Un caballero lucha por lo que le pertenece.
Isabella volvió en sí para ver el rostro de Edward cerniéndose a escasos centímetros del suyo. Tenía una expresión feroz y su humor parecía ser tan sombrío como su ceño. Se sorprendió al verse tumbada sobre un banco e intentó levantarse.
-Descansad un poco más, milady.
Isabella desvió la mirada hacia Eduardo, quien la observaba con preocupación. Entonces recordó. Edward iba a casarse con lady Elena y ella se había desmayado.
-Lo siento, Majestad -se disculpó Isabella-. No sé que me ha pasado. Ya estoy bien.
El rey le ofreció la mano y ella se incorporó hasta quedar sentada. -¿Os conozco, milady?
-Perdonadme, sire -intervino Edward, señalando a Isabella con un indiferente gesto de la cabeza. -Mi amante, lady Isabella de Swan.
-¡Edward! -Isabella estuvo tan cerca de desmayarse otra vez que se vio obligada a cerrar los ojos para que la habitación dejara de dar vueltas.
El rey miró a Isabella y luego se dirigió a Edward en un aparte. -Estás siendo deliberadamente cruel, lord Edward. Hablaremos de eso más tarde.
Volvió a dedicar su atención a Isabella.
-He oído que os habéis casado con James de Masen, lady Isabella. Ella se mordió labio para evitar que temblara.
-¿Milady? -insistió el rey.
-Así es, soy la esposa de James. Sólo de nombre -añadió-. El matrimonio no llegó a consumarse.
-Si mal no recuerdo -reflexionó Eduardo-, James no solicitó mi venia para casarse. ¿No estaba casado con vuestra hermana? Ella murió, ¿no? Casarse con la propia cuñada es incesto -declaró con acritud.
Las palabras del rey hicieron que su sacerdote se le acercara, arrastrando los pies, para susurrar algo al oído de Eduardo.
-¡Ah, sí! Ahora me acuerdo, Padre. Lord James obtuvo una dispensa del Papa para casarse con la hermana de su fallecida esposa. No puedo contradecir al Papa, pero no me gusta. ¿Dónde está vuestro marido, lady Isabella?
-Probablemente de camino a Cullen para reclamar a su esposa -contestó Edward.
Su concisa respuesta puso punto final al interrogatorio del rey. -No entiendo nada -dijo Eduardo, ligeramente molesto. -Estoy demasiado cansado, después del largo viaje, para escuchar una explicación extensa. Más tarde, después de la cena y los esponsales, hablaremos en privado, lord Edward. Sospecho que la historia me mantendrá entretenido hasta pasados maitines. ¿Están ya preparadas las habitaciones para mí y mi séquito?
Sue avanzó un paso e hizo una reverencia.
-Si me acompañáis Majestad, os mostraré vuestras habitaciones. Hemos preparado para vos y para vuestro séquito la torre sur. Vuestros soldados encontrarán camas en la guarnición, y lady Elena y su doncella tienen habitaciones en el solar. Espero que lo aprobéis.
-No veo ningún fallo en tu hospitalidad, lord Edward -dijo el rey, amablemente.
-Si necesitáis algo, sire -añadió Edward-, no tenéis más que pedirlo.
-Acompañaré a lady Elena y a su doncella a sus habitaciones -se ofreció Isabella.
Vio que el cuerpo de Edward se tensaba. Sabía que su ira estaba dirigida a ella. Se había estremecido al oírle declarar que ella era su amante, pero ahora se sentía entumecida. Se dio cuenta de lo mucho que le había herido su insensible mensaje, pero eso no era nada comparado con lo que él acababa de hacerle. La había calificado de puta ante el rey.
Lady Elena vaciló, como si no estuviera segura de que debía acompañar a Isabella. Echó una tímida ojeada hacia Edward, pero este no parecía prestar atención a la delicada sensibilidad de Elena. Después de una larga pausa, siguió a Isabella hasta el solar.
-¿Cuánto hace que sois la amante de lord Edward? -preguntó Elena mientras subían la sinuosa escalera.
A Isabella le pareció una pregunta indiscreta y decidió no con-testar.
-Yo jamás me convertiría en la ramera de un hombre -continuó Elena, resoplando con desdén. -Cuando lord Edward y yo estemos casados, tendréis que buscar otro protector.
-Lady Elena, ¿cuántos años tenéis? -preguntó Isabella.
-Quince. El rey Eduardo dice que es una buena edad para casarse.
Isabella suspiró.
-Sois muy joven e inocente. No sabéis nada de la vida. Lord Edward devora a las ingenuas como vos.
A Elena se le agrandaron los ojos. -¿A qué os referís?
-No tengáis en cuenta mis desvaríos -contestó Isabella-, hoy no soy yo misma. -Se detuvo delante de una habitación vacía. -Espero que aquí estéis cómoda. Si necesitáis algo, por favor, decidle a vuestra doncella que informe a uno de los criados.
-¿Dónde está vuestra habitación? -preguntó Elena.
-En el otro extremo del descansillo. Enseguida os traerán vuestros baúles. Si deseáis bañaros, enviad a vuestra doncella a la cocina para pedir una bañera.
Se volvió para marcharse. -Lady Isabella.
Isabella se detuvo y la miró por encima del hombro. -¿Sí?
-¿Dónde duerme lord Edward?
-Donde le apetece -contestó Isabella, obligando a sus temblorosas piernas a bajar del rellano.
No se derrumbó hasta estar dentro de su habitación. Se apoyó en la puerta e intentó, sin éxito, borrar de su mente la imagen de Elena y Edward íntimamente entrelazados. Se lo imaginó besando a Elena, recorriéndola con las manos y la boca para, al final, reclamarla de la manera más elemental conocida por el hombre. Se apartó de la puerta y se tumbó en la cama. Permaneció así durante horas, mirando el techo.
Edward conferenció brevemente con Sue, luego habló con sir Jared sobre los alojamientos para los caballeros del rey. Una vez seguro de que todo estaba en su sitio, se sentó a la mesa y pidió cerveza. Casi de inmediato apareció un sirviente con una jarra y la puso en la mesa, delante de Edward. Se llenó la copa y bebió con avidez, dándole vueltas mentalmente al inesperado giro de los acontecimientos. La necesidad de hacerle daño a Isabella lo había impulsado a presentarla como su amante, y ya se arrepentía de sus crueles palabras. La llegada de la joven que tenía que convertirse en su esposa lo había aturdido, y todavía estaba mareado.
Aunque hermosa, lady Elena no le excitaba sexualmente. A diferencia de Isabella, cuyo espíritu y ardor en ocasiones lo quemaban, lady Elena le parecía insípida y carente de pasión. De acuerdo, Elena dirigiría su casa, tendría a sus hijos sin quejarse, y permanecería discretamente en la sombra. Por desgracia, él esperaba de una esposa algo más que obediencia ciega. Quería una compañera, una amante, una mujer cuya sangre caliente igualara la suya. Una mujer que diera la bienvenida a su marido en su cama.
Quería... a Isabella.
No podía desear a lady Elena. Le parecía una niña mimada e inmadura que probablemente se desmayaría durante la noche de bodas.
Se terminó la cerveza y pidió más, pero por más que lo intentó no consiguió emborracharse. Revivió mentalmente el instante en el que Isabella se desmayó y lo asustado que se sintió por ella. Isabella era una mujer fuerte, nada propensa a los desmayos. Iba a abandonarlo. Había planeado viajar sola por peligrosos caminos en una época azarosa, y para eso se necesitaba valor.
Cuánto más pensaba en la fría carta que había escrito Isabella, más se enfadaba. Aunque su cólera quedaba un tanto atenuada por la preocupación por su salud, no desapareció por completo. La necesidad de ver a Isabella, de enfrentarse a ella por su falta de sinceridad, lo impulsó a ponerse en pie. Subió las escaleras de dos en dos, de tan mal humor que los sirvientes se fueron apartando a su paso. Entró en la habitación de Isabella sin llamar y cerró la puerta de golpe a su espalda.
Se encontró con Isabella tumbada en la cama, contemplando fijamente el techo, y el impulso de arrancarle la ropa e introducirse en ella fue tan fuerte que estuvo a punto de explotar.
Isabella se incorporó, desafiándolo con su mirada sorprendida. -¿Qué estás haciendo aquí?
Él se acercó a la cama de una zancada y la observó en silencio, con las manos apoyadas en las caderas y expresión feroz. -¿Estás enferma?
-No. Estoy bien.
No la creyó.
-¿Por qué te has desmayado?
Sus miradas se encontraron y colisionaron. Ella contestó a la pregunta con otra.
-¿Por qué me has presentado como tu amante?
-Contesta a mi pregunta.
-Responde a la mía.
-Muy bien. Te presenté como mi amante porque eso es exactamente lo que eres -explicó Edward.
-¡Ah, que cruel y arrogante! -se indignó Isabella.
-Sólo sigo tu ejemplo, señora -dijo él con un gruñido. -Planeabas abandonarme. El insensible mensaje que escribiste es típico de un cobarde. ¿Crees que te impediría volver con tu marido si fuera ese tu deseo? ¿Por qué Isabella? ¿Por qué decidiste abandonarme? Yo te hubiera protegido con mi vida.
-Quería evitar un derramamiento de sangre -susurró Isabella.
-La verdad, Isabella -dijo Edward con severidad. -Quiero la verdad. ¿Te molesta que sea un bastardo? ¿Por eso es por lo que deseas volver con James?
-¡No! Jamás tuve la intención de volver con James. Redacté la nota para que lo pareciera.
-He dicho que quería la verdad, milady. No más mentiras.
-A quien quiero es a ti, Edward. Siempre has sido tú.
Edward entre cerró los ojos. -Entonces demuéstralo.
Se inclinó sobre la cama, cubriéndola con su cuerpo. Bajó la cabeza y su boca se cerró de golpe sobre la de ella. La besó con dureza, ladeando la boca hasta que separó los labios bajo su insistente lengua. Devoró su boca salvajemente, queriendo castigarla por preocuparlo. Ninguna otra mujer lo había conquistado ni decepcionado tanto como Isabella. Quería sacudida, gritarle, decirle que había estado dispuesto a morir por ella. ¿Qué más podía pedirle una mujer a un hombre?
Separó la boca de la de ella y la miró a los ojos.
-Voy a hacerte el amor, Isabella. Sabes que lo deseas. Entre nosotros siempre es así.
A ella se le escapó un sollozo pero él cerró los oídos. Sabía que sus palabras le hacían daño, pero no más del que ella le había hecho a él. A punto de explotar de impaciencia, empezó a arrancarle la ropa hasta dejarla completamente desnuda.
-Así es como te quiero -masculló él. -Desnuda y con las piernas abiertas.
Se desvistió a una velocidad increíble, quedando tan desnudo como ella. La urgencia se apoderó de él y, en su necesidad, se olvidó de la paciencia y la ternura. La tumbó, atrapando con la boca un provocativo pezón, en tanto que sus dedos se ocupaban del otro pecho y arqueaba las caderas hacia las de ella, buscando con su erección el cálido lugar entre sus piernas.
Aturdida, Isabella se tensó cuando una increíble sensación irradiaba desde sus pechos hasta aquel lugar húmedo donde el sexo de Edward exigía la entrada. Él era salvaje e impredecible. Ella no quería su ira, deseaba su amor.
-¡No! ¡Así no!
Él levantó la cabeza y la miró fijamente. Perdida en las profundidades de sus ojos de plata, no podía resistirse a él, del mismo modo que no podía dejar de respirar, y tampoco lo intentó.
Rindiéndose a él, enredó las manos en su pelo, se agarró a sus hombros y gimió su nombre mientras su boca se apoderaba de los sensibles pechos de ella. Los latidos de su corazón, un sonido sordo y atronador, reverberó por ella. Sofocó un sollozo con el dorso de la mano cuando la boca de él empezó a deslizarse por su cuerpo, lamiendo con ansias su ombligo en su descenso hacia un territorio más dulce. Hasta que lo encontró. Ella arqueó las caderas cuando él enterró la cabeza entre sus piernas, lamiendo y chupando alternativamente los húmedos pliegues de su sexo.
Ella luchó para recuperar la cordura, y lo consiguió, aunque por poco tiempo, mientras le agarraba del pelo, intentando apartarlo. Aquello no estaba bien. Estaba perdiendo el control. Edward quería castigarla, demostrar su dominio sobre ella y por desgracia estaba teniendo éxito. Todo su cuerpo vibró de necesidad cuando retiró la boca y deslizó los dedos en su interior.
-¡Edward!
Edward levantó la cabeza y le sonrió. -¿Quieres que te penetre ahora, Isabella?
Eso era exactamente lo que ella deseaba. Si él no llenaba pronto ese doloroso vacio dentro de ella, no tardaría en volverse loca. -¡Sí! ¡No! ¡Oh, por favor!
La sonrisa de él se tornó salvaje cuando le separó las piernas y la penetró fuerte y profundamente, colmándola.
-Rodéame con las piernas. -ordenó él.
Ella obedeció y él se introdujo más profundamente. Luego empezó a moverse. No fue algo lento y suave, sino un apareamiento brutal, con las piernas de ella rodeándolo y las caderas de él oscilando a un ritmo salvaje. Estaba perdida, perdida sin remedio, poseída por el hombre al que amaba; un hombre que pertenecía a otra del mismo modo que tampoco él podía reclamarla a ella. Sin embargo, en lo más recóndito de su corazón, sabía que siempre sería suya, y llevaba a su hijo en el vientre para demostrarlo.
La presión fue creciendo en su interior, en todos los lugares que él tocaba su alma. Entonces estalló. Gritó y dejó de pensar cuando el clímax se derramó sobre ella. Se aferró a él mientras su cuerpo se convulsionaba y la llenaba con su semilla caliente.
Segundos después se derrumbó sobre ella, que aceptó el peso sin protestar, terriblemente consciente de que nunca podrían volver a estar así. Conociendo a Edward, sabía que obedecería a su rey y se casaría con lady Elena, mientras Isabella se vería a obligada a recoger los destrozados restos de su vida y a huir a casa de su tía. Se prometió a sí misma no volver nunca con James y proteger a su hijo con la vida.
Abrió los ojos y se asustó al ver a Edward mirándola con un extraño brillo en los ojos.
-Me miras como si me odiaras.
-No te odio -le aseguró él, saliendo de ella y alejándose.
Su voz estaba tan desprovista de emoción que ella no pudo evitar estirar la mano y tocarle en el hombro. Él se puso rígido y luego se volvió y la miró con lascivia.
-¿Preparada para más, verdad?
Ella retrocedió, herida por sus crueles palabras.
-Lo que quiero es la verdad -dijo furiosa. -Dime, ¿lo único que soy para ti es tu puta?
Él se levantó bruscamente. -No pienso en ti en absoluto.
Mentiras. Todo mentiras, le susurró a Edward su conciencia. Lady Elena nunca podría ocupar el lugar de Isabella, ni en su cama ni en su corazón. Isabella había derribado el muro que protegía su corazón y ahora él tendría que hacer todo lo necesario para repararlo.
-Me niego a creer que te importo tan poco.
-Yo podría decirte lo mismo -replicó él, subiéndose las calzas con más fuerza de la necesaria.
-¡No! ¿Cómo puedo explicártelo si te niegas a escuchar?
-Es demasiado tarde para nosotros, Isabella. La verdad ya no importa. El rey exige que me case con lady Elena y yo debo obedecer.
Isabella reconoció la afirmación de Edward con un suspiro entrecortado.
-Me iré antes de la boda.
Edward estuvo a punto de preguntarle dónde iba a ir, pero se abstuvo de hacerlo. Isabella ya no era suya para protegerla.
-Pídele a Sue que te de dinero para el viaje. Cuando hayas decidido tu destino, te proporcionaré una escolta.
Se acercó a la puerta de una zancada y apoyó la mano en el pomo. ¿De modo que así iba a ser?, se preguntó. ¿Un amor tan feroz que iba a permanecer en su recuerdo toda la vida y luego esa fría despedida? Miró a Isabella por encima del hombro. Ella había cubierto su desnudez con una sábana y le estaba mirando fijamente como si esperara algo más de él. Unas lágrimas rodaban por sus mejillas y sus carnosos y rosados labios temblaban.
-¡Por la sangre de Dios! -gritó Edward, volviendo a la cama de una zancada-¿Qué quieres de mí, señora? He jurado obedecer a mi rey. Sé que te deshonré Isabella, pero después juré protegerte con mi vida. Por ti me hice vulnerable. ¿Tienes idea de lo que me hizo tu mensaje? Casi me destruyó. Tengo que casarme con lady Elena aunque no me atraiga. Pero después de consumar el matrimonio, mi intención es dejar Cullen y buscar el placer en otra parte. Nunca nadie volverá a apoderarse de mi corazón.
Habiendo dicho más de lo que quería decir, Edward salió de la habitación y se encontró de frente con lady Elena.
-¡Lord Edward! -Se le ensancharon los ojos de temor al ver su fiera expresión, y se apartó de él. -Yo... Pensaba que este era el solar de las damas. No esperaba encontraros aquí. -Miró de manera significativa la puerta de la que acababa de salir Edward-. ¿No es esa la habitación de lady Isabella?
Edward no estaba de humor para bromas. -Así es, milady.
-¿Cuándo se va a ir lady Isabella de Cullen?
El humor de él iba empeorando a cada minuto. -Cuándo le de la gana.
-Disculpadme milord, no quería enfadaros.
-No, milady, sois vos quien debe perdonarme. Me temo que os he disgustado.
Ella le dedicó una sonrisa insegura. -Estáis perdonado, milord.
Se cubrió la boca y se rió estúpidamente con nerviosismo. El sonido enfureció más a Edward.
-Espero con ilusión el banquete de esta noche. Puede que lleguemos a conocernos mejor el uno al otro -añadió ella.
Edward inclinó la cabeza y le ofreció el brazo. -¿Puedo escoltaros al salón?
-No, estaba buscando el... el... -Su rostro adquirió una brillante tonalidad roja.
Edward se salvó de indicarle donde estaba el excusado cuando la doncella llegó, resoplando, por el pasillo.
-Lo he encontrado, milady. Seguidme.
-Hasta esta noche -Elena sonrió con afectación mientras hacia una reverencia y se apresuraba a seguir a su doncella.
-Líbreme Dios de las virginales sonrisas tontas -masculló Edward para sí.
¿En qué estaba pensando el rey? Cualquier imbécil podía darse cuenta de que Elena y él no iban a congeniar. Se alejó rápidamente en busca de Sue. El banquete de esa noche tenía que ser perfecto. Quería que el rey estuviera de buen humor.
Isabella hubiera preferido cenar en su habitación aquella noche, pero decidió que esconderse era de cobardes. Ataviada con su mejor vestido de seda y un tocado nuevo que acababa de comprar a un vendedor ambulante, hizo acopio de valor y bajó al salón. Cuando llegó, todos estaban ya sentados y se deslizó hasta un lugar libre situado lo más lejos posible de la mesa principal.
Margot y sus ayudantes de cocina se habían superado a sí mismos, pensó Isabella cuando empezaron a servirse una bandeja tras otra de suculenta comida. En honor al rey, la mesa brillaba con un servicio de plata. En cada sitio de la mesa había una gruesa rebanada de pan fresco que hacía las veces de plato para las carnes asadas.
Los criados deambulaban por el salón, portando bandejas de pan y otras exquisiteces. Luego, el mejor vino que podía ofrecer Edward fue decantado en jarras y servido en copa de plata a cada invitado.
Se sirvió sopa y anguilas cubiertas de jalea, cabeza de jabalí y carne de venado, pavos reales, cochinillas y un surtido de aves. Las verduras consistieron en guisantes y judías verdes y la cena concluyó con tartas de fruta, frutos secos y queso.
Isabella apenas probó la comida. Le había desaparecido el apetito en el momento en que vio a lady Elena inclinarse hacia Edward para susurrarle algo al oído. Bajó la mirada a su plato y sintió que se le revolvía el estómago. Fingir indiferencia hacia el hombre que amaba, fue la cosa más difícil que había hecho en su vida.
Edward había visto a Isabella entrar en el salón y olvidó lo que estaba pensando. Habría quien diría que lady Elena tenía una belleza clásica, pero a Edward le resultaba pálida y sin vida comparada con la vibrante hermosura y la energía de Isabella. La observó a través de la estancia y quedó repentinamente perplejo por algo que antes no había notado: un singular brillo interior. La miraba con tal intensidad que no tardó en ganarse la desaprobación del rey. Volvió a mirar hacia su plato, pensando que el lugar de Isabella estaba en la mesa principal, a su lado. Quería ir a buscarla, pero sabía que hacer alarde de su amante delante de su prometida, enojaría al rey.
Volvió a centrar la atención en la comida que tenía en el plato.
Todo estaba delicioso, pero él tenía poco apetito. Echó un vistazo a Eduardo, y se alegró al darse cuenta de que este parecía disfrutar de la comida. Elena, a su lado, picoteaba la comida con elegante delicadeza.
-¿No os gusta la comida, lady Elena? -preguntó Edward.
Elena dejó caer el cuchillo y le miró parpadeando con los ojos nublados por el miedo.
-¿Os he asustado, milady? -preguntó Edward, sorprendido por la reacción de ella a su sencilla pregunta.
Elena desvió la mirada hacia su regazo.
-Perdonadme, milord. Crecí en un convento y a veces, las voces de los hombres me asustan.
Edward gimió. Criada en un convento. La primera vez que Elena lo viera desnudo, lo más probable era que se desmayara.
-¿Por qué crecisteis en un convento, milady?
-Soy una importante heredera, milord. Cuando mis padres murieron de fiebres, me convertí en pupila del rey. Tenía siete años cuando Eduardo me dejó con las monjas para proteger mi fortuna de los que querían casarse conmigo para poseerla.
-¿Os han explicado las monjas los deberes de una esposa? -preguntó Edward.
Ella mantuvo la mirada respetuosamente baja.
-Sé lo que debo hacer, milord. Yo... -Se estremeció y se atrevió a mirarle entre sus largas y sedosas pestañas. -También ruego para que no exijáis demasiado. Sería un pecado continuar teniendo relaciones después de haber concebido un hijo... hasta que deseéis otro -dijo remilgadamente.
Edward la miró horrorizado. Era imposible.
-Si es así como pensáis, no deberíais quejaros si tomo una amante -dijo, tanteando el terreno.
Elena le miró con los ojos muy abiertos.
-Va en contra de las leyes de Dios. Cometeríais adulterio. No lo consentiré, milord. -Sonó como una niña consentida, exigiendo que el matrimonio se llevara a cabo según sus reglas.
-¿Qué me vais a permitir, milady? Acabáis de decir que sólo seré bienvenido a vuestra cama cuando deseemos concebir un hijo. Me temo que estáis mal informada en cuanto a las necesidades de un hombre. Sois joven, milady. El rey se equivocó al traeros aquí. No vamos a congeniar.
Edward volvió a dedicarse a su comida, ignorando sin disimulos el jadeo de consternación de Elena. No sabía que el rey Eduardo, sentado a su derecha, había presenciado el intercambio.
Eduardo se inclinó hacia Edward y susurró: -¿No te complace lady Elena?
-Lady Elena es demasiado joven e inocente para mí -dijo Edward, escogiendo cuidadosamente las palabras. -No nos vamos a llevar bien.
-Tonterías -bramó el rey. -Es justo lo que necesitas para asentarte. De acuerdo, es joven, pero a la mayoría de los hombres les agrada tener la posibilidad de moldear la pasión de una muchacha inocente para que satisfaga sus necesidades. -Se acercó más. -Lady Elena es hermosa y enormemente rica. Aportará al matrimonio varias propiedades.
A él no le interesaban las riquezas.
-¿No hay nada que pueda hacer para que cambiéis de idea, milord?
Eduardo frunció el ceño, dejando vagar la mirada por el salón y deteniéndola finalmente en Isabella.
-¿Es lady Isabella, no? Ella es la razón por la que no estás dispuesto a tomar una esposa. Tenemos que hablar en privado, Edward. Estoy deseando saber cómo acabó la dama convirtiéndose en tu amante. Conozco a James de Masen. Él no dejaría que su esposa se fuera sin luchar.
-Sí, tenemos que hablar -estuvo de acuerdo Edward-. Quizá debamos retrasar los esponsales y la boda.
-No. El Padre Bernardo llevará a cabo la ceremonia de los esponsales después de los entretenimientos que hayas preparado en mi honor. ¿Va a haber diversiones, no?
-Así es -respondió Edward con amargura. Ya no se le ocurría nada. No quería a lady Elena. El matrimonio los haría desgraciados a ambos. -Sue ha contratado a unos actores del pueblo. Entre ellos hay incluso un juglar experto en contar historias.
A Eduardo se le iluminaron los ojos.
-¡Ah! Me encantan las buenas historias; en cuanto al matrimonio, predigo que será bueno para los dos.
Edward pensaba lo contrario, pero permaneció en silencio. Encolerizar al rey no era buena idea. Le hizo una seña a Sue e inmediatamente entró en el salón un grupo de acróbatas. Edward, estoicamente sentado durante la puesta en escena, permaneció indiferente incluso cuando llegó el bufón con sus payasadas. Luego un juglar obsequió a los invitados con historias sobre el valor de Edward. Todavía estaba cantando sus alabanzas cuando entró un guardia precipitadamente en el salón.
Fue directamente hacia la mesa principal y le hizo una reverencia al rey. Luego se volvió hacia Edward.
-Milord, se aproximan a la barbacana sir Jacob y un jinete sin identificar.
-Levanta el rastrillo. -ordenó Edward-. Pídele a sir Jacob que venga al salón. Estoy deseando verlo.
-¿Hace mucho que sir Jacob ha estado fuera, Edward? -preguntó Eduardo.
-Sí. Esperaba su llegada hace mucho y temía que le hubiera pasado algo. Me siento muy aliviado de ver que ha regresado sano y salvo.
El juglar terminó de cantar, se inclinó ante el rey y abandonó el salón escasos segundos antes de que llegara sir Jacob en compañía de un frágil anciano vestido con hábito marrón.
-Sir Jacob -lo saludó Edward-. Presenta a tu invitado. Me alegro de verte, amigo. Saluda a tu rey y luego dime a quien has traído contigo.
Sir Jacob ejecutó una reverencia cortés.
-Majestad, me alegro de volver a veros. Me sorprendió ver vuestro estandarte colgando en el parapeto. ¿Qué os trae a Cullen?
-Yo también me alegro de verte, sir Jacob. Edward y tú sois dos de mis partidarios más leales. Nunca olvidaré el valor con el que defendisteis a Inglaterra. Mi visita obedece a un propósito. Le he traído a Edward una novia. Saluda a lady Elena.
Jacob miró a Edward con recelo y luego dirigió la vista hacia la encantadora muchacha que se sentaba a su lado. Si se preguntó dónde estaba Isabella, se lo guardó para sí.
-Bienvenida -dijo, haciendo una amplia reverencia a lady Elena.
-¿Quién es tu invitado? -preguntó Edward.
-Alguien a quien te encantará conocer -respondió Jacob-. Edward de Cullen, te presento al Padre Ambrose, el sacerdote que casó a tus padres.
Edward se levantó de un salto, asiendo con tal fuerza el borde de la mesa que se le pusieron blancos los nudillos.
-¡Padre Ambrose! Decidme la verdad. ¿Casasteis a sir Anthony con Elizabeth ap Howell?
El sacerdote de pelo cano dio un paso adelante y ofreció sus respetos al rey. Luego volvió su miope mirada a Edward.
-Así es, milord, es cierto. Vuestra madre y vuestro padre fueron legalmente casados en el pueblo galés de Builth Wells. El pueblo está cerca de la frontera, a poca distancia de Swan. Yo mismo anoté el matrimonio en los registros de la parroquia.
El rey se echó hacia delante.
-¿Por qué no aparecisteis antes con esa información?
-Poco después de llevar a cabo la ceremonia, la iglesia quedó destruida por el fuego. Hui para salvar la vida cuando unos amigos me avisaron de que el padre de lord Anthony no quería que quedara con vida ningún testigo del matrimonio de su hijo con una plebeya galesa. Consiguió incendiar la iglesia, pero yo salvé el registro. Me lo llevé cuando escapé del incendio.
-El padre Ambrose ha traído consigo las hojas del libro con los nombres inscritos, sire -dijo sir Jacob.
El rey se frotó la bien afeitada barbilla, con aspecto de estar meditando todas las cosas de las que acababa de enterarse. -Continuad con vuestra historia, Padre Ambrose. ¿Dónde habéis estados todos estos años?
-Hui al norte de Gales, Majestad. Encontré un pueblo que necesitaba un sacerdote y me puse a servir a mis nuevos feligreses.
-¿Dónde encontrasteis al buen padre, sir Jacob? -preguntó el rey.
-Lord Edward me envió a Builth Wells para entregarle un mensaje a su abuela. Cuando llegué, ella me informó de que, al fin, había localizado al Padre Ambrose, el hombre que podía dar fe del legítimo nacimiento de Edward. Acababa de regresar a un monasterio en las proximidades de Builth Wells para vivir recluido los años que le quedan. El sacerdote del pueblo avisó a la abuela de Edward del paradero del padre Ambrose. Nola llevaba muchos años buscándolo con la esperanza de poder demostrar que Edward es legítimo.
-Es cierto -confirmó el padre Ambrose-. No tenía ni idea de que Nola me estuviera buscando, de lo contrario hubiera vuelto y enseñado la prueba que necesitaba. Por desgracia, no sabía nada acerca de la controversia acerca de un niño cuyo nacimiento tuvo lugar después de haber escapado. Pero ahora estoy aquí para proclamar, ante Dios y mi rey, que Edward de Cullen no es bastardo. Si Anthony de Masen se casó con otra mujer sin antes disolver su matrimonio con Elizabeth, por lo que cualquier descendiente de esa unión es ilegítima.
-Eso cambia muchas cosas -declaró Eduardo-. Tengo muchas cosas en las que pensar. Y por supuesto, voy a querer revisar los registros antes de que declare a lord Edward como el verdadero conde de Masen y bastardo a James. Hasta que el asunto no quede aclarado a mi entera satisfacción, los esponsales deben posponerse.
Una sonrisa curvó los labios de Edward mientras buscaba a Isabella con la mirada. La encontró en medio de un mar de caras. Los ojos de ambos se encontraron y quedaron prisioneros. Luego ella se levantó vacilante, y huyó.
---------------------------------
JAJAJAJA LADY ELENA SE DESMALLARA EN SU NOCHE DE BODAS, SEGURO AJJAJAJA, POBRE EDWARD LO QUE VA A TENER QUE SOPORTAR (SI SE CASA) AAAAAA AHORA YA SE DESCUBRIO EL PASTEL, VENNNN LES DIJE QUE LA ABUELA NOLA ERA LA CLAVE EN TODO ESTO, AHORA EDWARD ES EL HIJO LEGITIMO DE MASEN, Y QUE SUERTE ES QUE EL REY ESTUVO PRESENTE, POR LO VISTO EL REY EDUARDO NO ES TAN MALO (ESO PARECE) SOLO FALTA QUE NO OBLIGUE A EDWARD A CASARCE Y LES ASEGURO QUE HASTA YO MISMA DECLARO MI LEALTAD ETERNA AL REY EDUARDO. AJAJA. BUENO CHICAS, VEREMOS QUE SUCEDE Y PARA LAS QUE PREGUNTARON A ESTA HISTORIA SOLO LE FALTAN 4 CAPITULOS ASI QUE NO FALTA MUCHO.
GRACIAS GUAPAS BESITOS
|