El Noble y la Ladrona (+18)

Autor: Gothic
Género: + 18
Fecha Creación: 15/08/2010
Fecha Actualización: 13/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 29
Comentarios: 57
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Capítulos: 22

Cuando un audaz salteador de caminos asaltó su carruaje y apuntó con una pistola a una parte crucial de su anatomía, el marqués de Cullen tuvo que efectuar una elección crítica, entregar el anillo de su hermano fallecido o perder las joyas de la familia.

Edward decidió separarse del recuerdo, pero sólo de modo temporal. Localizaría al ladrón de los inolvidables ojos color Chocolate aunque fuese lo último que hiciera.

Para todos era conocida la escandalosa reputación de la Liga de los Libertinos de Londres, de modo que, cuando el más infame de sus miembros la tomó entre sus brazos en un baile de sociedad, Isabella Swan comprendió que sus intenciones no eran nada honorables.

La fogosa persecución de Edward hizo que sus ojos chocolates se abriesen de par en par y el pulso se le acelerase, pero…
 
¿Él iba en busca de una amante o de la picara que se había atrevido a robarle a punta de pistola?
Fuera como fuese, Isabella  sabía que le había llegado la hora de devolver lo robado, y estaba más que deseosa de entregarle tanto su cuerpo como su corazón.

Disclaimer : Esta historia es una adaptación de una novela, sólo he tomado partes de la trama y la he adaptado con los personajes de la saga crepúsculo, que le pertenecen a Stephanie Meyer.

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Capítulo 3: Capitulo 3


Mientras regresaba al salón de baile y buscaba a su tía, Isabella se lamentó en silencio de que nada saliera bien. Era hora de marcharse: con la ruina que estaba siendo esa noche, nada más podría obtener.

 

Lamentaba el día en que lord Cullen se había bajado del coche y entrado en su vida. Aunque estaba segura de que él no la relacionaba con el salteador de caminos Bells, no podía explicar su extraña tendencia a ver algo familiar en ella.


Encontró a Charlotte y le sugirió que se marchasen. Su tía percibió la angustia de Isabella y accedió rápidamente a ello.


—Yo me excusaré con la duquesa mientras tú recoges nuestros echarpes y avisas al cochero —dijo Charlotte —. ¿Va todo bien, querida? Pareces trastornada. ¿Ha sucedido algo malo?


—Todo ha ido mal, tía. Te lo explicaré luego. Ve a despedirte de su gracia, te espero en el vestíbulo.
Isabella se apresuró, ansiosa por irse de allí antes de que Cullen le saliera de nuevo al paso. Odiaba pensar en las consecuencias si reconocía a Bells en ella.


Lord Emmet  McCarty distinguió a Edwrd llegando a la sala de baile con una resuelta expresión en el rostro. Em se preguntó qué se proponía. No tenia razones para relacionar la repentina marcha de lady Isabella con el semblante serio de su amigo, hasta que éste lo vio y se apresuró hacia él.


—¿Has visto a lady Isabella? —le preguntó Edward sin más preámbulos.
—Ella y su tía acaban de marcharse —repuso Em.
—¡Maldición! —masculló Edward mientras se iba apresuradamente dejando a su amigo boquiabierto.
Edward bajó corriendo el largo tramo de escalera y salió al exterior mientras el coche que conducía a las mujeres que buscaba doblaba la esquina.
—¿Qué infiernos te pasa? —preguntó Em detrás de él—. ¿Se puede saber qué le has dicho a lady Isabella para que se haya ido con tanta precipitación?
—¿Qué te hace pensar que le he dicho algo?
—Los dos os habéis ido del salón al mismo tiempo y habéis vuelto al baile desde la misma dirección. Te conozco, Cullen. Somos amigos desde hace mucho tiempo. Lady Isabella no es tu tipo.
—¿Estás listo para marcharte? —le preguntó Edward a Em ignorando su reprimenda.
—Creí que nunca me lo preguntarías —repuso su amigo con un suspiro de alivio—. Jazz ya se ha ido. Ha dicho que se reuniría con nosotros en Brook's.
—Vamos, pues. Puedes contarme todo lo que sepas sobre lady Isabella en el carruaje.
—Estás empezando a preocuparme, Culle—dijo Em—. Lady Isabella está en zona prohibida para hombres como nosotros.
—No lo comprendes, Em, y si te he de decir la verdad, tampoco yo. Hay algo en ella... que me recuerda a alguien. Hasta que descubra a quién, no podré descansar.


—¿Qué te ha dicho lord Cullen? —le preguntó tía Charlotte una vez ella y Isabella hubieron retornado a salvo a casa—. ¿Te ha reconocido? ¡Oh, querida niña!, ¿qué haremos?


Isabella sabía que había estado poco comunicativa durante el trayecto de regreso a casa, pero necesitaba pensar.

Encontrar a Cullen en el baile la había inquietado profundamente. El marqués era un inconsciente libertino: le había pedido del modo más descarado que se convirtiera en su amante.

Y casi se había quedado muda de la impresión cuando le había preguntado si era inocente. Un caballero no le hablaría a una dama de forma tan irrespetuosa, pero estaba claro que Cullen no era un caballero.


Si él la hubiera reconocido como quien lo había asaltado, Isabella estaba razonablemente segura de que la hubiera entregado a la ley, y eso la asustaba. Nunca se había sentido tan vulnerable. Semejante descubrimiento arruinaría a su familia.
Isabella se esforzó por tranquilizar a su tía, pese a su propia sombría visión del futuro.


—No es tan malo como eso, tía. Reconozco que encontrarme a Cullen ha sido una impresión, pero estoy segura de que él no me ha reconocido. Sin embargo, no habrá más bailes ni salidas públicas por el momento. No puedo permitir que vuelva a verme.
—¡Oh, querida! Y, ¿sobreviviremos?
—Jake y Bells volverán a cabalgar de nuevo —contestó Isabella —. Sólo que la próxima vez escogeremos más cuidadosamente nuestros objetivos. Ve a acostarte, tía. Yo subiré luego.

Murmurando para sí sobre pecado y perdición, Charlotte tomó uno de los dos candelabros de la mesa del vestíbulo y ascendió lentamente la escalera. Isabella cogió el otro y se dirigió a la cocina. No la sorprendió encontrar a Jacob esperándola.
—No ha salido como esperaba —dijo Isabella.
Él le dirigió una penetrante mirada.
—¿Qué ha pasado?

Isabella se dejó caer en una silla y hundió la cabeza entre las manos.
—Nada ha salido bien. Toda la velada ha sido un desastre; desde el principio hasta el fin. Tanto dinero gastado en vestidos para la tía y para mí ¿y para qué? Podíamos haberlo utilizado para reparar el techo. Me temo que la próxima vez que llueva, no tendremos bastantes botes para poner bajo las goteras.


Jacob, más amigo de confianza que sirviente, le dio a Isabella unas palmaditas en el hombro en un torpe intento de consolarla.


—Cuénteme, señorita Bella.
—Él estaba allí.
—¿Él? ¿Quién?
—Es un marqués. Lord Cullen, el hombre del carruaje que robamos.
—Eso no debería preocuparla —se burló Jacob—. No hay modo de que pueda relacionarla con Bells. Usted es hija de un conde, y de una reputación intachable.
—No estoy tan segura de eso —repuso Isabella.
Recordó la reacción de Cullen ante Volturi y sus equivocadas conclusiones acerca de su relación, y deseó fervientemente haberse quedado en casa.
—¿Cabalgarán de nuevo Jake y Bells, señorita Bella?
—No veo otro remedio —repuso Isabella —. Pero tú has estado con nosotros mucho tiempo, Jacob, te considero como de la familia. Y nunca ha sido mi intención poner tu vida en peligro. No te pediré que vayas conmigo, tiene que ser tu decisión.
La hundida barbilla de Jacob se afirmó.
—¿Cuándo saldremos?
—Pronto. Si tenemos suerte, encontraremos a un acaudalado lord y a su esposa de regreso de un acontecimiento social en una de las grandes casas familiares de las afueras de Londres.


—¿Recibiste la invitación de lord y lady Denali para su fiesta en su casa familiar el próximo sábado, Cullen? —le preguntó Jazz a Edward mientras almorzaban con Emmet en White's varios días más tarde.


—Laurent  me lo ha comentado esta misma mañana.
—Irás, ¿verdad? —preguntó Emmet —. Lady Denali  se sentiría muy defraudada si su semental preferido no apareciera por allí.
Divertido, Edward  entornó sus negros ojos.
—Creí que eras tú quien ostentaba ese título.
—Todos hemos gozado de la dama en una u otra ocasión —observó Jazz —, pero tú sigues siendo su favorito.
—Supongo que tendré que aparecer por allí —dijo Edward—. ¿Qué haréis vosotros dos?
—Yo también iré —contestó Emmet.
—Oh, bueno, puesto que vais los dos, me apunto —intervino Jazz—. ¿Compartimos carruaje?
—Podríamos coger el mío —sugirió Emmet—. Acabo de comprar un par de magníficos caballos cobrizos en Tattersall y deseo probarlos en la carretera.

 

Convinieron una hora y se separaron. La abuela de Edward le había enviado una nota pidiéndole que la visitara, y éste se entretuvo mirando el parque mientras lo atravesaba con su coche bajo una lluvia brumosa hasta llegar a la elegante mansión de Cullen de la dama. Demetri, el viejo mayordomo de lady Jane, acompañó a Edward al salón, donde la anciana dama estaba sentada delante del fuego con una manta de viaje sobre las piernas y un libro apoyado en el pecho.

 

—Me alegro de que hayas venido, Cullen —dijo—. Hace un tiempo horroroso.
—No me has hecho venir para que hablemos del tiempo, abuela. ¿Qué he hecho ahora?
—¿Te llamó la atención alguna de las damiselas que se encontraban en el baile de la viuda?
—Había muchas damiselas encantadoras presentes —repuso Edward con prudencia.
—Pero ninguna te atrajo —aventuró ella.
—Ya conoces mi opinión sobre el matrimonio, abuela. ¿Por qué sigues presionándome?
Lady Jane movió con triste resignación su blanca cabeza perfectamente peinada.
—Mi querido muchacho, ¿qué puedo decirte para que cambies de opinión? Has tenido unos padres cariñosos, no puedes culparlos de tu aversión al matrimonio. ¿Cuál es el problema?
—No tengo ningún deseo de casarme —contestó Edward apretando los dientes.
—No me gusta tu tono, Cullen.
—Perdóname, abuela, pero toda charla sobre el matrimonio me agota.


—Te vi bailando con lady Isabella Swan —comentó—. Confío en que tus aspiraciones no vayan en esa dirección. Ella es bastante atractiva, pero demasiado mayor, y su falta de dote hace años que la dejó fuera del mercado matrimonial.
Por alguna razón, esas palabras influyeron en Edward de modo equivocado.


—Si lady Isabella me interesara, su falta de dote no importaría. Ni tampoco su edad, que me parece muy correcta para mí.
—¿De veras? —repuso su abuela con una marcada inflexión en la voz—. Qué interesante.
—Si estuviera interesado he dicho, lo que no es el caso. ¿Deseas algo más, abuela?
—Tengo entendido que los Denali dan una gran fiesta familiar en su finca el próximo sábado. Supongo que tú y tus disolutos amigos asistiréis, puesto que todos mantenéis tan íntimas relaciones con lady Denali. —Meneó la cabeza—. La incapacidad de lord Denali para frenar las aventuras extraconyugales de su esposa es horrorosa.
—Abuela...


—No, querido muchacho, no voy a reprenderte por tu implicación con la dama; no se me ocurriría decirte lo que debes hacer.
Edward puso los ojos en blanco.
—Desde luego que no lo harías, abuela. —Besó su arrugada mejilla—. Cuídate. Irina y tú sois todo lo que me queda.
—¡Ah, sí, Irina! Ahora recuerdo por qué te pedí que vinieras.

 

Precisamente ayer recibí una carta de ella. Desde tu regreso a Inglaterra la has descuidado por completo, a ella y Cullen Park. Ni siquiera has contestado a sus cartas, y me ha pedido que te dé un mensaje. Desea que la visites.

 

—¿Ha dicho por qué?
—No, pero estoy segura de tu afecto por Irina, y no puedo comprender tu desgana en volver a la finca familiar. Desearía que depusieras tu aversión a Cullen Park y visitaras a tu cuñada.
Edward bajó la mirada.
—No tengo ningún deseo de volver a esa casa.
—¿Son ciertas las murmuraciones? ¿Es Maggie la razón de que te niegues a casarte? ¿Estás enamorado de la viuda de tu hermano?
—¿Parezco suspirar de amor, abuela?
Lady Jane lo miró con sus ojos miopes.
—Algo te está reconcomiendo, querido muchacho. Y si no es Irina, ¿qué es? Algo o alguien te ha puesto en contra del matrimonio.
—Tengo que marcharme, abuela. No te preocupes por mí. Me gusta mi vida tal como es.

 

Mientras salía de casa de su abuela, Edward pensaba sobre el deseo que experimentaba Irina de que la visitara.

 

Debería haberlo hecho ya tras su regreso de Francia, pero era incapaz de regresar al hogar de su juventud.

Tenía un buen administrador en Winthorpe y recibía informes de él regularmente, de modo que no veía ninguna razón para irse de Londres. La emoción de la vida de la ciudad le convenía; allí nunca estaba aburrido, nunca carecía de compañía, tanto masculina como femenina. Londres era adonde él pertenecía.

Edward se sintió mucho más desasosegado cuando centró sus pensamientos en lady Isabella; la perversa pelirroja que había obsesionado sus sueños desde el baile de lady Sutherland. 

 

Aunque se había devanado los sesos, aún no podía recordar dónde la había visto anteriormente, y sin embargo la había visto; estaba seguro de ello. Sin embargo, cada vez que trataba de recuperar su imagen de algún recuerdo semienterrado, se le escabullía. Se prometió a sí mismo que algún día lograría asirlo.


—Los Denali van a celebrar una gran fiesta el próximo sábado en su casa de campo, señorita Bella—dijo Jacob—. Lo sé directamente por el ama de llaves de su mansión en la ciudad, a quien se lo dijo el mayordomo de los Biers y éste a la señora Zafrina.
—¿Nuestra cocinera?
—Sí, señorita Bella. La misma señora Zafrina me lo dijo. Habrá algún dinero fácil en la carretera tras la fiesta.
Isabella pensó amargamente que, tal como iban las cosas últimamente, nada sería fácil. Pero no tenía ninguna otra alternativa.
—Muy bien, Jacob. Hagámoslo.
—Yo me encargaré de todo, señorita Bella. Puede confiar en mí.


Edaward  entró en la biblioteca de los Denali para escapar de los otros invitados, y examinó las estanterías de libros que se alineaban en la pared. Había llegado a la finca el día anterior por la tarde, con Jazz y Emmet, y ya estaba aburrido.

En una mesita auxiliar había una licorera de brandy y unas copas, y se sirvió. Pensó que no debería haber ido. No estaba de humor para los tejemanejes de Tania y no se sentía cómodo con su marido vigilándola de cerca.


Edward hizo una mueca de desagrado al recordar cómo Tania se había pegado a él cuando lo encontró a solas en la galería superior. Hacer el amor con la sensual Tania cuando su marido se hallaba ausente era una cosa, pero engañar al conde cuando éste estaba en su residencia era algo que excedía incluso la moral de Edward.

 

Además, pensó con un gruñido, no podía desterrar a lady Isabella de su mente lo suficiente como para dar cabida en ella a Leslie. Había algo que le resultaba enormemente familiar en la esquiva joven de ojos marrones.

 

Pero tras una atenta observación de su rostro y su figura, no había visto nada en lo que basar su teoría de que la conocía. Le parecía como si fuera a volverse loco deseando a una mujer que para él era prohibida. Dejó escapar un suspiro de exasperación y tomó otro trago del excelente brandy de lord Denali.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí solo, Cullen? Te he estado buscando por todas partes. —Lady Tania Denali dirigió una mirada despectiva a las estanterías de libros, y luego dedicó una provocativa sonrisa a Edawrd—. ¿No puedes encontrar nada más emocionante que hacer que leer?
—Necesitaba estar unos momentos a solas —repuso él.
Tania  cerró la puerta de la biblioteca y se le acercó silenciosamente. Edward la observó con los ojos entornados. Si respirara demasiado profundamente, sus abundantes senos se desbordarían del corpiño de escote bajo. Aunque el vestido estaba confeccionado siguiendo la última moda, había sido estrechado para revelar la redondeada figura que había debajo.
Tania rodeó el cuello de Edwrd con los brazos y estrechó su cuerpo contra él en descarada invitación.
—Marco se ha llevado a algunos invitados a ver el lago y los cisnes... Por fin estamos solos.
—No es una buena idea, Tania —replicó Edward retirándole cuidadosamente los brazos y retrocediendo—. Marco está demasiado cerca.
—¡Gran Dios, Edward, no me digas que de repente tienes escrúpulos y conciencia!
«Lo que tengo es un deseo de pelos castañas de ojos marrones.»
—Me conoces lo suficiente como para saber que no es eso, Tania, pero no es ni el momento ni el lugar para permitírnoslo. Tienes la casa llena de invitados que requieren tu atención y, además, mis amigos sin duda me están buscando.
—Entonces en otra ocasión —repuso Tania algo sosegada—. Pronto regresaré a la ciudad. Marco desea tomar las aguas en Bath y le he convencido de que vaya solo. Te informaré cuando esté sola para que vengas a visitarme.
—Hazlo —repuso Edward con una falta de entusiasmo que Tania pareció no advertir.
¡Maldita lady Isabella Swan! Nada de lo que Leslie tenía para ofrecerle le interesaba, y todo por culpa de ella.


Edward sufrió todo el resto del día y el siguiente, aliviando su aburrimiento con la caza de por la mañana y hablando de negocios con sus pares durante la tarde que precedía al gran baile que Tania había planeado para aquella velada. Edward sugirió, y Jazz y Emmet  estuvieron de acuerdo, partir inmediatamente después de la fiesta en lugar de quedarse en la mansión Denali otra noche más, como hacían algunos de los invitados.


—¿Qué te sucede, Cullen? —le preguntó Emmet—. ¿Por qué no estás en algún rincón con lady Denali? ¿O perdiendo mucho dinero en las cartas? ¿O bebiendo con tu habitual satisfacción? ¿Es que estás enfermo?
Edward frunció el cejo. Debía de estar comportándose de manera totalmente extraña.
—Estoy bien, McCarty. Tal vez sólo un poco harto de diversiones domésticas aburridas.
—No tienen por qué ser aburridas —observó Emmet—. Lady Denali te ha estado mirando toda la tarde. Estoy seguro de que podrían encontrarse clandestinamente antes de la cena de medianoche. Anda, ve y hazla feliz.
—Esta noche, no —murmuró Edward—. No estoy de humor. Emmet arrugó la frente. —Ahora me siento preocupado.
Edward se echó a reír.
—¿Tan degenerado soy que mi falta de deseo por el sexo clandestino despierta vuestras sospechas?
Emmet se encogió de hombros.
—¿Qué otra cosa puedo pensar? A menos que... hayas puesto tus ojos en otra mujer. ¿Aún estás jadeando por lady Isabella?
—Yo nunca he jadeado —replicó Edward ofendido—. Admito que lady Isabella es atractiva, pero ustedes mejor que nadie sabéis que no estoy buscando esposa. Tontear con ella sellaría mi destino.
—Estoy completamente de acuerdo contigo sobre el sagrado matrimonio —admitió Emmet—, y sé que tienes tus razones como yo tengo las mías. ¿Te importaría compartirlas?
—¿Estás dispuesto a compartir tú las tuyas?


Emmet apretó los labios con fuerza y negó con la cabeza. A Edward  no le sorprendió la reacción de su amigo, él sentía lo mismo. Los diablos que lo guiaban eran personales, no para ser compartidos. En su caso, nadie sabía sus razones para permanecer soltero, ni siquiera su abuela.

 

—Ya veo que no —repuso Edward divertido—. Lady Tania vuelve a enviarme señales. Tal vez debería bailar con ella. No desearía quemar mis puentes si no tengo a nadie esperando en la otra orilla.
—Tienes que tomar otra amante, Cullen. Has pasado una mala época desde que despediste a aquella actriz.
—Lo estoy considerando, Emmet. Si ves a alguien que te parezca que puede ser conveniente, infórmame. Disculpadme, se está formando el próximo grupo y Tania continúa sin compañero.


Edward y Emmet estaban casi dormidos mientras su carruaje avanza rápidamente por la carretera hacia la ciudad. Edward cabeceaba contra los cojines mientras Emmet estaba recostado junto a él. Tras la cena de medianoche, se habían despedido de sus anfitriones e iniciado el regreso a Londres. Jasper había concertado una cita a escondidas con lady Leah Clearwater, en cuyo lecho iba a pasar la noche, y se había quedado en la casa.


Los suntuosos caballos de Emmet recorrían a paso firme la carretera pese a la lluvia y la niebla; mientras, la luna se había deslizado rápidamente tras las nubes dejando una noche tan negra como las profundidades del infierno. Ni Edward ni Emmet estaban preocupados por los salteadores de caminos; muy poca gente se aventuraría a viajar en una noche tan sombría como aquélla.

 

Un disparo despertó a Edward de un leve sueño, luego, el coche se detuvo bruscamente.
—¡Por los infiernos! ¡Otra vez no! —maldijo Edward esforzándose por despejarse. En esta ocasión estaba preparado.
Emmet  fue más lento en despertar.
—¿Por qué nos hemos detenido?
—Salteadores de caminos —susurró Edward —. ¿Tienes un arma? Tras mi último encuentro con ellos, siempre cargo y dejo lista mi pistola antes de emprender viaje.
—Tengo una pistola aquí mismo —repuso Emmet buscando en un espacio oculto entre los cojines—. Nunca salgo de casa sin ella. Tardaré sólo un momento en cargarla y...
La puerta se abrió de golpe y los dos salteadores aparecieron por la abertura.
—¡Ustedes dos, fuera!
Edward reconoció aquella voz pese al embozo que cubría la boca y la nariz del bandido. ¡Qué condenada mala suerte! El bandido distinguió la pistola de Emmet  y gritó:
—¡Tire su arma por la puerta!
—Hazlo —le siseó Edward a Emmet. Este obedeció de mala gana.
—¡Salgan! —ordenó el salteador.

 

Emmet  se bajó primero, seguido de Edward. En el momento en que este último salió por la puerta, oyó una ahogada exclamación y, a continuación, la asombrada voz del bandido:


—¡Usted!
—No creí que volviéramos a encontrarnos tan pronto —dijo Edward mientras aprovechaba la momentánea distracción del bandido para deslizar la pistola en su mano.
—¿Lleva alguna arma encima? —preguntó el asaltante.
—En esta ocasión, no, Bells.
—Regístrelo, Jake—dijo Bells.
Edward levantó los brazos ocultando la pequeña pistola en su palma mientras Jake le registraba los bolsillos.
—Está desarmado, Bells.
Emmet  pareció sobresaltarse al oír a Edward llamar a los bandido por su nombre.
—¿Son los mismos que te robaron hace varias semanas?
—Los mismos —repuso Edward.
—¿Dónde está mi conductor? —preguntó Emmet.
—Estoy aquí, milord —exclamó el hombre—. Atado.
—Nadie resultará herido si hacen lo que les decimos. —El salteador mostró un saco bajo sus narices—. Vacíen sus bolsillos y depositen sus objetos de valor aquí dentro.
Maldiciendo amargamente, Emmet echó allí su bolsa.


—Las joyas también. Anillos, relojes, botonaduras de camisa, todo.
Edward obedeció mientras se deshacía de sus objetos de valor con la izquierda y mantenía la pistola oculta en la derecha. Observaba detenidamente a ambos salteadores aguardando la oportunidad de utilizar su pistola sin ponerse en peligro ni él ni a McCarty.

Ser asesinado por una mísera cantidad de dinero y algunas baratijas era perder la vida absurdamente. Pero él deseaba cobrárselas con los salteadores de caminos... lo deseaba de todo corazón, en especial con el más joven.


Bells echó el saco del botín a Jake.
—¡Vete, Jake! Yo mantendré a estos dos a raya.
—Ni hablar, Bells. Nos iremos juntos.

 

Bells dirigió una mirada a Jake y luego comenzó a retroceder hacia un caballo que esperaba. Edward tensó la mano sobre su pistola dispuesto a apuntar y disparar en el momento en que los asaltantes volvieran la espalda. La oportunidad llegó cuando los ladrones montaron en sus caballos. Con notable velocidad, Edward apuntó a Jake y disparó.


La suerte quiso que el caballo de Jake se adelantase y que fuese Bells y no Jake quien se cruzó ante la vista de Edward. Un grito agudo, en absoluto el que se esperaría de un peligroso ladrón, produjo un escalofrío en la espalda de Edward. Bells se desplomó sobre la silla y Edward profirió una maldición. Aquello no le gustaba nada, en absoluto.


—¡Le has dado, Cullen! —grito Emmet.
Edward se disponía ya a correr tras el salteador herido, pero Jake dirigió su pistola hacia él deteniéndolo.
—¡Alto ahí! ¿Está bien Bells? —preguntó Jake—. ¿Puede cabalgar?
Bells tenía la voz tensa, y Edward puedo notar que estaba a punto de perder la conciencia. Su instinto lo inducía a correr en ayuda del fuera de la ley, pero el sentido común le decía que no era más que lo que el culpable se merecía.
Bells gruñó mientras Jake asía las riendas de su caballo; luego, ambas monturas se perdieron de vista carretera adelante.


Isabella se aferró a las crines del caballo como si fuera en ello la vida. El ardor del hombro se había convertido en un dolor insoportable y el zumbido de su cabeza amenazaba con sumergirla en la oscuridad. Pero no podía, no debía desmayarse. Tenía que volver a casa. A casa, con tía Charlotte.

 

«Piensa», se dijo. Pensar en algo que no fuera la agonía que le desgarraba el hombro. Cullen, sí; pensar en Cullen era positivo. La ira podía desterrar el dolor. Y ella estaba furiosa. El cruel destino había colocado a Cullen en su camino aquella noche. ¿Estaba siendo castigada por robarles a los ricos nobles sus baratijas? Era injusto que, tras verificar que los caballos que arrastraban el transporte no pertenecían a alguien a quien hubieran robado previamente, se hubiera encontrado al marqués en el carruaje.

 

Isabella había pensado con frecuencia en él desde el baile de la viuda. Recordaba su arrogancia, el calor de su cuerpo mientras bailaban y su inquietante habilidad para desnudarla con la mirada.
¿Por qué no podía olvidarlo?
Jacob redujo la velocidad de los caballos y se acercó a ella.

 

—¿Está usted bien, señorita Bella? ¿Dónde le ha dado la bala de ese bastardo? Su tía me va a matar.
—En el hombro —jadeó Isabella—. Creo que ha entrado y salido, pero duele como un demonio.
—Resista —rogó Jacob—. Pronto llegaremos a casa.
—¿Nos siguen?
—No, pero será mejor apresurarnos. Por fortuna, la lluvia nos ayuda.
De pronto, un negro foso pareció abrirse bajo Isbella y se balanceó en la silla.
—No creo...


Apenas fue consciente de cuando Jacob la desmontó de su cabalgadura y la llevó a la suya. La sostuvo entre sus brazos mientras su robusto caballo los conducía a los dos a casa.
Cuando llegaron, Charlotte los estaba aguardando en la cocina.


—He preparado una tetera —dijo al oír abrirse la puerta—. Debéis de estar mojados hasta los tuétanos y medio congelados.
Cuando se dio la vuelta hacia ellos, la taza se le cayó de las manos estrellándose contra el suelo.


—¡Bella! ¡Dios mío, no me digas que está muerta!
—No, milady, no está muerta, sólo herida. Será mejor que ponga agua a hervir.
—Llévala a su habitación —pidió Charlotte una vez se recompuso. Aunque había quienes la consideraban frívola, en las crisis siempre se crecía—. Pondré agua a hervir e iré por el botiquín.
Tras colocar la tetera en el trípode sobre las llamas, Charlotte  fue en busca de su caja de curas y se apresuró tras Jacob.
—¿Qué ha pasado?
—Ha sido él, el condenado marqués —escupió Jacob mientras dejaba a Isabella en el cama y retrocedía para que Charlotte pudiera atender a su sobrina herida.
Charlotte le quitó a Isabella la capa y, cuidadosamente, le retiró la chaqueta.
—¿Qué marqués?
—Cullen
—Luego puedes hablarme de eso —le cortó Charlotte categóricamente—. Ahora lo que necesito es agua caliente.

 

Cuando Jacob se marchó, Charlotte le quitó a Isabella la camisa ensangrentada y, rápidamente, localizó los dos puntos por donde la bala había entrado y salido de la carne. Preparó una compresa con trapos limpios, la presionó con fuerza contra la herida para detener la hemorragia y se sintió aliviada al ver que no tenía que extraer la bala.


Isabella permaneció inconsciente mientras Charlotte limpiaba la herida con el agua caliente que le llevó Jacob, le aplicaba una pomada y le practicaba un vendaje. Luego, acabó de desnudar a Isabella y le puso un camisón.


Era cuanto pudo hacer. Si Isabella tenía fiebre, se vería obligada a avisar a un médico, lo cual podía resultar desastroso. Charlotte no tenía ni idea de cómo explicar una herida de bala en la delicadamente educada hija de un conde.

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Hola como estan , espero q bien gracias por comentar y por apoyarla sigan con los comentarios y sus votos plis son mi apoyo para continuar se q me estoy ausentando disculpen por eso pero la universidad y mis pasantias me tienen loca....

Bueno tratare de actualizarles pronto tanto como esta historia como la de El amor a mi puerta ...

Besotes para todas gracias por apoyar la historia .......

Su Amiga Claudia (Gothic)

Capítulo 2: Capítulo 4: Capitulo 4

 
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