EL CABALLERO NEGRO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 04/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 259
Visitas: 73218
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

Cuando el Caballero Negro entró en el Castillo de Swan cabalgando sobre su negro caballo de guerra. Vestido de negro de la cabeza a los pies, era todo músculo y firmes tendones marcados por la batalla. Con su negra armadura sin adornos, parecía cruel y siniestro, tan peligroso como su nombre indicaba. Era un hombre conocido por su coraje y fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Pero cuando vio a Isabella de Swan, con sus largas trenzas castañas y sus femeninas curvas, apenas pudo contener sus emociones. Fue la traición de ella doce años atrás quien cambió su juvenil caballerosidad y le convirtió en un duro caballero. Fue ella quien le hizo jurar no volver a confiar en una mujer, y usarlas sólo para su placer. Pero ella desataba la pasión en su cuerpo, la bondad en su alma y el amor en su corazón.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "The Black Knight de Connie Mason"

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Capítulo 7: SEIS

Un caballero protege a los que son más débiles que él.

 

Isabella se levantó de la cama tambaleándose, hizo una bola con el camisón desgarrado y manchado con la prueba de su virginidad y lo metió debajo de la cama de una patada. Su mente era una confusión de pensamientos mientras encendía la vela y vertía agua en una jofaina. A pesar de todo lo que había sucedido, tuvo la sangre fría de eliminar de sus muslos los restos de semen de Edward junto con su propia sangre.

Su cuerpo seguía palpitante por el amor de Edward y, a pesar de su deseo de odiarlo por lo que le había hecho, no podía. Sabía instintivamente que James no habría sido tan delicado con ella como Edward. James la habría atacado, apaciguado su propia lujuria y luego amonestado por quejarse de su brusquedad.

Terminó sus abluciones y tiró por la ventana la manopla húmeda y manchada. Luego se puso un camisón limpio y se sentó en el borde de la cama para pensar. James no tardaría en aparecer para consumar sus votos matrimoniales; esperaría encontrar una virgen. Temía que la matara cuando advirtiera que su virginidad no existía. No era raro que un marido asesinara a su esposa por carecer de inocencia. Se preguntó débilmente, si estaría demasiado bebido para darse cuenta y luego se rió de su propia estupidez. Por supuesto que se daría cuenta.

Ese pensamiento condujo a otro. ¿Había estado demasiado borracho Edward como para tener en cuenta las secuelas de su acto de cobardía? ¿Le importaba que ella soportara el impacto de la cólera de James? Al parecer no, ya que se había marchado sin ninguna consideración por su bienestar y ahora tenía que confiar en sí misma y decidir su futuro. Una cosa estaba cada vez más clara: no podía permitir, de ninguna manera, que James la tocara después de que Edward le hubiera demostrado lo placentero que podía ser hacer el amor. Tenía que arreglárselas para encontrar la forma de impedir que James ejerciera sus derechos.

Dejó de pensar cuando oyó el sonido de unos pasos que se arrastraban al otro lado de su puerta. Presa del pánico, se levantó de un salto al tiempo que esta se abría y entraba James tambaleándose. Avanzó con paso inestable con la mirada turbia puesta en ella.

-¿Por qué no estás desnuda? -rugió. -Quítate el camisón y métete en la cama.

Isabella permaneció donde estaba. -No.

James se quedó boquiabierto.

-¿Te atreves a decirme que no? -bramó. Aunque sus ojos seguían sin enfocar, su cara mostraba señales de decisión a pesar de su evidente estado de embriaguez. -¿Me niegas el derecho a tu cama?

Isabella levantó la barbilla. Había pensado en todas las actuaciones posibles y por fin, pocos segundos antes de que James irrumpiera en su habitación, había tomado una decisión. Sabía que su vida estaba en juego, pero valía la pena por librarse de James.

-No os quiero en mi cama, James de Masen. La expresión de él fue casi cómica.

-¿Te atreves a desafiarme?

-Así es. Me atrevo a cualquier cosa con tal de manteneros lejos de mí.

-¡Puta! -gruñó él. -No voy a renunciar a tu virginidad. He esperado demasiado tiempo por ese placer. Me casé con otra cuando era a ti a quien deseaba. Tu espíritu, tu fuego, son lo que siempre he deseado, no a tu pálida hermana.

Isabella se apoyó contra la columna de la cama, cada vez más envalentonada. No tenía ni idea de cómo iba a reaccionar James cuando le dijera que ya no era virgen, pero lo averiguaría antes de que acabara la noche. Cogió aire y dijo:

-No podéis haceros con mi inocencia, milord, porque ya no la tengo. Se la entregue a otro por voluntad propia.

Isabella contempló con horror como la cara de James pasaba de un blanco furioso a un rojo encendido. Temió que su imprudente lengua hubiera causado su perdición.

-¡No me tientes! Ni siquiera tú te atreverías a desafiarme de esta manera.

-Estoy diciendo la verdad. Id a buscar a una comadrona, ella lo confirmará.

Se fue acercando a ella sin piedad, hasta que la acorraló contra la cama y, a pesar de que consiguió evadirle, la siguió con la cara de un ligero color verde.

Su atronadora voz fue lo bastante fuerte como para despertar a los muertos.

-¿Con quién me has sido infiel? Dime su nombre, y juro que el bastardo estará muerto antes de que amanezca.

-No lo conocéis -aseguró Isabella.

Por nada del mundo el nombre de Edward saldría de sus labios. De niña le había querido, y una vez convertida en mujer, seguía experimentando hacia él sensaciones largo tiempo olvidadas. Antes de que cante el gallo) se prometió, Edward descubrirá que nadie se aprovecha de Isabella de Swan y sale impune. Ni siquiera el ilustre Caballero Negro, el más valiente de todos. Tanto si le gustaba como si no, ella pensaba enfrentarse a Edward y exigir que la compensara por lo que le había hecho.

James estaba tan cerca que le llegó la pestilencia de su aliento empapado de vino. Cerró la boca y se giro, pero James le sujetó la barbilla entre el pulgar y el índice, obligándola a mirarlo.

-Dime el nombre de ese cobarde a quien proteges, antes de que te lo saque a golpes, Isabella.

-¿Le pegasteis a mi hermana, James? -le desafió Isabella- ¿La matasteis cuando os disgustó?

Sus malvados ojos relampaguearon de furia, echó la mano hacia atrás y la golpeó con tal fuerza que la lanzó contra el suelo. Se agachó para levantarla y seguir con el castigo, pero Isabella, todavía en posesión de sus facultades, a pesar de que la cabeza le daba vueltas, rodó por el suelo de juncos para evitar su pesada mano.

-Sé con quién has fornicado -. Bramó James, moviéndose con dificultad tras ella. -¡Ha sido mi hermano, el bastardo! Lo hicisteis delante de mis propias nAleces. Lo mataré. Justo después de matarte a ti.

Isabella buscó un arma con desesperación. Se temía que, en su furia de borracho, James cumpliera la amenaza. Rodó una y otra vez hasta que de repente, la jarra que le había tirado a Edward, la que él había cogido y depositado en el suelo, quedó a su alcance. La cogió por el asa y contuvo el aliento mientras James se agachaba para obligarla a ponerse en pie. Soltó el aire de golpe y le golpeó en la cabeza, rompiendo la jarra en cien pedazos.

La mirada de asombro de él topó con la eufórica de ella y luego se derrumbó encima de ella.

Isabella se lo quitó de encima, se levantó y se alejó lentamente. Al ver que James no se movía, lo rodeó y corrió al arcón de su ropa. Se vistió rápidamente con el primer vestido que encontró y se puso sus recios zapatos. En vista de que James seguía sin moverse, sacó la funda de la almohada y la llenó con toda la ropa que cupo en ella. Luego, a pesar de la cálida temperatura, se echó por encima de los hombros una capa oscura, forrada de piel y se encaminó hacia la puerta.

Al pasar por delante del cuerpo tendido boca abajo de James, se preguntó si estaría muerto. No lo apreciaba, pero tampoco quería matarlo. Hubiera sido una carga demasiado pesada de soportar. Reuniendo todo su valor, se agachó y le puso una mano en el pecho. Los acompasados latidos del corazón la libraron de toda culpa. Con sombría determinación, salió por la puerta y descendió en silencio la escalera de caracol.

Se detuvo al final de la escalera y escuchó durante unos segundos los ronquidos y resoplidos de los hombres que dormían en el salón. Las antorchas colocadas en los candelabros de las paredes proporcionaban luz suficiente para que Isabella comprobara que todo estaba tranquilo. En lugar de salir por la puerta principal y arriesgarse a que la descubrieran, rodeó el salón y salió por una sólida puerta que usaban los criados para llevar y traer la comida de la cocina.

En el patio interior no se movía nadie. Los invitados borrachos y los soldados estaban tumbados contra los muros del castillo y la fachada. Se deslizó entre los hombres y se acercó a los establos. Suspiró con alivio al ver que estaban desiertos, excepto por los caballos.

Ensilló a su yegua favorita con tranquila eficiencia y la sacó del establo. Nadie le dio el alto. El guardia de la puerta estaba tumbado en su puesto, durmiendo la cerveza de la boda. No se montó en el caballo hasta después de pasar la muralla y haber cruzado el puente levadizo, que había sido bajado para permitir que los participantes en el torneo volvieran a sus campamentos fuera de los muros del castillo.

 

Edward, ahora sobrio y en total posesión de sus facultades mentales, estaba siendo acosado por su conciencia. Había faltado a su juramento como caballero y estaba preocupado por su deshonrosa actuación. Había permitido que la búsqueda de venganza nublara su buen juicio y lo que le había hecho a Isabella carecía de escrúpulos. Además, sólo un cobarde hubiera abandonado a Isabella para que se enfrentara sola a la rabia de James. No se enorgullecía de lo que había hecho. El Caballero Negro había realizado muchos actos escandalosos a lo largo de su vida, pero jamás había deshonrado a una dama.

Un sudor frío le cubrió la frente. ¿Qué iba a hacerle James a Isabella cuando descubriera que no era virgen? Maldiciéndose por su estupidez, se quitó rápidamente las galas de la boda y despertó a su escudero.

-Despierta a los hombres. -ordenó Edward secamente, cuando apareció el somnoliento joven. -Quiero que estén listos para partir en cuanto yo vuelva.

-Todavía es de noche, milord, y los hombres han bebido mucho durante el banquete de bodas -dijo Evan.

-Despiértalos como sea, Evan. Puede que tengamos que marchamos a toda velocidad.

Evan le miró con perplejidad. -¿Dónde vais milord?

-He dejado un asunto sin terminar en el castillo -masculló Edward-. Ahora vete.

Edward había decidido volver al castillo para salvar a Isabella de la ira de James. No quería matar a su hermano si podía evitarlo. Sin importar lo que hiciera, el rey le declararía proscrito, sin embargo, el honor exigía que le ofreciera a Isabella su protección y si el secuestro significaba que ella estaba a salvo, que así fuera.

Recordó la dulce respuesta de ella a su seducción y notó su excitación. Su cuerpo, toda ella, era perfecto. No esperaba obtener tanto placer de sus encantos femeninos. Ni siquiera mujeres experimentadas le habían satisfecho tanto como Isabella esa noche. ¿Y cómo se lo había pagado? Robándole le virginidad y abandonándola para que sufriera las consecuencias. El honor le obligaba a compensada. Lo menos que podía hacer era ayudarla a huir hacia Escocia. Le ofrecería a sir Jacob para que la escoltara.

El retumbar de unos cascos atrajo la atención de Edward y se llevó la mano a la espada. La luna estaba alta en el cielo, cubriendo la tierra de sombras plateadas. Edward escrutó la oscuridad y casi perdió el habla cuando reconoció tanto al caballo como al jinete. A lomos de una yegua completamente blanca iba sentada una mujer cuyo abundante pelo castaño brillaba misteriosamente a la luz de la luna.

Isabella.

Frunció el ceño con preocupación, mientras esperaba a que ella lo alcanzara. No tema ni idea de lo que había ocurrido después de que ella dejara en su dormitorio, pero se le pasaron por la cabeza varias posibilidades desagradables. En ninguna de ellas aparecía Isabella llegando a caballo a su campamento mucho antes de la hora de maitines.

Isabella detuvo a la yegua y Edward extendió los brazos para bajada de la silla.

-¿Qué ha pasado? ¿Dónde está James?

-En el suelo de la cámara nupcial. -Se interrumpió para mirarlo-. Lo sabe -añadió con voz carente de toda emoción. -¿Lo sabe? -repitió Edward en voz baja.

-Sí, le dije que no era virgen y se puso rabioso.

-¿Se lo dijiste? ¿No lo averiguó por sí mismo?

La idea de que James se hubiera acostado con Isabella después de que esta hiciera el amor con Edward, le había sumido en una profunda angustia. Las palabras de ella parecieron calmar el dolor. -No permití que me tocara.

-¿Estaba lo bastante sobrio como para entender lo que le decías?

-Así es. -Se tocó la mejilla. -No se lo tomó bien, de modo que lo golpeé con una jarra de agua. Cuando me marché estaba inconsciente. Con suerte no se moverá hasta que estemos lejos.

Las cejas de Edward se enarcaron bruscamente. -¿Estemos? ¿Te refieres a mí, milady?

-James sabe que fuiste tú. Sabía que no podía ser nadie más y ha jurado matarte.

Edward escrutó su rostro. Estaba semi oculto entre las sombras y no fue capaz de distinguirlo con claridad.

-¿El bastardo te ha hecho daño?

Isabella levantó la barbilla proporcionándole a Edward una nítida visión de su cara.

-No lo suficiente como para no poder golpearlo. Si me encuentra me matará.

Edward vio la contusión que oscurecía su mejilla y la rabia se apoderó de él. Extendió la mano y acarició la magulladura con cuidado.

-No, Isabella, no te matará. No voy a permitírselo.

A ella se le oscurecieron los ojos de furia des controlada.

-No me mientas, porque no voy a creerte. Me abandonaste para que me enfrentara sola a la cólera de James, y nunca te lo perdonaré. Sabías que era capaz de matarme y aun así me dejaste enfrentarme sola a su ira. Estás obligado a escoltarme a la casa de mi tía en Edimburgo.

-Cree lo que quieras, Isabella, pero mi intención era volver al castillo para compensarte por lo que te hice. Iba a ayudarte a escapar. Ahora que estás aquí, sir Jacob te escoltará hasta Escocia.

-Es un poco tarde para que tu conciencia haga acto de presencia, Edward de Cullen -le espetó Isabella con resentimiento.

La llegada de Evan evitó que Edward respondiera.

-Los hombres están preparados, milord. -Miró a Isabella de reojo-. ¿La señora viene con nosotros?

-No -contestó Edward-. Envíame a sir Jacob de inmediato. Evan salió corriendo para cumplir con la orden de Edward. Isabella se movía con nerviosismo, lanzando miradas furtivas por encima del hombro.

-James no tardará en despertar y no deseo estar por los alrededores cuando lo haga.

Los hombres ya se estaban moviendo, preparándose para la partida. Edward apartó a Isabella del bullicio para poder hablar con ella en privado.

-Sir Jacob te acompañará hasta Escocia. Es lo máximo que puedo hacer. Por desgracia no puedo ofrecerte mis servicios porque me necesitan en Cullen.

Sir Jacob se reunió con ellos rápidamente, vio a Isabella y parpadeó sorprendido.

-Evan dice que deseas hablar conmigo.

-Sí, Jacob. Creo que conoces a lady Isabella.

-Así es. Por favor, milady, disculpad mis malos modales. Me ha sorprendido veros aquí a estas horas.

-No hay tiempo que perder, Jacob -dijo Edward, rompiendo el humillante silencio de Isabella-. Lady Isabella necesita con urgencia que la escolten a Edimburgo. Le he ofrecido tus servicios.

Jacob le lanzó a Edward una mirada de reproche.

-Sabía que no podía salir nada bueno de esta noche -dijo con amargura.

Isabella lanzó una exclamación herida. El sonido hizo que Edward se encogiera, ya que sabía que él era el causante de su inquietud. -Lo siento Isabella. Sir Jacob lo sabe todo.

-¿T... todo?

-Sí. -Volvió a concentrarse en Jacob, evitando el destello asesino de la mirada de Isabella-. ¿Qué dices Jacob? ¿Vas a acompañar a lady Isabella hasta Edimburgo?

-No estás pensando con claridad -lo amonestó Jacob-. ¿Debo entender que Isabella está huyendo de su marido?

-Tienes razón -convino Edward-. Tiene que irse de inmediato, antes de que James despierte a sus soldados. Si Emmett decide unirse a él, por desgracia nos superaran en número.

-¿También acierto al suponer que James sabe lo que, esto... ha sucedido esta noche en la cámara nupcial de la dama? -Maldita sea, hombre, ocúpate de tus asuntos. Jacob dirigió su atención a Isabella.

-Lady Isabella, ¿James puede sospechar que podéis huir a Escocia?

-Si no lo hace James lo hará Emmett. Cuando me prometió a James le pedí permiso para ir a visitar a mi tía. Él sabía que yo aborrezco a James y que intentaría obtener la protección de mi tía. Se negó a mi petición y no permitió que saliera sola del castillo.

Jacob asintió y desvió la atención hacia Edward.

-El primer sitio en el que James buscará a su esposa es Edimburgo. ¿Crees que va a permitir que alguien le mantenga alejado de Isabella? Nada de eso, Edward, a James le asiste el derecho legal de recuperar la custodia de su mujer.

Edward se masajeó las doloridas sienes, preguntándose cómo diablos se había permitido a sí mismo apropiarse de la virginidad de Isabella. Ahora el honor exigía que la compensara. Había esperado que fuera suficiente enviarla a Escocia con una escolta, pero la vida se le estaba complicando más a cada minuto.

-Quiero ir a Edimburgo -dijo Isabella con firmeza. Edward suspiró con cansancio.

-Jacob tiene razón. James tardará una semana en encontrar te, y cuando te recupere, te castigara con dureza. ¿Es eso lo que quieres?

-Tu preocupación es conmovedora -contestó Isabella con un ligero sarcasmo-. Por desgracia llega demasiado tarde. No importa si mi tía y su marido son incapaces de proteger me, habrás cumplido con tu parte llevándome hasta allí.

A Edward no le gustó en absoluto cómo sonaba aquello y tomó una rápida decisión que iba a vivir para lamentar. -No vas a ir a Escocia.

Isabella cerró la boca en un gesto de obstinación. -Iré.

-Eres responsabilidad mía. No estarías en este apuro si yo no hubiera actuado con imprudencia. De no haber interferido, James se habría apoderado de tu virginidad como era su derecho, y tú serías su esposa por completo.

La expresión de Isabella se tornó rebelde.

-Sí, y habría odiado cada instante. Puede que me hicieras un favor, Edward de Cullen.

Edward se rió por lo bajo, con tristeza.

-Y puede que no me hiciera ningún favor a mí mismo.

Echó un vistazo a la abultada funda de almohada que iba atada al pomo de la silla.

-Veo que has venido preparada. Bien. Partimos para Cullen inmediatamente.

-¡Cullen! No. Al norte, hacia Escocia.

Se montó en la yegua e intentó hacerle dar la vuelta, pero Edward sujetó las riendas.

-Apresura a los hombres, Jacob. -ordenó con decisión. -Y mándame a sir Jared. Tengo un encargo especial para él. Se está acercando el alba y los criados no tardarán en despertar. Tenemos que alejamos antes de que James vuelva en sí y dé la voz de alarma.

Isabella, muy nerviosa, hizo un vano intento por recuperar las riendas de manos de Edward. No quería ir a Cullen. Edward había dejado claro que ella se había convertido tan sólo en una carga con la que no contaba. Se preguntó por qué había recuperado de repente la conciencia, cuando esta no le había molestado mientras le hacía el amor. Le había robado la inocencia y la había abandonado para que se enfrentara sola a las consecuencias. De niña, había amado a ese malvado diablo, pero entonces él era dulce, amable y honrado y le habría acompañado a Cullen encantada de no haber dejado tan claro que ella no era nada más que una penitencia que tenía que soportar para expiar su pecado.

Echó una mirada hacia el castillo y vio puntos de luz moviéndose en la oscuridad. -Antorchas.

Su advertencia obtuvo la atención de Edward.

-¡Por la sangre de Dios! James ha despertado y ha llamado a los guardias. ¡A Cullen! -gritó Edward, espoleando a su montura.

Isabella notó que su yegua se lanzaba hacia delante y se dio cuenta de que Edward todavía sujetaba las riendas. Pronto estuvo cabalgando a toda velocidad lejos del castillo de Swan y lejos de James, hacia una nueva vida con un hombre que la había utilizado como instrumento de venganza contra su hermano y que ahora la consideraba una cruz con la que tenía que cargar para expiar sus pecados.

Cabalgaron en dirección sur, a través de páramos y valles, durante el resto de la noche, hasta muy entrada la mañana. Isabella estaba tan hambrienta que le parecía como si el estómago estuviera pegado a la espina dorsal. Acababan de cruzar un riachuelo poco profundo cuando Edward, por fin, hizo un alto para beber y para que los caballos descansaran y poder preparar los animales que sus cazadores había obtenido en el transcurso de su viaje hacia el sur. Isabella no vio señal alguna de que estuvieran siendo seguidos, y emitió un suspiro de alivio. No quería enfrentarse de nuevo a James, porque sabía que la próxima vez no escaparía ilesa.

Buscó un lugar sombrío bajo un árbol y se sentó a descansar.

Cerró los ojos un momento y debió quedarse dormida, ya que no despertó hasta que notó que alguien la sacudía. Abrió los ojos Y vio a Edward inclinado sobre ella, llevando un trozo de carne pinchada en un palo que olía deliciosamente.

-Los cazadores han traído varias liebres y un ciervo pequeño. ¿Tienes hambre?

-Estoy famélica. -Aceptó la carne y empezó a comer con entusiasmo-. ¿Cuándo llegaremos a Cullen?

-Dentro de varios días. Es un largo camino. Cullen está situado en una lengua de tierra que se adentra en el mar. Queda cerca de Bideford.

-¿Alguna vez has visto tu propiedad?

-Sí, hace algunos años. Pero hasta ahora carecía de los fondos necesarios para reconstruir y fortificar el castillo, y no vi razón alguna para volver. Después de varios años compitiendo en torneos, he conseguido fortuna suficiente para reparar Cullen y pagar mi propio ejército.

Isabella escogió sus palabras con cuidado.

-Te voy a estorbar. Quizá fuera mejor que lo reconsideraras y me enviaras a Escocia con sir Jacob.

Él miró a lo lejos ya Isabella se le ocurrió que parecía como si se hubiera comido algo amargo. -Estoy obligado a protegerte.

Ella le lanzó una mirada de disgusto.

-No voy a discutírtelo, pero te pedí escolta hasta Escocia, no a un remoto castillo que lleva en ruinas desde antes de que tú o yo hubiéramos nacido.

El ceño de él se hizo más intenso. -Estarás más a salvo conmigo.

-No puedo vivir contigo para siempre, Edward. Algún día querrás tomar esposa y yo estaré en medio. ¿Qué pasara entonces?

-¿Deseas volver con James?

-Sabes que no puedo. Antes viviría en una choza que volver con James. -Se le ocurrió de repente una idea y se le alegró la cara. -Presentaré una solicitud de anulación al Papa.

Edward desechó su idea con un movimiento de la mano. -Podría tardar años.

A ella se le afligió la cara al pensar en su triste futuro. Si se quedaba con Edward pondría en peligro su vida, porque sabía que James no descansaría hasta que la tuviera de regreso bajo su control. James se acordaría finalmente de Cullen y acudiría con su ejército para asaltar el castillo y según el propio Edward admitía, la fortaleza estaba mal preparada para resistir una batalla.

-¿No existe ningún otro lugar dónde pueda estar a salvo? Londres quizá -reflexionó ella. -Se dice que uno puede desaparecer en una ciudad de ese tamaño.

Edward pareció considerar la sugerencia antes de volver a desestimada con la mano.

-No. Te has criado rodeada de cuidados y no podrías vivir por tus propios medios en Londres-. Buscó su rostro levantado hacia arriba y luego dejó vagar la mirada por todo su cuerpo. -Puede que te conserve como amante.

Isabella se irguió indignada.

-¿El Caballero Negro siempre consigue lo que quiere?

La carcajada cargada de sensualidad de él le provocó un estremecimiento en la columna vertebral.

-Así es. Solicitaste mi protección, Isabella, y te la estoy ampliando. Me convertiré en tu protector y amante. No es un destino tan terrible ¿verdad?

-Estas sobrepasando los límites de la locura -lo acusó Isabella-. Si mal no recuerdo, me odias.

Él se agachó a su lado.

-A lo mejor he cambiado de idea. Eres un tentador bocado, Isabella de Swan.

Isabella levantó la barbilla con insolencia. -No seré tu amante, Edward de Cullen.

Las siguientes palabras que pronunció él, fueron suaves y seductoras, haciendo que el corazón le latiera de manera irregular. -¿No? Ya lo veremos, milady.

Le cogió la barbilla y ella lo miró a los ojos plateados, admitiendo algo que la asustó tanto como la emocionó. Con una sacudida semejante a un sobresalto, se dio cuenta de que ese hombre tenía el poder de consumirla en cuerpo y alma si no se protegía contra él. Tenía un montón de razones para odiarlo, pero su corazón se negaba a hacerla. De no haberse presentado en el dormitorio en su noche de bodas, ahora estaría encadenada a James para siempre.

Isabella sabía que la seducción de Edward no había sido honorable, que le había robado la virginidad porque odiaba a su marido, pero no podía negar que con ello había obtenido la libertad que tanto anhelaba.

Sus pensamientos hubieran ido más allá de no haberse dado cuenta de que los labios de Edward estaban tan cerca de los suyos que podía sentir su aliento abanicándole las mejillas. Entonces comprendió que iba a besarla. Presionó la espalda contra el árbol, pero no había escapatoria, ya que él acortó la distancia que había entre ambos. Un suspiro de temor salió de sus pulmones cuando los labios de él descendieron sobre los suyos y sus manos la sujetaron por los hombros, atrayéndola bruscamente hacia él. Edward movió la boca lenta y seductoramente sobre la suya, lamiéndole las comisuras de los labios e introduciendo la lengua entre ellos para profundizar el beso.

A Isabella le dio la sensación de que el mundo se tambaleaba y daba vueltas sin control cuando las manos de él buscaron sus pechos por debajo de la capa y sus expertos dedos moldearon los pezones hasta convertidos en doloridos brotes. Justo cuando su cuerpo traidor empezaba a entregarse a él, él se apartó bruscamente y le entregó la comida.

-Come, Isabella. Vas a necesitar todas tus fuerzas para el viaje que tenemos por delante.

Entonces se alejó e Isabella lo siguió con mirada abatida. Al parecer estaba dispuesto a utilizar todas sus artimañas para convertirla en su amante y se prometió en silencio que se resistiría a convertirse en otra de las conquistas del Caballero Negro.

Edward, sentado aparte de sus hombres, comía sus alimentos sin degustarlos de verdad. Que el diablo se llevara a Isabella de Swan, pensó con expresión taciturna. Despertaba su pasión como pocas mujeres lo habían hecho. La deseaba. En ese momento. Quería presionarla contra el duro suelo, subirle las faldas y meterse en su apretado y suave cuerpo. Había sido el primero para ella y, por alguna inexplicable razón, quería también ser el último. Sacudió la cabeza, aturdido. Desear a Isabella no era una idea agradable, sobre todo después de su comportamiento de hacía años. ¿Quién hubiera pensado que se convertiría en una deslumbrante belleza, con un cuerpo capaz de provocar a un santo? Y Dios sabía que él no lo era.

-Pareces preocupado, Edward -dijo sir Jacob reuniéndose con él. -¿Quieres compañía?

El saludo de Edward no invitaba a acompañarlo. -Como quieras.

Jacob se dejó caer a su lado.

-¿En qué estás pensando ahora, amigo mío? -le dirigió una mirada entendida. -¿En la hermosa doncella que acapara tus pensamientos?

-Le he robado la novia a James, ¿o lo has olvidado?

-No, no lo he olvidado. Te avisé de que era una locura, pero no me escuchaste. ¿Qué pasa ahora, Edward?

Edward no pudo ocultar la llama de pasión que iluminó sus ojos al recordar aquella noche, se acordaba con placer del más mínimo detalle de la desfloración de Isabella, y ese recuerdo le hada desear más.

-Le debo a Isabella mi protección.

-¿Entonces estas decidido a llevarla a Cullen?

-No tengo elección.

El ceño de Edward no hizo que Jacob se rindiera.

-Todavía hay tiempo de mandarla a Escocia. Puede que me equivocara al sugerir que no era buena idea. Temo que lady Isabella cree más problemas de los que vale.

-Me temo que tienes razón, Jacob, pero no puedo hacer otra cosa.

-Te conozco, Edward. Los hombres están haciendo apuestas sobre cuánto tiempo pasará antes de que la conviertas en tu amante. Todos te hemos visto besarla. Me parece que la dama es más distracción de la que estás dispuesto a admitir.

La melancolía de Edward asomó antes que su sonrisa.

-Deseo a Isabella, Jacob. Quiero que sea mi amante, y si alguna vez decido tomar esposa, seguiré queriéndola.

-¿Tan buena es ella?

Edward se levantó de repente.

-No voy a consentir ni una sola palabra de menosprecio sobre Isabella. Comunica a los hombres que deben tratar a lady Isabella con el respeto que se merece una dama de su categoría. Eso va también por ti, Jacob.

El mal humor de Edward y su seca advertencia no parecieron molestar a Jacob, que se levantó con gracia, haciendo una burlona reverencia a Edward.

-Algo me dice que la dama no va a ceder con tanta facilidad como crees. Será interesante ver quién gana esta batalla de voluntades. Yo apuesto a favor de la dama.

 

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ES VERDAD ESO DE QUE AL ALCOHOL EMBRUTECE AL HOMBRE AHORA QUE EDWARD ESTA EN SUS CINCO SENTIDOS YA PIENSA MAS CLARO......AAAAAAA AHOR ASI QUE VA ARDER TROYA, SE LA HA LLEVADO Y JAMES NO CREO QUE LA DEJE IR TAN FACIL. !!!!!!!! QUE EMOCION¡¡¡¡¡¡¡¡¡ AUNQUE NO ME GUSTA LO FRIO QUE PUEDE SONAR ESO DE SER LA AMANTE, ESPERO QUE EDWARD REACCIONE.

 

GRACIAS GUAPAS, BESITOS LAS VEO MAÑANA

Capítulo 6: CINCO Capítulo 8: SIETE

 
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