El Noble y la Ladrona (+18)

Autor: Gothic
Género: + 18
Fecha Creación: 15/08/2010
Fecha Actualización: 13/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 29
Comentarios: 57
Visitas: 81795
Capítulos: 22

Cuando un audaz salteador de caminos asaltó su carruaje y apuntó con una pistola a una parte crucial de su anatomía, el marqués de Cullen tuvo que efectuar una elección crítica, entregar el anillo de su hermano fallecido o perder las joyas de la familia.

Edward decidió separarse del recuerdo, pero sólo de modo temporal. Localizaría al ladrón de los inolvidables ojos color Chocolate aunque fuese lo último que hiciera.

Para todos era conocida la escandalosa reputación de la Liga de los Libertinos de Londres, de modo que, cuando el más infame de sus miembros la tomó entre sus brazos en un baile de sociedad, Isabella Swan comprendió que sus intenciones no eran nada honorables.

La fogosa persecución de Edward hizo que sus ojos chocolates se abriesen de par en par y el pulso se le acelerase, pero…
 
¿Él iba en busca de una amante o de la picara que se había atrevido a robarle a punta de pistola?
Fuera como fuese, Isabella  sabía que le había llegado la hora de devolver lo robado, y estaba más que deseosa de entregarle tanto su cuerpo como su corazón.

Disclaimer : Esta historia es una adaptación de una novela, sólo he tomado partes de la trama y la he adaptado con los personajes de la saga crepúsculo, que le pertenecen a Stephanie Meyer.

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Capítulo 2:

Acompañado por sus dos amigos, Edward se mezcló con la multitud que asistía al baile de la condesa de Sutherland, y sintió un abrumador temor cuando advirtió la sobreabundancia de jóvenes vestidas de blanco virginal, el color utilizado por todas las debutantes recién presentadas en sociedad.


—No sé cómo he podido dejarme convencer para que me trajeras aquí —se quejó Emmet en un aparte con Edward —. Observa toda la atención que hemos despertado. Esta sala contiene más mamás ansiosas de casar a sus hijas con un título de las que he visto desde hace mucho.


—Yo no estoy buscando una esposa —intervino Jazz—, y, afortunadamente, ninguna está persiguiéndome para casarse conmigo. Mi título no es lo bastante importante como para obtener la atención que despertáis vosotros dos.


—Mi abuela estaba en lo cierto —repuso Edward —. Pero no puede comprender por qué me niego a tomar esposa.
Emmet soltó una estrepitosa carcajada.


— ¿Sabe tu abuela lo ocupado que estás con las rameras? Tú, Whitlock y yo somos libertinos impenitentes. No me extrañaría que todos acabáramos siendo unos perdidos.


—Pues que así sea —replicó Edward—. Voy a saludar a la abuela y a emborracharme luego.
— ¿Tu abuela no es esa que está hablando con la duquesa viuda? —señaló Jazz.
Edward dejó escapar un suspiro angustiado.


—En efecto, lo es. Disculpadme, caballeros, el deber me llama.
— ¡Atención, ahí viene lady Randall remolcando a sus dos poco elegantes hijas! —Advirtió Jazz  antes de que Edward tuviera tiempo de escapar—. Y la indómita dama tiene esa mirada en los ojos. Ha llegado el momento de que me vaya. Me reuniré con vosotros más tarde.


—Cobarde —siseó Edward mientras Jazz efectuaba una rápida retirada dejando que Em y Edward se enfrentaran solos a lady Randall y sus dos hijas casaderas.
—Lord Cullen, lord McCarty —saludó lady Randall con gran deleite—. ¿Era lord Whitlock ese a quien he visto irse apresuradamente?


—En efecto, lo era —repuso Edward—. Acaba de acordarse de un compromiso anterior.
—Recuerdan a mis hijas, ¿verdad? Senna y Kachiri, saludad al marqués y al conde.
Edward forzó una sonrisa complacida. Aunque conocía a ambas damas, ninguna le atraía. Senna tenía los dientes saltones y era algo regordeta, mientras que Kachiri, más joven y bonita, tenía el cerebro de un mosquito. Su agitación de pestañas y manos lo dejaban completamente exhausto.


Tras cambiar algunos huecos cumplidos, Edward se despidió.
—Discúlpenme, señoras, mi abuela requiere mi atención.
—Te acompañaré, Cullen —dijo Em—, aún tengo que saludar a nuestra anfitriona.
—Uf, ha sido una encerrona —comentó Edward —. Después de que hable con la abuela tengo intenciones de irme. He hecho acto de presencia y cumplido mi compromiso. ¿Recogemos a Whitlock y nos vamos a Brook's? Aquí hay poco que... —se detuvo en mitad de la frase—. ¡Diablos!, ¿quién es?


Edward no podía dejar de mirar a la dama que había junto a la puerta. ¿Por qué no la había visto antes? ¿Dónde se había escondido? Era evidente que no era nueva en aquel comercio del matrimonio, pues su aplomo y madurez indicaban que no se hallaba en su primera juventud. Sin embargo su edad no mermaba en absoluto su fulgurante belleza.


Em siguió la dirección de la mirada de Edward.
—Vaya, imagínate, encontrar aquí a lady Isabella Swan. Es impresionante, ¿verdad?
Edward pensó que eso era quedarse corto. No sólo era una dama excepcional en todos los sentidos, sino que también era original, con su oscuro cabello castaño y su tez impecable. La mayoría de castañas tenían el cutis pálido, pero lady Isabella era la excepción.


— ¿Está casada? No veo a ningún marido merodeando junto a ella. ¿Está disponible para tomar un amante?
—Guarda tu miembro en los calzones, Edward —le aconsejó Em—. Lady Isabella Swan está soltera. Es la hija del finado conde de Forks.
—He oído el nombre, pero no sé nada de él.
—Falleció de modo bastante deshonroso mientras tú estabas con Wellington en la Península.


— ¿Deshonroso?
—Se enfrentó en duelo por una prostituta que trabajaba en Covent Garden. Bastante necio por su parte, pero tras la muerte de su esposa, el hombre perdió la cordura. Por desdicha, algunos amigos suyos se aprovecharon de él. Se dice que dejó un montón de deudas a las que tuvieron que hacer frente su hijo y su hija.
—Pues deben de habérselas arreglado bien solos, porque lady Swan y su acompañante van a la última moda.


—Su acompañante es lady Charlotte Swan, hermana soltera del fallecido lord Forks. Ella crió a los hijos de Forks a la muerte de su madre.
— ¿Por qué no se ha casado Isabella? No se entiende que una mujer de semejante belleza permanezca aún soltera.


—No tiene dote —repuso Emmet encogiéndose de hombros—. Tengo entendido que Doncaster agotó la fortuna familiar, incluida la dote de su hija. Una vez pagadas las deudas, apenas quedó suficiente para mantenerlas en refinada pobreza y enviar al joven heredero a Oxford. Aunque, como comprenderás, todo son habladurías, en realidad nadie conoce el verdadero estado de las finanzas familiares. Ella rara vez asiste a actos sociales.
— ¿La conoces?


—Sí.
—Preséntamela. Si necesita un protector, yo soy su hombre.
Em sonrió.
— ¿Vuelves a pensar con el pene? Las vírgenes son algo prohibido para hombres como nosotros. No desearás acabar encadenado, ¿verdad?
—Estás asumiendo que la dama es virgen, Em —dijo Edward—. Sólo porque no circulen habladurías sobre ella no significa que no haya tenido amantes. Mira, ¿ése no es lord Volturi, husmeando a su alrededor? Parecen conocerse muy bien. Si ella conoce a ese odioso bastardo, no puede ser tan pura como crees. ¿No dejó Volturi embarazada a la hija de un comerciante y se negó a casarse con ella? Dicen que la chica se mató, ¿es cierto?
—Ése es el rumor.


—Pese a su evidente amistad con Volturi, deseo conocerla. Preséntamela.
Tratando de que no se le notase la ira en la expresión, Isabella paseó la mirada sobre las numerosas personas que había en la elegante sala de baile de la duquesa viuda.


—Esto va a ser fácil —le dijo a su tía en un aparte—. Hay tantísima gente merodeando por aquí que, cuando llegue el momento, es imposible que mi breve desaparición despierte sospechas.
—Preferiría que no lo hicieras, querida. ¿Y si te sorprenden? ¿Y si...?
—No te preocupes, tía. Seré cuidadosa. Necesitamos el dinero y éste es el único medio. Vamos a saludar a nuestra anfitriona.
— ¡Isabella, querida, qué agradable sorpresa!
Isabella contuvo un gemido. Volturi era la última persona a quien deseaba ver. Le ponía los pelos de punta.
—Lord Volturi —saludó secamente.


—He estado pensando en usted, Isabella. ¿Cuándo va a aceptar mi propuesta? Todavía tengo la licencia especial que me procuré la primera vez que se lo propuse. Sus negativas son agotadoras.
—No he cambiado de idea, milord. No tengo intenciones de casarme con usted.
Volturi se pasó la delgada mano por sus lustrosos cabellos y miró fríamente a Isabella.


—Eso me sorprende. Sé que Forks despilfarró su dote. Yo soy su única esperanza de tener un marido y una familia.
—Usted podía haber detenido la ruina de mi padre si lo hubiera deseado —replicó Isabella con helado desdén.


— ¿Por qué continúa culpándome de la muerte de su padre? Él se labró su propia desgracia. Yo no podía hacer nada para frenarla.
—Eso dice. Pero era su amigo: debería haberle ayudado.
—Eso es agua pasada, Isabella. Está comenzando una contradanza, ¿bailamos?
—No. Yo...


Volturi no le dio ninguna oportunidad de negarse, le enlazó el brazo con el suyo y la arrastró a la atestada pista de baile. Isabella se volvió a mirar a su tía, la vio balancearse mareada y trató de separarse de Volturi para acudir en su ayuda, pero él la arrastró en la danza. Ella observó de reojo cómo un hombre pasaba un brazo por la cintura de su tía sosteniéndola.


Aquella breve mirada fue suficiente para helarle la sangre en las venas. ¡Era él, el hombre a quien había robado! ¡Maldición! ¡Qué malísima suerte! Luego se obligó a recuperar la calma recordándose que él no tenía motivos para sospechar de ella.
—Relájate, Isabella, no voy a morderte.
—Para usted soy lady Isabella —replicó cortante—. La familiaridad conduce al desprecio, milord.
—Somos viejos amigos, Isabella. Nos conocemos desde hace muchos años. —Se inclinó hacia ella—. Seríamos más que amigos si accedieras a ser mi esposa.
Por fortuna la danza concluyó.


— ¿Salimos fuera a tomar un poco el aire? —propuso Volturi.
—No, gracias —replicó Isabella —. Mi tía me necesita. No tiene buen aspecto.
Se dirigió rápidamente hacia Charlotte, deteniéndose con brusquedad al ver que charlaba con aquel hombre. Otro hombre al que reconoció vagamente estaba con él. Isabella deseó dar media vuelta y echar a correr, pero una mirada sobre el hombro le permitió ver a Volturi avanzando hacia ella. Si deseaba evitar más contacto con él, no tenía más remedio que buscar a su tía. Sólo tenía que asegurarse de que no daba ningún motivo para que aquel inquietante hombre sospechara que ella era la ladrona.


Cuando llegó al lado de su tía ambos hombres se volvieron mirándola expectantes, pero sólo uno de ellos mereció su atención. A la luz de centenares de velas, su duro y atractivo rostro no mostraba nada de la disipación que ella había advertido la noche del asalto. Sus anchos hombros tensaban las costuras de su elegante chaqueta azul oscuro y sus tensados calzones de ante no dejaban nada de su anatomía a la imaginación. Su cabello color cobrizo era varias tonalidades y los ojos de ese verde esmeralda y las cejas describían un inconfundible arco aristocrático.


Exhalaba arrogancia y libertinaje. Era la clase de hombre que no le gustaba y en quien no confiaba. Su amigo era tan atractivo y parecía tan hastiado como él. Aunque le resultaba familiar, no podía recordar su nombre.
— Isabella, querida —comenzó tía Charlotte—, recuerdas a lord McCarty, ¿verdad? Lo conocimos hace un año, en Eggerlys. Y el caballero que le acompaña es lord Edward Masen, marqués de Cullen. Lord Cullen, mi sobrina, lady Isabella Swan.


Sobreponiéndose al momentáneo desfallecimiento que sintió al pensar que había robado a un marqués, Isabella ofreció una mano levemente temblorosa a lord Cullen. Con los modales de un perfecto caballero, él se la tomó y se inclinó ante ella, pero el modo en que le rozó la palma con las yemas de los dedos fue más que turbador. Isabella pudo sentir el calor de su aliento a través del tenue tejido del guante, y retiró la mano antes de que su temblor la delatase.
—Están tocando un vals. Lady Isabella, ¿me hace el favor de bailar conmigo?
Ella se quedó muy sorprendida al ver que la muy correcta condesa viuda permitía que el controvertido vals se interpretara en su fiesta. Estaba considerado un baile poco decente, e Isabella no se había molestado en aprenderlo.
—Lo siento, no estoy familiarizada con los pasos —objetó Isabella.
—En realidad, son muy sencillos. Limítese a seguirme.


Sin esperar siquiera su respuesta, le pasó el brazo por la cintura y la condujo a la pista de baile. La mantuvo próxima a él, demasiado próxima para la paz mental de Isabella.
—Tiene unos ojos de un hermoso color chocolate —dijo Edward mientras giraba con ella ejecutando un paso que la hizo tropezar.
Ella se asió a él con más fuerza mientras su firme brazo la aseguraba.
—No se preocupe, un paso en falso no es una catástrofe. Sígame, uno, dos tres... vuelta. Uno, dos tres, vuelta. Eso es. —La iba guiando mientras ella cogía el ritmo—. Tiene una predisposición natural para la danza.
Casi sin aliento y prendida en el baile, ella no respondió.
— ¿Nos hemos visto antes, lady Isabella? —preguntó Edward mirándola fijamente a los ojos.
—Asisto a pocos eventos sociales —repuso ella tras encontrar por fin la voz—. Dudo que nos hayamos visto anteriormente.
—Es raro —reflexionó él—. Hubiera jurado...
—Pues está equivocado —lo cortó secamente.


Él estrechó el abrazo e Isabella sintió un alarmante roce de su pierna entre sus muslos mientras Edward realizaba un suave giro. Aunque su movimiento no era abiertamente sexual y se ceñía estrictamente a la danza, Isabella sintió un estremecimiento interior. Al bailar con Volturi sólo había sentido repulsión, pero Cullen no era Volturi, y repulsión no era exactamente lo que estaba experimentando. La presión de su fuerte cuerpo masculino contra ella era desconcertante.


— ¿Conoce bien a Volturi? —preguntó Edward.
Isabella parpadeó.
— ¿Qué? ¿Qué ha dicho usted?
¿A qué se refería Cullen?
— ¿Es Volturi un amigo íntimo?
Isabella le pisó un pie, pero los fuertes brazos de Cullen permanecieron firmes sin soltarla. Su ira creció, y trató de separarse, pero la implacable presión de él en su cintura la mantuvo firmemente en el sitio. Ella no disponía más que de las palabras para protestar.
— ¡Cómo se atreve! ¡Si está suponiendo lo que yo creo, no puede estar más equivocado!
—Discúlpeme, milady, no pretendía ser impertinente.
Isabella levantó la mirada hacia el seductor rostro del marqués y no vio en él ni una pizca de remordimiento. El hombre era tan arrogante, que se merecía el robo. Durante el resto del vals, permaneció obstinadamente muda, con el cuerpo rígido y negándose a mirarlo.


— ¿Está enfadada conmigo? —preguntó Edward con un asomo de diversión.
—En absoluto —mintió Isabella —. No soy una chiquilla de cabeza hueca incapaz de distinguir a un impenitente libertino de un caballero.
— ¿Cuántos impenitentes libertinos conoce además de Volturi, lady Isabella?
—Sólo uno, lord Cullen —repuso Isabella mirándolo directamente a los ojos.
Para su mortificación, el atractivo marqués echó la cabeza hacia atrás y se rió.
—Touché, milady. Bien hecho.


Antes de que Isabella tuviese tiempo de felicitarse por su respuesta, Cullen la arrastró hacia las puertas cristaleras abiertas y salió con ella a la terraza, donde la apoyó contra la balaustrada, en una esquina oscura, y le plantó delante su figura impecablemente vestida.
—Me ha parecido que necesitaba respirar aire puro —dijo Edward con aplomo.
—Pues está equivocado —replicó Isabella fríamente. Déjeme volver inmediatamente a la sala de baile. Si no me ve, mi tía se preocupará.
Al tiempo que decía eso, trató de esquivarlo, pero él la atrapó contra la barandilla de piedra cercándola con los brazos, uno a cada lado del cuerpo de ella.
—La dejo marchar si responde a una simple pregunta, lady Isabella.
Olivia no tenía más remedio que acceder. Esperaba que su pregunta no tuviera nada que ver con el robo.


— ¿Es usted tan inocente como pretende?
— ¡Cómo se atreve! —exclamó mientras echaba la mano hacia atrás y le propinaba un bien dirigido bofetón.
Él se tambaleó, pero no la soltó.
— ¿Qué he hecho para merecer esta clase de canallesco tratamiento de usted? —preguntó Isabella —. ¿Por qué me formula usted tan insultante pregunta?
—Deseo ser su amante —replicó Edward—, y evito a las ingenuas como una plaga. La he visto hablando con Volturi. Su desagradable reputación aventaja a la mía. —Se encogió de hombros—. Simplemente he supuesto...
—Usted supone demasiado —lo cortó ella.


Edward miró los enojados ojos marrones de Isabella y sintió una extraña sensación de familiaridad. Algo aguijoneaba su memoria, pero la impresión era demasiado vaga para asirla. Se había mirado antes en aquellos mismos ojos de matiz esmeralda, estaba seguro. Pero ¿dónde? ¿Cuándo? Edward sabía que se estaba comportando como un asno sin principios, pero parecía no poder evitarlo. Había algo en Isabella  Swan que sacaba lo peor de él.


Sus tersos hombros brillaban tentadores a la luz de la luna y la cintura imperio de su vestido de muselina verde y oro realzaba los firmes contornos de sus perfectos senos. Si seguía los dictados de la moda, debajo no debía de llevar nada más que unas simples enaguas. El excitante pensamiento de las pocas capas de ropa que los separaban envió una oleada de sangre caliente a sus ingles.
Edward la deseaba. ¿Por qué aquella mujer le resultaba tan familiar? ¡Maldición y condenación! ¿Por qué tenía que ser ella inocente? ¿O no lo era? En realidad no le había dado una respuesta. De notable mala gana, retiró los brazos de la barandilla y retrocedió.


—Una vez más le ruego que me disculpe, lady Isabella. Nunca he encontrado a una mujer que me encendiera así la sangre. Usted es una dama y la he tratado sin respeto, pero realmente no puede censurarme. Es excepcionalmente hermosa y aún más enigmática, lady Isabella.
—Seguro que bromea, milord. Hice mi presentación en sociedad hace varios años y estoy considerada como una solterona. Dirija sus dudosas atenciones a alguna de las jovencitas que buscan marido. Yo no tengo dote ni perspectivas, y estoy totalmente satisfecha con mi vida.
—Y ningún amante —le hizo añadir a Edward un perverso diablo—. Muy mal. Tengo entendido que se encuentra en aprietos financieros. Si estuviera buscando un protector, yo podría ayudarla.
—Puedo protegerme sola, gracias —resopló Isabella mientras se retiraba prudentemente.


Si no había entendido mal, el marqués acababa de pedirle que fuese su amante. La insolencia del hombre no conocía límites.
Con un resoplido desdeñoso, Isabella se alejó de él y se precipitó por las puertas cristaleras dentro de la atestada sala de baile. Tenía una misión y nadie iba a detenerla; en especial un presuntuoso libertino como Cullen.
Isabella encontró a su tía Charlotte sentada con un grupo de matronas que inspeccionaban a los hombres disponibles para sus hijas. Al verlas, Charlotte se levantó al punto y arrastró a Isabella hacia un rincón.
— ¿Dónde te habías metido, Bella? Te he visto bailar con lord Cullen, pero luego has desaparecido. Estaba empezando a preocuparme, en especial después de lo que me he enterado acerca del marqués.
La atención de Isabella se agudizó.
— ¿De qué te has enterado, tía?


—El hombre es un libertino insensible, jugador y mujeriego. Recibió el título cuando su hermano mayor se ahogó en un accidente de barco. Cullen estuvo con Wellington en la Península. Me han dicho que es un héroe de guerra. Se había propuesto hacer carrera en el ejército, hasta que fue convocado a casa tras la muerte de su hermano. Circulan rumores de que él no quería el título, pero que no tuvo elección. Su hermano dejó viuda más no heredero.
—No se necesita ser vidente para reconocer lo que es Cullen —observó Isabella.
—He hablado brevemente con su abuela, la marquesa viuda. Está preocupada por él y por su desgana para darle un heredero al título. Ve con cuidado, querida. Me temo que ha puesto en ti miradas lujuriosas, y puesto que parece reacio al matrimonio, sus atenciones no pueden ser honorables.
—No te preocupes, tía, sé cuidar de mí misma.


—Y eso no es todo —susurró Charlotte—. Dicen que no se ha casado porque está enamorado de la esposa de su hermano. Que se incorporó al ejército porque la mujer que él amaba lo rechazó y se casó con su hermano. Cullen no ha visitado la mansión familiar de Royce II ni a su cuñada desde que regresó a su hogar, ya hace tres años.
—Cullen no parece de los que se mueren de pena por un amor perdido —se burló Isabella.
—Me siento inclinada a creer lo mismo que tú, querida, pero a la gente le gusta hablar... —Se acercó más a ella—. El marqués forma parte de la famosa Liga de los Libertinos de Londres, esos hombres escandalosos sobre los que hemos leído en los diarios. —Por mi experiencia, diría que el marqués posee un temperamento depravado, y probablemente sea incapaz de discernir lo bueno de lo malo. Dudo mucho que esté enamorado de la viuda de su hermano. Creo que no tiene corazón y aún menos escrúpulos.


Alma le dirigió una extraña mirada.
— ¿Te ha insultado el marqués, querida Bella?
—Debes saberlo, tía. Fue el carruaje del marqués el que robamos Jacob y yo.
Charlotte se tambaleó y dejó escapar un gemido con los ojos desorbitados por el pánico.
—Tranquila, tía, Cullen no me ha reconocido. No tiene motivos para creer que soy otra cosa que lo que parezco.
—Su presencia aquí lo cambia todo —repuso Charlotte con voz estremecida—. Debemos irnos inmediatamente.
—No cambia nada, tía. Debemos el pago trimestral de Benjamín en la universidad y el techo no se arreglará solo. Tengo que hacer lo que he venido a hacer.
— ¿Estás segura de que no existe otro medio?
—Ya hemos agotado este tema, tía. Regresa con las damas y disfruta tanto como puedas.


— ¿Qué vas a hacer?
La pregunta se respondió por sí sola cuando un joven se acercó a Isabella para pedirle un baile. Ella aceptó graciosamente y fue conducida a la pista. Mientras marcaba los pasos con su compañero, sintió una sensación molesta en la nuca y vio que Cullen se encontraba en un lateral, observándola con una expresión de desconcierto. Ella bailó varias danzas con diferentes parejas y luego, de pronto, volvió a encontrarse frente a Cullen. Él dirigió a los jóvenes que la rodeaban una mirada amenazadora y éstos se diseminaron como hojas a impulsos del viento.
—He pedido otro vals y no se me ocurre nadie mejor con quien bailarlo que usted —dijo inclinándose ante ella.
—Pues yo he decidido descansar durante el próximo baile —replicó Isabella.
Se volvía ya para alejarse cuando se encontró con la duquesa viuda Sutherland ante ella.


—Isabella, querida, estoy encantada de que hayas venido —exclamó la viuda con envenenado entusiasmo—. En estos días se te ve poco en general. Dime —dijo, inclinándose hacia adelante con mirada ávida de curiosidad—, ¿dónde has encontrado el dinero para comprar estos encantadores vestidos que lleváis tú y tu tía? ¿Has robado un banco? O, mejor aún, ¿has encontrado un protector rico? ¿Sigue Volturi interesado por ti?


Isabella deseó caer allí mismo fulminada. Si el propósito de la duquesa había sido insultarla ante el marqués, lo había conseguido.
—Tía Charlotte y yo nos arreglamos muy bien con lo que papá nos dejó, pero le agradezco su preocupación —repuso Isabella con suavidad—. Discúlpeme, iba a descansar un poco los pies —añadió mientras se apresuraba a retirarse.
Edward observó con una divertida expresión en el rostro cómo Isabella se alejaba rápidamente.


—Está destinada a ser una solterona, ¿sabe? —Dijo la marquesa con una pizca de malicia—. La reputación de su padre y su falta de dote la hacen por completo inapropiada.
—He estado lejos de Inglaterra durante los años de la guerra y no sé nada de la familia de lady Isabella.
—Lord Forks podía haberse casado conmigo cuando falleció su esposa, pero en lugar de ello escogió una vida de disipación. Tengo entendido que dejó a su familia sin un penique, salvo un pequeño estipendio anual. No sé cómo consigue Isabella mantener la familia a flote.


Edward reconocía la perversa intención de la mujer mientras la oía. Evidentemente, la viuda estaba descargando en la hija sus frustraciones con el padre. Se preguntó por qué habría asistido Isabella Swan al baile si era tan despreciada por la anfitriona. ¿A cuántos potenciales maridos habría asustado la viuda con sus murmuraciones sobre el padre de Isabella y sus asuntos financieros?
—Lady Isabella y su tía van vestidas a la última moda —observó Edward—. Tal vez esté usted equivocada acerca de su falta de fondos.


—Hum. Es improbable, milord. Estoy enterada de todo lo que se dice. En cuanto a usted, Cullen, su reputación está dañando sus posibilidades de contraer matrimonio. Su abuela está muy afligida por la situación.
Un destello de ira oscureció los ojos de Edward.
—Soy consciente de los sentimientos de mi abuela. Como probablemente habrá usted sospechado, sólo estoy aquí porque ella me pidió que viniera. —Inclinó la cabeza—. Si me disculpa...


Sin aguardar respuesta, se alejó a grandes zancadas. Se detuvo en la puerta y escudriñó a la multitud en busca de Isabella sin encontrarla. No se hallaba en la pista de baile ni con su tía.
Tampoco vio a Volturi, y se preguntó si estarían juntos. Por la razón que fuera, pensar en Isabella y Volturi juntos lo irritaba.
¿Sería Volturi amante de Isabella? De ser así, Edward no tendría ningún escrúpulo en perseguir a la dama. Deseaba a la audaz castaña en su cama y no se detendría ante nada para conseguirla. Puesto que no tenía intenciones de casarse y no estaba buscando esposa, su falta de dote no le preocupaba.
Ni siquiera los mejores amigos de Edward conocían sus razones para permanecer soltero. Pensaban, lo mismo que todos cuantos lo conocían, que estaba enamorado de la viuda de su hermano, pero no se trataba de eso en absoluto. En la medida en que ello convenía a sus propósitos, dejaba que se difundiese la historia. Apreciaba a Irina, pero sólo como cuñada, y le permitía vivir en Cullen Park porque no tenía corazón para echarla. Sus razones para evitar el matrimonio eran mucho más complejas.


Al no localizar a Isabella entre la multitud, Edward decidió despedirse de su abuela y marcharse. Entonces distinguió a la muchacha saliendo de la pista de baile y todo lo demás desapareció de su mente. Parecía nerviosa, miraba por encima del hombro y se movía rápidamente. De pronto, Edward estuvo seguro de que iba a reunirse con Volturi en algún lugar previamente acordado para una cita galante.
No quería creer algo así de ella. Isabella había rechazado su propuesta, ¿por qué iba a aceptar a Volturi? Se le ocurrió una buena razón. Volturi estaba dispuesto a casarse con ella, mientras que sus propias intenciones eran menos honorables.
En el momento en que Isabella desapareció por la puerta, Edward la siguió. La vio subir la escalera y esperó hasta que ella llegó al descansillo superior. Entonces fue tras ella sorprendido ante su curiosidad. La vio entrar en una cámara y se detuvo bruscamente preguntándose si realmente deseaba saber lo que estaba sucediendo allí adentro.


Sí, deseaba saberlo.
Edward no hizo ningún intento de ser cauteloso al asir el pomo y abrir la puerta. La vio al instante, y la expresión del rostro de ella al descubrirlo fue inenarrable. Sorpresa. Impresión. Incredulidad. Ira.
Recordó que debía volver a respirar cuando vio que ella estaba sola delante de una recargada arca, en lo que parecía ser el dormitorio de una dama.
Isabella tenía los ojos desorbitados y una expresión de alarma en el rostro cuando se dirigió a él.


— ¿Qué está usted haciendo aquí?
Edward se apoyó negligentemente contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Podría preguntarle lo mismo a usted. ¿Él aún no ha venido?
— ¿Él? Dígame, ¿de quién está usted hablando?
—Va a encontrarse con Volturi aquí, ¿verdad?
El asombro que se reflejó en su cara le hizo comprender que estaba lejos de la verdad. Pero ¿qué otra razón podía tener ella para escabullirse sola?
— ¡Es usted despreciable! —lo atacó Isabella —. ¿Qué le ha hecho pensar que iba a reunirme con un hombre?
Edward se encogió de hombros.
— ¿Qué otra cosa podía pensar?
—Que estoy buscando la sala de descanso de las damas. Me duelen los pies y quería reposar un poco


Edward hizo un lento y detenido examen del dormitorio vistosamente decorado y su incredulidad se hizo patente al enarcar elegantemente una ceja.
—Si tuviera que aventurar una conjetura, diría que éste es el dormitorio de lady Sutherland Aunque Isabella pareció sonrojarse, Edward pensó que se recuperaba con admirable aplomo.


—Me he perdido. Es una casa grande y las indicaciones para llegar a la sala de descanso de las damas no eran claras. Será mejor que salga y busque a alguien que pueda dirigirme allí.
Cuando ella fue a pasar por su lado, Edward la asió por la cintura y la cogió entre sus brazos. Su dulce perfume a flores, la presión de su cuerpo ligeramente vestido y su exuberante boca tan próxima a él, lo despojaron de todo sentido común.
Estrechándola contra su endurecido cuerpo, se inclinó y la besó en la boca, usando su lengua para obligarla a abrir los labios y poder saborearla.
Sus suaves senos parecían rogar su contacto, pero cuando deslizó una mano para acariciar el provocador pezón, ella se escabulló, mirándolo como si fuera la encarnación del pecado.


— ¿Por qué ha hecho esto?
Edward se encogió de hombros.
—No he podido resistirme.
Los marrones ojos relampaguearon.
—Porque es usted un granuja y un libertino.
Edward miró aquella irritada mirada marrón y experimentó otra extraña oleada de familiaridad.
— ¿Está usted segura de que no nos hemos visto antes?
Isabella sofocó un grito con el dorso de la mano y huyó.

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Hola niñas espero q les guste este capi tratare de actualizarles pronto o tratare de hacerlo los fines de semana si puedo ya q mañana empiezo mis pasantias...

Dejenme sus comentarios plis y sus votos si les gusta la historia un millon de besos a todas y todos...

Su A miga Claudia (Gothic)

Capítulo 1: capitulo 1 Capítulo 3: Capitulo 3

 
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