NOVENTA DIAS (+18)

Autor: ROSSE_CULLEN
Género: Drama
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 26/07/2014
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 79
Visitas: 141834
Capítulos: 65

"CHICAS ESTA HISTORIA ESTA LLEGANDO ASU FINAL SIGAN VOTANDO Y COMENTEN UN FINAL ALTERNATIVO"

Tras poner punto final a su relación días antes de la boda, Isabella  Swan decide romper con su vida anterior y se muda a Londres dispuesta a empezar de cero. Ella cree estar lista para el cambio, pero nada la ha preparado para enfrentarse a Edward Cullen. Edward sabe que nunca podrá dejar atrás su tormentoso pasado, aunque para no asfixiarse en éste hace tiempo que se impuso unas estrictas normas que rigen todas sus relaciones. Y jamás se ha planteado transgredirlas? hasta que conoce a Isabella. Arrastrados por la pasión y el deseo, vivirán una intensa relación dominada por los peculiares gustos sexuales de Edward. Bella  le concede todos sus caprichos hasta que él le pide algo que ella no se siente capaz de dar. Sin embargo, antes de que la joven tome una decisión, el destino se entremete y Edward  sufre un grave accidente. ¿Bastarán noventa días para que Bella se atreva a reconocer que una historia de amor como la suya es única e irrepetible?

 

ESTA HISTORIA ES UNA ADAPTACION DE UN LIBRO QUE APENAS ACABO DE LEER QUE ES DEL AUTOR "M.C Andrews" TITULADO DE LA MISMA FORMA PERO CON LOS PERSONAJES DE S. MEYER.

 

 *chikas si lo que quieren es una historia divertida les recomiendo mi otro finc llamado.

"dificil amar *18"

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Capítulo 34: capitulo *33 EPOV

Capitulo *33     

Isabella y yo estuvimos juntos noventa días.

 Y tengo intención de recuperarla. Por eso he decidido dejar de comportarme como un cretino y coger el coche en plena noche para volver a Londres.

Lo que sucedió entre nosotros no puede acabar así, sencillamente, no puede. Sé que fui muy drástico; no tendría que haberle quitado la cinta cuando me dijo que no estaba dispuesta a seguir adelante con lo que yo le había pedido.

Yo había tenido toda la vida para prepararme para ese momento y ella sólo un fin de semana. Isabella  me había dicho que no podía hacer lo que le pedía, no que no quisiera hacerlo, y yo... no la había escuchado. Estaba demasiado expuesto, me sentía muy vulnerable después de reconocer en voz alta lo que de verdad necesitaba, y la respuesta de ella me dolió.

Me avergüenza reconocerlo, pero me dolió tanto que quise echarla de mi piso, y de mi vida, cuanto antes.

Pensé, equivocadamente, que quizá así la olvidaría, que quizá así todo volvería a la normalidad. ¿A qué normalidad? Los últimos tres meses habían sido los únicos que merecían la pena de toda mi vida, en especial las últimas semanas.

Recuerdo incluso un día, un instante, en que pensé que era feliz.

Yo, Edward Cullen, feliz.

Fue el día siguiente de que le contase cómo, o mejor dicho, quién me había hecho la cicatriz que estaba en la comisura de mis labios.

Yo estaba en mi apartamento, repasando un caso; me había ido del bufete porque sabía que Demitri  Howell y su abogada iban a pasarse por allí y no tenía ganas de encontrarme con él. Se suponía que Isabella iba a venir a las nueve, como siempre, pero a eso de las ocho menos cuarto oí que se abría la puerta. Ella era la única que tenía llave.

—¿Edward? —Asomó indecisa la cabeza por la puerta—. ¿Estás en casa? ¿Puedo entrar?

Sonreí desde el sofá, estaba seguro de que si yo no hubiese estado, Isabella no se habría atrevido a entrar. Ella era así.

—Estoy aquí —le respondí en voz alta—. Pasa.

Lo hizo y se detuvo junto a la mesa. Llevaba algo en la mano, una caja de cartón rosa con un lazo blanco, y la movía nerviosa entre los dedos, como si no supiera muy bien qué hacer con ella.

—Aunque yo no hubiese estado, podías entrar igualmente —me sorprendí diciéndole.

¿De verdad me parecía bien que Isabella estuviese sola en mi apartamento? Extrañamente, sí.

—Oh, no, no podría —se apresuró a contestar ella—. Te habría esperado abajo. Además, no habíamos quedado hasta las nueve.

Tendría que decirle al portero que si algún día venía isabella y yo no estaba, se encargase de hacerla subir.

—¿Qué llevas ahí? —le pregunté, al ver que seguía balanceándose sobre los talones.

—Magdalenas de chocolate —dijo sonrojándose—. El otro día — carraspeó—, el otro día te comiste la de Emily.

—Ah, sí, me acuerdo, y me lo hizo pagar muy caro. —Sonreí y Isabella  pareció relajarse.

Tomó aire y se acercó al sofá.

—Son para ti.

—¿Para mí?

Enarqué una ceja y cogí la caja tras dejar los papeles que seguía sujetando entre los dedos.

—Sí. Esta tarde, cuando te has ido, parecías... cansado.

Supe que no había querido decir eso, pero al parecer ése había sido el adjetivo con el que al final se había atrevido a definir mi estado de ánimo.

—No quería toparme con Demitri.

Pero ¿qué me pasaba? ¿Bastaba con que me trajera unas magdalenas para soltarme la lengua?

Isabella tuvo el acierto de no preguntarme nada más.

—Le he preguntado a Stephanie dónde podía comprarlas y... — se sentó a mi lado pero no me tocó— y he venido a verte.

Creo que hasta entonces nadie había «venido a verme» sin más. Normalmente, la gente que se interesaba por mí era porque quería algo a cambio. Menos Isabella. Casi sin darme cuenta, deslicé una mano por encima del sofá hasta encontrar la de ella y entrelacé mis dedos con los suyos.

—Gracias —le dije y luego bromeé con voz algo ronca—: ¿Qué te ha pedido Stephanie a cambio de darte la dirección de la pastelería?

Isabella  se rió por lo bajo, aunque vi que tenía los ojos fijos en nuestras manos.

—Me parece que tendré que pasarme dos semanas archivando expedientes.

—Ésa es mi Emily.

—¿Estás bien, Edward?

—Claro —respondí demasiado rápido—. Últimamente han sucedido muchas cosas —opté por añadir tras un leve suspiro.

—Ya. Bueno, para mí estos últimos meses han sido... intensos.

—¿Demasiado?

Isabella tardó unos segundos en contestar, de hecho, pensé que no iba a hacerlo.

—No.

Nos quedamos en silencio sin soltarnos la mano. Ella tenía la cabeza levemente agachada, pero ahora parecía estar más tranquila que cuando había llegado. Yo también. Estaba mucho más tranquilo ahora que antes de verla.

Y además estaba muy excitado; había bastado con que oyese el sonido de la llave girando en la cerradura para que mi miembro presionase contra la cremallera del pantalón. Pero dejando a un lado mi, al parecer instantáneo, deseo por Isabella, cuando ella estaba cerca me sentía más tranquilo.

¿Feliz?

Noté una gota de sudor recorriéndome la espalda.

—Vamos arriba —dije entre dientes, porque el deseo estaba a punto de ahogarme.

Tiré de ella para ponerla en pie y subimos la escalera con los dedos entrelazados, pero le solté la mano cuando nos detuvimos frente a la cama.

Isabella se quedó quieta mirándome, esperando.

Me acerqué a la ventana y corrí la cortina. Esa noche no quería que nada se interpusiese entre nosotros, ni siquiera la silueta de la ciudad. Después, fui al baño y volví con unas velas y una caja de cerillas. Coloqué las velas en la mesilla de noche y las encendí.

Respiré hondo un segundo, buscando —en vano— el modo de tranquilizarme, y me acerqué a Isabella.

—Extiende las manos.

Ella enarcó una ceja a modo de pregunta y yo saqué del bolsillo del pantalón unas esposas.

—No te harán daño —le expliqué, mirándola a los ojos y sin ponérselas—, pero no podrás soltarte las manos mientras las lleves.

—¿Y la venda, vas a ponérmela?

Isabella siempre me retaba. Estaba dispuesta a aceptar que le colocase las esposas, pero sólo si yo también arriesgaba algo.

—No.

—De acuerdo.

Extendió las manos.

Yo se las cogí, pero dejé las esposas en la cama. Antes de ponérselas quería desnudarla. Le levanté las manos y le besé las muñecas.

—No te muevas —le dije.

Empecé a desnudarla. Botón a botón le quité la camisa y deslicé la prenda por sus brazos. La falda se la desabroché desde atrás, y le besé la nuca y la espalda mientras se la quitaba. Isabella se quedó en ropa interior mientras yo seguía completamente vestido. La rodeé y me coloqué delante y ella volvió a extender los brazos.

Le puse las esposas. El clic del metal resonó en el dormitorio.

—Ven.

Al principio había pensado pedirle que se tumbase en la cama y atormentarla durante horas antes de follármela como tanto necesitábamos los dos, pero al ver el modo en que le brillaban los ojos, cambié de opinión y la llevé al cuarto de baño.

No encendí la luz, pero dejé la puerta abierta y, gracias a las velas y a la ventana que había al fondo, podía verla perfectamente. Y ella podía verme a mí.

—Pon las manos aquí—. Se las coloqué encima de la barra de las toallas—. Y no te sueltes. —Yo estaba detrás de ella y le cogí el mentón entre dos dedos para levantárselo—. Y no cierres los ojos ni apartes la vista.

Estábamos frente al espejo.

Isabella  asintió y se humedeció los labios. Las pupilas se le dilataron y vi que tragaba saliva. Y que no dejaba de observar sus propias reacciones en su reflejo.

Me pegué a su espalda y miré directamente al espejo. Agaché despacio la cabeza sin dejar de mirarla y le lamí el cuello. Cuando vi que Isabella se estremecía, la mordí. Ella sujetó la barra de las toallas y apretó las nalgas contra mi erección.

—Quieta.

Levanté una mano y le di un cachete en la nalga derecha.

Isabella se mordió el labio inferior y yo estuve a punto de correrme. Seguí recorriéndole la espalda con la boca, besándola, lamiéndola y mordiéndola. Cada vez que ella se movía, aunque fuese un poco, le daba un cachete en las nalgas, excitándonos cada vez más a ambos.

—Si vuelves a moverte —le dije mientras me desabrochaba el cinturón—, no volveré a tocarte.

Ella no había cerrado los ojos ni un momento, aunque, a juzgar por lo sonrojada que estaba, era evidente que jamás había hecho algo así con nadie (mejor: me habría sentido tentado de matar al pobre bastardo).

—Eres maravillosa —le dije, agachando levemente la cabeza para lamerle la oreja, pero ella giró la cabeza.

Reaccioné justo a tiempo de sujetarle el mentón. Iba a decirle que no podía moverse, que había desobedecido y que iba a tener que sufrir las consecuencias. Pero los ojos de ella se clavaron en los míos sin inhibiciones, diciéndome claramente lo que sentía, retándome a estar a la altura.

Qué mujer tan valiente. Tan sensual..., tan mía. Me lancé encima de ella. La besé sin delicadeza y sin control y con más pasión de la que había sentido nunca. Con una mano le retuve el rostro, separándole los labios para perderme en lo más profundo de su boca. Con la otra me desabroché los botones de los vaqueros, le bajé las braguitas y me cogí el miembro para penetrarla con un único movimiento.

Los dos nos estremecimos al mismo tiempo.

Isabella arqueó la espalda y movió las nalgas hacia atrás, yo empujé hacia delante hasta clavarla contra el mueble del baño. No dejamos de besarnos. Nuestras lenguas batallaron. La mordí. Me mordió. Aparté la mano y se la coloqué en la cintura para retenerla.

Si Isabella daba un empujón más, todo terminaría. Apreté los dedos con fuerza, seguro de que le quedarían marcas, pero no me importó. Me excité aún más sólo de pensarlo; mis dedos marcados en su piel.

Empecé a mover las caderas, primero despacio, muy lentamente, disfrutando de la cárcel que era su sexo para mi pene.

Pero la lengua de Isabella iba a volverme loco, sus gemidos se colaban dentro de mi boca, su saliva me estaba convirtiendo en adicto. Aparté

los labios de los suyos.

—Mira. —Con una delicadeza que no casaba con la furia que dominaba los movimientos de mis caderas, le giré la cabeza hasta que volvió a mirar hacia el espejo—. Míranos.

Ella tragó saliva, me miró fijamente a los ojos durante unos segundos eternos en los que mi pene tembló y se excitó todavía más, y entonces asintió.

Le aparté la mano del mentón y la bajé hasta su cintura.

Sujetándola con ambas manos, empecé a moverme como quería, como ambos necesitábamos. Apreté los dientes y mantuve también la vista fija en nuestro reflejo; en los ojos de ella. Supe el instante exacto en que alcanzó el orgasmo y no porque notase que su sexo se estremecía, o que las piernas amenazaban con dejar de sostenerla, sino por sus ojos. Ver el placer reflejado en ellos fue lo más excitante, maravilloso, erótico y sensual que había visto nunca. Fue demoledor.

Me temblaron las manos y tuve que sujetarme a Isabella; mis piernas se clavaron en el suelo para que mis caderas pudieran moverse frenéticas. Eyaculé dentro de ella. Jamás había alcanzado un orgasmo sólo con mirar a los ojos a una mujer y de repente comprendí que ella también se corría porque estaba mirando los míos.

—Isabella —dije con voz ronca.

Tenía los nudillos blancos de lo fuerte que me sujetaba a su cintura; mis caderas seguían moviéndose y mi miembro estaba completamente excitado; estaba a punto de correrme por segunda vez.

Ella me miró y un escalofrío la recorrió. Arqueó la espalda y echó la cabeza un poco hacia atrás para poder apoyarse en mi hombro.

Sin dejar de mirarme a los ojos en el espejo, susurró:

—Edward.

Volví a correrme. Lo único que necesité fue que dijese mi nombre y notar que ella alcazaba también un segundo orgasmo.

Lentamente, nuestros cuerpos dejaron de temblar. Cuando noté que a Isabella le fallaban las piernas, me aparté con cuidado y la cogí en brazos. La tumbé en la cama y le quité las esposas. Y ella me sonrió.

Sí, esa noche fui feliz.

Tenía que volver a Londres y hablar con ella. Tenía que decirle que podía esperar, que iríamos a su ritmo y que estaba seguro de que tarde o temprano los dos seríamos exactamente lo que el otro necesitaba. No existía ninguna otra mujer para mí y no existía ningún otro hombre para ella.

Necesitaba contarle la verdad sobre mi pasado, sobre mi familia. Y necesitaba explicarle lo que había averiguado. No me importaba que mi vida corriese peligro, pero jamás permitiría que a ella le sucediese nada malo. Había llegado el momento de atar todos los cabos sueltos de mi vida y de empezar a pensar en el futuro.

El coche de atrás me dio un golpe y las ruedas del Jaguar patinaron.

—Pero ¿¡qué diablos!?

El mismo coche, un todoterreno negro, volvió a golpearme. Esta vez con más fuerza y determinación. Pisé el acelerador y noté que algo iba mal.

Todo sucedió muy de prisa y al mismo tiempo a cámara lenta.

Mi coche chocó contra el muro que rodeaba lo que parecía ser un pub con un ruido ensordecedor. El todoterreno desapareció en medio de la noche y los clientes de la taberna salieron a ver qué pasaba.

Apenas recuerdo nada, sólo las luces de la ambulancia y un dolor horrible atravesándome la cabeza.

Cerré los ojos.

«Los abriré cuando venga Isabella.»

Capítulo 33: capitulo*32 EPOV Capítulo 35: CAPITULO*34 "TODOS LOS DIAS"

 


Capítulos

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