Buenos días Mr. Cullen ©

Autor: vickoteamEC
Género: General
Fecha Creación: 12/10/2010
Fecha Actualización: 27/01/2013
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 81
Visitas: 114615
Capítulos: 32

T E R M I N A D O

Un pequeño accidente desencadenará toda una historia.

¿Hasta dónde serías capaz de llegar por defender lo que quieres, sin romper las reglas ? ¿Qué harías si lo prohibido es tu única opción? ¿Gana la razón al corazón?

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Los personajes, algunos escenarios y situaciones son propiedad de Stephenie Meyer. Sólo la trama es de mi creación.

 

 

 

Protegida con derechos de autor por safe creative.

 

 

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Capítulo 16: RUMBO INESPERADO

 

Hola !!! 

Aquí está el nuevo capítulo.

¿Qué pasa, ya no les gusta la historia?

¬¬ .... no me dejaron ningún comentario del cap. anterior.

Mil gracias por los votitos y las visitas y todo !!!

^^

sigan haciéndolo.

 

**************

  

BELLA POV

Hoy era el primero de tantos días en los que Alice estaría más rogona, consentida y chillona que de costumbre. Todos nos habíamos asustado, pero ella aprovechaba la situación y nos manejaba a su antojo. Por suerte Edward y Jasper nos alcanzaron en Port Angeles cuando fuimos por el dichoso helado de la Pixie.

Los días pasaron eternamente lentos, Alice y yo casi no teníamos pendientes en la escuela; sólo nos tocó ir una o dos veces para entregar trabajos y recoger calificaciones. La Pixie pasó casi todos los días de la semana encerrada en casa ultimando detalles de la fiesta de Jasper.

Por fin sería la bendita fiesta y todo acabaría de una buena vez. Ya estaba todo listo: la casa estaba decorada, los equipos de iluminación y sonido estaban instalados y la comida llegaría por la mañana. Entre más tiempo pasaba menos paciencia tenía. Me gustaba cumplir los caprichos de Alice, pero últimamente no me encontraba de humor para aguantarla por mucho tiempo.

Ya era tarde, sabía que al amanecer me esperaba un día larguísimo entre maquillajes, tenazas, ropa y zapatos. Tanya y Rosalie se habían sumado al salón de belleza express que Alice tendría en casa.

Estaba aburrida viendo televisión, cuando ella llegó.

— ¡Mira lo que compre!— dijo interfiriendo entre mi vista y la tele.

— ¡Huy! Que emocionante— dije desganada—. Con permiso, la carne de Pixie no es transparente— Alice volteó a ver el estúpido programa que estaba viendo y me miró extrañada. Se apartó sin protestar y al rato regresó.

—Te traje algo— dijo seria.

—Okey. Gracias— dije sin apartar la vista de la pantalla.

— ¿Quieres ver?— dijo conteniendo la emoción.

—Luego. Ahora no.

— ¿¡Bueno y a ti qué te pasa!? ¿¡Andas en tus días o qué!?— la miré y bufé divertida. Alice me había hecho una buena pregunta y creo que la respuesta era: enfado y cansancio—. Nada— dije con monotonía. Me miró incrédula e hizo una mueca de desagrado.

—Creo que tendré que hablar muy seriamente con Edward. Necesitas que te…

— ¡CÁLLATE!— grité interrumpiéndola, ella asintió y bajó la mirada sin decir nada. Se hizo un largo e incómodo silencio. Ninguna de las dos sabía cómo romper el hielo.

—Ya viene tu cumpleaños y…

— ¡Por Dios, Alice! Faltan más de tres meses.

—Yo sólo decía— su mirada se tornó un poco triste y miró a otro lado.

No quise discutir por una tontería, me concentré de nuevo en la pantalla y cambié de canales una y otra vez; comenzaba a marearme.

—Buenas noches— dijo con la voz quebrada.

Alice me había agotado la paciencia con sus exigencias de los últimos días. Pero no quería estar molesta con ella, no era su culpa que yo tuviera un carácter extraño. Hasta a mí me parecía raro que tuviera esos cambios de humor tan extremos. Respiré profundamente y conté hasta diez.

—Alice, espera— dije un poco más relajada.

— ¿Qué?— dijo sin voltearse. En su voz noté un rastro de llanto.

—Lo siento. Estoy cansada y no tienes la culpa. Bueno, sólo un poco; pero no quise hablarte así. Perdón— se volteó lentamente y me miró con sus ojitos llenos de lágrimas.

—Tonta, Oveja— dijo en medio de un puchero.

La miré por un rato, sonreí y le tendí la mano para que se acercara. Le hice espacio en el sillón, pero se sentó encima de mí y me abrazó.

—Perdóname tú a mí por ser tan abusiva con mis caprichos.

—Olvídalo. Haber, mejor dime, ¿qué compraste?— sonrió y me dio una cajita.

La abrí y adentro había una preciosa pulsera plateada con muchos brillantes; era delgada, con figuras abstractas perfectamente alineadas entre dos cenefas de brillos.

—Está preciosa. Gracias, Alice.

—Quedará perfecta con tu vestido.

—Gracias— dije de nuevo y sonrió satisfecha.

—Sabía que te gustaría— reí, ella siempre tenía un sexto sentido que le indicaba cómo terminaría lo que decidiera.

—Alice…

— ¿Sí?— respondió acurrucándose aún sobre mí.

—En cuanto a lo de mi cumpleaños, no es necesario que te anticipes tanto. Con dos semanas es suficiente para que hagas todo un espectáculo— asintió y rió. Poco después estábamos platicando animadamente y bromeando.

Nos acomodamos en el sillón, Alice fue por palomitas y nos pusimos a ver un documental. El programa estaba muy interesante; poco después estábamos acurrucadas y tapadas con una manta. El día había estado algo lluvioso y frío.

Escuchamos ruido en la puerta y volteamos para recibir con una sonrisa a John y Mary.

— ¿Cómo están mis princesas?— dijo John con una enorme sonrisa.

—Muy bien, papi— contestó Alice. Él se acercó, nos besó en la mejilla y salió a ayudar con las maletas. Terminaron de meter las cosas y se acurrucaron junto a nosotras.

— ¿De dónde salió todo eso?— dijo Mary refiriéndose a los globos.

—Edward— contestó Alice. Mary y John bromearon un poco al respecto y comenzamos a reír.

— ¿A qué debemos el honor de su visita?— dije bromeando.

—A que las extrañamos y que queremos pasar este fin de semana con ustedes. Además tenemos mucho tiempo fuera de casa— contestó Mary.

—Lo bueno es que lo disfrutan— dije sonriendo.

—Y lo malo es que los echo mucho de menos— dijo Alice con un puchero y ojitos de gato.

—Nosotros también, princesita— dijo John.

La abrazó y le dio un beso con mucha ternura. De repente la tomó entre sus brazos y comenzó a hacerle cosquillas. Alice lucía feliz, plena y llena de amor. Me gustaría poder pasar momentos así con  mis padres, cómo lo hacíamos antes. Sonreía porque me gustaba verlos así. No sabía que unas traicioneras lágrimas me habían delatado hasta que Mary las limpió con su mano.

— ¿Qué pasa, cariño?— preguntó ella mirándome con ternura.

—Nada. Es sólo que… los extraño— dije cabizbaja.

—Oh, cielo. Nosotros estamos aquí y te adoramos.

—Sí. Prácticamente ya eres nuestra. Yo te considero mi bebé, mi hija menor— dijo John pasando su brazo por mis hombros, aún tenía a Alice sentada en sus piernas.

—Claro, ya eres nuestra pequeña nena. Siempre estaremos para ti. Nos tienes a nosotros y a nuestra duendecillo— dijo Mary con su hermosa sonrisa maternal.

—Sí, Ovejita. No me pongo celosa, porque eres la hermanita que siempre quise— dijo Alice tomándome de la mano.

—Gracias por todo— dije sinceramente.

—De nada por nada. Lo hacemos con gusto— dijo Mary.

—Si yo fuera tu papá dejaría mis negocios para pasar más tiempo contigo. Eres una hija maravillosa. Por lo mismo les tenemos una sorpresa— dijo John.

— ¿Qué?— preguntamos Alice y yo al unísono.

—Este será nuestro último viaje. Lo prometo— dijo John solemnemente. Alice y yo estallamos en gritos de alegría, los abrazamos y llenamos de besos.

Nos quedamos en la sala un rato más, los cuatro, como la linda familia que éramos. Mary y John nos dieron el “besito de buenas noches” y cada uno se fue a su recámara.

Cuando desperté Alice se paseaba por mi habitación de un lado a otro, llevando algunas de mis cosas a su cuarto. Me levanté a desayunar en familia. Luego fui a darme un baño para pasar el resto del día metida en la habitación de Alice. Más tarde llegaron Rose y Tanya, luego llegó el estilista favorito de Alice.

La tarde había pasado rápida. Las llamadas impacientes de Edward eran muy frecuentes; la última la había contestado Tanya y le pidió muy “sutilmente” entre regaños e insultos que dejara de molestar. Sólo faltaba ponerme el vestido y los accesorios que Alice me había escogido. Primero iríamos a la ceremonia en la escuela y después a la casa de Rose para la fiesta. Para guardar apariencias Tanya sería pareja de Edward y la mía sería Jake, así podríamos ir los dos a la fiesta.

Me puse el vestido y los tacones; las chicas me elogiaron y dijeron que lucía muy bien. La última palabra la tendría Edward. Mi vestido era de una suave tela negra, se ajustaba a mi figura realzando cada curva, el escote hacía que mis pechos lucieran increíbles; los tacones eran altos, satinados, el color era una mezcla extraña entre gris y plata, formaban una especie de moño al frente y tenía una delicada pulsera que quedaba alrededor de mi tobillo; el peinado era entre recogido y suelto, caían algunas mechas onduladas, varias trencitas lo adornaban, me pusieron un bello tocado de brillantes plateado; el maquillaje era un poco gótico, aunque muy elegante.

—El toque final— dije mientras me ponía la pulsera que me había comprado Alice.

— ¡Perfecta!— canturreó la Pixie brincoteando a mi alrededor. Tocaron la puerta y Rose abrió.

— ¡Wow! Pero cuánta belleza. Niñas, los chicos las están esperando— dijo John con una enorme sonrisa.

—Ya vamos, John. Gracias— contesté.

Salimos en fila, yo al último. Llegamos a las escaleras y una a una fuimos bajando. Cuando estuvimos abajo nos alineamos al frente de nuestras parejas, intercambiando miradas y sonrisas. Tanya y Jacob veían la escena ajenos a ella.

—Amor, trae una cubeta para que no me manchen de baba el piso— pidió Mary.

—Jajaja, chicos ya pueden cerrar la boca— dijo John mientras reía.

—Estás hermosa, Amor— dijo Edward cuando me acerqué a él.

—Gracias— dije mirando hacia otra parte apenada.

—No te avergüences de tu belleza— dijo tomando mi mano para después besarla. Sonreí embobada con él. El traje que portaba lo hacía ver endemoniadamente bien.

Nos fuimos con nuestras respectivas parejas. El evento de la escuela fue lindo, pero eterno. Todos estábamos impacientes por que terminara e irnos a disfrutar de la fiesta.

Cuando llegamos la música estaba a todo volumen. La casa se fue llenando poco a poco, prácticamente toda la escuela estaba ahí. Todos comenzaron a ponerse ebrios a excepción de algunos cuantos, incluyéndonos a nosotros. Tanya y Edward se acercaron a dónde estábamos Jake y yo.

— ¿Ves, Edward? No le pasa nada si te alejas unos minutos— dijo Tanya refiriéndose a mí.

— ¿Estás celoso?— le pregunté.

—No. Pero…

—Sí lo está— sentenció Tanya—. Jake, ¿vamos a bailar?— dijo Tanya dejándonos solos. La música era suave y muchas parejas bailaban muy “acarameladas”.

— ¿Me permite, señorita Swan?— dijo Edward tendiéndome su mano.

—Por supuesto, Mr. Cullen.

Bailamos algunas canciones. La verdad eso del baile no se me daba muy bien, pero a Edward no podía negarle nada. Aunque era extraño, con él todo fluía cómo si fuera natural o cómo si siempre lo hubiéramos hecho. De repente el ritmo cambió. Edward sonrió seductoramente y comenzó a moverse al compás de la música. Yo me quedé estática un rato, luego intenté bailar pero sólo conseguí hacer movimientos torpes y tontos. Di media vuelta para irme pero los brazos de Edward me aprisionaron por la cintura.

—Suéltame, alguien se puede dar cuenta— dije entrecortadamente.

—Nadie está poniendo atención, todos están ebrios. Además estamos muy alejados de la pista— besó mi cuello haciéndome estremecer. Puso sus manos en mi cadera para ayudarme a moverme al ritmo de la música. Más que un baile eso se estaba convirtiendo en un juego.

—Lo haces muy bien, Bella— dijo en mi oído.

—Es que tengo un excelente maestro— dije sin dejar de bailar.

—Aprendes muy rápido— suspiró en mi oído y mordió levemente el lóbulo de mi oreja. Eso causó que una corriente eléctrica me traspasara por completo. Sin dudarlo me volteé para besarlo.

En ese momento nada importaba, sólo quería estar con él. El beso subió de tono, nos separamos para tomar aire y lo tomé de la mano. Llegamos a una habitación del segundo piso, no sé cómo pero logramos cerrar la puerta. Más que una urgencia sentía necesidad, necesidad de él, de sentirlo mío y de ser totalmente suya. Me cargó casi con rudeza para dejarme sobre la cama, quité su camisa, él devoró mi cuello y me besó sin piedad. Ya no sentía el miedo que me frenó aquella vez en la cabaña, ahora no me detendría. Mis manos exploraban por lo largo y ancho de su pecho deleitándose en cada roce.

Edward se separó levemente y se recargó en los codos para observarme. Su mirada pedía permiso a gritos, el cual le concedí gustosa cuando lo atraje hacia mí para fundirnos en otro apasionado beso. Se incorporó y me ayudó a sentarme; puso sus manos sobre la cremallera del vestido y comenzó a bajarla lentamente dejando un reguero de besos por mi cuello y mis hombros. Me torturaba mientras bajaba lentamente el vestido. De repente se detuvo y me miró lleno de deseo.

— ¿Estás segura?— dijo entrecortadamente.

—Sí— dije entre un suspiro. Él sonrió y me besó de nuevo.

Acarició la piel de mi espalda que estaba expuesta mientras yo me aferraba a él por los hombros. Di un pequeño mordisco en su hombro izquierdo, ganándome un gruñido gutural de su pecho. Tomó mi rostro entre sus manos para besarme… cuando la puerta se abrió.

— ¡Bella!— escuchamos el grito y nos quedamos congelados. Edward reaccionó primero que yo y me cubrió con su cuerpo. Oí cómo se cerraba la puerta.

— ¿¡Qué demonios les pasa!? ¿¡Cómo se les ocurre, par de idiotas!?— me tranquilicé un poco cuando supe que era Tanya quien nos había encontrado—. ¡Edward! Se supone que deberías cuidar de ella, no sonsacarla. ¡Qué demonios…! ¡Pero qué…! ¡Vístanse, los espero afuera!— la puerta se cerró y Edward se quitó de encima para ayudarme a incorporarme.

—Lo siento, lo siento…— repetía él una y otra vez.

— ¿Por qué?

—Tanya tiene razón, no debí… es que… perdón— dijo mientras se abotonaba la camisa. Tomé su rostro y lo obligué a que me viera.

—NO. Fue cosa de los dos, no te culpes— sonrió y me abrazó—. Te amo, Edward.

—Yo también— me dio un casto beso y terminamos de arreglar nuestro aspecto antes de que Tanya entrara de nuevo. Salimos de la habitación como dos niños regañados.

—Agradezcan que fui yo quien los encontró— dijo Tanya cuando nos vio, ya estaba un poco más tranquila.

— ¿Qué? Tanya ¿Tú…?— dijo Jacob acercándose a nosotros.

—Si, Jake, los encontré en una situación muy comprometedora— dijo sonriendo—. Chicos, discúlpenme si me pase gritándoles. Pero no podía creer que fueran tan idiotas cómo para exponerse así. ¿Y si los hubiera encontrado la víbora de Jessica?

—Tienes razón Tanya— dije bajando la mirada. Sentía el ardor en mis mejillas. Eso había sido muy vergonzoso.

—Regresemos a la fiesta— dijo pasando su brazo por el de Edward, yo hice lo mismo con Jake.

La fiesta se alargó más de lo pensado. Ya entrada la madrugada la casa quedó vacía, al final sólo quedábamos nosotros ocho desparramados por algún lugar de la sala.

—Estoy exhausta— dijo Alice dejándose caer a un lado de Jasper.

— ¿Tú también cuñadita? Las hormonas te dieron una buena jugada, ¿no?— preguntó Emmett alzando las cejas. Me ruboricé cómo nunca y escondí mi rostro en el pecho de Edward.

— ¡Idiota! ¿Y tú cómo sabes eso?— dijo Tanya aventándole un cojín. Emmett no lo vio venir y le dio de lleno en la cara, causando la risa de todos.

—Tengo mis contactos— dijo mientras se sobaba el ojo. Tanya lo amenazó de nuevo para que confesara—. ¡Está bien, está bien! ¡No dispares! Jacob me lo dijo— lo miré sorprendida.

— ¿Jacob?— dijo Tanya ganándome la pregunta–. Por lo visto te gusta el chisme— todos reímos menos él, que tenía la cabeza gacha, apenado.

—No te preocupes, Jacob. De todas maneras terminarían enterándose— dije para tranquilizarlo un poco.

—Sí, nosotros siempre estamos en confianza— dijo Rose.

Pasamos un rato más entre bromas y risas. El centro de atención éramos Edward y yo con nuestro “desliz”. Cuando todos se sintieron lo suficientemente cansados cómo para dejar de molestarnos, decidieron irse a dormir. Nadie tenía humor para manejar con semejante cansancio, por lo que nos quedarnos ahí.

El resto del fin de semana lo pasamos en casa con Mary y John. Era genial estar de nuevo los cuatro. Aunque siempre era bienvenida, me sentía cómo una intrusa. El domingo recibí una llamada de mis padres, lo que terminó de hacer ese fin de semana perfecto.

El lunes por la mañana despedimos a los padres de Alice, nosotras tendríamos toda la tarde libre. A medio día Edward y Jasper pasaron por nosotras para ir a Seattle de compras. Terminamos separándonos: Edward y yo queríamos ir a una librería, mientras que Alice y Jasper irían a las tiendas de ropa. Estábamos en uno de los pasillos principales, éramos las únicas personas en el establecimiento.

— ¿Qué te parece éste?— dijo mostrándome un libro.

—Parece bueno.

—Entonces, lo llevaré— sonreí y volteé a verlo.

—Edward no puedes comprar todo lo que te digo que está bien. Ya llevas por lo menos siete libros.

—Déjame complacerte.

—Comprar cosas no es complacerme.

— ¿Estás insinuando algo?— dijo mirándome retadoramente alzando una ceja.

— ¡Oh, por Dios, Edward! ¡No!— dije ruborizándome al máximo.

—Ya sabes lo de mañana, ¿verdad?— dijo cambiando abruptamente de tema.

—No. ¿Qué?

—Tienes que asistir a la escuela, a unos pequeños cursos de inducción para los concursos académicos, con tu asesor. Sólo será el día mañana.

— ¿Por qué no sabía nada?— pregunté haciéndome la ofendida.

—Porque no preguntaste— dijo como si fuera obvio.

Más tarde nos reunimos con Jasper y Alice. Cenamos en un restaurante que nos quedaba de paso. Llegamos a casa por la noche, nos despedimos y salí corriendo a mi habitación para tomar un baño. Estaba muy cansada. Cuando salí Alice me esperaba sentada en mi cama, esa noche se quedó en mi cuarto. Antes de dormir platicamos sólo cómo  nosotras sabíamos.

Al día siguiente me levanté temprano, me alisté y salí silenciosamente del cuarto. Alice no tenía nada qué hacer, así que la dejé dormir hasta tarde. Desayuné y me fui.

Cuando llegué a la escuela no había gran alboroto. Sólo estaba el director, algunos administrativos, maestros y los alumnos que participaríamos en los concursos. Éramos muy pocos, todos cupimos en un salón. Después de una pequeña junta nos despacharon a varios salones. Me sorprendí al ver a Edward en el salón que me había sido asignado.

—Mr. Cullen, ¿qué hace aquí?

—Espero a mi alumna— dijo mientras revisaba unos papeles—. ¡Oh, aquí está! ¿Es usted la señorita Swan?— sonreí y asentí.

—Así es, Mr. Cullen. ¿Qué haremos ahora?

—Pues usted me fue asignada para que le dé asesorías, entre otras cosas— reí y lo observé con interés—. Sabemos que tú no necesitas estas estúpidas asesorías, Bella.

— ¿Qué hacemos aquí?

—Cumplir con las reglas— reímos un poco y pasado un rato comenzamos a platicar.

Después de unos minutos estábamos sentados muy cerca y tomados de la mano. No supe exactamente en qué momento nuestra inocente plática se transformó en algo más, estaba sobre el escritorio con él encima de mí mientras nos besábamos acaloradamente. Estar así con él era cómo un torbellino de sensaciones, sabía que estaba mal, que no debíamos de estar haciendo eso ahí; pero no podía parar. Mi mente ordenaba que me detuviera, pero mi cuerpo pedía a gritos que no lo hiciera. Estábamos completamente entrelazados, de pies a cabeza. Nuestras manos se estaban volviendo expertas en el arte de amar. Cuando el asunto se estaba saliendo de nuestras manos y traspasando límites, la puerta se abrió de golpe.

No podíamos tener tanta suerte cómo para que fuera Tanya de nuevo. Nos habían descubierto. Todo había terminado. Volteamos a la puerta para encontrarnos con la mirada atónita de Ángela. Ella tartamudeaba sin saber qué hacer. Aventé a Edward y comencé a arreglar mi ropa y cabello. Edward intentó acercarse a ella pero salió corriendo.

—Yo voy— dije saliendo disparada cómo bala. La seguí por todo el pasillo.

— ¡Ángela, espera!— ella apretó el paso y corrí hasta que la alcancé. La tomé del brazo, haciéndola parar—. Ángela, por favor. Lo siento. Lo que viste…

—No te preocupes, Bella— dijo mirando al suelo. Ella era una chica muy solitaria.

Casi nunca se le veía hablando con alguien. De vez en cuando Alice y yo platicábamos con ella. No le conocíamos amigos y mucho menos algún novio. Nunca asistía a eventos sociales y, para su desgracia, llegaba a ser el centro de las bromas de chicos cómo Jessica.

—Por favor, no digas nada— pedí de corazón.

—No planeaba hacerlo— dijo sin levantar la vista.

—Mírame— levantó la cara y la vi a los ojos–. Te lo suplico, no se lo cuentes a nadie. Confío en ti— ella sonrió y tomó mis manos.

—No te preocupes, Bella. No lo haré.

—Gracias— dije sinceramente y la envolví en un efusivo abrazo. Sabía que podía confiar en ella. Dio media vuelta y me dejó sola.

Me dejé caer en el suelo húmedo y me puse a pensar.

Suspiré pesadamente. Eso me sobrepasaba. Mi relación con Edward se estaba volviendo peligrosa, ya era la segunda vez que nos encontraban en una situación comprometedora. Desde el principio habíamos ido muy rápido.

Estaba tratando de desenredar la maraña de pensamientos que era mi cabeza. Edward llegó al rato.

— ¿Qué pasó? ¿Por qué lloras?— no me había dado cuenta de que lo estaba haciendo hasta que él llegó—. ¿Bella?— dijo poniéndome la mano en el hombro. La quité de inmediato con un manotazo.

—Vete— dije mecánicamente. Mi cabeza estaba trabajando en mil cosas a la vez, repasando lo que había pasado una y otra vez, recordando momentos y analizando.

—Pero, amor…

— ¡Vete, quiero estar sola!— grité sin piedad.

Me vio un momento sorprendido y con la mandíbula desencajada. Al final asintió.

—Está bien. Luego hablamos— me dio un beso en la frente y se fue. En ese momento agradecí que no fuera tan insistente como otras veces.

Después del pequeño incidente, los días pasaron lentos. Ya era viernes a medio día. Acababa de despertar, casi toda la noche hablé por teléfono con Edward de trivialidades; al principio no me sentía segura cómo para hablar con él de frente, inevitablemente nos volvimos a ver. Él había pasado algunas veces por la casa, pero sólo veía que todo estuviera bien y se iba. Yo estaba pensado mucho, nuestras muestras de cariño se hicieron más recatadas y pronto todos notaron que algo iba mal. Él y yo teníamos que habar sobre eso y dejar las cosas en claro, así cómo ver qué haríamos con nosotros y nuestra relación.

Estaba almorzando cuando mi celular sonó. Era de la casa de Edward y lo más seguro era que fuera él.

— ¿Hola?

—Campanita, ¿eres tú?— dijo Emmett algo agitado.

—Noooooo, soy la contestadora inteligente de Bella, después del tono deje su mensaje. Beep

— ¡Demonios!— bufé divertida, Emmett era… era… simplemente, era Emmett. 

— ¿Qué pasa, Emmett?

— ¿Contestadora?— rodé los ojos y reí.

—Soy yo.

— ¿No eres la contestadora?— dijo dudoso.

— ¡Por Dios, idiota! ¡Dile de una buena vez!— esa era Tanya del otro lado de la línea.

—Bella, necesito que vengas. Se puso mal…— quedé en shock sin saber qué decir.

— ¿Quién?— pregunté alarmada.

—Esme— no quise saber más. Tomé las llaves y fui a la puerta.

—Bella, ¿a dónde vas?— preguntó Alice.

—Esme se puso mal, Emmett me llamó. Tengo que ir— dije atropelladamente.

—Yo voy contigo. No puedes manejar así— Le di las llaves y condujo lo más rápido que pudo.

Llegamos a casa de los Cullen. Apenas y saludé cuando estaba volando hacia la habitación de Esme. Cuando entré Edward y Carlisle estaban ahí, uno a cada  lado de la cama. Cuando ella me vio sonrió.

—Ven, cariño. Acércate— me dijo con su voz tan maternal. Sin dudarlo me acerqué y le di un fuerte abrazo—. Oh, mi cielo. No es para tanto. Sólo fue un problema de presión.

—Pero me asusté mucho. ¿Qué pasó?

—Se desmayó— dijo Edward.

—Pero se pondrá bien. No te preocupes. Sólo seremos un poco más estrictos con su alimentación, descanso y medicamento— dijo Carlisle viéndola amorosamente.

—Ahora, a hacerle caso al Doctor— le dije cómo si fuera una niña pequeña.

—Te dejamos para que descanses— dijo Edward mientras los tres nos encaminábamos a la salida.

—Tenemos que hablar— Le dije a Edward cuando estuvimos en la sala.

—Vamos a mi casa— propuso.

Por petición mía cada uno fue en un coche, él insistió que no era necesario; pero algo me decía que era mejor hacerlo así.

Llegamos a la cabaña. Era la primera vez que me sentía incómoda de entrar ahí. Había tomado una decisión, tal vez la más dolorosa y tenía que decírselo a Edward.

— ¿Y? ¿Qué tenemos que hablar?— preguntó con curiosidad una vez que estuvimos en la sala.

—Edward, lo que pasó en la escuela…

—Lo sé, lo sé. Prometo que seré más cuidadoso y la próxima vez…

—No— dije interrumpiéndolo.

— ¿Perdón?

—Que no— me miró sin comprender lo que decía–. No habrá próxima vez.

— ¿Por qué dices eso, Bella?— dijo con precaución.

—Edward… desde el principio fuimos muy rápido. Todo fue muy intenso y las cosas se comenzaron a salir de control…

—Bella, espera… ¿qué tratas de decirme?

—Creo que… es mejor que nos distanciemos un poco— su rostro se convirtió en una máscara de incredulidad.

— ¿Qué? Pero, ¿por qué?

—Es lo mejor.

— ¿Y qué pasa con los momentos en que estuvimos juntos? ¿Con las noches que amanecimos en la misma cama? ¿Eso no cuenta, no importa?— él había levantado muy levemente la voz.

—Sí, pero debemos aclarar nuestros sentimientos y analizarlo con la cabeza fría— se acercó a mí y tomó mi rostro entre sus manos.

—Yo no tengo nada que pensar. Amor…

— ¿Es cierto? ¿En verdad esto es amor?— dije conteniendo las lágrimas. Él se separó y me miró cómo si no diera crédito a lo que escuchaba.

—Pero lo dijiste y yo también aquel día que…

— ¡Ya se! Edward, ¿y si era pasión lo que nos orilló a decirlo?— comenzó a negar con la cabeza.

—No, yo no tengo ninguna duda.

—Pero yo sí. Por favor vamos a darnos un tiempo.

— ¿Un tiempo? ¿Por qué?— de repente su mirada cambió y me vio cómo si hubiera descubierto algo—. Es otro, ¿verdad? ¡Claro! ¿Cómo no lo vi antes?— dijo caminando en círculos y jalándose el cabello de la nuca.

— ¡No! No es eso— dije atónita.

—Sí. Por eso todo cambió así, de repente— me miró con despecho–. Jugaste conmigo, ¿te divertiste? ¿Ya te reíste lo suficiente o aún te hace falta?— gritaba a diestra y siniestra manoteando sus ademanes en el aire.

—Edward, cállate. No hables nomás por que sí y baja la voz.

— ¡No! Tú… y yo que pensé… tú… eres una…— no lo dejé continuar y le di una bofetada.

Cerró los ojos y pasó una mano por su mejilla. No sé cuánto tiempo pasó en el que sólo estábamos uno parado frente al otro con la respiración agitada. Cuando alzó la vista no dejé que viera el dolor en mis ojos y salí del lugar lo más rápido que pude. No quería verlo ni hablar con él.

Conduje cómo pude para salir de ese tramo del bosque. Fui a casa de mis padres, cuando llegué el silencio de siempre me abrazó y exploté. Me eché a llorar con un dolor casi insoportable y me quedé dormida en el piso de la sala.

Me alejé de todo y de todos unos días. Estuve quedándome en mi casa. Alice me visitaba de vez en cuando, me dejaba comida y me hacía compañía. Ella y Tanya trataron de persuadirme para que hablara con Edward, pero me negué. Esperaría un poco más, estaba muy dolida por su reacción. En algunas ocasiones llamé a casa de los Cullen para platicar con Esme, a pesar de lo que pasara entre Edward y yo, le tenía cariño a ella y no dejaría de frecuentarla por nuestras peleas. Me dolía el hecho de pensar que tal vez lo nuestro ya se había acabado y no tenía remedio.

Casi una semana después salí de la casa. Fui al centro del pueblo a un café. Era patético estar sentada sola en una mesita de la cafetería. Hacía tiempo que el comité estudiantil estaba organizando un baile de verano. Mike aprovechó que me encontró sola en la cafetería para invitarme al baile. Me negué inmediatamente, había sólo una persona con la que quería ir y sabía que eso no podría ser; por lo que no iría a ese baile.

Al otro día me encontraba haciendo el desayuno cuando llamaron a la puerta, de seguro era Alice. Me llevé una gran sorpresa al ver de quién se trataba.

—Hola, ¿puedo pasar?— dijo viéndome con sus hermosos ojos y mi sonrisa favorita. Sabía que en algún momento tendríamos que hablar, pero no contaba con que fuera justo en ese momento.

—Sí, claro— entramos y fuimos directamente a la cocina.

— ¿Cómo estás, Bella?— preguntó Edward.

—Ammm, bien. ¿Y tú?

—Para serte sincero, mal— dejé a un lado lo que estaba haciendo y lo vi—. No quería i… que pasara más tiempo sin que supieras cómo me arrepiento de lo que te dije— sonaba sincero y su mirada me decía que así era—. Bella, te juro que no fue mi intención. Fui un idiota. Me puse celoso y…

—Lo sé. No te preocupes.

—Aunque me cueste admitirlo, creo que tienes razón. Por eso elegí alejarme un tiempo. Nos hará bien a los dos.

—Sí, es lo mejor— nos quedamos en silencio viéndonos fijamente.

—Deberías aceptar la propuesta de Mike— dijo bromeando.

— ¿Cómo sabes eso?

—Alice me contó.

—Pixie chismosa— él se rió y yo también.

—Adiós, cuídate mucho, Bella— dijo acariciando mi mejilla.

—Tú también— se acercó a mí hasta que nuestros labios se juntaron.

Nos dimos un beso corto y dulce. Se separó de mí y acomodó un mechón de cabello detrás de mi oreja. Sonrió, dio media vuelta y se fue.

Desayuné con lentitud olímpica. Estuve hasta después de medio día pensado. Me di cuenta de que no iría muy lejos sin Edward. En verdad lo quería, no necesitaba nada más para darme cuenta de que estaba enamorada de él. Tomé mis llaves y salí a buscarlo. Llegué a su casa en menos de lo que pensé. Llamé a la puerta con urgencia y Esme me abrió.

—Hola, cariño. ¿Qué haces aquí?— preguntó extrañada.

— ¿Y, Edward?— dije rápidamente, buscándolo por la sala.

— ¿Cómo? ¿No fue a despedirse de ti?— estaba comenzando a sentir pánico.

— ¿Dónde está Edward?— pregunté con el ceño fruncido.

—Cielo, hace unas horas tomó un vuelo a Inglaterra. Emmett acaba de llegar del aeropuerto.

— ¿Qué?— estaba sorprendida cómo nunca.

—Pensé que se había despedido de ti.

—Es que, sí lo hizo…, pero no pensé que se estuviera despidiendo así. ¿Cuándo regresa?

—Mi vida, no lo sé. Tal vez pase por acá en diciembre— eso era mucho.

Mi mundo perfecto al lado de mi príncipe azul se desmoronó en un instante. Traté de no derrumbarme ante Esme. Llamé a Alice para que fuera por mí.

Había tenido la mejor y única oportunidad de tener la felicidad de mi lado y la dejé ir sin más. A pesar de sentir una presión sobre el pecho, no había derramado ni una sola lágrima desde la noticia. Tenía miedo de mi reacción. Esperaba de todo corazón que Edward me llamara, quería verlo de nuevo, quería abrazarlo, besarlo y decirle que sería suya por siempre.

 

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mis mejores deseos.

Mil besos de bombón.

 

 

Capítulo 15: ACCIDENTE Capítulo 17: VIAJES

 
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