Buenos días Mr. Cullen ©

Autor: vickoteamEC
Género: General
Fecha Creación: 12/10/2010
Fecha Actualización: 27/01/2013
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 81
Visitas: 114592
Capítulos: 32

T E R M I N A D O

Un pequeño accidente desencadenará toda una historia.

¿Hasta dónde serías capaz de llegar por defender lo que quieres, sin romper las reglas ? ¿Qué harías si lo prohibido es tu única opción? ¿Gana la razón al corazón?

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Los personajes, algunos escenarios y situaciones son propiedad de Stephenie Meyer. Sólo la trama es de mi creación.

 

 

 

Protegida con derechos de autor por safe creative.

 

 

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Capítulo 19: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

 

 

Sé que no tengo perdón de Dios por tardarme tanto 

so sorry U.U

MIL Gracias por el apoyo ^^

Lo más rápido que pueda la prox. actualización

sas??

Besos de bombón.

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BELLA POV

Con mis ojos llenos de lágrimas seguí buscándolo por toda la habitación, sin resultados, la decepción no era más grande que la tristeza. La ilusión de haber podido compartir tan sólo un breve momento a su lado me estaba desarmando. Después de un rato regresé de nuevo a la mesa y me dejé caer sobre la silla. Una a una las lágrimas fueron apareciendo dejando rastro por mis mejillas, era evidente que me quisieron jugar una broma, y muy pesada para mi gusto; sólo habían conseguido que me sintiera triste y decepcionada. Mis sollozos fueron interrumpidos por uno de los meseros, él  me ofreció un pañuelo y lo tomé sin levantar la vista.

—Gracias— dije con voz pastosa.

—Señorita Swan, ¿qué le pasa? ¿Puedo ayudarla en algo?— esa aterciopelada voz preocupada con un leve tono bromista me dejó estática, levanté la vista y pude verlo entre la gruesa capa de lágrimas.

Me levanté de un brinco, me lancé a sus brazos y comenzó a girar dándome  varias vueltas en el aire. ¡Edward estaba ahí!, parecía irreal. Me dejó en el piso y lo abracé; recordé lo que pensaba minutos atrás, rompí el abrazo, le di un pequeño empujón y lo miré ceñuda.

— ¿Por qué me hiciste eso?— dije haciendo un puchero tipo Alice.

— ¿Qué cosa?

—Esperar, me hiciste llorar de impotencia y coraje. Además…— me interrumpió poniendo un dedo sobre mis labios.

—Aún no llegaba— lo miré con cara de duda y sonrió–. Estaba de camino hacia acá cuando supe que Alice ya casi había llegando, me apresuré lo más que pude, Luigi preparó todo para ti, se suponía que yo debía llegar antes y no después. Cuando te vi sentada, llorando, me acerqué y te tendí el pañuelo. Lo siento— sonreí y sin dudarlo lo besé.

Ya  no me importaba si hace un momento estaba llorando por él o si ayer lo había extrañado más que nunca, lo único que importaba era que estaba ahí, conmigo, que lo amaba y amaba sus sorpresas.

Después de una sesión de besos, miradas y sonrisas; regresamos a la mesa, retiró la silla para mí y se sentó enfrente. Nos pusimos al corriente de lo que habíamos hecho en el tiempo que estuvimos separados. Edward me platicó sobre sus abuelos, afortunadamente la señora Cullen estaba mucho mejor y ya no sería necesaria la presencia de él en Inglaterra.

La cena pasó entre charlas amenas, bromas y risas. En cierto punto me confesó que tenía tiempo planeando la velada y que todos eran sus cómplices; así que viví “engañada” por unos días, pero no importaba. Tenerlo conmigo era el mejor regalo que podía tener, me sentía cómo en una nube y no podía dejar de sonreír. Terminamos el postre y nos quedamos un rato más hablando.

—Creo que es hora de irnos— dijo, asentí levemente y agaché la mirada, era la primera noche que Edward estaba en Forks y no quería que terminara—. Anda, la noche es joven— dijo poniéndose de pie y tendiéndome la mano.

— ¿A dónde vamos?— pregunté emocionada. Me dio una mirada que ya me sabía de memoria–. Me va a gustar— dije con monotonía.

—Aprendes rápido— dijo y después besó frente.

Salimos del lugar tomados de la mano. Luigi estaba en la puerta, le dimos las gracias, de nuevo, me felicitó y me dio una caja de regalo.

—No debiste molestarte— dije sonrojada.

—Algo especial, para mi cliente más especial.

—Gracias— respondí sinceramente, con una enorme sonrisa.

—Gracias por todo de nuevo— dijo Edward dándole la mano. Después de despedirnos, subimos al auto y nos dirigimos hacia Forks.

— ¿Puedo preguntar algo?

—Pues, ya lo estás haciendo— dijo él bromeando. Sonrió y tomó mi mano–. Con respecto a qué.

—La “sorpresa”.

—Depende. Sólo una pregunta.

—Okey. ¿Hay antifaces?— pregunté haciendo una mueca de desagrado.

—No— sonreí, eso ya era algo.

— ¿Y lugares a mitad del bosque?

—Dije que sólo una pregunta. No seas tramposa.

El resto del camino lo pasamos bromeando y riendo. Cuando tomó el camino empedrado supe hacia dónde nos dirigíamos, habíamos estado ahí muchas veces y así afuera estuviera muy obscuro sabría cómo llegar.

—La cabaña— dije con seguridad.

—Así es.

— ¿Así de fácil? ¿Sin complicaciones, ni antifaces, ni nada?

—Sí, así de fácil.

— ¿Enserio?

—Sí, amor.

—Vaya, debo aceptar que me sorprendes. No es tu protocolo.

—Ese es el punto: sorprenderte.

Aún tenía una sonrisa tatuada al rostro, sólo él podía provocar eso y más en mí. Llegamos y me ayudó a bajar. La verdad, me sorprendía que no intentara algo raro cómo taparme los ojos; aunque sospechaba que algo tramaban los demás, no era muy de ellos dejar un cumpleaños sin festejar.

Abrió la puerta, entramos y encendió las luces. Me di vuelta y lo miré tratando de encontrar una respuesta coherente a su nueva manera de sorprenderme.

— ¿Qué traen entre manos?— dije entrecerrando los ojos y con la cabeza hacia un lado.

— ¿Quiénes?

—Todos ustedes. Tú no me sorprendes así, siempre tengo que cerrar los ojos o algo por el estilo o…

—Bella.

— ¿Qué?

—Date la vuelta.

Me giré y en medio de dónde se supone que debería estar la sala había un hermoso piano negro. Me acerqué con curiosidad y pasé los dedos por la cubierta, levanté la tapa y toqué algunas teclas. No tenía ni idea de lo que hacía, pero podía apreciar lo hermoso que era.

— ¿Y esto?

—Lo necesito para darte tu regalo— dijo sonriendo. Pasó a un lado de mí y se acomodó en el banquillo, me hizo un espacio y volteó a verme con sus hermosos ojos verdes. Sonrió y me dio un beso corto en los labios.

Tomó aire y comenzó a tocar. Era una pieza hermosa y emotiva. La canción sonaba como una nana, nunca la había escuchado, pero era preciosa. Cerré los ojos y concentré mis sentidos en las melodías. Era una pieza que transmitía mucho, estaba cargada de sentimiento y me hacía sentir feliz. Abrí los ojos y lo contemplé mientras se dejaba llevar por el compás de las notas. Era evidente que disfrutaba tocando el piano y, no es porque fuera mi novio, pero lo hacía estupendamente bien.

—Feliz casi cumpleaños— susurró después de que terminó. Sonreí, puse mi mano en su mejilla y lo besé con dulzura.

— ¿Qué canción es? Nunca la había escuchado.

—No sé— dijo y yo fruncí el ceño confundida–. Supongo que “la nana de Bella” o algo así.

— ¿Qué? — susurré sintiendo cómo mi garganta se esforzaba en emitir sonidos al hablar, estaba a punto de sollozar.

—Mientras cuidaba a mi abuela a veces tenía tiempo libre y como no sabía hacer otra cosa más que pensar en ti… dediqué ese tiempo en componer esto— dijo apenado y sonriente.

—Está hermosa— dije con la voz quebrada mientras las lágrimas resbalaban por mi mejilla.

—No más que tú— sonreí y tomó mi rostro entre sus suaves manos— ¿Por qué lloras, amor?

—Lo siento, no puedo evitarlo. Este es el regalo más hermoso que me han dado. Empezando con la cena, que estuvo maravillosa, la canción y…

— ¿Qué?

—Y estás aquí— dije en un susurro. Edward sonrió y se acercó muy despacio. Rozó sus labios con los míos, subí mis manos hasta su cuello y lo atraje hacia a mí fundiéndonos en un intenso beso.

Mis manos subían y bajaban por su cabeza y cuello, las suyas aprisionaban mi cintura. Había extrañado tanto eso, tenerlo a mi lado, sentir su respiración entrecortada mezclándose con la mía, saborear su dulce aliento y saber que él era sólo mío.

La noción del tiempo desapareció por completo. Poco a poco el beso tomó fuerza e intensidad. De repente Edward se puso de pie y me tomó entre sus brazos, sin dejar de besarme me llevó a la recámara y me dejó sobre la cama. Mientras se acomodaba, algo llamó mi atención, la única iluminación que había provenía de unas pequeñas luces que daban a la pared más grande de la habitación. Pensé que esta noche no podía ser más perfecta, pero estaba equivocada; todo el muro estaba tapizado con fotos nuestras, al centro resaltaba una en la que estábamos los dos, era mi favorita, estaba rodeada por un enorme corazón púrpura y decía te amo en muchos estilos de letra diferentes. Edward me acarició la nuca y volteé mi vista hacia él, le di una mirada de agradecimiento y me lancé a sus brazos. Fundiéndonos de nuevo en un hermoso beso.

Sentía que tenía una eternidad viendo, acariciando y besando a Edward. Esa era la noche perfecta. De un momento a otro la paz y la inocencia desaparecieron y se convirtieron en pasión. Mis manos comenzaron a encontrar un camino desconocido para ellas, Edward con más conocimiento que yo parecía haber nacido para esto, en cada roce se robaba un suspiro de mis labios y yo ganaba un beso o una mirada que desconocía de él, una que me derretía y me hacía amarlo aún más. Era como si todo fuera en cámara lenta, sin prisas, sin presiones; el mundo podía estar cayéndose en mil pedazos afuera, pero ahí sólo importábamos él y yo. En ese momento no cabían las dudas, todo era perfecto, él era perfecto. No había miedo, ni temor, sólo había amor.

—Bella…— comenzó a hablar en un susurro, lo detuve poniendo mis dedos sobre sus labios y lo miré perdiéndome en sus hermosos ojos verdes.

—Por favor— susurré. Él sonrió con ternura y me besó con delicadeza. Sin decir más retomó el curso de lo que estaba haciendo.

Cada vez que sus manos recorrían mi piel se encendía una hoguera en mi interior que poco a poco me consumía. Estábamos en sintonía perfecta, nada era más glorioso que tenerlo a él, nuestras miradas se conectaban de manera hipnótica, nunca pensé sentirme al borde de un precipicio sin siquiera estarlo. Después de un mar de nuevas sensaciones, el mundo tembló bajo mis pies y miles de explosiones nos envolvieron, culminando con un sentimiento de inmenso amor.

Con delicadeza se acostó y me atrajo a su pecho. Recuperé el aliento y me removí hasta que pude ver sus ojos. Miró el reloj del buró, era exactamente media noche. Se volvió hacia mí con una hermosa sonrisa y acarició mi rostro.

—Feliz cumpleaños— dijo sonriente. Sonreí y le di un beso.

Me acomodé en su pecho y me estrechó como si pudiera acercarme más a él. Con sus dedos comenzó a dibujar figuras en mi espalda y me quedé dormida.

Al siguiente día lo primero que vi al abrir los ojos fue la pared de fotos, sonreí, recordé la noche anterior y enterré la cara en la almohada. Una nueva, dulce y gloriosa faceta de nosotros acababa de ser descubierta y no tenía pensado dejarla en el olvido.

Alcé el rostro aún con una enorme sonrisa, pensé que Edward ya se había levantado, justo cuando iba a voltearme a ver escuché un suspiro y dejó caer su brazo alrededor de mi cintura. Me di vuelta para quedar frente a él, parecía un niño mientras dormía, lucía muy tierno y apacible. Una leve sonrisa surcaba su hermoso rostro. No pude resistirme y acaricié su mejilla. Lentamente abrió los ojos sonrió de manera deslumbrante y apretó su abrazo.

—Buenos días— susurré.

—Buenos días— dijo sonriente–. Qué buen amanecer.

 —Lo mismo digo— dije provocando su risa. Me dio un leve beso y se sentó.

—Voy a preparar el desayuno. Puedes ir duchándote, Alice te mandó algo de ropa, está en el baño. Tenemos que ir a mi casa.

— ¿Para qué?

—Bella, hoy es tu cumpleaños. ¿Crees que Mary y Esme lo dejarán así? Quieren hacerte una parrillada.

—Okey— dije a regañadientes.

Él salió de la recámara, no sin antes darme los buenos días como Dios manda.

Me levanté y fui directamente al baño. Como me había dicho, una pequeña maleta con mis cosas estaba sobre un mueble. Me duché disfrutando del agua, me puse la falda, la blusa y los zapatos que Alice me había preparado, sequé mi cabello y salí a la cocina. Edward ya estaba vestido y preparaba algo en la estufa. Me acerqué a ayudarlo, pusimos la mesa y desayunamos.

Ordenamos un poco la cabaña y nos fuimos alrededor de medio día. En el camino pusimos canciones viejas que cantamos al unísono con alegría; algunas él me las dedicaba a mí y otras yo se las dedicaba a él. Aunque en ese momento estaba junto a Edward, mi cabeza maquinaba las retorcidas ideas de la Pixie para su “sorpresa de cumpleaños”, la verdad temía de lo que fuera capaz y que, como casi siempre, se fuera a los extremos e hiciera una gran faramalla.

Llegamos a la casa Cullen, me pareció muy extraño que no hubiera ningún auto en la calzada y que la cochera estuviera cerrada.

—Parece que no hay nadie— dijo Edward con la duda impresa en su tono.

—Pero, si siempre hay alguien. ¿No está Emmett o tu mamá?

—Si Emmett estuviera aquí su Jeep estaría casi en la entrada, mi papá de seguro está en el hospital y mamá tal vez esté con Alice y Mary para lo de esta tarde.

—Sí, claro. ¿Por qué cerraron la cochera? Siempre la dejan abierta.

—A mí también me parece extraño, esa debió de ser Esme.

Mientras Edward encontraba sitio para el coche, mi mirada escrutaba la casa a lo largo y ancho; esos detalles tan misteriosos de seguro no eran en balde. Tal vez Edward no lo supiera, pero conocía lo suficiente a Alice cómo para saber que dentro de muy poco la bomba de su sorpresa estallaría. Como siempre, él me ayudó a bajar del auto, abrió la puerta de su casa y cerré los ojos instintivamente esperando a escuchar los gritos; di un paso adentro y los abrí dándome cuenta de que la casa estaba más vacía de lo que pensaba.

— ¿Hola? ¿Hay alguien en casa?— preguntó Edward mientras me tomaba de la mano.

Me condujo a la sala de entretenimiento y al abrir la puerta un fuerte estallido me sobresaltó, haciéndome dar un grito y obligándome a dar vuelta para abrazarme a Edward.  Cuando abrí los ojos todos estallaron en felicitaciones y pude darme cuenta de que el estallido que me había asustado era un cañón de confeti. Uno a uno me felicitaron dándome un fuerte abrazo y un largo y sonoro beso.

Toda la sala estaba decorada con globos rosas, blancos, fiushas y negros. En un rincón había una gran mesa con flores por todas partes, un mantel rosa, luces y muchos girones de tela adornando; en medio había un enorme pastel blanco con estrellas rosas y negras, en la cima decía Bella con letras plateadas, lucía demasiado lindo para comerse; encendieron un reproductor de música a volumen ambiente, las canciones de seguro habían sido elegidas por Alice.

La comida que me habían preparado estaba deliciosa y el pastel no se quedaba atrás, era de chocolate y fresas, mi favorito. El resto del día pasó muy ameno en compañía de casi todos mis seres queridos. Aunque estaba muy bien atendida y mimada, no podía dejar de extrañar a mis padres; Mary y John hacían un gran trabajo, pero por más que quisiera nunca podrían reemplazarlos.

— ¡Regalos!— canturreó Alice brincando de un lugar a otro. Me sentaron al centro y todos me rodearon.

—Primero el mío— dijo Mary dándome una caja redonda con un lazo azul cielo, le sonreí y lo tomé. Adentro había un par de aretes hermosos, eran unas piedras grandes en forma de corazón que resplandecían al mínimo movimiento.

—Para que combinen con tu relicario— dijo dándome una de sus lindas sonrisas. Abrí la boca sorprendida ante el comentario, juro haber sentido que me ahogaba por la falta de aire.

—No me digas que… son…— dije titubeante.

—Sí y ni se te ocurra decir nada. No acepto negativas— dijo dando por terminada la queja.

—Gracias. Están hermosos— murmuré con una enorme sonrisa.

—Sigo yo— dijo Esme dándome una caja cuadrada.

Ella me regaló un precioso álbum con una cubierta de madera muy linda en tonos rosas, café y verde; por dentro estaba decorado con scrapbook; la primera foto era una con mis padres, sonreí y continué viendo; una tercera parte estaba llena de fotos recientes de todos, en el bosque, en la escuela, en casa…; donde terminaban las fotos estaba una pequeña nota que decía:

 

 

“Para los momentos que vendrán. Feliz cumpleaños, Bella. Con amor.

Esme” 

 

—Me gustó mucho, es un regalo estupendo. Gracias, Esme— la abracé efusivamente con una enorme sonrisa aún en mi rostro.

—De nada, cariño— contestó maternalmente.

—Toma el mío de una vez— dijo Tanya extendiéndome un sobre. Había una tarjeta de regalo para una tienda de Port Angeles.

—Gracias— dije sonriente.

—Sé que no es muy original o lo más lindo del mundo. Pero, tiene crédito por tres mil dólares— abrí los ojos como platos e intenté decir algo.

— ¡Tres mil dólares!— gritó Alice, volteó a verme con ojos rogones y comenzó a dar brinquitos—. ¿Cuándo iremos de compras? ¿Cuándo, cuándo, cuándo?

—Cuando ella quiera, esa tarjeta la va a usar como se le dé la gana, sin dejarse influenciar por Petites cómo tú— la regañó Tanya.

—Awww— dijo Alice haciendo un puchero.

—Mañana vamos— susurré sonriendo sólo para que Alice me escuchara–. Gracias, Tanya. Muy considerado— dije viendo su regalo.

—Este es mío y de Emmett—anunció Jasper.

Emmett entró arrastrando una enorme caja que era pesada incluso para él. La puso justo enfrente de mí y comenzó a rasgar el papel emocionado.

— ¡Emmett, no!— regañó Jasper frustrado.

— ¡Pero cómo eres idiota, Emmett! ¡Bella debía abrirlo no tú!— gritó Tanya regañándolo.

Ver a todos molestos con el pobre de Em me causó mucha risa, no me di cuenta de que me estaba carcajeando hasta que todos voltearon a verme cómo si estuviera medio loca y comenzaron a reír.

—Gracias por la ayuda, Emmett— dije conteniéndome y limpiando una lágrima.

—Eres la única que aprecia mi ayuda— dije él cabizbajo.

Me puse de pie y vi el contenido del paquete: una enorme pantalla plana y un home theater. Aunque con lo que mis padres me daban mensualmente o en uno de los arranques de la Pixie pude haber comprado uno, no lo había hecho porque nunca lo consideré necesario. Ahora, viéndolo bien, no estaría nada mal en la habitación que estaba al lado de mío; el cual me servía de sala.

— ¡Wow!— fue lo único que atiné a decir—. Gracias, chicos. Gracias, Em; por el regalo y por ahorrarme la fatiga— dije dándole un beso en la mejilla. Puso una enorme sonrisa y se irguió cómo si hubiera hecho algo bueno.

—Yo sigo— dijo Rose.

—No, sigo yo— dijo Alice empujando a Rose.

—No se peleen, por favor. Haber, denme los dos— propuse como si estuviéramos a punto de jugar a lo más divertido del mundo.

Rose me dio una bolsa de regalo café con un lindo moño verde y Alice un paquete envuelto en papel rosa con listones de colores, flores y moños. Abrí la bolsa de Rose, era más fácil. Adentro había una preciosa caja de madera tallada con muchas flores en la tapa y parte de la base, la abrí y una tierna melodía comenzó a sonar. Sonreí por lo lindo que era el regalo y abrí el otro. Quitar las cintas me tomó algunos minutos, pero la envoltura era tan linda que no podía desgarrarlo como cualquier otro. Cuando por fin tuve una caja de cartón sobre mis manos, la abrí y descubrí un libro hermoso: era uno de mis títulos favoritos, las letras de la portada estaban grabadas sobre la lisa superficie de madera, tenía impreso un delicado marco dorado y en la primera página había una hermosa dedicatoria de Alice.

—Están hermosos, chicas. Mil gracias— dije uniéndonos en un abrazo grupal.

—Ahora el mío— dijo Carlisle. El de él era una caja cilíndrica blanca con un lindo moño rojo. Quité la tapa y encontré un hermoso juego de joyería. La gargantilla era una delgada línea de plata y al centro tenía un “B” con piedras azules. La pulsera y los aretes eran del mismo estilo e igual de hermosos. Sonreí y lo miré.

—Gracias, Carlisle. Es perfecto— sonrió satisfecho y palmeó el hombro de John para que me diera su regalo. Le sonreí y se acercó.

Me tendió un sobre blanco decorado con minúsculo lazo rosa. Para ser hombre, cuidaba mucho los detalles, era encantador. Dentro del sobre había una preciosa tarjeta, adentro había seis espacios llenos de hermosas palabras escritas de su puño y letra. Sus deseos hacía mí eran igual que los de un padre que ama a su hija. Me emocioné al ver plasmado todo su amor por mí de la manera más perfecta.

—Gracias— dije en medio de un sollozo.

—De nada, princesa— dijo él rodeándome en un cálido y amoroso abrazo. Escuchamos un “awww” grupal y nos echamos a reír.

Después de los regalos vinieron los juegos, nos carcajeamos de las equivocaciones y sobre todo de Emmett. Cuando menos lo pensamos se hizo de noche, los chicos me ayudaron a meter todo en la camioneta de Carlisle para llevarlo a casa. Cuando todos estábamos en la calzada y nos despedíamos unos de otros, Mary recibió una llamada; se apartó un poco, puso cara de sorpresa y luego de alegría, me hizo señas para que me acercara.

— ¿Qué pasa, Mary?— me dijo que esperara con la mano y me miró con… ¿tristeza?

—Oh. Okey, entiendo. Sí, claro. Adiós.

— ¿Quién era?— pregunté aún contrariada de su actutid.

—No, nada, vámonos— dijo rodeándome con un brazo.

Nos terminamos de despedir, Edward y yo subimos al coche, antes de que él cerrara la puerta Mary se acercó y le susurró algo al oído, pero no le tomé importancia. Puse algo de música y me recosté en el asiento. Sentí que Edward me sacudía suavemente del hombro y me pedía que despertara.

— ¿Qué?— pregunté desorientada.

—Una sorpresa más— dijo sonriente.

— ¿Dónde estamos?

—En tu casa, Bella— acarició mi mejilla y me ayudó a bajar del coche. Me pasó un gran abrigo por los hombros. Era una noche muy fría y con viento. Parpadeé varias veces, caí en cuenta del lugar cuando estuvimos en la puerta, saqué las llaves y abrí, hacía mucho que no estaba aquí.

— ¿Qué hacemos aquí?— pregunté adormilada. Edward no contestó, sólo sonrió abiertamente, mis ojos se abrieron desmesuradamente y corrí escaleras arriba.

— ¡Papá, mamá!— llamé una y otra vez. Los busqué por todas partes, pero no estaban—. Edward, ¿dónde están?— pregunté desconcertada. Me mostró una nota y bajé las escaleras para verla.

—Estaba en la cocina junto con esto— dijo dándome la nota y una cajita dorada.

 

“Estuvimos un rato en casa. Sentimos no poder esperarte. Feliz cumpleaños, espero que disfrutes tu regalo (está en la cochera).

Mamá y Papá”.

 

Abrí la caja y dentro había un juego de llaves de auto. 

— ¿Qué pasa? ¿Todo bien?

—Emmm, sí. Ven, acompáñame— dije tomándolo de la mano. Lo llevé a la cochera, encendí las luces y frente a nosotros quedó un precioso Mini Cooper azul marino con un enorme moño rojo en el cofre.

—Wow, muy lindo— dijo Edward dándome un ligero apretón en la mano y una sonrisa. Comencé a llorar, me dejé caer en el suelo, abracé mis piernas y escondí el rostro.

— ¿Qué pasó, amor?— dijo Edward poniéndose a un lado de mí.

—Es que… Pensé que vendrían.

—Pero, sí vinieron.

—Edward, no están aquí. Se fueron, ni siquiera esperaron a verme— dije entre sollozos.

—Bella…— me abrazó y dejé salir todo el  dolor que sentía justo en ese momento, llenando su pecho con amargos sollozos–. Amor, de seguro te llaman o algo así.

—Ya lo hubieran hecho— dije en medio de un puchero. En ese momento mi celular sonó, en la pantalla aparecía un número desconocido. Miré a Edward y me sonrió.

—Tal vez sean ellos— comentó con una sonrisa, con un gesto me indicó que atendiera.

— ¿Hola?— contesté dudosa.

—Cariño, lamento no habernos quedado pero teníamos que cerrar un trato urgente ¿Te gustó el regalo?— preguntó rápidamente.

— ¡Papi! Sí, sí me gustó.

—Que bueno, hija, ¿cómo te la pasaste con los Brandon?

—Bien me hicieron una parrillada en…

—Que bueno, princesa. Cariño, tengo que irme— dijo interrumpiéndome.

— ¿Y mamá?

—Está en la junta, sólo salí un momento para hablarte. Cuídate— se despidió.

—Papá…

— ¿Qué, princesa?

—Te quiero— suspiró.

—Yo también. Cuídate, adiós— aunque haya pasado algo de tiempo desde la última vez que lo vi, lo conocía lo suficiente para saber que estaba sonriendo.

—Adiós— susurré a la línea del teléfono.

— ¿Ves? Hicieron lo que pudieron— dijo Edward animándome.

— ¿Quieres probarlo?— dije limpiando el último rastro de lágrimas y entregándole las llaves de mi auto nuevo.

— ¿En serio?

—Sí— dije sonriente. Metimos la camioneta de Carlisle a la cochera y sacamos mi regalo al pavimento.

— ¿A dónde vamos?— preguntó antes de encender el motor.

—A la cabaña— dije viendo hacia el frente.

— ¿A qué?— me volteé hacia él y lo vi a los ojos.

—Puedo decir que me quedé aquí porque estaba muy cansada y tú puedes decir que te quedaste en la cabaña. Nadie se dará cuenta, la camioneta está guardada— dije insinuante.

Edward no dijo nada, sólo condujo lo más rápido que pudo hasta que llegamos. A partir de esa noche me prometí disfrutar al máximo del tiempo libre con él. Desde ese momento hacíamos un lazo que no se rompería fácilmente, cada vez se haría más fuerte y entre más tiempo pasaba más me negaba a pensar en un futuro sin él. Me concentraría en crecer y en ser feliz.

    

 

 

Capítulo 18: MÁS DE UN MES SIN TI Capítulo 20: CONOCIENDO SUFFOLK

 
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