El Noble y la Ladrona (+18)

Autor: Gothic
Género: + 18
Fecha Creación: 15/08/2010
Fecha Actualización: 13/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 29
Comentarios: 57
Visitas: 81807
Capítulos: 22

Cuando un audaz salteador de caminos asaltó su carruaje y apuntó con una pistola a una parte crucial de su anatomía, el marqués de Cullen tuvo que efectuar una elección crítica, entregar el anillo de su hermano fallecido o perder las joyas de la familia.

Edward decidió separarse del recuerdo, pero sólo de modo temporal. Localizaría al ladrón de los inolvidables ojos color Chocolate aunque fuese lo último que hiciera.

Para todos era conocida la escandalosa reputación de la Liga de los Libertinos de Londres, de modo que, cuando el más infame de sus miembros la tomó entre sus brazos en un baile de sociedad, Isabella Swan comprendió que sus intenciones no eran nada honorables.

La fogosa persecución de Edward hizo que sus ojos chocolates se abriesen de par en par y el pulso se le acelerase, pero…
 
¿Él iba en busca de una amante o de la picara que se había atrevido a robarle a punta de pistola?
Fuera como fuese, Isabella  sabía que le había llegado la hora de devolver lo robado, y estaba más que deseosa de entregarle tanto su cuerpo como su corazón.

Disclaimer : Esta historia es una adaptación de una novela, sólo he tomado partes de la trama y la he adaptado con los personajes de la saga crepúsculo, que le pertenecen a Stephanie Meyer.

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Capítulo 15: Capitulo 15

Irina estaba aguardando ya en el comedor cuando Edward y Isabella llegaron. Ataviada con el estilo más moderno, lucía un vestido confeccionado con seda de un rosa intenso adornado con rosas blancas. A Isabella, su escote le pareció escandaloso, y se sintió indignada al descubrir a Edward contemplando la cremosa extensión de los descubiertos senos de su cuñada.


—Ya era hora —resopló Irina—. Ya sabes cuanto valoro la puntualidad, Cullen.
—Ha sido por mi culpa —dijo Isabella dirigiendo a Edward una mirada divertida—. Me demoré en el baño.
—Supongo que podemos hacer responsable a Cullen de ello —pinchó Irina.
Isabella se sonrojó y fijó la mirada en el plato. Con gran alivio por su parte, Edward cambió de tema, y la charla derivó hacia un terreno más neutral. La complicada comida avanzó lentamente, y la variedad de alimentos se hizo interminable. La sopa de ostras y el rodaballo con salsa de langosta hubieran sido suficientes, pero siguieron muchos más, comprendida perdiz y trufas, mollejas de ternera con relleno de nueces, zanahorias confitadas y budín de manzana.
—Ha sido una comida excelente, Irina —la felicitó Edward mientras dejaba su servilleta a su lado y se levantaba. Le ofreció una mano a Isabella —. Hace una noche templada, Bella. ¿Qué te parece un paseo por los jardines?
—Una espléndida idea —intervino Irina—. Un paseo antes de acostarse es bueno para la digestión.
Cansada de las observaciones sarcásticas y estudiadas poses de Irina, Isabella dijo:
—Si no te importa, milord, creo que me retiraré pronto. Estoy segura de que Irina y tú se pueden entretener sin mí.
Irina sonrió a Edward y enlazó su brazo con el suyo.
—¿Vamos, Cullen?
—Acompañaré a Isabella a su habitación y me reuniré contigo en el salón —repuso él con evasivas, cogiendo a Isabella del codo y guiándola hacia la escalera.
Irina los vio partir y luego pidió a un lacayo que avisara a Sue. La doncella llegó en seguida, y le hizo una reverencia.
—¿Deseaba verme?
—Sí, puede hablar sinceramente Sue, porque sé que me es leal. ¿Cuál es su opinión sobre lady Isabella?
—No soy quién para decirlo, milady.
—Deseo que se exprese libremente. Ya sabe lo que siento acerca de la intrusa. Lady Isabella no es digna de un hombre como Cullen.
—Desde luego que no, milady —dijo Sue—. Lady Isabella puede ser una dama con título, pero es tosca, nada sofisticada y se viste sin estilo.
—Yo creo exactamente lo mismo. ¿Le parece que lady Isabella y Cullen son amantes?
—Si que lo son —repuso Sue satisfecha de sí misma—. Basta sólo con observarlos juntos para saberlo.
Irina frunció el cejo y luego despidió a Sue.
—Puedes retirarse.


Paseó por la biblioteca con contenida rabia al ver que Edward no regresaba, y culpando a Isabella de su ausencia. Irritada y acalorada, salió ella sola al jardín. Ni la luna llena ni el aire de la noche levemente perfumado aliviaron la tensión que bullía en su interior.
Edward era suyo, siempre lo había sido, aunque ella se hubiera casado con su hermano. Entre ella y Edward existía una relación espiritual que desafiaba a la lógica. Estaba convencida de que ella era el motivo por el que él no se había casado, la razón de que no pudiera amar a otra mujer. Ahora, ella era libre para convertirse en su amante, y había estado esperando que Edward acudiera a buscarla. Irina sentía que Isabella no era una mujer adecuada para su cuñado, y estaba dispuesta a hacer lo que fuera con tal de impedir ese casamiento. Levantó los ojos al cielo y rogó la intervención divina.
Un sonido susurrante la obligó a detenerse. Sus negros pensamientos se evaporaron y una sonrisa iluminó su rostro.


—¿Eres tú, Cullen?
No le llegó ninguna respuesta.
—Sé que estás ahí, no juegues conmigo. Me deseas tanto como yo a ti.
Una sombra se materializó desde detrás de un cercado y avanzó hacia ella. La luz de la luna iluminó su rostro y Irina se quedó boquiabierta ante un hombre al que había conocido alguna vez, pero a quien no veía desde hacía mucho tiempo.
—Usted no es Cullen.
—Pues no, en efecto —repuso el hombre con una elegante inclinación.
—Le conozco. Nos conocimos cuando mi marido y yo pasamos una Temporada en Londres. Creo que es usted lord Aro Volturi. Se ha metido en una propiedad privada, milord. ¿Tiene usted algo que ver con Cullen?
—No pretendo causar ningún daño, milady. Sólo le pido un momento de su tiempo.
—¿Por qué ha entrado aquí furtivamente? ¿Debo buscar a Cullen?
—Cullen es la última persona a quien deseo ver —gruñó él—. He venido a detener una boda. Isabella es mía. Y si lo que acabo de oír es cierto, usted tiene sus propias razones para querer mantener separados a Isabella y Cullen.
Irina miró al hombre como si fuera la respuesta a su plegaria. Era guapo, elegante, y tenía un cuerpo bien formado. Y, lo más importante, tenían los mismos objetivos.
—Dígame una cosa. ¿ Isabella y usted son amantes?
—Así es, o lo éramos hasta que Cullen me la robó —mintió Volturi—. Cullen me odia, y creyó castigarme quitándome a Isabella. Usted no creerá que a él le interese ella realmente, ¿verdad?
—Desde luego que no. Sabía que tenía que haber una razón para los repentinos planes de boda de Cullen. No puede querer a alguien tan carente de atractivo y tan poco elegante como Isabella.
—Entonces, ¿me ayudará? —preguntó Volturi.
—Acaso sea demasiado tarde.
El vizconde inspiró profundamente.
—Aún no están casados, ¿no?
—No, están esperando a que lleguen la abuela de Cullen y la tía de Isabella.
—¿Me ayudará pues? ¿Puede atraer a Isabella fuera, al jardín? Sólo necesito unos minutos para convencerla de que deje a Cullen.
—Está usted muy seguro de sí mismo, lord Volturi.
—Tengo todas las ganancias —repuso el hombre satisfecho—. Pero es importante que Cullen no sepa que yo he estado aquí, no debe siquiera mencionar mi nombre.
—Debe de amar mucho a Isabella.
—¿Amar? ¡Oh, sí, desde luego! —añadió rápidamente—. Hay cosas en Isabella que quiero muchísimo.
—Estoy segura de que ella estará mejor con usted —repuso Irina—. No es mujer que pueda pasar por alto a las amantes de Edward y sus diversiones.
—Exactamente. Usted desea a Cullen y yo me propongo que lo consiga.
Irina sonrió.
—Entonces tenemos los mismos objetivos. Yo le traeré a Isabella, pero usted tendrá que hacer el resto.
—Gracias, milady. Estaré eternamente en deuda con usted.
—No, lord Volturi. Yo estaré eternamente en deuda con usted.
Volturi se fundió de nuevo en las sombras y Irina regresó a la casa con la moral altísima. Lo único que tenía que hacer para desterrar a Isabella de la vida de Cullen era conducirla hacia lord Volturi.


Isabella encontró un camisón y una bata tendidos sobre su lecho, y supuso que Sue los habría dejado allí. Se desnudó rápidamente y se puso ambas prendas mientras sus pensamientos retornaban a Edward. Él debía de estar ansioso por encontrarse con Irina, porque la había dejado en su puerta tras un fugaz beso y unas bruscas «buenas noches».


No hacía falta demasiada imaginación para conjeturar lo que Edward y Irina debían de estar haciendo en el jardín. Supuso que renovar una relación íntima. ¿Habría engañado Irina a su marido con Edward? No, decidió. Él nunca habría traicionado a su hermano de ese modo. Fuera lo que fuese lo que hubiera sucedido entre Edward y Irina en el pasado, habría tenido lugar antes de que Irina y Paul se casaran. ¿Amaba Edward a Irina? La legislación británica le impedía casarse con la viuda de su hermano, pero sí podían convertirse en amantes. Sin embargo, Isabella se planteaba una desconcertante pregunta: ¿por qué no había ido Edward a visitar a Irina desde la muerte de Paul?
Se acercó a la ventana para mirar las estrellas más brillantes y formular un deseo. Pero ni todos los deseos del mundo podían darle el amor que ella ansiaba de Edward. Suspirando descorazonada, Isabella se dirigió hacia el lecho y se sentó en el borde del mismo. Estaba sumida en sus pensamientos cuando oyó que alguien llamaba quedamente a su puerta. «Edward.» Corrió hacia allí y abrió.


—¡Ah, eres tú! —exclamó decepcionada al ver a Irina ante ella—. ¿Sucede algo?
—En absoluto —repuso la joven—. Pero te esperan en el jardín.
—¿Edward? —Las esperanzas de Isabella revivieron para caer luego rápidamente en picado.
¡Cómo se atrevía a mandarla llamar como si fuera una sirvienta! Sin embargo, la curiosidad prevaleció sobre su resentimiento. Se reuniría con él, pero le haría sentir el afilado filo de su lengua por haber exigido en lugar de pedir.
—No estoy vestida —dijo Isabella.
Irina le echó una mirada por encima del hombro.
—No creo que a él le importe.
Isabella se detuvo un momento mientras seguía a Irina a través del invernadero, antes de salir al jardín.
—Os dejaré solos —dijo ésta dando media vuelta.
—¿Dónde está él?
—No te preocupes. Te encontrará.


Isabella salió al jardín y siguió el sendero. A la luz de la luna, las plantas y los árboles parecían casi irreales mientras se inclinaban a impulsos de la brisa. El perfume de las rosas predominaba en el aire y la noche parecía propicia para los amantes.
Isabella se sobresaltó cuando un hombre salió de las sombras bloqueándole el paso.


—¿Edward? Irina dice que querías verme. Sabrás que no me entusiasma que me mandes llamar.
Cuando el hombre entró en la zona iluminada por la luna, Isabella sofocó un grito y se tambaleó.
—Olvida a Cullen. Le he visto salir a caballo hace poco. Corría como el mismo diablo. Supongo que camino de alguna cita con una de sus amantes.
Isabella giró en redondo.
—No voy a escuchar una palabra más.
No había dado ni un paso cuando Volturi la agarró del brazo y la obligó a volverse de cara a él.
—Si valoras en algo la vida de tu hermano, será mejor que escuches lo que tengo que decirte.
Isabella se quedó inmóvil, petrificada.
—¿Qué ha dicho?
—Me he ganado tu atención, ¿verdad?
—Explíquese, Volturi.
—Haré algo mejor que eso. No vas a casarte con Cullen.
Isabella se soltó de él.
—Usted no tiene ningún derecho a decirme lo que puedo o no puedo hacer. ¿Cómo me ha encontrado?
—Tu hermano me dijo dónde estabas.
Un estremecimiento de aprensión le recorrió la columna vertebral.
—Mi hermano está en la universidad.
El vizconde le dirigió una guasona sonrisa.
—¿Seguro?
«No te dejas llevar por el pánico», se dijo Isabella. Volturi estaba utilizando tácticas amedrentadoras para conseguir sus fines.
—Desde luego que está allí. Yo lo vi partir.
—Eso no significa que llegara a su destino —insinuó el lord—. Casualmente, lo vi subir al carruaje y tomé medidas para tomarlo bajo mi custodia.
—¡Mentira! ¿De qué va todo esto, Volturi?
—De nuestro matrimonio, desde luego. Haré todos los preparativos y vendré a buscarte cuando todo esté a punto. Debes convencer a Cullen de que me prefieres antes que a él.
—Está loco. ¿Por qué debería hacer algo así?
—Porque tengo a tu hermano y tú deseas que él esté a salvo.
—¿Me toma por una necia? ¿Por qué iba a creerle?
—Porque te estoy diciendo la verdad.
—¿Qué pruebas tiene de que está reteniendo a mi hermano? Me debe una explicación. Y deseo saber por qué está tan empeñado en casarse conmigo.
—Tu veinticinco cumpleaños es la semana que viene, ¿verdad?
Isabella no alcanzaba a ver ninguna relación entre su cumpleaños y el demencial deseo de Volturi de hacerla su esposa.
—¿Cómo sabe eso?
—Olvidas lo íntimos que éramos tu padre y yo.
Isabella apretó los labios.
—No he olvidado nada respecto a su amistad con mi padre. Le considero responsable de su descenso moral y de su muerte. Explíqueme por qué es importante mi cumpleaños.
—Creo que no. Aunque te enterarás bastante pronto. Limítate a decirle a Cullen que no vas a seguir adelante con los planes de boda. Déjame a mí el resto.
—No haré tal cosa. Y miente sobre Benjamin.
Volturi resopló.
—Siempre has sido una zorra obstinada. Tal vez me creerás si te traigo pruebas, ¿eh? Necesito un día o dos para conseguirlas. Reúnete conmigo dentro de dos días en este mismo lugar y a esta misma hora. Si se lo dices a alguien, tu hermano sufrirá las consecuencias.


Desapareció de nuevo en las sombras dejando a Isabella confusa, asustada y enojada. ¿Había dicho Volturi la verdad? ¿Retenía a Benjamin contra su voluntad? ¿Cómo lo había logrado? ¿Qué motivaba que Volturi estuviera tan desesperado como para recurrir al secuestro, y qué tenía que ver su cumpleaños en todo aquello? Nada tenía sentido. Absorta en sus pensamientos, se encaminó hacia la casa.


—¿Qué estás haciendo aquí, Isabella? ¿Sabes qué hora es?
—Edward, me has asustado —se sobresaltó ella.
—Perdóname, pero no esperaba encontrarte en el jardín a estas horas de la noche. ¿No podías dormir?
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Regresaba de cabalgar, y he visto a alguien acechando en las sombras; he venido a investigar. ¿Estás bien?
Isabella pensó en Aro Volturi y la recorrió un involuntario estremecimiento.
—Tienes frío —dijo Edward quitándose la chaqueta y echándosela sobre los hombros—. Vamos, te acompañaré a tu habitación.
—¿Adónde has ido? —preguntó Isabella—. ¿Has estado con una mujer?
—No seas ridícula —se burló—. No podía dormir y pensé que un poco de ejercicio me ayudaría.
—Un paseo por el jardín con Irina te hubiera hecho el mismo efecto.
—Yo no invité a Irina. ¿Por qué te negaste a acompañarme y luego has salido sola?
Se detuvo y le levantó la barbilla.
—¿Estabas sola, verdad, Bella? Cuando me acercaba al invernadero me ha parecido ver dos figuras. ¿Era así?
La luna se ocultó rápidamente tras una nube y Isabella bendijo la densa oscuridad que protegía su mentira.
—No. Estaba sola.
Edward echó a andar de nuevo, guiándola por el invernadero hacia la casa y pasándole un brazo por los hombros.
—Pareces preocupada. ¿Todavía no te has resignado a nuestro matrimonio?
—Nunca me resignaré a casarme con un hombre que me propone casarse conmigo por culpabilidad o por una idea equivocada del deber.
Cuando llegaron a la habitación de Isabella, él le dijo:
—Es tarde, Bella. Acuéstate y confía en mí; voy a hacer lo mejor para ti.
Inclinó la cabeza y le rozó los labios con los suyos. Se disponía ya a retirarse cuando, de repente, la estrechó contra sí profundizando su beso, que rápidamente se convirtió en un audaz y exigente asalto a sus sentidos. Isabella deseaba responder, pero las amenazas de Volturi seguían frescas en su mente. Deseaba contárselo todo a Edward, pero temía que, al hacerlo, pusiera en peligro la vida de Benjamin. Edward interrumpió el beso y retrocedió unos pasos.
—¿Qué sucede, Bella? ¿Estás preocupada por Irina? ¿Por qué estás temblando? Cuéntame lo que te preocupa.
—Nada, Edward. Es sólo que estoy cansada. Ha sido un día muy largo.
—Tienes razón. Acuéstate. Hablaremos mañana.
Tendida en el lecho, una vez que Edward se hubo marchado, no podía conciliar el sueño. Aunque no deseaba creer que Volturi tuviera a Benjamin cautivo, tenía que tomárselo en serio. ¿Y si realmente lo tenía? ¿Podría casarse con él para salvar la vida de su hermano? ¿La dejaría marchar Edward?


A la mañana siguiente, cuando Isabella bajó a desayunar, la falta de sueño era evidente en sus rasgos tensos y en las sombras que tenía bajo sus verdes ojos. Si Edward lo advirtió, no dijo nada. Irina, en cambio, aunque se abstuvo de hacer comentario alguno, adoptó una expresión que era más elocuente que las palabras. Aun así Isabella propuso:
—Tal vez Irina podría mostrarme el resto de la casa —sugirió.
—Una idea espléndida —dijo Edward—. Si me disculpáis, yo me reuniré con mi administrador y visitaré a mis arrendatarios. Hace mucho tiempo que no lo hago.
Una vez éste se hubo marchado, Isabella se volvió para enfrentarse a Irina.
—Anoche me hiciste creer intencionadamente que Edward me había citado en el jardín. ¿Por qué? Odio a Volturi y no deseo tener nada que ver con él.
—¿Sabe Edward que Volturi y tú son amantes? No puedo imaginarlo casándose con una mujer con un pasado como el tuyo. Se merece algo mejor.
—¿Es eso lo que Aro Volturi te dijo?
—Me dijo muchas cosas. ¿Te convenció para que dejaras a Edward?
—Evidentemente no conoces a Volturi como yo. Ese hombre es un buitre. Yo le hago responsable de la muerte de mi padre y no tengo ninguna idea de por qué está tan empeñado en que me case con él. Como bien sabes, no tengo dote y, aparte de Volturi, no tenía ninguna otra perspectiva de matrimonio. Sin embargo, no me casaría con él aunque fuese el último hombre sobre la Tierra.
Irina se encogió de hombros.
—Desde luego que no. ¿Por qué casarse con un simple vizconde cuando puedes hacerlo con un marqués?
—Tú no tenías derecho a hacerme salir al jardín con engaños —la acusó Isabella—. Sé que no te gusto, pero el sentimiento es mutuo. Ahora puedes mostrarme la casa.


Las costureras llegaron a la mañana siguiente, ansiosas de comenzar a confeccionar el nuevo guardarropa de Isabella. Ésta nunca había visto tan formidable surtido de ropas y modelos. De haber seguido el consejo de Irina, habría acabado vistiendo volantes y un sinfín de adornos, esforzándose por parecer ridículamente como una mujer más joven. Por fortuna, Edward estaba presente para ayudarla a escoger y acabó con el doble de vestidos y accesorios de los que consideraba necesarios.


La gratificación que Edward ofreció por la celeridad consiguió que tuviese un vestido y un traje de montar al día siguiente de su prueba, así como un par de zapatos y botas para cabalgar. Pese al placer que le producía tener ropa nueva y de moda, Isabella no podía dejar de pensar en su encuentro con Volturi. Si él le traía pruebas de que Benjamin estaba realmente en su poder, se vería obligada a hacer lo que fuese necesario para mantener a su hermano a salvo.
Edward intuía que algo preocupaba a Isabella. Ésa era una de las razones por las que no le había hecho el amor durante los dos últimos días. Y no podía descartar la sensación de que ella no estaba sola en el jardín durante su paseo de medianoche. Juraría que había visto dos figuras a la luz de la luna.
Tras desayunar aquella mañana, Edward invitó a Isabella a dar un paseo a caballo. Ella accedió de bastante buen grado, pero él pudo advertir que su mente estaba en otro sitio.


—Ponte tu nuevo traje de montar —le dijo—. Le pediré al cocinero que nos prepare un picnic y así no tendremos que apresurarnos en regresar para la hora de comer.
Isabella asintió y se marchó.
—Me encantaría dar un paseo a caballo —dijo Irina cuando Isabella hubo salido de la habitación.
—En otro momento, Irina. Discúlpame, ahora he de hablar con el cocinero.
Edward aguardó a Isabella en el vestíbulo con una cesta de comida colgada del brazo. Complacido, la observó bajar la escalera, y pensó que estaba encantadora, con su traje de montar verde bosque y el alegre sombrero con su airosa pluma.
—Este color es perfecto para ti —la elogió.
—Tú lo escogiste —repuso Isabella.
—Compré un caballo para ti ayer en el pueblo —añadió Edward.
A la joven se le iluminaron los ojos.
—¿Me compraste un caballo?
—Confío en que te guste, puesto que no es castrado ni negro como la montura de Bells.
Isabella no respondió. Cuando llegaron a los establos vio a un joven conduciendo a la explanada una hermosa yegua blanca.
—¿No es una belleza, milord? —dijo el joven.
—Ya lo creo que lo es —exclamó Isabella entusiasmada, precipitándose para verla más de cerca—. Gracias, Edward, me encanta.
—¿Quiere que la ayude a montar, milady? —preguntó el joven.
—Yo la ayudaré, Steven, gracias.
Edward levantó a Isabella hasta la silla y le entregó las riendas.
—¿Cómo se llama? —preguntó ella.
—Pensé que tú te encargarías de bautizarla.
Isabella se mordió el labio.
—Me gustaría pensar en ello.
No deseaba poner el nombre a un caballo que acaso no volvería a montar.
—Tómate tu tiempo —dijo Edward mientras montaba su lustroso castrado—. ¿Estás preparada?


Isabella asintió, y Edward salió al trote por el sendero que llevaba a los campos abiertos de más allá del parque. Atravesaron juntos un pintoresco pueblecito, y cabalgaron luego por terrenos cultivados por los arrendatarios y a través de un bosque. El sol estaba alto en el cielo cuando Edward se detuvo ante un arroyo ondulante y desmontó.


—Éste parece un lugar idóneo para detenerse a comer —dijo.
Agarró a Isabella por la cintura y la dejó deslizarse entre sus brazos, pero no la soltó inmediatamente. Le cogió la barbilla y se la levantó.
—Te he echado de menos, Bella.
Isabella le dirigió una mirada sorprendida.
—No me he ido a ninguna parte, Edward.
—Estás aquí en cuerpo, pero no en espíritu. ¿Quieres decirme qué te preocupa?
—Imaginas cosas.
—No te creo. ¿Estás disgustada porque te obligo a casarte conmigo?
—Sí, eso es. No me gusta verme obligada a hacer algo que no deseo.
—¿Estás segura de que no deseas casarte conmigo?
Fijó la mirada en sus labios, en sus jugosas curvas y húmedas comisuras muriéndose de ganas de besarla.
—Tus besos me dicen otras cosas. ¿Quieres que te lo demuestre?
—Los dos sabemos que no tengo voluntad en lo que a ti se refiere. Puedes besarme, Edward, y yo responderé, pero eso no significa que me sienta feliz con esta situación. Los libertinos no son precisamente buenos esposos.
—Los libertinos pueden hacer a sus esposas extremadamente felices. Sabemos cómo complacerlas. ¿Debo demostrarte cuan bien puedo complacerte a ti? He tratado de darte tiempo para que llegues a controlar la situación, pero te veo más preocupada que nunca. ¿Tal vez has olvidado mis atenciones?
—Tal vez —replicó v Isabella
—¿Debo comprobar mi teoría y ver quién tiene razón?
Le cogió la mano y la llevó hasta la parte frontal de sus tensos calzones.
—¿Puedes sentir cuánto te deseo? Siempre tendremos esto, Bella.
Un gemido surgió de su garganta cuando los dedos de Isabella se curvaron sobre su erección. Él se endureció aún más, se puso más tenso, y la necesidad de introducirse en ella casi lo desbordó. Se dejó caer de rodillas en el suave césped y la arrastró consigo.
—Querida, Bella. Voy a hacerte el amor.
Ella lo miró sobresaltada. La había llamado querida. ¡Oh, Dios! ¿Por qué su vida era tan complicada? Aquella noche se reuniría con Volturi y se enteraría de la verdad sobre Benjamin. Podía ser la última vez que estuviese con Edward antes de que las circunstancias los obligaran a separarse. ¿Cuánto tiempo se afligiría por ella? Sospechaba que no mucho.
Edward había cogido su manta de montar y regresaba donde había dejado a Isabella, cuando un sonoro ruido rompió el silencio. El aristócrata se desplomó en el suelo y Isabella se dispuso a levantarse para llegar hasta él.
—Quédate ahí —siseó Edward—. Alguien nos está disparando.
Ella se dejó caer en el suelo.
—¿Estás herido?
—No. ¿Y tú?
—¿Quién iba a dispararnos?
—No lo sé. Pero me propongo descubrirlo. Podrían ser cazadores furtivos que nos hubiesen confundido con animales salvajes.
Isabella estaba a punto de pronunciar el nombre de Volturi, pero venció la prudencia. No podía permitirse poner la vida de Benjamin en peligro manifestando sus sospechas.
Edward se deslizó sobre ella y la cubrió con su cuerpo, pero el peligro parecía haber pasado, porque, después del primero, no se produjeron más disparos.
—Quédate en el suelo —le aconsejó Edward mientras él se ponía de cuclillas—. Voy a echar una mirada por ahí.
—¿Estás seguro de que es prudente? ¿Llevas un arma?
—No, pero dudo que tenga necesidad de ninguna. Quienquiera que nos haya disparado probablemente se ha ido. No tardaré.
—Ve con cuidado.
Edward regresó poco después conduciendo los caballos.
—Ahora estamos seguros, Bella —dijo Edward—. He encontrado los caballos. Han salido disparados cuando ha sonado el tiro.
—Gracias a Dios —dijo ella aliviada—. ¿Han dejado alguna pista?
—No he visto más que césped pisoteado. Regresemos a casa. Una comida campestre ahora está fuera de lugar.
Edward ayudó a Isabella a montar y se marcharon de allí.
—Nuestros invitados han comenzado a llegar —comentó él mientras se aproximaban a la mansión.
Dos carruajes estaban aparcados ante la entrada principal.
—Es el coche de la abuela —observó a continuación—. Y el otro es uno de los míos. La abuela y tu tía han llegado, y también Laurent y Siobhan.
Entregaron los caballos a un mozo y entraron en la casa. Lady Jane y lady Charlotte estaban en el salón, tomando té y pasteles con Irina.
A lady Jane se le iluminó el rostro al ver a Edward.
—Cullen, mi querido muchacho, ya hemos llegado. Ven y preséntame a tu futura esposa. Hace mucho tiempo que nos conocimos.
—¡Qué contenta estoy de verte a salvo y con tan buen aspecto, Bella! —dijo tía Charlotte.
Isabella le dio un abrazo y luego centró su atención en la anciana dama que había acogido a su tía.
—Lady Cullen, estoy encantada de conocerla. Edward habla con frecuencia de usted y la tiene en alta estima.
—Confío en que así sea —replicó lady Jane—. Puedes llamarme abuela y yo te llamaré Isabella. Deja que te eche una mirada, querida.
Isabella se quedó inmóvil mientras la pequeña dama de cabellos blancos la examinaba con unos ojos tan agudos como parecía ser su mente. Aunque lady Jane parecía frágil como el cristal, Isabella sospechó que era resistente como el acero.
—Me gustas —dijo lady Jane—. Sospecho que sabrás mantenerte firme ante mi nieto. Tu querida tía me ha entretenido con anécdotas sobre tu energía y valor.
Isabella dirigió a Charlotte una mirada de censura.
—¡Oh no, Bella, nada de eso! —exclamó Charlotte de repente aturdida—. Sólo deseaba que lady Jane supiera que tú eras el pegamento que unió a la familia tras el escandaloso comportamiento y muerte de tu padre.
Isabella se sonrojó.
—Me concedes demasiado mérito, tía.
—Lady Charlotte dice la verdad —intervino Edward—. Mi prometida es una mujer extraordinaria.
—Extraordinaria... —intervino Irina—. No alcanzo a ver cuan extraordinaria puede ser una mujer que aparece ante mi puerta como una mendiga.
— Isabella me parece perfectamente respetable —la contradijo lady Jane, y dirigió una mirada a Edward—. Ya es hora de que empieces a formar una familia, Cullen. Nunca creí todas esas insensateces de permanecer soltero y sin descendencia. Espero conocer a un heredero de Cullen muy pronto.
—Quizá esté ya en camino —especuló Irina.
Isabella notó cómo Edward se ponía tenso, y comprendió que su abuela no creía que él hablara en serio cuando decía que no quería tener hijos.
— Isabella y yo estamos hambrientos y sucios de polvo después de nuestra cabalgada —dijo Edward—. Si nos disculpáis, necesitamos cambiarnos y comer algo. Nos encontraremos para la cena.
—Muy bien. La querida Charlotte y yo nos retiraremos a nuestras habitaciones y descansaremos tras nuestro largo viaje. Más tarde hablaremos de vuestros planes de boda.
Edward agarró a Isabella por el codo y la condujo hacia la escalera.
—Me alegro de que no hayas dicho nada sobre nuestro pequeño incidente. No deseo asustar a las damas con algo que podría resultar no ser nada.
Isabella se detuvo ante su habitación y pensó si debía hablarle a Edward de la visita que Volturi le haría esa noche, pero decidió que no. No debía hacer nada que pusiera en peligro la vida de Benjamin.
—Me proponía hacerte el amor hoy junto al arroyo —murmuró Edward con una voz baja y sensual que casi derritió a Isabella —. ¿Me invitas a tu habitación?
Aquélla podía ser su última oportunidad de hacer el amor con Edward. Isabella pronunció un silencioso juramento diciendo que, “si alguna vez se casaba con Volturi, él nunca sería un verdadero esposo para ella”. Ningún hombre entraría en su intimidad salvo el que ella había amado. Sólo Edward tenía el poder de conmoverla. Pese a su creencia de que ellos no estaban destinados a seguir juntos, no atendería a otro hombre en su cama.
Isabella sintió que la boca se le secaba. Cuando Edward la miraba de aquel modo tan especial, con los ojos brillantes de deseo y los labios curvándose en seductora sonrisa, no podía negarle nada. Entró en su alcoba y dejó la puerta abierta. Edward la cogió en sus brazos y la condujo hasta la cama.

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Holassss sorry por no colocarles un capi mas pero debido a todas las cosas q tengo q hacer se me hizo dificil aunque les tengo una sopresita y espero q les guste, les voy a colocar dos capis y espero q les guste perooooooo adicional les regalo uno mas para q se entretengan un ratico y sean pacientes .

Muchos Besos a todas espero sus comentarios y sus votos .

De verdad me a encatado q les guste esta historia

Millones de Besos y abrazos

Su amiga Claudia

Capítulo 14: Capitulo 14 Capítulo 16: Capitulo 16

 
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