El Noble y la Ladrona (+18)

Autor: Gothic
Género: + 18
Fecha Creación: 15/08/2010
Fecha Actualización: 13/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 29
Comentarios: 57
Visitas: 81787
Capítulos: 22

Cuando un audaz salteador de caminos asaltó su carruaje y apuntó con una pistola a una parte crucial de su anatomía, el marqués de Cullen tuvo que efectuar una elección crítica, entregar el anillo de su hermano fallecido o perder las joyas de la familia.

Edward decidió separarse del recuerdo, pero sólo de modo temporal. Localizaría al ladrón de los inolvidables ojos color Chocolate aunque fuese lo último que hiciera.

Para todos era conocida la escandalosa reputación de la Liga de los Libertinos de Londres, de modo que, cuando el más infame de sus miembros la tomó entre sus brazos en un baile de sociedad, Isabella Swan comprendió que sus intenciones no eran nada honorables.

La fogosa persecución de Edward hizo que sus ojos chocolates se abriesen de par en par y el pulso se le acelerase, pero…
 
¿Él iba en busca de una amante o de la picara que se había atrevido a robarle a punta de pistola?
Fuera como fuese, Isabella  sabía que le había llegado la hora de devolver lo robado, y estaba más que deseosa de entregarle tanto su cuerpo como su corazón.

Disclaimer : Esta historia es una adaptación de una novela, sólo he tomado partes de la trama y la he adaptado con los personajes de la saga crepúsculo, que le pertenecen a Stephanie Meyer.

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Capítulo 22: Capitulo 22 -Epilogo

Culen Park,


Seis meses más tarde....


Un grito resonó en el expectante silencio. Edward se puso en pie de un salto con el rostro tenso.
—¡No puedo soportar esto! Voy a subir con ella. ¿Y si se está muriendo?
McCarty y Whitlock, que habían llegado a Cullen Park aquella misma mañana para confortar a su amigo durante el parto de Isabella, lo asieron por los brazos y lo obligaron a volver a sentarse.
—Tómate otro brandy —le instó Emmet—. Estas cosas pueden demorarse mucho tiempo. Es muy poco lo que puedes hacer para ayudar a Isabella.
—Sólo te entrometerías —añadió Jasper.


Edward rechazó el brandy. Miró a lady Jane, confiando en que ella aliviase sus temores, pero la dama parecía estar en trance. Se hallaba sentada en el borde del sillón, con las retorcidas manos aferradas a la empuñadura de su bastón y los nudillos blancos por la presión que ejercía. Edward pensó que su terrible expresión era cualquier cosa menos tranquilizadora y se incrementaron sus temores.


Jacob merodeaba por la puerta, estrujándose las manos y con el rostro arrugado por la preocupación. El corazón de Edward se unió al de Jacob, porque sabía que quería a Isabella como a una hija. La señora Hamilton estaba detrás del sirviente, prestándole apoyo.


Pero ningún apoyo del mundo podía aliviar los temores de Edward. ¿Y si Isabella fallecía dando a luz a su hijo? ¿Cómo podría seguir adelante sin ella?
Otro grito, esta vez más intenso. En esta ocasión, nadie pudo retener a Edward. Liberándose de sus amigos, subió los peldaños de dos en dos e irrumpió en el dormitorio. La comadrona lo miró con los labios fruncidos en señal de desaprobación.


—Usted no es necesario aquí, milord.
Lady Charlotte, que se había quedado con su sobrina para ayudar a la comadrona, se acercó apresuradamente a Edward.
—No debería estar aquí, Cullen.
—Sí debo —repuso él, apartándola a un lado para acercarse al lecho—. Bella me necesita.
—¿Eres tú, Edward?
Su voz era débil, su cansancio evidente, pero para Edward fue el sonido más dulce que había oído en su vida. Se arrodilló junto al lecho y alisó un sudoroso rizo de su frente.
—¿Qué puedo hacer para ayudar, Bella? Esto dura desde hace doce horas; no puedo soportar verte sufrir tanto.
Ella le dirigió una débil sonrisa.
—Cógeme la mano. Ahora ya no tardaremos mucho.
—Si insiste en quedarse —dijo la comadrona—, podría ser útil. Sujete a su mujer por los hombros cuando yo le diga a ella que empuje.
Edward hizo lo que le decían, situándose detrás de Isabella y apoyándola en su cuerpo.
—Ahora, milady. Empuje con todas sus fuerzas. Ya puedo ver la cabeza del bebé.


Edward sufrió con Isabella mientras ella se esforzaba entre intensos dolores para parir a su hijo. Con los dientes fuertemente apretados, ella se asió de su mano con sorprendente fuerza. Contrajo el estómago y luego empujó con fuerza, y el ruido que hizo al expulsar a su hijo, atravesó dolorosamente a Edward.


—Ya viene, milady. Lo está haciendo muy bien —la estimuló la comadrona entre los muslos separados de Isabella.
—Estoy muy orgullosa de ti, Bella —dijo tía Charlotte con voz cantarina—. Eres muy valiente.
—Una vez más —dijo la comadrona—. Otro empujón.
Edward se sintió impotente mientras Isabella daba a luz a su hijo que era recogido por las atentas manos de la comadrona.
—Ha tenido una hija preciosa, milord. Más pequeña de lo que yo esperaba, pero tiene todos los dedos.


Asió a la retorcida criatura por los talones y le dio unos golpecitos en el diminuto trasero. El bebé emitió un grito saludable y Edward dejó escapar el aliento de sus pulmones. Luego, la comadrona tendió el bebé a Charlotte mientras le cortaba el cordón umbilical. Esta llevó a la criatura al lavamanos, le lavó con la esponja y la envolvió en una mantita.


Edward se sentía como si flotara por los aires. Tenía una hija. No podía recordar cuándo había sido más dichoso.
—Lamento no haberte dado un hijo la primera vez —dijo débilmente Bella.
Él la besó en la frente.
—Estoy más que complacido con mi hija, amor.
—Ahora puede marcharse, milord —le aconsejó la comadrona—. Todavía me queda trabajo que hacer aquí.
Edward se mostraba reacio a irse hasta que Charlotte depositó a su hija en sus brazos.
—Muéstresela a su abuela y a sus amigos. Estoy segura de que estarán ansiosos por verla.
—Es tan pequeña... —dijo Edward acunando al bebé en el hueco de sus brazos—. Temo hacerle daño.
—Los bebés son sorprendentemente resistentes. Dudo que pueda dañarla.


Animado, Edward se dirigió hacia la puerta, deteniéndose bruscamente cuando oyó gemir a Isabella. Miró por encima del hombro y vio a la comadrona aún sentada entre las piernas de Isabella, con el cejo fruncido.


—¿Qué sucede? —preguntó.
—Nada. Todo es como debería. Supongo que está a punto de liberar la placenta —repuso Charlotte acompañándolo fuera de la puerta.


Edward, en cierto modo apaciguado pero aún preocupado, salió de la habitación ansioso ya de mostrar a su nueva hija. Cuando entró en el salón, Emmet y Jasper se pusieron bruscamente en pie y sus preocupadas expresiones se aliviaron considerablemente al ver el bulto enfajado en brazos de Edward. Éste avanzó sonriente hacia su abuela y le tendió a la criatura.


—Tengo una hija, ¿verdad que es hermosa?
Lady Jane sonrió encantada mientras tendía los brazos para tomar al bebé. Edward besó a la criatura en la cabecita y la depositó en brazos de su abuela.
—¿Cómo está tu mujer? —preguntó Emmet—. Confío en que todo vaya bien.
—Isabella ha salido del paso perfectamente. Está...
—¡Cullen ¡Venga en seguida!


La voz de tía Charlotte procedente de lo alto de la escalera era estridente y tensa. El primer pensamiento de Edward fue que algo le había sucedido a Isabella, y las frenéticas palabras de Charlotte parecían confirmar sus temores.


—¡Oh, Dios mío!


Corrió precipitadamente sin echar una mirada atrás a los que estaban en la sala, volando literalmente por la escalera. Irrumpió en el dormitorio, cayó de rodillas junto a Isabella y contempló su pálido rostro. Ella abrió los ojos y le dirigió una temblorosa sonrisa. Aunque su alivio era enorme, Edward no podía detener la humedad que acudió espontánea a sus ojos. Se la enjugó y le dedicó una insegura sonrisa.


—¿Estás bien? Pensé... pensé... ¡Oh, Dios, no sé lo que pensé! No soy lo bastante fuerte para seguir adelante sin ti.
Isabella levantó la mano y le acarició la mejilla.
—Eso es algo por lo que no tendrás que preocuparte.
Él frunció el cejo preocupado.
—Algo va mal, si no tía harlotte no me habría llamado.
Charlotte merodeaba por allí con las manos aleteando como dos pájaros volando.
—No pretendía asustarle, Edward. Las cosas han sucedido tan de prisa que no he tenido tiempo de pensar.


Edward se levantó y miró a Isabella en busca de una explicación. Por alguna razón, Charlotte parecía incapaz de darla. Sin embargo, antes de que Isabella pudiera hablar, la comadrona apareció con un bulto diminuto. Lo primero que Edward pensó era que alguien había subido a su hija mientras él hablaba con Isabella.


—Su hijo, milord —dijo la comadrona meciendo el bulto que llevaba en brazos.
Edward desvió su mirada de la comadrona a Isabella y dijo confuso:
—Creí que había tenido una hija.
—Sí —explicó Isabella —. Y también un hijo. Ha nacido unos momentos después de que salieras de la habitación con nuestra hija.
—¿Gemelos? —preguntó Edward necesitando urgentemente un trago y un sillón. Se desplomó en el borde de la cama con sus piernas negándose a sostenerlo—. ¿Tenemos gemelos?
—Así es, Cullen —dijo Charlotte alegremente.
Edward tendió los brazos y la comadrona depositó el bebé en ellos. Miró a su hijo con absorta adoración.
—Un hijo y una hija. ¿Cuánto más dichoso puede ser uno?
—¿Qué sucede? —preguntó lady Jane desde la puerta. Alineados tras ella estaban Emmet, Jasper, Benjamin, Jacob y la señora Mallory, que sostenía la hija de Edward y Isabella contra su amplio seno.
—No puedo soportar no saber lo que está sucediendo.
—Ven a verlo por ti misma, abuela —la invitó Edward—. Pero sólo podrás quedarte un momento. Isabella está agotada.
La abuela entró en la habitación, y se detuvo bruscamente al ver el nuevo bulto en brazos de Edward.
—¿Qué tienes ahí, Cullen?
—Mi hijo —repuso Edward orgulloso—. Isabella me ha dado dos hijos para amar, un hijo y una hija.
—¡Dios mío! —exclamó la abuela con voz temblorosa.
—Bien hecho, Cullen —lo felicitó Emmet mientras miraba con atención el diminuto bebé que Edward sostenía en sus brazos—. Siempre has tenido una condenada buena suerte.
—¡Qué maravillosa noticia! —lo felicitó Jasper—. Y felicidades a usted, milady —añadió en consideración a Isabella.
Tía Charlotte cogió a la hija de Edward de manos de la señora Mallory y los hizo salir a todos. Colocó al bebé en brazos de Isabella y se fue silenciosa junto con la comadrona.
—¿Has escogido nombres para ellos? —preguntó Isabella a Edward cuando estuvieron solos.
—Aún estoy bajo los efectos de la impresión —contestó él—, pero algo se me ha ocurrido. Me gustaría llamarlos Elizabeth y Paul, por mi verdadera madre y por mi hermano adoptivo. ¿Merece tu aprobación?
Isabella permaneció profundamente pensativa, y con los ojos brillando traviesos le sonrió.
—¿Quieres reconsiderarlo? Yo preferiría Jake y Bells.
Edward se echó a reír.
—Estoy seguro de que Jacob estaría encantado de tener un tocayo, pero Bells está desechado. Con una traviesa en la familia ya tenemos bastante.


Elizabeth y Paul fueron bautizados tres semanas más tarde. Aunque aún pequeños de tamaño, ambas criaturas eran saludables y animadas. Mientras su padrino, Benjamin, conde de Forks, parecía casi tan orgulloso como los padres de los bebés, su madrina, lady Charlotte, y su bisabuela, lady Jane, estaban totalmente radiantes.


Pero nada podía compararse con el incondicional amor que Edward y Isabella sentían por sus hijos y recíprocamente.


—Gracias por darme el valor de desafiar al destino y hacerme cargo de mi futuro —le susurró Edward tras la ceremonia—. Si un valeroso salteador de caminos no me hubiese robado en ese momento  nunca hubiese encontrado el amor.
—Gracias por amarme y por cambiar el curso de mi vida —repuso Isabella —. Eres la prueba viviente de que incluso un redomado libertino puede reformarse.
—¿Significa eso que todavía hay esperanzas para Emmet y Jasper?
Isabella se echó a reír.
—El amor puede abrirse camino en el más duro de los corazones. Incluso en el corazón de un granuja libertino.

Fin

Capítulo 21: Capitulo 21

 
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