NOVENTA DIAS (+18)

Autor: ROSSE_CULLEN
Género: Drama
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 26/07/2014
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 79
Visitas: 141781
Capítulos: 65

"CHICAS ESTA HISTORIA ESTA LLEGANDO ASU FINAL SIGAN VOTANDO Y COMENTEN UN FINAL ALTERNATIVO"

Tras poner punto final a su relación días antes de la boda, Isabella  Swan decide romper con su vida anterior y se muda a Londres dispuesta a empezar de cero. Ella cree estar lista para el cambio, pero nada la ha preparado para enfrentarse a Edward Cullen. Edward sabe que nunca podrá dejar atrás su tormentoso pasado, aunque para no asfixiarse en éste hace tiempo que se impuso unas estrictas normas que rigen todas sus relaciones. Y jamás se ha planteado transgredirlas? hasta que conoce a Isabella. Arrastrados por la pasión y el deseo, vivirán una intensa relación dominada por los peculiares gustos sexuales de Edward. Bella  le concede todos sus caprichos hasta que él le pide algo que ella no se siente capaz de dar. Sin embargo, antes de que la joven tome una decisión, el destino se entremete y Edward  sufre un grave accidente. ¿Bastarán noventa días para que Bella se atreva a reconocer que una historia de amor como la suya es única e irrepetible?

 

ESTA HISTORIA ES UNA ADAPTACION DE UN LIBRO QUE APENAS ACABO DE LEER QUE ES DEL AUTOR "M.C Andrews" TITULADO DE LA MISMA FORMA PERO CON LOS PERSONAJES DE S. MEYER.

 

 *chikas si lo que quieren es una historia divertida les recomiendo mi otro finc llamado.

"dificil amar *18"

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 36: CAPITULO *35

Capitulo * 35

 

La conversación con Riley  biers me ha dejado muy alterada. En especial la última frase que me ha dicho al despedirnos. «Pertenecer a una persona.» Son las palabras que yo he utilizado cuando él ha insinuado que no tenía sentido que me jugase la vida por Edward. «Pertenecer a una persona.» Antes de Edward nunca había pensado algo así. De hecho, probablemente si hubiese oído esa frase me habría parecido absurda. Ilógica. Y algo reaccionaria.

 

Yo soy una mujer independiente, liberada, lista, moderna, autosuficiente.

 

¿Por qué diablos voy a querer pertenecer a nadie?

 

¿O por qué diablos quiero que otra persona me pertenezca a mí?

 

La respuesta es sencilla. Apabullante. Rotunda. Porque esa persona es Edward. He llegado a su habitación y él todavía no está, lo que sin duda no me ayuda lo más mínimo a tranquilizarme. Pertenecer a otra persona. Me acerco a la ventana y dejo vagar la vista por los tejados de Londres. Al instante recuerdo la primera vez que fui a su apartamento, la primera vez que me enseñó lo que conllevaba entregarme a él, y me toco con gesto casi inconsciente la muñeca donde solía llevar la cinta.

 

Él me regaló la llave de su piso colgando de una cinta de cuero y yo me até ésta a la muñeca. Nunca olvidaré sus ojos cuando me la vio puesta, cuando me dijo que eso me marcaba como suya. Igual que tampoco olvidaré el horror con que me miró cuando me la quitó y me obligó a devolvérsela. No he elegido esas palabras al azar para defenderme de la insinuación del detective Biers. Edward me enseñó lo que significan y ahora no puedo pensar en nosotros en otros términos. Yo le pertenezco a él y él me pertenece a mí. La pregunta que de verdad me consume por dentro, la que amenaza con hacerme estallar los pulmones, es que no sé si Edward quiere pertenecerme.

 

«No importa —me dice una voz que grita desde mi corazón y mi alma—, él te dijo que quería ser tuyo, que quería que lo poseyeras. Y eso es exactamente lo que vas a hacer. Porque eso es exactamente lo que él necesita.»

 

Apoyo la frente en el cristal de la ventana y me maldigo de nuevo por no haber sido capaz de sacar todas estas fuerzas de mí misma cuando él me lo pidió. Si lo hubiera hecho, Edward no habría tenido el accidente. Si lo hubiera hecho, él no habría estado a punto de morir. Dios, si ni siquiera dejé que me explicase qué quería exactamente. Tal vez entonces lo habría entendido y no me habría portado como una cobarde.

 

—Basta, Isabella —me digo en voz alta—. Basta.

 

Tengo que dejar de pensar en mí y centrarme en Edward. Sí, eso es exactamente lo que tengo que hacer. Voy a recordar todo lo que me hizo, todos y cada uno de los sentimientos que despertó en mí, el placer que sentí en sus brazos al saber que él estaba al mando, que las reacciones de mi cuerpo eran suyas. Edward me demostró que yo le pertenecía y me pidió que yo hiciese lo mismo con él. Voy a demostrárselo, voy a dejarle claro que es así y que nada, ni siquiera mis miedos o su pasado pueden separarnos. Pero no voy a conformarme con su cuerpo, ni con su placer, que es lo que él me pidió a mí que le entregase, yo lo quiero todo. Incluido su amor.

 

Edward no sabe lo que ha hecho y no voy a darle la oportunidad de averiguarlo. Yo siempre he sido una mujer muy decidida, aunque hasta ahora esa determinación sólo la haya utilizado en mi vida profesional. Porque hasta ahora nunca había encontrado a nadie que me despertase por dentro. Oigo girar el picaporte y me doy la vuelta justo a tiempo de ver entrar a los enfermeros empujando la cama de Edward. Él sigue dormido, o al menos con los ojos cerrados.

 

—¿Ha ido todo bien? —le pregunto a Paul.

 

—Perfectamente, el doctor Black vendrá a verla dentro de un par de horas con los resultados. El señor Cullen  no se ha despertado y sigue descansando tranquilo. —Coloca la cama en su sitio y revisa por última vez los monitores a los que ha vuelto a conectar a Edward—. Avíseme si necesita algo.

 

—Descuide.

 

Espero a que los dos enfermeros salgan de la habitación antes de acercarme a Edward. Ha adelgazado, pero sigue siendo el hombre más atractivo que he visto nunca y en lo más profundo de mi ser sé que si no hubiese vuelto a verlo, no habría habido otro hombre como él en mi vida. No habría podido. Tiene una barba incipiente, lo que hace que se le marquen más los pómulos y la fuerte mandíbula que me sedujo en cuanto lo vi. Echo de menos sus ojos.

 

Los ojos de Edward son el secreto para descifrar su alma. Recuerdo la mañana en que lo conocí. Cuando lo vi en aquel ascensor, sin saber quién era, me quedé completamente fascinada con sus ojos. Nunca había visto unos tan distantes y que quemasen tanto al mismo tiempo. Él se colocó a mi espalda y noté su presencia cerca de mi piel. Yo estaba muy nerviosa, era mi primer día en la ciudad, mi primer día en el nuevo trabajo.

 

Me esperaban en Stanley & Cullen, el mejor bufete de abogados de Londres y de todo el Reino Unido. Había conseguido la entrevista porque Jessica Stanley  es la mejor amiga de infancia de mi madre, pero mi incorporación dependía de que obtuviese el visto bueno del otro propietario del bufete. Ningún trayecto en ascensor se me había hecho tan largo y tan corto al mismo tiempo. Él se subió en el vestíbulo, igual que yo, apenas dijo nada y se colocó al fondo, con la espalda pegada al cristal. En otra planta subieron unas señoras, y yo, la mujer a la que su prometido le había sido infiel por frígida una semana antes de la boda, tuve ganas de arrancarles los ojos y evitar así que lo mirasen.

 

Hay hombres que cuando se sienten observados por una mujer se hinchan de orgullo, otros se pavonean sin disimulo y unos pocos se incomodan. Edward no hizo nada de eso. Sin moverse de donde estaba, su postura transmitió a aquellas mujeres que no estaba interesado en sus miradas y que éstas no eran bienvenidas, y a mí que sabía que no me había gustado que lo mirasen. El ascensor se detuvo en el piso donde se encontraba la sede de stanley & Cullen  y si él no me hubiese avisado, habría podido quedarme allí mirándolo para siempre. Salí del habitáculo metálico convencida de que nunca más volvería a ver al atractivo y distante desconocido de mirada triste y penetrante. Pero apenas una hora más tarde, descubrí que era Edward Cullen y que tenía mi futuro en sus manos. Al menos profesionalmente. Él intentó que Jessica no me contratase y cuando ésta lo obligó a hacerlo acogiéndose a una de las normas del bufete, Edward se ofreció a encontrarme trabajo en otro despacho de abogados si accedía a irme de allí. Nunca se lo he dicho a él, pero si esa proposición me la hubiese hecho Jessica, habría aceptado. ¿Por qué me quedé? ¿Porque Stanley & Cullen  es un gran bufete? No, lo hice porque ningún hombre me había hecho reaccionar nunca como Edward.

 

Meses atrás, pensaba que eso me convertía en una mujer débil, que mi futuro no podía depender de lo que un hombre me hiciese sentir. Pero ahora sé que estaba equivocada, que nunca había conocido a nadie que me demostrase en qué consiste el amor y el deseo.

 

La vida.

 

Edward lo sabía.

 

Lo supo desde el principio y por eso intentó resistirse a la atracción que parecía incontenible entre nosotros. Le paso una mano por el pelo y me siento en la silla que hay al lado de la cama. Tal vez él no se resistió sólo por eso. Tal vez sabía que si se daba la oportunidad de estar conmigo, sus verdaderos anhelos terminarían por salir a la luz. Tenía miedo de que yo no supiera entenderlo, de que no pudiese estar a la altura.

 

Cierro los ojos y me maldigo de nuevo.

 

Por desgracia, Edward acertó.

 

Le fallé. Ni siquiera fui capaz de entenderlo.

 

Sin embargo, ahora lo entiendo con absoluta claridad.

 

No es difícil.

 

Ni obsceno.

 

Sencillamente es la máxima expresión del amor: Edward quería pertenecerme. Y yo lo rechacé. Me llevo una mano a la mejilla para secarme una lágrima.

 

—No llores.

 

Abro los ojos de golpe y el corazón se me sube a la garganta.

 

—Edward —balbuceo y esa única lágrima de repente tiene mucha compañía.

 

—No llores —repite.

 

—Yo... —tengo que tragar saliva para poder continuar—... lo siento.

 

No me estoy disculpando por las lágrimas y él lo debe de saber, porque tarda varios segundos en contestar y no aparta sus verdes  ojos de los míos.

 

—No, ahora no.

 

Vuelve la cara, la emoción se ha desvanecido de golpe y mira hacia el frente.

 

 —Edward... —empiezo.

 

 —Me precipité, Isabella —afirma rotundo—. No voy a cometer el mismo error.

 

—Pero...

 

—Es demasiado importante.

 

 Asiento y trago saliva. No quiero alterarlo, no creo que sea lo mejor, teniendo en cuenta las circunstancias, y en el fondo sé que tiene razón. Ahora no es el momento de hablar de eso. Necesitamos mucha más intimidad de la que puede proporcionarnos esta habitación de hospital.

 

 —De acuerdo —acepto—. El doctor Black vendrá dentro de un rato con los resultados de las pruebas que acaban de hacerte.

 

Él vuelve la cabeza de nuevo, despacio, y tarda varios segundos en hablarme.

 

—Estoy cansado —dice—. Creo que dormiré un rato. Tal vez podrías irte a casa y regresar más tarde. Seguro que tú también necesitas descansar.

 

 ¿Qué diablos me está insinuando?

 

¿Que no le hago falta, que no me necesita? Ni hablar.

 

—Estoy bien. No te preocupes por mí. Tú duerme, yo me quedaré aquí sentada —contesto, tras decidir que lo mejor para los dos será fingir que no me he dado cuenta de lo que pretendía.

 

—Vete, isabella. No hace falta que te quedes.

 

De no ser porque esas palabras están a punto de partirme el corazón, habría sonreído de felicidad al oír de nuevo su tono firme. Vuelve a sonar como antes, como el hombre seguro y decidido del que me enamoré sin remedio y no voy a permitir que me eche de su lado. Él me dijo claramente que me necesitaba y hasta que no me diga lo contrario, nada ni nadie me alejará de aquí (y si me lo dice, quizá tampoco).

 

—Voy a quedarme, Edward —aseguro con firmeza, mirándolo directamente a los ojos.

 

Los suyos brillan. Y él mismo debe de notarlo, porque inclina levemente el mentón hacia abajo y vuelve la cara de nuevo hacia la ventana, pero no repite que me vaya. Los dos nos quedamos en silencio; su torso sube y baja con cada respiración y los latidos de mi corazón van acompasándose a ese movimiento. Le he echado de menos. Me he pasado los últimos días atemorizada ante la posibilidad de que no se despertase y, sin embargo, ese miedo me parece ridículo comparado con el que siento ahora al ver que Edward quiere apartarse de mí. Una parte de mí me dice que tengo que ser compresiva, él ha estado a punto de morir en un accidente de coche y es incluso lógico que quiera estar solo para pensar en todo lo que le ha sucedido.

 

Pero otra parte, la que habita en mis entrañas y en mi corazón, me dice que no puedo permitírselo, que lo que de verdad necesita es que yo esté a su lado y le recuerde por qué tenemos que estar juntos. Niego con la cabeza y decido hacerle caso a esa segunda voz; es la misma que me gritó que me equivocaba la noche en que lo abandoné.

 

Aunque debo ir con cuidado. Despacio. Con suma cautela e inteligencia. El día que conocí a Edward en aquel ascensor, lo comparé en mi mente con una pantera enjaulada. Ahora esa pantera además está herida y desconfía de todo el mundo, incluso de mí. Y con razón. Tengo que volver a ganarme su confianza. Sólo así lograré despertar de nuevo su pasión y, finalmente, obtener su amor. Qué estúpida he sido por no haberme dado cuenta antes. Un hombre que posee a una mujer como Edward me poseyó a mí en su casa de la Toscana, no lo hace sólo porque sienta deseo. Se trata de algo mucho más profundo y duradero. No puedo seguir reconcomiéndome por mis errores, tengo que ser fuerte y seguir adelante. Y a juzgar por la actitud de Edward, voy a necesitar ser más valiente de lo que había creído en un principio.

 

—¿Recuerdas algo del accidente? —le pregunto y me arrepiento al instante, porque la respiración se le acelera durante un segundo.

 

—Sí. —Creo que ésa va a ser la única palabra que salga de sus labios, pero me equivoco—. ¿Por qué no iba a acordarme? —Vuelve la cabeza y me mira con el cejo fruncido—. ¿Te han dicho algo los médicos?

 

—No, no —me apresuro a asegurarle—. No. El doctor Black vendrá más tarde y ahora que... — tengo que volver a tragar saliva—... ahora que estás despierto, podemos hablar los dos con él. —No voy a darle la oportunidad de que me eche de esa conversación—. Él te confirmará lo que quieras.

 

—Sé que no me mentirías, Isabella.

 

Esa pequeña afirmación me reconforta un poco, pero no consigo quitarme de encima el temor que me produce su distanciamiento.

 

—Cuando me llamaron del hospital, la noche del accidente... —levanto una mano y deslizo un dedo por encima de la cinta de cuero que le até hace días alrededor de la muñeca. A él se le eriza el vello del antebrazo, pero es la única reacción que consigo—... me dijeron que yo figuro como persona de contacto en tu póliza de accidentes.

 

 No hace falta que le pregunte por qué. Edward vuelve de nuevo la cara y me mira otra vez.

 

—Antes tenía a Jessica.

 

Cierro los dedos de la mano con la que no lo estoy tocando hasta clavarme las uñas en la palma. A pesar de las intimidades que compartimos, la vida de Edward sigue siendo un secreto para mí y me duele no saber qué papel ha desempeñado Jessica Stanley en ella. Me trago mi orgullo y me obligo a no reaccionar.

 

«Voy a ser fuerte», me repito.

 

—¿Cuándo lo cambiaste?

 

Él parece relajarse ante mi actitud calmada y en cierto modo dominante. No he aceptado su breve respuesta y no le he pedido que me lo explique, simplemente le he dicho que sea más específico.

 

—La primera vez que viniste a mi piso.

 

—El mismo día que me diste la llave —digo, sin esperar a que él me lo confirme—. Entiendo.

 

Y es verdad. Para Edward, entregarme esa llave equivalía a un compromiso y en su mente era de lo más lógico que yo fuese también la persona autorizada a tomar una decisión en su nombre en el caso de que él no pudiese. Si me lo hubiese dicho, si me hubiese explicado lo que de verdad sentía... No, no voy a excusarme. Cometí un error y ahora tengo que pagar las consecuencias.

 

—Cuando salga de aquí...

 

—No, Edward—lo interrumpo yo ahora—. No es el momento. Hablaremos de todo cuando estés bien.

 

 Deslizo los dedos por encima de su mano y los entrelazo con los suyos.

 

—De acuerdo —acepta ahora él, tras apretármelos levemente.

 

 Siento una opresión en el pecho, pero el breve instante de felicidad desaparece sin previo aviso. Edward me suelta los dedos y flexiona los suyos para ocultar el rechazo.

 

—Tengo una mano rota y también la rodilla, ¿no? —me pregunta, recorriendo los yesos con la mirada—. ¿Qué más?

 

—Un pulmón perforado y tuvieron que intervenirte para eliminar un coágulo en el cerebro — respondo con su misma frialdad—. Tendrás que hacer recuperación para el brazo y la pierna. La herida del pulmón está cicatrizando bien y supongo que el médico nos hablará más tarde del resto.

 

—Vaya.

 

—Sí, vaya. —Me estoy poniendo furiosa. ¿Acaso le parece poco?—. ¿Hacia adónde ibas con tanta prisa? ¿Y de dónde venías? Llevaba semanas sin saber de ti. Ni siquiera Emily sabía dónde estabas. No puedes volver a hacerme esto, Edward —se me escapa.

 

Quizá él tenga práctica en eso de mantener las distancias y controlar sus emociones, pero a mí me está costando. Y creo que después de todo lo que ha pasado, me merezco un respiro.

 

Un beso.

 

 O como mínimo un abrazo.

 

—Volvía a Londres. No iba tan rápido, aunque reconozco que probablemente no tenía toda la atención fija en la carretera. Me embistió un coche, un todoterreno. Y el Jaguar perdió el control. — Frunce el cejo como si estuviese intentando recordar algo—. El volante no respondía.

 

—Oh, Dios mío. —Me tiembla la voz y le cojo la mano.

 

Él intenta soltarse, pero no se lo permito. Ahora no.

 

—Estaba en Escocia, volví hace una semana. —Hace una mueca y niega levemente con la cabeza—. Dos, supongo. Me paré unos días en mi casa de las afueras para pensar.

 

—¿En qué?

 

Me mira como si fuese idiota, con una ceja enarcada, y no puedo evitar sentirme reconfortada.

 

—Me hiciste mucho daño, Isabella.

 

—Lo sé —reconozco y noto que los ojos se me empañan. Edward asiente y aparta la vista, aunque no me suelta la mano.

 

—Pensaba que nunca me atrevería a decírtelo —añade, pero tengo la sensación de que está hablando para sí mismo—. Ahora ya no importa.

 

«No, claro que importa —me grita mi mente—. Quizá sea lo único que importa.»

 

—También me lo hice a mí misma —confieso en voz baja.

 

Se vuelve de nuevo hacia mí y veo que está furioso. La rabia sólo brilla un segundo en sus ojos, pero ha estado ahí. Me suelta la mano y levanta la suya con cuidado hacia su cara para apartarse un mechón de pelo de la frente. En cuanto la muñeca le pasa por delante de los ojos, la detiene de inmediato. Ha visto la cinta.

 

 ¿Es posible que hasta ahora no se haya dado cuenta de que la lleva?

 

 No. Cuando abrió los ojos por primera vez, la vio y me preguntó qué significaba. Jamás podré olvidar aquel «¿Tuyo?». Ni el brillo de su mirada cuando yo le respondí «Mío».

 

Tal vez lo ha olvidado. Tal vez quiere olvidarlo. No sé cuál de las dos opciones me revuelve más las entrañas. Edward suelta el aire despacio y se aparta el mechón de pelo con los dedos. No me dice nada, pero cuando coloca de nuevo la mano encima de la cama, lo hace cerca de la que tiene rota y enyesada, lejos de la mía. Esto no puede seguir así. No es el lugar ni el momento adecuados, sin embargo, voy a ponerme en pie y obligarlo a mirarme a los ojos de una vez por todas. Me levanto.

 

 —Isabella, acabo de cruzarme con el detective biers y me ha dicho que Edawrd se ha despertado.

 

El que irrumpe en medio de la habitación sin llamar y con el rostro alterado no es otro que Jasper witlock. Y por eso no lo echo de allí a patadas. Me doy media vuelta y al verlo se me saltan las lágrimas que tanto he luchado por contener delante de Edward. Jasper es el único amigo con el que puedo hablar sobre Edward. Ellos dos fueron amigos también hace mucho tiempo y creo que, si ambos hacen un esfuerzo, podrían volver a serlo. Yo hace poco que conozco a Jazz, aunque supongo que debido a las emociones que hemos compartido durante este breve período, nuestra amistad se ha cimentado muy rápido.

 

Además, él me ha ayudado mucho durante esta semana; fue quien llamó al tío de Edward y quien se ha ocupado de mantener a Jessica y al resto de la gente del bufete lejos del hospital. Jazz corre a abrazarme. Él es así.

 

—Lo siento, bella —me dice, soportando mis lágrimas—. Creía que Biers estaba en lo cierto. Lo siento, ya verás cómo Edward se despierta pronto. Tendrías que irte a casa a descansar un rato.

 

—Estoy despierto.

 

—¡Joder, Edward! —Jasper me suelta de golpe y corre a colocarse frente a la cama—. ¡Estás despierto! —exclama, sonriendo de oreja a oreja—. Menudo susto nos has dado a todos, en especial a Bella.

 

Él se atreve a hacer lo que yo no he sido capaz y abraza a Edward. El gesto sólo dura un segundo, el tiempo que ha tardado éste en tensarse.

 

—Lo siento —se disculpa Jasper al apartarse, aunque basta con mirarlo para saber que no lo siente lo más mínimo—. ¿Cuándo te has despertado? ¿Estás bien? ¿Qué dicen los médicos? ¿Cuándo te darán el alta?

 

Se ha sentado a los pies de la cama y por un instante no me cuesta nada imaginármelos a los dos diez o quince años antes, compartiendo dormitorio en la universidad. Edward frunce el cejo y, a pesar de que tiene casi medio cuerpo vendado y de que acaba de despertarse de un coma de una semana, consigue resultar intimidante.

 

 —¿Desde cuándo me visitas en el hospital? ¿No tienes nada mejor que hacer con tu tiempo, Jazper?

 

La carcajada que suelta éste nos alivia a los tres, pero yo decido seguir en silencio, a la espera de ver cómo se va desarrollando el encuentro de estos dos hombres tan formidables.

 

—Me alegra ver que no has cambiado, Edward. Sigues siendo el mismo engreído maleducado de siempre. Joder, creo que incluso te he echado de menos.

 

—Tú también estás igual, imbécil.

 

 —Bueno, ahora que nos hemos quitado de encima las frases emotivas —dice Jasper sin dejar de sonreír—, ¿qué te han dicho los médicos?

 

—El doctor Black vendrá más tarde —responde él, todavía algo distante—. Ya que al parecer has venido por aquí a menudo y que opinas igual que yo respecto a Isabella, ¿por qué no te quedas conmigo un rato mientras ella va a descansar?

 

Oh, no, Edward pretende adoptar el papel de ¿novio preocupado? Es una estratagema para que me vaya. No me extraña que sea el mejor abogado de Inglaterra, incluso sedado y recuperándose de un accidente casi mortal, su mente no deja de tramar cómo salirse con la suya. Es una lástima que se haya topado con una mujer que lo ama y que no está dispuesta a darse por vencida.

 

—Edward tiene razón, Bella. —El traidor de Jasper acaba de pasarse al otro bando. Típico de los hombres—. ¿Por qué no te vas a casa a descansar un rato? Yo me quedo y te llamo si hay alguna novedad.

 

Miro a edward por encima del hombro de su amigo y estoy segura de que intenta reprimir una mueca de satisfacción. El muy cretino se va a enterar. Quizá antes de nuestra separación, antes del accidente, yo habría cedido a sus deseos sin rechistar, pero ahora no. Además, la situación es tan buena como cualquier otra para empezar a dejarle claro cómo van a ser las cosas.

 

—Está bien —digo, desviando la mirada de Edward a Jasper para luego volver al primero—, me iré a casa un rato. Volveré dentro de dos horas. —Cojo el bolso que tengo colgado detrás de la puerta y también el abrigo—. Le diré a la enfermera del doctor Black que me mande un mensaje veinte minutos antes de la visita del médico. Estaré aquí cuando venga a comentar los resultados de las pruebas.

 

 Me pongo el abrigo y miro a Jasper.

 

—Procura que él también descanse —le digo.

 

—Claro, no te preocupes —accede, mirándome con suspicacia.

 

En la semana que llevo en el hospital, es la primera vez que me marcho prácticamente sin protestar y no es de extrañar que a Jasper lo sorprenda mi comportamiento. Asiento levemente y me acerco a la cama, desde donde Edward no ha dejado de mirarme. No me detengo a los pies, ni tampoco al lado. Camino hasta quedar pegada a ella y me siento en el colchón. Mi cadera roza la de Edward y, sin darle tiempo a reaccionar (porque tengo miedo de que se aparte y miedo a perder el valor), le cojo la muñeca en la que lleva la cinta y le sujeto el brazo. Apoyo nuestras manos encima de la sábana con firmeza, la mía levemente encima de la suya, sin soltarle la muñeca, y aprovecho ese punto de apoyo para inclinarme hacia él. En circunstancias normales, Edward habría podido quitárseme de encima en cuestión de segundos. Probablemente ahora también podría, pero lo he pillado por sorpresa y todavía está aturdido. Sigo inclinándome con cuidado de no presionar ninguna herida y no me detengo hasta que mis pechos notan el calor que desprende su torso. Él persiste en seguir mirando al frente, esquivando mis ojos. Me acerco todavía más y respiro profundamente cuando encuentro el cuello de él. Espero un segundo y sonrío trémula al ver que se le eriza la piel. A ver durante cuánto más tiempo puede seguir ignorándome.

 

—Iré a mi casa a por más ropa —le explico despacio. Tengo los labios a escasos centímetros de su oreja y con la mano derecha sigo sujetando su muñeca izquierda. Muevo el dedo índice sobre su piel y oigo que se queda sin aliento—. Después pasaré por el apartamento para coger algo para ti. Ni se me ocurre recordarle que sigo teniendo la llave.

 

 Vuelvo levemente la cara y durante un segundo miro a Jasper, que descubro que está fuera de la habitación, con la puerta entre abierta. Ni Edward ni yo nos habíamos percatado de que nuestro amigo ha tenido el buen tino de dejarnos solos. Cierro los ojos y los latidos de mi corazón resuenan en mi mente.

 

Vuelvo a moverme un poco hasta notar que mi nariz roza la piel de Edward. Suspiro y me detengo unos segundos para permitir que mi cuerpo y mi alma disfruten de esa cercanía que habían creído perdida para siempre.

 

Respiro despacio, porque no puedo dejar de temblar, y apoyo la frente en el hueco de su cuello. Lo noto estremecerse y sin poder contenerme más, deposito un breve beso en su clavícula.

 

—¿Necesitas algo? —le pregunto, con el rostro todavía oculto en su cuello.

 

Quiero ver cómo reacciona, si finge que esa pregunta hace referencia a sus utensilios de aseo y a su ropa o si se atreve a recordarme lo que me pidió el día que nos separamos.

 

Lo oigo soltar el aire y me aparto despacio para poder mirarlo a los ojos. Los únicos que no me mentirían. Edward sigue evitando los míos. Echo la cabeza hacia atrás con el resto de mi cuerpo prácticamente encima de él, impidiéndole distanciarse de mí, al menos físicamente.

 

Veo que traga saliva antes de hablar y cuando lo hace se mantiene firme.

 

 —No necesito nada.

 

—Mírame, Edward. —Levanto la mano que tengo libre, dispuesta a volverle la cara si él insiste en esquivarme—. Mírame.

 

Suelta de nuevo el aire entre los dientes y, despacio, se vuelve hacia mí. Me sostiene la mirada y por primera vez desde que se ha despertado, veo en sus ojos la determinación y el fuego que convierten a Edward en lo que es: un luchador. El corazón me golpea las costillas y tengo tal nudo en el estómago que probablemente no pueda volver a comer nunca. Se me eriza la piel de la espalda, empezando por la base y terminando justo en la nuca, y un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Tengo que seguir adelante. La mano con la que tenía intención de obligarlo a mirarme se detiene casi por voluntad propia a escasos centímetros de su mandíbula. Edward la ve de reojo y aprieta los dientes sin apartar los ojos de los míos. Un desafío. Bajo la mano y le acaricio el pómulo. Él no retrocede, pero con los dedos de la mano ilesa, cuya muñeca yo sigo sujetando, aprieta la sábana color verde agua de la cama hasta que los nudillos se le ponen blancos. Me detengo en la mandíbula de Edward y con el pulgar le sujeto suavemente el mentón. Deslizo la yema por la barba incipiente que oscurece esa parte de su rostro. No lo hago con fuerza pero me doy cuenta de que si él intenta apartarse de mí, se lo impediré sin dudarlo. Edward no cede ni un milímetro y endurece más la mirada, pero el aliento que se escapa entre sus labios tiembla durante un segundo y mi torso está tan pegado al suyo que siento cómo se le acelera el corazón. Quizá su mente quiera echarme de aquí, de esta habitación de hospital, de su lado y probablemente de su vida, pero hay otras partes de él que quieren que me quede. Cierro los ojos sólo un segundo y deseo con todas mis fuerzas que su corazón sea una de esas partes. Los abro y me enfrento de nuevo a su mirada; fuerte, implacable, herida. Podría soltarlo, apartarme despacio y acariciarle la mejilla con ternura. Quizá podría darle un beso en el pómulo o en la frente, un gesto cariñoso y tierno al mismo tiempo. Reconfortante.

 

Pero Edward no necesita nada de eso. Y la verdad es que yo tampoco. Escucho la voz de mi interior y reclamo sus labios. Él se sorprende y aprovecho ese breve instante para deslizar la lengua dentro de su boca y recordar su sabor. Muevo los labios sin ocultar que me tiemblan, mientras recorro los suyos en busca de una reacción. Edward tiembla de nuevo y le capturo el labio inferior con los dientes. Deslizo el pulgar que tengo en su mentón y le acaricio suavemente la mandíbula. Él vuelve a soltar el aliento y por fin siento la caricia de su lengua en la mía. Suspiro, incapaz de disimular el alivio que me provoca recibir de nuevo sus besos, y le suelto el labio para poder besarlo de nuevo. Eso no es un beso, sino una lucha, una batalla para determinar cuál de los dos desea más al otro. Edward sigue apretando la sábana. Tal vez no puede hacer nada. Tal vez quiera que yo tome el mando. La espiral de deseo que se ha instalado en mi ombligo al sentir el tacto de sus labios empieza a arder hasta convertirse en un fuego incontenible. Sigo sin entenderlo, pero antes, saber que este hombre tan fuerte estaba rendido ante mí me hacía sentir como si fuese la mujer más sensual del mundo. La más deseada. La más amada. ¿Y él ahora quiere arrebatarme ese sentimiento? Separo más los labios y profundizo el beso. Muevo la lengua por el interior de su boca sin dejar ni un centímetro por descubrir. Aprieto los dedos con que le sujeto el mentón y lo mantengo inmóvil. Justo en ese instante, siento que él se estremece. Se oye un gemido.

 

¿Mío o de Edward?

 

Lo engullo y sigo besándolo. Él ahora me está devolviendo el beso, sus labios tiemblan bajo los míos y su lengua danza con la mía, pero todavía no me ha tocado. No voy a irme de esta habitación hasta que lo haga. Él lo necesita tanto como yo. O incluso más. Edward tiene que recordar que yo estoy aquí de verdad. A su lado. Que lo nuestro no es sólo pasión o deseo, sino mucho más.

 

 «Quiero pertenecerte.»

 

Sus palabras resuenan en mi mente y me dan el valor que necesito para seguir adelante. Mis pechos suben y bajan, pegados a su torso. La piel me quema y supongo que Edward puede notar lo excitada que estoy. Yo puedo sentir cada uno de los latidos de su corazón. Unos latidos que no sólo me demuestran que está vivo, sino que sigue deseándome. Me aferro a eso como a un clavo ardiendo y abro más los labios para besarlo como espero que no lo hayan besado nunca antes. Lo beso con todo mi ser, con mi lengua busco la suya y la capturo, mis dientes golpean levemente los de él y nuestros labios pugnan por esclavizarse. Edward está perdido en este beso y yo quiero perderme también en él, sin embargo, sé que antes de irme de aquí tengo que conseguir algo más.

 

Deslizo la mano hasta su nuca y enredo los dedos en su pelo. Lo sujeto con fuerza para detener por completo los movimientos de su cabeza y dejarle claro que este beso, y todos los demás, me pertenecen. No sé explicarlo. No sé qué me pasa. Siento la necesidad abrumadora de meterme dentro de Edward, de hacer todo lo que sea necesario para hacerlo feliz. Él intenta mover levemente la cabeza y yo le tiro del pelo para impedírselo. Edward tiembla y gime. Yo también.

 

Lo único que quiero es cuidarlo y lo único que necesito a cambio es que él me lo permita. Que se ponga en mis manos.

 

Oh, Dios mío.

 

Si esto es lo que sentía Edward cuando yo me entregaba a él, es una sensación maravillosa. Única. La más excitante y demoledora que he sentido nunca. Da miedo e infunde un enorme respeto. Y yo me he atrevido a reproducirla sin pensarlo demasiado. Tal vez lo esté haciendo mal. Un horrible escalofrío me recorre todo el cuerpo. Tal vez esto no era lo que Edward quería.

 

 «No, Isabella , no te rindas.»

 

 Aprieto los dedos que tengo en su nuca, con cuidado de no hacerle daño, pero decidida a demostrarle que sus reacciones me pertenecen. Él suspira y separa más los labios para que nuestro beso siga aumentando de intensidad. Sin embargo, yo quiero que me toque, quiero sentir el tacto de esa mano con la cinta en la muñeca en mi espalda, en mi pelo, en mi brazo. En cualquier parte. Esta situación me viene grande. Edward  lleva años dominando a sus parejas sexualmente y yo sólo sé lo que él me ha enseñado.

 

 «Sé tú misma, Isabella. Él te pidió a ti que le dieses lo que necesitaba. No se lo pidió a ninguna de sus otras mujeres.»

 

Confío más en Edward que en mí. Si él estaba convencido de que yo era la única mujer adecuada para él, entonces lo soy. No me permito seguir cuestionándome mi comportamiento. Ya lo haré cuando esté a solas, ahora voy a seguir mi instinto. Y mi instinto me dice que me aparte de Edward y deje de besarlo. Deslizo la lengua por última vez por el interior de su boca y termino el beso. Aflojo la mano con que le sujetaba la muñeca con la cinta y, sin apartar la mía, le doy libertad para que pueda moverla si así lo desea. —Ojalá lo desease tanto como yo—.

 

Tiemblo y echo la cabeza levemente hacia atrás, sin soltarle el pelo de la nuca y abro los ojos. Él también los abre. Tiene las pupilas dilatadas y la respiración entrecortada. Los labios húmedos y rojos. Aflojo uno a uno los dedos que tengo enredados en su pelo, pero no muevo la mano. A Edward se le ven los ojos completamente negros y las vetas doradas que recorren sus iris parecen arder en llamas. Suelta el aliento. ¿Aliviado? ¿Decepcionado? Reacciono al instante y vuelvo a cerrar los dedos en la nuca de él. Tiro de nuevo con fuerza, el miedo a estar equivocándome guía en parte mis movimientos. Nunca nada me ha importado tanto como hacerlo bien con Edward. Sólo tengo una oportunidad. Y es ésta. Aprieto los dedos y a él le tiembla un músculo de la mandíbula.

 

—¿Estás seguro de que no necesitas nada? —lo desafío con la mirada y rezo para que no me tiemble la voz.

 

Edward resopla por la nariz y tensa todo el cuerpo. Prácticamente le han desaparecido los iris y tiene la mandíbula tan apretada que temo que se le vaya a romper. He hecho mal. No he acertado. Lo mejor será que lo suelte y me vaya de aquí, pienso, pero mis dedos se niegan a obedecerme. Respiro hondo; a pesar del fiasco, pienso mantener mi dignidad y me dispongo a armarme de valor y alejarme de él. Justo en este momento, un segundo antes de que Edward hable, siento que suelta los dedos de la sábana.

 

—Ven aquí —farfulla, al tiempo que coloca la mano en mi nuca para acercarme a él.

 

Temblamos. Le tiro del pelo en un gesto inconsciente. Irremediable. Gime. Gimo. Nuestras lenguas libran una batalla de la que las dos resultan vencedoras y nos mordemos los labios. Edward  mantiene la mano en mi nuca, la siento temblar y me estremezco al notar el tacto de la cinta de cuero en mi piel. En ningún momento él intenta tomar el control, sencillamente, me acaricia con las yemas de los dedos, como si fuesen mariposas que me queman con cada aleteo. El sabor de sus besos vuelve a meterse dentro de mi cuerpo y de repente tengo ganas de capturar su labio inferior entre mis dientes para morderlo. No quiero hacerle daño. Jamás sería capaz de hacerle daño a Edward, pero al mismo tiempo quiero que sepa lo furiosa que estoy por lo que él estaba intentando hacer. Y, en cierto modo, una parte de mí quiere vengarse por el acuciante dolor que he sentido desde el accidente. Quiero, no, necesito sentir que Edward y yo estamos juntos, que él me pertenece por completo. Sus labios tiemblan y noto el sabor de la sangre.

 

¿Le he mordido sin darme cuenta?

 

 Él no deja de besarme ni retrocede ofendido. Al contrario. Se le acelera el corazón y durante unos segundos me rindo a mis instintos y lo beso más profundamente, dejando que esas pocas gotas de sangre se mezclen en nuestro beso. Estos sentimientos son demasiado complejos para mí. Demasiado intensos y confusos. Yo sólo quería que Edward me tocase, arrancarle una reacción sincera que me demostrase que sigue sintiendo algo por mí. No estaba preparada para este beso. Y tal vez él tampoco. Suspiro y tras depositar un leve beso en sus labios, justo encima de donde le he mordido, me aparto. Aflojo despacio los dedos que tengo en su nuca y al retirar la mano, veo que él acerca su mejilla a mi palma.

 

Ese gesto que Edward hace de un modo completamente inconsciente me tranquiliza y reconforta. Suspiro aliviada a pesar del tumulto de emociones que bullen en mi interior.

 

 —Volveré dentro de dos horas.

 

—De acuerdo.

 

Me levanto de la cama y salgo de la habitación sin volver a mirarlo. No quiero correr el riesgo de pedirle perdón por lo que ha sucedido. Una parte de mí sigue sintiendo la acuciante necesidad de volver a ser la chica dulce y perfecta de antes, la novia ideal. Tal vez ahora esté confusa, pero sí sé que ser esa chica de postal no me sirvió de nada y no me hizo feliz. Y, lo más importante, esa chica de postal no era la que Edward quería. Y yo tampoco. Sujeto la tira del bolso para que no se me caiga del hombro y para disimular que me tiemblan las manos, y salgo al pasillo.

 

—Adiós, Jasper, gracias por quedarte —le digo sin detenerme.

 

 Jass es mi amigo, pero no quiero que me vea tan alterada. No es sólo vergüenza, en realidad no me avergüenza lo más mínimo lo que Edward y yo tenemos, sino porque quiero quedarme para mí sola las sensaciones que me ha causado ese beso. El primer beso con el que he reclamado a Edward.

Capítulo 35: CAPITULO*34 "TODOS LOS DIAS" Capítulo 37: CAPITULO*36

 


Capítulos

Capitulo 1: CAPITULO *1 -Royal London Hospital Capitulo 2: CAPITULO* 2 -Noventa días antes Capitulo 3: CAPITULO *3 Capitulo 4: CAPITULO* 4 Capitulo 5: CAPITULO*5 Capitulo 6: CAPITULO *6 Capitulo 7: CAPITULO*7 Capitulo 8: CAPITULO -8 Royal London Hospital Capitulo 9: capitulo * 9 Capitulo 10: CAPITULO * 10 Capitulo 11: CAPITULO *11 Capitulo 12: CAPITULO * 12 Capitulo 13: CAOITULO *13 Capitulo 14: capitulo *14 Capitulo 15: CAPITULO *15 Capitulo 16: capitulo *16 Capitulo 17: AVISO (NUEVO FAN FINC EN PROCESO) Capitulo 18: capitulo *17 Capitulo 19: capitulo *18 Capitulo 20: capitulo *19 Capitulo 21: capitulo * 20 Capitulo 22: capitulo * 21 Capitulo 23: capitulo * 22 Capitulo 24: capitulo* 23 Capitulo 25: capitulo *24 Capitulo 26: CAPITULO *25 Capitulo 27: CAPITULO * 26 Capitulo 28: capitulo * 27 Capitulo 29: CAPITULO*28 "LA CINTA" EPOV Capitulo 30: CAPITULO *29 EPOV Capitulo 31: CAPITULO* 30 EPOV Capitulo 32: capitulo*31 EPOV Capitulo 33: capitulo*32 EPOV Capitulo 34: capitulo *33 EPOV Capitulo 35: CAPITULO*34 "TODOS LOS DIAS" Capitulo 36: CAPITULO *35 Capitulo 37: CAPITULO*36 Capitulo 38: CAPITULO*37 Capitulo 39: CAPITULO*38 Capitulo 40: CAPITULO*39 Capitulo 41: capitulo*40 Capitulo 42: capitulo *41 Capitulo 43: CAPITULO*42 Capitulo 44: CAPITULO*43 Capitulo 45: capitulo*44 Capitulo 46: capitulo*45 Capitulo 47: capitulo*46 Capitulo 48: capitulo*47 Capitulo 49: capitulo *48 Capitulo 50: CAPITULO *49 Capitulo 51: capitulo *50 Capitulo 52: capítulo*51 Capitulo 53: capitulo /52 Capitulo 54: capitulo 53 Capitulo 55: capitulo *54 Capitulo 56: capitulo 55**sin fin** Capitulo 57: capitulo *56 Capitulo 58: capitulo *57 Capitulo 59: CAPITULO*58 Capitulo 60: CAPITULO*59 Capitulo 61: capitulo *60"evitando lo obio" PV ALICE Capitulo 62: PV jASPER Capitulo 63: Capitulo 62 Capitulo 64: CAPITULO 63 Capitulo 65: epilogo1

 


 
14439147 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10756 usuarios