NOVENTA DIAS (+18)

Autor: ROSSE_CULLEN
Género: Drama
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 26/07/2014
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 79
Visitas: 141833
Capítulos: 65

"CHICAS ESTA HISTORIA ESTA LLEGANDO ASU FINAL SIGAN VOTANDO Y COMENTEN UN FINAL ALTERNATIVO"

Tras poner punto final a su relación días antes de la boda, Isabella  Swan decide romper con su vida anterior y se muda a Londres dispuesta a empezar de cero. Ella cree estar lista para el cambio, pero nada la ha preparado para enfrentarse a Edward Cullen. Edward sabe que nunca podrá dejar atrás su tormentoso pasado, aunque para no asfixiarse en éste hace tiempo que se impuso unas estrictas normas que rigen todas sus relaciones. Y jamás se ha planteado transgredirlas? hasta que conoce a Isabella. Arrastrados por la pasión y el deseo, vivirán una intensa relación dominada por los peculiares gustos sexuales de Edward. Bella  le concede todos sus caprichos hasta que él le pide algo que ella no se siente capaz de dar. Sin embargo, antes de que la joven tome una decisión, el destino se entremete y Edward  sufre un grave accidente. ¿Bastarán noventa días para que Bella se atreva a reconocer que una historia de amor como la suya es única e irrepetible?

 

ESTA HISTORIA ES UNA ADAPTACION DE UN LIBRO QUE APENAS ACABO DE LEER QUE ES DEL AUTOR "M.C Andrews" TITULADO DE LA MISMA FORMA PERO CON LOS PERSONAJES DE S. MEYER.

 

 *chikas si lo que quieren es una historia divertida les recomiendo mi otro finc llamado.

"dificil amar *18"

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 58: capitulo *57

Nunca cinco minutos se me han hecho tan eternos.

Tengo que reconocer que a Edward se le da mucho mejor que a mí ocultar su deseo. O eso creo, hasta que veo que flexiona los dedos de la mano izquierda por debajo del mostrador de recepción. O que desvía la mirada hacia la cinta que lleva alrededor de la muñeca.

Una noche, semanas atrás, después de hacer el amor, me confesó que lo tranquilizaba mirarla.Le veo darle la tarjeta de crédito al recepcionista. Éste le sonríe amablemente y le entrega la llave. Aparece un botones dispuesto a llevarnos el equipaje, pero Edward insiste en que no hace falta; para compensar la negativa, le entrega un billete de veinte libras y el joven retrocede sonrojado.

—No quiero que nadie nos entretenga —me dice en voz baja, cuando los dos estamos esperando el ascensor.

No estamos solos, un matrimonio de unos sesenta años sube con nosotros. Primero me ha dado pena que tuviésemos compañía, pero cuando Edward se ha colocado a mi lado, con la espalda apoyada en la pared del ascensor, y me ha dado la mano, me ha parecido el momento más perfecto del mundo.

Nosotros nos bajamos primero y, en el pasillo, él me entrega la llave. Yo la cojo con dedos temblorosos. Me emociona ver que recuerda todo lo que le he dicho en el coche.

Llegamos frente a la puerta y, milagrosamente, inserto la llave a la primera.

Después, todo sucede tan rápido que apenas puedo respirar.

Oigo el ruido de la bolsa al caer y supongo que Edward cierra la puerta de una patada, porque lo siguiente que soy capaz de percibir es mi espalda golpeando la pared del hotel.

Edward tiembla, aunque me temo que no tanto como yo. Me sujeta por las nalgas y, cuando me tiene firmemente apoyada contra la pared, aparta una mano para desabrocharse los pantalones.

Mientras su respiración resuena en la habitación, le muerdo el cuello y después lo beso donde he hundido los dientes.

—Dios, Isabella, para.

—No.

Me sube la falda y me arranca la ropa interior. Le doy un beso. Atrapo sus labios con los míos y gimo entre sus jadeos. Su mano derecha está bajo mis nalgas y flexiona los dedos sobre mi piel. Con la mano izquierda guía su erección hasta que…

—¡Edward!

Aparta la mano y me la coloca en la otra nalga para sujetarme con más firmeza. El beso es húmedo, ardiente, apasionado.

Deja de besarme, me pasa la lengua por el labio inferior y apoya la frente en la mía. Abre los ojos.

Le tiemblan las manos.

—Isabella, mírame. Por favor.

He cerrado los ojos de lo intenso que es el placer, de lo abrumada que me siento por su pasión, pero la voz de él me llega al alma.

—No bastará con el anillo de cuero —me dice asustado. Tiene la frente empapada de sudor y aprieta los dientes para contenerse—. Es demasiado.

Levanto las manos, hasta ahora las tenía en su espalda, y las llevo hacia su nuca. Le tiro del pelo y nuestros ojos se encuentran.

—Bésame, Edward, bésame como si lo único que te importase fuera que te devolviera el beso.

—No puedo, siempre que estoy contigo quiero más.

—Chis, tranquilo. Bésame.

—Me correré.

—No, no lo harás. Sé que no lo harás. Te aseguro que no lo harás. —Me lamo el labio inferior e intento detener mi propio orgasmo—. Y no por mi regalo de antes —sonrío y le doy un beso en los labios—, no terminarás porque yo te he pedido que no lo hagas. ¿De acuerdo?

Él niega con la cabeza y mueve las caderas.

Le tiro del pelo, sus manos se flexionan en mis nalgas y, con un movimiento de cabeza, aparta el pelo de entre mis dedos. Me enseña los dientes un segundo y entonces me atrapa el labio inferior entre ellos y me besa

—Me fascina la fuerza que desprendes.

—Isabella —susurra entre dientes.

—Bésame, Edward. —Lo miro de nuevo a los ojos y él me obedece.

Me besa con una calma que no poseía antes, a pesar de que su miembro tiembla imposiblemente erecto en mi interior. Me hace el amor con los labios y mueve despacio las caderas; a un ritmo destinado a enloquecernos a ambos. Entra y sale de mi cuerpo, poseyéndome hasta lo más hondo. Sé que si alguna vez tengo que superar su pérdida, no seré capaz; ningún hombre será para mí como Edward.

—Isabella, por favor. —Interrumpe el beso y me suplica. No quiere terminar y sé que no va a hacerlo porque yo se lo he pedido, pero eso no significa que su cuerpo no esté devorado por el mismo deseo que el mío.

—¿Por favor qué?

Me mira confuso un breve segundo y gracias al brillo de sus ojos veo el instante exacto en que recuerda lo que le he dicho en el coche.

—Por favor, Isabella, córrete.

Le sonrío y me parece imposible reflejar en mi rostro todo el amor que siento por ese hombre. Él mueve las caderas decidido y aprieta los dedos en mis nalgas. Yo lo recompenso subiendo las manos por su torso y tirándole del pelo.

—¿Por qué, Edward?

El corazón me late tan de prisa que parece una locomotora descarrilada. Las gotas de sudor resbalan entre mis pechos, que me duelen de lo excitada que estoy.

—¿Por qué, Edward? —gimo.

—Porque te pertenezco y necesito sentir que soy tuyo.

Es la respuesta perfecta. Y Edward  ha sabido encontrarla. Mi sexo se estremece y empiezo a temblar.

El orgasmo se extiende por todo mi cuerpo, lo recorre desde mi entrepierna hasta el último centímetro de mi piel. Noto como si su miembro me quemase por dentro, haciéndome suya de un modo que hasta ahora no me había imaginado, y aprieto los muslos alrededor de su cintura para retenerlo allí para siempre.

A él le resbala el sudor por la frente y la apoya en la mía un segundo. Nuestras miradas se funden.

—Isabella —susurra con la voz impregnada de todos esos sentimientos.

—Edward.

—Te amo.

Mi placer estaba llegando al final justo cuando ha dicho esas palabras y un segundo orgasmo ha rebasado por completo al primero. El calor recorre mis venas, erizándome la piel a su paso. Nuestros sexos se devoran, el mío quiere capturar el suyo y arrastrarlo hacia ese placer tan intenso, pero el de Edward tiembla enloquecido sin llegar al final.

Su entrega me está abrumando, el amor y el placer que me hace sentir me llenan los ojos de lágrimas.

—Edward, yo…

Él no me deja terminar. Sus labios cubren los míos en un beso igual de demoledor que los movimientos de sus caderas, igual de intenso y salvaje. Igual de posesivo. Lo muerdo, no puedo contenerme, y le tiro del pelo. Su miembro se estremece y a él se le escapa un gemido.

El orgasmo que me ha hecho sentir ha sido casi eterno, pero empieza a retroceder igual que una marea siguiendo la luna y me veo capaz de contenerlo y de centrarme en Edward. Aflojo despacio las piernas y, aunque me tiemblan, pongo los pies en el suelo.

Su pene sale de mi interior y a él parece dolerle la leve caricia del aire. El miembro tiembla erecto, el aro de cuero negro sigue presionándole un extremo y la punta está húmeda, como si llorase.

Los dos nos hemos quedado sin aliento, pero Edward apoya las manos en la pared a ambos lados de mi cuello para sujetarse. Le tiemblan los brazos de la tensión, y yo levanto una mano para deslizarla por su bíceps derecho hacia abajo, hasta tocar la cinta que simboliza que me pertenece.

Edward se estremece y tiene que apretar la mandíbula.

—Ven.

Le cojo la mano y entrelazo nuestros dedos para recorrer juntos los pocos pasos que nos separan de la cama. La habitación está a oscuras, ninguno de los dos hemos perdido un segundo para encender la luz, pero gracias a los rayos de luna que entran por la ventana, no hace falta.

En algún momento se me han caído los zapatos al suelo, así que camino descalza. Edward me aprieta los dedos con tanta fuerza que temo haberlo hecho ir demasiado lejos.

Me doy media vuelta y me topo con su torso. Me pongo de puntillas y le doy un beso en los labios. Tiemblan y están húmedos como si él acabase de lamérselos.

—Tranquilo, amor.

Él cierra los ojos un segundo y respira hondo antes de volver a abrirlos. Cuando lo hace, sus iris están fijos en mí.

—Voy a desnudarte.

Edward asiente en silencio. Creo que necesita de toda su fuerza de voluntad para controlar lo que está sintiendo.

Le levanto el jersey y, con su ayuda, se lo saco por la cabeza y los brazos. Lanzo la prenda al suelo sin preocuparme demasiado. Para hacerme el amor, él no se ha quitado los vaqueros, pero ahora parecen incapaces de seguir conteniendo los poderosos músculos de Edward, así que me apresuro a deslizárselos hacia abajo.

Evito adrede tocar su erección, pero mi pelo la acaricia sin darme yo cuenta y oigo que Edward respira entre dientes. Me pongo de rodillas para quitarle los zapatos y terminar de desnudarlo. Cuando me incorporo, se me detiene un segundo el corazón al ver a aquel hombre tan magnífico plantado ante mí. Esperando oír mis palabras. Dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de ser mío.

Ahora soy yo la que es incapaz de hablar. Me desabrocho el botón de la falda y la dejo caer al suelo.

Salgo del círculo de tela para quedar a apenas a unos centímetros del cuerpo de Edward. Su calor amenaza con quemarme, su erección me tienta con cada temblor.

Levanto las manos y me desabrocho los botones de la camisa uno a uno. Cuando termino, saco primero un brazo y luego el otro y dejo que caiga también al suelo.

La seda hace un ruido especial al caer distinto al resto de la ropa y quizá por eso vuelvo a fijarme en la tela. Entonces miro a Edward y veo que flexiona las manos a los costados; igual que el día que lo conocí, me recuerda a una pantera. La pantera más sensual y peligrosa que he visto nunca.

Me quito el sujetador, nerviosa, mientras mi mente no puede desprenderse de esa imagen.

—Ven —susurro, cogiéndole de nuevo una mano.

Sigue temblando. Está tan excitado y tenso que si quiero que se rinda a mí de nuevo tengo que recordarle que conmigo está a salvo. Conmigo puede dejarse ir por completo.

—Siéntate.

Está frente a los pies de la cama y hace lo que le digo. Su miembro se estremece, y veo que cuando sus testículos rozan la fría sábana, eso está a punto de llevarlo al límite, pero aprieta la mandíbula y se contiene.

—Tranquilo. —Le acaricio la mejilla, pero él intenta apartarse.

Me alejo un poco y veo que hace una inspiración profunda. La camisa arremolinada en el suelo llama de nuevo mi atención y voy a buscarla. Sé que Edward tiene los ojos fijos en mi espalda desnuda y me muevo despacio para sentir su caricia. Con la prenda en las manos, vuelvo a acercarme a él y apoyo una palma en su torso.

—Túmbate.

Lo empujo levemente hasta tumbarlo en la cama. Sigue con los pies apoyados en el suelo y en esa postura se le marcan los tendones de las ingles. Tiene las manos a ambos lados del cuerpo y sus dedos aferran las sábanas. Yo me arrodillo en el colchón a la altura de su cabeza e inclinándome hacia delante le susurro al oído:

—Levanta los brazos.

Obedece al instante y sus musculosos bíceps quedan por encima de su cabeza. La imagen es tan sensual que tardo unos segundos en recordar qué era lo que estaba haciendo. Miro el extremo de la cama, un cabezal de metal con un intrincado dibujo de flores.

Servirá.

Busco una de las mangas de mi camisa y rodeo con ella una de las muñecas de Edward. Hago un nudo y lo aprieto fuerte, entonces paso la prenda por detrás del adorno que me parece más grueso del cabezal y con la otra manga le ato la otra muñeca.

Perfecto.

Edward no se ha movido ni un centímetro, pero su respiración puede oírse en medio del silencio del dormitorio. Podría romper la tela, en realidad apenas le llevaría unos segundos hacerlo, pero a juzgar por cómo tensa los brazos para contenerse, no va a hacerlo.

De hecho, pienso satisfecha, podría haberle ordenado que levantase los brazos y no los moviese, pero así nos doy a ambos la ayuda que necesitamos. A mí me excita verlo con mi camisa atado a la cama y una parte de él sigue anhelando no poder moverse. Sentir que está a mi merced cuando, en realidad, soy yo quien está a la suya.

Me aparto de nuevo de la cama para decidir qué parte del cuerpo de Edward beso primero.

¿Los labios?

¿El torso?

¿El abdomen?

Él está esperando con los ojos cerrados. Un destello me distrae un segundo y veo que hay una cubitera con una botella de champán para darnos la bienvenida. Voy hasta ella y, al ver los cubitos de hielo, cojo uno sin dudarlo y me lo meto en la boca como si fuera un caramelo. Cojo un vaso y pongo un par de cubitos en su interior.

Regreso junto a Edward y, antes de que él abra los ojos o me pregunte nada, lo beso con mi boca tan fría. Él retrocede un segundo como si lo hubiese quemado, y tal vez haya sido así, pero en seguida separa los labios y se rinde a mi beso. Estoy sentada a un lado de la cama y cojo un cubito del vaso para deslizárselo por la parte interior del antebrazo, mientras sigo besándolo.

Edward tira de la camisa y el cabezal se sacude un poco.

—Tranquilo, amor —le susurro, apartándome.

—Más —suplica, levantando la cabeza en busca de mis labios.

Le doy otro beso y el hielo sigue descendiendo hasta llegar a su axila y a sus costillas. Detengo la mano con el hielo inmóvil en ella, hasta que noto que se derrite entre mis dedos, entonces dejo de besar a Edaward para colocar lo que queda del cubito en mis labios. Y lo vuelvo a besar. El agua helada resbala por entre nuestros labios y gotea en su cuello y en su torso. A tientas, cojo el otro cubito y lo coloco firmemente sobre uno de sus pezones. Él gime, pero capturo el sonido con otro beso y le muerdo el labio inferior para decirle que tiene que contenerse. Deslizo luego el hielo por su torso y lo detengo en el otro pezón. Esta vez no gime, pero tira tanto de la camisa que oigo que la tela empieza a rasgarse.

El segundo cubito empieza también a fundirse y dejo de besar a Edward para llevármelo a los labios. Él me mira, sus ojos siguen el hielo hasta mi boca y observan fascinados cómo desaparece. Una gota me resbala por el mentón y él se queda con la vista fija en ella.

Me levanto de la cama para ir por más hielo, pero mi nombre en sus labios me detiene.

—Isabella, por favor. Más no.

Me detengo y veo que su pene está sumamente erecto y apretado contra su cuerpo. Cambio de rumbo y me coloco entre sus piernas separadas. Sus muslos tiemblan cuando apoyo las manos y se los acaricio.

Me arrodillo y Edward solloza.

—Por favor.

Le doy un beso en los testículos y recorro su erección con la yema de los dedos. Se la rodeo con ellos y la guío hacia mis labios. Todavía tengo la boca helada, así que cuando deslizo la punta hacia el interior, Edward arquea tanto la espalda que tengo miedo de que se haga daño.

—Isabella —susurra como en una plegaria.

Separo los labios y dejo que su miembro descanse encima de mi lengua. Lo siento temblar y entonces cierro  la boca para envolvérselo por completo con mi aliento.

Edward intenta mover las caderas, pero yo lo retengo colocándole las manos encima.

Muevo la cabeza, marcando un ritmo lento que contrasta con los círculos que dibuja mi lengua en su prepucio.

Al cabo de unos segundos, que sé que a él le han parecido eternos y fugaces al mismo tiempo, levanto l mano derecha y toco el aro de cuero que tiene alrededor del pene. Busco a tientas el punto de unión de los dos extremos y, antes de seguir adelante, recorro su miembro con la lengua y dejo que salga de mi boca.

—No, Isabella, por favor.

—Chis, tranquilo, amor. —Lo sujeto con la mano izquierda y lo acaricio levemente para que no crea que voy a dejarlo sufrir—. Voy a quitarte el anillo de cuero —añado con voz ronca—, puedes correrte cuando quieras.

Su pene tiembla de nuevo entre mis dedos y una gota de sufrimiento parece escaparse de la punta. El torso de Edward sube y baja despacio y los músculos de sus antebrazos se tensan encima de su cabeza.

—No —dice apretando la mandíbula.

—¿No? Tienes que terminar, Edward, si no te dolerá. —Paso los dedos despacio por una de las venas más marcadas de su erección—. Y yo no puedo hacerte daño.

—No —repite él, pero antes de que yo pueda decir nada más, traga saliva y se humedece los labios para continuar—. No. Me correré cuando tú quieras. ¿De acuerdo?

Sonrío al ver que se ha apropiado de mi frase. Otro día tendré que torturarlo por ello, pero ahora mi corazón todavía no se ha recuperado de lo primero que me ha dicho.

—Me correré cuando tú quieras —repite con firmeza.

—De acuerdo.

Vuelvo a agachar la cabeza y a deslizar su miembro entre mis labios. Con la mano derecha, aflojo el aro de cuero y, cuando cae encima de la cama, siento que todo el cuerpo de Edward se estremece de pies a cabeza. Es un temblor apabullante, como si no hubiese ni un centímetro de su cuerpo que pudiese mantenerse quieto. Pero no eyacula.

Su fuerza y autocontrol no tienen límite. Acaba de demostrármelo. Y acaba de decirme que ambos me pertenecen.

Deslizo la lengua por su pene, no quiero perderme ni uno de esos temblores, y muevo la cabeza al ritmo que él parece necesitar.

Abro los ojos y veo que tiene la espalda completamente arqueada. Sus brazos están a punto de romper la camisa. Separo los labios y, despacio, dejo que su erección escape de su voluntario cautiverio.

—Volveré a besarte, Edward, volveré a meterte dentro de mi boca, y quiero que termines. No quiero que te contengas, quiero que te dejes ir por completo.

—No.

—Sí, Edward.

—No puedo.

—Claro que puedes. Puedes porque yo te lo pido. Puedes porque es lo que necesitas. —Sujeto su miembro con la mano derecha y se lo acaricio un instante—. Te correrás cuando notes la primera caricia de mis labios y no pararás hasta que rompas la camisa. ¿Lo has entendido? Vas a perder el control por completo y vas a entregármelo a mí, porque conmigo estás a salvo.

—No quiero hacerte daño.

—Sólo me lo harás si no haces lo que te digo. —Le acaricio despacio la rodilla izquierda, la que se destrozó en el accidente de coche que estuvo a punto de separarnos para siempre, y sé que él sabe por qué le estoy tocando precisamente ahora esa cicatriz—. Lo necesitas, Edward. Y yo también. Te besaré y mis labios te llevarán al orgasmo y cuando hayas roto la camisa, me harás lo que quieras sin pedirme permiso, porque igual que yo sé lo que tú necesitas ahora, tú sabrás lo que yo necesito después.

Le acaricio un poco más la rodilla y no puedo evitar girar la cara para depositar en ella un beso. Y después otro en el muslo. Y otro en los testículos, que casi se han pegado a su cuerpo del deseo que siente. Respira entre dientes, es como si su propia piel no pudiese contenerlo. Sólo yo.

—Una cosa más, Edward —le digo, acercándome más a su erección—. Te amo.

En el preciso instante en que separo los labios y deslizo la lengua por su prepucio, él empieza a eyacular y grita mi nombre con tanta desesperación que, si no estuviese ya enamorada, me habría enamorado en ese momento. La camisa se rompe y Edward se sienta en la cama de inmediato. Mueve las caderas porque es incapaz de no hacerlo y una mano temblorosa se enreda en mi pelo durante unos segundos.

Sentirlo tener un orgasmo en mi boca, estremeciéndose de placer y de dolor encima de mi lengua, es sensual y excitante. Maravilloso. Poco a poco, deja de eyacular, pero sigue moviéndose, deslizándose entre mis labios sin dejar de gemir mi nombre.

Muevo la mano izquierda por encima de las sábanas hasta encontrar la mano derecha de Edward. Entrelazamos los dedos y él vuelve a excitarse. Nunca había hecho algo así, ni siquiera me lo había imaginado. Sin embargo, con Edward mi imaginación no parece tener límites. Tal vez ahora podría…

Él se aparta de mí de repente y me sujeta con fuerza por los antebrazos. Me levanta y, echándose hacia atrás, nos tumba a los dos en la cama. Yo estoy encima y lo siento temblar excitado debajo de mí. Con los dientes afloja los nudos que le había hecho con la camisa y se quita los retales que seguían colgándole de las muñecas.

Estoy absorta mirándolo.

Coloca ambas manos en mis caderas y me levanta levemente para deslizar de inmediato su mano derecha debajo de mí y coger su erección.

Me penetra en un único movimiento y los dos nos tensamos al sentir la conexión. El deseo. La pasión. El amor que nos une.

Edward echa la cabeza hacia atrás y arquea el cuello. Flexiona los dedos encima de mis caderas y respira trabajosamente. Yo permanezco inmóvil, porque tengo que recuperar el control antes de poder moverme. A pesar de los orgasmos de antes, vuelvo a estar al límite.

—Necesito que me hagas el amor —confiesa, sin moverse él tampoco, pero mirándome a los ojos—. Has dicho que sabría lo que necesitarías, pero… —Se humedece los labios y su erección crece dentro de mi sexo—. Dios… si me necesitas tanto como yo a ti, si me amas tanto como yo a ti…

Le brillan los ojos y tengo miedo de que una parte de él siga temiendo que lo abandone.

—Más —le aseguro, colocando una mano en sus labios para hacerlo callar, al mismo tiempo que me incorporo un poco para empezar a moverme y a hacerle el amor, tal como me pide.

—No, déjame terminar. —Aparta la cara y me mira decidido—. Hazme el amor. Lo necesito. Te necesito. Por favor. Te necesito. Siento no saber qué necesitas…

Le cubro la boca con una mano y esta vez presiono con fuerza.

—Lo sabes. Siempre lo has sabido. —Dibujo un círculo con las caderas y ambos nos estremecemos de nuevo—. Necesito hacerte el amor y necesitaba que me lo pidieras. Lo has hecho muy bien, Edward.

Aparto la mano despacio y él me mira asombrado. Me levanto encima de su erección y, al descender, los dos cerramos los ojos un segundo, de tan intenso como es el placer. Esta vez va a ser corto. Nuestros cuerpos no pueden mantener la tensión mucho más.

Edward levanta levemente las caderas al ritmo de las mías y sigue flexionado los dedos encima de mi piel. Le cojo las manos y se las coloco sobre mis pechos, pero la muñeca derecha con esa cinta alrededor me hipnotiza.

Siempre lo ha hecho, al menos desde que él me pidió que volviera a ponérsela. Cedo a mis instintos y le cojo la muñeca para acercármela a los labios. Edward sigue mis movimientos con las pupilas dilatadas, y cuando mi boca se posa en la piel oculta tras la cinta para besarla, los dos llegamos al orgasmo.

Capítulo 57: capitulo *56 Capítulo 59: CAPITULO*58

 


Capítulos

Capitulo 1: CAPITULO *1 -Royal London Hospital Capitulo 2: CAPITULO* 2 -Noventa días antes Capitulo 3: CAPITULO *3 Capitulo 4: CAPITULO* 4 Capitulo 5: CAPITULO*5 Capitulo 6: CAPITULO *6 Capitulo 7: CAPITULO*7 Capitulo 8: CAPITULO -8 Royal London Hospital Capitulo 9: capitulo * 9 Capitulo 10: CAPITULO * 10 Capitulo 11: CAPITULO *11 Capitulo 12: CAPITULO * 12 Capitulo 13: CAOITULO *13 Capitulo 14: capitulo *14 Capitulo 15: CAPITULO *15 Capitulo 16: capitulo *16 Capitulo 17: AVISO (NUEVO FAN FINC EN PROCESO) Capitulo 18: capitulo *17 Capitulo 19: capitulo *18 Capitulo 20: capitulo *19 Capitulo 21: capitulo * 20 Capitulo 22: capitulo * 21 Capitulo 23: capitulo * 22 Capitulo 24: capitulo* 23 Capitulo 25: capitulo *24 Capitulo 26: CAPITULO *25 Capitulo 27: CAPITULO * 26 Capitulo 28: capitulo * 27 Capitulo 29: CAPITULO*28 "LA CINTA" EPOV Capitulo 30: CAPITULO *29 EPOV Capitulo 31: CAPITULO* 30 EPOV Capitulo 32: capitulo*31 EPOV Capitulo 33: capitulo*32 EPOV Capitulo 34: capitulo *33 EPOV Capitulo 35: CAPITULO*34 "TODOS LOS DIAS" Capitulo 36: CAPITULO *35 Capitulo 37: CAPITULO*36 Capitulo 38: CAPITULO*37 Capitulo 39: CAPITULO*38 Capitulo 40: CAPITULO*39 Capitulo 41: capitulo*40 Capitulo 42: capitulo *41 Capitulo 43: CAPITULO*42 Capitulo 44: CAPITULO*43 Capitulo 45: capitulo*44 Capitulo 46: capitulo*45 Capitulo 47: capitulo*46 Capitulo 48: capitulo*47 Capitulo 49: capitulo *48 Capitulo 50: CAPITULO *49 Capitulo 51: capitulo *50 Capitulo 52: capítulo*51 Capitulo 53: capitulo /52 Capitulo 54: capitulo 53 Capitulo 55: capitulo *54 Capitulo 56: capitulo 55**sin fin** Capitulo 57: capitulo *56 Capitulo 58: capitulo *57 Capitulo 59: CAPITULO*58 Capitulo 60: CAPITULO*59 Capitulo 61: capitulo *60"evitando lo obio" PV ALICE Capitulo 62: PV jASPER Capitulo 63: Capitulo 62 Capitulo 64: CAPITULO 63 Capitulo 65: epilogo1

 


 
14439554 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10757 usuarios