El Noble y la Ladrona (+18)

Autor: Gothic
Género: + 18
Fecha Creación: 15/08/2010
Fecha Actualización: 13/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 29
Comentarios: 57
Visitas: 81802
Capítulos: 22

Cuando un audaz salteador de caminos asaltó su carruaje y apuntó con una pistola a una parte crucial de su anatomía, el marqués de Cullen tuvo que efectuar una elección crítica, entregar el anillo de su hermano fallecido o perder las joyas de la familia.

Edward decidió separarse del recuerdo, pero sólo de modo temporal. Localizaría al ladrón de los inolvidables ojos color Chocolate aunque fuese lo último que hiciera.

Para todos era conocida la escandalosa reputación de la Liga de los Libertinos de Londres, de modo que, cuando el más infame de sus miembros la tomó entre sus brazos en un baile de sociedad, Isabella Swan comprendió que sus intenciones no eran nada honorables.

La fogosa persecución de Edward hizo que sus ojos chocolates se abriesen de par en par y el pulso se le acelerase, pero…
 
¿Él iba en busca de una amante o de la picara que se había atrevido a robarle a punta de pistola?
Fuera como fuese, Isabella  sabía que le había llegado la hora de devolver lo robado, y estaba más que deseosa de entregarle tanto su cuerpo como su corazón.

Disclaimer : Esta historia es una adaptación de una novela, sólo he tomado partes de la trama y la he adaptado con los personajes de la saga crepúsculo, que le pertenecen a Stephanie Meyer.

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Capítulo 18: Capitulo 18

Isabella sonreía y decía las palabras oportunas a sus compañeros de baile, pero su corazón no estaba allí. Una y otra vez, su mirada retornaba a Edward. Parecía estar sosteniendo una columna en un borde de la pista de baile, mirándola con los ojos entornados. Ella frunció el cejo cuando le vio frotarse las sienes, y se preguntó en qué estaría pensando. La siguiente ocasión en que lo miró, estaba profundamente enfrascado en una conversación con lord McCarty.


—¿Puedo visitarla mañana, lady Isabella? —le preguntó lord Newton mientras tensaba la mano en su cintura atrayéndola aún más cerca de su sudoroso cuerpo.
—No creo...
—Tal vez entonces usted me honraría permitiéndome que la condujera a pasear por el parque en mi nuevo carruaje —prosiguió Newton alegremente.
—Lo siento, pero mañana estoy ocupada.
Tras una breve pausa, él cambio de tema, sorprendiendo a Isabella con su franqueza.
—Permítame felicitarla por su buena suerte. Tengo entendido que acaba de heredar una fortuna.
—Gracias. Mis abuelos fueron en extremo generosos.


La respuesta de Newton, si es que la hubo, se perdió para Isabella cuando ésta miró a Edward y vio junto a él a una dama encantadora que reconoció como lady Tania Denali. La sonrisa que le dedicaba la condesa era tan íntima, tan llena de promesas, que Isabella tuvo que desviar la mirada. Cuando se atrevió a mirar de nuevo, Edward conducía a la dama a la pista de baile.


La intuición le hizo comprender a Isabella que Edward y lady Tania eran amantes, o que lo habían sido en algún tiempo. De pronto, el esplendor de Almack's y todo lo que representaba se convirtieron en nada. Lady Tania era una mujer casada. No representaba ninguna amenaza para el estatus de Edward como soltero obstinado, a diferencia de Isabella, que de convertirse en su esposa, podía ser un impedimento para su hedonista modo de vida. Al ver cuan fácilmente Edward caía en los brazos de otra mujer, sintió que le zumbaba la cabeza.


—¿Sucede algo malo, milady? —le preguntó Newton educadamente—. Se ha puesto pálida. Tal vez le iría bien respirar un poco de aire.
Sí, necesitaba aire desesperadamente.
—Gracias, milord. Aire fresco es exactamente lo que necesito.
Si Isabella hubiera advertido la satisfecha sonrisa de Newton mientras la guiaba hacia la terraza, se hubiera excusado.


Pero la única persona que la percibió fue Edward.
Cuando Isabella y Newton salieron por las puertas cristaleras, sólo había otras dos parejas paseando por la terraza. Una de ellas regresó a la sala de baile y la otra descendió por la escalera hacia el jardín, dejando a Isabella sola con Newton. Ella inspiró profundamente el húmedo aire de la noche, deseando estar en cualquier otro sitio que no fuese aquél. Le preocupaba poco la sociedad y la gente que la habían ignorado cuando era una soltera sin dinero, y le importaban un comino los cazadores de fortunas que ahora reclamaban su atención.
Se estremeció sin darse cuenta.


—¿Tiene frío? —preguntó Newton. Con habilidad la rodeó con un brazo y la atrajo hacia el—. Permita que le dé calor, lady Isabella. Tengo entendido que Cullen es un amante excepcional, pero yo no carezco de virtudes. —La guió hacia la escalera—. Hay una mirador en el jardín. Allí nadie nos molestará.
—Suélteme, milord —le ordenó Isabella —. ¿Cómo se atreve a insinuar que Cullen y yo... que nosotros...?
Se interrumpió al darse cuenta de repente de que Newton tenía información de primera mano de su relación con Edward porque era uno de los hombres que los habían sorprendido en La Liebre y el Sabueso.
—No represente el papel de virgen recatada conmigo, Isabella. Necesita un marido que le dé respetabilidad, y a mí no me importa tener a una mujer experimentada en mi cama.
—¿No le importa tener una rica y experimentada esposa? —replicó Isabella —. Ya ha dicho usted bastante, milord. Será mejor que regrese a la sala de baile antes de que Cullen advierta mi ausencia.
—Creí que Cullen y usted habían acabado. Lo he visto hablar con una de sus antiguas amantes antes de que saliéramos. Sé muy bien que él no es de los que se casan. En cambio, yo estoy muy dispuesto a encadenarme a su dinero.
La atrajo hacia sí y trató de besarla, pero Isabella se resistió. Golpeándole el pecho con los puños trató de apartarlo de sí. Entonces, de repente desapareció, y en su lugar surgió Edward. Miró en torno y vio a Newton tendido a sus pies.
Cullen le dio un golpecito con el pie.
—La dama no está dispuesta, Newton. Le sugiero que busque a alguien que reciba mejor sus proposiciones.
Newton retrocedió rápidamente hasta alejarse del alcance de la bota de Edward y se levantó vacilante.
—¿Por qué no ha dicho que seguía interesado en ella? De haberlo sabido, no me hubiese entrometido.
Dirigió a Isabella una mirada acusatoria y se escabulló.
—Confié en que serías lo bastante juiciosa como para separar la paja del grano —dijo Edward—. Newton es uno de los peores. ¿Qué te ha impulsado a salir fuera con él?
La joven le dirigió una mirada incendiaria.
—Necesitaba aire fresco. Y si no te importa, me gustaría irme a casa.
Edward enarcó las cejas.
—¿Tan temprano? ¿No deseas quedarte al bufé de medianoche?
—Si tú no estás dispuesto a marcharte, envíame a casa en tu coche —replicó Isabella —. El bufé de medianoche no me tienta.
—Ni a mí —reconoció Edward—. Almack's es famoso por servir alimentos excepcionalmente malos y bebidas aguadas. Te acompañaré a casa.
—¿Y qué hay de lady Tania?
Edward se envaró.
—¿Qué pasa con ella?
—Nada. Tu larga lista de amantes no me interesa. Sé que han sido incontables antes de mí, y estoy segura de que habrá muchas más después de que yo sea olvidada. ¿Nos vamos?


Ansiosa por irse, Isabella se abrió paso entre la multitud. Edward la seguía de cerca. Ella podía sentir las miradas fijas en ambos, y supuso que la gente sentía curiosidad por su relación. Casi había alcanzado la puerta, cuando lady Tania se interpuso en su camino.


—Lady Isabella, felicidades por su buena suerte. Supongo que no tardará en anunciarnos su compromiso. Es sorprendente lo que una herencia puede hacer con una soltera sin muchas perspectivas. —Agitó una mano despectiva—. Los hombres son criaturas patéticas. Sin embargo, hay excepciones —añadió dirigiendo a Edward una sonrisa seductora.
—Por favor, discúlpeme, milady —dijo Isabella rodeándola—. No me siento bien.
—Perdóneme por retenerla. No me había dado cuenta. —Lady Tania dio unos golpecitos a Edward en el hombro con su abanico y dijo en tono lo bastante alto como para que Isabella la oyera—: No me hagas esperar, Cullen. Tengo algo especial en mente para nosotros esta noche.
Edward alcanzó a Isabella.
—¿Te sientes de verdad mal, Bella?
En realidad, Isabella se sentía mareada. Tenía el estómago alterado y la cabeza le daba vueltas, pero su estado de su salud no era asunto de Edward. No hacía falta ser un genio para saber que él había planeado una cita con lady Tania aquella noche.
—Ahora sí.
Un sirviente le entregó a Isabella su capa. Edward se la colocó sobre los hombros y la acompañó hasta el coche. Se detuvo para intercambiar unas palabras con Garret y luego la ayudó a subir y se sentó junto a ella.
—Estás disgustada —le dijo.
—En absoluto —negó—. ¿Por qué debería estarlo?
—Quizá lo que ha dicho Tania ha podido molestarte.
—Tú y yo no tenemos una relación, Edward. Te conozco y sé lo que eres, no puedes permanecer mucho tiempo sin una mujer. No soy quién para juzgarte a ti ni tus costumbres.
—Si recuerdo correctamente, y creo que sí, disfrutabas con algunas de mis costumbres.
A Isabella se le encendieron las mejillas.
—¿Por qué sacas eso a colación?


La luz de la lámpara volvía luminosos los ojos de Edward, cálidos, tranquilos, seductores. Por un breve instante, a Isabella le pareció ver en ellos un diminuto chispazo de vulnerabilidad y necesidad, pero fue tan fugaz, que creyó que lo había imaginado. Pero lo que no fueron imaginaciones de ella fue su nombre en labios de él, ni sus manos echándola hacia atrás sobre el asiento de cuero mientras la besaba.
Una oleada de excitación recorrió sus venas echando abajo su resistencia. El familiar y querido sabor de él llenó sus sentidos, y Isabella le devolvió el beso. Cuan necia había sido al pensar que su voluntad era más firme que la pasión que sentía por aquel hombre. La lógica desapareció dejando que la guiara el instinto. Los latidos de su corazón compitieron con los lujuriosos sonidos de su jadeo y el crujido de los asientos de cuero mientras Edward la ponía a horcajadas sobre él.
Le desabrochó el vestido y se lo bajó dejando sus senos al aire.


—¿Qué estás haciendo? —exclamó ella.
—Lo que he estado deseando hacer toda la noche —gimió Edward mientras su húmeda y cálida lengua se apoderaba de su pezón—. Ver a todos esos hombres poniéndote las manos encima me ha vuelto loco de celos.
Isabella sofocó un grito y dejó escapar un lento y agitado suspiro. ¿Acababa Edward de decir que estaba celoso? Imposible. Sus pensamientos se desvanecieron cuando él le mordió suavemente el pezón ahuyentándolo todo de su mente salvo lo que estaba haciendo. Isabella enredó los dedos entre sus cobrizos cabellos, arqueó la espalda y le ofreció más de sí misma mientras él probaba el otro seno. Ella aspiró profundamente cuando él deslizó las manos bajo su falda y sobre sus muslos.


Isabella hizo acopio de la poca fuerza de voluntad que le quedaba y rogó:
—Edward, debemos detenernos. No podemos hacer esto. Es indecente.
—¿Qué va a detenernos?
—El sentido común.
Por desdicha, el sentido común salió volando por la ventanilla cuando Edward la cogió y la depositó en el asiento de enfrente. Él esbozó una semi sonrisa mientras la oprimía contra los cojines de cuero y se arrodillaba ante ella.
—¡Edward...! ¿Qué...?
—No me detengas, Bella. Los dos lo deseamos.


Con un suave gemido, ella cerró los ojos y se entregó a la ansiosa necesidad que Edward había creado en su interior. Le subió la falda hasta las caderas, le abrió las piernas y se colocó entre ellas. Isabella se asió con desesperación a las agarraderas de cuero de ambos lados del carruaje mientras Edward la acariciaba con las manos y la lengua. Ella levantó las caderas y se movió con él, notando que se quedaba sin fuerzas ante el denso ambiente que habían creado dentro del vehículo. La tensión crecía. Isabella se sintió acelerada, con la sangre y la cabeza palpitantes. Conservaba apenas unos restos de cordura.
Él se apartó tan bruscamente que Isabella lo asió por los hombros para mantenerlo en su sitio.


—¡No! ¡No pares!
Su voz sonó estremecida, llena de necesidad.
—No puedo esperar. He de tenerte ahora —contestó él.
—Tu cochero nos oirá.
Pero Edward se levantó, la recostó en el asiento y se colocó sobre ella.
—Garret es discreto. Le he dado instrucciones para que dé vueltas por el parque una o dos veces.
—¿Habías planeado esto?
—En realidad, no. Pero había pensado que sería una buena oportunidad para que hablásemos. —Se encogió de hombros—. Pero ahora, hablar es lo único que no deseo hacer.
—Deberíamos detenernos ahora mismo, Edward. Lady Tania te está esperando.
—Prefiero tenerte a ti.
—Yo no seré tu ramera.
—Podrías haber sido mi esposa.
La réplica de Isabella se quebró en su garganta cuando el sexo de Edward se impulsó audazmente entre sus muslos. Sintió su dureza y su necesidad, y su núcleo palpitando de expectación.
—Ábrete para mí, Bella.


Ella deseaba resistirse, negar su anhelo, pero aquélla era probablemente la última vez que haría el amor con Edward. Cuando él hubiera desaparecido de su vida, Isabella sabía que no volvería a amar a nadie, que nunca desearía a un hombre como lo deseaba a él. ¿Por qué no dejar que le hiciese el amor por última vez? Sus piernas se abrieron y Edward se deslizó entre ellas.
El carruaje rebotó, las ruedas traquetearon y los cascos de los caballos repiquetearon contra el camino; Isabella no oyó nada más que la violenta mezcla de sus alientos y el latido de su corazón mientras Edward se deslizaba fácilmente en su impaciente calidez. Él estaba tan excitado, tan inflado, que se sintió profundamente consumida de deseo. La fricción de su húmedo interior apoderándose de su excitado miembro los hizo enloquecer a ambos. Ella sintió los estremecimientos que le agitaban a él y sus propios estremecimientos rivalizando con los suyos en intensidad. Vio la mueca de placer en el hermoso rostro del noble y se sintió perdida.
Prendida en el apasionado frenesí que sentía en él, se arqueó para recibir sus profundas embestidas. El corazón de Edward retumbaba contra el suyo, mientras él se sumergía profundamente, agitándola con la intensa fuerza de sus impetuosas embestidas. Su ira había desaparecido, todo relegado al olvido salvo la desesperada necesidad que se abría paso en su interior. Cerró los ojos contra la creciente marea de emociones y se dejó transportar por sus sentidos.


—Mírame —gruñó ásperamente Edward en su oído—. Deseo que recuerdes esto, que nos recuerdes, que recuerdes lo que pudo haber sido si el destino hubiera sido benévolo con nosotros.


Su ronco susurro obligaba al acatamiento. Los rasgos de él expresaba un control tensamente contenido. Los tendones de su cuello destacaban tirantes y su cuerpo estaba rígido. Sumergida en su propio clímax, Isabella era sólo vagamente consciente de que Edward aún no se había retirado de ella.
Una llamarada la incendió, y se sintió poseída, devorada entera por la pasión. El agitado empuje de las caderas de Edward la llevó a alturas inimaginables. Su mente se cerró. Toda ella se convirtió sólo en un manojo de puras terminaciones nerviosas, cada una de ellas chispeando de excitación. Entonces dejó que su cuerpo tomase el mando y se entregó al placer. Vagamente, sintió que Edward deslizaba las manos para coger sus nalgas, levantándola, y el ardor bullente de sus cuerpos los unió. Le oyó pronunciar su nombre y sintió el torrente cálido de su simiente dentro de ella. Cerró las piernas en torno a él y lo condujo al olvido.


Edward se retiró bruscamente y se desplomó sobre Isabella, furioso consigo mismo por haber perdido el control. Por segunda vez durante su tumultuosa relación, había seguido dentro de ella hasta el fin. Se abrochó apresuradamente la ropa murmurando una sarta de maldiciones. La mayor parte de su vida adulta había evitado lo que acababa de suceder esa noche. La única y más importante razón para su resistencia a casarse con Isabella era su incapacidad de controlarse cuando le hacía el amor. Tener un hijo sería desastroso. Ella nunca le perdonaría si un hijo de ellos acabara estando... Dios, ni siquiera podía pronunciar la palabra. Si su falta de contención engendraba una criatura, jamás se lo perdonaría. Aquella noche confirmaba lo que él había sabido en todo momento: que no podía confiar en sí mismo estando con Isabella. Por fin estaba dispuesto a admitir que ella significaba para él algo más que un cuerpo caliente en su cama.
Esa revelación lo hizo detenerse en seco... Era como si él... ¡Malditos infiernos! ¿Podía ser? ¿Podía él realmente amar a Isabella? ¿Era de eso de lo que se trataba? No era de extrañar que fuera tan peligrosa para él. Gimiendo, se cubrió la cara con las manos.


—¿Qué sucede, Edward?
Apartó las manos y la miró, con el dolor reflejándose en sus ojos.
—Sabes lo que ha sucedido tan bien como yo. Puede que te haya dejado embarazada. No sé qué me ha pasado: no suelo ser tan descuidado. Te pondrás en contacto conmigo si te he dejado encinta, ¿verdad?


Isabella apretó los labios y comenzó a ponerse bien la ropa sin contestar. Sus movimientos eran bruscos, casi furiosos, y él comprendió que la había herido de un modo que ella nunca le perdonaría. Repasando sus palabras, se maldijo a sí mismo por no haberle dicho que si estaba embarazada se casaría con ella.
No pretendía herirla. Sus sentimientos eran confusos, sus emociones tan instintivas que no podía pensar correctamente. Hacerles el amor a las mujeres era natural en él, pero estar enamorado, era algo completamente nuevo y aterrador.
Había creído que deseaba casarse con Isabella para evitar que ella siguiera actuando fuera de la ley y para paliar su culpabilidad tras haberle disparado. ¿Cuándo y cómo habían entrado en juego sus emociones?


—Lo siento, Bella. Yo no...
—Tal vez deberías decirle a Garret que me devuelva a casa de tu abuela —replicó Isabella cortando su incipiente frase—. No deseo retrasarte en tu cita con lady Tania.
Él no reconoció el nombre.
—¿Con quién?
Isabella lo miró fijamente.
—Estás raro, ¿qué te pasa Cullen? ¿Te sientes mal?
—Podría decirse que sí —repuso Edward mientras golpeaba el techo del coche. ¿No era la locura una enfermedad?


Mirando malhumorado por la ventanilla, Edward comprendió que la negrura de la noche no podía compararse con su negrura interior. Hubiera sido mucho mejor no haber sabido lo que sabía su hermano. La ignorancia era la felicidad. Cómo deseaba no ser hijo de su madre. Si por lo menos... Pero él sabía la verdad y había cosas que no podía cambiar aunque lo deseara.


Consciente de que Isabella lo estaba mirando, Edward dijo:
—Perdóname, Bella. Nunca he tenido intenciones de herirte, pero hay algo que debes saber acerca de mí. Algo que nunca le he contado a nadie.
Isabella lo miró inescrutable.
—No tienes por qué contarme tus secretos, Edward.
—Pero lo haré. Después de esta noche, no me queda más remedio. Ésta es la segunda vez que te doy mi simiente. Puede que te haya dejado embarazada de un hijo mío.
Isabella pareció alarmada.
—¿Qué estás tratando de decirme? ¿Tienes alguna clase de enfermedad? De ser así, ésta no resulta evidente.
—No sé si eso va a durar demasiado —empezó Edward—. Cualquier día puedo sucumbir a la locura. Es cosa de familia. Sospecho que mi hermano se suicidó ahogándose porque vio señales de ello en sí mismo. Si me sucediera a mí, obraría de igual modo. Paul fue inteligente al no darle un hijo a Irina. Tener descendencia sería trágico. Ésa es la razón de que haya tratado de tomar precauciones cuando hacíamos el amor.
Isabella se lo quedó mirando como si acabaran de brotarle cuernos.
—¿Cómo sabes que la locura está presente en tu familia? Tu abuela es por completo sana mentalmente.
—La rama paterna de la familia no es la afectada. Se trata de la materna. Mi madre estaba totalmente loca cuando se arrojó por una ventana suicidándose, lo mismo que su madre antes que ella. Mi padre la amaba demasiado como para internarla en Bedlam cuando su locura fue ya evidente. Tenía momentos lúcidos, pero en general la recuerdo como una frágil alma en pena que ni siquiera podía recordar los nombres de sus hijos.
—¿Lo sabe tu abuela?
—No lo creo. Ella estaba en el extranjero durante aquellos años en que mamá estuvo enferma. Por entonces, el abuelo era embajador en España. No estoy seguro de que mi padre le contase a mi abuela la verdad sobre mamá, y ella es ahora demasiado frágil para decirle que es probable que su nieto enloquezca en un futuro próximo.
La incredulidad impregnó las palabras de Isabella.
—Si tu madre estaba tan enferma, ¿cuándo te contó todas estas cosas?
—Como te digo, tenía momentos lúcidos. Poco después de que mi padre muriese, llamó a Paul a su habitación y le contó la historia familiar. Le aconsejó que no tuviera hijos y que dejara extinguirse la familia con él. Al día siguiente, se arrojó por la ventana matándose.
—¿Por qué se lo dijo a Paul y a ti no?
Edward se encogió de hombros.
—¿Quién sabe cómo funcionaba su mente? Supongo que pensó que Paul me lo diría a mí, lo que naturalmente hizo. Yo no deseaba quedarme allí tranquilamente sentado aguardando que me sobreviniera la locura, por lo que huí. Sentía tal aversión que deseaba no volver nunca a nuestra casa solariega. Compré una comisión en el ejército y luché en la Península. La muerte de Paul me reportó un título y responsabilidades que no deseaba. Tuve que regresar a Londres y entonces decidí vivir mi vida a fondo.


«Mujeres, bebida, juego y libertinaje; encontré mi puesto entre los granujas y los degenerados y fui bastante feliz. Pero entonces apareciste tú y cambiaste mi vida de arriba abajo.
Sorprendida por la confesión de Edward, Isabella no podía encontrar palabras para consolarle. Él era tan sensato, tan dueño de sí, que no podía creer que pudiese acabar loco como su madre.


—¿Cómo perturbé el orden de las cosas?
Edward parpadeó y desvió la mirada.
—¿Necesitas preguntármelo?
—Deseo saberlo, Edward.
«Dime que me amas», pensó.
— Isabella... —comenzó él mientras el carruaje rodaba hasta detenerse.
Ella nunca se enteró de lo que Edward iba a decirle, porque la puerta se abrió y Garret desplegó los peldaños. La confusión pugnaba en su cabeza con la compasión. Sentía vértigo tras la sorprendente confesión de Edward.
Descendió del coche.
—Puedo ir sola hasta la puerta, Cullen. Buenas noches.—¡ Isabella, aguarda! Acerca de esta noche... Me lo dirás, ¿verdad?
—Buenas noches, Edward —repitió ella.


Se recogió las faldas, corrió hacia la puerta, dio un golpecito e inmediatamente le abrió un sirviente con ojos soñolientos. Isabella se detuvo en la puerta y miró por encima del hombro. Lo que vio casi le destrozó el corazón. Edward permanecía rígido junto al coche, con el rostro tenso por una emoción que ella no podía definir. Sofocó un sollozo y le dio la espalda.
Edward no censuraba a Isabella porque le odiase. Él había tratado de retener su simiente, pero había estado tan abrumado por el momento que había perdido el control. Ahora era demasiado tarde para decirle que la amaba. Demasiado tarde para decir que estaba apenado por el modo en que habían resultado las cosas. Habría renunciado a su título y a todo lo que poseía con tal de ser cualquier otro... cualquiera menos Edward Masen.


Isabella se despertó a la mañana siguiente con el estómago revuelto y dolor de cabeza. Al sentarse en el cama, le sobrevinieron unas repentinas náuseas y buscó el orinal que tenía debajo de la cama. Justo a tiempo, porque vomitó todo lo que había consumido durante las últimas veinticuatro horas. Debilitada y empapada en sudor, apoyó la cabeza en las manos, preguntándose si el conocimiento de lo que Edward le había contado sería lo que causaba su malestar. El pensar que pudiese traer al mundo un hijo afectado de locura.


Pensó que no tenía tiempo para debilidades. Había mucho que hacer antes de que ella y tía Charlotte se trasladaran a su nueva casa, y necesitaba fuerzas para seguir adelante. Tanto si la historia familiar de Edward era cierta como si no, eso no suponía ninguna diferencia. Él había escogido la clase de vida que deseaba vivir, y en ésta ella no estaba incluida. Si él le hubiera dicho que la amaba se quedaría a su lado sin importar nada más. Ahora que conocía su situación, podía haber aceptado no tener hijos, si era eso lo que él deseaba. Podían haberse enfrentado juntos a los problemas, pero él había escogido encararse solo con su destino.
Era muy probable que Edward escapara a la locura. Nadie sabía de cierto si su hermano se había quitado la vida. La madre de Edward podía haber exagerado el progreso de la enfermedad, o quizá no estaba tan lúcida como creían cuando había confiado a Paul su secreto. ¿Por qué no había mencionado el padre de Edward la enfermedad hereditaria antes de morir? Nada estaba claro salvo una cosa: Edward no la amaba.


Se levantó con cuidado, se vistió y bajó a la sala matutina para desayunar con Charlotte y lady Jane. Ambas mujeres acogieron a Isabella efusivamente.


—¿Lo pasaste bien anoche? —le preguntó lady Jane—. Te oí llegar. Era muy tarde. Confío en que mi nieto se comportase.
—Lo pasé... estupendamente —tartamudeó Isabella.
—Toma un poco de pastel de riñón, querida —dijo Charlotte—. Está delicioso.
Isabella echó una mirada al alimento que había en el plato de Charlotte y se puso mortalmente pálida. Sintió de nuevo el estómago revuelto y subirle la bilis a la garganta y se puso en pie de un salto.
—Disculpadme —dijo.
Tuvo que marcharse precipitadamente.
—¿Hemos dicho algo que pudiese disgustarla? —preguntó lady Jane—. Confío en que Cullen no hiciera nada que la ofendiera.
—Bella se ha puesto completamente pálida —replicó Charlotte preocupada—. No creo que se deba a nada que hayamos hecho o dicho. Discúlpame, Jane, debo ir con ella.
—Por supuesto.
Isabella estaba enjuagándose la boca cuando Charlotte entró en la habitación.
—¿Estás bien, querida?
—Estoy perfectamente, tía.
—Almack's es famoso por su deficiente comida. Anoche debió de ser peor de lo habitual.
Isabella frunció el cejo.
—No comí ni bebí nada.
Charlotte le puso la mano en la frente.
—No tienes fiebre. ¿Te ha disgustado algo?
—Por favor, tía, no exageres. Tal vez una taza de té y una tostada me asentarán el estómago.
Charlotte entornó los ojos.
—Se trata de Cullen, ¿verdad? ¿Qué te ha hecho ahora?
—Por favor, tía, déjalo estar. No deseo hablar de Cullen. ¿Bajamos y tranquilizamos a lady Jane acerca de mi estado de salud?


Antes de regresar a su habitación, Isabella consiguió tomarse dos tazas de té y mordisquear una tostada sin que volviesen las náuseas. Con sus energías mermadas se sentó en el borde de su cama y recordó las cosas que Edward y ella habían hecho en el carruaje y lo que él le había contado después.


Vivir sabiendo de su potencial locura y su consecuente y temprano fallecimiento era algo que hubiese acabado con un hombre menos sólido que Edward. Él en cambio había atrincherado su corazón contra el amor, evitado contactos emocionales y cortado sus vínculos con el hogar de su familia porque no podía soportar los recuerdos. Su grave situación producía en Isabella una profunda pena y la hacía sentir enferma.
¿Lo bastante enferma como para sentir unas náuseas incontenibles a la vista de los alimentos? ¿Tanto como para vomitar? Se removió incómoda, y rememoró la primera vez que Edward no se había retirado a tiempo vertiendo su simiente en ella. ¿Cuánto tiempo hacía de eso?
Apartó ese pensamiento y prosiguió con otro. Era ridículo pensar que la locura acechaba a Cullen. Ella no lo creía ni por un momento, aunque evidentemente él estaba convencido de ello. Ojalá conociera un modo de tranquilizarlo. Se preguntó si lady Jane tendría la clave. Valía la pena seguir pensando en ello.



El mareo de Isabella pasó y, a medida que transcurría el día, comenzó a sentirse como siempre. El señor Jenks le llevó el título de propiedad y las llaves de su hogar, y Isabella no pudo aguardar para trasladarse a la casa que ella recordaba tan entrañablemente de su juventud.


—Encontrará allí un equipo completo —le dijo Jenks—. Los sirvientes de los anteriores propietarios deseaban quedarse, de modo que me tomé la libertad de contratarlos. Desde luego, si no son de su agrado, puede sustituirlos.
—Estoy segura de que funcionarán muy bien —repuso Isabella —. Jacob se encargará de ello, y me propongo contratar también a la señora Mallory, nuestra antigua cocinera y ama de llaves, si es que ella está de acuerdo. Ahora mismo, Jacob está tratando con ella del asunto. ¿Cuándo puedo instalarme?
—Mañana.
—¡Maravilloso! —exclamó Isabella batiendo palmas—. Benjamin estará muy complacido.
Cuando el abogado se marchó, Charlotte y lady Jne se reunieron con Isabella.
—Voy a echaros mucho de menos a ti y a la querida Charlotte —dijo Jane enjugándose una lágrima—. Os he tomado verdadero cariño. Confío en que me visitaréis con frecuencia.
—Lo haremos tan a menudo como el tiempo lo permita. Gracias por habernos hecho sentir bien recibidas aquí —repuso Isabella.
—Perdóname por entrometerme, pero ¿cómo están las cosas entre Cullen y tú? —se interesó luego lady Jane.
—Nada ha cambiado. Cullen es... debería usted hablar con él, milady. Su nieto está preocupado.
Lady Jane dirigió a Isabella una triste sonrisa.
—Me he dado cuenta de ello desde hace tiempo, pero él no confiará en mí. —Su sonrisa tembló—. Reconócelo, querida. Tú le amas, ¿verdad?
Isabella desvió la mirada, deseando poder mentir, pero lady Jane era muy perspicaz para distinguir la verdad.
—No pasa nada, Bella, querida —la tranquilizó Charlotte—. Es evidente que le amas. Yo hace tiempo que lo sé. —Entonces, miró a Jane en busca de confirmación. La anciana viuda asintió y Charlotte prosiguió—: Las dos creemos que Cullen te ama a ti también, pero que es demasiado obstinado para reconocerlo.
Isabella sofocó un sollozo.
—No es posible que sepáis eso. Es todo tan triste... Disculpadme, me necesitan en otra parte.
—¿De qué supones que iba todo esto? —preguntó Charlotte cuando Isabella se hubo ido de allí precipitadamente.
—Algo sucede —repuso Jane—, y me propongo llegar al fondo de ello. Mi nieto puede engañar a otros, pero no a mí. Lo conozco demasiado bien.
—El malestar de Isabella de esta mañana era desconcertante, ¿verdad? —reflexionó Charlotte en voz alta—. Sin embargo, parece haberse recuperado bastante rápidamente.
—¿Estás pensando lo mismo que yo? —inquirió Jane.
—Desde luego.
—Me mantendrás informada, ¿verdad?
—Puedes tenerlo por seguro, querida Jane.

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Hola niñasss disculpen la demora pero he estado bastante ocupada con lo de las pasantias, a parte de eso la uni no me da chance ni de dormir pero aqui estoy le digo hoy les pongo dos capis nada mas ya q le quedan pocos a esta historia pero les voy a proponer algo no les dire ahorita pero si cuando coloque el epilogo le hago la propuesta ok ... Las quiero un mundo gracias por sus comentarios y sus votos ..

Millones de besos y abrazos

Su amiga Claudia (Gothic)

Capítulo 17: Capitulo 17 Capítulo 19: Capitulo 19

 
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