medio vacío.

Esme notó el gesto.

— ¿No te encuentras bien?

—Estoy un poco cansada —repuso la muchacha.

—A lo mejor no deberías seguir trabajando —le indicó Esme—. Cuidar de una niña ya es bastante fatigoso.

—Rosa es la que se encarga de Renesmee —reconoció Bella—. Yo no tengo que ocuparme de nada.

Esme la miró con suspicacia.

— ¿Y Edward? ¿Trabaja ahora?

—Acaba de empezar un nuevo guión.

— ¿Y cómo va el libro? —Preguntó Esme—. Ese que siempre decía que iba a escribir.

—No ha tenido tiempo de ponerse a ello —dijo Bella—. Se pasa la mayor parte de los días intentando que lo contraten para escribir guiones.

—Pues no debería hacer eso. El motivo por el que tú empezaste a trabajar fue para que él dispusiera de más tiempo para escribir.

—Pero las cosas han ido por otro camino —dijo Bella.

Esme le escudriñó el rostro.

— ¿Sigue yéndose por ahí de juerga?

Bella se quedó callada sin mirarla.

Su tía recogió los platos de la mesa. Mientras los colocaba en el fregadero de la cocina, habló por encima del hombro.

—Nunca cambiará —dijo—. Nunca crecerá lo bastante como para hacer frente a sus responsabilidades de hombre casado.

—Eso no es cierto —intervino Carlisle en defensa de su hijo—. Lo que pasa es que no es como los demás muchachos. Pero eso es algo que siempre hemos sabido.

—Los muchachos aún no son hombres —dijo Esme—. Mi Emmett sí que es ahora un hombre. Ha terminado la especialidad y pronto abrirá su propia consulta particular.

—Estupendo —dijo Carlisle—, Pero eso no tiene nada que ver con Edward. El es creativo, no una persona práctica.

Esme regresó a la mesa llevando tres tazas de té oscuro. Colocó una de ellas delante de Bella.

—Hagas lo que hagas —le dijo—, no se te ocurra tener otro hijo.

Bella la miró a los ojos.

—No tengo intención.

— ¿Y qué piensas hacer? —le preguntó Carlisle.

Bella no contestó.

Esme, que era muy lista, decidió intervenir.

—Bella tiene un empleo muy bueno. Ya gana más dinero que Edward. No necesita el dinero de él. A lo mejor se divorcia y se busca otro hombre que le convenga más.

Carlisle se enfadó.

— ¿Qué manera de hablar es ésa? Los judíos no se divorcian. Sería un shanda.

Esme era lista. Miró a Bella directamente a los ojos.

—No en California —dijo—. Muchos judíos se divorcian en California. No hay más que ver los periódicos. Todo el mundo se divorcia en Hollywood. Hasta el jefe de Bella, el señor Black, ha visto su nombre publicado en los periódicos a causa de su divorcio.

Carlisle miró alternativamente a una y a otra y bajó los ojos hacia la taza de té. Habló en voz baja.

—Recuerda únicamente una cosa —dijo tranquilamente—. No tires el agua sucia hasta haber conseguido otra nueva.

Capítulo 23: CAPÍTULO 22 Capítulo 25: CAPÍTULO 24

 
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