Castillo de Swan, 1355.
Un caballero lucha para adquirir tierras y título.
Isabella observó desde la ventana de su dormitorio cómo un imponente caballero cruzaba la muralla exterior a lomos de su caballo de guerra completamente negro. Un porteador llevaba su estandarte; un dragón rojo sobre un campo negro.
Era majestuoso y terrorífico al mismo tiempo, pensó Isabella, inclinándose sobre el alféizar para verle mejor. Completamente vestido de negro, desde el brillante yelmo hasta la punta de los pies, cabalgaba por el patio a la cabeza de un contingente de caballeros y soldados a su servicio.
Los juglares y músicos que visitaban Swan para entretener al señor y los suyos, hacían correr enardecidas historias sobre las proezas del Caballero Negro. Contaban cómo había salvado la vida del Príncipe Negro, y que fue armado caballero por el rey, en el campo de batalla. Elogiaban su coraje, su fuerza y sus conquistas amorosas. Si tenía algún nombre, nadie lo recordaba, ya que se le denominó Caballero Negro desde que se convirtió en el paladín del Príncipe Negro y apareció en el campo de batalla vestido de negro como su príncipe.
Isabella estaba impresionada por su estatura y porte. Cabalgaba con arrogancia mientras cruzaba el rastrillo y la muralla interior.
La joven se sobresaltó cuando él levantó la cabeza y miró directamente hacia su ventana. Se apartó rápidamente, pero no tanto como para dejar de verlo. ¿La había visto? No importaba. Por lo que sabía, nunca había conocido al legendario Caballero Negro.
Isabella había oído hablar tanto del misterioso Caballero Negro que no podía evitar sentirse ligeramente cautivada por él. Sin embargo, aquél no era el momento adecuado para admirar a los forasteros.
Cuando terminaran las justas, tendría que casarse con lord James, conde de Masen, y tan sólo disponía de cuatro cortos días para evitar aquel simulacro de matrimonio. Por más que llorara o suplicara, sabía que Emmett no iba a cambiar de idea. Hacía varios años que habían perdido a sus padres a causa de una virulenta fiebre que extendió la muerte y la pestilencia por todo el lugar. De estar vivos, Isabella estaba segura de que no la hubieran obligado a casarse con James, después de lo que le había pasado a su pobre hermana.
Muerta a los dieciséis años, casada tan sólo unos meses, Irina había fallecido a causa de una extraña dolencia en el estómago poco después de que a lord Anthony lo mataran unos cazadores furtivos. Sin embargo, Isabella no podía librarse de la idea de que James era el responsable de la prematura muerte de Irina. Más tarde, Emmett, Alec y James se fueron a Francia a luchar con el ejército del rey y por desgracia, Alec encontró la muerte en la batalla de Crécy.
Cuando James regresó de Francia, le pidió permiso a Emmett para casarse con Isabella y Emmett dio su consentimiento, con la condición de que James obtuviera una dispensa del Papa, ya que casarse con la propia cuñada se consideraba incesto.
La dispensa llegó cuatro largos años después, y Emmett la prometió a James. Durante ese lapso de tiempo, Isabella apenas vio a James. Disfrutó de una apacible libertad irreal, haciendo lo que le apetecía, tanto recorrer colinas y páramos montada sobre su caballo favorito, como tomar decisiones que afectaban a los habitantes del castillo y del pueblo. Pero ahora, el día de su boda estaba cerca.
Descendió la escalera de caracol hasta el vestíbulo y salió cruzando el patio interior hacia la cocina. Como señora del castillo, era obligación suya revisar los preparativos de la comida para el banquete de esa noche, que se celebraba, sobre todo, para dar la bienvenida a los caballeros que habían llegado para competir en el torneo que había planeado Emmett como parte de las festividades de la boda. Caballeros de todos los rincones del reino se habían reunido en Swan para competir en las justas y compartir la abundante comida y bebida que ofrecía el señor del castillo. Después del torneo, todos ellos estaban invitados a participar en el enlace de Isabella de Swan y James de Masen.
Isabella no tardaría en convertirse en condesa, un título que nunca quiso tener. Odiaba a James y se preguntaba cómo iba a poder someter su cuerpo de buen grado a un hombre al que detestaba. -¡Isabella, esperad!
Isabella se detuvo y esperó a que su doncella la alcanzara.
-¿No estáis emocionada? Estoy impaciente por ver qué aspecto tiene el Caballero Negro.
-Le vi cuando llegó a caballo, Thelma -confesó Isabella-. Es tan sólo otro hombre que aspira a la grandeza.
-¡Ah, pero es enorme! -comentó Thelma, entusiasmada. -Se dice que el propio rey Eduardo le nombró caballero en el campo de batalla por salvarle la vida al Príncipe Negro. Cuando se la salvó por segunda vez, el rey le otorgó un título y una propiedad.
-Ya lo sabía. Ahora es el conde de Cullen. He oído que su propiedad es una fortaleza en ruinas, edificada en un desolado acantilado que domina la costa a muchas leguas al sur de Wessex. Lleva deshabitado desde antes de que yo naciera. Dudo que un caballero empobrecido pueda permitirse reparar un casco en ruinas, y mucho menos a unos mercenarios para que lo defiendan.
-¿Cómo sabéis que es pobre? -preguntó Thelma.
-Lo cierto es que no lo sé, sólo es una suposición.
-¡Oh! Aquí viene lord James. Seguramente quiere hablar en privado con vos antes del banquete de esta noche -dijo Thelma, apresurándose a unirse a un grupo de criados junto a el pozo.
La aversión de Isabella se hizo evidente mientras esperaba a que James la alcanzara. Era como un enorme y pesado oso, con el pecho como un barril y unas piernas cortas y robustas. No era demasiado alto, ni excesivamente gordo, pero su fornido cuerpo exudaba fuerza y autoridad.
-¿Deseabais hablar conmigo, mi señor?
-Así es -dijo James-. Hemos tenido poco tiempo para hablar desde que volví a Swan para el torneo y la ceremonia de la boda. Pronto seréis mía, Isabella de Swan. He esperado ese momento desde hace mucho tiempo, me casé con Irina como favor a vuestro padre y por su dote, pero a quien realmente deseaba era a vos. Me alegré cuando Alec de Silex murió y os dejó libre para casaros conmigo. Convencí a Emmett para que no os comprometiera con otro hombre durante los años en los que el Papa meditaba mi solicitud de dispensa. Tenéis que admitir que he sido paciente como el que más, Isabella.
Isabella se puso rígida.
-Sabéis que este matrimonio no me complace. No está bien.
Casaros con la hermana de vuestra esposa fallecida es incesto.
-He esperado durante muchos años una dispensa del Papa -le aseguró James con severidad. -Ya habéis pasado con mucho la edad en la que contraen matrimonio la mayoría de las jóvenes, pero todavía os encuentro deseable. No vais a rechazarme, Isabella de Swan.
Isabella se estremeció cuando él levantó un brillante mechón de pelo castaño de su hombro y lo dejó deslizar entre los dedos.
-Es como fuego, igual que vos, Isabella. No pálido y sin vida como Irina. Vos no permaneceréis bajo mi cuerpo como un tronco, con expresión de sufrimiento en el rostro. Aunque no os guste, sois más apasionada que vuestra hermana. -La miró con lujuria-. Puede que sea bueno que no me apreciéis. No es malo que la mujer posea algo de espíritu.
Isabella se enfureció.
-¿Cómo os atrevéis a insultar de ese modo a Irina? Mi hermana está muerta; se merecía a alguien mejor que vos.
-Quizá vos prefiráis a alguien como El Caballero Negro.
-Quizá -respondió Isabella, furiosa. -Cualquiera sería mejor que vos.
James sonrió.
-Lo que más me gusta de vos, es vuestro fuego y vuestro espíritu. Me va a proporcionar un gran placer domaros. En cuanto al Caballero Negro, olvidaos de él. Devora a las mujeres y se comenta que después de haber obtenido placer de ellas, las olvida rápidamente.
El interés de Isabella se despertó rápidamente. -¿Cómo lo sabéis?
-Ambos luchamos en Crécy, aunque nunca tuvimos ocasión de conocernos. Él era el paladín del Príncipe Negro y le protegía las espaldas. Emmett y yo éramos simples caballeros que luchaban en el ejército del rey. Pero las historias de sus hazañas con las damas son legenIrinas por toda Francia e Inglaterra.
-¿Alguna vez lo habéis visto sin el yelmo?
-No, aunque conocí a las damiselas que habían estado con él y juraban que es bastante apuesto, de una forma peligrosa. -La miró con los ojos entrecerrados -¿Por qué lo preguntáis? No está bien que una novia piense en otro hombre que no sea su prometido.
-Todos los criados hablan del Caballero Negro, y tenía curiosidad. ¿No tiene ningún nombre?
-Ninguno que yo conozca. -Se le endureció el rostro, haciéndolo parecer casi feo. -Olvidaos del Caballero Negro. Aunque venza a todos sus oponentes en el transcurso del torneo, tendrá que derrotarme a mí para conseguir el premio que Emmett ha prometido entregar al campeón. Nunca me ha derribado nadie -se jactó James-. La bolsa será mía.
Isabella no dijo nada cuando se despidió, pero en lo más profundo de su ser, rezó para que el Caballero Negro le diera una buena paliza al conde James de Masen.
El Caballero Negro había entrado cabalgando con tranquilidad en el patio interior hasta que algo le hizo levantar la vista hacia la ventana de la torre. Entonces vio un destello de cabello de un vivo color castaño, y supo que ella lo estaba mirando. Se le endureció el rostro bajo el yelmo y sus labios se curvaron en una mueca de desprecio.
Isabella de Swan.
Sólo con pensar en ella, se reavivaron los dolorosos recuerdos que los años pasados en la guerra y compitiendo en torneos para ganarse el sustento no habían conseguido atenuar. Hasta que llegó, no supo que el torneo formaba parte de las festividades para celebrar el matrimonio entre Isabella de Swan y el conde James de Masen, su hermanastro. Sólo la elevada suma que, según las informaciones, Emmett ofrecía al ganador, le había hecho volver a Swan, donde los recuerdos de su amor perdido todavía desgarraban el lugar donde una vez moró su corazón.
Isabella de Swan.
Después de todos esos años, seguía odiándola. Su traición lo había convertido en lo que era actualmente. De la noche a la mañana pasó de ser un joven caballeroso que soñaba con convertirse en caballero y proteger el honor de su dama, a ser un caballero endurecido que se labró una reputación con la espada. Después de haber sido desterrado de Swan, el rey debió de ver algo prometedor en él, ya que tomó a Edward a su servicio en calidad de escudero. El desinteresado acto de valor por parte de Edward en beneficio del Príncipe Negro, fue algo terriblemente imprudente, pero digno de recompensa.
Poco después de ser armado caballero, siguió el ejemplo del príncipe y se puso una armadura negra. Así nació el Caballero Negro. Era un apelativo mucho mejor que Edward Sin Apellido o sir Bastardo.
Mientras la guerra en Francia se recrudecía, el Caballero Negro se distinguió en el campo de batalla. De forma increíble, salvó la vida del príncipe por segunda vez, obteniendo así el condado de Cullen y sus extensas propiedades. Después de la victoria de Crécy, volvió a Inglaterra y aumentó su fama compitiendo en torneos y derrotando con facilidad a todo oponente que se enfrentaba a él. Había ganado riquezas y prestigio, pero quería que el torneo de Swan fuera el último. Con el dinero prometido como premio, tendría suficiente para restaurar y defender Cullen.
Si Edward hubiera sabido que ver a Isabella después de tantos años, despertaría en él sentimientos que creía haber desterrado tiempo atrás, no habría venido. Sabía que Irina estaba muerta. Se había enterado de su fallecimiento poco después de que ocurriera y había sido un golpe terrible. Se le había segado la vida a una tierna rosa antes de que llegara a florecer y le gustaba creer que, de no haber sido traicionados por Isabella, Irina y él estarían felizmente casados y ella seguiría con vida. No podía evitar pensar, que aunque no hubiera pruebas tangibles de ello, James había apresurado la muerte de Irina de alguna manera.
Algo murió en su interior el día que se enteró del fallecimiento de su amada. La ambición sustituyó al amor no correspondido. Conseguir riquezas y gloria se convirtió en el código por el cual vivía. La crueldad y la arrogancia eran sus argumentos. Si antes valoraba la virginidad, ahora sólo veía a las mujeres como vehículos de placer, puestas en la tierra para aliviar la lujuria de los hombres y, sin embargo, una cosa no había cambiado: su odio apasionado hacia James de Masen y Isabella de Swan.
Haciendo un esfuerzo, se deshizo de los recuerdos del pasado para saludar a sir Benjamin, el administrador de Swan.
-Buenos días, milord, soy sir Benjamin, el administrador de lord Emmett. Bienvenido a Swan.
Contestó a sir Benjamin con un gesto de cabeza, y esperó a que continuara.
-Los caballeros que han venido a competir en el torneo están acampados más allá de las murallas con sus criados y hombres de armas. Las tiendas ya están preparadas y estáis todos invitados a cenar en el gran salón. ¿Es de vuestro agrado, milord?
-Aprecio mucho vuestra hospitalidad. A mis hombres y a mí nos alegrará mucho compartir vuestra mesa.
Una vez cumplidas las formalidades, sir Benjamin se alejó para saludar a otro grupo de caballeros que acababan de entrar en el patio. Cuando el administrador se marchó, uno de los caballeros al servicio de Edward, se acercó a caballo. Sir Jacob de Black se levantó el visor y miró a Edward con recelo.
-¿Tenemos que establecer el campamento fuera de las puertas, Edward?
-Sí, Jacob. Están levantando tiendas para nosotros. De ser posible, escoge un buen lugar cerca del agua. Me reuniré enseguida con los hombres y contigo. Antes tengo que hacer algo.
Un gesto de preocupación estropeó los atractivos y jóvenes rasgos de sir Jacob.
-Sé que no aprecias a tu hermanastro, pero te suplico que no hagas ninguna tontería. -Dicho esto, hizo girar a su caballo y abandonó a Edward con sus sombríos pensamientos.
Edward se levantó el visor y contempló el castillo del que había sido desterrado doce años atrás. Había cambiado poco con el paso de los años. Desde que se fue no había visto a James y hasta ese momento, no había sentido ninguna necesidad de ver la cara de su hermano. La única razón que tenía para ir en busca de James era dejarle saber la identidad del hombre que iba a derribarle en el torneo y a ganar la bolsa de monedas.
El semental de Edward se agitó bajo su cuerpo y lo tranquilizó con palabras suaves.
-Tranquilo, Zeus, mañana verás mucha actividad.
Se quitó el yelmo y desmontó. Un mozo se apresuró a acercarse para coger las riendas y Edward le alborotó el pelo. Todo estaba tal como lo recordaba. Había gente por todas partes; mujeres con fardos bajo los brazos, niños arreando cerdos, carpinteros arengando a sus aprendices, sirvientes, palafreneros, y escuderos ocupados en sus obligaciones. Varios soldados que descansaban delante de los barracones, observaban a una atractiva criada que sacaba agua del pozo. Una docena de edificios se apiñaban junto a los muros. Los establos, la herrería, las tiendas de los artesanos del castillo, los cuarteles, las despensas y los cobertizos de los suministros. Edward vio a James caminando alrededor de un carro, tirado por bueyes, cargado de barriles de vino y alargó el paso para salir a su encuentro.
-¡Por la sangre de Cristo! ¡Eres tú! Creí... Pensábamos que estabas muerto.
Edward entrecerró los ojos.
-¿Por qué ibas a pensar tal cosa?
-Yo... Tú... -El sudor empezó a perlar la frente de James-. No hemos oído nada de ti durante años.
-Quizá nunca quisiste tener noticias de mí. Como puedes ver -dijo Edward secamente-, estoy muy vivo.
James revisó lentamente la distintiva armadura negra de Edward, hasta acabar en el yelmo negro que este llevaba bajo el brazo.
Trastabilló hacia atrás.
-¡No! ¡No puede ser! ¡Tú no! No puedes ser tú el famoso Caballero Negro, el hombre cuyas alabanzas se cantan en todos los rincones del reino. ¿Por qué no lo supe?
-Puede que yo no quisiera que lo supieras.
-Pero, ¿cómo es posible? ¿Cómo lograste tal hazaña?
-¿No has oído a los juglares y a los cuentacuentos?
James lo miró con ira.
-Te fuiste de aquí sin nada aparte de la ropa y la espada. Y ahora eres...
-Un conde con tierras propias y caballeros a mi servicio.
-Cullen -dijo James con desdén. -No es otra cosa que un montón de rocas colocadas en lo alto de una roca estéril, azotada por el viento.
-Sin embargo es mío, y también el titulo.
-¿Por qué estás aquí? Irina está muerta. No tienes ningún motivo para volver a Swan.
Los ojos plateados de Edward destellaron peligrosamente. -¿Cómo murió Irina? Sólo estuvisteis casados unos pocos meses.
-Eso es agua pasada, sir Bastardo -se burló James-. Irina está muerta y voy a casarme con Isabella.
Edward avanzó un paso. -¿Cómo me has llamado?
-Siempre serás un bastardo, no importa el número de títulos que te conceda Eduardo.
-Ya no soy un joven caballeroso lleno de ilusiones -le advirtió Edward-. Me he ganado con esfuerzo un nombre y una reputación. Soy el Caballero Negro, conde de Cullen, por orden del rey. Si vuelves a llamarme sir Bastardo, o Edward Sin Apellido, te arrepentirás. No le temo a ningún hombre, James de Masen. Y menos a ti.
-¿Has venido para evitar la boda? Edward sonrió sin alegría.
-No. Isabella es tan traidora como tú. Deseo que disfrutes de ella. Ambos os merecéis el uno al otro. Mi razón para estar aquí es muy simple. Tengo intenciones de ganar el torneo y la bolsa.
James entrecerró sus claros ojos. -Sobre mi cadáver.
Edward se encogió de hombros.
-Eso se puede solucionar muy fácilmente.
James estaba más consternado de lo que dejaba entrever, al descubrir que su hermanastro mayor seguía con vida. Había hecho cosas, cosas terribles, para asegurarse el condado, y rezaba para que Edward no las supiera jamás.
Isabella acababa de abandonar las cocinas cuando vio al Caballero Negro dirigiéndose hacia James. Se había quitado el yelmo y le daba la espalda. Estiró el cuello para verlo mejor, pero lo único que consiguió ver, fue el espeso cabello negro cortado a la altura de los hombros. Llena de curiosidad, rodeó el carro de vino para poder verle la cara.
Una exclamación sofocada escapó de su garganta y sintió como si le ardieran los pulmones. Había visto ese rostro en sus sueños cien, no, mil veces. Y en cada una de ellas los plateados ojos de él hervían de odio hacia ella.
Edward.
No era capaz de enumerar las veces que había deseado que él apareciera para poder explicarle que había sido la misma Irina quien se aseguró de que su padre se enterara de la fuga para que pudiera impedida. Isabella se había enterado de que Irina se lo había dicho a su doncella, totalmente consciente de que la muchacha iría directamente a lord Charlie con el cuento.
Y ahora estaba allí. Aunque no era el Edward que recordaba de su juventud. Era el Caballero Negro, un hombre famoso por su valor y por su fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.
Un hombre que la odiaba.
Supo el momento justo en que Edward la vio, ya que se puso rígido. Sus miradas se encontraron y se sostuvieron. Los inquietos ojos plateados que ella recordaba, eran ahora tan fríos y duros como las losas que pisaba. Quiso apartar la mirada pero no pudo. La mantenía aprisionada con la potente fuerza de su odio.
-Edward. -Le tembló la voz. -¿De verdad eres tú el Caballero Negro?
-¿Tan difícil es de creer? -preguntó él con dureza.
-Si... No... No sé. Has cambiado.
La carcajada carente de alegría de él le produjo un escalofrío en la columna vertebral.
-Así es. Ya no soy el joven idealista y soñador que conociste una vez. He presenciado la guerra y la muerte, milady, y eso cambia a los hombres.
Apartó su mirada de acero hasta posada en James, luego volvió a Isabella con insultante intensidad.
-Creo que debo felicitarte. Me sorprende que permitan que James y tú os caséis. El incesto es un delito serio.
-Esperé durante años la dispensa del Papa -interrumpió James-. Ha transcurrido tiempo de sobra para reclamar a mi novia.
Edward miró a Isabella como si nunca antes la hubiera visto. Y ciertamente así era. La Isabella que recordaba era media mujer, medio niña, con largas y desgarbadas extremidades y pecas en la nariz.
La mujer que estaba de pie ante él tenía una tez impecable, de un blanco cremoso y ligeramente tocada por el sol en las mejillas. Vestía una camisola de lino, de mangas largas y ajustadas, bajo una túnica de satén verde esmeralda bordada en oro. Un velo de seda, sujeto en su sitio por una anilla de oro, era incapaz de contener su magnífico pelo castaño. Sus ojos, enmarcados por espesas pestañas oscuras, eran tan verdes como la túnica y se elevaban ligeramente en las esquinas externas. Sus labios eran sonrosados, con el inferior ligeramente más carnoso que el superior, proporcionándole un aspecto sensual que insinuaba pasión. Edward se preguntó si tal pasión había permanecido a la espera de que James la reclamara.
-¿Vas a competir en el torneo? -le preguntó Isabella a Edward, cuando el silencio se hizo insoportable.
-Sí. Esa es mi profesión. Después de la guerra me vi en la dolorosa necesidad de conseguir dinero para restaurar Cullen, y la mejor manera era competir en los torneos.
-Por todas partes se cantan alabanzas al Caballero Negro -dijo Isabella con voz serena. -Te has convertido en una leyenda, Edward.
Edward no pudo obligarse a sonreír a la mujer que años atrás le había traicionado. Podía haberla perdonado de no haber muerto Irina en misteriosas circunstancias. Ahora Irina era tan sólo un débil recuerdo, pero Edward nunca había olvidado quién, en última instancia, había causado su muerte. De no haber alertado Isabella a su padre, Irina y él habrían conseguido alejarse sin peligro aquella noche, y James jamás hubiera puesto las manos encima de su frágil amada.
-Leyenda o no, ya veremos quién gana en las justas -declaró James. Miró a Isabella con intención. -Estoy seguro de que tenéis obligaciones dentro del castillo.
Isabella lanzó una mirada cáustica a James, pero no le desafió abiertamente cuando juntó los talones y se alejó enfadada.
-Va a necesitar que la domen -masculló James, aguijoneado por su comportamiento irrespetuoso-. Isabella y yo nos hubiéramos casado hace años de no ser por la maldita dispensa del Papa. Emmett no lo permitía de ninguna otra manera. -La sonrisa no le llegó a los ojos cuando añadió: -Hay formas de enseñarle a una mujer a obedecer a su amo y señor, y las conozco todas.
Edward se envaró, su boca se convirtió en una fina línea. -¿Utilizaste esos métodos con Irina?
James pareció confundido durante un instante.
-¿Irina? Murió hace muchos años. Fue bastante dócil hasta... La plateada mirada de Edward lo perforó con precisión mortal. -Hasta... -Aguijoneó.
James debió comprender que pisaba arenas movedizas, ya que intentó restar importancia a sus palabras.
-Nada. Juro que no consigo recordar algo tan remoto. Nuestro matrimonio fue de tan corta duración que apenas llegamos a conocernos el uno al otro. ¿Sabías que nuestro padre murió poco antes de que Irina enfermara? Le mataron unos cazadores furtivos.
-Lo sabía.
James apartó los ojos de la penetrante mirada de Edward. -¡Ah! Veo que Emmett está hablando con sir Benjamin. Tengo que hablar de los preparativos para el torneo con nuestro anfitrión.
Edward compuso una torva sonrisa, mientras veía a James alejarse a grandes pasos. Pensó que su hermanastro había cambiado muy poco con el correr de los años. Aunque James hubiera luchado en Crécy, sus caminos no se habían cruzado.
Impaciente por volver junto a sus hombres, Edward giró sobre sus talones y se alejó dando zancadas. La gente se volvía a mirarle y algunos se giraban a su paso. Vestido con la armadura negra, su aspecto era mortífero y siniestro, tan peligroso como sugería su nombre.
Mientras cruzaba a caballo el puente levadizo, en dirección al campamento elegido por sir Jacob, tuvo el firme presentimiento de que no debería haber vuelto jamás a Swan.
El banquete de esa noche era el primero de los muchos preparados para celebrar la boda con la que culminarían los cuatro días de torneos. Isabella, sentada en la mesa principal, entre James y Emmett, permanecía ajena e indiferente a la ostentación de la noche. Emmett había contratado malabaristas, juglares y acróbatas para que les entretuvieran a lo largo de la muy extensa cena, pero a Isabella no le interesaban. Después de su encuentro con Edward en el patio, no había pensado en otra cosa más que en la dureza y desinterés con la que sus ojos la habían mirado al reconocerla. Le dolía pensar que, después de todos esos años, todavía siguiera odiándola por algo en lo que ella no había tenido nada que ver.
Echó una mirada de reojo a James, a través de la espesa línea de sus pestañas, y arrugó la nariz con repugnancia. Se llenaba la boca de comida con tanta rapidez, que se le salió un poco entre los labios, cayendo sobre su jubón de terciopelo rojo. James no estaba gordo, pero Isabella no podía por menos que pensar que sus piernas parecían dos salchichas llenas de bultos, embutidas en las medias, y se estremeció ante la idea de tener que soportar el peso de su robusto cuerpo durante la noche de bodas. Pensar en tener intimar con James era repugnante y debía hacer algo, cualquier cosa, para evitar aquel matrimonio.
Isabella jugueteó con su comida, plato tras plato: pescado al horno, cerdo asado, venado, faisanes, diversas clases de aves, un surtido de verduras, tartas y budines. Su asco hacia James se incrementó cuando éste escogió una alondra y se la metió en la boca.
El salón estaba desbordado con los caballeros, sus escuderos y soldados; incluso había sido necesario poner mesas suplementarias para poder acomodarlos a todos. Hizo un lento repaso de los hombres que estaban en el banquete y frunció el ceño al no ver a Edward. Sabía que lo habían invitado, porque se les había dado a todos la bienvenida al llegar, informándoles de los banquetes que se iban a celebrar cada noche hasta el final del torneo.
Lamentaba que Edward la odiara tanto. De haber estado en buenos términos, podría haberlo convencido para que la ayudara. Entonces, como por arte de magia, una idea surgió en su cabeza. Era humillante y poco digna de dedicarle un segundo pensamiento, pero tenía muy pocas opciones. Apenas podía esperar para encontrar a Edward a solas y explicarle lo que realmente había sucedido tantos años atrás, cuando él intentó fugarse con Irina. Si la creía, puede que pudiera convencerlo para que la ayudara a escapar de esa parodia de matrimonio.
Levantó de repente la mirada del plato y allí estaba él. El Caballero Negro. Ataviado de manera sombría, con un jubón negro y calzas negras; su apelación provocó tal impacto entre los presentes que el silencio cayó sobre el salón, mientras él buscaba asiento entre sus hombres.
Ella miró fijamente su rostro y tuvo el impulso inexplicable de frotarle los carnosos labios con el dedo, para ver si eran tan duros como parecían. Toda su cara era un contraste de líneas agudas y ángulos. Toda la plenitud infantil que ella recordaba, había desaparecido, desterrada por la piel que se tensaba en sus prominentes pómulos. Deslizó la mirada por todo su cuerpo y se le atasco el aliento en la garganta.
No había ni un gramo de grasa en todo su cuerpo. Era todo músculos tallados por la batalla, ondulados tendones y rasgos esculpidos. Ningún otro hombre en todo el salón podía comparársele.
Continuó mirando a Edward mientras éste se sentaba entre sus hombres y se llenaba el plato de comida.
Alguien le dijo algo que hizo que se le curvaran los labios en una sonrisa. Era la primera vez que Isabella le veía sonreír, y la visión provocó una reacción extraña en su cuerpo virgen. Apartó rápidamente la mirada por si James notaba su interés por él.
-No estáis comiendo -dijo James, sacando a Isabella de su ensoñación-. ¿No os gusta la comida?
-No tengo hambre -manifestó Isabella con sinceridad. James frunció el ceño.
-Estáis demasiado flaca. No me gustan las mujeres huesudas. -La miró con lascivia. -Engordareis cuando mi hijo crezca en vuestro vientre.
Tal idea hizo que Isabella perdiera el poco apetito que le quedaba. Edward era consciente del escrutinio de la joven, e intentó, sin éxito, ignorarlo. Estaba asombrado de que la flacucha y pecosa niña que conoció una vez, se hubiera convertido en una belleza. Parecía esbelta y distinguida, pero Edward sabía, instintivamente, que bajo la túnica de satén color azul real que llevaba, tendría suaves y placenteras curvas.
Frunció el ceño y sacudió la cabeza para alejar tan molestos pensamientos. No le importaba nada Isabella de Swan, por muy encantadora que fuera. Que se la quedara James.
-¿Por qué frunces el ceño, Edward? -preguntó sir Jacob-. Me parece que lo haces demasiado. -Notó hacia dónde se dirigía la mirada de Edward y sonrió de oreja a oreja. -¡Ah! ¿Es la encantadora Isabella de Swan? ¿No te criaste en el castillo de Swan de pequeño?
-Sí. Entrené con los escuderos de lord Charlie antes de que me desterrara.
-Lo recuerdo -dijo Jacob, pensativo-. Dijiste que te habías enamorado de Irina de Swan, pero que ella estaba prometida a tu hermanastro. ¿Qué fue de Irina? ¿Cómo es que lady Isabella va a casarse con James?
-Irina murió misteriosamente pocos meses después de su matrimonio. Al parecer, James presentó una solicitud al Papa para obtener una dispensa para casarse con Isabella cuando el prometido de ella murió en Crécy.
-Algo en el tono de tu voz me indica que no te gusta lady Isabella, amigo mío. ¿O es que te gusta demasiado? -preguntó Jacob sagazmente.
-No me gusta en absoluto -respondió Edward con ferocidad. -Era una pequeña traidora cuando la conocí, y por lo que a mí respecta, James y ella se merecen el uno al otro.
Edward comió con moderación y bebió tan sólo una pequeña cantidad de cerveza. Quería tener la cabeza despejada cuando los juegos comenzaran, a la mañana siguiente. Mientras sus hombres estaban entretenidos con los cómicos, el se escabulló para regresar al campamento.
Isabella vio que Edward abandonaba el salón y decidió seguirle. Esperaba alcanzarlo antes de que saliera del patio y poder explicarle lo que había pasado realmente tantos años atrás. En una ocasión habían sido amigos y puede que accediera a ayudarla.
Pretextando un dolor de cabeza, Isabella se disculpó y abandonó el salón. Sin embargo, en vez de tomar las escaleras hasta su habitación de la torre, usó la entrada de los sirvientes y corrió para interceptar a Edward.
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QUE EMOCION!!!!!! COMIENZA UNA NUEVA AVENTURA, AAAAA QUE PASARA????? ISABELLA JAMAS TRAICIONO A EDWARD, PERO ESTE NO LE CREEEEEE Y AHORA TENDRA QUE CASARSE CON JAMES, !QUE HORROR!
BUENO CHICAS GRACIAS POR APOYARME ESTA HISTORIA ES PARA USTEDES,
ACTUALIZACIONES UN CAPITULO DIARIO
BESITOS GUAPAS
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