El Noble y la Ladrona (+18)

Autor: Gothic
Género: + 18
Fecha Creación: 15/08/2010
Fecha Actualización: 13/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 29
Comentarios: 57
Visitas: 81794
Capítulos: 22

Cuando un audaz salteador de caminos asaltó su carruaje y apuntó con una pistola a una parte crucial de su anatomía, el marqués de Cullen tuvo que efectuar una elección crítica, entregar el anillo de su hermano fallecido o perder las joyas de la familia.

Edward decidió separarse del recuerdo, pero sólo de modo temporal. Localizaría al ladrón de los inolvidables ojos color Chocolate aunque fuese lo último que hiciera.

Para todos era conocida la escandalosa reputación de la Liga de los Libertinos de Londres, de modo que, cuando el más infame de sus miembros la tomó entre sus brazos en un baile de sociedad, Isabella Swan comprendió que sus intenciones no eran nada honorables.

La fogosa persecución de Edward hizo que sus ojos chocolates se abriesen de par en par y el pulso se le acelerase, pero…
 
¿Él iba en busca de una amante o de la picara que se había atrevido a robarle a punta de pistola?
Fuera como fuese, Isabella  sabía que le había llegado la hora de devolver lo robado, y estaba más que deseosa de entregarle tanto su cuerpo como su corazón.

Disclaimer : Esta historia es una adaptación de una novela, sólo he tomado partes de la trama y la he adaptado con los personajes de la saga crepúsculo, que le pertenecen a Stephanie Meyer.

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Capítulo 10: Capitulo 10

Edward abandonó la casa enojado. Él no se había propuesto hacerle el amor a Isabella allí, en su propio hogar, pero debería haber previsto la explosiva pasión que existía entre ellos. Con Isabella nunca tendría bastante.
No se le había ocurrido que ella pudiese rechazar su oferta, pero ahora podría decirle a su abuela que él había cumplido con su deber. Cuanto antes supiera que no habría boda, antes dejaría de darle la lata.
Stefan abrió la puerta tras la llamada de Edward.


—¿Está mi abuela? —le preguntó.
—La encontrará en su sala de estar, milord.
Edward subió la escalera despacio y entró en la sala tras un breve golpecito en la puerta.
—Cullen, ¿tan pronto de vuelta? ¿Cuándo será la boda?
—No habrá boda, abuela. Lady Isabella me ha rechazado.
—¡Qué disparate! Nadie rechaza a un marqués.
—Tú no conoces a Isabella. Es terca e independiente y tiene cierta extravagante idea acerca de casarse por amor.
—Esa chiquilla está perdida. ¿No sabe que tú eres su última esperanza de matrimonio y vida normal?
—Me temo que no, abuela. Me he esforzado todo lo posible por convencerla, pero evidentemente no ha sido bastante. Ahora tengo una cita, de modo que debo irme.
—Su rechazo te complace —observó la abuela—. Realmente no pretenderás quedarte soltero, ¿verdad?
—Sí, es lo que pretendo. —Besó su frágil mejilla—. Adiós, abuela.
—¿Es por causa de Irina? —insistió la mujer.
Edward hizo una pausa.
—Irina no tiene nada que ver con esto, abuela. El matrimonio no es para mí.
—No estés tan seguro, muchacho —murmuró lady Jane mientras él se marchaba—. Te veré casado, y pronto.


Isabella se lavó, se vistió, y estaba en la cocina preparándose una taza de té cuando Charlotte y Jacob regresaron. Después de que Edward se marchase, se sentía incapaz de ordenar sus pensamientos. Una vez más había respondido con desenfrenado abandono. Él la tenía esclavizada, la engatusaba para que cayera en sus brazos con una simple mirada y besándola sin que ella opusiera la menor resistencia. ¡Qué necia había sido! No había futuro para ellos, y cuanto antes se diera cuenta, mejor.


—¿Le has dado una oportunidad a Cullen? —preguntó Charlotte cuando regresó del mercado—. ¿Habéis fijado una fecha?
Isabella no deseaba hablar del marqués, pero sabía que Charlotte no desistiría.
—He rechazado su proposición.
—¡No es posible! ¿Sabes lo que eso significa?
Fingiendo una calma que no sentía, Isabella dijo:
—Sé exactamente lo que significa. Le estoy haciendo un favor a Cullen no casándome con él. No es algo que él desee. Se ha visto obligado a proponérmelo por su abuela, y yo me niego a casarme con un hombre por cualquier razón que no sea el amor. Además, tía, ¿y si después de casarnos Cullen me reconociera como el salteador de caminos que le robó en la carretera? Muy probablemente me denunciaría e intentaría anular el matrimonio, lo que aún sería mayor escándalo que el que ya tenemos.
—¡Oh, querida!, ¿qué vamos a hacer ahora? Yo había confiado en que Cullen fuese la solución a nuestros problemas financieros. El carnicero se ha negado a prolongar nuestro crédito y he vuelto con las manos vacías.
—Todavía tenemos el reloj de papá.
—Eso pertenece a Benjamín. Y, hablando de Benjamín lo echarán de la universidad si no se pagan pronto los honorarios.
Isabella apretó la mandíbula.
—Yo me cuidaré de ello, tía.
Se disculpó y fue en busca de Jacob. Lo encontró en el salón, limpiando el polvo.
—No deberías realizar el trabajo de una doncella —dijo Isabella.
—No me importa, señorita Bella. Cuando se case con el marqués, tendrá más sirvientes de los que podrá manejar. He oído decir que es extraordinariamente rico.
—No me casaré con Cullen —declaró Isabella con un tono de voz que no admitía réplica—. Es hora de que Jake y Bells cabalguen de nuevo. El cielo está hoy cubierto y es muy probable que la luna quede oscurecida por las nubes. Trae los caballos después de oscurecer.
Jacob frunció el cejo.
—A lady Charlotte no le va a gustar esto.
—¿Se te ocurre otro modo de que podamos poner alimento en la mesa? Robar una bolsa aquí y allí aliviará nuestros problemas, y no causará excesivo trastorno a los ricos lores y ladies a los que robemos.
Jacob dejó escapar un profundo suspiro.
—Muy bien, señorita Bella, pero esto no me gusta. Verla a usted herida y sangrando apagó mi entusiasmo por nuestras escapadas nocturnas.
—No volverá a suceder, Jacob, lo prometo.


Edward estaba en el club White's, jugando una partida de cartas, cuando se enteró del atraco a mano armada cometido de nuevo por los salteadores de caminos conocidos como Jake y Bells. Lord Yorkie, un regordete conde famoso por su riqueza y disipación, difundió la noticia de que los malvados fuera de la ley habían detenido su carruaje y le habían robado a él y a su actual amante sus bolsas y joyas.


—Se llevaron todo lo que teníamos de valor —explicó Yorkie —. Y le dieron un susto de muerte a la pobre Sara.
—A mí no me parecieron demasiado peligrosos —replicó Edward—. Esos mismos Jake y Bells detuvieron mi coche hace un tiempo y luego otra vez, cuando volvía con McCarty en el carruaje de éste de una fiesta en el campo. En aquella ocasión disparé y herí a uno de ellos. Por lo que se ve, el disparo no los asustó.
—Lástima que no muriera ese bandido —declaró Yorkie. Luego dirigió a Edward una astuta mirada—. ¿Cómo van las cosas entre usted y lady Isabella?
La suerte quiso que en ese momento lord Biers fuera a reunirse con el grupo.
—¿Han fijado ya una fecha para la boda, Cullen? Realmente deberían ser más cuidadosos en sus citas.
Biers ya no trataba de ocultar sus risas.
—Debería haber visto su rostro cuando Newton, Uley y yo irrumpimos en su nidito de amor.
Edward dirigió a Biers una mirada fría como el hielo.
—Precisamente, Biers, le he estado buscando para que enmendara un error de juicio. Usted está equivocado. No era a lady Isabella a quien vio conmigo en La Liebre y el Sabueso.
El otro debía de estar demasiado ciego para advertir el aviso porque dijo:
—No cometo errores como ése. Desde luego que era lady Isabella Swan a quien vi con usted en La Liebre y el Sabueso, aunque usted no era el hombre con quien yo creí que iba a encontrarla.
—¡Basta! —lo interrumpió Edward—. Si lo prefiere, podemos arreglar este asunto en el campo de duelo. O bien puede usted disculparse por su error.
Biers comprendió de repente que estaba pisando terreno peligroso. Hacía falta ser más valiente de lo que él era para enfrentarse a Cullen en un duelo. Cullen no sólo era un experto tirador con pistola y un superior espadachín, sino que también era muy bueno en las peleas a puñetazos.
—Bien amigo, tal vez me equivoqué.
—Ciertamente lo hizo. A propósito, ¿ha visto últimamente a Volturi? Hay algo que deseo tratar con él.
—Le daré su mensaje en cuanto le vea —repuso Biers.


Una semana después de esa conversación, otro carruaje fue asaltado por Jake y Bells. Edward sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que los ladrones fueran prendidos y ahorcados y, por alguna extraña razón, ese pensamiento le producía una incómoda sensación en la boca del estómago.
Al día siguiente, Edward encontró a Volturi en Brook's. El vizconde montó en arranque cuando Edward se lo llevó a la fuerza a un salon para una conversación privada.


—Lo que planeó para lady Isabella es demasiado bajo incluso para alguien como usted, Palmerson —arremetió Edward.
—Yo no hice nada. Fue usted quien la comprometió —repuso el otro rabioso—, pero no permitiré que se case con ella. Isabella es mía, ¿lo ha oído? Su padre me la cedió antes de morir.
—Si lady Isabella le pertenece, ¿por qué tarda tanto en convertirla en su esposa? —gruñó Edward—. Si ella le perteneciera no tendría necesidad de escenificar una seducción.
—¡Ella no me quiere! —exclamó Volturi con rabia—. ¿Cree que hubiera planeado una seducción si ella hubiera accedido a casarse conmigo?
—No lo sé. Dígamelo usted.
—Es un bastardo, Cullen, un condenado bastardo. No tenía por qué meter las narices donde no le importa. Isabella sería ahora mi esposa si usted no se hubiera entrometido.
—Tiene un extraño modo de demostrar afecto, Volturi —se burló Edward—. ¿Desde cuándo la violación es considerada seducción? La dama no estaba dispuesta.
—La dama no sabe lo que quiere. Necesita un poco de persuasión. Yo simplemente la estaba ayudando a decidirse para que aceptara mi proposición.
Edward inmovilizó a Volturi con una mordaz mirada.
—Explíqueme por qué desea casarse con lady Isabella Swan. Ella no es rica, y me consta que usted tiene los bolsillos vacíos. No puede amarla si estaba dispuesto a destruir su reputación. Sea claro, Volturi, ¿qué desea usted realmente  de Isabella?
—Nada que a usted le importe. Limítese a apartarse de mi camino. —Se tocó la nuca con los dedos e hizo una mueca—. Le debo a usted la hinchazón que me hizo en la cabeza en La Liebre y el Sabueso. Mis amigos dicen que usted se acostó con Isabella. Yo no puedo creer que ella le permitiera poseerla y a mí no.
—Tal vez sus amigos mienten.
—Y tal vez no. Pero no importa —gruñó—. Aún la deseo. Todo el mundo sabe que usted nunca se casaría con Isabella. Quizá ahora ella esté más dispuesta a aceptar mi propuesta y detener así las habladurías.
—Si lo cree así es que no la conoce —murmuró Edward—. Además, si intenta volver a hacerle daño, me veré obligado a tomar represalias.
Volturi entornó los ojos.
—¿Qué interés tiene usted en Isabella?
Edward deseaba saber qué responder a esa pregunta. Lo que él sentía por Isabella era desconcertante, incluso para un hombre con la reputación que él tenia, que normalmente sólo deseaba una cosa de una mujer. Sin embargo, Isabella era distinta a todas las mujeres que había conocido. Vibrante, independiente, obstinada, toda ella interesante en sí misma. Se le podían ocurrir una docena más de adjetivos, pero ninguno le haría justicia. Principalmente la deseaba. Deseaba estar dentro de ella, en torno a ella, debajo de ella, sobre ella, amándola de todos los modos en que un hombre puede amar a una mujer.
—Mi interés, Volturi, no es asunto suyo. Le aconsejo que reflexione larga y profundamente sobre mis palabras. Si le hace daño a Isabella tendrá que responder ante mí.
Edward inclinó la cabeza y se marchó.


Isabella estaba sentada ante la mesa de la cocina, contando el dinero que el comprador de objetos robados le había dado a Jacob por las mercancías que le había llevado, fruto de los dos últimos robos. Charlotte y Jacob estaban sentados con ella, aguardando los resultados.
—Junto con el dinero en efectivo, hay bastante para pagar la universidad de Benjamín y llenar nuestra despensa —dijo Isabella finalmente—. Si somos cuidadosos, nos puede durar algunas semanas.
—Gracias a Dios —repuso Charlotte fervientemente—. Me temo que mi pobre corazón no resistirá mucho más esto. ¿Por qué no podías casarte con Cullen?
—Ya hemos discutido mis razones —repuso Isabella escueta—. Jacob, ¿puedes llevar el dinero de Benjamin a la universidad?
—¿Debo partir inmediatamente señorita Bella?
—No será necesario, Jacob —dijo una voz desde la puerta.
Tres pares de ojos se volvieron hacia quien había hablado. Isabella soltó un grito de alegría y corrió a abrazar a su hermano.
—¡Benjamin! ¿Qué estás haciendo en casa?
El muchacho, alto para sus dieciocho años pero aún con la inmadurez de la juventud en el rostro y el cuerpo, se parecía a Isabella en el color de los cabellos y de los ojos. Y, aunque carecía de su belleza, era un muchacho atractivo que algún día haría palpitar los corazones de las damas. Su único defecto era su vivo temperamento, y el mayor temor de Isabella era que eso le supusiera contratiempos.
El sutil cambio en la expresión de Benjamin advirtió a Isabella que no todo iba bien.
—¿Qué sucede, Benjamin? ¿Qué te ha traído a casa? No te esperábamos.
—Deberías saber la respuesta mejor que yo, Bella—dijo su hermano—. Las murmuraciones llegan incluso a los más remotos rincones de Inglaterra. El rector de la universidad me convocó a su despacho para interrogarme, y yo no tenía la más remota idea de lo que me estaba diciendo. Cuando me mostró la columna de chismes sobre ti y lord Cullen, me quedé horrorizado. Puesto que no creíste oportuno invitarme, he considerado que debía venir a casa para la boda. Es mi derecho como cabeza de familia acompañar a la novia.


—Lo siento, Benjamin. No me pareció lo bastante importante para hacerte venir a casa. Todo ha sido un terrible malentendido. No habrá ninguna boda.
—¿Malentendido? ¿Cómo puede ser eso? ¿Estabas o no en La Liebre y el Sabueso con lord Cullen?
—No sucedió nada. Mañana regresarás a la universidad y esto es todo.
—No haré tal cosa —resopló Benjamin—. No lo haré hasta que llegue al fondo de este asunto. Como hermano tuyo, es mi responsabilidad procurar que cesen las murmuraciones. Tal vez deberías comenzar por contarme exactamente qué sucedió.
—No le des la lata a tu hermana —lo regañó Charlotte—. Ya tiene bastante a lo que enfrentarse.
—Por eso estoy aquí. ¿Inició lord Cullen el escándalo?
—¡Absolutamente no! —afirmó Isabella —. Cullen me rescató de una peligrosa situación que implicaba a lord Volturi.
—¡Lord Volturi! ¡Ese bastardo! Entonces no fue Cullen quien se aprovechó de ti.
—No, querido. Lord Biers y sus amigos fueron quienes iniciaron las habladurías sobre Isabella y Cullen —dijo Charlotte.
—Tía, por favor —la reconvino Isabella.
—Bella, no soy un niño —dijo Benjamin con firmeza—. No regresaré a la universidad hasta que descubra qué está sucediendo. Ya he pasado demasiado tiempo en la inopia. Ni siquiera sé de dónde sacáis el dinero para pagarme mis estudios.
Isabella pensó que en efecto, Benjamin estaba creciendo. Ya no era el niño que confiaba en su hermana para que ésta procurase por él. Era un joven que abordaba la madurez, y dispuesto a extender las alas. Era curioso, irreflexivo y orgulloso. Tenía que devolverlo a la universidad antes de que la metiese en más problemas.
—No puedes descuidar tus estudios, Benjamin. Estás demasiado próximo a concluir tu educación. En cuanto a Volturi, gracias a Cullen, no me causó daño alguno.
—No voy a volver a la universidad hasta que solucione las cosas con Volturi.
—No harás nada de eso —se le enfrentó Isabella —. Déjame manejar a mí las cosas como considero apropiado.
Benjamin apretó los labios y no dijo nada, pero ella pudo advertir por su obstinada expresión que no lo había convencido.
—Le ayudaré a deshacer su equipaje e instalarse, milord —dijo Jacob con gran alivio para Isabella.
—¿Cuándo te has vuelto tan formal? Siempre he sido Bejamin para ti.
—Ahora es usted un hombre. Se merece ser tratado formalmente. Sígame..., su habitación está tal como la dejó.
—¿Tan mal, eh? —bromeó Bejamin—. No debería ir a la universidad mientras mi familia pasa apuros para que yo pueda permitírmelo. —Miró en torno arrugando la nariz disgustado—. ¿Por qué no me dijisteis que las cosas estaban así?
—Nos va perfectamente bien, Bejamin —le aseguró Isabella —. Ve con Jacob, luego charlaremos.
Cuando su hermano hubo salido, Isabella se desplomó en una silla.
—No había contado con que Benjamin viniera a casa. Va a complicarnos las cosas.
—Estoy segura de que podrás tranquilizarlo, querida —la consoló Charlotte—. Ya sabes cuan impetuosos pueden ser los muchachos a esa edad.
—Confío en que tengas razón, tía —dijo Isabella —. Confío en que tengas razón.


Benjamin aguardó aquella noche a que todos estuvieran dormidos antes de ponerse su mejor ropa y salir. Como cabeza de familia, sabía lo que tenía que hacer para defender el honor de su hermana, y no temía actuar de acuerdo con ello. Detuvo un coche de alquiler y le dijo al conductor que lo llevase a Brook's, decidido a enfrentarse al responsable de la situación de Isabella en uno de los clubes para caballeros.
El hombre que Benjamin buscaba no estaba en Brook's, por lo que prosiguió hasta White's. Tampoco se encontraba allí. Benjamin localizó por fin a lord Volturi en Crocker's.
Abordó al vizconde cerca de la mesa de refrigerios y le preguntó:


—¿Me recuerda, lord Volturi?
—No lo creo —repuso éste mirándolo despectivo—. ¿Debería?
—Soy Benjamin Swan, conde de Forks. Sin duda recuerda a mi padre. Y si no estoy equivocado, conoce usted a mi hermana.
—¡Forks! ¡Por Dios cuánto ha crecido!
—Los muchachos suelen hacerlo —repuso Bejamin secamente—. ¿Hay algún lugar aquí donde podamos hablar sin ser interrumpidos?
Volturi entornó los ojos.
—¿De qué se trata, Forks? No tengo tiempo para juegos de chiquillos.
Benjamin se puso rígido.
—No estoy jugando, Volturi. Sé lo que le hizo usted a mi hermana y estoy dispuesto a defender su honor.
Volturi se rió con ganas.
—¿Usted? Usted no tiene experiencia en esta clase de cosas. Además, yo no le hice nada a su hermana. A Cullen  es a quien debería usted desafiar, pero si yo estuviera en su lugar, me lo pensaría dos veces. Es demasiado experto para un muchacho novato como usted.
—Sé la verdad, Volturi.
El tenso enfrentamiento había comenzado a atraer la atención y varios hombres se acercaron disimuladamente para escuchar.
—Vaya con cuidado con lo que dice, Forks —le advirtió Volturi—, si no, puede encontrarse con muchos problemas.
—El nombre de mi hermana ha sido mancillado —prosiguió Benjamin—, y usted, no Cullen, es el culpable. Por consiguiente, debo desafiarle.
—Sin duda bromea.
—No bromeo. La elección de armas le corresponde a usted.
Un rumor excitado se levantó en la sala. Benjamin dedicó poca atención a los espectadores mientras aguardaba a que Volturi aceptase su desafío y designase un arma.
—¿Está seguro de que es eso lo que desea, Forks? No me gusta matar a criaturas, pero si insiste...
—¿Es demasiado cobarde para aceptar mi desafío?
Volturi se rió a carcajadas.
—¿Miedo de usted? En absoluto, querido muchacho. Muy bien, acepto. Pistolas.
Lord Biers se abrió paso entre la multitud para situarse junto a Volturi.
—Actuaré como tu segundo, Volturi.
—¿Tiene usted un segundo, Forks? —preguntó Volturi.
Benjamin miró en torno, no vio a ningún conocido y se encogió de hombros. Siempre podía contar con Jacob, pero deseaba mantener a la familia al margen de aquello.
Entonces, un hombre se adelantó.
—Si no se le puede disuadir de esta locura, seré su segundo. —Le tendió la mano—. Soy Emmet Lutz, conde de  McCarty.
—Gracias, lord McCarty —dijo Benjamin estrechándole la mano.
—Reúnase con mi segundo, McCarty, y fijen hora y lugar —le ordenó Volturi.
—¿Está seguro de que es lo que desea, Forks? —le preguntó Emmet.
—Desde luego —repuso Benjamin.
—Y usted, Volturi, ¿está seguro de que desea enfrentarse a un hombre lo bastante joven como para ser su hijo?
—No soy hijo de Volturi —replicó Benjamin.
—Y yo no disfruto asesinando muchachos —repuso Volturi—. Tal vez el joven cachorro cambie de idea antes del duelo.
—No cambiaré de idea, Volturi —aseguró el muchacho mientras hacía una inclinación de cabeza—. Buenas noches, milord.
Y salió apresuradamente sin darse cuenta de que Emmet le había seguido fuera.
—¿Va usted a pie? —le preguntó Emmet.
—El coche que alquilé se ha ido —repuso Benjamin—. No vivo lejos. Caminaré hasta casa.
—Permítame que le lleve. Mi carruaje está aparcado al final de la calle.
—Muchas gracias.
—¿Puedo hacerle cambiar de idea acerca del duelo? —le preguntó Emmet.
—No. Mi rencor contra Volturi es doble. Insultó a mi hermana e intervino en la muerte de mi padre.
—Es usted hermano de lady Isabella, ¿verdad?
—Sí —admitió Benjamin—. Supongo que habrá oído las murmuraciones sobre mi hermana y Cullen.
—Así es. He leído sobre el asunto en el periódico. ¿No debería desafiar a Cullen?
—Sé la verdad —repuso Benjamin.
—También yo —murmuró Emmet—. ¿Le puedo ofrecer mis pistolas de duelo?
Benjamin asintió.
—No he visto recientemente las pistolas de mi padre, por lo que no estoy seguro de que sigan estando en condiciones.
—Me podré en contacto con usted después de que haya hablado con el segundo de Volturi.
—No venga a casa —le pidió Benjamin—. No deseo que mi familia se preocupe.
—Muy bien. Mañana le enviaré una nota.


Isabella sabía que pasaba algo con Benjamin, pero no acertaba a averiguar de qué se trataba. El muchacho había dormido hasta tarde y luego había merodeado por la casa como un animal enjaulado. Cuando ella le habló de regresar a la universidad, él se negó en redondo. Cuando le sugirió que saliera a tomar un poco el aire, murmuró algo acerca de que aguardaba una nota de un amigo.
Cuando por fin llegó la nota, Benjamin se mostró tan reservado sobre ella que Isabella se preguntó si se trataría de una muchacha. Un joven atractivo como su hermano probablemente tendría a muchas chicas adulándolo.
Cuando le preguntó a Benjamin sobre la nota y el remitente, éste le dijo que no era nada que le concerniera. Isabella se tomó el desaire con calma, pero no pudo dejar de preocuparse por el joven.


Por la tarde, Benajmin salió por fin de casa, y Isabella decidió aprovechar para limpiar su habitación. Estaba haciendo la cama cuando vio un papel arrugado en el suelo y lo recogió. Curiosa, lo alisó y leyó el mensaje. Era de lord McCarty diciéndole a Benjamin que debía encontrarse con lord Volturi a las seis de la mañana del día siguiente en un sector apartado de Sulpicia Park.
Isabella se tambaleó bajo el peso de lo que acababa de saber. ¡Benjamin iba a enfrentarse en duelo con Volturi! ¿Cómo podía haber sucedido eso? ¿Cuándo podía haber sucedido? Benjamin no llevaba en casa ni dos días. Volturi mataría a Benjamin. Tenía que detenerlo, pero ¿cómo?
Rogando encontrar a Volturi en casa, detuvo un carruaje y le dio al conductor la dirección.


—Aguárdeme aquí —le dijo al cochero volviendo la cabeza mientras se apeaba del vehículo y se apresuraba en dirección a la casa.
Cogió el picaporte de latón y llamó a la puerta. Al cabo de unos momentos, apareció el mayordomo del vizconde en la entrada.
—¿En qué puedo servirla, madame?
—¿Está lord Volturi en casa?
—No estoy seguro, madame. Si lo encuentro, ¿quién debo decirle que le visita?
—Por favor, dígale que a lady Isabella le gustaría hablar con él —dijo con su tono más altanero—. Es un asunto de la máxima importancia.
—Pase al salón, milady, y comprobaré si el vizconde está.
Apretando los dientes, Isabella dio unos impacientes golpecitos con el pie mientras el mayordomo iba en busca de Volturi. Sabía que el aristócrata sí estaba, si no, el mayordomo le hubiera dicho inmediatamente que no se encontraba en casa.
—El vizconde la recibirá —dijo el mayordomo desde la puerta—. Sígame, madame.
Isabella fue introducida en el estudio de Volturi rogándole que esperara allí. Tras un breve espacio de tiempo, el vizconde apareció.
— Isabella, usted es la última persona a quien esperaba ver aquí. ¿A qué debo este placer?
—Sabe muy bien por qué estoy aquí —estalló Isabella —. No habrá ningún duelo. ¿Cómo se atreve a desafiar a mi hermano? ¡Sólo tiene dieciocho años!
—Para su información, fue su hermano quien me desafió a mí. Le di todas las oportunidades para que se retractara. Si no deseaba que él me desafiase, debería haberle dicho que fue Cullen quien se acostó con usted en La Liebre y el Sabueso.
—¡Benjamin no se batirá con nadie! Usted escribirá una nota diciéndole que ha cambiado de idea y yo se la entregaré.
Él se echó a reír.
—Usted bromea. ¿Desea que quede como un cobarde?
—No me importa cómo quede usted ante sus amigotes. Sólo me preocupa mi hermano.
—Tal vez, después de todo, pueda complacerla —dijo Volturi con astuta insinuación—. Cásese conmigo y anularé el duelo.
Isabella retrocedió como si hubiera sido golpeada. Tenía que haber algún otro modo de salvar a su impetuoso hermano.
—¿Y si me niego?
—Sabe que soy un experto tirador. Su hermano no tiene ninguna posibilidad. Si le mato, tal vez tenga que salir del país durante un tiempo, pero no será mucho.
—¡Váyase al infierno, Volturi! —escupió Isabella —. Encontraré otro modo de detenerle.
Giró sobre sus talones y se marchó. Una vez hubo subido de nuevo al coche que la aguardaba, estalló en llanto. ¿Qué había hecho? ¿Había convertido su negativa a casarse con Volturi en la sentencia de muerte de su hermano? Tal vez debería regresar y acceder a las condiciones del vizconde.
No, todavía no. Primero tenía que hablar con Benjamin y tratar de disuadirlo de aquella locura.
Su hermano estaba en casa cuando ella regresó, y Isabella lo abordó sin más preámbulos.


—¿Qué has hecho? ¿Estás loco? Me niego a permitir que te batas con Volturi.
Bejamin palideció.
—¿Cómo lo sabes?
—Encontré la nota de lord McCarty. Vas a escribir una disculpa inmediatamente.
—¿Benjamin ha desafiado a Volturi? —preguntó Charlotte desde la puerta—. ¡Oh, querido! ¿Cómo has podido?
—¿Y bien, Benjamin? —dijo Isabella apretando los dientes.
—Lo siento, Bella, no voy a retractarme. Está en juego el honor de nuestra familia.
—Nuestro padre destruyó nuestro honor hace años.
—Entonces me toca a mí restablecerlo. Nada de lo que digas me hará cambiar de idea. No te preocupes, Bella, soy muy bueno disparando y no me propongo morir.
—¡Oh, pero qué insensato! —gritó Isabella prorrumpiendo en llanto—. Volturi se propone matarte. Acabo de hablar con él y es tan obstinado como tú. Se ha negado a echarse atrás.
—¿Has ido a ver a Volturi? ¿Después de todo lo que te hizo?
—No me has dejado otra elección.
Isabella decidió guardarse para sí las condiciones del vizconde para detener el duelo, porque si todo lo demás fallaba, se vería obligada a aceptarlas para salvar la vida de Benjamin.
—Voy arriba, Bella —dijo Bejamin—. Trata de no preocuparte. A diferencia de nuestro padre, voy a batirme en duelo por una buena causa.
—Joven inconsciente —se lamentó Isabella cuando su hermano salió de la habitación—. ¡Oh, tía!, ¿qué puedo hacer? No puedo permitir que Bejamin muera, y sin duda es lo que pasará si se enfrenta a Volturi.
—Sólo puedes hacer una cosa, Bella —le dijo Charlotte en tono práctico.
—¿Qué? Si sabes cómo salvar a Benjamin, dímelo, por favor.
—Cullen. Es el único que puede detener esta farsa. No es momento de ser orgullosa, querida. Si es necesario, suplícale que nos ayude.
Isabella pensó largamente, y luego dio un fuerte abrazo a su tía y se precipitó hacia la calle.

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Hola niñassss mil perdonesssssssssssss de verdad no he tenido chance de actualizar ni de ver los comentarios, diooosss desearia q en vez de 24 horas hubieran mas para asi poder abarcar todos mis proyectos, de verdad estoy con mis pasantias ya q me queda solo un semestre en la uni, a parte de el trabajo, mi aprtamento, mi hijo y mi esposo yy uffff para completar las clases de verdad necesito muchas horas para asi cumplirles tambien a ustedes, no quiero abandonar estos fic ya q con ellos me relajo y me divierto..

Gracias yohis23, 255a3, georgina, melodiromans, por sus comentarios espero q les guste este capi y ahhhhhhhhhh les tengo un regalo 1 capi mas.... a por cierto espero se pasen por mi otro fic y me digan q les parece se llama EL AMOR A MI PUERTA pag 2 espero sus comentarios y sus votitos plis....

Y MIL GRACIAS DE VERDAD

BESOS SU AMIGA CLAUDIA(GOTHIC)

Capítulo 9: Capitulo 9 Capítulo 11: Capitulo 11

 
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