El chico malo (+18)

Autor: sabriicullen
Género: Romance
Fecha Creación: 26/08/2013
Fecha Actualización: 05/01/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 100
Visitas: 74326
Capítulos: 37

Atrévete a sentir el lado rebelde del amor.

Edward era el chico malo de la ciudad y yo la chica buena. Se suponía que no debía ocurrir.

Edward Cullen es maleducado y peligroso, el típico chico malo. Entonces, ¿por qué la buena de Bella, que tiene a Jacob al novio perfecto, no puede evitar sentirse irresistiblemente atraída por él?


 

Hola esta historia no es mía... esta basada en el libro el chico malo de Abby Glines.. yo solo cambie los personajes, con mi saga favorita... espero que le guste y dejen sus comentarios y votitos...

Tambien si quieren pueden pasar por mi otra historia, se llama

" Mi Hermoso Desastre"....

Las kieroo SabriiCullen<3

"actualizo todos los miercoles y sabado"

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Capítulo 2: Capitulo 1...

La historia y los personajes no me pertenecen... pertenecen a Abbi Glines y Stephenie Meyer... <3

 


 

Capítulo uno...

Pov Bella

¿Por qué no pude llegar a casa sin tener que verlos?

No estaba de humor para hacer de buena samaritana con Edward y la cutre de su novia. Aunque no iba conmigo, sabía que Jacob habría esperado que me detuviese. Con un gruñido frustrado, frené y aparqué junto a Edward, que había puesto un poco de distancia entre él y su novia, que estaba en plena vomitona.

Por lo que parecía, devolver la papilla no era un reclamo de apareamiento para Edward.

—¿Dónde has aparcado la camioneta, Edward? — pregunté en el tono más irritado del que era capaz. Me devolvió esa ridícula sonrisa sexy que conseguía que todas las mujeres de la ciudad se derritiesen a sus pies.

Me habría gustado creer que después de tantos años era inmune a su encanto, pero no lo era. Imposible ser inmune al chico malo de la ciudad.

—No me digas que la perfecta Isabella Swan se dignará a ofrecerme su ayuda —contestó él, arrastrando las palabras e inclinándose para observarme a través de la ventanilla abierta.

—Jacob está fuera de la ciudad, así que tendré que ocuparme yo. Él no te dejaría conducir a casa borracho y yo tampoco lo haré. Soltó una risita ahogada, y un escalofrío de placer me recorrió el espinazo. Dios mío. Incluso su risa era sexy.

—Muchas gracias, preciosa, pero me las puedo arreglar solo. En cuanto Vicky deje de vomitar la meteré en la camioneta. Aún soy capaz de conducir los cinco kilómetros hasta su casa. Tú puedes irte. Por cierto, ¿no tendrías que estar estudiando?.

Discutir con él era una pérdida de tiempo. Empezaría a soltar comentarios sarcásticos hasta que yo estuviese tan enfadada que no pudiese ni hablar. Apreté el acelerador y entré en el aparcamiento.

Lo llevaba claro si pensaba que iba a marcharme y a dejarle conducir borracho. Ese chico era capaz de enfurecerme con sólo guiñar un ojo, y mira que me esforzaba por ser amable con todo el mundo.

Recorrí con la vista los coches aparcados en busca de su viejo Chevy negro. Cuando lo encontré, caminé hasta donde estaba Edward y alargué la mano.

—O me das las llaves de la camioneta o las busco yo misma. ¿Qué prefieres, Edward? ¿Quieres que te registre los bolsillos? Una sonrisa torcida le iluminó el rostro.

—De hecho, creo que sería un placer que me registrases los bolsillos, Bella. ¿Qué tal si me quedo con la opción número dos? El calor empezó a subirme por el cuello y me dejó manchas rojizas en las mejillas. No necesitaba un espejo para saber que me estaba ruborizando como una boba.

Edward nunca me lanzaba comentarios provocativos ni coqueteaba conmigo. Al parecer, yo era la única chica mínimamente atractiva del instituto a la que no hacía ningún caso.

—Ni se te ocurra tocarlo, zorra estúpida. Tiene las llaves en el contacto —rugió Victoria, la novia intermitente de Edward, levantando la cabeza y echándose a la espalda el pelo castaño. Sus ojos inyectados en sangre me observaban llenos de odio, desafiándome a ponerle la mano encima a lo que era de su propiedad.

No le respondí, ni tampoco miré a Edward. Simplemente me di la vuelta y me dirigí a su camioneta intentando recordarme a mí misma que lo estaba haciendo por Jacob.

—¡Venga, subid al coche de una vez! —grité antes de meterme en el asiento del conductor. Me costó mucho no pensar en que era la primera vez que estaba en la camioneta de edward. Después de un sinfín de noches tumbada en el tejado junto a él, hablando del día en que nos sacaríamos el carnet de conducir y de los lugares a los que iríamos, sólo ahora, a los diecisiete años, me encontraba sentada en su coche.

Edward levantó a Victoria y la dejó en el asiento trasero.

—Túmbate a menos que tengas ganas de vomitar otra vez, y si lo haces asegúrate de portar de lado —le espetó él, abriendo la puerta del conductor.

>>Baja, princesa. Está a punto de perder el conocimiento, no le importará que conduzca<<

Me aferré con más fuerza al volante.

—No pienso dejar que conduzcas. Ni siquiera vocalizas, así que no puedes conducir. Abrió la boca para discutírmelo pero cambió de idea. Se limitó a mascullar algo que sonaba como una palabrota antes de cerrar de un portazo y dar la vuelta por delante del coche para subir por el lado del copiloto.

No dijo nada, y yo me abstuve de mirarlo de reojo. Sin Jacob cerca, Edward me ponía nerviosa.

—Esta noche estoy harto de discutir con mujeres. Es la única razón por la que te dejo conducir —refunfuñó, esta vez sin arrastrar las palabras. No me sorprendió que controlase su forma de hablar.

Edward había empezado a emborracharse antes de que la mayoría de chicos de nuestra edad hubiesen probado su primera cerveza. Cuando se tenía una cara como la de Edward, las chicas mayores te prestaban atención. Había conseguido invitaciones a fiestas mucho antes que el resto de nosotros. Me las arreglé para encogerme de hombros.

—No tendrías que discutir conmigo si no bebieses tanto. Soltó una risotada cínica.

—Eres la chica perfecta, ¿verdad, Bella? Hace un tiempo eras mucho más divertida. Antes de que empezaras a morrearte con Jacob, lo pasábamos bien juntos. Me miró fijamente, a la espera de mi reacción. Sintiendo sus ojos clavados en mí, me costaba concentrarme en conducir.

—Tú eras mi cómplice, Bella. Jacob era el chico bueno. Pero nosotros dos éramos los alborotadores. ¿Qué ocurrió?

¿Cómo podía responder a eso? Nadie conocía a la niña que robaba chicles de la tienda o que secuestraba y ataba al repartidor de periódicos para quitarle los diarios y bañarlos en pintura azul antes de dejarlos en el porche de las casas. Nadie conocía a la chica que salía a escondidas de su casa a las dos de la madrugada para llenar de papel higiénico los jardines de los vecinos o para tirar globos de agua a los coches desde detrás de unos arbustos. Aunque se lo contara, nadie creería que había hecho todas esas cosas… nadie, excepto Edward.

—Crecí —repliqué por fin.

—Cambiaste completamente, Bella.

—Éramos unos críos, Edward. Sí, tú y yo nos metíamos en líos y Jacob nos sacaba de ellos, pero sólo éramos unos críos. Ahora soy diferente. Durante un momento, no respondió.

Se removió en su asiento y comprendí que su vista ya no estaba fijada en mí. Era la primera vez que manteníamos esta conversación. Aunque fuese incómoda, hacía tiempo que la necesitábamos. Jacob siempre había sido un obstáculo para que Edward y yo hiciésemos las paces. Una paz que se había quebrado tiempo atrás sin saber por qué. Un día era Edward, mi mejor amigo. Al día siguiente, sólo era el primo de mi novio.

—Echo de menos a esa chica, ¿sabes? Era electrizante. Sabía cómo divertirse. Esta aburrida chica perfecta que la sustituyó resulta cargante.

Sus palabras dolían. Quizá porque venían de él o quizá porque comprendía lo que estaba diciendo. No es que no pensara en esa chica. Le odiaba por recordarme cuánto la echaba de menos. Me esforzaba mucho por mantenerla encerrada. El que alguien deseara que la liberase hacía que me costase más mantenerla bajo control.

—Prefiero ser una chica buena a ser una puta borracha que se vomita encima —espeté antes de poder detenerme. Me sorprendió una risita ahogada y miré de reojo a Edward mientras se arrellanaba en su asiento y apoyaba la cabeza en el cuero gastado en vez de en el duro cristal de la ventana.

—Supongo que no eres perfecta del todo. Jacob nunca insultaría a alguien de esa manera. ¿Sabe que utilizas la palabra «puta»? Esta vez agarré el volante con tanta fuerza que los nudillos se me pusieron blancos. Edward intentaba hacerme enfadar, y estaba haciendo un trabajo fantástico. No sabía cómo responder a su pregunta.

La verdad era que Jacob se habría quedado de piedra si me hubiese oído llamar puta a alguien. Especialmente a la novia de su primo.

—Cálmate, Bella, no me voy a chivar. Te he guardado el secreto durante años. Me alegra saber que mi Bella sigue ahí dentro, escondida en alguna parte detrás de esa fachada perfecta. Me contuve para no mirarle. La conversación iba en una dirección que no me gustaba.

—Nadie es perfecto. Y yo no finjo serlo. Era mentira, y los dos lo sabíamos. Jacob era perfecto y yo me esforzaba por estar a su altura. Toda la ciudad sabía que estaba muy por detrás de su brillante reputación. Edward dejó escapar una carcajada gélida.

—Sí, Bella, claro que lo finges. Aparqué en la entrada de la casa de Victoria. Edward no se movió.

—Está inconsciente. Tendrás que ayudarla — susurré, temiendo que notara mi desazón en el tono de mi voz.

—¿Quieres que ayude a una «puta» que se vomita encima? —preguntó, divertido. Suspiré y me decidí a mirarlo. Me recordaba a un ángel caído, bajo la luz de la luna que hacía resplandecer su pelo rubio, aclarado por el sol. Tenía los párpados más caídos de lo habitual y sus espesas pestañas prácticamente ocultaban el color avellana de sus ojos.

—Es tu novia. Ayúdala. Me las arreglé para sonar irritada. Cuando me permitía estudiar a Edward tan de cerca se me hacía difícil enojarme con él. Seguía viendo al chico al que de niña había puesto en un pedestal. Nuestro pasado siempre estaría ahí, impidiendo que volviésemos a estar unidos.

—Gracias por recordármelo —dijo, alargando la mano para abrir la puerta sin romper el contacto visual conmigo. Bajé la mirada y me dispuse a observar atentamente mis propios brazos, que tenía cruzados sobre el regazo. Victoria se revolvió con torpeza en el asiento trasero y la camioneta dio una leve sacudida que nos recordó que seguía allí. Después de unos instantes más de silencio, por fin bajó.

Edward cargó con el cuerpo lacio de Victoria hasta la puerta y llamó. La puerta se abrió y desaparecieron dentro. Me pregunté quién habría abierto la puerta. ¿Habría sido la madre de Victoria? ¿Le preocupaba que su hija estuviese como una cuba? ¿Dejaría que Edward la llevase a su habitación? ¿Iba Edward a quedarse con ella? ¿A meterse en la cama con ella y a quedarse dormido?

Edward reapareció en la entrada antes de que mi imaginación pudiese desatarse aún más.Una vez dentro del coche, arranqué la camioneta en dirección al parque de caravanas donde vivía.

—Así que dime,Bella, la insistencia por llevar a casa al tío borracho y a la puta de su novia se debe a que eres la eterna chica buena que ayuda a todo el mundo? Porque sé que no te gusto demasiado, así que siento curiosidad por saber qué te impulsa a querer que llegue a casa sano y salvo.

—Edward, eres mi amigo. Claro que me gustas. Somos amigos desde los cinco años. Es verdad que ya no salimos juntos, ni nos dedicamos a aterrorizar a los vecinos, pero me sigues importando.

—¿Desde cuándo?

—Desde cuándo, ¿qué?

—¿Desde cuándo te importo?

—Ésa es una pregunta tonta, Edward. Sabes que siempre me has importado —respondí. Aunque sabía que no se conformaría con una respuesta tan vaga. La verdad era que ya no hablaba mucho con él.

Normalmente, Victoria estaba colgada de alguna parte de su cuerpo. Y cuando Edward me dirigía la palabra era para soltar algún comentario sarcástico. Se le escapó la risa.

—Nos hemos sentado juntos en clase de historia durante todo el año y casi ni me has mirado. Durante la comida tampoco me miras y eso que nos sentamos a la misma mesa. Cada fin de semana nos vemos en las mismas fiestas y si se te ocurre lanzar tu mirada de superioridad en mi dirección, siempre es con expresión de asco. Así que me sorprende que me sigas considerando tu amigo.

El gran roble señalaba la entrada al parque de caravanas donde Edward había residido toda su vida. La exuberante belleza del paisaje sureño al entrar en el camino de grava era engañosa. En cuanto rebasabas los altos árboles, el decorado cambiaba de forma drástica. Caravanas viejas, coches apoyados sobre ladrillos y juguetes rotos repartidos por los patios.

A falta de cristal, más de una ventana estaba cubierta con madera o plástico. Pero no me quedé embobada mirando a mi alrededor. Tampoco me sorprendió ver a un hombre sentado en los peldaños de su porche, en ropa interior y con un cigarrillo colgado de los labios. Conocía bien el parque de caravanas. Formaba parte de mi infancia.

Me detuve delante de la caravana de Edward. Me habría resultado más fácil creer que era el alcohol el que hablaba, pero sabía que no era así. No habíamos estado a solas desde hacía más de cuatro años. Desde que me convertí en la novia de Jacob, nuestra relación cambió. Respiré hondo y me volví para mirarlo.

—Nunca hablo con nadie en clase, excepto con el maestro. Tú nunca me diriges la palabra durante la comida, así que no tengo motivo para mirarte. Llamarte la atención sólo sirve para que te burles de mí. Y en las fiestas, no te miro con asco. Miro a Victoria con desagrado. Podrías encontrar a alguien mucho mejor que ella. Puse el freno antes de que se me escapase algo más. Ladeó la cabeza como si me estuviese examinando.

—Victoria no te gusta demasiado, ¿verdad? No tienes que preocuparte porque esté colgada de Jacob. Mi primo valora lo que tiene y no lo echará por la borda. Victoria no puede competir contigo.

¿A Victoria le gustaba Jacob? Normalmente, acosaba a Edward. Nunca había notado su interés por Jacob. Sabía que habían sido pareja durante un par de semanas cuando tenían trece años, pero había sido hacía tiempo. Eso no contaba. Además, estaba con Edward. ¿Por qué iba a interesarle cualquier otro?

—No sabía que le gustase Jacob —respondí, no del todo segura de creerlo. Jacob no era para nada su tipo.

—Pareces sorprendida —contestó Edward.

—Bueno, claro que lo estoy. Te tiene a ti. ¿Por qué va a querer a Jacob?

Sus labios dibujaron una sonrisa satisfecha, haciendo que se le iluminasen los ojos de color avellana. Me di cuenta de que acaba de soltar algo que Edward podía malinterpretar, justo como estaba haciendo en ese mismo momento. Alargó la mano hasta la manilla de la puerta, pero se detuvo y echó un vistazo rápido atrás.

—No sabía que mis bromas te molestaban, Bella. No lo haré más. No era la respuesta que esperaba. Sin saber qué contestar, me quedé allí sentada sosteniéndole la mirada.

—Te traeré tu coche antes de que tus padres vean mi camioneta en tu casa por la mañana.

Salió de la camioneta y lo observé mientras caminaba hasta la puerta de su caravana con el contoneo más sexy de la historia de la humanidad.

Edward y yo necesitábamos tener esa charla.

A pesar de que, por su culpa, mi imaginación cabalgaría desbocada durante una temporada. Mi secreta atracción por el chico malo del pueblo tenía que seguir siendo secreta.

A la mañana siguiente, encontré mi coche aparcado en la entrada, como había prometido, con una nota metida bajo el limpiaparabrisas. La cogí, y al leerla no pude evitar sonreír.

Decía: «Gracias por lo de anoche. Te echaba de menos». Había firmado simplemente con una E.

 


Hola el primer capitulo.. espero les guste... 

meresco un votito un comentario :) porfiii <3 

nos vemos en el otro capi.. las quiero 

SabriiCullen... 

Capítulo 1: Prologo... Capítulo 3: Capitulo 2...

 
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