EL CABALLERO NEGRO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 04/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 259
Visitas: 73245
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

Cuando el Caballero Negro entró en el Castillo de Swan cabalgando sobre su negro caballo de guerra. Vestido de negro de la cabeza a los pies, era todo músculo y firmes tendones marcados por la batalla. Con su negra armadura sin adornos, parecía cruel y siniestro, tan peligroso como su nombre indicaba. Era un hombre conocido por su coraje y fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Pero cuando vio a Isabella de Swan, con sus largas trenzas castañas y sus femeninas curvas, apenas pudo contener sus emociones. Fue la traición de ella doce años atrás quien cambió su juvenil caballerosidad y le convirtió en un duro caballero. Fue ella quien le hizo jurar no volver a confiar en una mujer, y usarlas sólo para su placer. Pero ella desataba la pasión en su cuerpo, la bondad en su alma y el amor en su corazón.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "The Black Knight de Connie Mason"

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Capítulo 5: CUATRO

Un caballero no debería matar sólo por el placer de hacerlo.

 

 

El banquete de esa noche fue una reunión ruidosa. Aquellos caballeros que habían sido despojados de sus caballos, se quejaban del elevado rescate que exigían sus adversarios para recuperar sus caballos y armas, mientras que los vencedores celebraban sus victorias. Las reglas especificaban que el vencedor se quedaba con los caballos, la armadura, las armas, las propiedades y el rescate. Yendo de torneo en torneo, aquellos caballeros errantes que se distinguían por su habilidad en la batalla, se enriquecían con la expropiación, mientras que los perdedores volvían a sus hogares sin dinero.

Edward había obtenido algo más que fama participando en torneos a lo largo y ancho de Inglaterra. Con los torneos ganó fortuna suficiente para restaurar Cullen, el viejo castillo de las agrestes tierras de Wessex. La bolsa de monedas que iba a conseguir el campeón del presente torneo, que tenía intención de ganar, le iba a permitir contratar mercenarios para que defendieran la fortaleza una vez restaurada.

Cuando Edward entró en el gran salón, se hizo el silencio. Con su imponente figura vestida de negro, parecía un oscuro depredador en medio de una bandada de pavos reales de brillantes colores. Y ningún atavío brillaba más que el de James. Su lujoso jubón de brocado de verde y las calzas amarillas no conseguían disimular su cuerpo achaparrado y su tez rubicunda.

Edward no tomó asiento de inmediato, sino que se acercó de una zancada a la mesa principal, deteniéndose en el trayecto para recibir las felicitaciones de sus compañeros de justa. Cuando llegó al estrado, le dedicó a su hermanastro una sonrisa burlona y una descuidada reverencia.

-Hoy habéis estado impresionante, Edward -dijo Emmett a modo de saludo. -No sois el muchacho que James y yo... -Se desvanecieron sus palabras y apartó la vista, avergonzado.

-¿Llamabais sir Bastardo? -lo desafió Edward-. Apenas queda nada de aquel chico.

-Estuvisteis increíble, Edward -lo halagó Isabella, con suavidad.

-Sois demasiado amable, milady -dijo Edward serenamente.

No se atrevía a dedicarle a Isabella demasiada atención, por más que ella estuviera encantadora esa noche, vestida de terciopelo escarlata. No quería que ninguna distracción lo desviara de su objetivo. En los dos días anteriores había pensado demasiado a menudo en ella para su paz mental.

-Pareces gozar de una salud de hierro, después de los agotadores juegos de hoy. -observó James con indiferencia.

Edward sabía exactamente a lo que se refería.

-Así es, he tenido mucha suerte. Ninguno de mis adversarios me hizo caer del caballo y tampoco he recibido ninguna contusión. Guarda tus elogios para alguien que los aprecie, hermano. El vino que enviaste anoche estaba delicioso. Sir Jacob y yo disfrutamos mucho de él.

En honor a James no se inmutó, aunque era evidente que no esperaba que Edward mencionara el vino envenenado.

-Ya que tanto te gustó, es posible que esta noche te envíe más.

-No, no te molestes -dijo Edward. Sus palabras implicaban una advertencia sutil, y, al parecer, James la entendió, ya que sus ojos no osaban encontrarse con la mirada de Edward. -. Tengo que tener la cabeza despejada para el torneo -añadió.

-No sabía que le hubieras mandado vino a Edward, James -lo amonestó Emmett-. Espero que escogieras un vino francés con cuerpo.

-Era un poco amargo para mi gusto -dijo Edward con una insinuación maliciosa. Después se volvió hacia Isabella, le dedicó una reverencia burlona, y buscó asiento entre sus hombres. -¡Bastardo! -exclamó James en cuanto Edward le dio la espalda.

-Me resulta difícil de creer que le enviarais vino a Edward, conociendo vuestros sentimientos hacia él-comentó Isabella.

-Sí -asintió Emmett-. No es propio de ti, James.

-Exacto -dijo Isabella al tiempo que se le ocurría una idea terrible. Aunque le pareciera difícil de creer, no podía descartada.

-Tienes que admitir que Edward Sin Apellido es un hombre al que hay que tener en cuenta -reflexionó Emmett-. El Caballero Negro. ¡Imagínate! Incluso es probable que se proclame campeón y consiga la bolsa.

-No, si es que yo tengo algo que decir al respecto -masculló James.

La sospecha asomó a su mente. Isabella sabía que James no hada nada a no ser que obtuviera alguna ganancia por ello y lanzando toda precaución al viento dijo:

-Os conozco, milord. ¿Qué le pasaba al vino que le mandasteis a Edward?

James le dirigió una mirada malévola.

-Al vino no le pasaba nada. ¿No acabáis de ver a mi hermano?

No parecía estar enfermo.

Isabella bajó la mirada a su plato. James tenía aspecto culpable y no confiaba en él. Tenía la boca seca como el polvo, pero en vez de beber de la copa de James como era costumbre, pidió una para ella y bebió con avidez. Oyó un gruñido de descontento por parte de James, pero lo ignoró descaradamente.

Conforme el banquete continuaba, Isabella se encontró mirando fijamente a Edward. Parecía disfrutar de la hospitalidad, pensó mientras acababan los malabaristas y entraba un bardo en el salón, afinando el laúd. El bardo obtuvo toda su atención cuando emprendió una conmovedora interpretación de las valientes acciones atribuidas al Caballero Negro. Cuantas más alabanzas cantaba el bardo sobre el Caballero Negro, más se ensombrecía la expresión de James, que parecía estar a punto de explotar.

Cuando los hombres se volvieron ruidosos y sus conversaciones obscenas, Isabella se disculpó. Ansiaba hablar con Edward a solas, advertido de las maquinaciones de James, pero no sabía ni cómo ni cuándo acercarse a él. Al final decidió que, a estas alturas, debía conocer lo bastante bien a James como para fiarse de lo que hada. Pero deseaba con todas sus fuerzas volver a ver a Edward otra vez. Haría cualquier cosa para escapar de su inminente boda, incluso entregarse a Edward, si eso servía para que la ayudara. Se dijo que todavía tenía tiempo. Volvería a intentar obtener la ayuda de Edward al día siguiente. Tenía que haber algún modo de evitar ese indeseable matrimonio.

Se lamento de que el Caballero Negro no fuera el Edward que conoció una vez. Pero ahora era un guerrero endurecido, con poca compasión e incluso menos caridad. Años atrás le había entregado su corazón a Irina y había aprendido a vivir sin él. Había dedicado su vida a la guerra, usando sus habilidades de guerrero para obtener gloria y fortuna. Y durante todos esos años, jamás había dejado de odiarla.

¿No existía nada que ella pudiera hacer para convencerle de que la ayudara? se preguntó. Al parecer esa noche no, ya que cuando se deslizó por las escaleras de caracol de su habitación en la torre para ver si él había abandonado el castillo, lo vio riendo y bebiendo con sus caballeros. Con un suspiro, volvió a su habitación y fue en busca de su cama.

Al la mañana siguiente, después de la misa, dio comienzo el torneo. El día amaneció bueno y cálido, un buen agüero, pensó Edward mientras se preparaba para el día de justas. Ese día él sería el primero en competir. En la primera carrera contra su oponente, ninguno de los dos cayó del caballo, pero Edward consiguió abollar el yelmo de su adversario. En la segunda consiguió descabalgado pero el otro fue capaz de proseguir la competición con las espadas. Edward le derrotó rápidamente, obteniendo el caballo del desafortunado, su armadura y sus armas. Esos objetos incrementaron bastante el creciente número de trofeos por los que pediría rescate a sus propietarios.

Y entonces acabó la jornada. Cansado pero contento consigo mismo, había ganado todas las competiciones en las que había participado y era bastante más rico.

Esa noche, sólo se quedó un rato en el banquete. Durante la velada se sorprendió mirando a Isabella con más frecuencia de la que le hubiera gustado. Observándola a través de los párpados semi entornadas, no pudo dejar de notar su tristeza. Parecía como si quisiera estar en cualquier otro lugar en vez de sentada al lado de James. Cuando este se inclinó hacia ella, ella se apresuró a apartarse.

Cuando él le puso en el plato un bocado especialmente tierno de carne, ella lo apartó. Edward estuvo a punto de echarse a reír cuando vio que Isabella se negaba a compartir la copa de James.

Tanto si la apreciaba como si no, no podía por menos que admirarla. Era una muchacha obstinada. Demasiado para su propio bien, reflexionó con una repentina perspicacia. Si continuaba desafiando a James, temía que este la hiciera lamentado mucho. Sabía por experiencia que James tenía un carácter mezquino y que no iba a permitir que su esposa lo desafiara. Un estremecimiento sacudió a Edward, pero lo descartó rápidamente. No podía permitirse ninguna emoción que no sirviera a sus objetivos.

Decidió abandonar pronto el banquete aquella noche, poco después de que Isabella se fuera. Le había dado permiso a su escudero para que se divirtiera con otros escuderos y sus hombres no parecían estar listos para marcharse, de modo que se escabulló del castillo sin que nadie se diera cuenta.

La única vela que había encendida en su alojamiento se apagó cuando Edward entró en la tienda seguido de una ráfaga de aire, pero no se molestó en encender otra. Se desnudó y se tumbó en la cama. Estaba cansado hasta los huesos y, después de haber sido brutalmente golpeado durante la justa, le dolía todo el cuerpo; el siguiente día prometía ser igual de agotador, por lo que pocos minutos después estaba profundamente dormido.

Podían haber pasado horas o minutos cuando Edward percibió el peligro. Se le erizaron los pelos de la nuca y supo por intuición que no estaba solo. La tienda estaba completamente a oscuras. Sosegó deliberadamente la respiración al tiempo que buscaba la empuñadura de la daga debajo de la almohada. Notó que alguien se inclinaba hacia él y extendía una mano, y reaccionó con agilidad mortal.

Apartó las mantas de una patada, se agachó y se lanzó contra el intruso. No dudaba de que James le hubiera enviado un asesino. El intruso cayó y Edward oyó como soltaba ruidosamente el aliento. Levantó la daga, pero notó algo con la mano, quedándose paralizado, repentinamente consciente del sexo del extraño. Sabía lo suficiente sobre cuerpos de mujer para reconocer uno cuando lo tenía tumbado debajo. Unos suaves pechos presionaban contra su torso y unas agradables curvas femeninas encajaban agradablemente con su erección. Una ronca carcajada empezó a formársele a la altura del diafragma y fue subiendo hasta estallar en sus labios.

-Sólo James enviaría a una mujer a hacer el trabajo sucio -le susurró al oído-. Tengo que acordarme de darle las gracias. Hace mucho tiempo que no estoy entre los muslos de una mujer.

La mujer que tenia debajo intentó hablar, pero Edward le cubrió rápidamente la boca con una mano mientras que con la otra revisaba sus suaves curvas en busca de un arma.

-¿Cómo, no hay armas? ¿Cómo se supone que ibais a matarme? Quizá tuvierais pensado utilizar las mías. ¿Creísteis que estaría tan obnubilado por la lujuria que no iba a saber lo que pretendíais?

La mujer se sacudió con violencia y produjo unos ruidos guturales, pero Edward no disminuyó la fuerza implacable con la que le cubría la boca.

Volvió a explorar lentamente el cuerpo de la mujer que tenia debajo.

-Poseéis unas agradables curvas, señora. ¿Sois la puta de James?

La mujer volvió a sacudir la cabeza e intentó morder la mano de Edward, pero él conocía todos los trucos que ella pudiera emplear. -Esta vez vaya aceptar el ofrecimiento de James. Puede que lo valgáis, señora.

Ella se retorció bajo su cuerpo mientras él le levantaba las faldas y le metía una mano entre las piernas.

-Oléis bien -dijo Edward, sumergiendo la nariz en su pelo. -Me agradáis. Aunque no pueda veros, vuestro cuerpo me dice todo lo que tengo que saber.

El pánico se apoderó de Isabella cuando Edward le levantó las faldas y deslizó la mano entre sus piernas. Él estaba desnudo y podía notar su pene presionando íntimamente su suavidad. Esa noche se había escabullido del castillo para suplicar una vez más la ayuda de Edward, y creyendo que estaba dormido, se había deslizado en la tienda a oscuras, comprendiendo su error cuando él se le echó encima sin advertencia previa. Sabía que no era buena idea sorprender al Caballero Negro, y que probablemente lo iba a lamentar.

Pero estaba desesperada. El torneo de mañana sería el último y al día siguiente se celebraría la boda. Tenía miedo de que Edward se marchara nada más terminar el torneo, de modo que se aventuró a ir al campamento en contra de toda sensatez. Y ahora parecía que iba a ser brutalmente violada.

Isabella intentó librarse de Edward, mientras él le separaba las piernas y se colocaba en la horquilla que formaban sus muslos. Gimió, aplastada por su musculoso cuerpo e incapaz de protestar por su vil tratamiento. Creía que ella era una ramera enviada por James para herirle. Tenía que encontrar la manera de hacerle saber su identidad antes de que la violara.

Sintió el roce del miembro masculino contra su feminidad y un grito subió por su garganta. Intentó otra vez, morderle la mano. En esta ocasión, Dios estaba con ella, porque consiguió hundir los dientes en la carnosa almohadilla de su mano. La apartó el tiempo suficiente para que ella pudiera pronunciar su nombre.

Notó que Edward se ponía rígido y se incorporaba sobre los codos.

-¿Isabella? ¡Por la sangre de Cristo! ¿Tan desesperado está James por librarse de mí que envía a su prometida para hacerlo?

-¡No! -Intentó apartarlo de sí, pero resultó imposible.

-¿Por qué estás aquí? -preguntó él con dureza.

-Para suplicar tú ayuda por última vez. No puedo tolerar este matrimonio.

-¿Estás loca? James te molerá a palos cuando se entere de que has visitado mi tienda en mitad de la noche.

-¿Se lo dirás? -lo desafió Isabella.

Ahí le había pillado. No iba a decírselo a James y ella lo sabía.

Sus pensamientos se interrumpieron cuando Isabella empezó a retorcerse bajo él. Un gemido se formó en su garganta amenazando con ahogarlo. La sentía increíblemente bien bajo su cuerpo. Lo único que tenía que hacer para entrar en ella era arquear las caderas, y estaba tentado de hacer justamente lo que su cuerpo le exigía que hiciera. Entonces volvió la cordura y comprendió que poseer a Isabella equivaldría a comprometerse a ayudarla, cosa que no era su intención en absoluto. Se separó de ella de mala gana y cubrió su desnudez con una manta, a pesar de que la oscuridad lo protegía de los ojos de ella.

-Deberías irte antes de que cambie de idea -dijo con voz ronca. -Y si por casualidad ha sido James quien te ha enviado, le dices que no ha funcionado.

Supo, más que sintió, que Isabella se había puesto en pie.

-Ya no te conozco, Edward. Estás tan atrincherado en tu amargura y obsesionado con obtener riquezas que no queda espacio en tu corazón para la piedad.

-No tengo corazón -replicó Edward-. Busca a otro caballero al que atrapar en tu red de intrigas. Alguien que todavía crea en el código de la caballería. Una vez que me declaren vencedor del torneo, cogeré la bolsa y empezaré a reconstruir Cullen. Algún día será tan grandioso como antes de convertirse en unas simples rumas.

-Esa es otra cuestión de la que quería hablarte -confesó Isabella-. James piensa engañarte. Quería advertirte de que tengas cuidado. No sé lo que trama, pero estoy segura de que envenenó el vino que te envió. En vista de que no enfermaste, supongo que sospechaste lo mismo.

-Sí, conozco bien a James. No es la primera vez que intenta acabar con mi vida. Contrató a un asesino para que me matara poco después de que entrara al servicio del rey, antes de que me distinguiera en Francia y me hiciera famoso como el Caballero Negro. -El tono de su voz se hizo duro. -El hombre lo confesó antes de que yo le atravesara con mi espada. Es extraño, ¿verdad? -reflexionó-. ¿Por qué iba a querer eliminarme James? Que yo sepa, no supongo ninguna amenaza para él.

-No estoy tan segura de eso -contestó Isabella-. Por alguna razón, James te teme. Cuando creía que estabas muerto, todo iba bien. Pero cuando apareciste como el Caballero Negro, se sintió amenazado de una forma que puedo entender.

-Juro que algún día me enteraré de por qué me quiere muerto.

Mientras tanto tengo que fortificar mi propiedad y prepararme para el día en el que salga en busca de respuestas.

-Tú eras mi última esperanza -le confesó Isabella con un sollozo-. Estoy perdida.

Él oyó el sonido apagado de sus pies al retirarse y tuvo que endurecerse para no atraerla a sus brazos y calmar sus miedos. Pero sabía que no le interesaba inmiscuirse en los problemas de Isabella.

No le debía nada. Ella no tenía ni su corazón ni su lealtad. Todas las mujeres tenían que casarse y darles herederos a sus maridos, ¿por qué iba Isabella a ser diferente?

En cualquier caso, imaginar a Isabella soportando las malvadas atenciones de James le inquietaba. Cuanto antes abandonara ese maldito castillo, mejor. De haber sabido que iba a presenciar la boda entre Isabella y James, no habría venido. Había dado por hecho que Isabella se había casado hacía mucho con Alec de Flint y que su hermano estaba en Masen, gobernando sus dominios.

El sonido de los sollozos de Isabella le persiguió mucho después de que ella saliera de la tienda. Edward experimentó una inexplicable sensación de pérdida, como si estuviera más sólo ahora que nunca en su vida. Sacudió la cabeza para librarse de los inquietantes pensamientos que no teman cabida en la vida del Caballero Negro, y se dispuso a dormir.

 

Las trompetas anunciaron el último día de torneos. Después de asistir a la misa de la mañana, Edward entró en su tienda para prepararse para un duro día de justas. Evan lo estaba esperando para vestirlo. Primero el gambesón, luego la brillante armadura negra. Por último, Evan le entregó a Edward la lanza y la espada romas, y le puso el yelmo en la cabeza. A Edward sólo le quedaba una cosa por hacer antes de ponerse los guanteletes. Sacó el velo de Isabella del peto de guerra y lo ató en la lanza, donde James lo vería seguro.

Entró en la liza y esperó apartado, su primera justa. Supo el momento exacto en que James lo vio, ya que su hermano se estiró en la silla y azuzó al caballo en dirección a Edward. Este sonrió, consciente de que James había reconocido el velo.

-¿Qué dama te ha otorgado su favor? -preguntó James con los dientes apretados.

-¿No lo reconoces? -se burló Edward, agitando el velo ante el rostro de James-. Sólo hay una dama en el castillo que posea algo de esta calidad.

-Han venido visitantes de muchas leguas de distancia para asistir a los torneos -contestó James. -Entre ellos hay muchas damas que llevan velos como este.

-Así es -dijo Edward, secamente.

-¿Afirmas que es el velo de Isabella? -preguntó James con un siseo. -¿De dónde lo has sacado?

-No dije que fuera el velo de Isabella.

-Ella te lo dio.

-No, no lo hizo.

Las enigmáticas respuestas de Edward parecieron enfurecer a James. Se le puso tan roja la cara que Edward temió que fuera a explotar y casi se arrepintió de burlarse de él de esa manera, rezando para no haber perjudicado a Isabella al mostrar su velo. Su objetivo no era hacer que Isabella recibiera el impacto de la cólera de James, pero se temió que eso era exactamente lo que había hecho.

-Sólo uno de nosotros puede ser declarado vencedor, sir Bastardo -dijo James con sarcasmo. -Y la contienda entre nosotros no va a ser con armas romas. Cuando nos enfrentemos, ven con las armas bien afiladas y prepárate para derramar sangre. -Espoleando a su semental, se alejó dejando tras de sí a una atónita audiencia.

-¿Lo ha dicho en serio, milord? -preguntó Evan en voz baja. -Eso no es decente.

-Decente o no, lo de da en serio.

-Quiere matarte, Edward -afirmó Jacob, expresando en voz alta lo que los demás no se atrevían a decir.

-No va a matarme -le aseguró Edward-. Y yo tampoco acabaré con él. Pero ganaré.

Las justas continuaron hasta que sólo quedaron dos contendientes invictos: el Caballero Negro y James de Masen. Una exclamación de asombro salió de los espectadores cuando se dieron cuenta de que las espadas y lanzas que llevaban no estaban despuntadas. El heraldo se acercó primero a James para preguntarle si sabía que las armas no eran romas. Edward vio el asentimiento de James. Luego el heraldo se acercó a él y le hizo la misma pregunta.

-No es elección mía -explicó Edward-. Sólo cumplo con los deseos de James de Masen. Quería luchar con armas afiladas y yo sigo sus indicaciones.

Un fragor de entusiasmo estalló entre los espectadores cuando James y Edward ocuparon sus posiciones uno frente a otro en los extremos de la justa. Rara vez se usaban armas afiladas durante los torneos, ya que eran batallas fingidas y no se pretendía derramar sangre ni privar a nadie de la vida. La excitación fue en aumento cuando se hizo el silencio entre la muchedumbre, a la espera de la señal del heraldo.

Cuando la hizo, se produjo un jadeo colectivo mientras el Caballero Negro y James cabalgaban a lo largo de la justa, uno contra otro. Se encontraron con un choque. Ambas lanzas acertaron pero ninguno de los dos cayó del caballo. Llegaron a los extremos contrarios de la justa, dieron la vuelta, hicieron una pausa y luego se lanzaron de nuevo el uno contra el otro. En esta ocasión, la lanza de Edward perforó el escudo de James, golpeando su armadura. La lanza de James pasó rozando el yelmo de Edward cuando salió volando del caballo.

Edward ignoró los desaforados aplausos que perforaban el aire.

Sabía perfectamente que James estaba lejos de haber sido derrotado. Se puso en pie y desenvainó la espada. Edward desmontó y le lanzó las riendas de Zeus a Evan, que había abandonado el recinto para encargarse del caballo.

-Ahora estamos igualados, sir Bastardo -se mofó James girando en torno a Edward.

Edward blandió la espada a la espera de que James hiciera el primer movimiento.

-Jamás estaremos igualados, James -se burló Edward-. Soy mejor espadachín.

James respondió con un rugido ininteligible y se lanzó al ataque a ciegas. Edward desvió sin problemas el golpe con el escudo. La lucha se intensificó mientras James se lanzaba a la carga una y otra vez con un optimismo creciente que compensaba su carencia de elegancia. Edward desvió todos los golpes, devolviéndolos con otros bien colocados, haciendo que James retrocediera cada vez que él atacaba.

Ambos adversarios trazaban círculos uno alrededor del otro, cautelosamente, buscando un resquicio, en tanto evaluaban los puntos fuertes y débiles del contrario. El primer enfrentamiento acabó en tablas. Ya que ninguno había sido capaz de desarmar a su oponente.

-¡Bastardo! -siseó James-. Masen es mío e Isabella también.

Nunca tendrás a ninguno de los dos.

Edward no tenía ni idea de porqué James le provocaba con Masen, a menos que supiera algo que él no sabía. ¿Le habría contado Anthony a James la verdad sobre el nacimiento de Edward? ¿Temía que le arrebatara Masen? Sus pensamientos se interrumpieron cuando James atacó con renovado vigor. Sin embargo, Edward aceptó el desafío.

Los espectadores enloquecieron cuando Edward derramó la primera sangre. Su espada había dado con un punto desprotegido en el lugar donde el peto de James se unía a la cota de mallas, a la altura del hombro. Pero a James pareció no preocuparle esa herida superficial.

-¿Te rindes, James de Masen? -preguntó Edward-. He derramado la primera sangre.

-¡No! -gritó el aludido.

La contienda prosiguió. El ruido del entrechocar del acero y los golpes sordos de los escudos se perdían entre los aplausos y los silbidos de los entusiasmados espectadores. Se trataba de un espectáculo que no habían previsto. La idea de un derramamiento de sangre los emocionaba y horrorizaba a partes iguales.

Isabella, con el rostro lívido, observaba la feroz batalla que se estaba desarrollando en la liza. Cuando vio que las armas que blandían Edward y James no estaban despuntadas, se vio poseída por un temor repentino e inexplicable. Le importaba un rábano lo que le sucediera a James, todo su miedo estaba dirigido a Edward, el Caballero Negro. Sabía que su reputación de caballero implacable y experto espadachín era bien merecida, pero también que James era un luchador taimado.

A pesar de que Edward se hubiera negado a ayudarla y la hiciera responsable de algo en de lo que era inocente, no lo odiaba. De niña estuvo enamorada de él, y todavía se sentía emocionalmente ligada a él. Por desgracia, Edward nunca había correspondido sus tiernos sentimientos.

Las silenciosas reflexiones de Isabella se detuvieron cuando los espectadores se pusieron en pie con una ovación. Se levantó, tambaleándose con miedo de lo que iba a ver. Lanzó un sonoro suspiro cuando vio que Edward había sacado la primera sangre. Según las reglas, la lucha podía terminar en ese momento. Casi se le detuvo el corazón cuando James se lanzó hacia Edward, acabando con sus esperanzas de que aquella vendetta acabara pronto.

Isabella era consciente de lo que había despertado la ira de James y no era capaz de imaginar que era lo que había llevado a Edward a exhibir su velo en la lanza. Sabía perfectamente que Edward había querido que fuera un insulto, y que James se sintiera obligado a tomar represalias. ¿Se daba cuenta de que su evidente ultraje iba a provocar que se emplearan armas de verdad en vez de romas? Lo dudaba.

El humor de la muchedumbre cambió de pronto, como si todos ellos quisieran que aquello terminara rápidamente, sin el más mínimo derramamiento de sangre. Isabella contempló con admiración creciente, la habilidad de Edward mientras obligaba a James a retroceder, atacando sin cuartel y evitando los contraataques de James. Isabella sabía que cada golpe debía llegar hasta los huesos, pero ambos parecían ignorar el dolor.

El enfrentamiento continuó, aunque, a estas alturas, era evidente que la habilidad del Caballero Negro superaba con creces la de James y que tan sólo había estado jugando con él, antes de vencerle. Entonces, sin que los espectadores supieran exactamente cómo, la espada de James salió volando por los aires y la de Edward presionaba su garganta, en un lugar que no protegían ni el yelmo ni el peto.

El gentío se puso en pie, declarando campeón al Caballero Negro.

Entonces, el heraldo intervino para proclamar lo que los espectadores ya sabían. La bolsa de monedas, la gloria, un pectoral de oro y otras propiedades ganadas para el rescate durante el torneo, eran otorgados al Caballero Negro. Algunos caballeros volverían a casa sin dinero y derrotados, pero Edward había acumulado una fabulosa fortuna para sus arcas.

James quedó olvidado cuando hombres y mujeres saltaron al campo para felicitar a Edward, pero Isabella se contuvo. No deseaba incrementar la ira de James. Abandonó rápidamente el estrado. Necesitaba tiempo a solas para pensar, para urdir un modo de evitar el odioso matrimonio. Todo el mundo iba a estar en el banquete de esa noche, por lo que el salón estaría atestado y ruidoso. Puede que consiguiera escabullirse después de la cena y partir hacia Escocia por su cuenta. No sabía cómo lo iba a conseguir, pero estaba dispuesta a intentarlo. Una cosa era segura: si seguía ahí, a la mañana siguiente la obligarían a casarse con James de Masen.

Edward buscó a Isabella en el estrado y la vio de refilón mientras ella se alejaba rápidamente. No esperaba que después de haberle negado su ayuda lo felicitara, pero por alguna inexplicable razón deseaba que ella reconociera su habilidad y sus éxitos en la liza. Se deshizo de los admiradores y regresó a su tienda. Su intención era coger los premios y marcharse de inmediato, pero algo lo obligó a quedarse para la boda del día siguiente.

 

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DIOSSSSSSSSSS. EDWARD DEBIO DE HABERLO MATADOOOOOO, ¿QUE HACE ESE TONTO? PROVOCA DEMACIADO A JAMES Y LO UNICO QUE LOGRARA SERA QUE SE DESQUITE CON ISABELLA, POBRE DE ELLA, TODAS SUS ESPERANZAS ESTAN PERDIDAS, ¿LA AYUDARA EDWARD? SE QUE TODAS SE ESTAN HACIENDO ESA PREGUNTA Y PARA DEJARLAS MAS EMOCIONADAS A QUI LES DEJO UN PEQUEÑO ADELANTO DEL CAPITULO DE MAÑANA OK.

 

Un suspiro colectivo se elevó de la muchedumbre cuando Isabella apareció ante su vista. Iba montada a lomos de un caballo blanco como la nieve. Emmett, ataviado con colores tan vivos como el novio, sujetaba las riendas. La mirada de Edward se desvió hacia ella, se fijó en las galas de su boda y perdió el habla. La belleza de Isabella rivalizaba con la de la luna y las estrellas.

La túnica interior estaba hecha de hilos de oro y encima de esta muda un vestido de talle alto de terciopelo color azul real, con una amplia falda que cubría la grupa del caballo como si de una manta brillante se tratara. El cuello alto tenía un reborde de armiño y las amplias mangas estaban ceñidas con una ancha cinta de la misma codiciada piel. El tocado estaba formado por una redecilla color crema adornada con perlas y el largo velo flotaba suelto sobre sus hombros y su espalda.

Los ojos de Edward no se entretuvieron demasiado tiempo en las galas, sino que se dirigieron irremediablemente hacia su rostro y allí se detuvieron. Parecía cansada, como si la noche anterior hubiera dormido poco. ¿Tan poco como él, quizá? Tema ojeras y le temblaba la boca, lo sorprendió mirándola y le sostuvo la mirada. Luego apartó la vista bruscamente, como si supiera que no podía esperar ayuda alguna por su parte.

Edward entrecerró los ojos cuando Isabella llegó a la escalinata de la iglesia y Emmett la ayudó a desmontar, estremeciéndose cuando James la sujetó del brazo con más fuerza de la necesaria, arrastrándola a su lado.

 

NO ME MATENNNNNNNNN, ¿QUE PASARA? ¿SE CASARA CON JAMES? ¿EL CABALLERO NEGRO IMPEDIRA LA BODA? TODO ESTO Y MUCHO MAS EN EL CAPITULO DE MAÑANA NO SE LO PUEDEN PERDER POR ESTE MISMO CANAL JAJAJA.

VAMOS CHICAS, DIGANME QUE PIENSAN QUE SUCEDERA, LAS VEO MAÑANA. BESITOS

Capítulo 4: TRES Capítulo 6: CINCO

 
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