El Noble y la Ladrona (+18)

Autor: Gothic
Género: + 18
Fecha Creación: 15/08/2010
Fecha Actualización: 13/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 29
Comentarios: 57
Visitas: 81790
Capítulos: 22

Cuando un audaz salteador de caminos asaltó su carruaje y apuntó con una pistola a una parte crucial de su anatomía, el marqués de Cullen tuvo que efectuar una elección crítica, entregar el anillo de su hermano fallecido o perder las joyas de la familia.

Edward decidió separarse del recuerdo, pero sólo de modo temporal. Localizaría al ladrón de los inolvidables ojos color Chocolate aunque fuese lo último que hiciera.

Para todos era conocida la escandalosa reputación de la Liga de los Libertinos de Londres, de modo que, cuando el más infame de sus miembros la tomó entre sus brazos en un baile de sociedad, Isabella Swan comprendió que sus intenciones no eran nada honorables.

La fogosa persecución de Edward hizo que sus ojos chocolates se abriesen de par en par y el pulso se le acelerase, pero…
 
¿Él iba en busca de una amante o de la picara que se había atrevido a robarle a punta de pistola?
Fuera como fuese, Isabella  sabía que le había llegado la hora de devolver lo robado, y estaba más que deseosa de entregarle tanto su cuerpo como su corazón.

Disclaimer : Esta historia es una adaptación de una novela, sólo he tomado partes de la trama y la he adaptado con los personajes de la saga crepúsculo, que le pertenecen a Stephanie Meyer.

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Capítulo 7: Capitulo 7

Isabella no había dormido bien las últimas noches. Tras su último encuentro con Cullen, nada en su mundo era como debería. Confusas emociones se debatían en su interior. Disfrutaba demasiado estando con él, aun sabiendo que sus intenciones no eran honorables. No era difícil ver cómo se había ganado su reputación. Ninguna mujer decente estaba segura en su compañía. Por lo menos, era sincero sobre lo que deseaba de sus amantes. No formulaba falsas promesas ni mentía.
Isabella se preguntaba vagamente qué lo habría predispuesto contra el matrimonio. La mayoría de los hombres deseaban herederos a los que legar sus tierras. Cullen era marqués: tenía mucho que perder si dejaba de procurarse herederos.
No sólo debía a Cullen el techo que éste había financiado, sino que también se había retrasado en el pago trimestral de la enseñanza de su hermano. No le quedaba nada más que vender y su despensa estaba casi vacía. Tenía que hacer algo, y pronto.
Tía Charlotte le había retirado el vendaje antes de su última salida con Cullen y la herida parecía estar sanando satisfactoriamente. Se le ocurrió que Cullen podía haber visto la cicatriz cuando desnudó sus senos, pero puesto que no la había mencionado, suponía que había estado demasiado excitado para advertirla.
No había más remedio. Jake y Bells tendrían que cabalgar de nuevo.
Un golpe en la puerta sacó a Isabella de sus silenciosas cavilaciones.
—¿Estás despierta, Bella?
—Entra, tía.
Isabella se apartó de la ventana y sonrió a Charlotte.
—Buenos días. ¿Sucede algo malo?
—No, querida, todo es como de costumbre. Sólo quería decirte que me voy al mercado. ¿Te parece bien que me lleve a Jacob? Me siento más segura por las calles yendo con él.
—Por supuesto, llévatelo —contestó Isabella distraída.
—¿Estás bien, querida? Pareces muy aturdida.
—Estoy bien, tía, de verdad. Puedes irte.
—¿Se trata de Cullen? No ha venido por aquí últimamente.
—Eso es exactamente lo que deseo. Odio estar en deuda con él por nuestro nuevo tejado, y confío en no volver a verle.
Charlotte suspiró.
—Si tú lo dices, querida. Bien, entonces me voy. Procuraré no tardar mucho.
Isabella se entretuvo algunos minutos más y luego bajó a prepararse el desayuno. Encontró un pedazo de pan y un trozo de queso para acompañar el té y se sentó para disfrutar del escaso alimento. Por desdicha, estaba demasiado preocupada como para saborear lo que estaba comiendo.
Había luna casi nueva, por lo que aquélla sería una noche perfecta para que Jake y Bells se pusieran sus disfraces y salieran a la carretera. Si Isabella hubiera tenido otra elección, no se habría convertido en salteadora de caminos, pero el destino y los vicios de su padre la habían convertido en una fuera de la ley. Rogaba por que la incursión prevista para esa noche resultara lo bastante lucrativa para pagar sus cuentas y alimentarlos durante un largo tiempo. Cuanto más salían Jake y Bells, más peligroso resultaba. Su mayor temor era que en algún lugar al final de la carretera los esperara la horca.
Tras concluir su desayuno, Isabella procedió a asear la casa. Estaba muy bien tener un tejado sin goteras, pero estar en deuda con Cullen la incomodaba. Él deseaba cosas de ella que Isabella no estaba dispuesta a darle: su virginidad y su buen nombre. Pero quizá se había dado ya por vencido, pues no había vuelto a visitarla desde el día en que intentó seducirla en su carruaje.
Metida en sus pensamientos, Isabella no se dio cuenta del ruido que venía de la puerta. Cuando se le ocurrió por fin pensar que alguien estaba llamando con gran impaciencia, se apresuró a abrir. Cuando vio a Volturi ante ella, estuvo a punto de cerrársela en las narices.
—Buenos días, Isabella, ¿puedo entrar?
—Estoy sola, lord Volturi. Puede usted regresar cuando tía Charlotte esté aquí, pero no se lo aconsejaría.
—Sé que está sola. He visto salir a su tía y al mayordomo.
Un escalofrío recorrió la columna de Isabella.
—¿Está usted vigilando la casa?
—¿Qué le hace pensar eso?
Pasó rodeándola y cerró la puerta recostándose en ella mientras la miraba con los ojos entrecerrados.
—Estaba vigilando la casa —lo acusó ella—. ¿Qué desea, lord Volturi? Explíquese y márchese, por favor.
—Guarde sus uñas, Isabella. Simplemente he venido a invitarla a la velada musical en casa de lady Weber. Esta noche actuará una diva italiana. Será muy entretenido.
La mente de Isabella comenzó a barajar posibilidades. ¿Qué le impediría escabullirse de la velada musical y hacerse con algunas joyas de lady Weber? Sería ciertamente menos arriesgado que llevar a cabo otro robo en la carretera. Si Jacob tenía que sufrir por su locura, ella nunca se lo perdonaría.
—Muy bien, milord, le acompañaré. Pero no se haga ilusiones por mi aceptación.
—¡Espléndido, querida! Pasaré a buscarla a las nueve en punto.
Isabella regresó a la cocina y tomó otra taza de té mientras reflexionaba sobre los pros y los contras de su aventura. Cullen no era de los que asistían a algo tan aburrido como una velada musical, de modo que no tendría que preocuparse por escapar del perspicaz marqués. A Volturi se lo podía engañar, pero a Cullen, no. Decidió que se escabulliría mientras la diva estuviera actuando y se haría con alguna gema de lady Weber.
Isabella estaba lavando su taza de té cuando Charlotte y Jacob regresaron del mercado.
—Hoy hemos encontrado algunas gangas —dijo Charlotte con voz cantarina.
—Tienes la capa húmeda, tía. ¿Está lloviendo?
—Está algo húmedo fuera.
—Tal vez deberías subir y cambiarte antes de que pilles un resfriado. Yo guardaré las compras.
—Gracias, querida —dijo Charlotte—. Los últimos días han sido tan estupendos, que he olvidado cuan rápidamente puede cambiar el tiempo.
Se marchó apresuradamente dejando solos a Isabella y Jacob.
—Tenemos que hablar —comenzó ella.
—Hagámoslo, señorita Bella. Hoy casi no habrá luna. Jake y Bells pueden salir.
—No. He descubierto otro modo de solucionar nuestras dificultades financieras, por lo menos por el momento. Volturi me ha visitado mientras estabais fuera y me ha invitado a una velada musical en casa de lady Weber esta noche. Como sabes, lord y lady Weber son unos ricos mecenas de las artes. Actualmente, están patrocinando la ópera, y han invitado a una diva italiana para que cante. Asistirá mucha gente, y nadie me echará de menos durante los pocos minutos que tarde en robar algunas joyas de lady Weber, ella apenas las echará en falta.
—No me gusta, señorita Bella —argumentó Jacob—. Volturi no es persona de confianza y usted estará sola con él.
—No puedo seguir poniendo en peligro tu vida, Jacob. No sé lo que habría hecho sin ti desde que papá murió. Estoy pensando que es hora de que Jake y Bells se retiren.
—Son las mejores noticias que he oído desde hace tiempo —exclamó Charlotte encantada.
—¿Cuánto tiempo hace que estás ahí, tía?
—Lo bastante como para oírte renunciar a tu vida de fuera de la ley.
Isabella y Jacob intercambiaron una mirada sobre la cabecita de lady Charlotte. Isabella confiaba en que él comprendiera que no debía hablarle a su tía de sus intenciones de aquella noche. Cuanto menos supiera, mejor para ella.
—En efecto. Los fuera de la ley viven continuamente en vilo. Encontraremos otro modo de mantenernos.
—Eso mismo, querida —repuso Charlotte radiante—. Sé que se te ocurrirá algo.
—He aceptado una invitación de lord Volturi para asistir a una velada musical esta noche en casa de los Weber—prosiguió Isabella.
—¡Volturi! —Balbuceó Charlotte—. Creía que no soportabas  a ese hombre.
—He decidido que alternar un poco me irá bien.
—Pero ¿con Volturi? Sé que eres bastante mayor para tomar tus propias decisiones, querida, pero ¿por qué aceptar la invitación de Volturi si no lo aguantas? Lord Cullen..
—Olvida a Cullen, tia el no tiene nada que ofrecerme.
—Ha puesto un nuevo tejado en nuestra casa. No puede ser tan malo.
—Cullen no hace nada sin una razón —le dijo Isabella —. No quiero hablar mas del marqués. Voy a salir con Volturi. No me quiero que me esperen despiertos.


—Estás deslumbrante —dijo Charlotte cuando Isabella descendió por la escalera aquella noche.
—Confío en que nadie recuerde que llevo el mismo vestido que lucí en el baile de la viuda.
—¿Por qué iba eso a importarte? Además te queda admirable.
—Aquí está su chal, señorita Bella—dijo Jacob tendiéndole a Isabella una prenda de decorado con  canutillos y bordados que en otro tiempo había pertenecido a la madre de ella. Ella no podía separase de ella.
Volturi  llegó exactamente a las nueve. Una encantadora sonrisa se dibujó en sus labios cuando la vio.
—Seré la envidia de todos los hombres que asistan a la velada.
Algo en su tono de voz del hizo que Isabella se sintiera incómoda, pero no tenía otra elección para llevar a cabo su plan. Trató de no perturbarse cuando el hombre le puso la mano en el codo y la acompañó hacia la puerta.
Charlotte se quedó mirando la puerta cerrada unos momentos y luego se volvió hacia Jacob con la preocupación en su rostro.
—No me gusta esto, Jacob. ¿En qué está pensando Isabella? Creía que detestaba a Volturi. Ojalá hubiese ido con ella.
—¿Se sentiría usted mejor si yo fuera a la mansión de los Weber y echase una mirada para ver cómo van las cosas?
—¿Lo harías Jacob? Sé que puedo confiar en ti.
—Desde luego, milady, si eso la tranquiliza —le dijo Jacob.


Isabella se sentó lo más lejos posible de Volturi en su carruaje cerrado. Por desgracia, él se deslizó más cerca, hasta que ella quedó estrujada en el rincón.
—Está demasiado cerca de mí —se quejó Isabella.
—¿De verdad, querida? —dijo él sin mostrar ningún pesar por su audacia.
—Por favor, retírese. Apenas puedo respirar si me agobia de este modo. ¿Por qué tardamos tanto en llegar? No recuerdo que la mansión Weber esté tan lejos.
—Mire por la ventanilla, Isabella.
Un estremecimiento de temor la recorrió de arriba abajo al apartar la cortinilla de cuero y ver que habían dejado la ciudad y que se dirigían al campo.
—¡Estamos dejando la ciudad!
—Soy muy consciente de ello, Isabella. Ella sentía un miedo atroz
—¿Adónde me lleva?
—Antes de decírselo, ¿se casará conmigo?
—No, gracias. No deseo casarme con usted, Volturi. Sabe que tengo razones para rechazarle, de modo que ¿por qué insiste?
—Entonces no me deja otra alternativa.
Isabella  se sintió enferma de miedo.
—¿De qué está hablando?
Volturi  no dijo nada mientras sacaba un frasquito de su bolsillo y vertía unas gotas de un líquido claro en su pañuelo; a continuación, cubrió con él el rostro de Isabella.
El olor dulce y penetrante dejó a Isabella preocupada como el sorprendente gesto de Volturi. Trató de luchar, de no respirar, pero el aire abandonó sus pulmones y se vio obligada a aspirar. En el momento en que lo hizo, la resistencia la abandonó. Se sintió flotar, como si su mente ya no estuviera unida a su cuerpo. Una negrura descendió sobre su conciencia, y luego cayó en un profundo vacío sin posibilidades de huir de él.
Isabella permaneció inconsciente mientras Volturi la llevaba a La Liebre y el Sabueso, una mísera posada de las afueras de Londres donde ese día temprano había alquilado una habitación. El dueño apenas miró a Isabella cuando Volturi  se le acercó. La habitación estaba pagada y los asuntos del caballero no eran de su incumbencia.
—Espero que más tarde lleguen unos amigos —dijo Volturi—. Cuando pregunten por mí, envíelos a mi habitación.
—Ejem... ¿está seguro de que es prudente, milord? —El posadero dirigió a Volturi una astuta mirada—. Tal vez se presenten en un momento inoportuno, si usted me entiende.
—Eso es exactamente lo que quiero —murmuró Volturi
El hombre se rascó la cabeza, se encogió de hombros y se volvió mientras Volturi subía la escalera con Isabella en sus brazos.
Entró en la habitación, depositó a la joven en la cama y le quitó toda la ropa salvo la camisa. Deseaba que sus amigos los encontraran en una situación comprometida, pero no quería que vieran demasiado de ella. Una vez fueran «descubiertos» juntos, la reputación de Isabella  estaría arruinada y ella se vería obligada a aceptar su proposición.


Jacob se precipitó en el salón sin respiración, agitado y pálido.
—¿Qué sucede, Jacob? ¿Dónde está Isabella? ¿Le ha sucedido algo? ¡Oh, por favor, no me tengas con esta angustia por favor! —rogó Charlotte
Esforzándose por recuperar la respiración, Jacob avanzó tambaleándose hacia una silla, donde se desplomó.
—No hay ninguna velada musical en casa de los Weber esta noche —balbuceó.
Charlotte se llevó la mano al pecho.
—¿Qué? Debes de estar equivocado.
—No hay ningún error, milady. La casa estaba a oscuras cuando llegué. Al principio pensé que tenía una dirección equivocada y llamé a la puerta para informarme. Un sirviente me abrió y me dijo que los Weber están en el extranjero, y que no esperaban que regresaran pronto. Casi me he quedado en el sitio. ¿Qué habrá hecho Volturi con la señorita Bella?
A Charlotte comenzaron a temblarle las piernas. Jacob se levantó de un salto de su silla para tranquilizarla.
—Debemos tratar de permanecer tranquilos, lady Charlotte. Pensemos detenidamente en el problema y...
—¿Y qué, Jacob? ¿Cómo rescataremos a nuestra Bella de ese monstruo? No puedo ni imaginar lo que hará con ella.
—No puede hacerle daño, milady; no se atreverá.
—Conociendo a Volturi, creo que se atrevería a todo para cumplir sus deseos y, por alguna oscura razón, desea a Bella. ¿Y si alguien la descubre a solas con él? Eso la arruinaría. Bella se considera sin posibilidades de casarse, pero yo confío en que algún día encuentre a un hombre al que pueda amar, alguien que la ame pese a su falta de dote. Pero si Volturi la posee, todo estará perdido. Está arruinada, si Volturi... si él... ¡Oh, no puedo decirlo!
—Los encontraremos, lady Charlotte.
—¿Cómo? ¿Qué vamos a hacer?. Charlotte empezó a sollozar.
Jacob parecía confuso, como si él mismo no estuviera seguro de qué hacer.
—¿Por dónde empezaremos? ¿Quién podría ayudarnos? —gimió Charlotte.
Jacob  arrugó las cejas. De pronto, levantó la mirada con la tensión atenuándose en su cuerpo.
—Cullen.
—¿El marqués? ¡Oh!, ¿estás seguro?
—No se me ocurre otra persona. Parecía interesado por la señorita Bella. ¿Qué podemos perder?
—Apresúrate, pues, Jacob. Sólo Dios sabe lo que el vizconde se propone hacer con nuestra Bella.


Edward se removía impaciente mientras Siobhan le anudaba el pañuelo al cuello.
—Estese quieto, milord, si no, nos pasaremos con esto toda la noche.
—Apresúrese, Siobhan. McCarty  y Whitlock me aguardan en White's. Vamos a asistir a la ópera y luego a la reunión de lady Stanley.
—Entonces deseará lucir su mejor aspecto, milord —resopló el sirviente—. Ya está. —Retrocedió para inspeccionar su obra—. Perfecto. Voy a buscar su...
La puerta se abrió interrumpiendo a media frase a Siobhan. Era Laurent, con el rostro contraído en una mueca.
—Hay una «persona» abajo e insiste en hablar con usted, milord. Dice que es urgente.
—¿Una persona, Laurent? Sin duda puede usted ser más explícito. ¿Tiene nombre esa persona?
—Jacob, milord.
Edward se volvió tan rápido que casi derribó a Siobhan.
—¿Ha dicho usted Jacob? ¿Está solo?
—Eso parece, milord.
—Llévelo a la biblioteca. Me reuniré con él en seguida.
Laurent  se marchó. Edward metió las manos en la chaqueta que el criado le ofrecía y salió por la puerta.
—No me espere Siobhan. Probablemente llegaré tarde.
Edward bajó los peldaños de dos en dos. Jacob era el sirviente de Isabella, no había motivos para que el hombre estuviera allí a menos... No, eso era algo impensable.
Jacob paseaba nervioso por la biblioteca cuando Edward irrumpió en la sala. Al abrirse la puerta, el hombre se volvió de inmediato. Su rostro estaba grisáceo y tenso; sus ojos desorbitados y llenos de pánico, como si arrastrara el peso del mundo sobre sus encorvados hombros.
—¿Qué sucede? —preguntó Edward secamente.
—No tenemos a nadie más a quien recurrir, milord —empezó Jacob—. Lady Charlotte y yo estamos terriblemente preocupados.
Edward, a quien se le estaba acabando la paciencia, gritó:
—¡Vaya al grano, ¿quiere?! ¿Le ha sucedido algo a lady Isabella?
Jacob parecía tan desdichado que Edward se temió lo peor. Había tratado de no pensar en la joven durante los últimos días. Ella le había dicho muy rotundamente que no deseaba tener nada que ver con él, y él había decidido cumplir sus deseos... por el momento. Pero no había renunciado a ella ni mucho menos. Isabella Swan  no era la clase de mujer a la que uno olvidaba fácilmente. La deseaba, y Edward siempre conseguía lo que deseaba.
—La señorita Bella ha desaparecido, milord. Ha sido raptada por un hombre que no se propone nada bueno. Estoy seguro.
—¿Raptada? ¿Qué quiere decir?
Fue hacia la alacena, sirvió dos dedos de brandy en una copa y se la entregó a Jacob.
—Creo que esto le sentará bien. Ahora siéntese y comience desde el principio. No puedo ayudarles si no conozco todos los detalles.
Jacob  tomó un largo sorbo de brandy, se estremeció y luego se sentó en el borde de una silla.
—Usted es nuestra única esperanza, milord. Estamos desesperadamente necesitados de su ayuda.
—Cuénteme —repuso el marqués esforzándose por mantener una calma que no sentía.
Jacob aspiró con respiración vacilante.
—Lord Volturi invitó a la señorita Bella a una velada musical esta noche en casa de los Weber.
Edward frunció el cejo.
—Los Weber están fuera de la ciudad.
—Exactamente —confirmó Jacob con aspereza—. Lady Charlotte estaba preocupada por que la señorita Bella había salido con Volturi y yo me ofrecí a ir a casa de los Weber y observar cómo iba todo. Ahí descubrí la artimaña de Volturi.
—¿Cómo saben que Isabella no se ha ido voluntariamente con Volturi? ¿Qué les hace pensar que la ha raptado? Ella accedió a acompañarle, ¿no es así?
Jacob frunció los labios.
—Conozco a la señorita Bella y ella no haría tal cosa. Volturi ni siquiera le gusta. —Vaciló un momento y luego dijo—: Tenía una razón para aceptar la invitación del vizconde.
—¿Qué razón?
Jacob se irguió en toda su estatura.
—Nunca traiciono una confidencia.
Edward sintió una tensión en el pecho que se le iba extendiendo por el cuerpo. Si Volturi tocaba un solo cabello de la cabeza de Isabella, pensaba desafiar a ese bastardo, y tendría gran placer en atravesarlo en una espada.
—¿Puede decirme algo más? ¿Algo que pueda ayudarme en la búsqueda?
—¿Va a ayudarnos? ¡Oh, milord, no sé lo que decir, salvo ofrecerle mi gratitud!
Edward asió a Jacob por los hombros. Al cabo de unos momentos, el hombre estaba lloriqueando.
—Serénese. Llegaré al fondo de esto... Si Isabella está realmente perdida, la encontraré.
—¿Qué puedo hacer para ayudarle?
—Regrese a casa y tranquilice a lady Chrlotte. Les haré llegar noticias en cuanto sepa algo. ¿Ha venido usted a pie?
—Sí, milord.
—Lo llevaré a su casa —dijo Edward mientras salía de la habitación.
Tras acompañar a Jacob a su casa, Cullen condujo su carruaje hacia St. James's Square. No tenía la menor idea de por dónde comenzar a buscar a Isabella, ni siquiera sabía si ella deseaba ser encontrada, pero comenzar por los clubes parecía una buena idea. Volturi tenía amigotes entre la buena sociedad. Tal vez alguno de ellos le revelara algo útil.
La primera parada de Edward fue en Brook's. Ninguno de los próximos a Volturi estaba por allí, de modo que se fue. Boodle's resultó igualmente infructuoso. Encontró a McCarty y Whitlock en White's y, sin decirles el porqué, se disculpó por no poder acompañarlos a la ópera. Su búsqueda de los amigos de Volturi resultó tan vana en White's como lo había sido en los restantes club. Su última esperanza era el salón de juego de Crocker's.
Allí la suerte le sonrió. Encontró a tres de los compinches de Volturi. Lord Uley, lord Biers y lord Newton estaban enfrascados en una jugada de whist con altas apuestas. Edward observó desde los laterales cómo los hombres acababan una mano. Los tres eran hijos segundos o terceros de nobles, sin esperanza alguna por tanto de heredar título ni fortuna, y estaban tan en la ruina como Volturi. Edward sabía que eran libertinos sin principios, desenfrenados y poco recomendables. Pero, aunque Edward podía ser asimismo un libertino, él nunca se rebajaría a secuestrar ni a robar. Su asociación con las mujeres era más sutil, y no utilizaba medios despiadados ni brutalidad en su seducción.
La paciencia de Edward se vio recompensada cuando oyó decir a lord Biers:
—Lástima que Volturi no esté aquí para vernos ganar por una vez.
—Está disfrutando con su pequeña libertina en La Liebre y el Sabueso —le recordó Newton.
—Tal vez quiera compartirla con nosotros —dijo Uley.
—No lo creo —rió a carcajadas Newton—. Pretende casarse con la muchacha. Me lo dijo él mismo.
El cuarto jugador de la mesa, lord Call, un conocido de Edward, le vio y le saludó.
—Cullen, no te había visto, amigo. ¿Te unes a nosotros?
—No, gracias —repuso Edward —. Estaba a punto de irme. Buenas noches, caballeros.
»La Liebre y el Sabueso —repitió Edward para sí mientras efectuaba una rápida retirada.


Mareada, Isabella abrió los ojos y no tuvo idea de dónde se encontraba ni por qué. Un olor empalagoso se mantenía en el aire y ella parpadeó repetidamente para enfocar la vista. No sabia donde estaba, ni nada, ni la sala en la que estaba ni el cama en el que yacía.
Volvió la cabeza y vio a Volturi sentado en una silla, contemplándola con un destello en los ojos que no presagiaba nada bueno. Con miedo, trató de levantarse y, de pronto, comprobó que tenía las manos atadas a la cabecera de la cama.
—Ya era hora de que despertase. Estaba empezando a pensar que le había dado demasiado cloroformo.
—Desáteme. ¿Qué ha hecho usted, Volturi?
—Asegurarme de que se casará conmigo. Su reputación está arruinada, querida, profunda e irreversiblemente arruinada. Cuando nos encuentren juntos, no tendrá más remedio que convertirse en mi esposa.
—¿Dónde estamos?
—En una posada... eso es todo lo que necesita saber. He estado esperando a que se despertara para que pudiéramos comenzar. No puede imaginar lo difícil que me ha resultado mantener las manos lejos de usted. Sus senos son hermosos, hace horas que los estoy admirando. La curva de sus caderas, la esbeltez de sus piernas... es perfecta. Podía haberla tomado mientras dormía, pero deseo que esté despierta y sensible cuando le haga el amor.
Isabella miró hacia abajo y se dio cuenta de que le habían quitado toda la ropa, menos la camisa, dejándola vulnerable y expuesta a las malignas intenciones de Volturi.
Ella tiró de sus lazos.
—Es usted despreciable. ¿Cómo ha podido hacerme algo así? ¡Suélteme inmediatamente!
—No hay ninguna posibilidad, Isabella. —Se incorporó y se puso en pie—. Voy a hacerle imposible rechazar mi propuesta.
Isabella observó en aturdido silencio cómo Volturi se quitaba el pañuelo, la chaqueta y el chaleco. Cuando comenzó a desabrocharse los calzones, abrió la boca para gritar.
—Adelante, grite —la animó Volturi—. Nadie vendrá. He planeado esto cuidadosamente y pagado con generosidad para no ser molestado. Una vez nuestra romántica cita esté en boca de todo el mundo, no tendrá más remedio que casarse conmigo.
La irritación surgió de manera irrefrenable de la boca de Isabella.
—¡Sapo! ¡Monstruo! ¿Por qué me quiere? Yo no tengo nada que ofrecerle. Pero no importa lo que me haga, nunca accederé a casarme con usted.
—Lo hará en cuanto considere cómo afectará el escándalo a su hermano y a su tía. Desea que Benjamín pueda ocupar su lugar en sociedad, ¿verdad?
—Siempre he pensado que era un bastardo, Volturi, ahora lo sé. Amenáceme con lo que quiera, aun así no me casaré con usted.
Él se desabrochó el último botón de los calzones y se los quitó. El bulto visible en sus calzoncillos provocó un escalofrío de temor en Isabella. Pese a la advertencia de Volturi de que nadie acudiría en su ayuda decidió gritar.
—Se lo he advertido —gruñó Aro  mientras sacaba un pañuelo de seda de la mesita de noche, la cogía por la barbilla y se lo introducía en la boca, sofocando su grito de manera instantánea—. Como ve, no he dejado nada al azar.
Isabella pataleó salvajemente, pero no le sirvió de nada. Aro Volturi se echó sobre ella, oprimiéndola bajo su cuerpo. Evitando sus agitadas piernas, le levantó la camisa sobre las caderas y ajustó sus ingles sobre las de ella. Isabella sintió su sexo erguido golpeando contra ella y retorció el cuerpo para evitar lo que temía inevitable. No estaba dispuesta a facilitárselo.


Edward entró en La Liebre y el Sabueso lleno de una ira salvaje. Había reconocido el carruaje de Aro Volturi en el patio, y el apremio de matar era una furia desatada en su interior. Se había sentido antes de aquel modo, pero había sido en el campo de batalla, tras ver a su regimiento aniquilado por las tropas de Napoleón. Por un momento, pensó que Isabella podía haber acompañado voluntariamente al vizconde, pero eso no disipó la terrible oscuridad que cegaba su mente.
Apretó los dientes y los puños y se aproximó al posadero.
—Estoy buscando a un... amigo —dijo casi atascándose con las palabras—. Lord Aro Volturi. Por favor, indíqueme cuál es su habitación.
Edward estaba preparado para emplear la fuerza, incluso agitar su pistola con el fin de conseguir la información que deseaba, pero tales medidas no fueron necesarias.
El posadero se encogió de hombros.
—Arriba. La segunda puerta a la izquierda. Ustedes los dandis son gente extraña, pero mientras consiga mi dinero, nada es asunto mío.
Edward subió disparado por la escalera, tropezando por el pasillo escasamente iluminado hasta que encontró la habitación. Si la puerta hubiera estado cerrada, la hubiese echado abajo, pero el pomo giró fácilmente bajo su mano. Un sofocado sonido procedente del interior le produjo una oleada de alarma y abrió bruscamente. La hoja chocó contra la pared con sonoro estrépito.
Si Edward pensó que era extraño que Volturi  no reaccionara ante su ruidosa aparición, no tuvo tiempo de pensar en ello. La alarmante visión de Isabella debatiéndose bajo él, forzada, con los brazos atados y agitando salvajemente las piernas desnudas, eliminó todos sus pensamientos.
—¡Apártese de ella! —rugió.
Volturi, al parecer sorprendido por una voz que no esperaba, levantó la cabeza y dirigió una furtiva mirada a Edward.
—¿Qué infiernos hace usted aquí? ¡Esto no es asunto suyo!
Cullen miró a Isabella, y el corazón le latió tumultuosamente cuando ella le dirigió una mirada suplicante.
—Pues voy a hacer que lo sea. ¡Apártese de Isabella!
—¡Maldito sea, Cullen, voy a casarme con ella! Váyase, aquí no es bienvenido.
Edward  volvió a mirar a Isabella, que agitaba la cabeza en enérgica negación.
—Parece que sí lo soy... para rescatar a la dama.
—¡No me importa lo que ella quiera!
—A mí, sí —gruñó el marqués mientras levantaba a Aro Volturi y lo tiraba al suelo—. Vístase y márchese de aquí.
Cuando Volturi se disponía a levantarse, vio una pistola en la mano de Edward  y palideció.
—¡Maldito entrometido! No se saldrá con la suya.
—Ya me he salido. Vístase antes de que le eche de aquí con el trasero al aire y sin nada con que cubrirse.
Volturi se puso primero los calzones y luego el resto de su ropa. Un pequeño sonido de Isabella distrajo momentáneamente a Edward, y Aro aprovechó ese breve lapso para abalanzarse contra él. Aunque éste no esperaba el movimiento, sus años en el ejército habían afinado sus sentidos, y evitó con facilidad el ataque del otro. Le golpeó la cabeza con la culata de la pistola y observó con frialdad cómo el raptor de Isabella se desplomaba a sus pies.
Se acercó entonces a ella y le quitó la mordaza.

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Hola chicas gracias por los votos y los comentarios de verdad se q no les he subido mas capis pero es q tengo lo de las pasantias y bueno estoy algo ocupada y me cuest mucho asi q les voy a colocar como regalo ...... mmmmm dejenme pensar......

No les dire solo sera sorpresa gracias a

veronikice, franschelts, fab, aamatista16@hotmail, melodiromans, yohis23

por sus comentarios y espero q me comente a ver como les parecio el capi ah se me olvidaba tambien coloque un nuevo capi de mi fic EL AMOR A MI PUERTA si pueden pasen por alli y dejem sus comentarios se los agradezco de verdad...

Besos y abrazos su Amiga Claudia (Gothic)

Capítulo 6: Capitulo 6 Capítulo 8: Capitulo 8

 
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