Capitulo*45
Tengo que reconocer que Marcus Cullen es un hombre formidable. A sus setenta años, tiene los hombros tan anchos y está tan fuerte como un hombre de cuarenta y lo único que de verdad delata su edad son las arrugas que tiene alrededor de los ojos y el pelo y la barba plateados. Me acerco a él con paso firme y sin dejar de mirarlo a los ojos y él inclina la cabeza para indicarme que me ha reconocido y que me está esperando.
—Buenas tardes, señorita swan, es un verdadero placer conocerla al fin —me dice, cuando me detengo delante de él. Lleva guantes de cuero negro, que no se quita cuando me coge una mano para acercársela a los labios y besarme los nudillos. Un escalofrío me recorre el cuerpo.
—Lamento no poder decir lo mismo, señor Cullen.
Me suelta la mano y me sonríe.
—Vaya, vaya, al parecer, esta vez el bueno de Eddy se ha buscado una mujer con garras de verdad.
—¿Qué quiere? —le pregunto, sin disimular lo poco que me ha gustado su tono de voz al mencionar a Edward—. ¿Por qué me está buscando?
—Un buen amigo mío la vio con mi sobrino en el baile de máscaras —me explica. Yo intento contener las náuseas que me provoca saber que unos desconocidos espiaron uno de los momentos más románticos de mi vida—. Como buen tío que soy, pregunté quién era usted. Y tengo que confesarle, señorita Swan, que no logro entender qué hace una buena chica de pueblo como usted con un hombre como mi sobrino.
—¿En vistas de lo cual ha decidido venir a salvarme?
—Sí, por supuesto. —Se tira de los puños de la camisa blanca y aparecen unos preciosos gemelos de plata bajo las mangas de la chaqueta—. Edward es perverso y retorcido. Tiene unas necesidades... peculiares —añade, mirándome a los ojos—. De pequeño ya era así. Me destrozó el alma, pero durante un tiempo tuve que ingresarlo en un psiquiátrico.
Cierro los puños para contener las ganas que tengo de pegarle.
—¿De verdad le parezco tan estúpida? ¿En serio espera que me crea toda esta sarta de mentiras?
—Edward estuvo ingresado en un psiquiátrico. Puedo demostrárselo.
—Ya lo sé, señor Cullen. Me refería a su papel de tío amantísimo y preocupado por su sobrino. Déjese de patrañas y de pantomimas. Nada de lo que usted diga podrá alejarme de Edward, así que dígame directamente qué pretende y no nos haga perder el tiempo a ninguno de los dos. O me temo, señor Cullen, que me iré de aquí ahora mismo.
—¡Bravo! —Me aplaude y a mí se me revuelve el estómago—. Creo que por primera vez en la vida siento celos del bueno de eddy, señorita Swan. —Suelta una carcajada repugnante—. No sabe cuánto disfrutaré cuando le deje. Ni yo mismo habría podido ingeniar un tormento mejor para mi querido sobrino. —Se da media vuelta y le hace una señal al chófer para que salga del vehículo—. Dígale a Eddy que deje de husmear en mis asuntos. A Vulturi no le ha hecho ninguna gracia que fallase con lo del Jaguar. Oh, no me mire así, señorita Swan, no me haga cambiar la buena opinión que tengo de usted. Ambos sabemos quién está detrás del accidente. Dígale a mi sobrino que se mantenga alejado de mis cosas y de mis amigos. Su última visita a Escocia ha levantado muchas ampollas.
—¿O qué?
—O le contaré a usted, a su preciosa defensora, por qué se suicidó Laura.
El corazón se me sube a la garganta.
—¡Apártate de ella, Marco!
El grito de Edward retumba en la calle. O tal vez sólo en mi cabeza. Lo veo avanzar hacia nosotros con la muleta y echando fuego por los ojos. Tiembla de rabia y de furia y, por un segundo, dirige ambas emociones hacia mí.
—Hola, Eddy, veo que sigues tan patético y débil como siempre. No te preocupes, la señorita Swan te ha defendido muy bien. Procura que ésta no se te suicide, ¿quieres, chaval?
Edward palidece y su cuerpo desprende tanta ira que temo vaya a matar al otro hombre.
—Vete de aquí, Marco. Tus trucos de psicología barata ya no me afectan. Si vuelvo a verte cerca de Isabella, encontraré el modo de destruirte para siempre.
—No si yo lo encuentro antes, Eddy. Que tenga un buen día, señorita Swan. Piense en lo que le he dicho.
Marco cullen me sonríe una última vez y se mete en su Rolls Royce para desaparecer en el tráfico de la ciudad. Edward se vuelve hacia mí y desata toda su furia.
—¿Por qué diablos te has acercado a hablar con él, isabella? Tendrías que haberme esperado.
—Han sido sólo unos minutos.
—A Marco le basta con eso, créeme. ¿Qué te ha dicho?
—Me ha pedido que te dé un mensaje.
—¿Qué mensaje? —masculla, apretando la mandíbula. —Que dejes de husmear en sus asuntos.
—¿Qué más? —Frunce el cejo y me fulmina con la mirada—. ¿Qué más? Es imposible que se haya ido sin amenazarme con algo. ¿Qué más, Isabella?
—Me ha dicho que si no te mantienes alejado de él, me contará por qué se suicidó Laura.
Él aparta la vista y suelta una maldición.
—No vuelvas a acercarte a él, Isabella. Jamás. ¿Entendido?
Ah, no, por supuesto que iba a acercarme a Marco cullen. Iba a acercarme tanto como fuese necesario para destruirlo e impedir que nos hiciera daño a edward o a mí.
—Ha reconocido que Vulturi y él provocaron tu accidente. ¿Qué diablos has averiguado sobre ellos, Edward?
—Nada.
—Me estás mintiendo —susurro—. ¡Me estás mintiendo!
—¡Por supuesto que te estoy mintiendo! Tengo que protegerte.
—¡No! Tenemos que estar juntos, tenemos que confiar el uno en el otro. Cuéntame qué sabes de Vulturi y de Marco, explícame cómo se suicidó tu hermana, así tu tío no tendrá ninguna arma que utilizar contra ti. Sé que puedo cuidarte, que puedo protegerte. Igual que tú a mí. Pero para eso necesito saber la verdad.
Apoyándose en la muleta, él se aparta unos pasos de mí. Piensa, niega con la cabeza y finalmente parece adoptar una decisión.
—Me dijiste que nunca me exigirías que te contase nada que no estuviese preparado para contestar.
—Tu tío te ha amenazado. Confía en mí, Edward. Cuéntamelo todo y seguro que encontraremos el modo de enfrentarnos a él.
—No puedo, Isabella. No puedo.
—¿Y qué piensas hacer? —le pregunto, levantando las manos—. ¿Vas a seguir enfrentándote tú solo a tus demonios?
—Exactamente.
—Y cuando necesites algo más ¿qué? ¿Volverás a conformarte con atar a una mujer a tu cama y echarle un polvo?
—Me ha bastado con eso durante treinta y dos años, así que sí, me conformaré.
—No podrás, Edward. No podrás. —Lo sujeto por las solapas del abrigo y tiro de él—. Me necesitas. Sin mí ni siquiera podrás masturbarte.
—Esto no tiene nada que ver con eso, Isabella —dice entre dientes, pero noto su erección pegada a mi cuerpo.
—Por supuesto que tiene que ver. El sexo es el único aspecto de nuestra vida que está como tiene que estar. Es en el único momento que reconoces que eres mío.
—Será que en realidad no lo soy.
Le suelto las solapas y lo empujo hacia atrás. Se tambalea un poco, pero mantiene el equilibrio.
—Te juro que cuando te pones así...
—¿Qué, qué me harías? Porque deja que te diga que nada de lo que se te ocurra podrá compararse con lo que ya me han hecho.
Oh, Dios mío, se me encoge el corazón al oír el dolor que destilan esas palabras. Y estoy segura de que Edward no es consciente de lo que ha dicho. Me acerco a él, que me observa con desconfianza. Coloco de nuevo las manos en su torso y me pongo de puntillas para besarlo en los labios. Edward suspira y tiembla de la cabeza a los pies. Me devuelve el beso, su lengua acaricia la mía sin temor y su boca devora nuestro gemido. Él es el primero en apartarse.
—Tengo que irme, Edward.
—¿Qué? ¿Adónde?
En defensa de Edward, tengo que reconocer que tarda unos segundos en contestarme. Es como si por un instante se hubiese planteado decirme la verdad, pero al final hubiese cambiado de idea.
—Ahora no puedo decírtelo, pero confía en mí. Por favor.
—Confío en ti, Edward pero mírate. Estás herido y necesitas una muleta para caminar. No tengo ni idea de adónde vas y me da un miedo atroz perderte para siempre.
—Si no estuviese así —me señala la muleta y la mano vendada—, ¿sentirías lo mismo o confiarías en mí?
—No me hagas esto. Sabes que confío en ti.
Él toma aire y me mira fijamente a los ojos.
—Te prometo que no me pasará nada. Si de verdad te fías de mí, demuéstramelo.
Intento entender qué me está pidiendo; busco en su mirada la clave que me permita dar con la respuesta acertada y protegerlo al mismo tiempo.
—Está bien. De acuerdo. Ve adondequiera que tengas que ir.
Edward suspira aliviado.
—Gracias.
—Pero esta noche, cuando vuelvas al apartamento... Porque vas a volver, ¿no?
—Por supuesto.
—Esta noche, tú tendrás que confiar en mí. Sin reservas. Sin límites.
|