El Noble y la Ladrona (+18)

Autor: Gothic
Género: + 18
Fecha Creación: 15/08/2010
Fecha Actualización: 13/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 29
Comentarios: 57
Visitas: 81793
Capítulos: 22

Cuando un audaz salteador de caminos asaltó su carruaje y apuntó con una pistola a una parte crucial de su anatomía, el marqués de Cullen tuvo que efectuar una elección crítica, entregar el anillo de su hermano fallecido o perder las joyas de la familia.

Edward decidió separarse del recuerdo, pero sólo de modo temporal. Localizaría al ladrón de los inolvidables ojos color Chocolate aunque fuese lo último que hiciera.

Para todos era conocida la escandalosa reputación de la Liga de los Libertinos de Londres, de modo que, cuando el más infame de sus miembros la tomó entre sus brazos en un baile de sociedad, Isabella Swan comprendió que sus intenciones no eran nada honorables.

La fogosa persecución de Edward hizo que sus ojos chocolates se abriesen de par en par y el pulso se le acelerase, pero…
 
¿Él iba en busca de una amante o de la picara que se había atrevido a robarle a punta de pistola?
Fuera como fuese, Isabella  sabía que le había llegado la hora de devolver lo robado, y estaba más que deseosa de entregarle tanto su cuerpo como su corazón.

Disclaimer : Esta historia es una adaptación de una novela, sólo he tomado partes de la trama y la he adaptado con los personajes de la saga crepúsculo, que le pertenecen a Stephanie Meyer.

http://elcentrodemicorazon.blogspot.com/

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 13: Capitulo 13

 

Isabella se sentía complacida. Benjamin había cambiado bruscamente de idea acerca de regresar a la universidad, y ella lo había enviado hacia allí en coche aquella misma mañana, con fondos suficientes para pagar sus gastos trimestrales y disponer de una generosa asignación.

Ahora volvía a estar donde había comenzado, buscando dinero desesperadamente. La única solución eran Jake y Bells. Decidió que aquella noche cabalgarían.

Jacob había ido a comprar y Isabella aguardó pacientemente a que regresara para elaborar con él los planes. Un sonoro golpe en la puerta la hizo bajar de su habitación, pero Charlotte llegó al vestíbulo antes que ella.

—Lord Cullen, pase —oyó decir a su tía—. Le diré a Isabella que está usted aquí.

—Estoy aquí, tía —exclamó Isabella desde la entrada—. Qué temprano, milord.

— Isabella, tenemos que hablar —dijo Edward. Miró a Charlotte—. Me gustaría estar unos momentos a solas con su sobrina, si no le importa.

—En absoluto —repuso Charlotte—. Tengo trabajo en la cocina.

—¿A qué debo el placer de tu visita? —preguntó Isabella mientras lo precedía hacia el salón.

—Mi duelo con Volturi es ya de conocimiento público —explicó Edward—. Los chismosos están disfrutando de lo lindo, lo que significa que las habladurías e insinuaciones sobre nosotros se difundirán muy pronto.

—Confío en que no estés aquí por algún sentido equivocado del deber. No me casaré contigo bajo ningún concepto, Cullen.

«A menos que me dijeras que me amabas y fuese verdad», pensó Isabella.

—Te equivocas —dijo Edward con un gruñido bajo que la puso en alerta—. Tú y yo nos vamos inmediatamente a mi casa de campo, en Derbyshire.

—Estás loco, Cullen. ¿Qué te hace pensar que voy a ir contigo a ninguna parte?

—Porque valoras tu vida y te importa lo que le suceda a Jacob.

—Lo que dices no tiene sentido.

—Me comprenderás en un momento. ¿Ha regresado tu hermano a la universidad?

Isabella frunció el cejo.

—Esta mañana. ¿Por qué iba a importarte eso a ti?

—Excelente. Confiaba en que mantendría su palabra.

—¿De qué estás hablando?

—Mírame, Bella.

Ella miró fijamente sus hermosos ojos verdes, e inmediatamente recordó la última vez que estuvieron juntos. Su relación amorosa había sido salvaje, frenética, y su mirada tenía el mismo inflexible fulgor que en aquellos momentos.

—Después de que hablemos con tu tía, prepararás una bolsa pequeña de viaje, recogerás tu capa y tu sombrero y me acompañarás al carruaje. Luego nos iremos juntos a Cullen Park. Nos casaremos allí en cuanto mi abuela y tu tía lleguen. Recoge sólo lo suficiente hasta que tengas un guardarropa adecuado para la esposa de un marqués.

—¡Estás loco! —repitió Isabella.

—¿En serio? Estoy haciendo lo que debo para protegerte... Bells.

—No necesito que... ¿Cómo me has llamado?

—Lo sé, Bella , lo se . Tus días de robar a la gente se han acabado. ¿Hasta cuándo esperabas seguir con tus actividades ilícitas? —Alzó la voz enojado—. ¡Por Dios, yo te disparé! ¡Podría haberte matado!

Aquello no podía estar sucediendo. Ser reconocida por Cullen había constituido su peor pesadilla. Isabella simuló no comprender.

—No sé de qué me estás hablando. Si me acusas de haber hecho algo ilegal, desde luego que lo niego.

Una ardiente furia endureció los rasgos de Edward.

—Benjamin  los oyó por casualidad a Jacob y a ti y acudió a mí en busca de ayuda. Puedes imaginar cómo me sentí al comprender que te había disparado. Cuando advertí tu herida, acepté tu explicación porque no creí que me mintieras. No sólo has estado arriesgando tu vida, sino también la de tu sirviente, al que evidentemente aprecias. No tienes un mínimo de sensatez.

Edward la tomo del brazo, evitando que se retirara de la explosión de su enojo. Por fin había sido descubierta y no podía seguir negando las acusaciones.

—Benjamin no tenía derecho a implicarte. Debería haber acudido primero a mí. ¿Por qué te preocupa lo que me suceda?

—Sólo Dios sabe por qué me siento responsable de ti. Tal vez por culpabilidad. O quizá porque no tienes a nadie más que a un inexperto muchacho para cuidar de ti y de tu tía. —Le dirigió una mirada que hizo que la sangre se acelerase en sus venas—. O quizá es que deseo conservarte como compañera de lecho y no estoy dispuesto a prescindir de ti.

Isabella no se creía una palabra.

—Mentiroso. No te has casado con otras mujeres con quienes te has acostado. ¿Por qué conmigo sí?

Los ojos de Edward se ensombrecieron, adquiriendo el color del humo.

—¡Maldición si lo sé! Pero en estos momentos eres la única mujer a quien deseo.

Isabella irguió la barbilla.

—¿Durante cuánto tiempo? ¿Deseas tener hijos conmigo? ¿Puedes prometerme que nunca mirarás a otra mujer con deseo?

—¡Maldita sea! No habrá niños. Y no puedo decir que estaré contigo para siempre. Existen fuerzas sobre las que carezco de control que dictan mi vida. En cuanto a otras mujeres...

—Aguarda... vuelve a la última frase. ¿De qué estás hablando? ¿Qué clase de fuerzas dictan tu vida?

Edward se pasó con energía los largos dedos por el cabello.

—Olvida lo que he dicho. No es importante.

—¿Por qué no quieres tener hijos? No puedo casarme con un hombre que no quiere hijos. No es natural.

—¡Maldición, Bella, no me lo preguntes!

Charlotte asomó la cabeza por la puerta.

—He oído gritos. ¿Va todo bien por aquí?

—Venga, Charlotte. Tiene que oír esto.

Charlotte entró en la sala dirigiendo preocupadas miradas a Isabella y Edward.

—¿Qué ha hecho ahora Bella, milord?

—Nada. En realidad todo va bien. Isabella ha accedido a ser mi esposa. La ceremonia se celebrará en mi casa antigua de Derbyshire.

A Charlotte le brillaron los ojos de contento.

—Es la mejor noticia que he oído desde hace mucho tiempo. Ahora tú y Jacob no tendréis que... —Se apretó la boca con la mano—. ¡Oh, querida!

—No pasa nada, Charlotte —dijo Edward—. Lo sé todo sobre Jake y Bells, y puede estar segura de que esos dos fuera de la ley nunca más volverán a cabalgar.

Charlotte asió impulsivamente la mano de Edwrd entre las suyas.

—No sabe lo aliviada que me siento. He estado tan preocupada por mi querida sobrina y por Jacob; porque, Bella, podrían haberte matado cuando tú... es decir...

Isabella puso los ojos en blanco como si pidiera la divina intervención.

—Cullen lo sabe todo tía.

—¿Cómo lo ha descubierto?

—Supo de Jake y Bells por Benjamin. Al parecer, éste nos oyó accidentalmente cuando Jacob y yo estábamos hablando.

—No me preocupa cómo lo descubrió. Estoy muy contenta de que se haya acabado. —Charlotte frunció el cejo—. No va a delatar a Bella, ¿verdad, lord Cullen?

—¿Y revelar que mi marquesa es una salteadora de caminos? —preguntó Edward secamente—. Me llevo a Isabella de Londres y de la tentación. Ya no tendrán que preocuparse por sus finanzas. Su familia es ahora responsabilidad mía.

—¿Responsabilidad o carga? —preguntó Isabella —. No quiero eso, Cullen.

—Benjamin me dio permiso para vender esta casa y depositar los beneficios en el banco a su nombre. Le he encargado el asunto a mi abogado. Ya no tendréis que vivir en la pobreza.

Isabella perdió la paciencia.

—¿Cómo te atreves a organizar mi vida sin consultarme? ¡Benjamin no tenía ningún derecho a designarte su agente! Ésta es la única casa que tenemos. ¿Qué va a hacer lady Charlotte? ¿Dónde vivirá Benjamin cuando concluya su educación?

—Estoy dedicándome al problema de Benjamin. En cuanto a lady Charlotte, mi abuela necesita una acompañante, y creo que ella y tu tía se llevarán de maravilla. Mi abuela enviará un carruaje más tarde para recoger a tu tía y a Jacob.

»Podría ir haciendo su equipaje, lady Charlotte, e informar a Jacob de que servirá en casa de mi abuela hasta que se produzcan otras disposiciones.

Charlotte se precipitó fuera de la sala con un revuelo de faldas. Isabella aguardó hasta que se hubo marchado, luego dijo:

—¿Qué otras disposiciones, Cullen?

—A su debido tiempo, tanto tu tía como Jacob vivirán con nosotros.

—¿Los vas a convertir en rehenes para obligarme a obedecer? ¿Qué les sucederá si me niego a casarme contigo?

—¡Maldita sea, Bella! ¡Estás poniendo a prueba mi paciencia! Vas a casarte conmigo y basta. No necesito rehenes para obligarte a aceptar. Tengo todas las municiones que necesito a mi disposición.

Con los brazos en jarras, Isabella se enfrentó a él abiertamente.

—¿Qué municiones, milord?

—Las identidades de Jake y Bells.

Isabella apretó los labios.

—De modo que te propones delatarnos.

—En absoluto. Pero te sugiero que lo pienses dos veces antes de rechazar mi propuesta.

Edward comprendía que estaba siendo innecesariamente duro, pero no podía permitir que Isabella volviese a la clase de vida que había llevado desde la muerte de su padre. Además, él le había prometido a Benjamin que pondría fin a las actividades ilegales de su hermana, y así lo haría.

Impulsado por una saludable dosis de culpabilidad, se proponía asumir la plena responsabilidad sobre Isabella y su familia. La había deseado y la había tomado sin pensar en su reputación, ahora debía pagar las consecuencias. No podía darle hijos, pero podía procurar que viviera en condiciones el resto de su vida. Cuando ya no hubiese ningún peligro de que la joven fuese descubierta, la dejaría volver a Londres.

Ella necesitaría amigos después de que él... Bueno, con suerte, eso no sería muy pronto. Hasta el momento, no había habido indicios de... lo que más temía.

Isabella se volvió en redondo y le dio la espalda a Edward.

—Has ganado, Cullen.

Edward contempló la graciosa curva de su espalda, su cuello, tenso de indignación, el orgulloso ladeamiento de la cabeza y sintió un sentimiento insoportablemente tierno y protector crecer en él. Había deseado a Isabella desde el primer momento en que había puesto los ojos en ella. Pero una vez la hubo tenido, aún la había deseado más. Ni siquiera su amante preferida le había complacido tanto como ella, cuya inocencia y poco mundano comportamiento lo mantenían en constante estado de excitación. Pensó que debía de estar madurando. Aunque sabía que no debería, la idea de sentar la cabeza con Isabella le resultaba enormemente atractiva. Lo único que no debía permitirse era perder el control durante sus momentos íntimos. No podía lastimarla dándole hijos.

La asió por los hombros, la volvió de cara a él y le alzó la barbilla. Había lágrimas en sus ojos y él se las enjugó con la yema del pulgar.

—Bella, confía en mí para mantenerte a salvo y proteger a tu familia. Te prometo que no serás desdichada.

Al ver que no obtendría respuesta alguna, Edward inclinó la cabeza y le rozó los labios con un beso, pero un simple roce no le bastaba. Resiguió con la lengua la curva de su boca en una petición silenciosa de que la abriera para él. Al principio, los labios de Isabella permanecieron tensos e inflexibles, pero finalmente se fueron separando bajo su suave persuasión. El beso comenzó lento e indolente, hasta estallar en insaciable pasión.

Edward no podía contenerse. La naturaleza de su beso se volvió completamente sensual, descaradamente audaz mientras la atraía hacia sí y la estrechaba con fuerza.

Isabella gimoteó a modo de protesta. Él estaba tan sorprendentemente excitado, tan desvergonzadamente duro, que apenas podía respirar. Lo que había comenzado como un simple beso, se había convertido rápidamente en algo salvaje y apasionado, y ella no debía permitir que aquello sucediera. Edward la deseaba, no la quería; la tomaba sin permiso, y la idea que él tenía de un matrimonio feliz no se correspondía con la suya. ¿Qué clase de hombre niega hijos a su mujer?

Se separó de él jadeante por el esfuerzo de controlar su respuesta ante el provocativo asalto de Edward. Lo miró a los ojos, sorprendida por la sensualidad que se reflejaba en la mirada fijada en ella.

—Por favor, Edward, aquí no. Ahora no.

Él dejó caer los brazos a los lados.

—Perdóname. Cuando estoy contigo pierdo totalmente el mundo de vista. Recoge tus cosas y dile a tu tía que nos vamos.

Isabella deseaba negarse, pero no podía. No creía que Edward delatara a Jacob, pero no podía asumir esa posibilidad. Un resto de sentido común le decía que Edward obraba bien impidiendo sus actividades, que su buena suerte no podía ser eterna, y que un día sería capturada por la ley. Pero aun así se resentía de sus dominantes modales.

Estar fuera del mercado matrimonial durante tantos años le había dado a Isabella una independencia de la que pocas mujeres disfrutaban, y entregar su libertad a un arrogante libertino como Cullen no iba a serle fácil. Se le ocurrió un pensamiento que la hizo sonreír. Ella no tendría que renunciar a su independencia tan duramente conseguida. El impenitente libertino probablemente tomase una amante y dejara que se las compusiera sola poco después de la boda.

—Tú ganas esta vez, Cullen —replicó concisa. Se volvió para marcharse—. Estaré lista en un momento.

— Isabella —le llamó Edward mientras la seguía al pie de la escalera—. Tienes que comprender que me siento obligado a esto. La culpabilidad me está matando. Yo te disparé. Y luego te comprometí. Eso me hace responsable de ti.

Isabella giró en redondo sobre sus talones.

—¿Culpabilidad? ¿Responsabilidad? Tus razones para ofrecerme matrimonio son inaceptables para mí.

Una perezosa sonrisa se dibujó en los labios de Edward.

—¿Y qué hay del deseo? Ésa me parece una buena razón para mí.

—Condenado e imposible libertino —murmuró Isabella mientras subía enérgicamente la escalera.

Edward, observándola desde abajo, admiró el gracioso balanceo de sus caderas y la delicada línea de sus tobillos.

—Recoge sólo lo esencial —exclamó tras ella—. Ya te he dicho que vamos a encargar un nuevo guardarropa.

Edward tuvo que aguardar sus buenos treinta minutos antes de que Isabella reapareciera, llevando una pequeña bolsa. Lady Charlotte y Jacob estaban con ella.

—¿No necesitaría Bella una acompañante? —preguntó Charlotte—. Tal vez debería ir con ustedes.

—No es necesario. La viuda de mi hermano reside en Cullen Park. Espero verlas a usted y a mi abuela allí dentro de pocos días. Le prometí a mi abuela que la boda no se celebraría hasta que ella llegase. Usted puede ayudarla con los detalles.

—¡Qué emocionante! —exclamó Charlotte, al parecer tranquilizada por la explicación de Edward—. Siempre he soñado con planear la boda de Bella.

Jacob carraspeó.

—Si me permite un atrevimiento, milord...

—¡Adelante, Jacob! Usted también puede expresar su opinión.

—La señorita Bella me ha dicho que usted estaba enterado de nuestras... actividades, y deseo decirle que sólo accedí a sus planes porque ella habría ido sola si yo no la hubiera acompañado. No pretendía poner su vida en peligro por nada del mundo.

—Es algo tarde para esos sentimientos —observó Edward—. ¿Estás preparada, Isabella?

Isabella abrazó a su tía y a Jacob, y luego se volvió hacia Edward.

—Estoy lista, milord. Tu chantaje ha funcionado. Tu silencio ha comprado una esposa.

Edward suspiró frustrado. No era un comienzo muy prometedor, pero era más de lo que había esperado. Que él fuera a casarse era ya un milagro en sí mismo. Había jurado que no tomaría nunca esposa tras oír las últimas palabras que su madre dirigió a su hermano. Esas palabras habían cambiado su vida. Y también la de su hermano, aunque Paul no había vivido lo bastante para experimentar las consecuencias de la confesión materna.

Desterró esos desagradables recuerdos, apoyó la mano de Isabella en la curva de su brazo y la condujo hacia la puerta principal y hasta su coche.

—¿Llegaremos hoy a tu finca? —preguntó Isabella cuando el vehículo comenzó a traquetear.

—No. Pasaremos la noche en una respetable posada que está a medio camino. Creo que encontrarás el Rey Jorge de tu agrado. La posada atiende a viajeros con título.

Isabella se quedó en silencio, y Edward se preguntó en qué estaría pensando. No tuvo que aguardar mucho rato para saberlo.

—Has dicho que la viuda de tu hermano vive en Cullen Park. ¿Debo entender que no ha vuelto a casarse?

Edward se removió incómodo.

—Supongo que Irina ha tenido muchas oportunidades de hacerlo, pero no ha encontrado a un hombre de su agrado.

—¿Cuántos años tiene?

—Tu edad, más o menos.

—¿Se quedará en Cullen Park cuando estemos casados?

—Sí, si así lo desea, pero imagino que se trasladará a su propia finca, algo más pequeña. Blue House formaba parte de su dote.

Isabella desvió la mirada hacia el paisaje por el que circulaban y Edward se concentró en sus propios pensamientos. Recordó cuando Irina le dijo que iba a casarse con su hermano. Era muy hermosa, etérea, de delicados rasgos y cabellos rubios casi blancos. Ella se había disculpado con delicadeza por haber escogido a Paul, explicando que sus padres la habían instado a aceptar al heredero en lugar de al segundo, y que así debía hacerlo.

Edward recordaba haber experimentado una momentánea furia, pero no había durado mucho. Todos ellos eran condenadamente jóvenes. Él y Paul habían estado siempre muy unidos, y no albergó ninguna mala voluntad hacia su hermano ni Irina después de la boda. Luego, su madre, en uno de sus momentos de lucidez, le había dicho algo a Paul que había cambiado irrevocablemente su vida.

Mirando por la ventanilla, Edward observó que había empezado a llover. Había amenazado lluvia todo el día, pero él había confiado en que el tiempo se mantuviera hasta que se detuvieran por la noche. Cuando el viento y la lluvia comenzaron a meterse en el coche, bajó las cortinillas de cuero de las ventanillas, desplegó una manta y la extendió sobre las rodillas de Isabella.

Los relámpagos atravesaban el cielo y los truenos retumbaban. Cuando el coche comenzó a avanzar con dificultad a causa del barro, Edward comprendió que no podían ir mucho más lejos por la posibilidad de quedarse encallados en algún tramo desierto de carretera. Dio unos golpecitos en el techo e instrucciones a Garret para que se detuviera en la siguiente posada que encontraran. Poco rato después, el carruaje entraba en el patio de una posada de sombrío aspecto, que Edward estaba seguro de que no estaría a la altura del más sencillo alojamiento. No obstante, era un refugio bienvenido.

Garret abrió la puerta y desplegó los escalones del carruaje. El agua le goteaba por la nariz y estaba empapado. Edward se bajó el primero haciendo una mueca cuando el barro le manchó las botas. Le tendió los brazos a Isabella y, cuando ella fue a poner el pie en un charco, Edward la cogió en brazos y la transportó bajo el letrero de El Gallo y el Cuervo hasta el calor aguardentoso de la posada. Garret se apresuró tras ellos sosteniendo un paraguas sobre sus cabezas.

Edward dejó a Isabella de pie en la puerta y se volvió para dirigirse al cochero.

—Acomode a los caballos, Garret, y luego vaya a calentarse junto al fuego. Yo encargaré las habitaciones y comida caliente.

El posadero se apresuró a recibirlos.

—Buenas tardes, milord. ¿Desea comida caliente y una habitación?

—Eso mismo. Dos habitaciones. Las mejores que tenga. Y un lugar para que duerma mi cochero.

—Las comidas no son problema, milord, pero no tengo habitaciones libres. —Hizo un ademán señalando la atestada sala común—. Como puede ver, estamos casi a punto de reventar esta noche.

Edward buscó a Isabella con la mirada y vio que se había dirigido hacia el enorme hogar de la sala común. Sus temblores lo convencieron de que incluso el más humilde alojamiento era mejor que ninguno.

—Debe de tener algo disponible. —Se sacó una corona de oro del bolsillo y se la ofreció al posadero—. Mi... esposa está helada y agotada. Cualquier habitación con una cama y un hogar bastarán.

El posadero se quedó mirando la pieza de oro por un instante y luego la cogió de los dedos de Edward.

—Hay una habitación que podemos ofrecerles, milord, pero no es lujosa. El Gallo y el Cuervo no es la clase de lugar que atrae a viajeros acomodados.

—Ya le he dicho que tomaremos lo que haya disponible.

—Está la habitación de mi hija. Ella puede dormir con mi mujer y conmigo esta noche y ustedes alojarse allí. La cama está limpia y el cuarto tiene un pequeño hogar. Si está de acuerdo, enviaré a un muchacho para que reanime el fuego mientras comen. Mi mujer es una cocinera aceptable. Esta noche ha preparado pastel de carne.

—Excelente —dijo el marqués. Sacó otra moneda de su bolsa—. Me gustaría que llevaran una bañera con agua caliente a la habitación. Y asegúrese de que atienden a mi cochero.

El posadero agarró la moneda, que, como la otra, desapareció en su bolsillo.

—Haré lo necesario en cuanto a la bañera, milord, pero lo único que puedo ofrecerle a su cochero es un banco cerca del fuego y comida caliente.

—Con eso bastará. Mi... esposa y yo aguardaremos nuestra cena en la sala común.

Edward fue en busca de Isabella y la condujo hacia una mesa vacía. Garret entró en la posada al cabo de un momento llevando su equipaje. Se lo entregó al posadero y se acercó al calor del fuego.

—Tengo que hablar con Garret, Bella —dijo Edward mientras ella se sentaba a la mesa—. El posadero nos ha ofrecido la habitación de su hija. La están preparando mientras comemos. Nuestra comida llegará pronto.

—Milord —dijo Isabella cuando él se marchaba—, ¿compartiremos habitación?

A Edward se le ensombrecieron los ojos.

—No había habitaciones disponibles. He tenido que sobornar al posadero para que nos cediera la de su hija. No me apetecía mucho dormir en un banco de la sala común y he supuesto que a ti tampoco.

Inclinó la cabeza y se alejó.

Conteniendo su ira, Isabella se lo quedó mirando. Tener la vida organizada y que ignorasen sus opiniones no era algo que llevase muy bien. Ella no deseaba que un hombre le dijera adonde debía ir y qué tenía que hacer. Estaba segura de que Edward la consideraba solamente como otra mujer que calentaba su lecho. El sentido común le decía que no permanecería fiel a sus votos matrimoniales. Le había propuesto casarse por razones inaceptables para ella. Deber y culpabilidad eran pobres sustitutos de amor y respeto. Edward le había disparado y su orgullo masculino exigía que la desposara, pero el orgullo femenino de ella se rebelaba.

Llegó la comida y Edward regresó a la mesa.

—Huele bien —comentó, sirviendo una generosa ración del pastel de carne y hojaldre en el plato de Isabella antes de servirse en el suyo.

Isabella comió en silencio. Estaba hambrienta, pero el olor a cuerpos sucios y cerveza rancia le provocaba espasmos en el estómago. Bebió un sorbo de cerveza prudentemente hasta que el estómago se le calmó, y luego comenzó a comer. Cuando llegó la tarta de frutas cubierta con crema, simplemente la miró y la apartó a un lado.

—No puedo comer un bocado más.

—Estás agotada —dijo Edward echando hacia atrás su silla—. ¿Nos retiramos?

—Buenas noches, milord, milady —los despidió el posadero mientras subían la escalera—. Que duerman a gusto.

La habitación resultó ser un lugar acogedor bajo el alero. Un fuego bailoteaba alegremente en el hogar y una bañera de agua caliente los aguardaba. Un lecho pequeño, pero en condiciones, estaba colocado junto a la única ventana, en esos momentos sacudida por la lluvia torrencial.

—Parece bastante limpia —comentó Edward tras una inspección superficial—. Somos afortunados de tenerla.

Retiró la capa de los hombros de Isabella y le desató las cintas del sombrero.

—Quítate la ropa y métete en la bañera.

—¿Qué vas a hacer mientras yo me baño? —preguntó Isabella desafiante.

Ella aún no le pertenecía y deseaba que él fuera consciente de ello.

—Te he visto antes desnuda, Bella.

Ella irguió la barbilla, retadora.

—Nunca me has visto bañarme. Algo tan personal debe estar reservado para los matrimonios.

—Pones enormemente a prueba mi paciencia, Bella. Pero muy bien. Si prefieres bañarte en privado, bajaré a la sala común y compartiré una botella con Garret.

Isabella sonrió satisfecha cuando él salió de la habitación. Lo que realmente contaba era que ella había ganado un asalto en su batalla para sobrevivir como esposa de Edward. Estaba convencida de que, una vez estuvieran casados, él regresaría a Londres para satisfacer su naturaleza sensual, dejándola sola, sin ni siquiera el consuelo de los hijos para llenar sus días vacíos.

Isabella se desnudó y se metió en la bañera. El agua caliente le sentó estupendamente y se dejó envolver por el calor acogedor. Tras un breve momento, cogió el jabón y un paño y se frotó entera. Cuando acabó, cerró los ojos y apoyó la cabeza atrás, en el borde, con su larga cabellera rojiza cayendo hacia fuera como una brillante cascada.

 

 

Cuando los hombres comenzaron a tenderse sobre los bancos de la sala común, Edward decidió que era hora de retirarse. Se acabó su botella y se despidió de Garret. No estaba bebido, pero la cerveza le había originado un calor que se extendía por todo su cuerpo y se encharcaba en sus ingles. Pensó en Bella acostanda cómoda y calentita en su lecho y le entró una gran impaciencia para reunirse con ella. Visualizó su cuerpo sonrojado por el baño, sus largas piernas extendiéndose en sensual abandono y sus brazos buscándole a él.

Sintió que su miembro se engrosaba, notó cómo latía, y el deseo por la pequeña ladrona de ojos castaños lo impulsó a subir rápidamente la escalera. La luz se filtraba por debajo de la puerta y él la abrió al instante. Dirigió su mirada al lecho: estaba vacío. El temor le puso un nudo en la garganta. Conociendo a su Bella, pensó que probablemente se habría escabullido por la escalera posterior y habría huido.

¡Maldita fuera! Entró en la habitación, miró la bañera y se quedó paralizado. Isabella parecía estar durmiendo, tenía la cabeza apoyada contra el borde y sus largos cabellos caían hasta el suelo. Lo invadió una sensación de alivio.

Se quitó la chaqueta y la camisa y levantó a Isabella cuidadosamente de la bañera, envolviendo con una toalla su cuerpo goteante. Ella murmuró y se agitó, pero no despertó mientras la transportaba al lecho y secaba su sonrosada carne con la toalla. Luego se quitó el resto de la ropa y se acostó junto a ella.

Impulsado por la necesidad de besar sus dulces labios, de probar su carne perfumada y acariciar con la lengua su fragante centro, la volvió en sus brazos de cara a él. Si no sentía pronto su tensa vagina  rodeando su miembro y en los oídos los clamorosos jadeos de ella mientras la complacía, sin duda perecería.

—Te deseo, Bella —susurró contra su boca.

—Hummm.

En el momento en que sus labios reclamaron los de ella, Isabella despertó.

—¿Qué estás haciendo, Edward?

—¡Haciéndote el amor!

—No, yo deseo...

Con un arrebato de diversión mezclado con el calor de sus ojos, Edward inclinó la cabeza y la besó, trazando un ardiente sendero hasta su ombligo. Deslizó su cálida lengua en torno y en el interior del diminuto hueco.

—¿Estás segura?

—Sí... no... No lo sé. Me confundes.

—Puedo ver que me deseas.

Con la punta de los dedos, separó los rizos entre sus muslos encontrando fácilmente el sensible clítoris que se ocultaba entre ellos. Ella profirió un sonido de impotencia ante el contacto, una protesta que él ignoró. Bajó la boca y Isabella sintió cómo sus dedos la abrían. Sus labios se separaron y su lengua se precipitó investigándola con excitantes caricias. Ella sintió el éxtasis extenderse por todo su cuerpo: sus nervios clamaban pidiendo más. Cualquier pensamiento coherente desapareció ante la vista de la cabeza de Edward entre sus piernas.

—¡Edward, por favor!

Él le sonrió.

—Estoy a tu disposición, amor.

Luego, volvió a inclinar la cabeza y posó de nuevo su boca sobre ella, catando y acariciando con la lengua con delicada pericia.

Mientras él se instalaba más firmemente entre sus piernas, Isabella profirió un suspiro de rendición y se arqueó contra él. La sensación se desplegó en su interior. Temblando, se tensó hacia el esquivo placer que parecía estar fuera del alcance.

Abrió la boca, pero de ella no surgió ningún sonido. Edward era implacable. Su habilidad para conseguir tan poderosa respuesta de ella era impresionante, y Isabella no podía hacer nada por evitarlo. Él conmovía algo en su corazón, algo que ningún otro hombre había descubierto, y que la asustaba.

Luego él la llevó al clímax con una caricia distinta de su lengua. Isabella aún estaba estremeciéndose con gozoso temblor cuando el hombre cubrió su boca con la suya alimentándola con la dulce esencia de su propio sabor. Cuando él flexionó las caderas y se deslizó profundamente en su interior, Isabella lo acogió en su cuerpo con un grito de placer, devolviéndole el beso y arqueándose hacia él mientras Edward comenzaba a moverse enérgicamente sobre ella.

Un chispazo prendió fuego en Isabella, que se sintió poseída. Consumida. Sumida en un terrible infierno. Hundió los dedos en sus negros cabellos y se movió rítmicamente al unísono con la agitada arremetida de sus caderas. Su cuerpo experimentaba el placer en estado puro y su mente se cerró a todo lo demás.

—Bella, mírame.

Su voz le llegó como a través de una gran distancia. Levantó la mirada hacia él. Su rostro se agitó hasta enfocar la vista, sus ojos dos brillantes esferas de deseo.

—Déjate ir. Te poseo, amor. Entrégate a mí.

Sus palabras comportaban sólo cierta medida de cordura. ¿Cómo podía ella entregarse a él cuando él nunca le pertenecería por completo? Los hombres como Cullen poseían. Se aferraban a sus posesiones exigiendo completa rendición y sin ofrecer nada de sí mismos a cambio. Pero no importaba cuan desesperadamente deseara reprimir ella una reacción, el experto modo de hacer el amor de él la conducía sin remedio a un arrebatador clímax.

Edward gimió mientras los temblores estremecían su cuerpo. Sentir las contracciones de Isabella en su miembro, su tensa respiración a cada inmersión de su cuerpo en el de ella, era demasiado. En su interior se estaba fraguando una tormenta. Arremetió implacablemente, penetrándola cada vez con mayor profundidad a cada salvaje acometida. El clímax de ella llevó a Edward al límite, pero logró salir justo a tiempo, vertiendo su simiente sobre el estómago de la joven.

Rodando hacia un lado, cogió la toalla del suelo y suavemente secó la mancha de semen. Isabella se apartó de su lado, pero él la cogió entre sus brazos y la atrajo hacia sí. Estaba casi dormido cuando sintió que sus lágrimas le humedecían el pecho. Se apoyó en el codo y fijó la vista en la casi extinguida luz del ruego.

—¿Por qué lloras?

—¿Por qué no deseas hijos?

Él suspiró.

—Duérmete, Bella. Algún día me agradecerás que tome precauciones.

*******************************************************************

Hola niñassssssssss gracias por sus comentarios de verdad, bueno aqui les dejo el capi y diganme q opina ....

Diooooooooosssssssssss no puedo con Edward el es bello, caballeroso pero cara.... porq no admite lo q siente por Bella aggggrrrr me da rabia y a parte entonces no quiere hijos : (   No puedo con el ......

Bueno las dejo y un millon de besos

por fis por fis demen sus comentarios y sus votitos las adoros por apoyarme.....

Y a parte mmmmm dejenme ver  si puedo subir un capi mañana.... mmmmmm tendria q pensarlo...

Besos sus amiga Claudia (Gothic)

 

Capítulo 12: Capitulo 12 Capítulo 14: Capitulo 14

 
14448557 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10763 usuarios