El chico malo (+18)

Autor: sabriicullen
Género: Romance
Fecha Creación: 26/08/2013
Fecha Actualización: 05/01/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 100
Visitas: 74328
Capítulos: 37

Atrévete a sentir el lado rebelde del amor.

Edward era el chico malo de la ciudad y yo la chica buena. Se suponía que no debía ocurrir.

Edward Cullen es maleducado y peligroso, el típico chico malo. Entonces, ¿por qué la buena de Bella, que tiene a Jacob al novio perfecto, no puede evitar sentirse irresistiblemente atraída por él?


 

Hola esta historia no es mía... esta basada en el libro el chico malo de Abby Glines.. yo solo cambie los personajes, con mi saga favorita... espero que le guste y dejen sus comentarios y votitos...

Tambien si quieren pueden pasar por mi otra historia, se llama

" Mi Hermoso Desastre"....

Las kieroo SabriiCullen<3

"actualizo todos los miercoles y sabado"

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Capítulo 3: Capitulo 2...

La historia y los personajes no son mios.. pertenecen a Abby Glines y a Stephenie Meyer...


 

Capítulo dos...

Pov Bella

Bella:

Hola, cariño. Siento haber tardado tanto en responder a tu e-mail. Aquí la conexión a Internet es muy débil y el 3G no existe, así que el móvil no sirve de nada. Tengo unas ganas locas de volver a verte. Pienso en ti continuamente y me pregunto qué estarás haciendo. Pasamos la mayor parte del día haciendo senderismo. La senda que tomamos ayer llevaba hasta una cascada. Después de ocho kilómetros cuesta arriba bajo un sol abrasador, el agua helada nos sentó genial.

Habría deseado que estuvieses allí. Está claro que mi futuro no está en el mundo de la pesca. Doy pena. Sam me está dando una paliza. Ayer me dijo que debería conformarme con el fútbol americano, jajaja.

Estoy disfrutando del tiempo que paso con él. Gracias por comprender cuánta falta me hacía. En estos momentos, me necesita.

Su hermano mayor se marchará dentro de un año y a mí me tendrá a una simple llamada de distancia, pero no estaré allí para ver sus entrenamientos o para ayudarle con su primer amor.

Estoy aprovechando para compartir toda mi sabiduría con él. Te quiero tanto, Isabella Marie Swan. Soy el hombre más afortunado del mundo. Jacob

Jacob:

Supuse que tu tardanza en responder tenía que ver con problemas con Internet. En lo alto de la montaña, la conexión no puede ser buena. Al menos no en la cabaña aislada donde estáis.

Yo también te echo de menos. Me alegro de que estés aprovechando para pasar tiempo con Sam, sé lo mucho que significa para él. Yo ayudo un poco a mi padre en la iglesia. No tengo mucho que hacer contigo fuera.

No he salido de fiesta los fines de semana, normalmente por las noches alquilo una peli. Alice y Jasper se han convertido en pareja oficial. Cuando no trabaja, Alice está con él. Así que eso me deja sin nadie con quien salir.

Estoy demasiado acostumbrada a pasar todo el tiempo contigo. Dales un abrazo a Sam y a Leah de mi parte. Cuento los días hasta que vuelva a verte. Te quiero mucho, Bella.

 

 

Después de hacer clic en enviar, permanecí abstraída mirando la pantalla del ordenador. Me preocupaba un poco no haber mencionado a Edward. Me había propuesto escribir que había llevado a Edward y a Victoria a casa, pero casi nunca hablábamos de Edward.

Jacob sólo lo mencionaba a veces, cuando estaba preocupado por él. Durante toda su vida, Jacob había cuidado de Edward. Edward era el hijo del hermano Cullen que había llevado una vida alocada hasta que su moto chocó contra un camión. Edward tenía siete años cuando ocurrió.

Recuerdo sus ojos enrojecidos de llorar durante meses. Por la noches, se escabullía de su caravana y venía a mi casa. Yo me escapaba por la ventana y los dos nos sentábamos en el tejado durante horas pensando en qué podíamos hacer para que se sintiera mejor. Lo habitual era que esas ideas se convirtiesen en travesuras de las que Jacob tenía que rescatarnos.

Jacob era el hijo del Cullen bueno. El padre de Jacob era el mayor de los dos hermanos Cullen. Había estudiado Derecho y ganado una fortuna defendiendo a ciudadanos de a pie contra las compañías de seguros. Toda la ciudad amaba a Aro Cullen y a su bella esposa Bree, que jugaba a tenis, era habitual de la iglesia y participaba en varias asociaciones caritativas, por no mencionar a su hijo mayor, que era la personificación del sueño americano.

No era una ciudad grande y, como en cualquier pueblo sureño, todo el mundo estaba enterado de la vida de los demás. Su pasado era de dominio público. El pasado de sus padres tampoco era ningún secreto. No se tenían secretos en Forks, Washington. Era imposible, excepto quizá en la fiestas que tenían lugar en el prado.

Estoy segura de que entre las sombras del campo de nogales que rodeaba el gran prado donde los hermanos Newton celebraban sus famosas fiestas se escondían muchos secretos. Era el único lugar donde las señoras mayores no podían observarte desde el columpio del porche de sus casas y en el que los ojos que te rodeaban estaban demasiado absortos en sus propias locuras como para fijarse en las tuyas.

Alargué el brazo para coger la foto enmarcada que Jacob me había regalado. Aparecíamos los dos juntos, en una fiesta en el prado del mes anterior. Su sonrisa bondadosa y sus alegres ojos negros me hicieron sentir culpable.

Tampoco había hecho nada malo. Sólo había obviado el hecho de que había ayudado a Edward a llegar a salvo a casa. Pero debería habérselo contado.Dejé la foto otra vez en el escritorio y fui hasta el armario a buscar algo que ponerme.

Necesitaba salir de casa. Si no encontraba algo que hacer, el verano transcurriría a paso de tortuga. Mi abuela acababa de volver a casa después de visitar a su hermana en Phoenix. Podía ir a trabajar de voluntaria en la residencia de ancianos y luego visitar a la abuela.

Así, cuando mañana escribiese a Jacob, podría explicarle que había ido a visitar a su bisabuela a la residencia. Eso le gustaría. En cuanto terminé con mi buena obra del día y hube visitado a la bisabuela Cullen, me dirigí a casa de la abuela.

Estaba ansiosa por verla. Siempre la añoraba mucho cuando se marchaba. Sin Jacob y sin la abuela me había sentido muy sola. Al menos, la abuela ya había regresado. En cuanto bajé del coche, la puerta de la entrada se abrió y apareció con una sonrisa y un vaso de té helado.

Sus cabellos rubio platino apenas le llegaban a los hombros, y tuve que morderme el labio para que no se me escapase una risita. Antes de que se fuera, habíamos comentado que debería cortarse el pelo. Lo llevaba demasiado largo. Así se lo dije, pero ella desestimó la idea como si yo no supiese de lo que estaba hablando. Supongo que había cambiado de opinión. El pequeño destello en su mirada me indicó que mi abuela sabía perfectamente en qué estaba pensando.

—Vaya, vaya, mira quién ha decidido visitar a su abuela. Empezaba a preguntarme si necesitabas una invitación por escrito —bromeó. Reí y subí los escalones para abrazarla.

—No llegaste a casa hasta ayer —le recordé. Me olisqueó la camiseta y se inclinó hacia atrás para echarme un buen vistazo.

—Huele a que alguien ha pasado por el asilo de ancianos para visitar a la bisabuela de su novio antes que a su abuela.

—Déjalo ya, abuela. Te estaba dejando dormir hasta tarde. Sé que viajar te agota. Me tomó de la mano y me guió hasta el columpio del porche para que me sentara con ella. Bajo la luz del sol, los diamantes que llevaba en los dedos refulgían. Me puso en las manos el frío vaso que sostenía.

—Toma, bebe un poco. Te lo he servido en cuanto te he visto aparcar en la entrada. Aquí podía relajarme. Estaba con la abuela y ella no esperaba que fuese siempre perfecta.

—Bueno, ¿has hablado con ese novio tuyo desde que se marchó o estás pasando un buen rato con otro mozo mientras no está?

Escupí el té que tenía en la boca y negué con la cabeza mientras tosía. ¿Cómo era posible que siempre supiese lo que pasaba antes que nadie?

—¿Y quién es? Ha hecho que te tires el té por encima, así que tendrás que darme un nombre y algunos detalles. Sacudí la cabeza y me volví para mirarla a los ojos.

—No hay nadie. Me he atragantado con el té por lo descabellado de tu pregunta. ¿Por qué iba a engañar a Jacob? Es perfecto, abuela. Hizo un gesto de incredulidad y me dio unas palmaditas en la pierna.

—No existe ningún hombre perfecto. Ninguno. Ni siquiera tu padre. Aunque a él le guste pensar que lo es.

Mi abuela siempre se burlaba de mi padre, de que hubiera acabado siendo pastor, porque según ella de pequeño había sido un trasto. Cuando me contaba historias de cuando mi padre era pequeño se le iluminaban los ojos. A veces juraría que añoraba a la persona que había sido.

—Jacob es lo más parecido a la perfección.

—No sabría qué decirte. He pasado por delante de casa de los Brandon esta mañana y su primo Edward les estaba cortando el césped —replicó, haciendo una pausa para sacudir la cabeza con incredulidad y sonriendo de oreja a oreja.

— No hay ningún hombre en esta ciudad que pueda compararse con Edward sin camisa, niña.

—¡Abuela! Le di una palmada en la mano, horrorizada ante la idea de que mi abuela se hubiese dedicado a admirar el torso desnudo de Edward. La abuela simplemente se echó a reír.

—¿Qué? Soy vieja, Bella, pero no ciega. No me costó nada imaginarme el aspecto que tendría Edward sudoroso y sin camisa. Casi me dio un ataque la semana anterior cuando pasé por casa de los Hale y le vi cortando el césped descamisado. Me dije a mí misma que estaba examinando el tatuaje de sus costillas, pero no era verdad. Esos abdominales tan bien definidos eran difíciles de pasar por alto. Era básicamente imposible. Y el tatuaje tenía un no sé qué que los hacía aún más sexys.

—Y no soy la única anciana que se ha fijado. Pero sí soy la única lo bastante honesta como para admitirlo. Las demás le contratan para que les corte el césped sólo para poder contemplarlo desde la ventana mientras se les cae la baba.

Por eso quería tanto a la abuela: siempre me hacía reír. Aceptaba las cosas tal como eran. No fingía, ni se daba aires. Simplemente era la abuela.

—No sé qué aspecto tendrá Edward sin camiseta — dije yo, lo que era mentira—. Pero lo que sí sé es que no trae más que problemas. La abuela chasqueó la lengua y dio un buen empujón al columpio con los pies.

—De vez en cuando los problemas pueden ser divertidos. Ir siempre por el buen camino puede hacer que la vida se haga tediosa y aburrida. Aún eres joven, Bella. No te estoy diciendo que salgas por ahí y te arruines la vida. Sólo digo que a veces un poco de excitación es buena para el alma.

Me vino a la mente una imagen de Edward, encorvado a mi lado en la camioneta y mirándome a través de sus espesas pestañas, y se me aceleró el pulso. Decididamente, Edward era más que un poco de excitación. Era letal.

—Basta de chicos. Ya tengo uno y no estoy interesada en buscar otro. ¿Qué tal tu viaje? La abuela sonrió y cruzó las piernas. Una sandalia de tacón pendía de uno de sus pies; llevaba las uñas pintadas de fucsia. Costaba creer que fuese la madre de un hombre tan conservador como mi padre.

—Fuimos de visita. Bebimos unos cuantos cócteles. Vimos algunas obras de teatro. Ese tipo de cosas. Sonaba al típico viaje a casa de la tía Laurent.

—¿Mi padre ha venido a verte, esta mañana? Dejó escapar un suspiro teatral.

—Sí, y como es habitual, ha rezado por mi pobre alma. Este chico no tiene ningún sentido de la aventura. Sonreí para mí misma. Estar con la abuela siempre era divertido.

—Y más te vale que no le repitas lo que acabo de decirte. Ya viene bastante a menudo a darme lecciones. Me dio un empujoncito en la pierna.

—Nunca lo hago, abuela. La abuela volvió a empujar el columpio con el pie.

—Bueno, si no piensas buscarte un chico malo y sexy con tatuajes con quien disfrutar del verano, tú y yo tendremos que hacer alguna cosa. No te pasarás todos los días haciendo buenas obras, ¿qué gracia tiene eso?

—Vayamos de compras. Siempre podríamos ir de compras —contesté.

—Ésta es mi niña. Iremos de compras, pero hoy no. Tengo que deshacer las maletas y limpiar la casa. Quedaremos a finales de semana. Tú y yo solas. Con un poco de suerte, nos encontraremos unos buenos mozos mientras estamos fuera.

Sacudí la cabeza y reí ante su comentario burlón. La verdad era que mi abuela no era ninguna fan de Jacob. Debía de ser la única persona de la ciudad que no le tenía en un pedestal. Después de hacer planes para ir de compras con la abuela, regresé a casa.

Me las había arreglado para pasar una buena parte de la jornada fuera de mi habitación. Podía pasar el resto del día con un buen libro. Por suerte, mis padres no estaban en casa cuando llegué. Cuando mi padre estaba en casa, siempre se le ocurrían tareas para encargarme. No tenía ganas de pasarme lo que quedaba del día trabajando. Sólo deseaba ponerme a leer una tórrida novela romántica y esconderme en su mundo ficticio durante un ratito.

En cuanto entré en mi habitación para quitarme la ropa, que olía a desinfectante y a ancianos, el teléfono me avisó de que tenía un mensaje.

Me saqué el móvil del bolsillo y me quedé un momento mirando la pantalla, mientras me embargaban una serie de emociones contradictorias.

Edward: Nos vemos en el hoyo.

El hoyo era un pequeño lago que se encontraba en el punto más distante del terreno de Jacob. ¿Edward quería verme allí a solas? ¿Por qué? Se me aceleró el pulso al pensar en lo que Edward podría estar planeando. Eché un vistazo a la novela romántica que había pensado leer y decidí que una tarde en el bosque con Edward Cullen sería mucho más interesante. La culpa se escondía en algún lugar de mi interior, intentando encontrar un resquicio entre las endiabladas ganas que sentía de hacer algo malo.

Antes de que pudiese entrar en razón y cambiar de idea, respondí: Estaré allí en un cuarto de hora.

El corazón me latía contra el pecho de pura energía nerviosa, o quizá por el temor a que nos pillaran. Tampoco estaba haciendo nada malo. A ver, Edward era un amigo. Más o menos. También se sentía solo. Y no íbamos al hoyo a pegarnos el lote. Seguramente quería terminar la conversación de la noche anterior.

Ahora estaba sobrio. Lo más probable era que quisiera aclarar que no había pretendido que malinterpretase sus palabras. No era que fuésemos a nadar juntos ni nada de eso.

Edward: Ponte bañador.

Vale. Quizá sí que íbamos a nadar. No respondí. No estaba segura de qué decir. Lo correcto habría sido decir que no. Pero yo siempre hacía lo correcto. Siempre. Por una vez, deseaba hacer lo que me apetecía: dejar salir un rato a la chica mala.

Fui hasta el armario y busqué la bolsita escondida en la estantería de arriba. El biquini rojo, que había comprado para cuando estuviera con Jacob (pero que al final nunca me ponía por miedo a su mirada desaprobadora), estaba hecho un ovillo dentro de la bolsa de la tienda. Había cogido la bolsa muchas veces, pero nunca había llegado a sacarlo.

Lo había comprado por impulso, intuyendo que acabaría muerto de asco en el armario. Casi podía ver la sonrisa de aprobación de la abuela mientras sacaba el revelador biquini que ella había insistido en que comprase.

—¿Te parece lo bastante problemático, abuela? —musité antes de que se me escapase una risita excitada.


Hola denuevo... nuevo capitulo... meresco un votito o un comentario porfii... :)

espero que les guste como esta desarrollandose el libro... si no les gusta avisen en los comentarios, y si les gusta tambien... :)

las quiero...

SabriiCullen

Capítulo 2: Capitulo 1... Capítulo 4: Capitulo 3...

 
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