NOVENTA DIAS (+18)

Autor: ROSSE_CULLEN
Género: Drama
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 26/07/2014
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 79
Visitas: 141811
Capítulos: 65

"CHICAS ESTA HISTORIA ESTA LLEGANDO ASU FINAL SIGAN VOTANDO Y COMENTEN UN FINAL ALTERNATIVO"

Tras poner punto final a su relación días antes de la boda, Isabella  Swan decide romper con su vida anterior y se muda a Londres dispuesta a empezar de cero. Ella cree estar lista para el cambio, pero nada la ha preparado para enfrentarse a Edward Cullen. Edward sabe que nunca podrá dejar atrás su tormentoso pasado, aunque para no asfixiarse en éste hace tiempo que se impuso unas estrictas normas que rigen todas sus relaciones. Y jamás se ha planteado transgredirlas? hasta que conoce a Isabella. Arrastrados por la pasión y el deseo, vivirán una intensa relación dominada por los peculiares gustos sexuales de Edward. Bella  le concede todos sus caprichos hasta que él le pide algo que ella no se siente capaz de dar. Sin embargo, antes de que la joven tome una decisión, el destino se entremete y Edward  sufre un grave accidente. ¿Bastarán noventa días para que Bella se atreva a reconocer que una historia de amor como la suya es única e irrepetible?

 

ESTA HISTORIA ES UNA ADAPTACION DE UN LIBRO QUE APENAS ACABO DE LEER QUE ES DEL AUTOR "M.C Andrews" TITULADO DE LA MISMA FORMA PERO CON LOS PERSONAJES DE S. MEYER.

 

 *chikas si lo que quieren es una historia divertida les recomiendo mi otro finc llamado.

"dificil amar *18"

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Capítulo 37: CAPITULO*36

Capitulo *36

Cojo un taxi en la misma parada del hospital y le doy la dirección del piso que comparto con Alice. O, mejor dicho, del piso que ella accedió a compartir conmigo. Alice es mi mejor amiga, aunque me avergüenza reconocer que durante una época de mi vida me olvidé de ella y la dejé a un lado; durante mi noviazgo con James. Ahora todos esos recuerdos parecen formar parte de otra vida, de otra persona incluso. Se alejan de mí igual que las calles por las que circula el vehículo. Suelto el aliento y me recuesto en el respaldo del asiento.

Todavía estoy alterada por el beso, me temo que lo estaré durante mucho tiempo, y las preguntas y las dudas sobre Edward me saturan la mente hasta tal punto que cierro los ojos para no pensar. Dejo que el sonido del motor y de la radio que se oye de fondo me acunen y, como si se tratase de una película, revivo un recuerdo absurdo que creía casi olvidado: el del día en que rompí definitivamente mi compromiso con Edward y decidí mudarme a Londres. Era primavera, siempre había querido casarme en junio y llevaba meses planeando la que sin duda iba a ser la boda perfecta.

 (Es curioso cómo ciertos recuerdos pierden todo el brillo y se convierten en esperpentos con el paso del tiempo.)

 A mi familia siempre le había gustado mucho Edward, en especial a mi hermano Emmett, que lo consideraba uno de sus mejores amigos. Irónico, pienso ahora, cuando me marché de Forks, tuve que convencer a Emmett de que no valía la pena romperle la cara a James. Recuerdo que había quedado con mi novio para elegir las flores, pero me llamó la mujer de la floristería para anular la cita y yo, gracias a Dios, no llamé a James para decírselo, sino que decidí ir a su apartamento para ver si le iba bien que comiéramos juntos.

Allí lo pillé con una rubia de rodillas, practicándole «la mejor mamada de la historia», según sus propias palabras. Durante semanas, esa imagen me resultó muy dolorosa. Después, llegó a parecerme patética, pero ahora sencillamente me resulta lamentable. El sonido de un claxon me hace abrir los ojos y sonrío al comprobar que, efectivamente, estoy en Londres y no en Forks convertida en la esposa de un impresentable. Tal vez debería darle las gracias a James. Él me obligó a asumir la realidad mucho más pronto de lo que yo me habría atrevido a hacerlo; porque a pesar de que sé que me habría casado con él, también sé que, tarde o temprano, lo habría dejado y habría empezado mi verdadera vida. Con Edward. Sí, soy una romántica y por fin he dejado de negarlo o de avergonzarme de ello. Soy una romántica y creo firmemente en que el amor existe, pero no ese amor dulzón e infantil de los cuentos de hadas, sino el amor que domina todo tu ser y te impulsa a hacer cualquier cosa con tal de poseer a la persona amada. A mí el único hombre que me hace sentirme así es Edward y por eso ni se me pasó por la cabeza perdonar a James o volver a darle una oportunidad a lo nuestro cuando él me lo pidió hace unas semanas. Aunque reconozco que su petición le sentó muy bien a mi ego.

—Ya hemos llegado, señorita. Miro hacia la derecha y veo que el taxi se ha detenido delante de mi portal.

—Aquí tiene.

Pago la carrera y salgo del vehículo. El trayecto me ha tranquilizado. Me ha ido muy bien recordar cómo era mi vida cuando Edward no formaba parte de ella.

Entro en el apartamento, a oscuras y en silencio, pero con rastros más que evidentes de que Alice ha estado allí; unas zapatillas de deporte descansan junto al sofá y hay una copa de vino encima de la mesa. Voy directa a mi dormitorio y cojo una bolsa de deporte con intención de llenarla con un par de mudas, un pijama, el cargador del móvil y mi neceser de maquillaje. Centrarme en esos detalles prácticos evita que me asalten de nuevo las dudas acerca de Edward  y de lo que ha sucedido en el hospital. El beso ha sido maravilloso pero no soy tan ingenua como para creer que eso significa que ya está todo arreglado entre él y yo. Ni de lejos. Edward ha cedido a mis labios y ha aceptado el beso, incluso me lo ha devuelto, pero sus ojos han insistido en distanciarse de mí. Oigo girar la llave en la cerradura y salgo al pasillo para recibir a Alice.

Llevo días queriendo hablar con ella. Durante los noventa días que estuve con Edward, fue a la única a la que le conté levemente lo que Edward me estaba pidiendo, y ella no me juzgó, ni me miró como si estuviese loca. Sencillamente me dijo que tuviese cuidado. Cuando las cosas entre nosotros dos se torcieron, mi amiga me hizo mucha falta, pero durante esa época Alice tuvo que irse a Italia para visitar a su familia. Ahora quiero preguntarle por ese viaje.

Igual que por Jasper. No sé qué sucedió en Italia, sólo que él la acompañó y que ahora apenas pueden estar juntos en la misma habitación.

 —¿Hola? —saludó alice, indecisa, al entrar.

—Hola, Alice, estoy aquí.

 —He venido en cuanto me he enterado.

Deja el bolso encima de la mesa del comedor y se quita el abrigo. No puedo remediar sentir la misma envidia que siento siempre que la veo. Es guapísima y se ponga lo que se ponga se la ve sofisticada, aunque lleve vaqueros y una camiseta, como es el caso de hoy.

—¿Cómo te has enterado? Soy tan mala amiga que no he tenido la delicadeza de llamarla para ponerla al día del estado de salud de Edward.

Me avergüenzo de mí misma y me prometo que voy a remediarlo.

—jazz me ha mandado un mensaje. —Levanta el móvil que lleva en la mano y lo sacude levemente, mientras se acerca para darme un abrazo—. Me alegro mucho por ti, ya sabía yo que se iba a poner bien.

La generosidad de Alice me emociona y tras estrecharla también con fuerza, la suelto y, cogiéndola de la mano, me dirijo con ella al sofá.

—Creía que Jasper  y tú no os hablabais.

 Ambas nos sentamos. Alice se coloca un cojín en el regazo para abrazarse a él. Es una mujer alta y fuerte, una Española temperamental y decidida, segura de sí misma. Y, sin embargo, en ese preciso instante me recuerda a una niña pequeña a la que acaban de decirle que Papá Noel no existe.

—No quiero hablar de eso.

Ha estado pensativa durante bastante rato y tengo la sensación de que le ha costado decidirse por esa frase.

—¿Por qué? —Porque ya no es importante.

 No hay nada de que hablar. Enarco una ceja y la miro incrédula. Ella suspira resignada antes de decir:

—Jasper  y yo no queremos lo mismo en una relación. —Mueve las manos (realmente, lo de los Españoles y la gesticulación no es un tópico en el caso de Alice) de un lado al otro—. Lo que él quiere es imposible y los dos coincidimos en que es mejor que no nos veamos, al menos durante un tiempo.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que quiere Jasper? —Me sonrojo antes de añadir—: ¿Es como Edward?

Todavía me resulta incómodo hablar del tema, incluso con Alice.

—¿Como Edward? —repite ella, confusa—. ¡Ah, no! Edward quiere que tú le pertenezcas. Eso es romántico. Y sexy.

En este momento podría haber abrazado a alice, pero ella sigue hablando y me contengo.

—No puedo contarte lo de Jasper, Bella. No es mi historia.

Así es Alice, leal y honesta.

—Lo entiendo, sólo dime una cosa, ¿estás bien? —Busco la mano de ella encima del sofá y se la estrecho. Ella asiente con la cabeza y los ojos se le humedecen.

—Podría haberme enamorado de él, ¿sabes? Enamorarme de verdad, como tú y Edward.

—¿No podéis arreglarlo?

 Vuelve a mover la cabeza, aunque esta vez es para ofrecerme una negativa.

—No, no hay nada roto que se tenga que arreglar, Isabella. Sencillamente, Jasper necesita mucho más de lo que yo puedo darle. De lo que puede darle cualquier mujer —añade en voz baja.

Esta última frase me confunde; a mí Jasper  nunca me ha parecido nada complicado. En realidad, recuerdo que la noche en que lo conocí en el baile de máscaras pensé que era el hombre más normal que había conocido en toda mi vida hasta el momento. Incluso deseé sentirme levemente atraída por él, para ver si así podía olvidarme de la traición de James y del incomprensible y ardiente deseo que me estaba despertando Edward. Jamás habría imaginado que pudiese ser más de lo que aparentaba. Claro que quizá sólo se había mostrado como era de verdad delante de Alice. Igual que Edward conmigo.

—Basta de hablar de mí —declara Alice con firmeza y veo que las lágrimas están desapareciendo para dejar paso a una sonrisa—. Cuéntame cómo está Edward. ¿Cuándo le darán el alta?

—Todavía no lo sé, le han hecho unas pruebas esta mañana y más tarde pasará el médico para darnos los resultados. De momento, lo único que sé seguro es que tendrá que hacer rehabilitación por la pierna y el brazo.

—Bueno, estoy segura de que se recuperará. Y, tú, ¿cómo estás?

—Feliz. Asustada. Aliviada. Muerta de miedo.

Alice se ríe en voz baja.

 —Lo de feliz y aliviada lo entiendo; lo otro ¿por qué no me lo explicas? ¿Por qué estás asustada?

—Edward y yo discutimos semanas antes de que sufriese el accidente.

—Lo sé, me lo dijiste.

 —No te conté por qué.

Alice me mira intrigada y espera a que yo continúe.

 —Me pidió que le hiciese lo que me había hecho él a mí.

Suspiro abatida, porque sé que no me estoy explicando bien. Oigo palabras como «sumisión» y «dominación» en mi mente y las rechazo porque no reflejan en absoluto lo que él quiere de nuestra relación.

 —¿Qué te hizo Edward, Isabella ?

—Me enseñó lo que significa entregarse a otra persona, dejar tu placer en manos de otro. No sé explicártelo, Alice, pero por primera vez en la vida me sentí amada. Sentí que podía confiar en él, que podía entregárselo todo y que él cuidaría de mí como si fuese su mayor tesoro.

—Te envidio.

—Al principio no sabía si sería capaz de confiar tanto en Edward, de obedecer a ciegas sus peticiones o de dejarle que tuviese el control de mis reacciones. Pero cuando lo hice... —suspiré—... cuando me rendí a él y dejé que me guiase, no sólo sentí placer, sino que entraba en su corazón y él en el mío.

—¿Por qué discutisteis? No sé si acabo de entender lo que me estás contando y reconozco que no sé si yo sería capaz de entregarme así a otra persona. Vendarte los ojos un día en la cama con tu pareja siempre me ha parecido una manera divertida de pasar la noche, pero dejar que él domine mis reacciones, que controle mis respuestas y mis movimientos... —Negó con la cabeza—. No, no sería capaz.

Si Alice no lograba entenderlo, seguro que era porque yo no sabía explicar en qué consistía el deseo de Edward. Y si no sabía explicarlo, entonces ¿cómo podría satisfacerlo?

—Entregarte así a quien amas es maravilloso, liberador. No se trata sólo de sexo, o de una cuestión física, es como si tu alma necesitase hacer feliz a la de la persona que está contigo para a su vez ser feliz —termino.

 Es una definición cursi, pero la mejor que se me ocurre en este momento.

—Si es tan bonito, si te entregaste a él de este modo tan profundo —me dice Alice sin disimular su escepticismo—, ¿por qué lo dejaste?

—Porque Edward me pidió que intercambiásemos los papeles —suelto, confusa y enfadada. ¿Enfadada?

Ella me mira atónita y me doy cuenta de que parte de la rabia que he sentido últimamente se debe a que estoy enfadada con Edward por haberme obligado a dar un paso más. Por haberme planteado otro reto. A él no le bastaba con que yo confiase en él, quería que confiase en mí misma.

—¿Edward quiere que lo domines? No me gusta esa palabra, pero decido que de momento voy a darla por buena. Si quiero que mi conversación con Alice avance, no me queda más remedio.

—Sí.

—Pero si Edward es uno de los abogados más poderosos de Londres.

—¿Qué quieres decir con eso? —le pregunto, con una ceja enarcada, entendiendo perfectamente lo que está insinuando: que yo, una chica a la que prácticamente han plantado en el altar y que acaba de empezar a trabajar como algo más que una pasante en un bufete acepte ser dominada es «normal», que eso le suceda a un hombre fuerte y poderoso, no.

—Lo siento, Edward, no pretendía ofenderte —añade ella, contrita y sincera—. Es que —levanta de nuevo las manos, confusa—, ¿por qué?

—No lo sé —confieso y no tengo más remedio que contener un sollozo—. No lo sé.

Rompo a llorar. Ahí es donde reside el problema. No sé por qué Edward necesita que lo posea. No lo sé y me está desgarrando el corazón, porque tengo miedo de que sea por el motivo equivocado. Me aterroriza hacerlo mal y perderlo para siempre.

—Tranquila, tranquila. —Alice me abraza y me consuela—. Todo saldrá bien, ya lo verás. Me aparto de ella y me seco nerviosa las lágrimas con las manos. Llorar no servirá de nada, prefiero escuchar los consejos de mi amiga, o desahogarme con ella, antes de volver al hospital y perderme de nuevo en los ojos de Edward.

—Eso no lo sabes, Alice.

—Tienes razón, pero sí sé una cosa.

—¿Ah, sí? ¿Cuál?

—Que no vas a rendirte. Estás enamorada de Edward. —Levanta un dedo y me hace callar antes de que yo abra la boca—. No, no lo niegues. Lo quieres y por eso estás dispuesta a luchar por él.

—Si sabes tanto sobre el amor, ¿por qué no luchas tú por Jasper?

—Si pudiese, lo haría, créeme, pero a diferencia de ti, yo no tengo armas con las que luchar. — Niega levemente con la cabeza y sé que ha dado el tema por zanjado—. Mira, Edward  ha hecho mucho siendo sincero contigo. Yo no entiendo esto de la sumisión, y lo de confiar tanto en otra persona me da escalofríos, es verdad, pero estoy convencida de que debió de resultarle muy difícil abrirse a ti de esa manera.

—Lo rechacé, alice. —Juego nerviosa con el extremo de mi jersey—. Lo rechacé. Le dije que no podía hacerlo y él me echó de su apartamento. Cuando sufrió el accidente, llevaba semanas sin verlo.

—Tal vez, pero no olvides que seguías estando en su póliza médica. Apenas conozco a Edward, pero a juzgar por lo que tú me has contado, si de verdad hubiese querido echarte de su vida, te habría eliminado de ahí. No me parece que sea de esos hombres que hacen las cosas a medias. Si no hubiese querido volver a verte nunca más, te habría borrado de la póliza y te habría echado del bufete. Y, sin embargo, no hizo ninguna de las dos cosas. Piénsalo.

—Quizá no tuvo tiempo.

—No digas estupideces, Isabella. ¿Qué te ha dicho cuando se ha despertado?—Me mira igual que cuando éramos pequeñas y discutíamos por alguna tontería—. ¿Te ha echado de la habitación? ¿Le ha pedido al personal de seguridad del hospital que te prohíban la entrada?

—No.

—¿Lo ves?

—Está distante y cuando he intentado sacar el tema de nuestra discusión, ha dicho que no era el momento.

—Dios, Isabella , se acaba de despertar de un coma de una semana. Ha estado a punto de morir en un accidente. ¿No crees que tendrías que ser un poco más comprensiva?

 Me sonrojo y agacho la cabeza. alice siempre ha sido brutalmente sincera conmigo, por eso nos distanciamos cuando yo me comprometí con James, porque ella no lo soportaba. Está claro que mi amiga tiene un sexto sentido para los canallas, así que me conviene prestarle atención.

—Quiero ser comprensiva. Lo soy —me corrijo—. Pero tengo miedo de no hacerlo bien. ¿Y si meto la pata, Alice? Tú misma lo has dicho antes, Edward es un hombre fuerte, decidido, ¿qué diablos sé yo acerca de lo que necesita? ¿Cómo voy a ser capaz de lograr que se entregue a mí del modo en que él dice?

—Lo sabrás.

—¿Cómo?

—Porque le quieres —me dice sin más.

—Oh, vamos, alice, éste no es momento para frases sensibles. Esto va en serio.

—Lo he dicho muy en serio. Si le quieres, seguro que encontrarás la manera de ser todo lo que él necesita. Déjate guiar por tu instinto.

—¿Mi instinto? —repito incrédula—. Mi instinto me dice que lo abrace y que le pregunte qué tengo que hacer. Pero Edward no quiere eso, quiere justamente lo contrario.

—No sé qué decirte, Isabella, quizá te estás preocupando demasiado. Tal vez tendrías que hablarlo con él y ver qué pasa.

—Me compré varios libros.

—¿Libros? —Ahora la confusa es Alice.

 —Sí, sobre la dominación en el sexo. Varios manuales y distintas novelas de ficción, eróticas.

—¿Ah, sí? —Mi amiga me sonríe al ver que he vuelto a sonrojarme—. ¿Y qué tal?

—Mal. Los manuales son fríos y me ponían la piel de gallina, hay algunos aparatos que parecen sacados de una película de terror. No me malinterpretes, me parece fantástico que haya gente que los use, pero no son para mí ni para Edward. Y las novelas eróticas me parecieron divertidas, entretenidas, sensuales incluso, pero ninguna reflejaba lo que siento por él. Ni lo que vi en sus ojos cuando me pidió que lo obligase a entregarse a mí.

—Entonces ahí tienes tu respuesta. Lo que está pasando entre vosotros no encaja con ningún manual porque es de verdad. Fíate de ti y confía en él, sólo así llegarás a saber qué tienes que hacer.

Me quedo unos segundos pensando. Parece tan sencillo... Y tan difícil al mismo tiempo. Sólo tengo una oportunidad y mis únicas armas son mis sentimientos y el convencimiento de que soy capaz de hacer feliz a edward. De hacerle olvidar todo ese pasado que todavía no me ha contado y de darle una vida de verdad.

 —Tienes razón, alice. Tienes razón.

Me pongo en pie, le doy un abrazo y la beso en la mejilla, y salgo apresurada hacia mi dormitorio.

—¿Adónde vas? —me pregunta desde el pasillo y en su voz detecto la sonrisa que me imagino en sus labios.

—Al hospital, el doctor black no tardará en pasar por la habitación para comentar los resultados de las pruebas y antes quiero pararme un segundo en el apartamento de Edward para recoger unas cosas.

—Entonces ¿qué? ¿Vas a seguir adelante?

Levanto la vista y veo que está apoyada en el marco de la puerta, con los brazos cruzados.

—Por supuesto. Haré todo lo que sea necesario, Edward es mío.

—¿De verdad no te molesta?

—¿El qué? —Meto el pijama dentro de la bolsa y centro toda mi atención de nuevo en Alice.

 —¿Pensar que él te considera de su propiedad? —No soy de su propiedad, soy el centro de su vida. Es distinto. ¿A ti no te gustaría?

—¿Ser el centro de la vida de un hombre? —Se queda pensativa—. Sí, creo que sí —responde, sorprendiéndose a sí misma—. Antes, cuando me he extrañado de la petición de edward...

 —¿Sí?

—No quería insinuar que me parezca mal que te entregues a él. Nunca he pensado que eso signifique que eres débil o cobarde. Por lo que me has contado, me parece que de las dos posturas es la más valiente.

—¿En serio?

—En serio. Edward tiene que ser más fuerte de lo que yo creía si está dispuesto a entregarse de esa manera. Y si se ha atrevido a hacerlo, es porque sabe que puede confiar en ti, Bella.

 —Gracias, Alice. Significa mucho para mí que me digas eso.

—Vamos, vete ya. Llámame cuando hayáis hablado con el médico. Prometo ayudarte con el traslado.

—No vayas tan rápido, de momento no voy a irme a ninguna parte.

—De momento.

Salgo del piso de Alice mucho más decidida de lo que he entrado. Ciertas frases no dejan de repetirse en mi cabeza y me dan ánimos, expulsando de ella mis antiguas dudas e inseguridades. Voy a poder. Seré todo lo que Edward necesita. Superaremos nuestra discusión, nuestros problemas y saldremos de ésta. Le pido al taxista que me espere; acaba de detenerse frente al portal del edificio del apartamento de Edward El hombre asiente y yo bajo del taxi. El portero del lujoso edificio sale a mi encuentro y me pregunta por Edward. Me reconforta saber que a los ojos de los demás somos una pareja. Es una tontería, lo sé, pero me hace sentirme bien. Si es tan evidente, a él le resultará más difícil negarlo. Le explico que ha recuperado la conciencia y el hombre me abraza inesperadamente.

—Lo lamento, señorita —se disculpa al apartarse—. Espero que el señor Cullen se recupere pronto del todo.

—No se preocupe —lo tranquilizo de inmediato. Edward sabe ganarse el cariño y el respeto de la gente que tiene a su alrededor—. Le diré que ha preguntado por él.

—¿Puedo ayudarla en algo, señorita?

—Llámeme Bella y no, sólo iba al apartamento a recoger un par de cosas.

—El otro día estuvieron aquí unos señores preguntando por el señor Cullen . Se me hiela la sangre al instante.

 —¿Unos señores? —repito calma y disimular mi preocupación.

—No les dije nada. Sé que el señor Cullen  es muy celoso de su intimidad.

 —¿Eran periodistas?

Tal vez no sea tan malo como me imaginaba. No sería la primera vez que la prensa se interesa por Edward y, al fin y al cabo, su accidente ha tenido mucha repercusión por el halo de misterio que lo rodea.

—No creo, señorita Bella. —El portero es de la vieja escuela—. Si me permite mi opinión, parecían dos matones. Llevaban traje oscuro y corbata, pero ambos tenían las muñecas tatuadas y uno llevaba otro tatuaje en el cuello. Los eché del edificio y les dije que llamaría a la policía si volvían a aparecer por aquí.

 —Hizo usted muy bien. ¿Se acuerda de qué día fue eso?

—El miércoles pasado, señorita. Lamento no habérselo dicho antes, pero usted no ha venido por aquí y no tengo su número.

—¿Tiene un papel? Voy a anotárselo.—Una libreta aparece ante mis ojos casi por arte de magia. Apunto el número de mi móvil y se la devuelvo—. Si vuelven, o si sucede algo inusual, lo que sea, llámeme.

—Por supuesto, señorita. —Se detiene un coche ante el portal y de su interior bajan los propietarios de otra de las viviendas—. No se preocupe. Si me disculpa... 

—Vaya, vaya.

El portero se apresura a abrir la puerta y yo me meto en el ascensor. Cuando llego al ático, respiro hondo antes de poner un pie en el pasillo. Jugueteo con la llave que sostengo entre los dedos y éstos me tiemblan cuando la deslizo en la cerradura. Suspiro aliviada al notar que gira. Por un instante he temido que Edward la hubiese cambiado. El nudo que tengo en el estómago no se me afloja al entrar en este apartamento lleno de recuerdos. Intento no entretenerme, pero mis ojos insisten en detenerse en cualquier lugar cargado de significado. La ventana frente a la que Edward me enseñó por primera vez lo difícil que era obedecer la petición más simple: estarme quieta. El sofá donde estaba sentado el día que le traje magdalenas de chocolate. La cama en la que me vendó los ojos y me hizo el amor.

El escalón donde se sentó aquella mañana, después de contarme que la cicatriz que tenía en la comisura de su boca se la había hecho su tío cuando él tenía diecisiete años. La silla de la que se levantó para quitarme la cinta, el día que le dije que no podía darle lo que quería. La primera noche que entré en este apartamento lo encontré frío, carente de la fuerza que siempre emanaba de Edward. Hoy me parece vivo, lleno de sentimientos y los más profundos de éstos son la tristeza y el dolor. Tengo que marcharme de aquí cuanto antes. Este lugar se ha impregnado del dolor de Edward, las noches que pasamos aquí juntos se han perdido, desvanecido para siempre. No, me niego a creerlo y subo de nuevo la escalera que conduce al piso de arriba. Arranco las sábanas de la cama y, sin pensarlo, las lanzo a un lado. Esta habitación es la única que he compartido de verdad con Edward, ésta y la de su casa en la Toscana, donde me ató de pie a los postes de la cama. Ahora no me basta con eso, no voy a conformarme con eso. Y él tampoco. Edward tal vez no lo sepa, pero me necesita en todas partes, no sólo en la cama, igual que yo a él. Me agacho para recoger las sábanas y hacer algo tan doméstico como meterlas en la lavadora me da ánimos. Pondré unas limpias y compraré flores. Alice tenía razón, pienso con una sonrisa, tendrá que ayudarme con la mudanza.

Capítulo 36: CAPITULO *35 Capítulo 38: CAPITULO*37

 


Capítulos

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