NOVENTA DIAS (+18)

Autor: ROSSE_CULLEN
Género: Drama
Fecha Creación: 03/03/2013
Fecha Actualización: 26/07/2014
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 79
Visitas: 141802
Capítulos: 65

"CHICAS ESTA HISTORIA ESTA LLEGANDO ASU FINAL SIGAN VOTANDO Y COMENTEN UN FINAL ALTERNATIVO"

Tras poner punto final a su relación días antes de la boda, Isabella  Swan decide romper con su vida anterior y se muda a Londres dispuesta a empezar de cero. Ella cree estar lista para el cambio, pero nada la ha preparado para enfrentarse a Edward Cullen. Edward sabe que nunca podrá dejar atrás su tormentoso pasado, aunque para no asfixiarse en éste hace tiempo que se impuso unas estrictas normas que rigen todas sus relaciones. Y jamás se ha planteado transgredirlas? hasta que conoce a Isabella. Arrastrados por la pasión y el deseo, vivirán una intensa relación dominada por los peculiares gustos sexuales de Edward. Bella  le concede todos sus caprichos hasta que él le pide algo que ella no se siente capaz de dar. Sin embargo, antes de que la joven tome una decisión, el destino se entremete y Edward  sufre un grave accidente. ¿Bastarán noventa días para que Bella se atreva a reconocer que una historia de amor como la suya es única e irrepetible?

 

ESTA HISTORIA ES UNA ADAPTACION DE UN LIBRO QUE APENAS ACABO DE LEER QUE ES DEL AUTOR "M.C Andrews" TITULADO DE LA MISMA FORMA PERO CON LOS PERSONAJES DE S. MEYER.

 

 *chikas si lo que quieren es una historia divertida les recomiendo mi otro finc llamado.

"dificil amar *18"

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 43: CAPITULO*42

CAPITULO * 42

Antes no le he mentido a Edward cuando le he dicho que ya había entrado en su dormitorio. Lo que no le he contado es que estuve más de media hora plantada frente a la puerta, sintiéndome culpable por entrar sin su permiso. Y supongo que de momento es mejor que no se lo cuente. Cada vez que él provoca una discusión para causar nuestra ruptura, sé exactamente qué tengo que hacer y cómo tengo que comportarme para tranquilizarlo y sacarle esa estúpida idea de la cabeza. Es como si una parte de mí, la misma que Edward despertó cuando me poseyó durante los noventa días previos al accidente, estuviese perfectamente sincronizada con sus necesidades. Es una gran responsabilidad saber que el bienestar más íntimo de la persona que amas depende de ti, de tus decisiones.

En algún momento me asaltan dudas, como cuando le he dado un beso antes de irme, pero entonces lo veo con esa sonrisa en los labios y creo que puedo hacerlo feliz. Él mismo me lo dijo en este mismo apartamento el día de nuestra discusión:

 «Quiero que me hagas tuyo, quiero ser capaz de entregarme a ti igual que tú te has entregado a mí. Y necesito tu ayuda para conseguirlo. Necesito entregarme a ti de esta manera. Sé que sólo tú serás capaz de obligarme a desprenderme de mi pasado y de darme un futuro».

En esa declaración de amor, porque eso es exactamente lo que eran esas palabras, Edward no sólo me dijo que necesitaba entregarse a mí, sino que necesitaba que yo lo obligase a hacerlo. Era como si supiera que él solo no lo iba a lograr. Tenía necesidad de que yo lo obligase a ser él mismo, a reconocer su naturaleza. Igual que él había hecho conmigo. Guardo el último jersey y tiro de la colcha de la cama para abrirla. Sigo sin entender por qué Edward no quería que entrase en este dormitorio. Giro sobre mis talones y observo a mi alrededor.

Es la estancia más espartana del apartamento. No hay ninguna foto de él y nada que delate ningún secreto sobre su ocupante. No hay látigos, ni esposas, ni cintas de seda; Edward guarda todos los artilugios sexuales en la habitación del piso de arriba. En la única donde yo he dormido. Lo único que me llama la atención es una pequeña vela blanca encima de la mesilla de noche.

No tiene nada de especial. Me acerco y la levanto para olerla. Ni siquiera está perfumada. Es una vela esférica que tal vez haya sido prendida un par de veces, a juzgar por el color negro de la mecha; junto a ella hay una sencilla caja de cerillas. La dejo tal como la he encontrado, porque no quiero que Edward piense que he aprovechado para husmear. Salgo del dormitorio y, al pasar por la sala, compruebo que él sigue con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás. No sé si está dormido, pero paso por detrás del sofá sin hacer ruido y voy al piso de arriba para dejar mi bolsa. La maleta que me ha mandado Alice la subiré más tarde. No me detengo demasiado, porque esa habitación me trae muchos recuerdos y ahora necesito mantener la calma. Pensar en esa vez que hicimos el amor de pie, mirándonos el uno al otro en el espejo del baño, no me ayudará demasiado. Bajo la escalera y voy a la cocina.

Pongo a hervir un poco de agua caliente para preparar un té; el remedio inglés para todos los males. Sirvo dos tazas, coloco el azúcar en la bandeja y me dirijo con ella hasta el comedor.

—Edward. —Le pongo una mano en la rodilla y le muevo la pierna suavemente—. He preparado un poco de té. Vamos, abre los ojos, te irá bien beber algo caliente.

Él vuelve la cabeza de un lado a otro y parpadea un par de veces. Está confuso, la medicación del hospital todavía le hace efecto.

—Me he quedado dormido —confiesa algo avergonzado.

—No importa, necesitas descansar. Hoy nos quedaremos en casa, pero mañana llamaré al terapeuta que nos ha recomendado el doctor Black para pedirle cita. Tienes que empezar a hacer rehabilitación cuanto antes.

Edward se incorpora y coge su taza para beber un poco de té.

—Mañana voy a ir al bufete, quiero revisar unos documentos y me gustaría hablar con Jessica sobre mi última visita a Escocia.

—Lo primero es la rehabilitación. No es necesario que vayas aún al bufete; hace poco más de una semana tuviste un accidente de coche casi mortal y apenas hace un par de días que te has despertado de un coma, Edward.

—No soy ningún inválido.

Vuelve a estar a la defensiva.

—No he dicho que lo fueras —replico con firmeza—. El doctor black  ha dicho que tienes que tomártelo con calma.

—No puedo tomármelo con calma, Isabella, tengo que averiguar qué diablos está tramando mi tío y hasta qué punto está involucrado con Vulturi.

 —¿Y para eso tienes que ir al bufete?

—Sí, allí es donde guardo los expedientes de las empresas de mi tío y de Vulturi.

 —Oh, Dios mío, o sea que hace años que vas detrás de ellos, por eso han intentado matarte.

—No, no exactamente. Hace años que vigilo de cerca a mi tío, lo de Vulturi lo averigüé hace muy poco. Tres o cuatro meses como mucho. Pero no es sólo eso. Jessica me necesita y yo estoy bien, dejando a un lado la rodilla y la mano, claro está.

—Y el pulmón perforado y el coágulo que tuvieron que quitarte del cerebro, pero claro, eso son tonterías.

—No me trates como si fuese un enfermo, Isabella. Esto no tiene nada que ver con lo que ha pasado antes. Sí, me ha gustado mucho que me tirases del pelo —reconoce—, y sí, me he excitado al ver que tomabas el control, pero en lo que se refiere al bufete o a mi vida, mando yo. ¿Entendido?

—¿Por qué crees que Jessica te necesita?

He decidido preguntarle eso para ver si lo desconcertaba y he acertado. Me muero de ganas de decirle qué pienso exactamente de su último discurso, de demostrarle quién manda, pero se me ha ocurrido una idea que voy a llevar a la práctica.

—Stanley & Cullen lleva más de doscientos casos al año, por supuesto que me necesita. No me malinterpretes, Jessica es una mujer muy capaz, pero mi nombre no está en la puerta del bufete sólo de adorno.

—¿Qué clase de relación existe exactamente entre Jessica y tú?

—Somos socios, la conocí cuando yo todavía trabajaba en la fiscalía y le gané un juicio. Fundamos el bufete juntos, aunque tengo que reconocer que fue idea suya, y ahora somos amigos.

—Ésa es la versión oficial, la que cualquiera puede leer en la página web de la firma. Ahora cuéntame la verdad.

—Ésa es la verdad —insiste él.

—La otra verdad. Cuéntamela —le ordeno.

—Tuve que sacar a Jessica de la cárcel por agresión. Fue hace muchos años, a mí me había tocado el turno de guardia y me pareció ver su nombre en una de las hojas policiales. Fui a la comisaría, convencido de que sería casualidad, y de repente allí estaba ella. Jessica stanley en persona en un calabozo, con un ojo morado y el labio ensangrentado. Me acerqué a ella y se negó a dirigirme la palabra. Lo intenté todo, provocarla, reñirla, ser compasivo, nada surtió efecto. Yo no quería presentar cargos contra ella, pero al parecer le había roto el brazo a un tipo y se negaba a colaborar. Frustrado, salí en busca de los agentes que habían efectuado el arresto. Eran un hombre y una mujer y la agente me contó que el hombre al que Jessica le había roto el brazo era en realidad su novio y que éste antes le había pegado a ella, de ahí el morado y el labio partido. Jessica no sólo se defendió, sino que le dio una paliza al tipo, así que el muy indeseable la denunció. Y ella no se defendió. Supongo que en ese momento le dio vergüenza reconocer que había dejado que esa sanguijuela la maltratase, o pensó que ya se había vengado lo suficiente. No lo sé.

—¿Qué hiciste?

Edward sonrió.

—Fui a buscar al hombre y lo convencí para que retirase los cargos.

—¿Cómo? —Le dije que si no lo hacía no le apartaría la mano de la garganta a tiempo para que pudiese respirar.

–Con la denuncia retirada, los agentes no tuvieron ningún inconveniente en soltar a Jessica y en perder la hoja de su arresto. A su manera, ella es incluso más fría que yo, pero creo que a partir de ese incidente nos adoptamos mutuamente.

—¿Por qué no me lo habías contado antes? —le pregunto atónita.

Edward se encoge de hombros.

—Pasó hace mucho tiempo y la verdad es que no tiene importancia.

—Claro que la tiene. No me extraña que Jessica te adore.

—Es mutuo.

—Tengo celos de ella.

—¿Por qué? —Me mira como si me hubiesen crecido dos cabezas.

—Tengo celos de lo relajados que se os ve juntos, de la complicidad que existe entre vosotros. Edward  piensa durante unos segundos antes de contestar.

—Estoy relajado con Jessica porque no la deseo. Nunca me he sentido atraído por ella. Es como si fuera mi hermana mayor.

—¿Se parece a Elizabeth?

El rostro de Edwaerd se demuda y sé que he cometido un error al mencionar a su hermana.

—¿Cómo sabes su nombre? Yo no te lo había dicho.

—Sí —balbuceo—, sí que me lo habías dicho.

—No —afirma él, rotundo—, hace años que no lo pronuncio. ¿De dónde lo has sacado?

—De la policía.

Edward aprieta los dientes.

—Me dijiste que me darías tiempo, que confiarías en mí. Y, sin embargo, te has puesto a hurgar en mi pasado sin mi permiso, y con la policía nada menos. ¿Acaso no tienes bastante con haber puesto mi mundo patas arriba, también tienes que sacudir mi pasado? ¿Nunca tendrás suficiente?

—Tú me lo pediste, me dijiste que yo era la única que podía obligarte a desprenderte de tu pasado y darte un futuro.

—¿Cuándo te dije eso?

—Lo sabes perfectamente.

—De mi hermana no quiero desprenderme, así que no la metas en esto. Y no vuelvas a hablar de mí con la policía. No soy un niño pequeño que necesite tu protección. —Coge la muleta y de tan furioso como está, consigue levantarse con un único impulso—. Y respondiendo a tu pregunta, no, la relación que tengo con Jessica no se parece en nada a la que tenía con mi hermana. ¿Satisfecha?

No, no lo estoy.

¿Por qué siempre que creo haber dado un paso hacia adelante con Edward, él retrocede dos? Tengo miedo de no atraparlo nunca.

—Me voy a mi habitación. No vengas a verme. Antes me has prometido que no entrarías. ¿O acaso también vas a incumplir esa promesa?

—No, no entraré.

—Genial, a ver si es verdad.

Cojea hasta el pasillo y lo veo desaparecer hacia el interior de su dormitorio. Estoy a punto de echarme a llorar y para evitarlo busco la carpeta que me ha entregado esta mañana el doctor Black y llamo al primer terapeuta de la lista. Está muy ocupado, pero cuando le digo de parte de quién llamo y que el nombre del paciente es Edward Cullen , milagrosamente aparece un hueco en su agenda. Garret McCarty, que así se llama, realiza además visitas a domicilio y concertamos una cita para mañana. Después de colgar, llamo al vestíbulo del edificio y le pido al portero que cuando pueda me suba la maleta. Podría ir yo a buscarla, en realidad, probablemente tendría que ir yo, pero me da miedo dejar a Edward solo en el apartamento, y una pequeña parte de mí no quiere alejarse tanto de él por si me necesita. Claro que, a juzgar por cómo me ha mirado cuando he mencionado el nombre de su hermana, tendría que estar muriéndose para recurrir a mí. Por último, también llamo a Alice para darle las gracias, pero mi amiga no coge el teléfono y al final termino hablando con el contestador. Odio esas máquinas, aunque en el fondo me alegro de no haberla encontrado; no sé si habría sido capaz de explicarle lo que me está pasando sin derramar una o dos de las lágrimas que por fin he logrado contener. Sintiéndome mejor después de haber resuelto estas cuestiones prácticas, me levanto de la silla en la que me he sentado para hacer las llamadas y me dirijo a la cocina.

Estoy de pie cuando oigo el distintivo ruido de las cañerías, seguido al cabo de unos segundos por un golpe seco. Es como si algo muy pesado hubiese golpeado la pared. O alguien. Edward. Corro hacia su habitación y veo que las sábanas están revueltas y que él no está en la cama. Otro golpe y el ruido del agua al correr. Sin dudarlo un segundo, abro la puerta del cuarto de baño del dormitorio y me quedo petrificada en la entrada. Edward está completamente desnudo. Su ropa está esparcida por el suelo y, a juzgar por cómo está dispuesta, es más que evidente que ha tenido que pelearse con ella para poder quitársela. Veo el cinturón en una esquina y los vaqueros cortados, prácticamente destrozados, en otra. El jersey negro ha terminado hecho un ovillo al lado de una de las estanterías. Ha conseguido cubrirse el yeso de la pierna con el plástico protector que nos han dado en el hospital y ha logrado la misma hazaña con el brazo. Ha tenido que costarle y la única ayuda a la que ha recurrido es a la de las tijeras, que ahora también están en el suelo. La ducha ocupa la mitad del cuarto de baño.

Una mampara de cristal separa los dos espacios: aquel en el que están el lavabo, las estanterías y el retrete, y el otro, donde un suelo de gresite verde oscuro delimita la ducha. Allí dentro cabrían al menos cuatro personas, pero ahora sólo está Edward y su cuerpo desprende tanta fuerza y tensión que parece ocuparlo todo. El agua cae a toda presión del círculo de acero que hay en el techo y le golpea la espalda. Tiene que dolerle, la piel de los hombros se le ve llena de marcas rojizas que señalan el lugar exacto donde inciden los chorros de agua. Y ésta tiene que estar muy caliente, a juzgar por el vapor que empaña la mampara y también el espejo del lavabo. Tiene la cabeza baja y la frente apoyada en la pared que le queda delante, igual que el antebrazo que no lleva enyesado. La pierna en la que apoya la totalidad de su peso está temblando y el torso le sube y baja despacio, como si le costase respirar y estuviese obligándose a hacerlo.

No sé si me ha oído y dudo de si hacer notar mi presencia. Tal vez necesite estar solo. Dios sabe que yo también me siento abrumada por todo lo que está sucediendo, así que él, que es quien ha sufrido ese aparatoso accidente y quien se está enfrentando a unos anhelos que hasta ahora no sabía que tenía, lo debe de estar todavía más. Sí, probablemente lo mejor será que me vaya, pero entonces lo oigo farfullar en voz baja y tengo que quedarme.

—No puedo. No puedo. —Es lo que está diciendo. La voz sale con dificultad de su garganta ronca y malherida. Está furioso. Entonces echa hacia atrás el brazo que tenía apoyado en la pared, cierra el puño y, antes de que mi cerebro confuso logre adivinar qué pretende, suelta un puñetazo con todas sus fuerzas. Ése es el ruido que he oído antes. Dios mío. Le miro la mano, que ahora ha colocado bajo el chorro de agua, y veo que tiene los nudillos ensangrentados. Vuelve a cerrar el puño y a echar de nuevo el brazo hacia atrás.

—¡No, Edward, para!

Se detiene y aparta lentamente la frente de la pared. Deja que el agua le caiga en los ojos y sacude la cabeza para apartársela.

—Vete de aquí ahora mismo.

Lo oigo a pesar del ruido, porque la rabia que tiñe sus palabras me cala hasta los huesos. Nunca lo había visto necesitarme tanto y a la vez tan decidido a echarme de su lado. Me doy media vuelta y me dirijo hacia la puerta. Me quedo atónita al ver que tiene pestillo. Si Edwardhubiese querido, habría podido impedirme la entrada. Yo jamás habría podido forzar esa puerta. Convencida de que ésa es la señal que me faltaba, me acerco a ella y corro el pestillo, encerrándonos a los dos dentro. El clic resuena en el cuarto de baño, donde lo único que puede oírse ahora es la continua cadencia del agua y nuestra respiración entrecortada. Respiro hondo e intento prepararme para el impacto de ver la furia de Edward dirigida hacia mí, pero cuando por fin lo miro, comprendo que nada de lo que yo hubiese podido hacer habría podido prepararme para esto. Vuelve a tener el antebrazo en la pared, con la frente apoyada en él. Parece agotado. El agua sigue cayéndole sobre la espalda y, a pesar de que está caliente, Edward está temblando.

Mis manos deciden desnudarme incluso antes que mi cerebro y les doy las gracias por esos segundos de más que me están proporcionando. Él ni siquiera me mira, pero ésta es probablemente la vez que más me está costando desnudarme en su presencia. No me entretengo, en realidad, estoy segura de que nunca me he quitado la ropa tan rápido. Ya desnuda, me acerco a la mampara y entro en el espacio de la ducha sin decir nada. Él percibe mi presencia al instante, a pesar de que todavía no lo he tocado.

—Vete de aquí, Isabella. No quiero que me veas así.

Se me parte el corazón. ¿Por qué?, quiero preguntarle. Él es mío pase lo que pase, sienta lo que sienta. Yo quiero estar a su lado tanto cuando siente que es el amo del mundo como cuando cree que éste lo destrozará para siempre. Pero sé que si se lo digo no me creerá. Tengo que demostrárselo.

—Chis, tranquilo.

Le pongo una mano en lo alto de la espalda y se tensa de inmediato, pero no se aparta ni me pide que yo lo haga.

—Tranquilo —repito, acariciándolo como si fuese un animal salvaje malherido—. Deja que yo me encargue de todo.

El agua me salpica el torso y me quema la piel. Veo que aparecen puntos rojos en mi cuerpo, pero apenas los siento; lo único que puedo sentir es el dolor y la angustia de Edward. Tengo que encontrar el modo de hacer desaparecer esos sentimientos, aunque sea sólo un rato, y no se me ocurre nada más poderoso que el deseo para lograrlo.

—Recuerdo la primera vez que vine a tu apartamento. —Mi voz parece tranquilizarlo—. Esa noche me enseñaste lo difícil que es obedecer a una persona. —Deslizo la mano de un omóplato al otro muy despacio—. Me pediste que me sujetase al respaldo del sofá mirando la ventana del dúplex y que no me moviera. —Doy un paso hacia adelante y mis pechos le rozan la espalda. Un temblor sacude su cuerpo, pero no se mueve y sigue en silencio—. ¿Te acuerdas? Edward no me contesta, pero asiente levemente con la cabeza sin apartarla de la pared. —¿Te he contado alguna vez lo que sentí? —Edward es demasiado alto para que pueda susurrarle al oído en esta postura. Mi cabeza ni siquiera le llega a los hombros. Me pego completamente a él y coloco la mano izquierda en su muslo—. Apóyate en mí. No hace falta que sujetes tú todo el peso. —Le empujo suavemente el muslo hasta notar que parte de su peso descansa también en mi pierna—. Eso es, muy bien.

Él suelta el aliento entre los dientes.

—Sentí que quería complacerte —retomo mi confesión—, que estaba dispuesta a hacer lo que fuese con tal de que te sintieras orgulloso de mí, de que me desearas una milésima parte de lo que te deseaba yo. Obedecer tus órdenes me liberó, sentí que por fin podía ser quien era. Nunca me había sentido tan bien, tan segura de mí misma. Tan amada —me atrevo a añadir, a pesar de que Edward nunca ha mencionado ese sentimiento.

Muevo la mano derecha hacia su cintura y lo sujeto con fuerza hasta clavarle las uñas. Mis pechos le rozan la espalda y sé que él puede sentirlos.

—¿Quieres sentirte así, Edward? —Le muerdo la espalda, primero suavemente y después asegurándome de que le dejo mi marca. Él tiembla de nuevo. Me aparto y paso la lengua por encima de la piel que he mordido—. ¿Quieres?

—Sí —susurra—. Por favor.

Me aparto un poco y veo que tiene los hombros tan tensos que incluso le tiemblan y que está apretando tanto la mandíbula que terminará por hacerse daño. No puedo tolerar que se comporte así.

—¿De verdad estás dispuesto a obedecerme? ¿Crees que serás capaz?

Retiro la mano que tengo en su cintura y la deslizo hasta llegar a sus nalgas. Se las acaricio suavemente. Lentamente. Me detengo en la espina dorsal y con los dedos recorro la línea que separa ambos glúteos.

—¿De verdad crees que serás capaz?

—Sí.

Tiembla tanto que tengo miedo de que los dos terminemos en el suelo, así que apoyo con firmeza los pies en el suelo para evitarlo.

—¿Harás todo lo que yo te diga?

Le paso la mano entre las nalgas hasta llegar a sus testículos. Están tan apretados como el resto de su cuerpo y se los rodeo con los dedos.

—Respóndeme, Edward. ¿Harás todo lo que yo te diga?

Aprieto sin miedo a hacerle daño. Tiene el miembro tan erecto que vibra encima de mi mano.

—Sí.

Le suelto los testículos de inmediato y me parece oír un sollozo escapando de sus labios.

—No será fácil. Tienes que confiar en mí. Yo sé lo que necesitas, lo sé porque es lo mismo que necesito yo.

Vuelvo a acariciarle las nalgas y él respira de nuevo más tranquilo.

—No puedes desobedecerme de nuevo, ¿entendido?

No dice nada y tampoco asiente con la cabeza. Echo la mano hacia atrás y le doy una palmada en el glúteo. Edward tensa la espalda como un arco y gime de placer.

—¿Entendido?

—Otra vez —me pide entre dientes, costándole cada palabra—. Por favor.

Le doy otra palmada, más fuerte que la anterior y me aparto para ver la marca de mis dedos en su piel. Dios mío, ¿por qué me resulta tan excitante?

—¿Entendido? —Él sigue temblando y decido volver a atrapar sus testículos—. Respóndeme, Edward. ¿Lo has entendido? —Él asiente—. ¿Harás todo lo que yo te diga?

—Sí.

—Dímelo —le exijo, apretando de nuevo—. Quiero saber que entiendes lo que me estás diciendo.

—Haré todo lo que me digas —me promete, con la respiración entrecortada.

Le suelto los testículos y dirijo la mano hacia su erección. Se la recorro con un dedo y él mueve las caderas hacia adelante. Aparto la mano de inmediato y lo sujeto por la cintura.

—No te muevas, Edward. Te tocaré cuando yo quiera y donde yo quiera. Dilo.

—Cuando tú quieras y donde tú quieras.

—Eso es.

Aparto los dedos de su cintura y le acaricio los músculos del abdomen. Él se está completamente quieto.

—Te tocaré cuando yo quiera y donde yo quiera, porque sólo yo sé lo que de verdad necesitas.

Subo la mano hasta llegar a sus pectorales. Detengo la palma encima del músculo que cubre su maravilloso corazón y le atormento el pezón.

—Vamos, Edward, quiero que lo repitas.

Tiro del pezón y él se estremece.

—Sólo tú sabes lo que de verdad necesito.

—Muy bien. Suelto el pezón y lo recompenso depositando un beso en su espalda.

Lo siento temblar y guío de nuevo mi mano hacia su miembro. Esta vez no lo torturo, se lo aprisiono al instante entre los dedos y muevo la mano arriba y abajo. Edward intenta adelantar las caderas una sola vez, pero se detiene en el mismo instante en que nota que aflojo los dedos.

—Lo siento —dice con la voz rota—. Por favor.

—Prométeme que no volverás a intentar echarme de tu vida ni de tu lado.

Él aprieta los dientes y todo su cuerpo vibra de tensión contenida

—No puedo.

Me da un vuelco el corazón y tengo ganas de gritar de dolor. Al menos no me ha mentido, pienso. Tal vez me haya precipitado. Cuando Edward me poseyó por primera vez, no me pidió un imposible, sólo me dijo que no me moviese. Y, aun así, yo fui incapaz de obedecerlo. Me he excedido, no puedo pedirle que corra una carrera cuando apenas está empezando a andar.

—Está bien. —Vuelvo a apretar los dedos alrededor de su erección y él se relaja un poco—. Chis, no pasa nada. Es culpa mía, lo estás haciendo muy bien.

Le doy un beso en el omóplato y le oigo suspirar.

—Voy a volver a intentarlo —le digo, sin dejar de tocarlo—. Voy a demostrarte que puedo darte lo que necesitas, que soy capaz de cuidar de ti. —Subo la mano que tengo en el muslo de la pierna enyesada de Edward hasta su cintura, para sujetarlo con fuerza—. Tú a cambio sólo tienes que prometerme una cosa. —Levanto un momento esa misma mano y le acaricio la nuca. Él mueve la cabeza siguiendo el movimiento, buscando mis caricias. La aparto, no porque quiera dejar de tocarlo, sino porque noto que él vuelve a apoyar parte del peso en su pierna herida—. Dos cosas —me corrijo. Le coloco de nuevo la palma en el muslo y le empujo la pierna hacia atrás hasta notar que vuelve a descansar parte del peso en mi cuerpo—. La primera: no vuelvas a hacerte daño. Tu cuerpo me pertenece. —Aprieto los dedos alrededor de su miembro y lo siento temblar—. Tu placer y tu dolor son míos. Nada de hacerte daño, te lo prohíbo. Si vuelves a sentir la necesidad de dar un puñetazo en la pared, ven a buscarme, seguro que entre los dos se nos ocurrirá un modo mejor de desahogarte. No me importa verte así y me duele que quieras ocultarme esta parte de ti. ¿Cómo te sentirías si yo intentase ocultarte algo tan íntimo? —No espero que me conteste, el modo en que se le ha acelerado la respiración es respuesta suficiente—. ¿Puedes prometerme eso, Edward?

—Sí, te lo prometo.

Deslizo la mano arriba y abajo de su erección. Me fascina sentirla temblar entre mis dedos. Me excita ver que Edward, efectivamente, no se ha movido, que ha dejado su placer por completo en mis manos. Tengo el poder de negárselo, de retrasarlo al máximo. Quiero dárselo, hacerlo feliz es lo único que me importa, pero antes debo ayudarlo a superar el dolor que lo ha impulsado a meterse en esta ducha y golpear la pared hasta hacerse sangre en los nudillos.

—La segunda cosa que quiero que me prometas es que nunca vas a mentirme. —Él empieza a negar con la cabeza, pero continúo antes de que diga nada—: No, escúchame antes de creer que no sé que esto es exactamente lo que necesitas. Tú no vas a mentirme nunca más y tampoco vas a ocultarme nada, porque yo nunca te preguntaré algo que no estés dispuesto a responder. Te conozco, Edward, estás dentro de mí. Cuando me entregué a ti, tú, sin saberlo, también te entregaste a mí; ahora sólo lo estamos llevando a la práctica.

Él mueve la cabeza de un lado a otro para seguir negando.

—Es verdad y voy a demostrártelo. Por ahora, sé que lo único que estás dispuesto a aceptar es el aspecto físico de tu anhelo, pero me basta con eso para empezar. Te conozco, Edward. Te entregaste a mí hace tiempo —repito y muevo con más fuerza la mano que tengo en su erección—. Estoy convencida de que si te ordeno que no te corras, no lo harás. —Aprieto los dedos y deslizo el pulgar por la punta de su miembro, en busca de las gotas de semen previas a la eyaculación, que empiezan a acumularse allí—. Puedo masturbarte durante horas, besarte la espalda, morderte. Pegarte. Y si te ordeno que no te corras, no te correrás. ¿Y sabes por qué? Porque me perteneces y quieres complacerme.

Él separa los labios para respirar y se muerde el antebrazo para no gritar de placer.

—Me has prometido que no te harías daño —le recrimino, aflojando los dedos con que le estaba acariciando el miembro.

—Lo siento, lo siento —dice, apartando la boca de inmediato—. Lo siento. Creía estar preparado para esto —añade con lo que parece un sollozo—. Lo necesito, Isabella.

Odio no poder verle la cara y sé que tengo que remediarlo, pero ahora Edward está muy vulnerable y necesita que le demuestre que nada de lo que haga está mal, que pase lo que pase puede contar conmigo y que yo estaré aquí. Amándolo.

—Chis, tranquilo, no pasa nada. Te has dado cuenta y has rectificado. —Vuelvo a sujetar su miembro entre mis manos—. Eso es lo que importa. Lo estás haciendo muy bien. Te he ordenado que no te corras y no lo has hecho. —Sigo masturbándolo, pero con suavidad, dejando que disfrute de cada caricia, permitiendo que sienta que yo lo deseo tanto como él—. No te corras, Edward, sigue así.

Su miembro tiembla y permanece erecto. Tiene los testículos completamente apretados contra el cuerpo. Si le doy permiso, eyaculará de inmediato, pero sigo acariciándolo y enloqueciéndolo de deseo. Edward tiembla, el torso le sube y baja con cada respiración, aprieta y afloja los músculos del abdomen y la pierna en la que se apoya vibra de tensión.

—Prométeme que serás sincero conmigo, que me dirás siempre la verdad y que contestarás todas mis preguntas. Sabes que puedes confiar en mí, cariño. Créeme cuando te digo que nunca te preguntaré nada que crea que no puedes responderme. Te he pedido que no te movieras y lo has hecho a la perfección —le recuerdo—. Te he pedido que no te corras y también. —Muevo la mano para demostrarle lo cierta que es mi afirmación—. Nunca te pediré algo que no puedas hacer. Confía en mí y prométeme que me dirás la verdad. Entrégame esa parte de ti. —Con la mano con la que no lo estoy masturbando le empujo levemente la cintura para que él tenga la sensación de que está moviendo las caderas—. Por favor, lo necesito tanto como tú y sé que puedes hacerlo.

Le muevo la cintura un poco más, al ritmo de la mano que tengo en su pene.

—Te lo prometo.

—Lo has hecho muy bien, cariño.

Aparto la mano de su cintura y vuelvo a llevarla al muslo de la pierna enyesada, que siento vibrar de un modo extraño bajo mi palma. Sé que Edward está muy excitado, ambos lo estamos, pero ese temblor no ha tenido nada que ver con el deseo.

—¿Te duele la pierna?

Él tarda unos segundos en contestar y noto que tensa los hombros antes de hacerlo.

—No.

—No me mientas, Edward. Acabas de prometerme que siempre me dirás la verdad. Confía en que sabré estar a la altura de tu respuesta.

Él sigue en silencio. Los dos estamos completamente mojados y el agua sigue cayendo sobre nosotros. Edward tiene la piel erizada, pero no es de frío, sino de deseo. Sin darle tiempo a anticiparse, le doy un azote sin dejar de masturbarlo.

—¿Es esto lo que quieres? ¿Quieres eyacular en mi mano mientras te pego y reducir lo que está sucediendo entre nosotros a un juego sexual? —Muevo más rápido los dedos y me sorprendo a mí misma al descubrir lo furiosa y dolida que estoy. ¿Tan difícil va a resultarme derribar sus muros?—. Porque si es lo que quieres de verdad, no hay problema. Puedo decirte un par de tonterías y masturbarte hasta el orgasmo. Te correrás y todos contentos. Pero no cuentes conmigo para nada más. Yo no soy una de esas mujercitas a las que seducías con tus juegos de posesión. Yo soy de verdad y lo que siento por ti es auténtico. Y no dejaré que te corras hasta que lo reconozcas.

—Isabella, por favor —susurra entre dientes.

—¿Por favor, qué?

 Mi cuerpo entero está pegado al suyo y tiemblo de rabia y de deseo. Le estoy clavando las uñas en la cintura y la mano con la que lo estoy masturbando incluso me duele de la intensidad que imprimo en mis movimientos.

—¿Por favor deja que me corra y convierte esto en un burdo juego sexual? ¿O por favor dame la oportunidad de decirte la verdad? Decídete, Edward. Si esto es sólo un juego, quiero saberlo cuanto antes para largarme de aquí. Oh, no te preocupes, me ocuparé de que te corras, pero no volveremos a vernos más.

—¡No! No te vayas.

Nunca lo había visto tan excitado. Tiene la piel del pene tensada al máximo y no dejan de escapársele gotas de pre eyaculación, pero nada más. Está logrando contener su orgasmo. Yo no sé si habría sido capaz. «Sí, si Edward  me lo pidiese, sería capaz de contenerme.»

—Ya sabes qué tienes que hacer si quieres que me quede. Dime la verdad, Edward —le recuerdo—. ¿Te duele la pierna?

—Sí, mucho.

Suelto su erección en el mismo instante en que termina de decirlo.

—¡No! ¡No! Te he dicho la verdad —solloza exhausto.

—Lo sé, cariño, lo sé. No te estoy castigando. —Lo abrazo por la cintura por detrás y le doy un beso en la columna vertebral—. Voy a cuidar de ti, te lo prometo, pero no quiero que estés sufriendo —le explico despacio y él parece calmarse. Intento serenarme y pensar y de repente me doy cuenta de que delante de mí hay una especie de banco. Cómo he podido estar tan ciega.

El muro en el que Edward ha estado apoyado todo este rato termina en una especie de murete, también de gresite verde oscuro. En mi defensa diré que está tan bien integrado que parece fundirse con la pared y con el suelo, y con el agua cayendo a chorros encima de nosotros es relativamente comprensible que no lo haya visto. Además, el deseo que embota mis sentidos sin duda tampoco me ha ayudado.

—Date la vuelta amor.

Edward me obedece sin titubear.

—Siéntate.

Le coloco una mano en un hombro y empujo suavemente hacia abajo. Él se sienta en el banco y lo ayudo a extender la pierna. Tiene los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la pared. Me acerco y cierro el grifo del agua. Hay tanto vapor en la estancia que no notaremos el frío durante mucho rato. Y no quiero que nada se interponga entre nuestras pieles, ni siquiera las salpicaduras del agua. Deslizo la vista hacia abajo y la detengo en su miembro erecto. Con un dedo, se lo recorro de la raíz a la punta y capturo en la yema una gota de semen.

—Abre los ojos, Edward.

Los abre y los fija en los míos.

—Tendrías que haberme dicho antes que te dolía —lo riño y veo que él aprieta estoico la mandíbula —. ¿Por qué no lo has hecho?

—Porque no quería que dejaras de tocarme.

—¿Te gusta que te toque? Antes no me lo permitías. Siempre me atabas las manos. No hace falta que me expliques por qué, sólo dime si te gusta.

—Me gusta.

—Me alegro. —Lo recompenso con una sonrisa—. A mí me gusta mucho tocarte. Me gusta sentir cómo tus músculos tiemblan bajo mis dedos, cómo te mueves en busca de mis caricias, cómo te contienes cuando te lo ordeno. Eso es lo que necesitas —afirmo—, que no sea decisión tuya.

Él se mantiene inexpresivo, pero el brillo de sus ojos me confirma que he acertado.

—Vas a masturbarte delante de mí. Sí, Edward, eso es exactamente lo que vas a hacer. Vas a masturbarte delante de mí y vas a enseñarme cómo te gusta que te toquen. Vas a enseñarme todos y cada uno de los movimientos que te hacen perder el control. Y vas a decirme si te gusta rápido o lento, si prefieres sentir algo de dolor o que las caricias sean suaves. Vas a masturbarte y a explicarme lo que sientes cada segundo.

Su miembro tiembla ante mis ojos.

—Y no vas a correrte. No tienes derecho a eyacular solo. Me necesitas a mí para alcanzar el orgasmo. Repítelo.

—No voy a correrme. No tengo derecho a eyacular solo—. Traga saliva—. Te necesito a ti para alcanzar el orgasmo.

—Bien hecho, cariño.

Sus pupilas negras se dilatan al oír la última palabra.

—Tú quédate aquí sentado, yo me apoyaré en esa pared. —Señalo la opuesta—. Y te miraré. ¿Crees que podrás hacerlo?

Le acaricio el pelo.

—Yo confío en ti, pero todavía no puedo leerte la mente. Si de verdad no puedes hacerlo, dímelo, quiero cuidar de ti y hacerte feliz; ya pensaré otro modo de averiguar tus secretos. Puedo tomar el mando, es lo que ambos necesitamos, pero no tengo poderes.

—No quiero decepcionarte —masculla.

—Oh, amor, eso es imposible. Eres el hombre más maravilloso del mundo, me excito sólo con pensar en que tengo la suerte de estar contigo.

—Necesito —traga saliva antes de continuar—, necesito verte.

—Estoy aquí, Edward, no me he ido a ninguna parte —respondo confusa. Él niega con la cabeza.

—No, no es eso.

Cierra los ojos y veo que intenta encerrarse de nuevo dentro de sí mismo.

—¿Qué es, Edward? —le pregunto, sujetándole por el mentón—. Abre los ojos y explícame qué te pasa, te juro que lo haré.

—No puedo masturbarme sin pensar en ti. Me has pedido que te explique cómo tocarme, pero no puedo hacerlo sin pensar en ti. Y si te tengo cerca, no sé si podré contenerme. Necesitaré tocarte y si no lo hago tal vez no logre terminar y entonces...

—Tranquilo, Edward, tranquilo. —Le coloco una mano sobre el corazón—. No vas a levantarte de este banco porque yo te ordeno que te quedes aquí sentado. ¿Me has oído? No vas a levantarte. Dame la mano. —Me la da al instante y la guío hasta su erección—. Tócate, enséñame lo que te gusta. Explícamelo. Dime todo lo que se te venga a la mente. Lo único que te pido es que no me ocultes nada. Puedes hacerlo. Mantén tu mirada fija en la mía, no la apartes ni un segundo, pase lo que pase.

Aparto la mano de la suya y siento que Edward empieza a moverla.

—Puedes hacerlo.

Capítulo 42: capitulo *41 Capítulo 44: CAPITULO*43

 


Capítulos

Capitulo 1: CAPITULO *1 -Royal London Hospital Capitulo 2: CAPITULO* 2 -Noventa días antes Capitulo 3: CAPITULO *3 Capitulo 4: CAPITULO* 4 Capitulo 5: CAPITULO*5 Capitulo 6: CAPITULO *6 Capitulo 7: CAPITULO*7 Capitulo 8: CAPITULO -8 Royal London Hospital Capitulo 9: capitulo * 9 Capitulo 10: CAPITULO * 10 Capitulo 11: CAPITULO *11 Capitulo 12: CAPITULO * 12 Capitulo 13: CAOITULO *13 Capitulo 14: capitulo *14 Capitulo 15: CAPITULO *15 Capitulo 16: capitulo *16 Capitulo 17: AVISO (NUEVO FAN FINC EN PROCESO) Capitulo 18: capitulo *17 Capitulo 19: capitulo *18 Capitulo 20: capitulo *19 Capitulo 21: capitulo * 20 Capitulo 22: capitulo * 21 Capitulo 23: capitulo * 22 Capitulo 24: capitulo* 23 Capitulo 25: capitulo *24 Capitulo 26: CAPITULO *25 Capitulo 27: CAPITULO * 26 Capitulo 28: capitulo * 27 Capitulo 29: CAPITULO*28 "LA CINTA" EPOV Capitulo 30: CAPITULO *29 EPOV Capitulo 31: CAPITULO* 30 EPOV Capitulo 32: capitulo*31 EPOV Capitulo 33: capitulo*32 EPOV Capitulo 34: capitulo *33 EPOV Capitulo 35: CAPITULO*34 "TODOS LOS DIAS" Capitulo 36: CAPITULO *35 Capitulo 37: CAPITULO*36 Capitulo 38: CAPITULO*37 Capitulo 39: CAPITULO*38 Capitulo 40: CAPITULO*39 Capitulo 41: capitulo*40 Capitulo 42: capitulo *41 Capitulo 43: CAPITULO*42 Capitulo 44: CAPITULO*43 Capitulo 45: capitulo*44 Capitulo 46: capitulo*45 Capitulo 47: capitulo*46 Capitulo 48: capitulo*47 Capitulo 49: capitulo *48 Capitulo 50: CAPITULO *49 Capitulo 51: capitulo *50 Capitulo 52: capítulo*51 Capitulo 53: capitulo /52 Capitulo 54: capitulo 53 Capitulo 55: capitulo *54 Capitulo 56: capitulo 55**sin fin** Capitulo 57: capitulo *56 Capitulo 58: capitulo *57 Capitulo 59: CAPITULO*58 Capitulo 60: CAPITULO*59 Capitulo 61: capitulo *60"evitando lo obio" PV ALICE Capitulo 62: PV jASPER Capitulo 63: Capitulo 62 Capitulo 64: CAPITULO 63 Capitulo 65: epilogo1

 


 
14439382 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10757 usuarios