La familia Cullen era todo lo contrario a los Quileute en cuanto aspecto físico, de hecho, yo encajaba con ellos como un guante.
Me acogieron desde el primer día con los brazos abiertos, desde el primero hasta el ultimo miembro de la familia, una hija mas para Esme y Carlisle. Eso no era nuevo, desde que era una renacuaja me pasaba muchas tardes jugando en su casa con su hija pequeña, Alice, que además era mi mejor amiga, un duendecillo endemoniado que se pasaba el día riendo y saltando.
Tenia mas o menos mi estatura, osea que era bajita. Tenia el pelo negro cortado a la altura de la barbilla y cada una de sus puntas, deliciosamente peinadas, apuntaba hacia una dirección diferente. Su piel era casi tan pálida como la mía, como la de toda su familia y sus ojos tenían un precioso color azul cielo, heredado de su abuela materna. Le encantaba la moda, siempre decía que un día seria una gran modista y yo la animaba con su sueño, estaba segura que algún día lo conseguiría.
Emmett era el mayor, aunque a veces no lo parecía. Era alto y corpulento, parecía uno de esos culturistas que salen por la tele en los concursos de mister musculitos. Su pelo era negro, como el de Alice, cosa que hacia que su piel ya pálida, lo pareciera mas aun. Había heredado los ojos de su padre, de color ámbar, y cuando sonreía se le formaban dos hoyuelos a los lados de la boca, lo que le daba una apariencia algo infantil. Salia con Rosalie Hale, una belleza sobrehumana, rubia, con cuerpo de modelo, una autentica Miss Universo. Tenia un hermano mellizo, Jasper, tan guapo como ella, alto, rubio, y con un porte de caballero impresionante. Me encantaba pasar tiempo con los hermanos Hale, lo pasaba genial con ellos, me hacían reír un montón con sus ocurrencias.
Edward era el mediano de los hermanos Cullen. También era alto, fuerte y delgado, con un cuerpo de infarto, su musculatura se podía sentir a través de su ropa bien formada, sin exagerar, un cachas, vaya. Su pelo era de color castaño claro tirando a bronce, por mucho que el se empeñaba en peinarlo y dominarlo le resultaba imposible, cuanto mas lo intentaba, mas lo alborotaba, cosa que le daba un toque muy sexy. Su piel era tersa y suave a simple vista, tan pálida como la de toda su familia y sus ojos habían heredado el color de su madre, un intenso azul grisáceo que invitaba a perderse en ellos profundamente. Era simplemente perfecto, un autentico ángel caído del cielo.