CAPITULO* 50
No puedo quitarme de la cabeza lo que me ha dicho Howell, ni la sonrisa de satisfacción que he visto en su rostro. Quiero llamar a la policía, pero después de lo que sucedió la última vez, decido llamar antes a Edward. No contesta. Llamo tres veces y en ninguna consigo hablar con él. La cuarta, dejo resignada un mensaje en el buzón:
—Soy yo, Edward, no borres este mensaje. Acabo de ver a Howell y me ha insinuado que tu tío no se ha dado por vencido y que está tramando algo. Ten cuidado, por favor. Llámame. Te necesito. Te amo.
Cuelgo antes de echarme a llorar y busco la tarjeta del detective Riley Biers . Su móvil tampoco contesta y salta a la centralita de la policía, donde dejo el recado y le pido a la operadora que se asegure de que Biers lo recibe. Seguro que estoy paranoica, pero prefiero quedar como una histérica delante de todos a tener que arrepentirme. Sé que a Edward no le gustará que me presente en el apartamento sin avisar y sin que me haya invitado. Sin embargo, cojo mi abrigo y le digo a Angela que tengo que salir a hacer algo muy importante. No entro en detalles y ella no pregunta, probablemente porque yo ya tengo un pie prácticamente en el ascensor. El trayecto hasta el apartamento de Edward se me hace eterno y no dejo de imaginármelo malherido en alguna parte. El portero me asegura que no ha visto a nadie y que Edward ha salido esta mañana temprano en dirección a la clínica de rehabilitación. Subo al apartamento de todos modos y entro con mi llave. No me doy cuenta de que hay alguien oculto entre las sombras hasta que es demasiado tarde.
—Vamos, señorita Swan, abra los ojos. Me estoy aburriendo.
Abro los ojos y descubro que estoy sentada en el sofá, con las manos atadas delante de mí con una cuerda y que tengo una pistola apuntándome. Quien sostiene el arma es Marco Cullen en todo su esplendor.
—No grite o le pegaré un tiro y se perderá toda la explicación.
—Howell —farfullo furiosa. Me han tendido una trampa. Marco Cullen se ríe.
—No se lo tenga en cuenta. El bueno de Howell estaba en deuda conmigo y me ha hecho este pequeño favor. Aunque, a juzgar por lo contento que estaba, creo que me habría ayudado de todos modos. Es usted muy previsible, señorita Swan. La verdad es que me ha decepcionado.
—Ahora soy yo la que se está aburriendo.
—Ha tardado exactamente media hora en salir corriendo para salvar a mi sobrino. —Chasquea la lengua—. Tendría que haberlo pensado mejor.
—¿Qué es lo que quiere? Deduzco que si sólo quisiera matarme, ya estaría muerta.
—Eddy lleva demasiados años provocándome, lo de Vulturi ha sido la gota que colma el vaso y he decidido que ya no quiero seguir jugando con él. Ha llegado el momento de poner punto final y él tiene que pagar por todo lo que me ha hecho.
—Creo que en realidad Eddy no es su sobrino. —lo provoco—. ¿Cómo puede hacerle daño a su propio hijo?
—Muy bien, señorita Swan, muy bien. Sí, Eddy es hijo mío, una auténtica vergüenza si me lo permite. Fue un momento de debilidad. Mi hermano no dejaba de hablar de lo maravillosa que era su esposa y no se me ocurrió mejor manera de demostrarle que se equivocaba que acostándome con ella. El pobre nunca se recuperó de su infidelidad y a partir de entonces lo tuve para mí solo.
—Es usted repugnante.
—Oh, vamos, no finja. Edward es igual de repugnante que yo.
—No.
—¿Todavía no le ha contado lo que le sucedió a Elizabeth ni por qué se suicidó? Vaya, ese chico está peor de lo que creía.
—¿Qué es lo que quiere? —insisto.
—Matarla, por supuesto. Pero voy a adornarlo un poco, primero la ataré a esa cama y la azotaré. Mi sobrino no es el único que lleva años recopilando información. Yo también estoy al tanto de sus gustos y tengo unas fotos maravillosas que los demuestran. Todo el mundo creerá que ha sido él, quizá incluso lo crea el propio Eddy. Seguro que esta vez lo arrestan por asesinato o tal vez se vuelva loco de verdad. O se suicide, como la débil de su hermana. La cuestión es que desaparecerá de mi vida para siempre.
Oigo una llave en la cerradura y voy a gritar, pero no llego a tiempo, Marco Cullen se anticipa y apunta con el cañón al recién llegado. Edward.
—Vaya, Eddy, qué sorpresa, creía que llegarías más tarde. No importa, pasa, pasa.
Edward fija sus ojos en mí en busca de heridas.
—Estoy bien —le aseguro. A pesar de las circunstancias, me alegro muchísimo de verlo. Camina mejor que antes, aunque sigue llevando la muleta, y tiene buen aspecto, exceptuando las ojeras que le oscurecen la parte inferior de los ojos. Cierra la puerta y se enfrenta a su tío.
—Suelta a Isbella, es a mí a quien quieres.
—Sí, pero el mejor modo de tenerte a ti es teniéndola a ella. No podías parar, ¿no? —le recrimina —. Tenías que llegar hasta el final. Supongo que en esto te pareces a mí.
—No me parezco a ti en nada, Marco.
—Tanto odio, tanta determinación... y tan mal aprovechada.
—Suelta a Isabella —repite Edward.
—Tranquilo, ella no me gusta tanto como Elizabeth.
Yo me quedo sin aliento al oír esa insinuación y Edward aprieta los dientes.
—Cállate.
—¿Por qué? ¿No te gusta recordar a Elizabeth? Era tan dulce, tan buena... Me acuerdo del día que se dio cuenta de que tú me gustabas más que ella. Se asustó tanto —dice con una sonrisa y, para mi horror, tengo la impresión de que se está excitando—. Tu madre le había contado mil historias sobre mí, así que me costó mucho convencerla de que eran inventadas. Le dije que si venía conmigo y con mis amigos, a ti te dejaríamos en paz. Y vaya si vino. La primera vez lloró, pero le gustó, la muy zorra gritó e intentó arañar a uno de mis amigos, pero al final dejó que le hiciéramos todo lo que queríamos.
—Cállate.
Edward intenta levantar la muleta pero Marco lo apunta firmemente con el arma.
—¿Por qué? Es la verdad. Venía cada noche, incluso cuando yo no la iba a buscar. Venía porque quería, porque me deseaba y le gustaba todo lo que le hacía. Fue una lástima que te enterases y lo echases todo a perder. —Lo recorre de arriba abajo con los ojos y siento náuseas. Edward traga saliva dos veces y le tiembla ligeramente la mano que apoya en la muleta—. Aunque reconozco que la noche que viniste a mi dormitorio y nos dijiste a mi amante y a mí... ¿Quién era él? No me acuerdo. Pero bueno, eso da igual, nos dijiste que podíamos hacer contigo lo que quisiéramos, esa noche será siempre una de mis favoritas.
—Cállate.
—Pero luego tu hermana se suicidó y tú me acusaste de asesinato. Otra relación maravillosa al traste. Te habría perdonado, Edward. Si hubieras dejado de provocarme, de boicotear mis negocios, de intentar arruinarme, te habría perdonado.
—No quiero que me perdones. No quiero nada de ti, sólo que desaparezcas.
Estaba tan absorta en Edward y Marco que hasta ahora no me doy cuenta de que este último me está dando la espalda y parece haberse olvidado de mí por completo. Y no me ha atado las piernas. Me pongo en pie con mucho cuidado y Edward me advierte con los ojos que no me mueva, que no intente nada. Aparta la mirada para que Cullen no sospeche y lo veo apretar la mandíbula.
—No voy a desaparecer nunca, Eddy. Estuve dentro de tu cuerpo, siempre formaré parte de ti. No lo olvides.
Tengo ganas de gritar y de abrazar a Edward, pero sigo avanzando despacio hasta Marco. Si me lanzo encima de él, seguro que puedo derribarlo y hacer que se le caiga la pistola.
—Me he pasado años esperando que vuelvas, pero ahora es demasiado tarde, Eddy. Tienes que morir. No me importa si es en la cárcel o si prefieres suicidarte como tu querida hermanita, pero no puedo tolerar que sigas entrometiéndote en mis asuntos.
—Tranquilo, tío —dice él, sarcástico e impasible—, no tendrás que verme más, pero eres tú el que va a desaparecer. La policía irá a buscarte uno de estos días. Tienen tantos cargos de los que acusarte que no volverás a ver la luz del sol y, cuando le añadan secuestro e intento de asesinato, probablemente te caerá la perpetua.
—Estás mintiendo.
—¿Yo? ¿Por qué iba a mentir? Me estás apuntando con una arma.
—Que puedo disparar en cualquier momento.
Oigo un clic y no pienso, me lanzo encima de él. Se me para el corazón y hago lo único que se me ocurre para evitar tener que enfrentarme a la posibilidad de vivir sin Edward.
—¡No, Isabela!
Todo sucede muy rápido, caigo al suelo y siento una punzada de dolor en el hombro. Aprieto los dientes para contenerlo y abro los ojos. Edward está de pie con la muleta en alto y Marco Cullen en el suelo, con una herida en la cabeza. No soy médico, pero sé que no saldrá de ésta. La policía derriba la puerta del apartamento en ese preciso instante.
|