EL CABALLERO NEGRO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 04/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 259
Visitas: 73236
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

Cuando el Caballero Negro entró en el Castillo de Swan cabalgando sobre su negro caballo de guerra. Vestido de negro de la cabeza a los pies, era todo músculo y firmes tendones marcados por la batalla. Con su negra armadura sin adornos, parecía cruel y siniestro, tan peligroso como su nombre indicaba. Era un hombre conocido por su coraje y fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Pero cuando vio a Isabella de Swan, con sus largas trenzas castañas y sus femeninas curvas, apenas pudo contener sus emociones. Fue la traición de ella doce años atrás quien cambió su juvenil caballerosidad y le convirtió en un duro caballero. Fue ella quien le hizo jurar no volver a confiar en una mujer, y usarlas sólo para su placer. Pero ella desataba la pasión en su cuerpo, la bondad en su alma y el amor en su corazón.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "The Black Knight de Connie Mason"

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Capítulo 13: DOCE

Un caballero se muestra estoico ante el dolor.

 

Edward se vio atenazado por un terror como nunca había sentido en su vida. Isabella parecía pequeña y vulnerable, y su miedo por ella se intensificó.

-¿Qué está haciendo Isabella aquí?

-Ha venido en respuesta a mi orden -dijo James-. Pero exige verte antes de entrar en el castillo. No confía en que te haya mantenido vivo. Muchacha estúpida. Se imagina como tu salvadora.

Evaluó a Edward con la mirada.

-Tienes mejor aspecto del que esperaba -Sus palabras estaban cargadas de desprecio y un asomo de temor. -Algunos creen que eres indestructible, pero todo hombre tiene su límite. No lo entiendo. No pareces un hombre que debería estar medio muerto por la falta de agua y comida.

-Puede que sea invencible -replicó Edward.

-Ningún hombre lo es -se burló James.

Le hizo una seña a uno de los guardias con la cabeza. -Tráelo para que su puta lo vea.

Arrastraron a Edward a la fuerza hasta las almenas, donde era visible desde abajo. Isabella se protegió los ojos del sol y miró hacia arriba. Lanzando toda precaución al viento, se puso las manos en la boca a modo de bocina y gritó:

-¡Huye Isabella! James quiere hacerte daño. Mantente a salvo por mí.

-¡Bastardo! -siseó James, apartándolo.

Edward cayó de rodillas pero se recuperó con rapidez.

-Ahora que has visto a tu amante -le gritó James a Isabella-, puedes entrar en el castillo. Nadie te hará daño. 

Emmett apareció en el parapeto al lado de James, y frunció el ceño al ver a Isabella abajo.

-Es Isabella.

Edward sintió renacer la esperanza cuando apareció Emmett. Aunque este nunca hubiera demostrado demasiada inteligencia, era, después de todo, el hermano de Isabella y debía protegerla.

-James tiene pensado dañar a tu hermana -le advirtió. -No se lo permitas.

-No te metas en esto Emmett -le aconsejó James-. Tu hermana es mi esposa, déjame manejarla como me parezca oportuno.

-Prometiste que no le harías daño -dijo Emmett, para sorpresa de Edward.

Emmett nunca había dado su opinión sobre algo, prefiriendo en cambio seguir el ejemplo de James, por lo que Edward siempre pensó que carecía de espíritu.

-No tengo intención alguna de dañar a Isabella -mintió James, suavemente. -Por supuesto, será castigada. Me convirtió en cornudo. Tengo derecho a exigir una compensación. Pero te aseguro que vivirá para darme un heredero.

Emmett pareció dudar, pero no discutió más. Edward se apresuró a aprovechar su pequeña victoria.

-Yo en tu lugar, vigilaría a James, Emmett. Isabella es tu única hermana. Según recuerdo, la otra murió en misteriosas circunstancias cuando estaba casada con él. ¿Te ha explicado de manera satisfactoria cómo pudo una mujer sana, enfermar y morir tan rápidamente?

Edward se animó ante la expresión pensativa de Emmett. Rezó por que la semilla de la duda que acababa de sembrar, echará raíces y que eso librara a Isabella de sufrir un serio daño.

-La debilidad no es propia de un caballero -le reprochó James a Emmett-. Deja que Isabella te vea. Convéncela de que entre en el castillo.

Emmett se acercó a las almenas y llamó la atención de Isabella. -¡Hermana! -gritó con fuerza. -Te prometo que vas a estar a salvo. Debes volver con tu marido. Algún día te perdonará.

-Muy bien -dijo James, asintiendo con aprobación.

Edward se arrastró hasta las almenas y miró fijamente a Isabella. -No les creas, Isabella. ¡Huye!

James apartó a Edward a la fuerza y lo lanzó al suelo, donde fue inmediatamente sujetado por los soldados que le impidieron interferir.

En cuanto Isabella vio a Edward notó que había sufrido demasiado por su culpa. Aunque no podía ver todas las contusiones y heridas desde tanta distancia, supo, por el tono de su voz y la forma en la que se mantenía en pie, que había sido torturado. Le costó un enorme esfuerzo permanecer tranquila en vez de entrar corriendo en el castillo y suplicar por su vida. A pesar de la advertencia de Edward, no pensaba escapar.

No la tranquilizó demasiado que Emmett le prometiera que no iba a sufrir daño, ya que Emmett ni había sido ni sería nunca su defensor. Consciente del carácter artero de James, todavía le quedaba otra condición que poner.

-Baja a Edward al rastrillo. Me niego entrar hasta haber hablado con él.

-Puta -masculló James-. De acuerdo -gritó-. Tu amante te recibirá en el rastrillo.

Isabella no se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento hasta que sintió que se mareaba por la falta de aire. Lo soltó de golpe y respiró mientras dirigía a su montura por el puente levadizo. Traspasó la barbacana y tiró de las riendas al llegar al rastrillo, con el corazón desbocado, mientras esperaba a que apareciera Edward.

Lanzó una exclamación cuando lo vio apoyado entre dos guardias. Le entraron ganas de llorar. Tenía un aspecto terrible. Olvidando su propia seguridad, cruzó el foso y el rastrillo. Detuvo al caballo con un derrape, se deslizó de la silla y corrió junto a Edward.

-¿Qué le has hecho? -gritó, lanzando a James una cáustica mirada.

-No deberías haber venido -graznó Edward.

Las lágrimas inundaron los ojos de Isabella. Edward estaba peor de lo que se imaginaba. Tenía el rostro golpeado y los ojos y la boca terriblemente hinchados. Las calzas estaban convertidas en jirones y los desgarros del gambesón no tenían arreglo. Deseaba estrecharlo entre sus brazos, pero no se atrevió.

-Ya has visto al Caballero Negro, o lo que queda de él -se burló James -¿Ya estás lista para convertirte en mi esposa?

Isabella oyó el gemido de Edward y sintió su dolor como su fuera propio, pero se contuvo y se concentró en su objetivo. -Primero libera a Edward -exigió.

-Todavía no -dijo James con un gruñido. -Su libertad depende de tu buena disposición a someterte a mis deseos. Vas a proporcionarme un heredero, Isabella.

-¡No! -gritó Edward-. No hagas ninguna promesa. No se puede confiar en James.

La apasionada súplica de Edward, casi acaba con la resolución de Isabella, pero cuadró sus estrechos hombros y escuchó a su corazón.

-Te daré un heredero cuando hayas liberado a Edward, James.

No tienes ningún derecho a mantenerlo prisionero. Juro que hasta que no lo pongas en libertad, ningún hijo tuyo crecerá en mi vientre. Si crees que bromeo, marido, deberías saber que las mujeres tenemos formas de prevenir la concepción.

Isabella tenía una vaga idea de algunas de las cosas que podían hacer las mujeres para evitar el embarazo, pero no tenía un verdadero conocimiento de ellas. Rezó para que el farol convenciera a James de su empeño en ver libre a Edward.

-Edward seguirá siendo mi prisionero hasta que tengas a mi hijo -proclamó James-. Luego, si estoy de buen humor, quizá lo suelte.

Sabedora de que James rara vez estaba de buen humor, Isabella intentó otra táctica.

-Edward es el campeón del rey. A Eduardo no va a gustarle como tratas a Edward. Es privilegio del rey impartir el castigo si procede hacerlo.

-Me temo que Isabella tiene razón en eso -aseveró Emmett-. El Caballero Negro es el adalid del rey. Los cargos contra Edward deberían exponerse ante el rey para que él los resuelva como tenga a bien.

La rabia desfiguró el rostro de James. -¿Te estás volviendo contra mí, Emmett?

-No, sólo digo la verdad.

-La verdad es que Edward de Cullen desvirgó a mi novia y la secuestró durante la noche de bodas.

-¡No! -negó Isabella-. Me fui de buen grado. Emmett sabe que nunca me gusto nuestro compromiso. Me hubiera ido con el diablo para evitarte. Asesinaste a mi hermana.

James levantó el brazo para pegarla, pero Emmett se lo sujetó con sorprendente fuerza, deteniendo el golpe antes de que se produjera. -Dijiste que no dañarías a Isabella -le recordó Emmett-. Verse obligada a tener a tu hijo debería ser castigo suficiente. Sabemos que te odia. Hacerle daño no va a solucionar nada.

A nadie le asombró más la defensa de Emmett que a la propia Isabella. No era propio de él enfrentarse a James. Alentada por sus palabras, se le ocurrió que ya era el momento de recordarle a James que, quizá, su relación con Edward, hubiera dado ya sus frutos. Su reacción puede que fuera brutal, de modo que se preparó mental y físicamente para la cólera de James.

-A lo mejor estoy embarazada del hijo de Edward.

Entonces sí que la pegó, con un golpe que la tiró al suelo. Ella se quedó allí, observando su expresión ceñuda y preguntándose si iría a matarla.

-Vuelve a pegarla y morirás lentamente -prometió Edward, luchando por soltarse.

James, con la rabia concentrada ahora en Isabella, apenas le hizo caso. -¡Puta! –rugió -¿Llevas al bastardo de mi hermano?

Isabella mantuvo la cabeza alta, negándose a que la apariencia de James la intimidara.

-Es posible -dijo encogiéndose de hombros.

-¿Cuánto tiempo necesitas para saberlo? -El rostro de James estaba tan rojo que Isabella temió que fuera a explotar.

-No estoy segura. Dos semanas -dijo alargando la verdad. -Tres como máximo. Es difícil de saber.

-¡Guardias! -bramó James-. Llevad a mi "esposa" al solar, y encerradla allí. -Isabella se vio rodeada por dos corpulentos centinelas-. Mi querida "esposa" va a esperarme en su habitación hasta que yo vea la prueba de que no está preñada.

Se dirigió a Edward.

-Sir Bastardo, será mejor que reces porque tu ramera no lleve a tu hijo. Mientras tanto, vas a disfrutar de la mazmorra de Swan hasta que Isabella se convierta en mi esposa en algo más que de nombre. Saber que tu vida está en mis manos, hará que sea más sumisa a mis atenciones.

Agitó la mano y los guardias empezaron a arrastrar a Edward de vuelta a la mazmorra.

-Esperad -dijo, negándose a moverse. -¿Qué va a pasar con Isabella si está esperando un hijo mío?

James le dirigió una desagradable sonrisa.

-En ese caso, "querido hermano", Isabella y tú os reuniréis en el infierno.

Edward, lleno de furia, se soltó y se lanzó contra James, pero los guardias lo obligaron a retroceder. James le hizo un gesto con la cabeza a uno de ellos, quien, obedientemente, descargó la empuñadura de su espada en el cráneo de Edward, dejándolo inconsciente. Isabella gritó y tuvieron que contenerla a la fuerza mientras tiraban de su frágil cuerpo.

Isabella paseaba arriba y abajo por su cuarto con el temor por Edward carcomiéndola como un cáncer. Venir a Swan no había ayudado a Edward. Lo único que había conseguido era poner su propia vida en peligro. No estaba segura de estar embarazada del hijo de Edward, pero la abuela parecía estar convencida de que un bebé crecía en sus entrañas.

Caminó hasta el marco de la ventana y contempló las colinas cubiertas de brezo. Gales y la seguridad estaba justo detrás de la frontera, pero era como si estuvieran a cien millas. Se dejó caer en el amplio saliente y sopesó sus escasas opciones. En primer lugar, si no le bajaba la menstruación en un tiempo razonable, tanto Edward como ella y su hijo, morirían. De ninguna manera podía permitir que tal cosa sucediera. El hijo de Edward debía ser protegido a cualquier precio.

Oyó el sonido metálico de una llave y miró expectante, hacia la puerta. Una criada a la que Isabella no conocía, entró en la habitación. Llevaba un plato y una copa.

-Soy Victoria -elijo la muchacha mirando a Isabella con mal disimulado desprecio. -Tengo que serviros.

-¿Dónde está Thelma? Era quien me servía antes. Victoria se encogió de hombros.

-No lo sé. Aquí no hay ninguna criada llamada Thelma.

-¿Y sir Benjamin? Es el administrador de mi hermano.

-Que yo sepa -dijo Victoria-, sir Benjamin se ha retirado y ahora vive con su hija en el pueblo. El nuevo administrador es sir Edgard. ¿Tenéis hambre? Os he traído comida.

Puso la comida en la mesa, junto al hogar, con tan poco cuidado que se derramó un poco de cerveza.

Al menos James no tiene pensado privarme de comida, pensó Isabella. Se preguntó débilmente, por qué habría sido despedida Thelma. Le parecía extraño que los criados que tan bien conocía ya no estuvieran allí para ofrecerle su ayuda.

Miró a Victoria mientras esta se movía por la habitación, dándose cuenta de repente de que había llamado a James por su nombre de pila, en vez de lord James o milord. No le costó demasiado deducir el papel que desempeñaba Victoria en la vida de James.

-¿Eres nueva aquí, verdad? -inquirió Isabella.

La criada era atractiva y bien proporcionada, y mostraba una acusada falta de respeto.

-Pertenezco a James -respondió Victoria levantando la nariz. -Me lleva a cualquier lugar que vaya.

-Eres su amante -afirmó Isabella.

-¿Os molesta? James es un hombre viril con fuertes necesidades. En vista de que vos estáis tan poco dispuesta a servirlo en la cama, he ocupado vuestro lugar. -Sus fríos ojos azules brillaron con una mezcla de malicia y de curiosidad. -Vos sois la amante del Caballero Negro. Se rumorea que es un amante magnífico.

Isabella se apartó, asqueada.

-Si mi "marido" te ha mandado para espiarme o para hacer preguntas impertinentes, le dices que no tengo nada que decir. Mis pensamientos son míos.

-Disfrutadlos, milady -dijo Victoria con desprecio. -Mientras permanezcáis encerrada y vuestro amante sufriendo abajo en la mazmorra, seré yo quien se entretenga con James en la cama.

-Tienes todas mis bendiciones -replicó Isabella haciendo un desdeñoso gesto con la mano. -Nunca quise ser la esposa de James. Edward es dos veces más hombre de lo que James será jamás. Déjame, prefiero mi propia compañía.

Victoria se encaminó hacia la puerta.

-Regresaré esta noche para revisar vuestra ropa antes de que os retiréis. Tengo que informar a James si os llega la menstruación. O si no lo hace -añadió con intención.

 

Todavía aturdido por el golpe que le habían dado en la cabeza, Edward recuperó el conocimiento después de que le llevaran a la mazmorra. A pesar del terrible dolor de cabeza, su mente empezaba a despejarse. Isabella estaba en manos de James y quería maldecir, gritar y golpear a alguien, a cualquiera. No podía soportar imaginarse a Isabella rindiéndose a James, sufriendo sus manos sobre ella, y los cuerpos de ambos unidos.

A pesar de que el dolor de cabeza le cegaba, tenía la mente más clara que cuando llegó a Swan. Se preguntó, débilmente, cuándo iba a ordenar James que le dieran otra paliza y cómo iba a aguantarla. Sus pensamientos se intensificaron, en busca de la información que le había eludido hasta entonces. Algo sobre la mazmorra. Concentrando su dispersa memoria en la pequeña y húmeda mazmorra que recordaba vagamente de su niñez, permitió que sus ojos vagaran por las paredes de piedra de su prisión, luchando contra el aplastante temor de que aquel agujero inmundo se convirtiera en su tumba.

Entonces, en medio de sus sombríos pensamientos, la información que lo había eludido, apareció de pronto. Recordó algo de tan vital importancia que echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas por su incapacidad para recordarlo antes. Mucho antes, recién llegado a Swan, James lo desafió a que pasara una noche entera en las mazmorras. Aunque estaba asustado, lo hizo para demostrar que no carecía de valor.

Aquella noche, antorcha en mano, había descendido por la escalera de piedra, hacia las negras profundidades de lo desconocido. Estaba tan asustado como lo hubiera estado cualquier muchacho, pero decidido a demostrar que no era un cobarde. Encontró el túnel por casualidad. En el transcurso de sus horas solitarias en las mazmorras, percibió una enorme piedra que no era igual a las demás y decidió investigar. Incluso de joven, su fuerza era considerable y, cuando empujó la piedra, esta se deslizó, dejando ver la entrada de un túnel. El pasadizo era estrecho, húmedo y decorado con telarañas, y él estaba demasiado asustado para explorarlo.

Complacido ante la idea de que sabía algo que no sabía nadie más, devolvió la piedra a su lugar y volvió a su cama a la mañana siguiente, sin hablarle a nadie del descubrimiento. La curiosidad y la certeza de conocer algo que James no conocía, lo llevaron de vuelta a las mazmorras en tres ocasiones más. Durante aquellas visitas clandestinas, exploró el túnel Y cada uno de los tres pasadizos en los que este se dividía. El más largo de ellos, describía una pendiente y terminaba en los bosques, más allá del foso. Otro llevaba a la guarnición, en el primer piso del castillo. El tercero y último conducía al solar. Aunque Edward había estado demasiado asustado para entrar en el solar, se enteró de que la entrada estaba oculta tras un gran tapiz que colgaba en la pared oeste del dormitorio.

Edward no tenía ni idea de si el túnel se había utilizado alguna vez, pero supuso que su objetivo era proporcionar un escape a la familia en caso necesario. Después de haberlo explorado a conciencia, no volvió nunca e incluso llegó a olvidarse de ese pasadizo. Se preguntó si sería capaz de volver a encontrar la entrada, y si todavía se abriría después de tantos años. Sin embargo de una cosa estaba seguro: Ni Emmett ni James parecían saber de su existencia. De haberlo sabido, James le hubiera puesto grilletes.

Edward se pasó los días siguientes buscando el pasadizo. Tenía que encontrarlo pronto porque cada vez estaba más débil, debido a la falta de agua y comida. James había doblado la guardia de la entrada en la mazmorra, haciendo difícil que el caballero amigo le proveyera de ambas cosas.

Estaba a punto de perder la esperanza cuando dio con la entrada, o con lo que esperaba que lo fuera. Hacía muchos años que había explorado la mazmorra y tenía miedo de que le fallara la memoria.

El tiempo no tenía ningún significado para Edward. Podían haber transcurrido horas mientras empujaba y golpeaba la piedra, o días desde la última vez que vio la luz del día. No le habían vuelto a llevar comida ni agua, de modo que no podía adivinar el correr de los días por la aparición del guardia. Le retumbaba el estómago y tenía la lengua hinchada, pero ignoró la incomodidad. Ya había tenido hambre y sed antes. Estaba a punto de darse por vencido cuando la piedra que estaba empujando, se movió. No mucho, pero si lo suficiente como para darle ánimos.

Excitado, quiso seguir adelante con el plan trazado, pero el agotamiento le había debilitado. No tenía ni idea de si iba a poder salir del infierno en el que le había arrojado James, pero iba a hacer todo lo posible. Vencer o morir, esas eran sus únicas opciones.

Se arrastró de vuelta al inmundo camastro de paja e intentó descansar antes de intentar la fuga, pero su inquieto cerebro, se negaba a proporcionarle paz. Entonces empezó a rezar. Hacía mucho que le había dado la espalda a Dios, pero Dios y sus Mandamientos, jugaban un importante papel en la vida de un caballero. Recordó lo devota que había sido su madre, a pesar de las adversidades, e incluso las oraciones infantiles que le había enseñado. De modo que rezó y, cuando terminó, sus pensamientos se desviaron hacia lo único que ahora le importaba.

Isabella.

Se había convertido en algo más importante para él de lo que creyó que sería nunca una mujer. ¿La habría poseído ya James? ¿La habría castigado por fugarse? ¿Por tomar un amante? Volvió a elevar otra oración, pidiéndole a Dios que le proporcionara a Emmett la fuerza necesaria para proteger a su hermana.

Finalmente, Edward se durmió, pero, poco después, le despertaron sin miramientos unos pasos que bajaban las escaleras. Se irguió, preguntándose qué perverso castigo le tenía reservado ahora James. Se relajó un poco cuando reconoció al amistoso caballero que le había provisto de comida y bebida.

-Sólo puedo quedarme un momento, milord -susurró el hombre. -Me han relevado de la guardia y devuelto a filas. Lord James sospecha algo, ya que ha sustituido a todos los guardias por hombres de su confianza. No habrá más comida. Me temo que lord James quiere que esta mazmorra se convierta en vuestra tumba.

-Eso sospechaba -dijo Edward con desagrado-. Os agradezco la ayuda.

-Si sobrevivís, milord, soy sir Vladimir de Blackstone. Si se me presentara la ocasión, con mucho gusto os reclamaría como mi señor feudal. Y sé que hay otros al servicio de lord James que sienten lo mismo.

-Gracias, sir Vladimir. Si salgo vivo de esta me acordaré de vos y de vuestra bondad.

Sir Vladimir se sacó de debajo de la capa un paño y una jarra pequeña, y le entregó ambas cosas a Edward.

-Esto es lo único que he podido traer. Tomad, probablemente no veáis más. Lord James ha ordenado más latigazos para vos. No sé cuándo será, pero pronto. Lo siento.

Edward aceptó lo que sir Vladimir le ofrecía. Con suerte no recibiría el castigo. Hurgando en el saco que sir Vladimir había depositado en su mano, inspeccionó el contenido. Sonrió al ver una apetitosa paloma asada y un trozo de pan. Partió de inmediato el ave y se comió la mitad, así como la mitad del pan, y se bebió la mitad del agua de la jarra. Luego guardó los restos con la intención de comérselos más tarde. Acosado todavía por la tortura del hambre, pero decidido a hacer caso omiso de los gruñidos de su estómago, cayó en un pesado sueño.

Isabella se paseaba por la habitación como una fiera enjaulada. Llevaba muchos días sin ver a nadie excepto a Victoria. Se había pasado las horas de inactividad de rodillas, rezando por Edward. Le había preguntado a Victoria por él, pero la rencorosa muchacha no quiso decirle nada. Las frecuentes peticiones de Isabella para ver a James, también le fueron negadas. Había dispuesto de comida e incluso le permitieron bañarse, pero no se le concedió ningún otro favor. No sabía si rezar para que le llegara la menstruación o si hacerlo para que no llegara. Si lo hacía, James reclamaría sus derechos maritales. Por otra parte, si no sangraba, podía esperar una muerte rápida. Se tocó el vientre, segura de que allí crecía su hijo, y temió por su vida.

Tenía que vivir por aquella diminuta semilla que se desarrollaba dentro de ella, tenía que sobrevivir, aunque eso significara permitir que James se metiera en su cama. Si se veía obligada a hacerla, puede que James creyera que el bebé era suyo. Casi se echó a reír ante la ironía. Algún día, el hijo de Edward heredaría Masen. Que idea tan deliciosa.

Suspiró, buscando en su mente una respuesta a su dilema.

Cuando se le ocurrió una, no le gustó, pero sus opciones eran muy limitadas. Si quería vivir para dar a luz al hijo de Edward, tenía que convertirse en esposa de James en toda la extensión de la palabra. Se estremeció, sin aceptar la unión más que cuando James se lo propuso la primera vez.

Tomó una dura decisión. Sabiendo que Victoria aparecería pronto para revisar su ropa interior, buscó la pequeña daga con la que solía cortar la carne, se levantó el camisón y se hizo un pequeño corte en la cara interior del muslo. Cuando empezó a sangrar, frotó la sangre en lugares estratégicos de la túnica. Cuando se quedó satisfecha con el número de manchas, se desnudó y tiró la ropa sobre una silla. Luego se puso un camisón limpio y se metió en la cama, tapándose con las sábanas hasta el cuello.

La ansiedad se apoderó de ella mientras esperaba a que apareciera Victoria. ¿Funcionaría la argucia? En caso de que no fuera así, todo estaría perdido. No tuvo que esperar demasiado. Poco después oyó que la llave giraba en la cerradura. Luego se abrió la puerta y Victoria entró en la habitación.

-¿Ya en la cama? -preguntó Victoria-. ¿Estáis indispuesta, milady?

-¿Te importaría? -inquirió Isabella. Victoria lanzó una triste carcajada.

-La verdad es que no. Pero no temáis, no me entretendré.

James me está esperando en su cama y estoy impaciente por reunirme con él.

Isabella simuló una mueca de dolor. -Necesito paños limpios.

Los ojos de Victoria la miraron con desconfianza. -¿Os ha llegado la menstruación?

-Así es, no me encuentro bien. Tengo calambres en el vientre.

Quizá puedas pedirle al cocinero que me prepare una infusión calmante.

Victoria se acercó a la cama con las manos en las caderas. -No os creo.

Isabella hizo un desmayado gesto hacia la túnica manchada. -Compruébalo tú misma.

Victoria miró hacia donde señalaba Isabella y vio la túnica sucia. Sin estar del todo satisfecha, la cogió de la silla y la estudió detenidamente.

-Le llevaré esto a James y os traeré unos paños -dijo con acidez. Se volvió de repente con la cara contorsionada por el odio. -No creáis que ésta es la última vez que me veis. No seréis capaz de satisfacer a James como yo. Una vez que os deje embarazada, volverá a ser mío.

-Sinceramente, eso espero -respondió Isabella, de corazón.

Tenía intenciones de hacerle la vida a James tan difícil como le fuera humanamente posible. Cuando por fin se acostara con ella, haría que la experiencia le resultara tan desagradable como a ella.

James fue a visitarla a su dormitorio a la mañana siguiente. Se había visto obligada a volver a cortarse para proporcionarle a la desconfiada Victoria una prueba más de que estaba sangrando; y estaba completamente dispuesta a seguir haciéndolo tan a menudo como fuera necesario. Sin embargo no estaba preparada para la visita de James, ni la reconfortó su ávida sonrisa.

-Victoria me ha dicho que por fin te ha llegado la menstruación, y que ayer estabas enferma. ¿Es cierto?

-Tú amante te ha dicho la verdad. La réplica pareció gustarle.

-¿Estás celosa?

Isabella le dirigió una mirada de incredulidad.

-¿Celosa? Te sobrestimas a ti mismo. Que te disfrute tu amante.

-¿Cuándo podré acostarme contigo?

Nunca, estuvo a punto de decir Isabella.

-Cinco días -respondió, rindiéndose a lo inevitable.

-Tres. Es tiempo suficiente para cualquier mujer. -La miró detenidamente, con expresión dura. -No he olvidado que me golpeaste en la cabeza y me convertiste en cornudo, y tampoco te he perdonado. De repente a Emmett le han entrado remordimientos y se niega a permitir que te castigue en su casa, pero cuando volvamos a Masen, tu hermano ya no podrá protegerte.

-Libera a Edward ahora -insistió Isabella.

-Si me complaces, puede que lo haga. No soy un amante amable. No creo que vayas a quejarte a Emmett si te hago daño. Préstame atención, Isabella; no te trataré con la consideración con la que se trata a una esposa fiel. Pero te juro que vas a aprender a apreciar mi verga más que la de mi hermano.

Isabella palideció, aturdida por la ordinariez de la afirmación. -¿Cómo esperas que conciba un hijo tuyo si me maltratas? -lo desafió.

-Procuraré controlar me hasta que haya nacido mi hijo. Luego ya no te necesitaré para nada.

-Puede que te dé una hija.

-¡No! No lo harás. Pero si lo haces, no abandonaré tu cama hasta que vuelvas a concebir. Voy a conseguir lo que tu hermana no consiguió darme.

-Irina y tú estuvisteis casados menos de seis meses -arguyó Isabella.

-Tiempo suficiente para concebir un hijo. No me desafíes esposa. Vas a cumplir con tu deber o sufrirás las consecuencias. Jamás olvidaré que mi hermano te tuvo primero, de modo que sería más sensato que te rindieras de buen grado y anduvieras con cuidado.

Sin advertencia previa, la agarró por los hombros y la arrastró hacia él. Como ella se negó a mirarlo, le sujetó la barbilla entre el pulgar y el índice y la obligó a hacerlo. Entonces su boca cayó sobre la de ella, de golpe. Quería que el beso fuera una demostración de fuerza y de poder absoluto sobre ella, y lo logró. Le machacó los labios con la boca y la obligó a separar los labios con su gruesa lengua. A Isabella le entraron arcadas mientras la lengua de él entraba y salía sin cesar de su boca, al mismo tiempo que su pelvis se movía con furia, contra ella.

La soltó tan de repente, que Isabella tuvo que sujetarse a sus hombros para no caer. Se acobardó al ver su sonrisa de complicidad. -Qué ardiente eres. Supongo que eso debo agradecérselo a mi hermano.

Antes de que ella consiguiera responder, la apartó de un empujón. Ella tropezó con la cama y recuperó rápidamente el equilibrio, temerosa de que él hiciera algo más que besarla. Casi se desmayó de alivio cuando James le lanzó una ardiente mirada y salió rápidamente de la habitación.

Tres días. Disponía de tres días antes de que James la reclamara.

Él esperaba que ella se rindiera de buen grado, y, por el bien de su hijo, tendría que aceptar sus asquerosos besos y soportar a su miembro viril en el interior de su cuerpo. De su garganta salió un grito estrangulado, y se derrumbó sobre la cama, llorando por Edward, por sí misma y por su hijo no nacido.

 

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AAAAAAAAAA, DIOS QUE COSAS!!!!!!, MALDITO JAMES, ES UN CERDO, VICTORIA MALDITA BRUJA, EMMETT UN TARADO, POR TODOS LOS SANTOS, ¿QUE NO VEEEEEE?, ESTA TONTO, IDIOTA, COMO PUEDE PERMITIR TAL COSA, POBRE DE EDWARD, ES UN MILAGRO QUE SIGA VIVO, OOOOOMG, ISABELLA ESTA EMBARAZADA DEL CABALLERO NEGROOOO, Y ESTA DISPUESTA A ACOSTARSE CON JAMES PARA SALVARLO, NO SE SI SEA BUENO O MALO, PERO QUE ANGUSTIAAAAAAAAAAA,

BUENO GUAPAS, HE CUMPLIDO AYER TUVIERON DOBLE CAPITULO Y AUN ASI ACTUALICE EL DIA DE HOY, BESITOS GUAPAS, LAS VEO MAÑANA

Capítulo 12: ONCE Capítulo 14: TRECE

 
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