Bella permanecía tumbada en la cama, observando cómo subía y bajaba el pecho de Edward al ritmo de su respiración. Suspiró. La luz que se filtraba a través de las cortinas anunciaba que faltaba ya poco para el amanecer.
-Bueno, Edward -musitó para no despertarlo-. Has ganado. Ahora sé que no puedo correr el riesgo de que te vayas a Melbourne sin mí, no puedo arriesgarme tampoco a que no vuelvas a pedirme nunca más que me case contigo, no quiero arriesgarme a que esta sea la última vez que puedo estar así contigo.
Suspiró de nuevo y se tumbó de espaldas, pensando en el futuro que la esperaba si se casaba con el hombre que estaba a su lado. ¿Le sería fiel? ¿Sería un buen padre? ¿Sería capaz de compartir toda su vida con ella, como habían hecho sus propios padres?
Porque eso era exactamente lo que ella quería. No quería el típico matrimonio de la alta sociedad, donde las esposas terminaban convertidas en una especie de anfitrionas profesionales. Ella quería estar siempre al lado de sus hijos, quería que su marido durmiera todas las noches en casa y no tuviera que viajar constantemente por culpa de supuestos negocios. Bella comprendió con tristeza que jamás podría tener todo aquello que deseaba si llegaba a convertirse en la señora Cullen. El matrimonio que Edward le estaba ofreciendo sería probablemente un infierno. Pero ella misma se condenarla a un infierno mucho peor si decidía no ser su esposa. Cerró los ojos y se imaginó un futuro en el que jamás podría sentir sus brazos a su alrededor, en el que no podría recibir sus besos, en el que no oiría las dulces palabras que aquel día le había susurrado Edward al oído...en el que sus cuerpos no volverían a fundirse.
-Eres tan maravilloso... te adoro... Siempre te he adorado, siempre te he deseado... Estoy loca por ti...
Indudablemente, Edward había hecho aflorar aquellos sentimientos cada vez que habían hecho el amor durante aquel largo día... No había puesto límite a sus juegos y caricias para asegurarse de que ella estaba tan excitada como él y estaría de acuerdo en cualquiera de sus propuestas. Cuando se habían terminado los preservativos, no había dejado de hacer el amor con ella, simplemente había renunciado a buscar su propia satisfacción. Parecía encontrar el mismo placer en verla llegar al clímax.
Pero Bella se temía que toda aquella dedicación era su modo de intentar someterla a su voluntad, su forma de seducirla. Y desde luego, había tenido éxito, admitió con un sentimiento agridulce. Estando en la bañera, Bella le había dicho que algunas cosas no se conseguían fácilmente. Se reía de sí misma al pensarlo; por supuesto, en aquel momento no había pensado en su propia debilidad.
El sonido del teléfono la sobresaltó. ¿Quién podría ser? La única persona que sabía donde estaba era Alice. Bella había llamado a su compañera de piso para decirle dónde estaba y advertirle que iba a pasar la noche allí. Alice no habla parecido muy sorprendida y, para alivio de Bella, estaba a punto de salir de casa y no tenía mucho tiempo para preguntas.
-Contesta tú -balbuceó Edward-. Quizá esté ardiendo el hotel.
-¿Sí? -preguntó Bella intrigada en cuanto descolgó el teléfono.
-¿Eres tú, Bella?
¡Jake!
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