EL ESCRITOR DE SUEÑOS

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 28/05/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 27
Comentarios: 54
Visitas: 55480
Capítulos: 40

Edward Cullen sólo vive para dos cosas: hacer el amor y enriquecerse cuanto antes. Nacido en la miseria de Brooklyn, su ambición es convertirse en escritor de sueños. Su lucha desesperada por alcanzar la riqueza, el amor y la fama no conoce obstáculos y, en su insolencia desvergonzada, se considera a sí mismo un superdotado. Como escritor y como amante. Su carrera literaria está llena de altibajos, pero los fracasos no afectan para nada su ánimo; y siempre encontrará la mujer que le compense de esos sinsabores.

Alcanzar la gloria y la fortuna no es fácil, pero Edward Cullen tiene una confianza ciega en sí mismo. El triunfo es una intuición que nunca le ha abandonado. Ni cuando se movía en los bajos fondos neoyorquinos, ni cuando su talento le llevó a alternar en los círculos intelectuales y cinematográficos y en el mundo de la jet societyinternacional, en Hollywood, en Roma o en la Costa Azul.

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Capítulo 12: CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 11

El día de Acción de Gracias cayó la primera nevada del año. Edward estaba de pie ante la ventana contemplando la ciudad. La nieve caía aún en torbellinos, pero las calles se hallaban ya fangosas y de color marrón a causa del tráfico. Encendió un cigarrillo y miró el reloj. Eran las tres y media de la tarde. Sabía que las oficinas cerrarían más temprano de lo habitual. La fiesta que se celebraba aquel día y la tormenta de nieve formaban una combinación contra la que no se podía hacer nada. Al anochecer, las calles quedarían desiertas.

El teléfono que tenía junto a la máquina de escribir comenzó a sonar. Lo descolgó.

—Cullen.

En seguida reconoció la voz.

—Feliz día de Acción de Gracias —le dijo Kristen Shelton.

—Igualmente, señorita Shelton —respondió él. Luego, con curiosidad, le preguntó—: ¿Está usted todavía en el despacho?

Ella se echó a reír.

—He estado trabajando hasta ahora y deseaba darle buenas noticias para que la fiesta de Acción de Gracias le resultase realmente feliz.

— ¿Acaso ha vendido otro relato? —le preguntó él comenzando a ponerse nervioso.

—Eso también —asintió ella—. Pero tengo algo aún más emocionante.

—Va usted a volverme loco de impaciencia —dijo él echándose a reír a su vez.

—Collier's le ha comprado ese relato que se llama Vacaciones en Coney Island por doscientos cincuenta dólares.

— ¡Es fantástico! ¿Qué puede haber mejor que eso?

—Los de la «Universal Pictures» han leído La ladrona y el detective y quieren convertirlo en una película. Con Margaret Sullavan y James Stewart como protagonistas. Recordará usted que tuvieron un gran éxito juntos en la película El bazar de las sorpresas.

— ¡No me lo puedo creer!

—En serio —dijo ella—. Han ofrecido dos mil quinientos dólares por los derechos y además quieren darle a usted otros cinco mil para que vaya a Hollywood veinte semanas a fin de trabajar en el guión. Están dispuestos a pagarle todos los gastos de estancia.

—Yo no sé hacer guiones de películas. ¿Están al corriente de eso?

—Sí, ya lo saben. Pero ésa es una situación muy frecuente. Por eso desean que un guionista trabaje con usted. Pero esto ha sido sólo la primera oferta. Estoy segura de que se hallan dispuestos a subir un poco esa cantidad. Por lo menos llegarán a tres mil quinientos dólares por los derechos y a siete mil quinientos por el guión.

—No los espante —dijo Edward, nervioso—, A lo mejor piensan que no vale la pena.

—No los asustaré —le indicó ella en tono tranquilizador—. Ya he pasado antes por estas circunstancias. Siempre podemos coger la primera oferta y salir corriendo.

—Usted es la experta. Haré lo que usted diga.

—Gracias —dijo ella—. Aprecio la confianza.

—No, señorita Shelton. Soy yo quien debe darle las gracias a usted.

—No se preocupe. El asunto estará definitivamente resuelto a finales de esta semana. Le llamaré el lunes para comunicarle el resultado.

Edward se quedó mirando el teléfono hasta que acabó de asimilar la noticia.

— ¡Albricias! —gritó en medio de la habitación vacía. Cogió el auricular y se apresuró a llamar a su casa. Puede que ahora se creyeran que era un escritor de verdad. Pero nadie contestó al teléfono.

Se sentía a punto de estallar de alegría por la noticia. Necesitaba hablar con alguien. Llamó a su prima al lugar en donde trabajaba.

—En este momento me iba a una reunión —le dijo Bella apresuradamente.

—No tardaré ni un minuto. Tengo que darte una noticia. Acabo de venderle otro relato al Collier's y la «Universal» quiere hacer una película basada en la historia de La ladrona y el detective.

—Te felicito —dijo ella aunque no parecía muy entusiasmada—. Yo también tengo una noticia que darte.

— ¿Qué es? —le preguntó Edward.

—Creo que estoy embarazada —dijo su prima en voz baja—. Tengo ya un retraso de tres semanas.

— ¡Mierda! —Exclamó él—, ¿Estás segura?

—Tengo miedo de ir al médico para comprobarlo. Emmett llega la semana que viene. ¿Qué voy a decirle?

—No le digas nada. La boda será este fin de semana. Cinco semanas no significan nada. Muchos bebés primerizos nacen antes de tiempo.

—Vete a la mierda —le dijo ella, enfadada—. ¿Es que el hecho no significa nada para ti?

—Claro que sí. Por eso te digo que te calles. Si dices algo todo el mundo resultará afectado. Toda la puñetera familia.

Bella se quedó callada durante un momento.

— ¿Crees que funcionará?

—Seguro —dijo Joe con convencimiento—. Ni siquiera se te notará hasta los tres meses.

—Tengo los pechos muy abultados.

—Eso también pasa con frecuencia antes del período. Muchas veces me has contado que se te hinchan las tetas cuando vas a tener la regla.

—Estoy muy nerviosa —continuó ella—. Emmett es médico. ¿Y si se da cuenta?

—Médico o no, Emmett sigue siendo un infeliz. Si haces lo que te digo todo saldrá bien.

—Tengo que irme ahora mismo —le indicó ella—. Ya llego tarde a la reunión.

—Ya hablaremos después —le dijo Edward—. Estate tranquila. —Oyó el sonido del teléfono cuando ella colgó. Miró fijamente el aparato—. ¡Cojones! —se dijo—. ¿Quién inventó eso de que una virgen nunca se queda preñada la primera vez?

 

 

Carlisle cortó una rebanada de brust flanken, la puso en el plato y, para suavizarla, le añadió un poco de rábano picante. Miró a Esme y a Bella, que estaban sentadas frente a él, y les habló con la boca llena.

—Hoy hemos vendido ciento veintiún pavos.

—Qué bien —dijo Esme al tiempo que hacía un gesto de aprobación.

—Pero Al ha vendido más de cuatrocientos —gruñó él.

—No te quejes —le dijo su esposa—. Recuerdo que hace cinco años nos considerábamos muy afortunados si vendíamos veinte o treinta. ¿Quién sabía algo de pavos en aquella época? Entendíamos de pollos y de capones, pero no de pavos.

Carlisle mojó un poco de pan ácimo en la salsa.

—Esto está muy bueno, mamá —comentó saboreándolo.

—Tienes suerte de estar en el negocio —dijo ella—. Si no, a lo mejor estabas comiendo pavo en lugar de brust flanken. Hay que ver cómo se están poniendo los cupones para la carne. Por eso nuestra gente compra pavos, porque los pollos y los capones son muy difíciles de conseguir.

—Yo preferiría morirme de hambre antes de llegar a eso —dijo Carlisle—. La carne de pavo es muy seca y no tiene sabor.

—Deja ya de quejarte —le recriminó Esme—. Los pavos es lo que te deja más dinero.

—Eres una buena vendedora. ¿Por qué no vas a la tienda como antes? No tienes nada que hacer en casa.

—La mujer de Al no va a la tienda —puntualizó ella.

—Jamás lo ha hecho. No ha tenido tiempo, siempre ha estado muy ocupada teniendo un hijo cada año.

—Eso no tiene nada que ver. ¿Qué impresión produciría el que yo fuera a la tienda y ella no? Todo el mundo pensaría que a ti no te iba tan bien como a él.

—A nadie le importa lo que yo haga o deje de hacer —dijo Carlisle. Cortó otra loncha de carne y se la puso en el plato—. Los judíos siempre se meten en problemas si la gente cree que les va demasiado bien. ¿Por qué crees que esos nazis la han tomado con nosotros? Porque están celosos.

—Esto es América, no Europa —observó ella.

—No seas estúpida. Aquí también hay un montón de nazis, así que más nos vale andar despiertos y callarnos. No le des a nadie motivos de envidia.

—Puede que el tío Carlisle tenga razón —intervino de pronto Bella.

— ¿A qué te refieres? —le preguntó Esme volviendo la mirada hacia ella.

—No creo que una gran boda en el «Twin Cantors» sea lo más indicado en este momento. Hay una guerra y todo el mundo sabe que el «Twin Cantors» es muy caro.

— ¿Quieres decir que no deseas casarte en el «Twin Cantors»? —le preguntó Esme, sorprendida—. A todas las chicas del mundo les gustaría casarse allí.

—Espera un momento —intervino Carlisle—. Es posible que la chica tenga razón. No se trata sólo del dinero. Recuerda que tenemos dos hijos y ninguno de ellos está en el Ejército. Y a mucha gente eso no le gusta.

—Emmett es médico y es del dominio público que los médicos casados no tienen que ir al Ejército —apuntó Esme.

—Lo saben, y pensarán que ése es el motivo por el que se casa. También hay quien piensa que Edward se las ha arreglado para eludir el reclutamiento. ¿Qué necesidad hay de darles la oportunidad de comprobarlo?

Esme se quedó en silencio durante un momento; luego habló dirigiéndose a su sobrina.

— ¿Y qué clase de boda te gustaría?

Bella miró a su tía.

—Una boda íntima. Sólo nosotros, la familia. Y en el juzgado, donde nadie nos conoce.

— ¿Sin rabino?

—En el juzgado no hay rabinos. Pero también es legal.

— ¿Y si lo hiciéramos aquí, en casa, con un rabino? —Preguntó Esme—. En cierto modo, sin rabino parecerá que no te casas.

Bella asintió.

—Si quieres lo haremos aquí, pero recuerda que Edward no podrá venir. Nos exponemos a que alguien lo vea y haga preguntas. En el juzgado nadie sabrá quién es.

Carlisle miró a su mujer.

—La chica tiene razón. Hay que hacerlo inteligente y prudentemente.

Los ojos de Esme empezaron a llenarse de lágrimas.

—Lo único que deseo para mis hijos es que sean felices y no tengan problemas.

Bella se acercó rápidamente a su tía y la abrazó.

—Por favor, tía Esme —le dijo con dulzura empezando a llorar ella también—. Por favor.

— ¿Por qué, oh Dios mío, he tenido que vivir en una época como ésta?

—No culpes a Dios —dijo Carlisle levantándose de la mesa—. ¡Es ese jodido Adolf Hitler!

El llanto de Esme se transformó en rabia.

—Entonces me importa un comino. Si no hay rabino, no hay boda. ¡No permitiré que mis hijos vivan en pecado!

El teléfono se puso a sonar y Carlisle lo cogió.

— ¿Diga? —Se quedó escuchando un momento y luego las llamó por encima del hombro—. Es Edward. —Se volvió de nuevo hacia el auricular—, ¿Sí, Edward?

La excitada voz de su hijo se dejó oír por el teléfono.

—He vendido otro relato al Collier's, y la «Universal Pictures» quiere comprarme los derechos de la primera historia que publiqué para hacer una película en Hollywood. ¡Van a pagarme siete mil quinientos dólares!

— ¿Siete mil quinientos? —Le preguntó Carlisle, incrédulo—. ¿Dónde está el truco?

—No hay truco, papá. Esto marcha cada vez mejor. Quieren que vaya a Hollywood para colaborar en el guión.

— ¿Cuándo?

—En seguida. Puede que la semana que viene.

— ¿Tan pronto?

—No importa, papá —le comunicó Edward—. ¡Es la oportunidad de mi vida!

Carlisle se volvió hacia su esposa.

—Esme—le dijo con orgullo—. Nuestro Yussele es un escritor de verdad. Se va a Hollywood para hacer una película. Creo que, en resumidas cuentas, eso significa que tendrás una boda con rabino.

 

Capítulo 11: CAPÍTULO 10 Capítulo 13: CAPÍTULO1 2

 
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