El Noble y la Ladrona (+18)

Autor: Gothic
Género: + 18
Fecha Creación: 15/08/2010
Fecha Actualización: 13/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 29
Comentarios: 57
Visitas: 81804
Capítulos: 22

Cuando un audaz salteador de caminos asaltó su carruaje y apuntó con una pistola a una parte crucial de su anatomía, el marqués de Cullen tuvo que efectuar una elección crítica, entregar el anillo de su hermano fallecido o perder las joyas de la familia.

Edward decidió separarse del recuerdo, pero sólo de modo temporal. Localizaría al ladrón de los inolvidables ojos color Chocolate aunque fuese lo último que hiciera.

Para todos era conocida la escandalosa reputación de la Liga de los Libertinos de Londres, de modo que, cuando el más infame de sus miembros la tomó entre sus brazos en un baile de sociedad, Isabella Swan comprendió que sus intenciones no eran nada honorables.

La fogosa persecución de Edward hizo que sus ojos chocolates se abriesen de par en par y el pulso se le acelerase, pero…
 
¿Él iba en busca de una amante o de la picara que se había atrevido a robarle a punta de pistola?
Fuera como fuese, Isabella  sabía que le había llegado la hora de devolver lo robado, y estaba más que deseosa de entregarle tanto su cuerpo como su corazón.

Disclaimer : Esta historia es una adaptación de una novela, sólo he tomado partes de la trama y la he adaptado con los personajes de la saga crepúsculo, que le pertenecen a Stephanie Meyer.

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Capítulo 20: Capitulo 20

Hola niñas se q no actualice pero bueno aqui les dejo este capi y decirles q esta historia esta llegando a su fin solo queda un capi mas y el epilogo :( dioooosss no es justo pero les quiero preguntarles alguillo ¿Ustedes quieren saber que pasara con los otros dos libertino o no? Si quieren saber bueno tratare de subir la historia lo mas pronto q pueda pero eso queda a desicion de ustedes un millon de besos y espero este capi les guste.. Comenten q es mi mejor premio sus comentarios y si quieren voten .

Las quiero un monton Besos y Abrazos

Su Amiga Claudia(Gothic)

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La breve pero explosiva conversación con Benjamin resultó instructiva. Edward no sólo se enteró de que Isabella estaba embarazada de un hijo de él, sino que también averiguó por qué había renunciado a que se casaran. Maldijo a Volturi, y se prometió reparar el daño que había causado aquel bastardo. La conversación con Benjamin concluyó bruscamente cuando el joven emplazó a Edward a cumplir con su deber hacia su hermana y luego salió furioso por la puerta.


Reflexionando sobre lo hablado, Edward aventuró que Isabella debió de quedarse embarazada la primera vez. ¿Cuánto tiempo haría de eso? Pensó terriblemente que bastante.


La idea de traer al mundo a una criatura con una enfermedad hereditaria le horrorizaba ¡Cómo debía de odiarle Isabella! Por supuesto, tenían que casarse inmediatamente, pero él nunca podría remediar el daño que le había causado. No debería haberla tocado jamás después de comprender que con ella no tenía control.
Asomó la cabeza por la puerta y vociferó llamando a Laurent. El normalmente impecable mayordomo apareció al cabo de unos momentos con los escasos cabellos disparados de su rosado cuero cabelludo y su camisón ondeando en torno a las huesudas rodillas.


—¿Ha llamado, milord? ¿Se ha marchado ya el joven Forks?
—Sí, se ha ido tras darme algunas noticias angustiosas. Me encuentro en desesperada necesidad de fortificación líquida. Tráigame dos botellas de mi mejor brandy y procure que nadie me moleste.
Laurent vaciló.
—¿Hay algo que yo pueda hacer?
—En esta ocasión, no, Laurent. Tengo que enfrentarme a ello yo solo.
—Muy bien, milord. —Se dispuso a retirarse.
—Que sean tres las botellas, Laurent. Así no tendré que volver a molestarle esta noche.
Se desplomó en un sillón, reclinó la cabeza contra el cojín y cerró los ojos. ¿Cómo diablos había permitido que aquello sucediera? Podía volverse loco en cualquier momento y dejar a una criatura predispuesta a la locura para que Isabella la criase. Había provocado una catástrofe, y había arrastrado a Isabella con él.
—Su brandy, milord —dijo Laurent con una voz llena de desaprobación.
—Déjelas y vuélvase a la cama —contestó Edward penosamente.
Laurent vaciló un momento, luego se encogió de hombros y se marchó arrastrando los pies. Se sirvió una generosa cantidad de brandy en una copa, la hizo girar y se la tomó de un trago. Sabía que beber no resolvería sus problemas, pero le ayudaba a olvidar la horrible injusticia que había cometido con Isabella. Volvió a llenar la copa y bebió de nuevo.


Edward despertó con el sonido de voces que entraban y salían de su confundido cerebro. Sentía la cabeza como un melón maduro a punto de estallar y en la boca un sabor horrible. Desorientado, se preguntó por qué estaba desplomado en un sillón, con las piernas extendidas y una copa vacía colgando de su mano. Mientras estiraba las piernas para combatir los calambres, sus pies chocaron con una de las botellas vacías tiradas por el suelo, dando paso a sus recuerdos.


«Isabella está embarazada de mi hijo.»


Las voces del vestíbulo subieron de tono; un sonido estridente y una voz monótona le provocaron un dolor en su cabeza que casi lo hizo doblarse sobre sí mismo. De pronto, la puerta se abrió bruscamente dando paso a una airada lady Jane y a un agitado Laurent tras ella.


—Lo siento, milord, pero su abuela ha insistido en verle inmediatamente.
—Déjenos, Laurent —ordenó imperiosa lady Jane—. Deseo tener unas palabras en privado con mi testarudo nieto.
—Procura ser rápida, abuela —gruñó Edward—. Como puedes ver, no estoy en condiciones de ofrecer una cortés compañía.
—¿Qué te sucede? —lo regañó la abuela—. Tienes toda la vida por delante. ¿Por qué la desperdicias en búsquedas sin valor? Acláramelo, querido, para que yo lo pueda entender.
Edward dejó escapar un suspiro cansado. Era evidente que su obstinada abuela no dejaría de acosarlo hasta que se enterase de la verdad. Tal vez había cometido una injusticia con ella al no explicarle por qué prefería una vida de libertinaje en lugar del matrimonio y la familia.
—Siéntate, abuela. Esto puede llevarnos un rato.
Lady Jane se sentó en una silla de respaldo recto, se apoyó en su bastón y miró detenidamente a Edward.
—Estás pálido.
Él se encogió de hombros.
—Supongo que sí.
—Has ignorado mis notas. Y no estás enfermo, porque has sido visto por todas partes. Me debes una explicación.
—Y la vas a tener. Tras oír lo que tengo que decir, comprenderás por qué no puedo casarme ni engendrar hijos.
—Estabas bastante dispuesto a casarte con Isabella.
—Tenía que hacerlo para protegerla. Estaba implicada en algo que podía conducirla a prisión si la hubieran cogido.
La abuela lo miró incrédula.
—¿Estás diciendo que la querida Isabella estaba haciendo algo ilegal?
—Eso es exactamente lo que estoy diciendo. Yo comprometí a Isabella y deseaba protegerla así como apaciguar mi culpabilidad. Por eso le propuse matrimonio. Pero de ese matrimonio no hubieran nacido hijos.
—¡Uf!, algo tarde para eso, ¿no crees?
Pasaron unos momentos hasta que el significado de sus palabras penetró en el atontado cerebro de Edward.
—¿Lo sabes? —preguntó cuando pudo articular palabra.
—Si te refieres a la delicada condición de Isabella, así es. ¿Qué piensas hacer con ello, querido muchacho?
Debería habérselo imaginado. Lady Charlotte debía de haberle contado las escandalosas nuevas a su abuela después de que Isabella confiase en su tía.
—¿Soy el último en saberlo? Benjamin se presentó anoche en mi puerta exigiéndome que hiciera lo adecuado con su hermana.
—El muchacho parece que promete —reconoció lady Jane.
—Me casaré con Isabella desde luego, pero nunca me perdonaré la desolación a que he dado lugar. La situación es horrible.
—¿En qué sentido? Es evidente que Isabella te importa mucho. Tú mismo lo admites; deseabas protegerla y cuidar de ella. Explícate, Cullen.
—Isabella me importa, pero hay cosas que tú no sabes sobre mí y que ponen el matrimonio y la familia fuera de mi alcance.
Una recelosa mirada ensombreció el rostro de lady Jane.
—Prosigue.
—Tú estabas en España con el abuelo cuando mi madre se volvió loca. Mi padre probablemente nunca te habló de su enfermedad para ahorrarte el dolor por el que estaba pasando. Él la amaba demasiado como para hacer pública su situación. Creo que asistir a su deterioro fue la causa de su muerte. Me alegro de que no estuviera vivo cuando ella saltó hacia su muerte desde la ventana de su habitación.
—Pero mi querido muchacho...
—No, abuela, escúchame. En un momento de lucidez, antes de poner fin a su vida, mamá le dijo a Paul que su enfermedad era hereditaria; su propia madre acabó su vida del mismo modo cuando mamá era tan sólo una niña. Le dijo que había una larga historia de locura en su familia y lo previno contra engendrar hijos que pudieran asimismo llegar a enloquecer.
—¿Y no pensaste que era raro que tu madre escogiera a Paul y no a ti para comunicarle tan inquietantes noticias?
—No. Paul y yo estábamos muy unidos. Mamá probablemente supuso que él me lo diría.
—¿Y nunca se te ocurrió preguntarme a mí sobre la locura de Esme?
—No. Suponía que no sabías nada de su enfermedad.
—¡Qué lástima! —dijo la abuela—. De haberlo hecho, te habrías ahorrado años de angustia.
—¿Tú estabas enterada de su enfermedad?
—Sí y te lo hubiera contado, pero suponía que ya conocías la verdad sobre tu nacimiento.
Edward se sacudió las telarañas de la cabeza.
—¿Qué verdad? ¿Estás diciendo que soy un... bastardo? Papá quería demasiado a mamá como para eso, y ella nunca hubiese engañado a papá.
—No eres un bastardo, Cullen, aunque no tienes nada de la sangre de la pobre Esme fluyendo por tus venas. Tu madre, tu verdadera madre, era Elizabeth, hija mía y hermana gemela de tu padre.
Impresión, incredulidad, tenues esperanzas... todas esas emociones inundaron a Edward.
—Sabía que papá tenía una hermana gemela, pero creía que había muerto antes de que yo naciera.
—Ella murió en España, donde tu abuelo estuvo destinado como embajador. Se casó con un aventurero español sin nuestro permiso y se quedó viuda antes de que naciera su hijo.
—Esto es increíble —murmuró Edward cogiéndose la dolorida cabeza—. ¿Cómo me convertí pues en un Masen?
—Tras el nacimiento de Paul, Esme se sumió en una profunda depresión. Los doctores parecían incapaces de aliviar su estado y, temiendo que pusiera fin a su vida como su madre antes que ella, mi hijo llevó a su familia a España de visita. Confiaba en que el cambio de clima y el estimulante aire marino la ayudarían.
—Debió de servir, porque vivió muchos años después de eso —dijo Edward—. Su mente siempre fue frágil, pero no empezó a deteriorarse seriamente hasta poco antes de que Paul se casara con Irina. Pero sigue adelante con tu historia, abuela.
—Para simplificar las cosas, Elizabeth murió en el parto. Antes de su muerte, rogó a su hermano que criase a su hijo recién nacido como si fuese suyo, por lo que fuiste legalmente adoptado en España y criado como un Masen. Todos suponían que tu madre adoptiva estaba esperando cuando se fue de Inglaterra y que te dio a luz en España. Ellos no contradijeron esa versión. Esme te quería entrañablemente, y también mi hijo.
—Nunca me sentí no deseado —reconoció Edward aún bajo los efectos de la impresión—. ¿Por qué no se me dijo nunca?
—Yo suponía que tu padre ya te lo había dicho. Nunca sabremos por qué no lo hizo. La respuesta se fue a la tumba con él. No es como si fueras hijo de un sirviente, tienes sangre de los Masen fluyendo por tus venas.
—¿Tengo parientes en España?
La expresión de lady Jane se endureció.
—Tal vez, pero estuvieron muy dispuestos a entregarte al cuidado de nuestra familia. Como ves, no eres español puro, y sin duda estarías mucho mejor con unos padres que te quisieran. Y sea como sea, querido muchacho, sigues siendo mi nieto.
A Edward le ardían los ojos de lágrimas contenidas. Se levantó de repente y se arrodilló a los pies de su abuela cogiendo entre las suyas sus frágiles manos.
—¿Sabes lo que eso significa, abuela? No tendré que volver a buscar señales de locura en mí. Puedo tener todos los hijos que desee sin temor ni culpabilidad. Y pensar que en una ocasión consideré en poner punto final a mi vida...
Edward sentía como si le hubieran quitado de encima una enorme carga.
—Ahora soy libre para amar a Isabella. Para darle la vida que se merece.
—Si me hubieras hablado de esto hace años, podría haberte tranquilizado al respecto.
—Años atrás tú estabas en el extranjero con el abuelo. Luego estuve en la guerra y después de eso yo acepté que moriría loco. No veía ninguna razón para abrumarte con mis problemas.
—Nunca me perdonaré haberte hecho pasar por esto —se lamentó la abuela—. Me dolía tanto mencionar el nombre de Elizabeth que nunca te hablé de ella. —Se enjugó una lágrima—. Ella era demasiado joven y bella para morir. No es justo que una madre deba sobrevivir a sus hijos. Pero el buen Dios me dejó aquí por una razón y ahora sé cuál era y gracias a Dios por Isabella —prosiguió lady Jane con sincero alivio—. Sin ella en tu vida, nunca hubiésemos tenido esta conversación.
—Isabella está embarazada de un hijo mío —exclamó Edward con una emoción que hasta aquel día nunca hubiera creído posible—. Voy a ser padre.
Lady Jane sonrió comprensiva.
—Tú la amas, Cullen. La querida Charlotte y yo lo hemos sabido siempre, y nos imaginábamos que los dos erais demasiado obstinados para admitirlo.
Edward lanzó una risita.
—Bella y yo formamos una buena pareja, ¿verdad? Ella es terca, obstinada y demasiado independiente para su propio bien. ¿Cómo podría no amar a una mujer tan extraordinaria como ella? La primera vez que la vi iba vestida de salteador de caminos y detuvo mi carruaje. Perdí una botonadura de diamantes buena y un anillo que había pertenecido a Paul.
Lady Jane se llevó la mano al pecho.
—¡Oh, Dios mío! ¡No me digas que eso es cierto, Cullen! Me estás tomando el pelo.
—Te digo la verdad. Isabella y su familia estaban en la miseria y, sin dote, ella no tenía perspectiva alguna de poderse casar con alguien rico, por lo que ella y Jacob se convirtieron en ladrones, robando a los viajeros acaudalados. Así es como mantuvo a Benjamin en Oxford.
—¿Cómo te enteraste de eso?
Edward no tenía intenciones de contarle a su abuela que le había disparado a Isabella, de modo que se guardó esa información para sí.
—Es una larga historia. Recuérdame que te la cuente algún día.
Se puso en pie y le besó las manos.
—Te quiero muchísimo, abuela. Ahora creo que es hora de que le diga lo mismo a Isabella.
Lady Jane arrugó la nariz.
—Báñate primero, Cullen. Hueles a rayos.
Él la acompañó a la puerta.
—Gracias, abuela. Me has salvado la vida.
—Enviaré una nota a Charlotte pidiéndole que me visite —dijo lady Jane—. Es domingo. Los sirvientes tienen el día libre. Isabella y tú tendréis la casa para vosotros solos. —Le dedicó una severa mirada—. No admitas un no como respuesta, querido muchacho. Espero asistir muy pronto a una boda.


Laurent acompañó a lady Jane a su carruaje. Cuando regresó, Edward le dio órdenes precisas con voz clara. No podía recordar cuándo había sido tan dichoso. Era imperativo que viera a Isabella inmediatamente. Sólo confiaba en que ella estuviera tan emocionada como él por el giro que había dado su vida.


Incapaz de concentrarse en nada más que su sombrío futuro, Isabella se limitó a asentir cuando Charlotte la informó de que ella y Jacob salían para visitar a lady Jane. Se alegró de no haber sido invitada, porque no estaba en condiciones de hablar de trivialidades con la abuela de Edward.


—Benjamin ha salido con un amigo a pasar el fin de semana —le recordó Charlotte.
Isabella le dirigió una mirada distraída.
—Lo recuerdo, tía. Que lo pases bien.
—Es domingo. Las doncellas y sirvientes también se han ido.
—No te preocupes. Soy perfectamente capaz de valerme por mí misma. El Señor sabe que no es la primera vez. Me sentiré feliz de sentarme junto al fuego con un libro.
—Acaso esté ausente durante varias horas —dijo Charlotte—. Lady Jane se siente mal y me necesita.
—Las aventuras de Cullen le están costando la salud —murmuró Isabella.
—Sí, bien... entonces me voy. —Se detuvo en la puerta—. ¡Oh, Bella, casi se me olvidaba! La señora Hamilton está visitando a su hija, de modo que estás totalmente sola.
—¿Qué te pasa tía? Te comportas de un modo extraño.
—¿En serio? No me hagas caso, querida. —Se volvió y se marchó apresuradamente.
Isabella se preguntó de qué iba todo aquello. Tía Charlotte siempre había sido ligera, pero aquel día lo parecía más que nunca.


Fuera cual fuese la causa, estaba demasiado inmersa en sus propios asuntos para darle más vueltas al comportamiento de su tía.
Unos golpes en la puerta principal la distrajeron de sus sombríos pensamientos.
Vagamente se preguntó por qué se habría ido su tía si esperaba visitas. El apremiante golpeteo continuó. Ser la única persona de la casa tenía sus desventajas. No estaba de humor para recibir a nadie, y por un breve momento consideró ignorar las llamadas, pero prevalecieron los buenos modales. Forzó una sonrisa y abrió la puerta.


—Hola, Bella.
Sorprendida al ver a Edward en su puerta, Isabella fue incapaz de encontrar las palabras para devolverle el saludo. Lo único que podía hacer era mirarlo fijamente mientras él entraba en la casa y cerraba la puerta tras de sí. El solido clic del pestillo liberó su paralizada mente.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—He venido a verte.
—¿Por qué?
—Hoy me he enterado de algo que lo cambia todo.
Isabella palideció. ¿Le habría dicho alguien a Edward que ella estaba embarazada de su hijo?
—¿De qué te has enterado?
Él le sonrió.
—Te lo diré más tarde.
Isabella escudriñó su rostro. Realmente algo había cambiado en él. Se lo veía casi alegre, como si le hubiesen quitado un gran peso de encima. Las arrugas de su frente se habían alisado y sus ojos se arrugaban risueños. Isabella soltó un chillido de sorpresa cuando Edward la levantó en sus brazos y la condujo hacia la escalera.
—¡Edward, déjame en el suelo! ¿Adónde me llevas?
—A la cama.
La ira brotó en ella. ¡Cómo se atrevía a pensar que podía acudir a ella siempre que deseara fornicar!
—¡No soy tu prostituta!
—Desde luego que no. Vas a ser mi esposa. Si no hoy, mañana. ¿Qué habitación es la tuya?
—¿Estás loco?
En cuanto hubo pronunciado esas palabras deseó poder tragárselas. Edward no necesitaba recordatorios de su posible enfermedad.
Él echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas, confundiéndola aún más.
—¿Loco? No. Bueno, tal vez sí, de amor.
¿Amor? Ciertamente, Edward había perdido la razón.
—Me estás asustando.
Él se puso serio al instante.
—Ya no tienes que volver a asustarte por mí nunca más, Bella. Por fin sé quién soy y lo que puedo esperar de la vida. ¿Ahora vas a decirme cuál es tu habitación o escojo una al azar?
Isabella estaba viendo un aspecto de Edward que nunca había visto antes, y estaba intrigada por el sorprendente cambio.
—La última de la derecha.
Edward la condujo hacia allí, cerró la puerta a sus espaldas y la dejó de pie en el suelo. Sus manos fueron directas a su seno buscando los botones. Isabella se las apartó.
—No. ¿De qué va esto, Edward?
—De nosotros. Deseo casarme contigo. Deseo ir a la cama cada noche contigo y despertarme contigo por la mañana. Deseo tener hijos contigo. Y, cuando muera, deseo que tu rostro sea el último que vea.
Un estremecimiento de temor recorrió la columna de Isabella.
—¿Estás enfermo? ¿Ha estallado la locura?
Él la abrazó.
—Estoy bien. Extraordinariamente bien. Nunca he estado mejor. Voy a hacerte el amor, Bella.
—Algo ha sucedido. Por favor, Edward... por favor, dímelo. Puedo asumirlo.
—Después de que hayamos hecho el amor.


Su boca reclamaba la de ella, devorándola con tan fiera pasión que Isabella se sentía profundamente poseída. Tórrida y exigente, su lengua golpeó sus labios hasta que éstos se abrieron a él. Con un suspiro, ella se entregó a la emocionante dicha de estar de nuevo en sus brazos. Transportada por su repentina oleada de emoción, comprendió que lo que sentía era puro, portentoso y eterno.


El beso que él le dio fue dulce y profundo. Isabella emergió de él con un delicioso mareo, y se arqueó contra Edward mientras él la acariciaba y exploraba como si fuese la primera vez que la tocaba. Gimió su nombre estrechándola tan estrechamente contra sí, que Isabella sintió como si fueran un solo cuerpo y una sola alma.


Se perdió en el sabor de él y sintió el calor de sus labios en ella, la sensual arremetida de su lengua dentro de la boca que casi la deshizo de placer. Incapaz de encontrar la voluntad para detenerle, se abandonó en sus brazos mientras él le desabrochaba el vestido. Con un grito triunfal se lo bajo por los hombros y se quedó mirando sus senos.


—Eres tan hermosa. Y eres mía, totalmente mía. Te amo, Mi Bella.
Allí estaba de nuevo. Aquella palabra. La que nunca había esperado oír de boca de él.
—No te merezco —prosiguió Edward—. Y confío en que algún día llegues a amarme tanto como yo te amo a ti.
Una insegura alegría invadió a Isabella.
—Por favor, no me mientas, Edward. Me destrozaría que revocaras tus palabras después de que hayamos hecho el amor. Te amo tanto que me duele.
—Lo digo en serio, mi preciosa Bella , todo lo que digo es en serio. Te lo hubiera dicho antes si hubiera sabido que teníamos un futuro juntos. Ni siquiera estaba seguro de tener un futuro. Saber que correspondes a mi amor me hace el hombre más feliz del mundo.
Isabella estaba confundida.
—¿Tenemos un futuro?
—Un futuro largo y fructífero, amor mío. Te lo contaré todo después de que hayamos hecho el amor.
Los labios de Isabella temblaban de emoción. Si aquello era un sueño, no deseaba despertar nunca.
—Te amo, Edward y eso siempre será asi. Siempre te amaré.

Él gimió algo ininteligible y, literalmente, desgarró las ropas que aún cubrían el cuerpo de ella, besando cada pequeño fragmento de piel a medida que la exponía. Con los ojos vidriosos de pasión, Isabella enredó los dedos en su espesa cabellera y lo atrajo más hacia sí. Edward, con la boca cerrada sobre el turgente pezón, se lo chupó provocándole una oleada de húmedo calor entre los muslos.


—No puedo soportar esto —murmuró Edward mientras la cogía entre sus brazos y la tendía en el cama.


Con una fascinada mirada fija en ella, se desprendió de sus ropas y se tendió a su lado. Ella se retorció contra él, pasándole las manos salvajemente por el cuello, los hombros, la espalda, las nalgas. Edward se apoyó en sus codos y la besó fiera, ávidamente, llenando las manos entre sus muslos y deslizando los dedos en su húmedo centro. Un grito brotó de los labios de Isabella. Su cuerpo era pura sensación y puro erotismo. Sintió como si la sangre de sus venas se hubiera convertido en fuego líquido.


Consumida por la necesidad de darle tanto como recibía, Isabella empujó suavemente a Edward poniéndolo de espaldas, con la mirada fija en su excitada virilidad. Deseaba tocarlo, saborearlo, complacerlo hasta que él gritase pidiendo misericordia.


Mirando fijamente a sus ojos soñadores, Isabella agachó lentamente la cabeza hasta tocar con la punta de la lengua su excitado y reluciente pene. Él aspiró intensamente mientras la observaba. Ella abrió la boca y lo tomó en su interior. Edward pronunció un juramento y se impulsó más adentro. Isabella, saboreando el gusto y el aroma de él, siguió atormentándole con la suave fricción de su lengua. Edward arqueaba la espalda, respiraba trabajosamente, mientras con las manos le sujetaba los costados y apretaba los dientes; parecía un hombre que agonizaba. Varios insoportables minutos después, cogió a Isabella y rodó situándose sobre ella.


—¡Cariño, me estás matando!
Ella levantó la cabeza y le sonrió.
—Deseo que te excites tanto conmigo como yo contigo.
—Tú no estás bastante excitada —dijo pellizcándole un pezón.


Él yacía sobre su estómago y se deslizó por su cuerpo hasta reposar la cabeza entre sus muslos levantados. La abrió penetrando con la lengua en su brillante hendidura. Isabella sofocó un grito y enredó los dedos en sus cabellos. Edward buscó con su boca la pequeña protuberancia entre los resbaladizos pliegues y se la lamió suavemente. A Isabella se le escapó un grito; una intensa sensación originada en el diminuto núcleo aumentaba amenazando con estallar. Empujó las caderas hacia adelante afirmando más la boca de él contra su centro. Edward se llenó las manos con sus nalgas, moviendo la lengua dentro y fuera de su hendidura, arrastrándola vertiginosamente hacia el más absoluto placer. Isabella estalló en un estremecimiento triunfal.


Edward, hambriento, observó su rostro mientras ella se liberaba. Más ardiente, con más dureza y más voraz por ella de lo que lo había estado nunca, se colocó sobre su cuerpo y penetró en su interior.


Isabella separó las piernas y arqueó las caderas para recibirlo; él sintió su dulce aliento rozándole la mejilla mientras arremetía contra su cuerpo. Empujó más y más profundamente, a cada acometida un éxtasis; cada retirada, pura agonía. Isabella levantó las piernas y lo asió por las caderas con firmeza. Él podía sentir la necesidad creciendo de nuevo en ella y la demanda se intensificó asimismo en su interior.


—No me dejes —balbuceó ella—. Por favor, Edward. Libérate en mi interior esta vez.
—Nunca volveré a dejarte —prometió Edward.
Flexionó las caderas y se introdujo más profundamente, su control completamente desaparecido.
El clímax de Isabella provocó el suyo, y la besó con todo el fervor y la intensidad de un hombre enamorado. Por primera vez no sintió ninguna culpabilidad por permanecer dentro de ella hasta el mismo final.
—Te amo, Bella—susurró mientras se retiraba y se instalaba a su lado—. Eres dominante y obstinada y nuestra vida nunca será aburrida ni monótona, pero no puedes imaginarte cuan ansiosamente estoy previendo los próximos cincuenta años más o menos.
Isabella se removió y le sonrió.
—Tú tampoco eres perfecto, Cullen, salvo en la cama, desde luego. ¿Querrás explicarme ahora qué ha sucedido para cambiar tu actitud ante la vida? La última vez que hablamos estabas desesperado ante tu futuro.
Él la cogió entre sus brazos.
—La abuela ha pasado hoy por casa.
—¿Y?
—Me ha contado la verdad sobre mi origen.
—¡No vas a decirme que no eres nieto de lady Jane!
—Soy su nieto, pero mis padres no eran las dos personas que yo creí que me habían engendrado. Mi padre tenía una hermana gemela que murió de parto en España y yo era su hijo. Su muerte fue tan lamentada, que los miembros de mi familia raras veces la mencionaban. Yo sabía que mi padre había tenido una hermana gemela, pero nunca se me ocurrió que pudiera ser mi madre. Mi verdadero padre era un aventurero español.
—¿Eres...?
—¿... bastardo? No. La muerte de mi padre se produjo poco después de casarse con mi madre. Ella le hizo prometer a su hermano en su lecho de muerte que me criaría como hijo propio. Y él así lo hizo. Ni una sola vez dudé del amor de mi padre ni de mi madre.
—Comienzo a comprender —dijo Isabella —. Tu madre le habló a Paul de la locura porque a ti no te concernía.
—Podía haberme ahorrado años de angustia si hubiera comentado mis temores con mi abuela.
—¿Crees realmente que tu hermano se quitó la vida?
—Eso es algo que nunca sabremos. Ni siquiera deseo pensar en ello.
—No lo haremos. Pensaremos en otras cosas más agradables —sonrió ella tímidamente—. Como en tener una familia.
—Exactamente. Ahora estamos libres para casarnos y tener hijos sin la espada de la locura de mi madre adoptiva pendiente de ellos.
—Tú quieres hijos, ¿verdad?
—Darte hijos será uno de mis mayores placeres.
Enarcó una ceja y le puso la mano en el estómago.
—¿Hay algo que desees decirme?
Isabella sofocó un grito.
—¡Lo sabes! ¿Quién te lo ha dicho? No deseaba abrumarte con mi embarazo. Me proponía retirarme al campo y vivir allí tranquilamente con tía Charlotte y nuestro hijo.
—No importa cómo me he enterado. Estamos enamorados y vamos a casarnos en cuanto podamos. Si lo deseas, podemos retirarnos a Cullen Park para aguardar el nacimiento de nuestro hijo.
—No mientras Irina...
Sus palabras fueron interrumpidas por la puerta abriéndose bruscamente. Tía Charlotte y lady Jane estaban en el umbral, sonriendo como bobas. Edward se incorporó y echó la sábana sobre ellos.
—¡Estáis aquí! —canturreó lady Jane—. Gracias a Dios que los dos habéis recuperado el sentido común.
—¿Qué diablos estáis haciendo vosotras aquí? ¿No se nos permite ninguna intimidad?
—Podréis tener toda la intimidad que deseéis —dijo Charlotte con una sonrisa resplandeciente—. La querida Jane me ha pedido que me traslade con ella cuando os caséis, y yo he accedido.
—Espléndido —masculló Edward—. Ahora ¿nos hacéis el favor de marcharos? Bella y yo bajaremos en seguida.
—Desde luego, querido muchacho —contestó lady Jane—. Dame el brazo, querida Charlotte. Tal vez Jacob nos prepare una tetera. No os entretengáis, muchachos.
Con un gruñido Edward se dejó caer en la cama.
—Lo siento, Bella.


Se sintió preocupado al ver agitarse los hombros de Isabella. La cogió entre sus brazos y trató de consolarla, pero se sobresaltó al darse cuenta de que ella no estaba llorando sino que, en realidad, se agitaba de risa. Entrecerró los ojos, y, contra lo que le dictaba el sentido común, él también estalló en carcajadas.


—¿Vamos a reunimos abajo con ese dúo de conspiradoras? —preguntó enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano.
De pronto Isabella se puso seria.
—¿Supones que tu abuela sospecha que estoy esperando un hijo tuyo?
—Me consta que sí.
Isabella se sonrojó.
—¡Oh, Dios! Dime una vez más que me amas.
—Te amo. Loca, irrevocable y apasionadamente. Incluso quiero a Bells, el enigmático salteador de caminos. ¿Satisfecha?
Isabella suspiró.
—¿Qué van a hacer McCarty y Whitlock sin su compañero?
—Sólo podemos confiar en que encuentren sus almas gemelas, tal como yo lo he hecho. Arriba, mi amor. Es hora de enfrentarse a los dragones.


Capítulo 19: Capitulo 19 Capítulo 21: Capitulo 21

 
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