El Noble y la Ladrona (+18)

Autor: Gothic
Género: + 18
Fecha Creación: 15/08/2010
Fecha Actualización: 13/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 29
Comentarios: 57
Visitas: 81805
Capítulos: 22

Cuando un audaz salteador de caminos asaltó su carruaje y apuntó con una pistola a una parte crucial de su anatomía, el marqués de Cullen tuvo que efectuar una elección crítica, entregar el anillo de su hermano fallecido o perder las joyas de la familia.

Edward decidió separarse del recuerdo, pero sólo de modo temporal. Localizaría al ladrón de los inolvidables ojos color Chocolate aunque fuese lo último que hiciera.

Para todos era conocida la escandalosa reputación de la Liga de los Libertinos de Londres, de modo que, cuando el más infame de sus miembros la tomó entre sus brazos en un baile de sociedad, Isabella Swan comprendió que sus intenciones no eran nada honorables.

La fogosa persecución de Edward hizo que sus ojos chocolates se abriesen de par en par y el pulso se le acelerase, pero…
 
¿Él iba en busca de una amante o de la picara que se había atrevido a robarle a punta de pistola?
Fuera como fuese, Isabella  sabía que le había llegado la hora de devolver lo robado, y estaba más que deseosa de entregarle tanto su cuerpo como su corazón.

Disclaimer : Esta historia es una adaptación de una novela, sólo he tomado partes de la trama y la he adaptado con los personajes de la saga crepúsculo, que le pertenecen a Stephanie Meyer.

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Capítulo 16: Capitulo 16

Espero disfruten este capi en mi opinion Irina es una bich... Edward q no quiere aceptar q ama a Bella y Bella como siempre mas cabezota y ella pero bueno pronto sabran cual es ese secreto q esconde Edward para no querer casarse ni tener hijos....

Besos

Su boca era cálida y hambrienta. Sus manos estaban de pronto por todas partes, desabrochándole el vestido, hurgando bajo su camisa, desnudándola hasta las caderas en salvaje frenesí. Casi con la misma ansia que él, Isabella se abrió el corpiño para que él pudiera acceder a sus senos. Deseaba que la tocara, la cogiera entre sus brazos y la besara hasta dejarla sin aliento.
Edwrd le pasó las manos por los hombros y bajo los brazos quitándole el vestido y echándolo a un lado. La desesperación y un anhelo insaciable impulsaban a Isabella mientras le desabrochaba los calzones, metía la mano en ellos y lo tomaba entre sus manos. Él estaba duro y tenso contra sus palmas, y tan caliente que abrasaba. Un sonido estrangulado se escapó de la garganta de Edward, un gemido que encontró su eco en su propia excitación.
Echó a un lado su camisa, inclinó la cabeza y cerró la boca sobre su pezón. Ella apretó los dedos en sus hombros y arqueó la cabeza hacia atrás, sumida en las sensaciones que experimentaba, mientras él le lamía la dura punta con la lengua. Luego, desnudó su otro seno, acariciándolo asimismo con la lengua. Isabella sintió la mano de él recorriendo su muslo y moverse luego para cubrir su goteante centro, introduciendo los dedos entre sus piernas con el pulgar rodeando su tierno clítoris.
Ella se retorció y gimió.
—Por favor —susurró contra sus labios—. Quítate la ropa. Deseo sentir tu piel contra la mía.
Edward se levantó con brusquedad, se desnudó rápidamente y se reunió con ella. Luego la besó una y otra vez hasta que sus alientos se mezclaron y ella ya no pudo discernir el uno del otro. Tenía el pulso acelerado y los latidos de su corazón resonaban con fuerza en sus oídos.
Sus inquisitivos dedos volaron sobre él en loco frenesí, reposando en las curvas y planos de la firme carne masculina, en la elevación de sus hombros, en la dura longitud de su torso, en su pecho ancho. Su mano encontró el rígido miembro masculino y lo acarició suavemente.
Gimiendo como si le causara dolor, Edward le apartó la mano. Con unos pocos movimientos, la puso sobre él y arremetió profundamente. Ella arqueó la espalda, con la garganta contraída, y comenzó a moverse siguiendo el ritmo de sus acometidas. Su acto amoroso fue rápido y furioso. Sus tumultuosos clímax llegaron simultáneamente y, mientras Edward se retiraba, las lágrimas surcaban las mejillas de Isabella.
Lloraba por el heredero que Edward nunca tendría.


En el reloj de la repisa de la chimenea dio la medianoche. Isabella saltó del lecho y se puso la camisa y el vestido que antes Edward le había quitado, con cuidado de no despertarlo. Abrió la puerta silenciosamente y se deslizó fuera de su habitación por los oscuros pasillos, bajó la escalera y salió al jardín.
Rogaba porque Volturi no estuviera allí, porque hubiera sido todo un engaño, pero sus esperanzas se evaporaron cuando él le salió audazmente al paso en el sendero.
—Llegas tarde —se quejó.
—Puede sentirse afortunado de que esté aquí. Debería habérselo dicho a Edward y dejar que él se ocupara de esto.
—Entonces no habrías vuelto a ver a tu hermano.
—Deseo pruebas —exigió Isabella —. Ya ha mentido antes. ¿Por qué iba a creerle ahora?
Edward se metió la mano en el bolsillo y sacó un reloj que hizo ondear, sujetándolo por la cadena, ante los ojos de Isabella. Ella se lo arrebató de los dedos y lo examinó a la luz de la luna.
—Pertenece a Benjamin. Era de mi padre. Se lo di a mi hermano antes de que partiera para Oxford.
—Sabía que lo reconocerías. ¿Crees ahora que tu precioso hermano está en mi poder?
—No lo comprendo. Yo vi a Benjamin en el carruaje.
—También yo lo vi subir en el carruaje, y contraté a unos hombres para que fingieran un robo. El vehículo fue detenido antes de llegar a su destino y Forks capturado.
—¿Le hicieron daño? Le veré en el infierno si así ha sido.
Volturi se echó a reír.
—Tus amenazas no me asustan. No puedes hacer nada para perjudicarme. En cuanto a tu hermano, será liberado cuando estemos casados.
Isabella se sintió acorralada. Ella haría cualquier cosa por mantener a salvo a Benjamin, incluso casarse con un sapo como Aro Volturi.
—¿Qué desea que haga?
—Le dirás a Cullen que no puedes casarte con él porque me amas a mí. Y será mejor que hagas que parezca verosímil si valoras en algo la vida de tu hermano.
—Muy bien. ¿Y luego qué?
—Luego saldrás por la puerta principal y entrarás en mi carruaje. Iremos directamente al pueblo y allí nos casarán con una licencia especial. El párroco local ha accedido a celebrar la ceremonia. Consumaremos inmediatamente el matrimonio y nos iremos a Londres para difundir la noticia de nuestras nupcias.
—Edward no creerá mis mentiras. Sabe que te desprecio.
—Ése no es mi problema. Estoy seguro de que harás lo que sea para salvar la vida de tu hermano. Yo vendré a recogerte a las dos en punto. No me hagas esperar.
—¿Por qué está haciendo esto? No me ama y yo no aporto dote al matrimonio.
—Te lo explicaré cuando estemos casados.
—Ahora —insistió Isabella.
—No seas pesada, Isabella. Lo sabrás cuando sea oportuno. Buenas noches, querida.
Giró sobre sus talones y volvió a sumergirse en la oscuridad. Isabella se quedó mirándolo partir con el reloj apretado contra su pecho. Con el corazón destrozado, regresó a la casa. Edward aún estaba durmiendo cuando ella se desnudó y volvió a meterse en el lecho, junto a él. Él se agitó y murmuró algo en sueños. Abrumada por la necesidad de tocarlo, le cogió la mejilla y bajó la cabeza besándole en los labios.
Sintió más que vio que él sonreía y cuando ella se instaló junto al calor de su cuerpo, Edward la sorprendió rodeándola con los brazos y atrayéndola debajo de él.
—Creí que estabas durmiendo.
—Te echaba de menos. ¿Adónde has ido?
—Tenía calor... y he abierto la ventana.
—Pensaba que ya estaba abierta.
—No, la he abierto yo.
Ella sintió que su miembro se endurecía, que se levantaba contra su estómago y elevó las caderas en descarada invitación.
—Veo que los dos pensamos lo mismo —murmuró Edward. Le extendió las piernas con sus rodillas y tocó su centro latente—. Es la mejor cura para el insomnio.
Se deslizó en ella y, por unos pocos y gloriosos momentos, Isabella lo olvidó todo sobre Volturi y las mentiras que tendría que inventar para salvar a su hermano.


A la mañana siguiente, Edward se despertó con el canto de los pájaros y la luz del sol. Frunció el cejo al comprobar que estaba solo en la cama, y luego sonrió al recordar la noche anterior. Isabella había sido tan ardiente con él..., lo había despertado en mitad de la noche para hacer el amor. ¿Lo amaba? Con lo obstinada que era, nunca lo reconocería, pero sus acciones expresaban muchísimo sobre sus sentimientos. Ella no era una prostituta, que supiera cómo simular pasión. Era una muchacha inocente, de sangre ardiente, una mujer cuya pasión era tan auténtica como ella misma.
Laurent saludó a Edward cuando éste regresaba a su habitación.
—Siobhan le ha preparado su baño, milord —le anunció con voz tranquila, pese al hecho de que su amo había salido desnudo de la habitación de su futura esposa.
—Gracias, Laurent. ¿Qué noticias trae de Londres?
—Lord Volturi ha abandonado el escenario social. No se lo ha visto desde el duelo.
—Hará un favor a Londres si no vuelve a mostrar su rostro por allí. Ese hombre debería ser rehuido por cualquier persona decente.
—Creo que aún no hemos visto lo último de Volturi, milord.
—Por desgracia, estoy de acuerdo. ¿Se ha enterado de algo que ayude a comprender sus razones para desear casarse con Isabella?
—No, milord. Sus bolsillos siguen estando vacíos y su perversa reputación lo ha eliminado de la lista de buenos partidos. Cuando aquella pobre muchacha se suicidó, sus perspectivas de casarse con una heredera murieron con ella.
—Mientras se mantenga lejos de Isabella, no me importa lo que sea de él.


Tras su baño, Edward fue en busca de Isabella. La encontró en el pasillo, buscándolo a su vez, y le pidió unos momentos de su tiempo. Edward la condujo a su habitación y aguardó a que ella hablara, con la curiosidad frunciendo su frente.
Como el silencio se prolongaba, él la cogió entre sus brazos.
—Te he echado de menos al despertarme esta mañana.
Viendo que ella permanecía muda, Edward la apartó de él y observó sus ojos preocupados.
—¿Qué pasa, Bella? ¿Ha sucedido algo? ¿Te ha dicho Irina algo que te haya inquietado?
Isabella movió los labios unos instantes antes de formar las palabras.
—He cambiado de idea. No me casaré contigo.
Los ojos de Edward revelaron su incredulidad. Sabía que Isabella no había sido ella misma últimamente, pero confiaba en que sus persistentes dudas hubieran quedado eliminadas con la sesión amorosa de la noche anterior. Sin duda alguna, había sido una entusiasta amante.
—¿Qué estás diciendo? ¿Qué ha sucedido? Si Irina te ha dicho algo...
Isabella desvió la mirada.
—Irina no tiene nada que ver con mi decisión.
Él le cogió la barbilla y la obligó a mirarlo. —Bella, cuéntamelo. Dime qué va mal. —Tú no eres el hombre a quien deseo.
—¿Deseas... a otro? —Una risita resonó en su pecho. Pensó que estaba saliendo una vez su imprevisible yo—. ¿Quién, dímelo, te lo ruego, ha ganado tu corazón? No sé de ningún pretendiente que suplique tus favores.
—No eres el único hombre de mi vida. Sinceramente, Cullen, ¿no te sientes algo aliviado de que haya encontrado a otro para casarme?
Una miríada de emociones se desplomaron sobre Edward, decepción, ira, desconcierto, incredulidad.
—¿Quién es él? —rugió.
Isabella miró imperturbable a Edward a los ojos.
—Lord Volturi.
—¡Volturi! ¡Pero si tú le desprecias! No lo has visto desde... —Un destello de comprensión iluminó sus ojos—. La noche que estabas en el jardín. Te habías reunido con él, ¿verdad?
Ella apartó la mirada.
—Sí.
—¿Cómo puedes desear a ese bastardo después de lo que te hizo?
Su silencio le hundió una daga en el corazón. Él había estado dispuesto a casarse con ella, a protegerla y ayudar a su familia. ¿Cómo podía ella desear a un hombre de carácter tan dudoso y bolsillos vacíos? Realmente no tenía sentido. Entornó los ojos mientras de pronto recordaba su excusa tras haber abandonado el lecho la noche anterior. ¿Había ido a reunirse con aquel bastardo después de hacer el amor y luego había regresado y lo había despertado para volver a hacer el amor?
—Te viste con él anoche, ¿verdad?
Ella parpadeó. Edward creyó ver un destello de dolor en sus ojos, pero no le dio importancia.
—Pareces haber olvidado que puedo arruinar a tu familia puesto que conozco tus... actividades ilegales.
—Tú no harías eso, Edward. Ahora te conozco demasiado bien como para creer que intencionadamente causaras daño a gente inocente. Si me delataras a las autoridades, Benjamin, tía Charlotte y Jacob sufrirían por mis errores. Sinceramente, no creo que desees eso.
—¡Maldita seas! —gritó Edward—. Ahora me dirás que le amas.
—Aro Volturi me dará hijos.
—Si es de eso de lo que se trata, entonces quizá sea lo mejor. —Se encogió de hombros—. Debería agradecértelo por permitirme proseguir con la clase de vida que prefiero. No necesito a una esposa que restrinja mis actividades. Negarte hijos no es algo que desee hacer, pero debo hacerlo. Podías haber confiado en mí para hacer lo que fuera mejor para los dos, pero no, has tenido que recurrir a Volturi.
Él la empujó al pasar por su lado hacia la puerta.
—Confío en que él aprecie el tiempo que he dedicado a enseñarte a complacer a un hombre. Adiós, Isabella.
—¿Adónde vas?
—Regreso a Londres, adonde pertenezco. Puedes explicarles a tu tía y a mi abuela por qué has anulado la boda.
La puerta se cerró de golpe tras él de un modo definitivo y Isabella se sintió desfallecer.
Deseó correr tras él, explicarle lo relativo a Benjamin y rogarle que la perdonase. Salió al pasillo confiando en alcanzarlo. Se detuvo bruscamente cuando le llegó su voz desde el vestíbulo. Lo oyó llamar a Laurent, luego sonó un portazo y, al cabo de unos momentos, un sonido de cascos de caballos rompió el silencio. Bajó corriendo la escalera llamando a Edward por su nombre, pero era demasiado tarde. Lo único que vio cuando abrió la puerta fueron los faldones de su chaqueta volando tras él mientras su caballo se lo llevaba de su vida para siempre.
—Bella, querida, ¿qué sucede? ¿Adónde va Cullen con tal apresuramiento?
Isabella reprimió las lágrimas preparándose para la prueba que la esperaba. Decirles a tía Charlotte y a lady Jane que el matrimonio se había anulado iba a ser lo más duro que había hecho en su vida. Se volvió lentamente con una sonrisa forzada.
—¡Estás llorando, Bella! ¿Qué ha sucedido? ¿Habéis tenido Cullen y tú una disputa de enamorados? Enjúgate las lágrimas, querida. Los nervios antes de la boda son normales.
—No voy a casarme con Edward, tía. He anulado la boda. Él se ha ido a Londres.
Un grito sofocado desde la escalera la hizo volverse en redondo. Lady Jane estaba en el rellano de arriba, con una mano apoyada sobre el corazón.
—¿Qué dices que has hecho?
—Lo siento, milady. No pretendía decírselo de este modo —dijo Isabella—. No culpe a su nieto. Ha sido culpa mía.
Otra voz entró en la conversación.
—¿Has echado a Cullen?
—No le he echado, Irina. Se ha ido por su propia voluntad. Tal como yo pretendía. ¿Puedo hablar contigo en privado, tía?
—Desde luego, querida. Vamos al jardín, ¿te parece? De todos modos, quería estar unos momentos a solas contigo. Después de que te marchaste de Londres llegaron dos cartas para ti. Con todas las emociones, me olvidé de dártelas.
Cogidas del brazo, Isabella y Charlotte salieron al jardín dejando a una chasqueada Irina y a una desconcertada lady Jane tras ellas.
—¿De quién son las cartas, tía?
—No lo sé, querida. —Las sacó del bolsillo y se las tendió—. No se me ha ocurrido mirarlo.
Isabella pensó que era muy característico de ella, y dirigió a Charlotte una cariñosa mirada. Con aire ausente, observó la letra de una de las cartas y se detuvo bruscamente.
—Esta carta es de Benjamin. Reconozco su letra. ¿Sabes lo que significa, tía?
Charlotte le dirigió una mirada perpleja.
—Supongo que significa que Benjamin llegó a Oxford sano y salvo.
—Exactamente —exclamó Isabella abriendo el sobre—. Es de Benjamin.
—¿Y qué dice, querida? Estará muy decepcionado cuando se entere de que has anulado la boda.
—Escucha esto, tía. Unos salteadores de caminos detuvieron el coche de Benajamin. Él consiguió ocultar el dinero en los cojines, pero se llevaron el reloj de papá. Temía que los bandidos fueran a matarlo cuando vio que trataban de arrastrarlo hacia uno de sus caballos, pero se asustaron al ver llegar otro coche. —La ira estalló dentro de ella—. ¡Volturi me mintió! ¡Maldito sea! Si su plan realmente hubiera funcionado, Benjamin estaría ahora en grave peligro.
—¿Qué tiene que ver Volturi con Benjamin? Estoy muy confusa.
—No tiene importancia, tía. Benjamin está donde corresponde. Eso es lo que importa.
Charlotte parecía confundida.
—¿Qué es lo que querías decirme?
—Nada importante.
—Estás poniendo a prueba mi paciencia, Bella. ¿Debo preocuparme?
Isabella no sabía cómo responder a esa pregunta. Sus dificultades financieras no se habían evaporado, pero por lo menos Volturi ya no seguía siendo una amenaza. A falta de mejor respuesta, le dijo:
—Todo va a ir bien, tía.
—¿Qué hay de Cullen? ¿Se ha ido para siempre?
El dolor llenaba el corazón de Isabella. El hombre al que amaba se había marchado de su vida, y ella no podía hacer nada para remediarlo. Lo había ahuyentado con mentiras y dudaba que la verdad lo hiciera regresar.
—Me temo que sí, tía.
Charlotte profirió un tembloroso suspiro.
—¿Y qué hay de la otra carta, Bella? ¿Sabes de quién es?
Isabella casi había olvidado la segunda carta, tan trascendental había sido la primera. Era de un tal señor Jason Jenks.
—¿Conoces al señor Jenks?
—No. ¿Y tú?
—No reconozco el nombre. Ábrela, querida.
Isabella abrió el sobre e inspeccionó rápidamente el contenido. Cuando llegó al final, se puso mortalmente pálida y se tambaleó hasta llegar al banco más próximo llevándose la carta al corazón.
—¿Qué es, Isabella? No puede ser tan mala. ¿Qué más nos puede pasar?
La emoción puso un nudo en la garganta de Isabella.
—No pasa nada, tía... Nunca sospeché... ¿Por qué nadie me lo dijo?
—Cuéntamelo, Bella, puedo asumirlo. ¿Quién es el señor Jenks?
—Un abogado, tía.
—¿Un abogado? ¿Y qué desea?
—Felicitarme por convertirme en heredera con ocasión de mi veinticinco cumpleaños.
—¿En... heredera? Debe de haberse equivocado de destinatario.
—Su carta parece auténtica, tía. Desea que le visite en cuanto me sea posible. Nuestros abuelos maternos nos dejaron su fortuna a Benjamin y a mí. Benjamin recibirá su parte cuando cumpla los veinticinco.
—¿Por qué no fuiste informada antes? ¿En qué estaba pensando Forks?
—No lo sé, pero me propongo descubrirlo. Volvamos a casa. Nos iremos en cuanto encuentre transporte para Londres.
Lady Jane y Irina las estaban aguardando.
—¿Te importaría explicarme qué ha sucedido entre mi nieto y tú? —preguntó lady Jane—. Contaba con este matrimonio para conseguir un heredero para Cullen.
—Es evidente que Cullen recuperó la razón —dijo Irina con malicia.
Isabella la ignoró.
—Lo siento, milady. Simplemente, entre Edward y yo las cosas no funcionaron.
—Comprendo —dijo lady Jane sabiamente—. Pero aún no está todo perdido, querida. Sigamos a Cullen a Londres para remediar la situación.
Isabella le dirigió una triste sonrisa.
—Me temo que es demasiado tarde. Edward no deseaba casarse conmigo. Él sólo me ofreció casarse conmigo porque... bueno, ya no importa. No nos convenimos. Yo deseo más del matrimonio de lo que Edward está dispuesto a dar. Si me disculpa, debo hacer mi equipaje y buscar transporte para Londres.
—Puesto que no habrá boda, también yo puedo regresar a Londres —anunció lady Jane—. Tú y la querida Charlotte podéis compartir mi carruaje. Y ambas os quedareis conmigo.
—Eso es muy amable de su parte, pero...
—Nada de peros. Está decidido. Edward ha puesto en venta vuestra antigua vivienda. No quiero oír discusiones. Saldremos por la mañana.
Cuando Volturi llegó a las dos en punto aquella tarde en su carruaje alquilado, Isabella estaba demasiado furiosa como para enfrentarse a él. Le envió a Jacob con una nota mordaz y observó desde la ventana cómo Volturi leía la misiva, la arrugaba en el puño y la tiraba al suelo. Isabella aún seguía sonriendo cuando él entró apresuradamente en el carruaje y salió a toda prisa, como alma que lleva el diablo.


Totalmente inclinado sobre el caballo, Edward recorría la carretera, al galope, y ni aun así le parecía que corría lo bastante como para huir de las palabras de Isabella. Éstas lo acosaban y latían en su cerebro con la fuerza de una violenta tormenta. Isabella le deseaba, él lo sabía. Pero eso no parecía importar. El dominio que Volturi tenía sobre ella era desconcertante. Saber que Isabella podía hacer el amor con él y luego encontrarse con Aro Volturi en el jardín, había sido peor que cualquier dolor físico que hubiera experimentado jamás. ¿ Se habría ella acostado con Volturi tras hacer el amor tan dulcemente con él?
Edward siguió galopando hasta que la espuma que surgía de la boca del caballo lo convenció de que se detuviese antes de conducir al pobre animal a la muerte. Entró en el patio de una posada de aspecto respetable, dio instrucciones para que cuidaran de su caballo y solicitó una habitación. Estaba en la sala común, embriagándose a conciencia, cuando oyó que alguien pronunciaba su nombre. Levantó la mirada y vio que McCarty y Whitlock avanzaban hacia él.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —preguntó Emmet—. ¿Por qué no estás en tu casa, preparándote para la boda?
—La boda se ha anulado —murmuró Edward—. Acompañadme, caballeros, tengo intenciones de emborracharme.
—Parece como si ya lo estuvieras bastante —dijo Jasper dejándose caer en una silla junto a Edward—. ¿Quieres decirnos qué sucede?
Cullen hizo señas a la camarera para que sirviera bebidas para todos antes de responder.
—No hay nada que contar. No nos conveníamos.
—¡Diablos!, eso podría habértelo dicho yo —rió Emmet—. Tú no eres de los que se casan. Tal vez la próxima vez que se te ocurra encadenarte escucharás a tus amigos. No nos verás a Whitlock ni a mí corriendo hacia el altar.
—Sí, debería haberos escuchado —repuso Edward con voz turbia por la bebida—. Creí que le estaba haciendo un favor. Yo le disparé, ¿sabéis? Deseaba hacer bien las cosas. El maldito honor y todo eso.
—¿Disparaste a lady Isabella? ¡Por Dios, me gustaría oír esa historia! —se asombró Jasper.
—Recordadme que os lo cuente cuando esté sobrio —repuso Edward. Levantó su vaso—. Brindo por la depravación. No importa cuan corta sea mi vida, me propongo disfrutar plenamente de mi libertad.
—Amén —replicó Emmet con una risita y bebiendo un buen trago.
—Otro brindis, caballeros —dijo Edward sosteniendo el vaso en lo alto—. Por todas las mujeres a las que me propongo amar durante los años que me quedan, y por la buena suerte en los salones de juego.
Los tres hombres vaciaron sus vasos.
Regresaron a Londres a la mañana siguiente. Edward no se sentía muy despierto, pero logró mantenerse en la silla pese a su turbia cabeza. Raras veces bebía en exceso, pero la ocasión lo pedía. Que lo dejaran plantado ya era bastante malo, pero verse sustituido por un hombre como Volturi, bastaba para convertir a cualquiera en un alcohólico.


Isabella odiaba abusar de la hospitalidad de lady Jane, pero tenía poca elección. Hasta que hablara con el señor Jenks sobre su herencia no tenía adonde ir ni tampoco dinero. Habían llegado a Londres el día anterior por la tarde y Isabella había salido temprano aquella mañana en dirección al despacho del abogado. Lady Jane había insistido en que se llevara su carruaje de ciudad y Jacob se había ofrecido para conducirlo. Isabella había enviado un mensajero anunciándole a Jenks su visita.
Cuando llegó al despacho de éste, la condujeron a su oficina privada. Él se levantó para saludarla.
—Estoy encantado de conocerla por fin, lady Isabella. Soy Jason Jenks
—Tendrá que disculparme, señor Jenks, si le parezco algo desconcertada. Verá, no tenía ni idea de que mis abuelos nos hubieran dejado algo a mi hermano y a mí. Su carta ha sido una absoluta sorpresa.
Jenks frunció el cejo.
—¿Su padre no le habló de ello?
—No. ¿Sabe usted por qué nunca lo hizo?
El ceño del abogado se intensificó.
—No me gustar hablar mal de los difuntos, milady, pero su padre trató en varias ocasiones de quebrantar el fideicomiso. Por fortuna, éste estaba blindado. Al parecer, sus abuelos no confiaban en su padre para que fuera él quien administrara su herencia, y tomaron disposiciones muy concretas respecto a usted y su hermano.
—Mi abuelo no tuvo ningún heredero varón. Nos dijeron que sus propiedades habían ido a parar a manos de un pariente lejano.
—Así es, lady Isabella. La finca y el título fueron a parar a esa persona, pero la fortuna de sus abuelos se la dejaron a usted y a su hermano.
—Nunca lo supimos. Papá debería habérnoslo dicho.
—Lamento mi propio descuido en esta cuestión. Puesto que su padre tenía conocimiento del hecho, supuse que usted y su hermano también habrían sido informados. Usted no se puso en contacto conmigo tras la muerte de su padre, y supuse que lo haría antes de su cumpleaños para realizar los trámites de la transferencia de fondos a su cuenta. Al no recibir tampoco antes noticias de usted, me preocupé y decidí escribirle.
—Como le digo, su carta ha sido una completa sorpresa. ¿Conocía alguien más, aparte de mi padre, la existencia de la herencia?
—Veamos. Creo que lord Aro Volturi, el amigo de su padre, estaba al corriente —respondió Jenks—. Visitaron juntos mi despacho una o dos veces. ¿No se lo mencionó el vizconde a la muerte de su padre?
—No. Pero que estuviese enterado de la herencia explica muchas cosas.
—Invertí la mayor parte del dinero y ha acumulado considerables intereses en el transcurso de los años. Todos los documentos están aquí para que los examine. Como puede ver, la cifra es considerable. Es usted una rica heredera, y la participación de su hermano será aún mayor debido al interés devengado desde ahora hasta que cumpla veinticinco años.
Isabella ojeó los documentos incrédula y atónita.
—Es una gran cantidad de dinero.
—Ya le he dicho que lo era. Me sentiré muy complacido de seguir siendo su abogado, lady Isabella, si usted así lo desea. Le sugiero que retire, digamos unas cien libras mensuales para gastos menores y que me envíe sus facturas para que las pague de su cuenta.
—¿Le he oído correctamente? ¿Cien libras mensuales para gastos menores?
—¿No basta?
—Es más que suficiente. Pero nuestras necesidades inmediatas son muy apremiantes, y requerirán una suma más sustancial. No tenemos casa ni sirvientes para atenderla y nuestras ropas están totalmente pasadas de moda.
—¿Ha pensado en alguna residencia?
—Me encantaría volver a nuestro antiguo hogar de Grosvenor Square. Papá se lo vendió para financiar sus vicios. ¿Cree que puede estar en venta?
—Me sentiré muy satisfecho de realizar indagaciones, milady.
—¿De veras?
—Será un placer. Y si su antigua casa no está disponible, le propondré otras para su aprobación. Déjelo todo en mis manos.
Isabella miró al señor Jenks a los ojos y se quedó impresionada por su honradez. Se había mantenido firme contra los intentos de su padre de reclamar su herencia y eso despertaba en ella una profunda admiración. Sus abuelos habían confiado en él y ella no podía hacer menos.
—Muy bien, señor, dejaré el asunto en sus manos. Puede ponerse en contacto conmigo en la residencia de la marquesa viuda de Cullen. Estaré allí hasta que encuentre una casa.
—En cuanto firme usted estos documentos puede comenzar a enviarme sus facturas, y le será depositada una cantidad suficiente de fondos en su cuenta para uso inmediato.
Isabella se levantó y le tendió la mano.
—Ha sido usted muy amable, señor Jenks. Pasar de la pobreza a la riqueza de la noche a la mañana es algo impresionante, pero no desagradable.
Jenks la miró asombrado.
—¿Pobreza? Querida, de haberlo sabido, hubiera dispuesto que le transfirieran inmediatamente intereses de su herencia. Discúlpeme por no haber contactado con usted en seguida tras la muerte de su padre, pero yo no era su abogado y no deseaba entrometerme.
—Está más que disculpado, señor. Buenos días.
—Buenos días, milady. Me mantendré en contacto con usted.
Isabella salió de allí aturdida. Era rica. No podía aguardar para decirle a Benjamin que cobraría tan considerable herencia cuando cumpliera los veinticinco años. Financieramente, todos sus problemas habían desaparecido. Ella y su familia podían vivir con lujo el resto de sus vidas.
Jacob la aguardaba en la esquina.
—¿Está usted bien, señorita Bella? Parece algo descompuesta. ¿Le ha dado el abogado malas noticias?
—Al contrario, Jacob. Las mejores noticias. Somos ricos. Te lo explicaré todo más tarde.
—¿Adónde desea ir?
—A Bond Street. Quiero comprarle algo bonito a tía Charlotte. Y también para ti, Jacob. Tu uniforme está bastante gastado.
Dos horas después, Isabella había comprado tantos regalos para sus seres queridos que sobresalían del maletero. Había esperado que gastar dinero llenase el vacío que había dejado en su corazón la marcha de Edward, pero su superficialidad era forzada. ¿De qué le servía el dinero si no podía sanar la herida o amortiguar el dolor de un amor perdido? No había vuelta atrás. Con unas cuantas palabras crueles había destruido para siempre su relación con Edward.
Él nunca la perdonaría.
El destino reforzó sus sombríos pensamientos cuando vio a Edward paseando por la otra acera de la calle con una mujer de cabellos negros cogida de su brazo. Sus cabezas estaban juntas mientras él le sonreía y ella lo miraba llena de admiración.

Capítulo 15: Capitulo 15 Capítulo 17: Capitulo 17

 
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