El Noble y la Ladrona (+18)

Autor: Gothic
Género: + 18
Fecha Creación: 15/08/2010
Fecha Actualización: 13/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 29
Comentarios: 57
Visitas: 81791
Capítulos: 22

Cuando un audaz salteador de caminos asaltó su carruaje y apuntó con una pistola a una parte crucial de su anatomía, el marqués de Cullen tuvo que efectuar una elección crítica, entregar el anillo de su hermano fallecido o perder las joyas de la familia.

Edward decidió separarse del recuerdo, pero sólo de modo temporal. Localizaría al ladrón de los inolvidables ojos color Chocolate aunque fuese lo último que hiciera.

Para todos era conocida la escandalosa reputación de la Liga de los Libertinos de Londres, de modo que, cuando el más infame de sus miembros la tomó entre sus brazos en un baile de sociedad, Isabella Swan comprendió que sus intenciones no eran nada honorables.

La fogosa persecución de Edward hizo que sus ojos chocolates se abriesen de par en par y el pulso se le acelerase, pero…
 
¿Él iba en busca de una amante o de la picara que se había atrevido a robarle a punta de pistola?
Fuera como fuese, Isabella  sabía que le había llegado la hora de devolver lo robado, y estaba más que deseosa de entregarle tanto su cuerpo como su corazón.

Disclaimer : Esta historia es una adaptación de una novela, sólo he tomado partes de la trama y la he adaptado con los personajes de la saga crepúsculo, que le pertenecen a Stephanie Meyer.

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Capítulo 19: Capitulo 19

Edward no hizo ningún intento de volver a ver a Isabella. No había deseado abrumarla con sus secretos familiares, pero los había pasado y tenido tanto tiempo en su interior, que sentía como si fuera a estallar si no confiaba en alguien. Por otra parte, ella se merecía conocer la razón de su resistencia al matrimonio y a la paternidad. Ahora, tras explicarle sus temores más profundos, se sentía demasiado violento como para enfrentarse a ella.


Nunca se perdonaría si había engendrado un hijo en Isabella en alguna de las dos ocasiones en que había perdido el control. Vagamente, se preguntaba si ella podría saber ya si su simiente había arraigado la primera vez que hicieron el amor. ¿Le comunicaría a él que estaba embarazada de su hijo?

Maldiciendo su debilidad en lo que a ella concernía, Edward se lanzó al escenario social. Bebió en exceso, perdió enormes cantidades de dinero a los naipes, porque no podía concentrarse, y acompañaba cada noche a una mujer diferente a acontecimientos que no le importaban nada. Sorprendentemente, no se había acostado con ninguna de ellas. Incluso había visitado un burdel sin probar a ninguna de las mujeres que desfilaron ante sus ojos. Aquel día, iba a acompañar a lady Tania a las carreras y luego a su casa. Sabía que ella esperaba que él le hiciera el amor, y tendría que esforzarse por despertar su entusiasmo para actuar según las expectativas de ella. Aunque no pusiera su corazón en ello, sabía que acostarse con Tania sería una prueba de su capacidad de seguir adelante sin Isabella. Haría lo que hacían mejor los libertinos pese al hecho de que otra mujer poseyera su alma.

Laurent aguardaba a Edward en el vestíbulo con su sombrero y su bastón.


—Acaba de llegar una nota de su abuela, milord. ¿Desea leerla antes de marcharse?
Edward miró la nota y negó con la cabeza. Aquélla era la tercera comunicación que había recibido, y pretendía ignorarla como había hecho con las anteriores.
—Déjela en mi escritorio. La leeré más tarde.
Laurent no dijo nada, pero su expresión revelaba a las claras su desaprobación. Aunque Edward odiaba desairar a su abuela, no podía enfrentarse con ella precisamente en esos momentos. Sin embargo, era consciente de que Isabella y su tía se habían trasladado a su nueva casa, y de queBenjamin se había reunido con ellas unos días después. También sabía que su abuela desaprobaba el modo en que estaba conduciendo su vida, pero negarse a casarse y engendrar herederos era un modo, el único, de poner fin a la locura heredada de su madre.
—Me voy a las carreras —dijo Edward mientras pasaba junto a Laurent.


Lord McCarty y lord Whitlock se encontraban ya allí para recibir a Edward cuando éste se bajó de su carruaje.
—Cullen —le dijo Emmet—, eres exactamente el hombre a quien deseaba ver. ¿Estás solo?
—Por el momento —repuso el aludido—. ¿Qué os proponéis?
—Estoy pensando en comprar una buena pareja para mi carruaje y tú tienes buen ojo para escoger excelentes caballos. ¿Nos acompañarás mañana a Whitlock y a mí a Tattersall?
—Desde luego. ¿A qué hora?
—Te recogeré a las tres.
Jasper carraspeó y le dio a Edward un codazo.
—Muchacho, ¿no es aquélla lady Isabella? ¿Y quién es el joven dandi que la acompaña?
Edward giró la cabeza hasta que Isabella entró en su campo visual.
—Su hermano Benjamin. Ha regresado a casa desde la universidad.
—Ahora que tú y Isabella ya no sois noticia —comentó Jasper—, ella se deja ver frecuentemente por dondequiera, asistiendo a diversos acontecimientos sociales. Ayer la vi en el musical de Hudsons y también en la fiesta de Carlton; se ha convertido en la más popular de todas las fiestas.
—¿Por qué no iba a serlo? —resopló Edward—. Su fortuna es tan atractiva como ella.
—Pareces celoso, viejo amigo —rió satisfecho Jasper.
—Tal vez deberías revisar tus ideas sobre el matrimonio —sugirió Emmet—. La mayoría de los hombres caen en la trampa del párroco antes o después.
—Nadie os ha pedido vuestra opinión —repuso Edward seco.


Pese a sus severas palabras, Edward no podía desviar su mirada de Isabella. Estaba estupenda, con un traje de tarde de aire levemente militar. Sobre un ceñido vestido de hilo rojo, llevaba una chaqueta corta hasta la cintura de color azul oscuro, con mangas ajustadas, botones metálicos y hombreras doradas. No se parecía en nada a los raídos vestidos que había llevado en épocas de escasez. También parecía mucho mejor alimentada, porque se la veía más llena de seno y cintura. Sin embargo, tras una inspección cuidadosa, a Edward le pareció que tenía el rostro tenso, y advirtió manchas moradas bajo sus ojos.


—Estoy aquí, Cullen, mi travieso muchacho.
Aunque la estridente voz femenina rechinó en sus oídos, Edward volvió hacia lady Tania con una acogedora sonrisa.
—Te he estado buscando por todas partes —dijo ella.
—Acabo de llegar, Tania —explicó Edward—. Y he sido abordado por McCarty y Whitlock.
Ambos se inclinaron cortésmente y murmuraron salutaciones.
—Nos disculparán, ¿verdad, caballeros? —dijo Tania sutilmente. Se cogió del brazo de Edward—. ¿Vamos, Cullen? La primera carrera está a punto de comenzar y me gustaría encontrar un lugar cerca de la valla cuando mi caballo tome la delantera.
—¿Te refieres a Karma, el castrado de dos años que adquiriste recientemente?
—En efecto. Confío en que apuestes por él. Va a ganar.
—Yo prefiero a Samson. Lo he visto correr antes y me dejó impresionado con su velocidad.
—¡Muérdete la lengua, Cullen!


Llegaron a la valla exactamente cuando los caballos tomaban la salida. Cuando Samson se disparó tomando prontamente la delantera, donde se mantuvo durante la carrera, Edward se alegró de haber arriesgado una considerable suma en el animal. Ganar era la primera muestra de buena suerte que había tenido desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, el caballo de Tania estuvo a punto de quedar empatado con Samson. Tania protestó tan ruidosamente al perder que empezó a atraer una inoportuna atención.
—¡He perdido una fortuna con este caballo! —exclamó furiosa—. Mañana mismo voy a venderlo. Vamos, Cullen, ya he visto bastante. Se me ocurren mejores modos de entretenernos que mirando a perdedores.


Paulson hubiese deseado ignorar el arranque de cólera de la amante de Edward, pero su estridente y poco señorial demostración de temperamento se lo hizo difícil. Se preguntaba qué vería Edward en ella, aparte de lo que era evidente. Cullen no había tratado de ponerse en contacto con ella tras la noche en Almack's, y eso le dolía. Deseaba fervientemente estar con él, ayudarlo a enfrentarse al destino que la vida le había deparado. Deseaba custodiarlo, aliviar sus penas y mitigar sus temores. Deseaba estar con él cuando llegase el final, tanto si era cuestión de meses, de años como de décadas. ¿Cómo podía Edward negarse a lo que ella podía ofrecerle?
«Sin ningún problema», pensó disgustada. Prefería perder el tiempo que le quedaba en pasatiempos sensuales; ahogar su culpabilidad y temores con gratificaciones sexuales con mujeres a quienes preocupaba bien poco su bienestar.


—¿Estás bien, Bella? —le preguntó Benjamin afectuoso—. Sé que te debe de doler ver a Cullen con otra mujer.
—Estoy perfectamente, Benjamin. Si lo recuerdas, fui yo quien se negó a casarse.
—También me dijiste el porqué. Podría matar a Volturi por lo que hizo. Si él no te hubiera mentido, ahora serías la marquesa de Cullen. Me pregunto dónde se ha escondido ese hombre —reflexionó Benjamin en voz alta—. Hace semanas que nadie le ve.
—Tal vez esté buscando a otra heredera —aventuró Isabella—. Gracias a Dios, recibí tu carta antes de casarme con él. Me estremezco cada vez que pienso en lo cerca que estuvo de secuestrarte. Yo me hubiese casado con él con tal de salvarte la vida.
—No puedo creer que papá estuviera enterado de nuestra herencia y no nos lo dijera nunca.
—Papá no era el mismo desde que murió mamá. Estaba afligido y era vulnerable, y Volturi se aprovechó de él. Cuando éste se enteró de lo de la herencia, apremió a papá para que quebrantara el fideicomiso, pero por fortuna para nosotros, no pudo hacerlo. Incluso no me sorprendería que fuese él quien convenciera a papá para que no nos lo dijera.
»Tras su muerte, Volturi decidió que yo era una buena candidata para llenar sus arcas vacías. Ninguna heredera quería saber nada de él desde que se suicidó la hija del comerciante.
—Gracias a Dios por Cullen—repuso Benjamin—. ¿Qué sucedió realmente entre tú y el marqués, Bella? Hay más de lo que dices. Ahora eres una heredera; deberías ser feliz, y sin embargo, no lo eres.
Isabella lanzó otra rápida mirada a Edward antes de responder.
—Hay muchas cosas por las que me siento agradecida, Benjamin. En primer lugar, nuestras preocupaciones financieras se han acabado. Cuando tú decidas casarte, no tendrás problemas en poder hacerlo con una mujer de igual categoría. Con tu aspecto y tu fortuna, podrás escoger sensatamente y casarte por amor. Es mi más ferviente deseo para ti, hermanito.
—Y el mío para ti es que tus propios deseos se hagan realidad —replicó Benjamin.


Isabella devolvió su atención a la pista de carreras. Hubiera estado mucho mejor en casa con tía Charlotte, tomando té en el salón, con los pies apoyados en un escabel y el corsé aflojado. Justo empezaba a llevar corsé con el fin de parecer más moderna con los nuevos trajes, y aún se sentía incómoda con aquella prenda.
Comenzó la segunda carrera y la multitud se adelantó en masa arrastrando a Isabella contra la valla. El calor, el polvo y el olor de cuerpos sucios empapados en empalagoso perfume la aprisionaron como un puño de hierro, sofocándola. Comenzó a marearse y se balanceó contra Benjamin. De no haber sido por el firme brazo de su hermano, se hubiese caído al suelo y hubiera sido pisoteada por la multitud.


—¿Te sientes bien, Bella? Estás muy pálida.
—Sácame de aquí antes de que llame la atención —rogó Isabella aferrándose al brazo de su hermano.
Con la frente fruncida de preocupación, éste la condujo entre la multitud.
—¿Estás enferma?
—Es el calor y el gentío —repuso ella.
La preocupación ensombreció el rostro de su hermano.
—No debería haber insistido en que me acompañaras. ¿Puedes arreglártelas sola mientras voy a por el carruaje? No tardaré mucho.
—Ya me siento mejor.
—Espléndido. Volveré en seguida.
Isabella aguardó cerca de la carretera, con el estómago revuelto y la frente sudorosa.
—¿Qué estás haciendo aquí sola, Isabella? ¿Dónde está Benjamin?
¡Era Cullen! Isabella no necesitaba verlo para saberlo. Reconocería su voz en cualquier lugar.
—Benjamin ha ido a buscar el carruaje.
—¿Os marcháis ya? Si las carreras acaban de comenzar.
—Yo... ya he tenido bastante. ¿Dónde has dejado a lady Tania?
—Con amigos. Había ido a recoger mis ganancias y te he visto aquí sola, muy pálida y con aspecto de sentirte mal.
—No tienes por qué preocuparte.
—Pues me preocupo. No importa lo que pienses de mí. Me preocupo. He intentado que no fuera así, pero no eres fácil de olvidar, Bella.
—No me hagas esto, Edward.
—Pareces cansada. ¿No duermes bien?
—Estoy perfectamente.
—Lamento el modo en que resultaron las cosas, Bella. Por lo menos ahora sabes por qué me he resistido al matrimonio durante todos estos años. No tiene nada que ver contigo y todo que ver conmigo y mi historia familiar.
—Aquí estoy, Cullen. —Tania se abrió paso entre Isabella y Edward—. Y dispuesta para marcharnos, mi amor.
Isabella cerró los ojos y se tambaleó. Edward rodeó a Tania para sostenerla.
—No estás bien.
—Es el calor, Cullen —replicó Tania, molesta—. También yo me siento un poco mareada. ¿Nos vamos?
—Dentro de un momento. En cuanto llegue el hermano de lady Isabella.
—Aquí está ya Benjamin —dijo la joven con un suspiro de alivio al distinguir su carruaje.
Benjmin descendió del asiento del conductor para ayudarla.
—Debería cuidar mejor de su hermana, Forks —le espetó Edward—. Ella no se siente bien.
—Soy muy consciente de ello, milord.


Benjamin ayudó a Isabella a subir al carruaje. Con el cejo fruncido, Edward se quedó observando hasta que el vehículo desapareció al doblar la esquina. Se preguntaba si Isabella estaría embarazada, y rogaba por estar equivocado. Le hubiese gustado conocer más a fondo los síntomas que experimentaban las mujeres en ese estado, pero puesto que nadie próximo a él nunca se había encontrado en tales circunstancias, había hecho poco caso de esas cosas. Si ella estuviera encinta debía de ser desde la primera vez en que él dejó de retirarse. Contando retrospectivamente, comprobó que habían pasado dos meses o más desde entonces.


—¿Dónde está tu carruaje, Cullen? —preguntó Tania impaciente—. Estoy ya aburrida de las carreras. Hace mucho tiempo que no estamos solos.


Edward miró a Tania y vio en ella a una depredadora; una mujer cuyo enorme apetito sexual la convertía en una excelente compañera de cama para un hombre como él. Edward había probado casi todos los placeres pecaminosos conocidos por los hombres y probablemente inventado unos pocos. Sin embargo, una vez él hubiera desaparecido, Tania encontraría otro amante que ocupara su lugar. No perdería ni un momento en llorar por él. ¿Lloraría alguien por él? La abuela, si aún seguía con vida. Tal vez McCarty y Whitlock le echarían de menos, pero no había nadie que lo conociera íntimamente. Se sentía como si su alma ya hubiese abandonado su cuerpo, como si fuera una cascara hueca con nada más que esperar que el vacío. El presente era inseguro y él no quería pensar en el futuro.
Se le ocurrió que no tenía ni el deseo ni la voluntad de hacer el amor con Tania. Ni aquel día ni al siguiente ni nunca.


—Te llevaré a tu casa, Tania, pero no me puedo quedar.
La irritación enrojeció las mejillas de la mujer.
—¡Cómo te atreves a despedirme, Cullen! ¿Cuántas veces crees que puedes desecharme y continuar disfrutando luego de mis favores?
Edward se encogió de hombros sin importarle realmente.
—No lo sé, Tania. Tú me dirás.
—La situación es ésta, Cullen: hay otros guardando cola para ocupar tu puesto en mi cama.
—No lo dudo. Eres una mujer hermosa y sensual. Tal vez es hora de que nos separemos.
—Muy bien, si es eso lo que deseas. No esperes volver de nuevo a mí porque ya estoy harta de tus excusas.
—Lo siento, Tania. Estoy seguro de que tu marido estará complacido al saber que me he retirado de tu cama por propia voluntad.


La expresión de ella exhibió ampliamente su indignación mientras giraba sobre sus talones y se alejaba. Edward sabía que se había comportado como un insensible bastardo, pero se sentía muy bien tras haberse liberado de la condesa. Ella nunca había significado para él nada más que un cuerpo cálido cuando lo necesitaba. Probablemente hubiera roto con ella hacía mucho tiempo si Tania no hubiera sido tan descarada persiguiéndole.


Edward se sintió de repente fatigado y descorazonado, y abandonó el hipódromo para ir en busca de una botella. Necesitaba algo potente que atontase su mente y adormeciera sus desasosegantes pensamientos. Si su reflexión se hacía aún más densa, no estaba seguro de poder con ella. La locura debía de estar más próxima de lo que había supuesto. ¿Habría comenzado ya? Confiaba en contar con más tiempo.


Definitivamente, Isabella no estaba bien. Todas las personas próximas a ella habían advertido su aspecto y hecho observaciones al respecto. Ella había restado importancia a su malestar y seguía haciéndolo así, pero sabía que nadie la creía. Había llegado el momento de enfrentarse a la verdad.
Estaba esperando un hijo de Edward.


Al pensar en la primera vez que Edward había liberado su simiente en ella, Isabella reparó en que ya hacía tres meses que no tenía su menstruación.
Reconocer los hechos era aterrador. Estaba embarazada de una criatura que tal vez podía haber heredado la locura. ¿Qué iba a hacer?


Decírselo a Edward era imposible. Él ya tenía bastantes problemas como para aceptar la responsabilidad de un hijo que no deseaba. Se le ocurrió que podría comprarse una casa en el campo y limitarse a desaparecer del escenario londinense. La mansión Swan pertenecía a su hermano. Tenía previsto dejarla cuando Benjamin tomara esposa, y tenía bastante dinero propio como para criar ella sola al niño. Tía Charlotte se iría con ella, desde luego, y Edward nunca se enteraría de la existencia de la criatura.


Isabella nunca se había sentido cómoda con sus iguales después de que la hubieran rechazado tras el escándalo de la muerte de su padre. Los cazadores de fortuna la asqueaban, y formar parte del espiral social no le interesaba tanto como a Bnjamin.


Su hermano parecía complacido con su nueva posición en sociedad y ella se sentía dichosa por él, pese a su propia mala suerte. Él había hecho muchos nuevos amigos entre los apuestos y jóvenes caballeros y damas de la alta sociedad. En cuanto a los visitantes masculinos que aparecían por la mansión con intenciones de cortejarla, Isabella les ofrecía té, escuchaba sus necias charlas y los olvidaba rápidamente en cuanto se marchaban.


—¿Cuánto tiempo vas a quedarte ahí cavilando? —le preguntó Benjamin cuando se encontró con Isabella sentada junto a la ventana de la sala matinal, con un libro en las manos.
—No estoy cavilando —replicó ella—. Estoy leyendo. ¿Adónde vas tú?
—A Tattersall. ¿Te gustaría acompañarme? Hoy tiene lugar una subasta de caballos y estoy pensando en comprarme una nueva montura. ¿Puedo permitírmelo?
Isabella sonrió.
—Desde luego. Pero si no te importa, prefiero quedarme en casa y leer.
—Te quedas demasiado en casa, Bellaa. ¿Qué sucede? ¿Puedo hacer algo para ayudarte? ¿Es Cullen la razón de que evites aparecer en sociedad? Sé por qué rechazaste casarte con él, pero Volturi ya no es una amenaza. ¿Por qué no le explicas a Cullen lo que sucedió? Estoy seguro de que él lo comprendería.
—Existen circunstancias que lo desaconsejan —explicó Isabella —. Cullen no desea una esposa; nunca la deseó. No te preocupes por mí. Estoy perfectamente. En realidad, estoy pensando en retirarme al campo. Una casa en un decorado silvestre me parecería el cielo. Tú pronto tomarás esposa y mi presencia puede ser incómoda.
—¡Bella! No tengo intención de casarme pronto. Encadenarse es un asunto serio. Me propongo tomarme mi tiempo. Además, no entraré en posesión de mi herencia hasta que cumpla veinticinco años. Y tú siempre puedes estar conmigo, en cualquier circunstancia.
Profundamente conmovida, Isabella se secó una lágrima de la comisura del ojo.
—Gracias, Benjamin, pero realmente prefiero el campo.
Su hermano se quedó pensativo.
—¿Estás segura de que te encuentras bien? Últimamente no eres la misma. Si estás enferma, deseo saberlo. —Hinchó el pecho—. Soy el hombre de la familia.
—Por supuesto que lo eres —repuso Isabella, sonriendo afectuosa—. No hay nada de que preocuparse, cariño. Ve a Tattersall y pásalo bien.
Benjamin le dedicó una mirada insegura y luego asintió y se marchó.
—¿Por qué no le has dicho la verdad, querida Bella?
—¡Tía Charlotte! ¿De dónde sales?
—Estaba escuchando desde la puerta. No pretendía hacerlo, pero tampoco deseaba interrumpir.
—¿Qué te hace pensar que le estaba mintiendo a Benjamin?
—Te conozco demasiado bien, querida, y no soy una necia, ya lo sabes. Estás embarazada de Cullen, ¿verdad?
—¡Oh, tía! ¿Es tan evidente?
—Para mí, sí. ¿Qué vas a hacer al respecto? Cullen debería enfrentarse a sus responsabilidades.
—Tía, debes prometerme que no le dirás una palabra a nadie, en especial a Cullen. A bastante tiene que enfrentarse ya.
—¡Hum! No es él quien está encinta. Tienes que decírselo, Bella.
—Me niego a incrementar sus preocupaciones, tía.
Charlotte entornó los ojos.
—Es rico, está sano y es endiabladamente guapo. Eso no me suena a motivo de preocupación. ¿Qué le pasa?
—No puedo contártelo.
—¿Está enterada lady Jane de los problemas de Cullen?
Isabella negó con la cabeza.
—Edward preferiría que no lo supiera. Estoy pensando en comprar una casa en el campo donde poder criar a mi hijo en un entorno apacible —dijo, cambiando bruscamente de tema—. ¿Vendrás conmigo?
—Si es eso lo que realmente deseas, querida, desde luego que lo haré.
—Sabía que podía contar contigo, tía. No sé qué haría sin ti.
—Mi hermano te defraudó, pero yo no lo haré —contestó Charlotte.
Luego, abrazó a Isabella y se dio la vuelta para irse, pero se detuvo bruscamente al ver a Benjamin detrás de la puerta, con un aspecto como si su mundo acabara de derrumbarse.
—Lo has oído —afirmó Charlotte.
—He olvidado el bastón y os he oído a Bella y a ti cuando he vuelto a buscarlo. No pretendía escuchar, pero la conversación parecía seria. Lo he oído todo, tía. ¡Maldito Cullen! ¿Qué vamos a hacer?
—Por ahora, nada. Necesito tiempo para pensar. Ya has oído a Bella. Se muestra inflexible en cuanto a guardarse esto para ella.
—Pero ¡eso no es correcto! —estalló Benjamin—. Debo hacer intervenir a Cullen. ¡El hijo de perra! Hirió a mi hermana, y ahora no se le debería permitir escabullirse como si ella fuera alguna cualquiera con la que se ha revolcado.
—Debes mantener la calma, Benjamin —le advirtió Charlotte—. Bella está muy frágil en estos momentos. Hemos de procurar no herirla.
Cuando Benjamin se marchó, Charlotte le pidió a Jacob que llamara el carruaje y le dio la dirección de casa de lady Jane. La viuda la recibió inmediatamente.
—¡Qué alegría verte, Charlotte! He ordenado que sirvan té y pasteles. Desde luego me acompañarás.
Charlotte, que estaba a punto de estallar a causa de la agitación que sentía, se retorcía las manos sin saber por dónde empezar.
—En realidad, no le he prometido a Bella que no se lo diría a nadie, por lo que no estoy quebrantando mi palabra. ¡Oh, querida!, ¿por dónde comenzar? ¿Has visto a Cullen recientemente?
Lady Jane soltó un resoplido de disgusto.
—El joven cachorro ignora mis notas. Varias de ellas, a decir verdad. Ni siquiera ha tenido la cortesía de responder —frunció el cejo—. ¿Por qué? ¿Qué ha hecho? ¿Es lo que nosotras sospechábamos?
—Me temo que sí. Isabella está esperando tu bisnieto y mi sobrino o sobrino-nieto, y se propone no decírselo a Cullen.
A lady Jane se le demudó el semblante y su cutis adquirió el tono de un antiguo pergamino.
—¿Qué vamos a hacer para unir a esos dos?
—Bella ha dicho que Cullen estaba esforzándose por resolver algunos problemas que desconocemos y que no quería incrementar sus preocupaciones. ¿Tienes idea de a qué se refería?
—No tengo ni idea —murmuró lady Jane—. Pero me propongo mantener una seria conversación con él en cuanto pueda obligarlo a venir. ¿Cómo está la querida Isabella?
—Es una mujer fuerte, y está decidida a enfrentarse sola a su destino. Se propone comprarse una casa de campo y vivir allí permanentemente con el hijo de Edward. Se le ha ignorado durante tanto tiempo, que tanto la buena sociedad como su opinión le importan poco. Lo único que siempre ha deseado era que Benjamin fuera aceptado por sus iguales.
—No permitas que Isabella haga nada drástico hasta que yo hable con mi nieto —le aconsejó Jane—. Estoy segura de que él deseará cumplir con su deber hacia ella. Charlotte meneó la cabeza descorazonada.
—Eso podría ser un problema. Isabella no es probable que se conforme con un matrimonio por deber, y no la censuro. Mi sobrina se merece un marido que la ame, un hombre que sea un buen padre para su hijo.
—Estoy segura de que Cullen ama a Isabella. A nosotras nos corresponde unir a esas dos almas obstinadas.


Edward no parecía poder tomarse las cosas con calma aquellos días. Estaba aburrido, incapaz de concentrarse, y encontraba la vida generalmente poco inspiradora. La emoción había desaparecido de las habituales actividades que solían divertirle antes de conocer a Isabella. Se encontraba haciendo apuestas escandalosamente altas, bebiendo demasiado y completamente desinteresado de la seducción.


Temía que hubiese comenzado la locura y se preguntaba si habría llegado el momento de que se apartase de la sociedad. Aunque su madre nunca había mostrado tendencias violentas, no podía predecir cómo progresaría la enfermedad en él.
Laurent, siempre vigilante en lo que a su señor concernía, lo abordó un día con sus temores.


—Por favor, disculpe mi impertinencia, milord, pero estoy preocupado por usted. No come, bebe demasiado y parece inquieto. ¿Hay algo en lo que yo pueda ayudarle?
—Está comenzando, Laurent —le confió Edward.
Laurent pareció perplejo.
—¿Puedo preguntarle qué es lo que está comenzando, milord? ¿Tiene algo que ver con lady Isabella?
—En absoluto. Es la locura, Laurent. En mi familia es hereditaria. Deseo que me vigile y se asegure de que no me vuelvo violento.
El sirviente pareció profundamente afligido.
—Debe de estar bromeando, milord. Usted es la persona más cuerda que conozco. Le veo cada día y no he observado ningún signo de locura en usted.
Edward dejó escapar un largo y aliviado suspiro.
—Gracias, Laurent. Aunque acaso no muestre ningún signo externo de ello, debo admitir que mi mente carece de estabilidad estos días.
—Debería casarse, milord. No ha sido el mismo desde que conoció a lady Isabella.
—Me niego a abrumarla con mis problemas.
—No existen garantías de que usted haya heredado la enfermedad, milord. Yo he estado con usted largo tiempo. He observado su valor en las batallas y he visto el admirable papel que representa usted entre sus iguales. Yo no calificaría eso de locura.
—Aprecio su confianza, Laurent, pero no puedo casarme. Me niego a cargar a mi esposa con un futuro que no puedo predecir. No sería honesto.
—¿Puede alguno de nosotros predecir su propio futuro?
—No lo sé, amigo mío. Pero tiene usted razón en una cosa: he estado demasiado tiempo dándole vueltas a esto. Esta noche me voy al teatro. No me espere despierto.


Edward se vistió maquinalmente, sin poner interés en ello. Por un momento, pensó en enviarle una nota a Isabella y pedirle que lo acompañase, pero lo pensó mejor. ¿Cómo podría ella olvidarlo si él seguía apareciendo en su vida? Desde que había reconocido, por lo menos para sí mismo, su amor por la joven, comprendía cuan desesperadamente deseaba permanecer cuerdo.


Al principio, cuando se enteró de que podía heredar la locura de su madre, había aceptado su destino y tratado de aprovechar al máximo los años que le quedaran. Luego había conocido a Isabella y, de pronto, le importaba su futuro. Deseaba a Bella en su vida. Deseaba... ¡maldición! No importaba nada lo que deseara. Lo que tenía que ser, sería, y él no podía hacer nada en absoluto por remediarlo.


La velada no fue exactamente como Edward había planeado. En el teatro, se unió a un grupo de conocidos e incluso envió una nota a Shelly, una de las actrices, invitándola a una cena de medianoche con él. Se había propuesto acostarse con ella en una habitación privada que había reservado con anterioridad, pero cuando besó a la artista y la tendió sobre un sofá, no sintió la excitación suficiente como para, completar el juego de seducción en el que solía ser tan bueno. Debía de estar volviéndose loco porque hasta entonces eso nunca le había pasado. Antes, sólo con pensar en hacerle el amor a una mujer hermosa, le bastaba para estar dispuesto. El alcohol que había consumido durante la noche podía haber embotado sus sentidos, pero lo dudaba.
Era Isabella .


Imágenes de ella iban con él dondequiera que estuviera o hiciera lo que hiciese. El amor era algo curioso. Nada en la vida lo había preparado para Isabella. Ella había llegado sin avisar y se había infiltrado en su corazón antes de que él pudiera erigir barreras contra eso.
Edward introdujo varios soberanos de oro en el escote de Shelly y la despidió. Riéndose entre dientes a su pesar, se preguntó cuánto tardaría en ser de dominio público su extraño comportamiento en el dormitorio.


Llegó a casa de un extraño modo. Tal vez fuese la negra niebla que se arremolinaba en su cabeza, o quizá la sensación de su propia vulnerabilidad.
Abrió la puerta con la llave, recogió la vela chisporroteante que estaba sobre la mesa del vestíbulo y se dirigió despacio a su estudio para acabarse la botella de la que había estado bebiendo antes de ir al teatro. Alguien había encendido el fuego disipando la humedad y las sombras, y Edward fue directamente a la alacena.


—Ya era hora de que regresase a casa, Cullen.


Edward giró en redondo y se quedó mirando al hombre que se levantaba en esos momentos de un sillón entre las densas sombras de la habitación. Cuando avanzó hacia el círculo de luz que proyectaba la chimenea, Edward no se quedó nada sorprendido al ver a Benjamin.


—¿Qué sucede esta vez, Forks? Esto está comenzando convertirse en una costumbre.
—Su mayordomo me permitió entrar.
—Laurent se permite demasiadas cosas. Bueno, puesto que usted ya está aquí, puede decirme lo que desea.
Benjamin cuadró los hombros y contestó:
—Es hora de que se enfrente a su responsabilidad con mi hermana.
—¿De qué diablos está usted hablando?
— Isabella está embarazada de un hijo suyo.

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Hayyyyyyyyyyy dioooosss bueno ya Edward se entero de q Bella esta embarazada ahora q pasara bueno veremos q pasa pero por ahora las dejo con eso, no me insulten por fis yo las quiero mucho...

Besos abrazos y las quiero

Su amiga Gothic

Capítulo 18: Capitulo 18 Capítulo 20: Capitulo 20

 
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