El chico malo (+18)

Autor: sabriicullen
Género: Romance
Fecha Creación: 26/08/2013
Fecha Actualización: 05/01/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 100
Visitas: 74363
Capítulos: 37

Atrévete a sentir el lado rebelde del amor.

Edward era el chico malo de la ciudad y yo la chica buena. Se suponía que no debía ocurrir.

Edward Cullen es maleducado y peligroso, el típico chico malo. Entonces, ¿por qué la buena de Bella, que tiene a Jacob al novio perfecto, no puede evitar sentirse irresistiblemente atraída por él?


 

Hola esta historia no es mía... esta basada en el libro el chico malo de Abby Glines.. yo solo cambie los personajes, con mi saga favorita... espero que le guste y dejen sus comentarios y votitos...

Tambien si quieren pueden pasar por mi otra historia, se llama

" Mi Hermoso Desastre"....

Las kieroo SabriiCullen<3

"actualizo todos los miercoles y sabado"

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Capítulo 15: Capitulo 13...

La historia y los personajes no me pertenecen. Pertenecen a Abby Glines y Stephenie Meyer... 


 

Pov Bella

Toda la ciudad se las había arreglado para ir a la iglesia a presentar sus últimos respetos a la abuela. No habían conseguido convencerme de ir a verla allí tumbada, inmóvil y pálida. Seguro que no la habían maquillado bien.

Era una experta en maquillaje y siempre iba perfectamente arreglada. Me gustaba saber que tenía la abuela de setenta años más guapa del mundo entero. Cuando mi madre y mi padre se habían negado a dejar que me maquillase a pesar de que se lo había suplicado de rodillas, la abuela me secuestró un fin de semana en su casa para enseñarme la técnica de la «chapa y pintura», como ella decía.

Otra lágrima se deslizó por mi mejilla y levanté la mano para secarla con el pañuelo que alguien me había dado. Me había sentado tantas veces con la abuela en la tercera fila. Nos escribíamos notas, hasta que mi madre lo atajaba con una mirada de advertencia. Siempre nos hacía reír. La abuela fingía que guardaba el papel, pero en realidad se volvía más taimada.

La abuela era muy parecida a Edward, en el sentido de que aceptaba a la chica mala que había en mi interior. Pensar en él hizo que se me formase otro nudo en la garganta. Empezaba a depender demasiado de ese chico. Jacob regresaría pronto y todo iba a cambiar.

—Hola. —La voz grave de Edward me sorprendió y levanté la cabeza para encontrarlo justo frente a mí.

No esperaba que viniese, esa noche. Aparte de que nunca ponía los pies en la iglesia a menos que fuese el domingo de Pascua o Nochebuena, supuse que iba a pasar su noche libre con sus amigos… O con Victoria.

—Hola —respondí en un susurro ronco—. No esperaba que fueses a… —Me interrumpí para no decir más.

Alzó sus rubias cejas y ladeó un poco la cabeza, frunciendo el ceño. Me di cuenta de que se había peinado el pelo que normalmente llevaba revuelto. Mis ojos recorrieron su pecho y sus hombros, cubiertos con una formal camisa de color azul celeste que, estaba segura, estrenaba esa noche.

Llevaba la camisa por dentro de unos pantalones, muy formales también, que tampoco le había visto nunca. Cuando levanté la vista para mirarle a los ojos, sonreí por primera vez en horas.

—Te has puesto elegante —dije en voz baja para no llamar la atención. Se encogió de hombros y echó un vistazo alrededor como si quisiera comprobar cuánta gente había notado su intento de arreglarse. Su vista volvió a detenerse sobre mí y se inclinó un poco.

—¿Has ido a verla? —Su suave susurro hizo que me volviesen a brotar las lágrimas.

Negué con la cabeza y respiré profundamente en un intento de no venirme abajo y echarme en sus brazos en busca de consuelo delante de toda la ciudad. Me cubrió la mano con la suya y entrelazó sus dedos con los míos.

Confundida, eché una ojeada alrededor para asegurarme de que no nos estaban observando.

»Venga, Bells. Te arrepentirás de no haberla visto una última vez. Necesitas hacerlo para pasar página. Confía en mí. Sus ojos estaban llenos de tristeza mientras me miraba, implorante.

—Yo no fui a ver a mi padre. Todavía hoy me arrepiento.

Su confesión hizo que el dolor que sentía en el pecho se acentuara, no sólo por mi pérdida sino también por aquel chiquillo al que tanto le habían arrebatado. Por alguna razón, Edward necesitaba que lo hiciese.

Dejé que me guiase por la nave de la iglesia hasta el ataúd abierto en el que descansaba la mujer en la que siempre había confiado. Habíamos hablado de mi boda y de cómo me arreglaría el pelo y me maquillaría ese día.

Habíamos decidido los colores de los vestidos de las damas de honor y de los ramos de flores que pensaba preparar. Habíamos decidido que ella cosería el vestido del bautizo de mis hijos. Habíamos hecho tantos planes.

Tejimos tantos sueños sentadas en su porche, comiendo galletas y bebiendo té helado. El ataúd era de un precioso color blanco mármol, con un forro rosa. Le habría encantado. Adoraba el color rosa. Los enormes adornos confeccionados con rosas blancas y rosa le habrían entusiasmado.

Cada primavera, una de sus grandes alegrías era ver florecer sus rosales, de los que cuidaba como si fuesen bebés. Quise dar las gracias a todas las personas que habían enviado los grandes ramos de flores que cubrían las paredes de la iglesia, especialmente los de rosas.

Sentí un hilillo de humedad que corría por mi barbilla y me caía sobre la mano. Levanté la mano libre para secarme la cara, pero fue inútil. Las lágrimas me manaban de los ojos y me resbalaban por las mejillas. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba llorando.

—No te dejaré sola, sube y despídete de ella. Estaré aquí mismo, a tu lado —murmuró Edward.

Desde que había cruzado las puertas de la iglesia, había sentido una presión en el pecho que me impedía respirar. Ahora, mientras me preparaba para despedirme de la mujer a la que tanto quería, me inundó un sentimiento de paz.

Solté la mano de Edward a la que me había aferrado con tanta fuerza y di un paso adelante. Estaba sonriendo. Me alegraba de que estuviese sonriendo. Siempre sonreía. Habían utilizado su maquillaje.

Reconocería ese tono frambuesa de pintalabios en cualquier parte. La fragancia de las rosas era intensa y me recordó las tardes que pasábamos charlando en su casa.

—Te han puesto tu vestido favorito —susurré mientras observaba su cuerpo inmóvil—. Y también han usado tu maquillaje. Aunque tú te pintas mejor. La sombra de ojos es un poco oscura. Quien te la haya puesto parece que desconoce la regla del «menos es más».

La abuela se habría reído con mi comentario. Habríamos tramado un plan para dar una lección en el arte de la «chapa y pintura» a los esteticistas de la morgue o a quienquiera que maquillase a los recién fallecidos. Se me escapó una sonrisa.

—¿Te acuerdas de cuando hablamos de que queríamos permanecer en la Tierra después de morir para poder asistir a nuestros funerales? Bueno, en caso de que hayas convencido a Dios de tu idea y estés escuchando desde alguna parte — hice una pausa para tragarme el sollozo que se me estaba a punto de escapar—, si estás aquí, te quiero. Te echo de menos. Pensaré en ti todos los días y llevaré a cabo todos nuestros planes.

Pero prométeme que estarás ahí. Prométeme que convencerás al de ahí arriba de que te deje venir de visita. Esta vez no pude reprimir el sollozo. Me tapé la boca con las manos y dejé caer la cabeza mientras me inundaban los recuerdos.

Saber que ésa era la última vez que la vería me hacía sentir como si me hubiesen arrancado el corazón. Un brazo me agarró y tiró de mí para que me apoyara contra su pecho, envolviéndome.

Edward no dijo nada para consolarme.Dejó que dijese mi último adiós de la única forma que sabía. Cuando se calmaron las lágrimas y el dolor en mi pecho se sosegó, levanté la cabeza para mirarle.

—Estoy segura de que cuando mueres no vas directamente al cielo. Creo que tienes tiempo de despedirte. Y tu abuela no se habría marchado a ninguna parte hasta que hubiese recibido esta despedida.

Solté una risita ahogada y asentí. Tenía razón. Ni el mismo Dios la habría hecho mover a menos que estuviese lista.

—Adiós, abuela —susurré una última vez.

—¿Preparada? —preguntó Edward, enlazando los dedos con los míos.

Me di la vuelta y caminé por la nave, asintiendo y hablando con las otras personas que habían venido a darnos el pésame. Edward se mantuvo pacientemente a mi lado.

Me di cuenta de que varias personas lanzaban una mirada curiosa a la oveja negra que tenía como acompañante. En pocas horas, toda la ciudad estaría al corriente. Pero ahora mismo eso no me importaba.

Edward había sido mi amigo desde que, en párvulos, me tiró del pelo en el patio y yo, a cambio, le retorcí el brazo. Después de que el maestro nos hubiese reñido y amenazado con llamar a nuestros padres, Edward me miró de arriba abajo y me preguntó:

—¿Quieres sentarte con mi primo y conmigo durante la comida?

Podían hablar cuanto quisieran.

Edward había venido a rescatarme cuando más le necesitaba. Quizá no era el ciudadano perfecto, pero la abuela siempre decía que lo perfecto era aburrido.

Le habría encantado que les plantase cara a las chismosas de la ciudad en su funeral. Miré atrás por encima del hombro, con una sonrisa. La abuela estaba aquí y casi podía oír su risa cuando salí de la iglesia de la mano de Edward.


Hola Feliz sabado...

nuevo capitulo, un poco triste pero es un nuevo acercamiento a Edward... cada vez se le hace imposible pensar en Jacob a Bella... 

espero que les alla gustado.. como es medio triste voy a subir otro! asi que nos vemos en el otro capitulo...

SabriiCullen!

Capítulo 14: Capitulo 12... Capítulo 16: Capitulo 14...

 
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