EL CABALLERO NEGRO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 04/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 259
Visitas: 73229
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

Cuando el Caballero Negro entró en el Castillo de Swan cabalgando sobre su negro caballo de guerra. Vestido de negro de la cabeza a los pies, era todo músculo y firmes tendones marcados por la batalla. Con su negra armadura sin adornos, parecía cruel y siniestro, tan peligroso como su nombre indicaba. Era un hombre conocido por su coraje y fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Pero cuando vio a Isabella de Swan, con sus largas trenzas castañas y sus femeninas curvas, apenas pudo contener sus emociones. Fue la traición de ella doce años atrás quien cambió su juvenil caballerosidad y le convirtió en un duro caballero. Fue ella quien le hizo jurar no volver a confiar en una mujer, y usarlas sólo para su placer. Pero ella desataba la pasión en su cuerpo, la bondad en su alma y el amor en su corazón.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "The Black Knight de Connie Mason"

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Capítulo 20: VEINTE

Un caballero no se toma a la ligera el voto de proteger a su dama.

 

 

El persistente repicar de una campana sacó a Edward de un sueño profundo. Se levantó y se puso las calzas. Como no sabía el motivo de la alarma, cogió la espada y se dirigió hacia la puerta. Fue entonces cuando percibió el parpadeo de una luz anaranjada a través de la ventana y se dio cuenta de que el desastre era peor de lo que creía. Fuego.

Corrió hacia la puerta, pero la voz de Isabella lo detuvo. -¿Pasa algo malo, Edward?

La respuesta de él quedó ahogada por unos golpes frenéticos en la puerta.

-Edward, soy sir Jacob. Hay fuego en el patio interior. La herrería ya está en llamas y el fuego amenaza la cocina.

A Edward se le aceleró el corazón. ¡Fuego!

-Organiza una cuadrilla con cubos -gritó a través de la puerta. -Bajaré enseguida.

-Espérame -exclamó Isabella apartando las sábanas.

-No, no te muevas, mi amor -dijo Edward mientras se ponía la cota de malla por encima. -Permanece a salvo en el castillo. -Al ver que Isabella iba a protestar añadió-: Prométemelo.

-De acuerdo -accedió Isabella de mala gana. -Ten cuidado. Edward le dio un rápido beso en los labios y se fue corriendo.

Isabella no se quedó mucho tiempo en la cama. Se levantó y se vistió a toda velocidad, para estar preparada en caso de que se viera obligada a bajar. Se acercó a la ventana. El rojo vivo resaltando contra el cielo negro era impresionante... y aterrador.

Desde la ventana no se veía la herrería, que estaba situada en una esquina del castillo y separada de las cocinas por un almacén. Todos los edificios tenían techos de paja y a Isabella le dio miedo que una chispa prendiera en el techo del cobertizo y que el fuego se propagara rápidamente a la cocina. Si se levantaba viento, todos los edificios del patio interior podían prender en llamas.

Estaba tan preocupada por que el fuego se propagara, que no oyó que se abría la puerta de la habitación, ni percibió una presencia a su espalda. No se dio cuenta de nada hasta que sintió que alguien le tapaba la boca con fuerza y que un musculoso brazo la inmovilizaba contra un sólido cuerpo.

-Bueno, querida esposa, por fin te encuentro sola -susurró una voz en su oído.

¡James! Se apoderó de ella un pánico total. Empezó a dar patadas hacia atrás, pero su suave zapatilla sólo le reportó una fuerte sacudida.

-Vuelve a intentarlo y te mato -gruñó James.

De repente tuvo la boca libre y la abrió para gritar. El grito murió en sus labios cuando notó un cuchillo presionando contra el vientre donde crecía su hijo.

-¿Qué quieres?

-¿No es evidente? -dijo James contra su oído.

Le soltó la cintura y atrancó los cordones de las cortinas. -Pon las manos a la espalda.

Ella obedeció, temiendo por su hijo no nacido. Él le ató rápidamente las manos a la espalda y la arrastró hasta la cama, tumbándola de un empujón.

-Si me tocas gritaré -amenazó ella, con miedo a que fuera a abusar de ella.

-Grita todo lo que quieras -dijo él con un gruñido. -Nadie va a oírte. Todo el mundo está en el patio combatiendo el fuego y las paredes son gruesas. Además, tengo otros planes para ti -añadió mientras se arrodillaba para atarle los tobillos. -Tú eres el punto débil de Edward. Perderte le dolerá más que cualquier otra cosa que yo pudiera hacerle, incluyendo una muerte rápida. Matar es demasiado fácil e indoloro. No, tengo en mente otra cosa. Algo que te va a hacer sufrir tanto como a Edward cuando vea que no consigue encontrarte. Es probable que mueras lentamente, pero eso es lo mejor.

La desesperación se apoderó de Isabella. James tema razón. Podía gritar hasta dejarse los pulmones y nadie la oiría. Tema que conservar la calma hasta saber lo que James había planeado hacer con ella. -¿Qué vas a hacer?

-Pronto lo sabrás. ¿Dónde está tu capa?

La vio colgada de un gancho. La cogió junto con una bufanda de seda que encontró al lado. A Isabella no le dio apenas tiempo de preguntarse qué pensaba hacer con la bufanda, ya que le cogió la barbilla y le metió la bufanda en la boca.

-Ahora no tendré que escuchar tus quejas -dijo, obligándola a ponerse en pie y poniéndole la capa sobre los hombros.

Ignoró los gritos amortiguados de Isabella cuando le tapó la cabeza con la capucha y se la echó al hombro como si fuera un saco de patatas. Cuando él abrió la puerta y se asomó al pasillo, Isabella sólo podía vede los talones.

-Desierto -alardeó James, bajando por la estrecha escalera de piedra.

El hombro de él se le clavaba en el estómago y emitió un gemido ahogado mientras daba tumbos sobre su hombro. Intentó darle patadas, pero él la tenía bien sujeta.

El salón estaba vacío. El desaliento se tornó en pánico cuando Isabella comprendió que todos, incluso los criados, estaban en el patio luchando contra el fuego. James cruzó rápidamente el salón y abrió la puerta. Cuando Isabella notó una ráfaga de aire fresco, sintió verdadero miedo. James iba a llevársela sin que nadie se diera cuenta. Levantó la cabeza y vio a la gente corriendo entre la bomba y los edificios en llamas, demasiado absortos en el fuego como para fijarse en ellos.

Cuando James se desvió de los edificios que ardían, Isabella se dio cuenta de que se dirigían a los establos. De repente se le ocurrió que el fuego no era un accidente. Quienquiera que lo hubiera provocado sabía exactamente lo que estaba haciendo y donde empezarlo para ocultar sus movimientos.

James.

Una vez en el interior del establo, vio que el caballo de James ya estaba ensillado. Lanzó a Isabella en el ancho lomo del caballo y se montó detrás de ella. Con un rápido movimiento de muñeca, condujo al semental desde el establo hasta el rastrillo que todavía estaba levantado para permitir el libre acceso al castillo a los hombres que estaban acampados fuera de él. Para horror de Isabella, el portero había abandonado su puesto para luchar contra el fuego, exactamente igual que el resto de los habitantes del castillo.

Cuando cruzaron por la barbacana desprotegida, se le cayó el alma a los pies. Al parecer, al final James conseguiría vengarse. Edward no llegaría a conocer a su hijo, y ella no viviría para dar a luz. En ese momento estaban cabalgando por el acantilado y el fuerte viento le movía la capa. Oyó el mar estrellándose contra las rocas y se preguntó que sería lo que James tenía en mente cuando dirigió al caballo por una accidentada pendiente que llevaba a la playa. ¿Estaba planeando ahogarla?

-Ya casi estamos -dijo James por encima del fragor del oleaje. ¿Dónde? ¿Dónde? Sollozó Isabella en una súplica silenciosa.

Cuando James tiró de las riendas, se temió que estaba en lo cierto. James tenía intenciones de ahogarla. James desmontó y arrastró a Isabella consigo. Luego se la echó al hombro y ascendió por un escarpado camino de rocas. Cuando por fin la dejó en el suelo, estaba sin aliento. Para horror de Isabella, se encontraban en un lugar tan oscuro que le dio la sensación de que la hubieran arrojado a las profundidades del infierno.

Se encendió una luz y James apareció ante ella, sosteniendo una antorcha y con una expresión tan satisfecha que deseó poder borrarle la sonrisa de la cara.

-Como puedes ver -señaló James-, estamos en una cueva.

Morirás de hambre y de sed antes de que alguien te descubra. Puede que no te encuentren nunca.

Las amortiguadas maldiciones de Isabella parecieron divertirle, ya que echó la cabeza hacia atrás y empezó a reír.

-¿Crees que Edward te va a buscar aquí? -se burló. Luego se agachó y le quitó la mordaza de la boca. -Con el oleaje nadie te oirá. ¿Qué te parece ahora mi astucia, Isabella de Swan?

Isabella respiró con dificultad, reunió la poca saliva que tenía en la boca y le escupió. Él se limpió la saliva de la cara, lívido de rabia y le propinó una bofetada. Ella cayó rodando al suelo y se alejó de él.

-¡Eres el diablo en persona!

-Sí, y tú lo sabes muy bien.

-¿Por qué? ¿Por qué estás haciendo esto?

-Porque odio a Edward, por supuesto. Me di cuenta que la única forma de herirle era a través de ti, y basándome en eso, planeé mi venganza. El fuego ha sido una idea brillante, ¿verdad?

-Ha sido una obra del demonio.

Él se incorporó y la fulminó con la mirada.

-Disfruta de tu soledad, esposa. Es de lo único que vas a disfrutar hasta que la muerte venga a buscarte.

-¡Espera! No me dejes así. Estoy esperando un hijo de Edward. ¿Vas a matar a una criatura inocente por el odio que sientes hacia sus padres?

-¡Un hijo! -cacareó él con regocijo. -Eso es mejor incluso. ¿Lo sabe Edward?

Isabella asintió.

-No contaba con ese aliciente. ¡Qué dulce es la venganza! -Se regodeó él.

Isabella le miró horrorizada. No sabía que existiera tanta maldad en el mundo. Ahora más que nunca, estaba segura de que él había asesinado a Irina.

-Antes de que me abandones a mi suerte, dime la verdad, ¿asesinaste a Irina? -le retó.

James pensó la pregunta durante un momento antes de contestar. -En vista de que parece que es importante para ti saberlo y que no vivirás para contárselo a nadie, no veo razón para no decírtelo. Si, maté a Irina.

Isabella empezó a repartir golpes, llena de ira.

-¡Monstruo! ¿Por qué? ¿Qué hizo ella para merecer la muerte?

-Sabía demasiado. No podía confiar en que mantuviera la boca cerrada.

-¿Sobre qué? Nada podía ser tan importante.

-¿Eso crees? En ese caso permite que te cuente exactamente por qué la maté. Mi madre murió poco después de que yo llevara a Irina a Masen como mi esposa. Antes de morir hizo una confesión en su lecho de muerte. Le dijo a Anthony que cuando ellos se casaron, ella estaba embarazada del hijo de otro hombre. Ese niño era yo.

Esa fue la razón por la que su padre insistió en una boda rápida. No le contaron nada del matrimonio entre Anthony y Elizabeth. El viejo conde obligó a Anthony a casarse con mi madre cuando este todavía tenía una esposa con vida.

-¿Tú no eres hijo de Anthony? -jadeó Isabella.

-No, y cuando él lo averiguó, juró convertir a Edward en su heredero legal. Yo no podía permitir que tal cosa sucediera. -Entonces lo mataste -adivinó Isabella-. No murió en un accidente de caza.

-Arreglé las cosas para no ser desheredado. Le pagué al guardabosque que ese día acompañó a Anthony para que le matara y hacer que pareciera como si lo hubiera hecho un cazador furtivo. Por desgracia, Irina me oyó hablar con el guardabosque y sumó dos y dos. Es evidente que no podía dejarla vivir.

-Lo que yo veo es a un hombre diabólico, carente de conciencia. Asesinaste a dos personas para conservar tu secreto y luego intentaste asesinar a Edward para que no descubriera que su nacimiento era legítimo y te arrebatara Masen.

-Así es. Pero hay más. Te deseaba a ti, Isabella. Siempre fuiste tú.

Pero tu padre te prometió a Alec y Anthony me prometió a Irina antes de que yo pudiera reclamarte.

-La muerte de Alec debió alegrarte mucho. Él se echó a reír.

-¿Crees que me arriesgue a que fuera la suerte la que decidiera el fallecimiento de Alec? Murió como un héroe en el campo de batalla. En el calor de la lucha, nadie me vio atestarle el golpe mortal.

Isabella retrocedió, horrorizada. -¡Virgen Santa! ¡Tú mataste a Alec!

-Efectivamente, estaba decidido a tenerte, Isabella. Removí el infierno para conseguirte, pasé años esperando la dispensa del Papa, y luego elegiste a otro. Ahora ya no serás de nadie. Firmaste tu sentencia de muerte el día que te acostaste con el Caballero Negro.

Se dio media vuelta para marcharse.

-¡No! No me dejes aquí a esperar la muerte.

-Adiós Isabella. A Edward le hará más daño perderte que cualquier tortura que yo pudiera idear. Piensa en ello mientras mueres lentamente de hambre y de sed.

Entonces se fue, dejando la cueva sumida en la oscuridad total.

Isabella gritó una vez y comenzó a sollozar.

James recorrió el camino de regreso al castillo. Cruzó a caballo la barbacana sin que le detuvieran, feliz con el trabajo de esa noche. Todo el mundo estaba luchando contra el fuego, incluso el portero. El rastrillo estaba levantado y entró en el patio interior. Se percató de que el fuego estaba controlado y que ahora estaban revisando las cenizas para evitar que los rescoldos lo reavivaran. Sonrió. El fuego que había provocado le había hecho un buen servicio. Había creado la distracción que necesitaba y Edward había perdido al menos tres edificaciones a manos de las llamas.

Desmontó y llevó al caballo al establo. Desensilló rápidamente al animal y lo cepilló. Luego volvió al castillo. El salón estaba vacío y se fue directamente a su habitación para empaquetar sus escasas pertenencias. El alba estaba empezando a aparecer entre las nubes cuando volvió a entrar en el salón. Los criados recién llegados, apenas le prestaron atención mientras preparaban la comida para la multitud de personas hambrientas que no iba a tardar en caerles encima.

James cruzó el salón en busca de Edward. Quería asegurarse de que este le viera irse solo, para que no recayera en él ninguna sospecha cuando se descubriera la desaparición de Isabella.

Edward vio que James se le acercaba y se percató de que la ropa que llevaba no estaba manchada de hollín ni arrugada, por lo que dedujo que se había quedado en la seguridad del castillo mientras los demás ayudaban con las llamas.

-Que te vaya bien, Edward -dijo James observando con satisfacción la destrucción de la que era responsable. -Espero que no volvamos a vernos.

Edward era de la misma opinión.

-¿Dónde estuviste cuando te necesitamos? ¿No oíste la campana avisando del fuego?

-Sí, la oí, pero ¿por qué iba a ayudar a alguien a quien aborrezco?

-Aquí estáis, lord Edward.

El rey, ataviado para viajar, se unió a ellos.

-Aquí ya no se me necesita. Ya es hora de que mis hombres y yo os dejemos en paz. Los edificios se pueden reconstruir fácilmente y no se ha perdido ninguna vida. Gracias a Dios hubo tiempo para controlar las llamas.

-Os agradezco mucho lo que habéis hecho por mí, sire. ¿No queréis esperar a desayunar con nosotros?

-No, no puedo, pero tus criados han sido tan amables de proporcionamos comida para hoy.

-Todo cuanto poseo es vuestro, sire -dijo Edward con gentileza.

-Yo también me voy de Cullen hoy, sire -le informó James.

-Entonces me despido de vos. -Eduardo lo despidió con un descuidado ademán.

A Edward le resultó obvio que el monarca despreciaba a James, cosa que entendía y aplaudía.

-Afortunadamente te has librado de él -comentó Eduardo cuando James se encaminó con elegancia hacia el establo. -Ruego que nunca vuelva a presentarse ante mi puerta -dijo Edward con fervor.

El rey y su gente se despidieron. Emmett ya había expresado su intención de irse también ese día y Edward no podía reprocharle que quisiera estar a solas con su novia. Agradecía que por una vez Isabella le hubiera obedecido y se hubiera quedado en su habitación.

A estas alturas el fuego estaba completamente extinguido y los hombres se estaban reuniendo en el salón para desayunar. Al día siguiente llamaría a los trabajadores del pueblo para que reconstruyeran los tres edificios que se habían perdido con las llamas. Y luego, después de haberse lavado y de haber comido, planeaba investigar las causas del fuego.

Antes de volver al solar se detuvo en el pozo y se quitó los restos de hollín y cenizas de la piel para no ofender a Isabella con su hedor. Entró en el salón y se fue directamente hacia el solar para contarle lo del fuego y tranquilizarla diciéndole que iba a ser fácil sustituir lo que se había perdido.

La puerta de la habitación de Isabella estaba entornada, de modo que la empujó, llamándola. Esperaba que acudiera corriendo a sus brazos y frunció el ceño al ver que no lo hacía.

-¿Isabella? ¿Dónde estás, mi amor?

Pensando que habría ido al excusado, decidió cambiarse de ropa, convencido de que para cuando terminara de vestirse, ella estaría de vuelta. Al ver que no aparecía, temió que estuviera enferma. Fue corriendo al excusado y lo encontró vacío.

Dominando el pánico, se dijo que no había nada de lo que preocuparse. Lo más probable era que encontrara a Isabella en el patio con las mujeres, quienes estaban improvisando una cocina hasta que se pudiera construir una nueva.

Un escalofrío le recorrió la espalda al no encontrarla en el patio.

Ordenó de inmediato a los hombres que peinaran el castillo. Les preguntó a Emmett y a lady Elena cuando ambos aparecieron en el salón, pero ninguno de ellos había visto a Isabella desde la noche anterior.

-¿Dónde está James? -preguntó Emmett-. No me fío de él.

-Ni yo -estuvo de acuerdo Edward-. James se fue de Cullen esta mañana temprano. Yo mismo hablé con él antes de que se fuera. Iba solo.

Los hombres de Edward volvieron uno tras otro con resultados negativos. Isabella no estaba en el castillo. Edward amplió la búsqueda a los patios exterior e interior y a todos los edificios anexos. No ordenó que se buscara fuera del área de las murallas del castillo porque sabía que Isabella no se atrevería a salir sola.

-¿Qué crees que ha pasado? -preguntó Emmett preocupado cuando volvieron a encontrarse en el salón después de buscar en vano.

-James. Tiene que haber sido él -contestó Edward. Lo había meditado mucho y no había otra respuesta.

-¿No has dicho que se marchó solo? -preguntó Emmett.

-Sí, pero no puedo evitar tener dudas. No estaba en el patio ayudando a apagar el fuego. El salón estaba vacío; el fuego había exigido la atención de todo el mundo. Ahora creo que alguien lo provocó para distraernos. James no se detiene ante nada para hacer el mal.

-Sí -estuvo de acuerdo Emmett-. James siempre ha sido astuto.

Tiene el alma negra. He visto indicios de lo que es capaz de hacer y no me han gustado. -Frunció el ceño-. ¿Por qué iba a secuestrar a Isabella? ¿No... no irá a hacerle daño, verdad?

Edward se levantó de golpe. Tenía la voz ronca a causa del miedo. -¿Qué estás pensando?

-James es corrupto y capaz de una gran maldad -contestó Emmett, despacio.

Edward no tenía tiempo para conversar. Había llegado la hora de actuar. Como si le hubiera leído la mente, sir Jacob apareció a su lado.

-Los hombres están esperando tus órdenes, Edward.

-Escoge a seis para que me acompañen; partiremos dentro de una hora. James nos lleva varias horas de ventaja, tendremos que galopar sin descanso para alcanzarlo.

Sir Jacob se marchó inmediatamente para cumplir la orden de Edward.

-Iré contigo -se ofreció Emmett.

-No, quédate aquí con lady Elena. Si Isabella vuelve al castillo mándame un mensajero.

-No sabes dónde encontrar a James. -observó Emmett, preocupado.

-Sólo puedo dar por hecho que se dirige a su propiedad cerca de York -dijo Edward.

-James tiene una mente retorcida. No va a ir a donde tú esperas que vaya.

Los duros rasgos de Edward y sus labios apretados, auguraban horribles consecuencias para el hombre que se había atrevido a amenazar a su esposa y a su hijo no nacido.

-Lo encontraré.

James cabalgó como si le persiguiera el diablo. Edward no era tonto. Con el tiempo deduciría quien era el responsable de la desaparición de Isabella y se lanzaría tras él con los ojos inyectados en sangre. Por suerte, el tiempo estaba de su parte. Tenía varias horas de ventaja y esperaba engañar a Edward yendo en dirección opuesta a York. En vez de cabalgar hacia el norte lo hizo hacia el sur, en dirección a Exeter, donde planeaba reservar un pasaje para Bretaña o Bayeux. Una vez que el rey tuviera noticias de lo que había hecho, James dudaba mucho que fuera bien recibido en Inglaterra.

Ocho hombres armados, incluyendo a Edward y a sir Jacob partieron a caballo de Cullen al cabo de una hora. Se dirigieron hacia el norte, en dirección a York. Cabalgaron sin descanso durante dos horas antes de que Edward tirara de las riendas de Zeus y saltara de la silla. Fulminado por algo de lo que nadie más era consciente, volvió la cara hacia el sur, escuchando, oyendo en sus oídos una voz que sólo él oía. Obligado por una fuerza invisible, observó la costa en dirección sur. Sabía que sus hombres estaban sorprendidos por su extraño comportamiento, pero no le importó: la vida de Isabella estaba en juego. Si se equivocaba en cuanto al destino de James, Isabella podía morir.

-¿Qué pasa, Edward? -preguntó sir Jacob, deteniéndose a su lado.

-James no se dirige al norte -dijo Edward con total seguridad.

-¿Crees que se dirige a Londres? -preguntó Jacob.

-No, a Londres no.

-¿Entonces a dónde?

Le rugieron los oídos. Oyó una voz. ¿La abuela Nola? Busca hacia el sur.

Edward se quedó quieto, muy quieto.

-Edward, ¿sucede algo? -exclamó sir Jacob-. ¿Estás enfermo? Edward pareció volver en sí.

-No, no pasa nada. James se dirige hacia el sur.

-Va hacia el sur. Pero...

-Confía en mí, Jacob.

-¿Crees que lleva consigo a lady Isabella?

Edward suspiró.

-No lo sé. -El rugido volvió a empezar. Y luego la voz. La respuesta llegó clara e indiscutible.

-No, no está con James, pero él sabe dónde encontrarla.

Su expresión hubiera asustado al mismísimo diablo cuando volvió a montar a caballo y espoleó al semental hacia el sur.

James permitió que el caballo descansara. Sabía que estaba cerca de la costa ya que oía el sonido de las olas y olía el aire cargado de sal. Sonrió. Estaba casi en Exeter. A no tardar mucho estaría en un barco rumbo a Francia, donde nadie podría tocarlo. Su único pesar era no haber estado nunca con Isabella. Podía haberla tomado antes de salir de la cueva, pero el tiempo jugaba en su contra. Quería llevar unas horas de ventaja al sur de Cullen antes de que se descubriera la desaparición de Isabella.

Contento por su triunfo, lanzó una fuerte carcajada. El viento lo dispersó por los páramos. ¡Qué magnífica sensación la de derrotar al Caballero Negro, el favorito del rey! Había hecho todo lo posible para evitar que Edward se enterara de que era el hijo legítimo y heredero de Masen y de todas sus riquezas, y no lo había conseguido. Ahora le había privado de lo que más quería. Algo que Edward nunca tendría.

Con el tiempo, cuando todo el mundo se hubiera olvidado de él, volvería a York y se encargaría de su propiedad. Su administrador llevaba años recogiendo los alquileres y cuando por fin regresara, tendría todo el dinero que necesitara.

Clavó las espuelas en el caballo. Exeter y Francia lo estaban esperando. Entró en un área boscosa a las afueras de Exeter y encontró un camino muy transitado que llevaba a la ciudad a través del bosque. Pronto, pensó, pronto estaré a salvo de Edward y del rey.

Seguro de que había ganado, se volvió imprudente, olvidándose de que los bosques a menudo eran refugio de ladrones y toda clase de criminales. Creyéndose a salvo, se sorprendió cuando dos hombres se dejaron caer desde un árbol, justo encima del lugar por el que estaba pasando y tiró de las riendas. Antes de que pudiera coger la daga, al par de ladrones se unió otro y se encontró con un puñal en el cuello.

-Vuestros objetos de valor. -ordenó uno de ellos.

James no estaba dispuesto a separarse del saco de oro que llevaba encima. Las monedas tenían que durarle mucho tiempo. -No llevo nada de valor.

Al parecer, los ladrones no le creyeron ya que le tiraron al suelo y le registraron las ropas.

-Lo que pensaba -se quejó el segundo ladrón cuando encontró la pesada bolsa.

-¿Cuánto? -preguntó el tercero, acercándose.

El segundo de los ladrones abrió la bolsa y vació su contenido en la palma de la mano. Había tantas monedas que se desbordaron. -Suficiente para hacer cuatro partes -respondió con regocijo. Se metió la bolsa en el cinturón y echó una furtiva ojeada por encima del hombro.

-Es mejor que nos vayamos.

-¿y qué hacemos con él? -preguntó Cuello de Toro.

-Mátalo o déjalo, da igual.

Uno de ellos apartó el puñal de la garganta de James y empezó a levantarse.

Decidido a recuperar su dinero a pesar de las consecuencias, James se sacó la daga del cinto y golpeó hacia arriba, abriéndole al que sostenía el puñal una herida mortal en la garganta. El hombre emitió un gorjeo y murió al instante. James desenvainó la espada y atacó a los otros dos ladrones, quienes estaban armados tan sólo con vulgares puñales.

Por desgracia, no había escuchado con atención a los ladrones cuando hablaron de hacer cuatro partes. Hasta entonces sólo se habían dejado ver tres, pero cuando James cargó contra los otros dos, el cuarto, al que hasta entonces no había visto, se le acercó por detrás y le clavó un cuchillo en la espalda. Luego los tres ladrones desaparecieron en el bosque, dejando a James apenas vivo, desangrándose en el suelo.

El crepúsculo se iba acercando. Edward y sus hombres llevaban todo el día cabalgando sin descanso. Conforme pasaban las horas, la esperanza de Edward de encontrar a Isabella con vida se fue evaporando. ¿Qué sucedería si estaba equivocado y James se había dirigido hacia el norte? Se le ocurrió la persistente idea de que James había matado a Isabella y el corazón empezó a sangrarle. ¿Cómo iba a poder vivir el resto de su vida sin ella? Jamás sabría como hubiera sido su hijo. Ni si era niño o niña. ¡Por la sangre de Cristo! Cuando diera con James le iba a abrir en canal en cuanto tuviera la información que necesitaba.

-Milord, Exeter esta justo detrás de ese bosque -dijo sir Jared-. Ya he estado por aquí antes, hay un camino que llega a la ciudad cruzando el bosque.

-Busca ese camino, Jared -le instó Edward con fiera determinación-. Si James está en Exeter lo encontraremos. No puede llevamos mucha ventaja, de modo que no puede haber tenido tiempo de encontrar pasaje para Francia.

Quedaba poca luz cuando sir Jared condujo al grupo por el bosque. El miedo se apoderó de Edward. ¿Y si James se había dirigido hacia el norte, hacia York, o a Escocia, o a algún otro lugar?

De repente apareció un caballo en el sendero, y Edward tiró de las riendas. Zeus protestó, se encabritó y luego se tranquilizó. Edward saltó de la silla y sujetó al caballo de las riendas. Reconoció al instante al semental de James. Era el que llevaba al salir de Cullen.

Tropezó con James antes de verlo. Estaba tumbado boca abajo en un charco de sangre. Edward le dio la vuelta y escupió un juramento.

-¡Por la sangre de Cristo! Sir Jacob acudió a su lado. -¿Quién es?

-James.

-¿Está muerto?

Edward se arrodilló y acercó una oreja al corazón de James. -Apenas respira.

James gimió y abrió los ojos. Toda la atención de Edward estaba concentrada en el moribundo, que intentaba respirar. -¿James, puedes oírme?

Silencio.

-¡James, maldito seas! Contéstame. ¿Dónde está Isabella? ¿Qué has hecho con ella?

James hizo un esfuerzo por hablar. Su voz era apenas un susurro.

-¿Edward? ¿Cómo supiste... dónde... encontrarme?

-Fue un presentimiento. ¿Qué ha pasado?

-Ladrones. Maté a uno. -Pasó un buen rato antes de que preguntara-: ¿Me muero?

La vos de Edward no mostró compasión alguna.

-Sí. -Agarró a James de la túnica y le levantó la cabeza. -¿Dónde está Isabella? ¿Quieres morir con la muerte de una mujer en la conciencia? Isabella está embarazada de mi hijo.

Un simulacro de sonrisa curvó los labios casi sin vida de James. -Jamás la encontrarás.

-¿Está muerta?

-No... Todavía no -Tosió, manchándose los labios de sangre y saliva.

-¡Maldito seas! ¿Dónde está?

Edward oyó el estertor de la muerte en la garganta de James e insistió más para obtener respuestas.

-Limpia tu conciencia James. Dime dónde encontrar a Isabella. James tan sólo dijo una palabra antes de que la muerte lo reclamara.

-Agua.

-¡Bastardo! -gritó Edward cuando James lanzó su último aliento. -¡Ojala ardas en el infierno por toda la eternidad!

-Ha pedido agua -dijo sir Jacob.

Edward miró los ojos sin vida de James y deseó que estuviera vivo para poder matado con sus propias manos. Agua. Con su último aliento el muy bastardo había pedido agua.

Se levantó de repente.

-Sir Jacob, ata el cuerpo de James a la espalda de su caballo. Lo llevaremos con nosotros a Cullen.

-Hay otro muerto, Edward. ¿Qué debo hacer con él?

-Dejárselo a los carroñeros.

 

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AAAAAAAA CHICAS NO ME MATEN, SE QUE MUCHAS ME DEBEN DE ESTAR RECORDANDO MIS ANTEPASADOS, Y UNA CHICA EN PARTICULAR QUE DE SEGURO YA SACO NUEVAMENTE LOS CUCHILLOS Y OTRA QUE LE HA DADO EL INFARTO, OTRA MAS QUE SE DEBE DE HABER HIDO DE ESPALDAS Y OTRA QUE DE SEGURO YA SACO EL BILLETE DE AVION Y VIENE POR MI CADABER JAJAJA, VENNNNNNN LAS CONOSCO A CADA UNA JAJAJA, MIS GUAPAS, SOLO RECUERDEN QUE SOY JOVEN Y TODAVIA NO ENCUENTRO EL AMOR DE MI VIDA, "PIEDAD" JAJAJA,

JAMES EL MALDITO, SE HA SALIDO CON LA SUYA Y PARA MI GUSTO A TENIDO UN FINAL MUY MISERICORDISO, PACIENCIA CHICAS, SOLO QUEDA UN CAPITULO Y EL EPILOGO. :( QUE TRISTESA, TODO SE VA A RESOLVER. YA LO VERAN

Capítulo 19: DIECINUEVE. Capítulo 21: VEINTIUNO

 
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