EL CABALLERO NEGRO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 04/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 259
Visitas: 73223
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

Cuando el Caballero Negro entró en el Castillo de Swan cabalgando sobre su negro caballo de guerra. Vestido de negro de la cabeza a los pies, era todo músculo y firmes tendones marcados por la batalla. Con su negra armadura sin adornos, parecía cruel y siniestro, tan peligroso como su nombre indicaba. Era un hombre conocido por su coraje y fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Pero cuando vio a Isabella de Swan, con sus largas trenzas castañas y sus femeninas curvas, apenas pudo contener sus emociones. Fue la traición de ella doce años atrás quien cambió su juvenil caballerosidad y le convirtió en un duro caballero. Fue ella quien le hizo jurar no volver a confiar en una mujer, y usarlas sólo para su placer. Pero ella desataba la pasión en su cuerpo, la bondad en su alma y el amor en su corazón.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "The Black Knight de Connie Mason"

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 9: OCHO

Un caballero defiende el honor de su dama.

 

El fuego ardía alegremente en la chimenea del salón, alimentada con combustible proveniente de muebles rotos. Después de comer, Isabella, Edward y sir Jacob se sentaron delante del fuego en unos bancos que alguien había salvado de una de las lúgubres habitaciones del castillo. La lluvia caía incesante, los truenos retumbaban en el cielo, y el viento aullaba a través de las grietas de las paredes; Isabella estaba congelada a pesar del vivo fuego y de su pesada capa. Sir Jacob había regresado antes de la aldea, calado hasta los huesos, pero contento a pesar de estar empapado.

El diminuto pueblo estaba asentado a los pies del acantilado sobre el que estaba edificado el castillo. Jacob dijo que los aldeanos habían estado esperando al señor del castillo y que le habían dado la más calurosa de las bienvenidas. Le prestaron un carro de granja y cada familia cedió parte de su propia cena para que comieran el nuevo señor y sus hombres. Durante su corta estancia, Jacob consiguió reclutar a varios hombres y mujeres dispuestos, incluso impacientes, por servir al Caballero Negro, prometiendo a lord Edward a primeras horas del día siguiente.

-Es hora de retirarse -dijo Edward de pronto, interrumpiendo los pensamientos de Isabella-. El solar no está en condiciones de ocuparse, milady. Tendrás que dormir en otra parte hasta que los criados lleguen del pueblo y hagan una limpieza a fondo de tus habitaciones.

Isabella abrió mucho los ojos y frunció la nariz, asqueada.

-No pienso dormir en estos juncos asquerosos. Ese banco me servirá.

-Yo creo que no. Es el mejor sitio. Mañana barrerán los juncos y los sustituirán por otros frescos; sir Jacob y yo dormiremos con los hombres en los cuarteles, pero tú lo harás en el salón.

-¡No! -la vehemencia de su tono fue tal que Edward la miró con recelo-. Creo que no quiero quedarme sola aquí -explicó, mirándole avergonzada. -Es... es un lugar escalofriante.

-No tienes nada que temer -aseguró Edward.

-Quédate con ella -intervino sir Jacob, intentando con todas sus fuerzas contener una sonrisa de entendimiento. Se levantó. -Felices sueños.

-Lo siento -se lamentó Isabella, siguiendo a sir Jacob con la mirada. -No te quedes por mí. Estoy segura de que estarás más cómodo en los cuarteles. A mí me bastará con el banco.

-No hace falta -dijo Edward-. Revisé algunas de las alcobas del pasillo y le di instrucciones a Evan para que le quitara las telarañas a una de ellas. Las alcobas fueron diseñadas para hacer las veces de dormitorios privados para los invitados importantes. Cada una de ellas es bastante espaciosa, con una amplia repisa para dormir. Ven, te lo enseñaré. No va a ser tan malo.

Isabella le siguió insegura. Sombras misteriosas bailaban en las paredes ennegrecidas por el humo del gran salón, creando monstruos que, estaba segura, sólo existían en su imaginación, pero la idea de quedar aislada en una alcoba no la tranquilizaba.

En realidad, el cuarto no estaba tan mal como creía, decidió Isabella después de inspeccionar el espacioso cubículo. Parecía estar relativamente limpio y no había animales correteando por él. Habían puesto un camastro en la repisa para ella, y el hatillo con su ropa reposaba en un banco contra la pared.

-¿Servirá? -preguntó Edward, observando con ojo crítico el reducido espacio.

-Sí -contestó Isabella-. ¿Hay algún sitio donde pueda lavarme antes?

-El pozo funciona y Evan ha sacado agua para ti. Está en el cubo que hay junto al banco. En un principio, la alcoba tenía una cortina para aislarla, pero hace tiempo que se pudrió. Yo me lavaré fuera para que tengas la privacidad que necesitas.

-Te lo agradezco -dijo Isabella suavemente. -Volverás, ¿verdad? Él le dirigió una mirada pensativa.

-Sí, dormiré en el banco, delante de la chimenea. No voy a dejarte sola.

Isabella emitió un profundo suspiro de alivio. Puede que, a la luz del día, sus sentimientos hacia ese castillo solitario y azotado por el viento, cambiaran. Se preguntó, vagamente, si estaría encantado, y luego se rió de su propia imaginación. Los fantasmas no existían.

Edward se dio media vuelta y se alejó. En cuanto sus pasos se desvanecieron, ella buscó el cubo de agua, y sacó un paño suave y un camisón limpio del hatillo con sus pertenencias. Se aseó con rapidez, secándose con el camisón sucio y poniéndose el limpio. Luego se subió a la repisa y se instaló en el camastro.

Se estremeció de frío a causa de la humedad que rezumaban las paredes de piedra. Años de abandono habían despojado al castillo de cualquier encanto que pudiera haber poseído. Agradecida por su capa forrada de piel, agotada más allá de lo imaginable, se hizo una pelota y se durmió de inmediato.

Edward fue a ver a Isabella un rato más tarde, y vio que estaba profundamente dormida. Permitió que sus ojos vagaran sobre ella, preguntándose si sabría hasta qué punto la deseaba. Se apartó maldiciendo, y se tumbó en el banco ante el fuego. Debió quedarse dormido de inmediato, porque la siguiente cosa que supo fue que estaba en el suelo, en medio de los mugrientos juncos, con un enorme chichón en la cabeza. Escupió un juramento e intentó volver a acomodarse en el banco, pero fue inútil. O bien el banco era demasiado estrecho o él demasiado ancho. Sospechaba que habría un poco de ambas cosas.

Si no le hubiera prometido a Isabella que se quedaría con ella, se habría reunido con sus hombres en los cuarteles. Habían llevado a cabo en ellos una encomiable limpieza, y sospechaba que serían mucho más cómodos que el banco en el cual estaba tumbado en esos momentos. Miró con ansia hacia la alcoba en la que dormía Isabella y decidió que no iba a ser la única en dormir cómodamente esa noche. La repisa era lo bastante grande para los dos y compartirla no debería plantear ningún problema.

Con cuidado para no molestarla, la movió hacia la pared para hacerse sitio. Luego se sentó, se quitó la ropa, levantó una esquina de la capa y se deslizó a su lado. El calor que ella desprendía lo golpeó como una ráfaga ardiente y se arrimó más para absorber su calidez. La rodeó con un brazo y la atrajo hacia la horquilla que formaba su cuerpo. Sonrió al ver que ella no oponía resistencia y entonces se dio cuenta: sólo un delgado camisón de lino lo separaba del cuerpo de Isabella.

Deslizó con cuidado la mano hacia la copa de su pecho. Casi le desbordaba la mano y lo oprimió con suavidad. Un suave y velado suspiro escapó de los labios de ella, que arqueó la espalda, comprimiendo el pecho contra la palma de su mano.

Animado, Edward permitió que las yemas de sus dedos acariciaran el pezón. Isabella suspiró otra vez y la pasión de Edward explotó. Tentado más allá de su resistencia, le acarició la elegante línea de la cintura, el tentador montículo de las caderas y la suave curva del muslo.

Cuando llegó al dobladillo del camisón, lo agarró con la mano y se lo subió lentamente hasta la cintura. Su mano se detuvo sobre el estómago desnudo. Un gemido se le atascó en la garganta impidiéndole respirar. Lanzando toda precaución al viento, pasó los dedos por el nido de rizos en la unión de los muslos y los ahueco en su sexo. El calor y el aroma de la esencia femenina, casi acabaron con él. La necesidad de explorar con mayor intimidad le provocaba un intenso dolor. Ignorando la advertencia de su conciencia, apartó los pétalos de su sexo e insertó un dedo en su húmedo centro. Ella abrió los ojos y se incorporó con violencia.

-¡Por la sangre de Dios, Edward! ¿Qué estás haciendo?

-En la repisa hay sitio suficiente para los dos y el banco es demasiado estrecho para mí.

Isabella lo miró indignada.

-Quitadme las manos de encima, milord. No os he dado permiso para tocarme.

-No puedo detenerme -dijo Edward, con voz áspera, mientras la presionaba contra el camastro.

Inmovilizándola con su peso, movió el dedo dentro y fuera de su húmedo canal. Ella jadeó. El sonrió. El dedo se movió una y otra vez. Un leve movimiento de sus caderas, le proporcionó todo el estímulo que necesitaba cuando insertó otro dedo junto al primero.

-Edward, por favor, no puedes hacer esto.

-Sólo observa.

Ambos dedos comenzaron a moverse al unísono, en un lento y prolongado movimiento que le arrancó un grito de sorpresa de los labios, arqueando la espalda de forma involuntaria.

-Oh... Edward... Oh...

-Vuela para mi, dulce Isabella.

Bajó la cabeza hacia sus pechos, chupando los pezones por encima del camisón, mientras con los dedos continuaba con el amoroso suplicio. Con la mano libre le soltó las cintas que mantenían cerrado el camisón y separó los bordes, dejando a la vista las cimas erguidas de sus pechos. Se llevó un pezón a la boca y lo chupó con energía.

Isabella volaba tan alto que temió no volver a pisar jamás el suelo.

De pronto la boca de él aprisionó con fuerza el pezón, desollándolo y calmándolo con ternura, con la lengua, alternativamente. Cuando se detuvo, ella estuvo a punto de gritar como protesta. Entonces él levantó la cabeza y buscó su boca, inclinándola sobre la suya e introduciendo con fuerza la lengua entre sus dientes.

Su sabor y olor hicieron que le faltara el aliento. Lo saboreó en su lengua, absorbiéndolo por todos sus poros, mientras él la enredaba en su red de seducción. El orgasmo llegó rápidamente y de improviso. La urgencia creciente de los dedos de él, ocupados en el interior de ella, combinada con los besos que le destruían el alma liberó en ella una violenta reacción. Estalló y gritó, sujetándose a los hombros de Edward, mientras caía rápidamente a un precipicio de placer sensual. Se sintió sobrecogida, poseída, avasallada.

Recuperó el conocimiento lentamente. Isabella notó el movimiento de las caderas de Edward contra las suyas, percibiendo el duro pico de su sexo presionando contra su estómago, y la comprensión de lo que acababa de permitir que sucediera, cayó sobre ella como un jarro de agua fría. Cuando él la colocó para penetrarla, protestó con vehemencia.

-¡No! No puedes poseerme de nuevo. Él se quedó muy, muy quieto.

-Has permitido que te diera placer, ¿no merezco la misma consideración? Estoy consumiéndome por ti. Ningún hombre ha deseado jamás a una mujer, como yo te deseo a ti.

Su voz estaba cargada de sensualidad y sintió que se ablandaba, se arqueaba hacia él, pero se endureció a sí misma contra la tentación de sus maliciosas manos y su cálida boca. Se le hizo evidente cómo había obtenido su fama con las mujeres el Caballero Negro. ¿Quién podía resistirse a él? Edward había sido su primer amante, de modo que no tenía con quien compararlo, pero intuía que nunca encontraría a otro semejante.

Existía una importante razón para que Isabella no quisiera que Edward la penetrara. Tenía miedo de que plantara en ella su simiente. Estaba casada con James, y Edward no podría casarse con ella aunque quisiera. Si se quedaba embarazada de él, su hijo le pertenecería legalmente a James, y eso no podría soportado.

-Isabella... déjame entrar. -El tono de su voz era inestable.

-No puedo, Edward, de verdad -dijo Isabella con un sollozo.

Edward la liberó de su peso con un gemido. Las maldiciones amortiguadas eran un indicio de su frustración y su incomodidad. -En otra ocasión, Isabella -prometió Edward-. Pronto -añadió con un tono cargado de promesas.

Maldita fuera, pensó Edward, apartándose de ella. Maldita por su belleza y su obstinación. Y maldito él por no poseerla cuando tan desesperadamente la necesitaba.

Isabella se pegó a la pared todo lo que pudo, incapaz de relajarse hasta que oyó la respiración acompasada de Edward. Incluso después de que él se hubo dormido, ella continuó estando nerviosa. Estaba soñando con cosas agradables y pecaminosas, cuando despertó de repente para encontrarse con las manos de Edward encima. Él sabía exactamente como hacer que su cuerpo volara y ella lo había hecho como una marioneta sobre las cuerdas. ¿Por qué no era capaz de odiarlo? Él se había ganado de sobra su desprecio, sin embargo el odio hacia el Caballero Negro no acababa de encontrar un lugar en su corazón.

Alejó con esfuerzo los pensamientos del hombre que dormía a su lado. El eco de los truenos que surcaban el cielo y el sonido rítmico de la lluvia, la tranquilizaron por fin, y se durmió.

Lo peor de la tormenta había pasado cuando Isabella se despertó a la mañana siguiente. El espacio a su lado estaba vacío y por alguna razón eso la molestó. Se había despertado varias veces durante la noche y en cada una de ellas encontró consuelo al ver a Edward acurrucado a su lado, manteniendo alejado el frío con su calor.

El sonido de voces en el exterior del vestíbulo hicieron salir a Isabella de la cama. Se levantó y se vistió a toda velocidad, impaciente por averiguar el motivo de la conmoción. Las puertas se abrieron de golpe, permitiendo la entrada de un chorro de luz. Apareció un verdadero ejército de hombres y mujeres. Isabella salió de la alcoba para saludarles.

-Somos de la aldea, milady -anunció el portavoz del grupo-.

Lord Edward nos ha dicho lo que teníamos que hacer antes de partir hacia Bidewell para contratar un mampostero y trabajadores. Es una alegría ver al señor del castillo en la residencia.

-Bienvenidos -dijo Isabella con una sonrisa. -Soy lady Isabella.

Como puedes ver, el salón tiene años de suciedad y descuido. En cualquier parte que mire pasa lo mismo.

-Sí, sabemos muy bien el tiempo que ha transcurrido desde que nuestro último señor ocupó Cullen. Me llamo Sue, milady.

-Ya que sabe usted lo que hay que hacer, Sue, puede dirigir a los demás -Revisó las redondas caras de los campesinos que la miraban radiantes y preguntó-: ¿Hay alguna cocinera entre vosotros?

Una rechoncha matrona de mediana edad se adelantó un paso. -Sí, milady. Soy Margot, la mejor cocinera del pueblo -dijo, con un asomo de orgullo. Obligó a una muchacha bastante joven a avanzar. -Y esta es Jessica, mi hija. Quizá podáis utilizarla como vuestra doncella.

Isabella no sabía si Edward quería que ella tuviera doncella, de modo que se limitó a darle las gracias a Margot y dijo que, más tarde, hablaría con Jessica acerca de sus obligaciones.

-Entretanto, Margot, revisa por favor la cocina e informa a Sue de lo que hace falta para ponerla en funcionamiento. Lord Edward volverá pronto con trabajadores para hacer las reparaciones necesarias.

Sue, tomándose al parecer en serio su posición, envió a los criados a realizar las tareas asignadas. Se movieron con torpeza y se fueron. Sue los siguió pegado a sus talones.

 

-¡Ah, lady Isabella, estáis aquí!

Isabella saludó a sir Jacob con una sonrisa. -Buenos días, sir Jacob.

-Buenos días, milady. Lord Edward se ha ido a caballo hasta Bideford antes de que vos despertarais. Yo debo irme dentro de una hora.

-¿Cuál es vuestra misión? -preguntó Isabella con curiosidad.

-Reclutar mercenarios para el ejército de lord Edward.

-Entiendo -contestó Isabella, consciente de lo necesitado que estaba Edward de más hombres.

Temía que James atacara Cullen en breve y su reducido ejército no era rival para el que James traería consigo. Rezó para que James no llegara hasta que Edward estuviera preparado para recibirle.

-Sí. No es gran cosa. Los hombres consideran que es un privilegio luchar bajo la divisa del Caballero Negro. En menos de un mes estaré de regreso con bastantes guerreros experimentados para satisfacer las necesidades del Caballero Negro.

Edward volvió de Bideford a últimas horas de la tarde, con un mampostero y un batallón de trabajadores. Llegaron con dos robustos carros de granja que había comprado, cada uno de ellos cargado con herramientas y harina, y otros productos de primera necesidad: cerveza y materiales que pensó que podían serle útiles a Isabella.

Isabella estuvo muy ocupada los días que siguieron. Se sentía feliz supervisando los arreglos del salón, el solar y los dormitorios. Sus habitaciones privadas le gustaron mucho una vez se vieron libres de todo el hollín y la mugre. Dos días después de su llegada, trajeron los muebles y demás enseres. Camas con somieres de cuerda y gruesos colchones de plumas; potes, cazuelas y utensilios para cocinar y cocer al horno; una tina grande de cobre para el baño; ropa de cama y todo lo necesario para su comodidad.

El trabajo en los muros empezó de inmediato. Los carpinteros empezaron a fabricar bancos, mesas y sillas para los dormitorios y el salón. No pasaba un solo día sin que llegaran nuevos artesanos al castillo para ofrecer sus servicios o vender sus mercancías.

Al cabo de dos semanas, el castillo empezó a sufrir una sutil transformación. Los suelos estaban ahora cubiertos por juncos frescos y fragantes, eliminando el olor nauseabundo que le provocaba arcadas a Isabella. Las paredes habían sido blanqueadas y de ellas colgaban vistosos tapices. Mesas recién talladas y bancos relucían pulidos, y el hogar emitía un humo perfumado. La cocina se había restaurado a toda velocidad, y de ella salían comidas sencillas pero sabrosas, bajo la supervisión de Margot. Isabella estaba contenta con los progresos y empezó a mirar Cullen de manera más favorable.

Isabella vio poco a Edward en el transcurso de aquellos agitados días. Él dormía en la habitación de la torre norte, alejado del solar, y se pasaba la mayor parte del día dirigiendo a los trabajadores y entrenando con sus hombres en el patio. A veces, cuando estaban en la misma estancia, ella sentía su apasionada mirada y una sensación extraña en la nuca. Nunca, en ningún momento era ajena a su presencia, y sabía que él sentía la misma atracción que constantemente los arrastraba al punto de colisión.

Una luminosa mañana, Isabella estaba al borde del acantilado contemplando las olas que chocaban contra la orilla. Le gustaba ver como las columnas de rocío blanco volaban por encima de las rocas que había debajo y el sonido ensordecedor que creaban las olas. Nunca había visto el mar con anterioridad, y este la hipnotizaba.

Conforme iban pasando los días, Isabella empezó a notar un cambio sutil en la forma en que la trataban los criados. Comprendió que no habían llegado a aclararse ni la posición que ocupaba en el castillo, ni la naturaleza de su relación con Edward, y que algunas de las criadas más jóvenes la consideraban una rival en el afecto de Edward. Aunque Isabella había aceptado a Jessica como doncella personal, la atractiva muchacha no hacía ningún secreto de su deseo por Edward.

Un soleado día le pidió a Jessica que sacara las sábanas sucias de su cámara, las lavara y las tendiera fuera para que se secaran. Jessica le dirigió una mirada hostil, e ignoró descaradamente la orden. -Jessica, ¿me has oído? -Repitió el mandato y fue recompensada con un encogimiento de hombros indiferente.

Jessica la miró con condescendencia.

-No tengo porqué obedeceros. No sois la señora del castillo. Obedezco las órdenes de lord Edward. Vos no sois ni su esposa ni su ramera.

Isabella miró a Jessica, horrorizada. -¿Qué has dicho?

-Me habéis oído, milady, sé que lord Edward no os quiere en su cama, ya que dormís sola en el solar. No sé cual será vuestra relación con él, pero os aseguro, milady, que lord Edward no duerme solo.

Se pavoneó ante Isabella, sacando su impresionante pecho.

-Su Señoría es un hombre lleno de vigor -le confió Jessica. Se dio media vuelta y luego se volvió otra vez para lanzarle a Isabella una estocada final. -Si deseáis que se haga la colada, milady, hacedla vos misma.

A Isabella nunca la habían humillado tanto, y le echó la culpa a Edward. El señor del castillo no la había hecho responsable de la casa de forma oficial. Había sido ella quien se echó encima la responsabilidad de que el castillo marchara como la seda. Le daba la sensación de que era lo menos que podía hacer, ya que le debía mucho. Protegerla de James no era tarea fácil, y al hacerla, Edward estaba poniendo en peligro su propia vida.

Sus pensamientos eran tan inquietantes que no vio entrar a

Edward en el salón.

-¿Qué te preocupa, milady? - Isabella dio un violento respingo.

-Edward, me has asustado.

-No me extraña. Estabas a leguas de aquí. -Frunció su hermosa frente. -¿Qué problemas tienes?

En ese mismo instante entro Jessica, vio a Edward y se acercó disimuladamente a él, exhibiendo sus pechos en una descarada invitación. -¿Cerveza, milord?

-No, gracias.

Jessica aleteó sus largas y oscuras pestañas en una invitación que no tenía nada de sutil. Contoneando las caderas, se alejó, pero no tan lejos como para dejar de ver a Edward.

-No me gusta que tu puta me trate con ese desprecio -siseó Isabella-. Sé que no ocupo ninguna posición en tu casa, pero que Jessica alardee de ello es demasiado.

Edward abrió mucho los ojos y giró la cabeza para mirar a Jessica.

Esta le dirigió una mirada abrasadora, bajándose un poco más el escote del corpiño.

-Edward, tenemos que hablar -dijo Isabella, abochornada por la ostensible demostración de Jessica.

-No se me pasó en ningún momento por la cabeza que no te trataran con la mayor cortesía -dijo Edward frunciendo el ceño. -Hablaré con los criados.

Isabella vio que Jessica los estaba observando y se alejó.

-Aquí no podemos hablar. Es imposible estar a solas en el castillo. -Lo cogió de la mano. -Acompáñame al solar. Allí no nos molestará nadie.

Edward la siguió sin protestar por las estrechas escaleras de piedra.

Isabella podía notar la mirada cargada de veneno de Jessica fulminándola, pero le dio igual. Lo que tenía que decirle a Edward era sólo para sus oídos. Entró en el solar, cerró la pesada puerta y se apoyó contra ella, mirándole con ojos acusadores.

-Te han informado mal. No me he llevado a ninguna mujer a la cama desde que llegamos a Cullen -insistió él.

Isabella se puso rígida. -Jessica ha dicho...

-Miente. ¿Por qué ibas a creer a Jessica? -Parecía perplejo e Isabella sintió una punzada de culpabilidad.

-Eres un hombre, Edward. No he esperado nunca que llevaras una vida de celibato.

Él redujo la distancia entre ellos y le enmarcó la cara con sus grandes manos, haciéndola bruscamente consciente de su poder y de su propia fragilidad.

-Yo tampoco, Isabella.

Entonces la boca de él cayó sobre la de ella, apasionada, dura y exigente. Isabella no se apartó, aunque sabía que debería hacerlo. Era una mujer casada; unida a un hombre al que temía y odiaba. La lengua de Edward se deslizó suavemente dentro de su boca, entrando y saliendo de ella con un movimiento repetitivo. Una caliente humedad se le formó entre los muslos, un calor prohibido. En un instante de cordura se dio cuenta de que debía detenerlo antes de que fuera demasiado tarde, pero en vez de hacerlo, se aferró a los musculosos brazos y le devolvió el beso.

-¿De qué deseabas hablar? -susurró él contra sus labios. Ella se pegó a él, incapaz de pensar.

-Edward.

Las manos de él abandonaron su rostro y se deslizaron por su cuerpo, en una ligera y tranquilizadora caricia. -¿Qué? Dímelo.

-Yo... Nosotros...

Las manos de él le rodearon las nalgas, agarrándolas y separándolas, buscando el calor femenino a través de la ropa. Repentinamente mareada, Isabella se estremeció, deseándolo con impaciencia. Las manos de él sobre ella la despertaban y excitaban, volviéndola loca de deseo. Él continuó acariciando los pliegues femeninos a través de la ropa, hasta que a ella empezaron a flaquearle las rodillas y comprendió que su voluntad para resistirse al Caballero Negro, había desaparecido.

Isabella se aferró a sus hombros con desesperación, hasta que su respiración se convirtió en un jadeo y empezó a temblar.

Él separó la boca de la suya de pronto y la miró fijamente como si intentara leerle el pensamiento. Luego sonrió. Ella exhaló un suspiro ahogado cuando él la cogió en sus brazos y la empujó hacia el dormitorio. Ella tropezó. Él la levantó en brazos y cruzo con ella la puerta abierta. Entonces la dejó de pie en el suelo, cerró la puerta de golpe y giró la llave. Todavía sonreía cuando la obligo a retroceder hasta la cama.

El tono ronco de su voz la advirtió de que en esa ocasión no habría vuelta atrás.

-Es el momento, Isabella. Te lo he avisado de sobra.

La luz del sol se derramaba por las ventanas, iluminando su bronceado rostro. Su expresión era implacable, completamente decidida y de una intensidad aplastante. Aunque ella se hubiera resistido hasta entonces a sus requerimientos, siempre supo que ese día tema que llegar. No importaba que fuera una mujer casada. La Iglesia no consideraba que un matrimonio era legal hasta que estaba consumado, y James no se había acostado con ella. Ella se había asegurado de ello.

-No pienses, Isabella -le suplicó Edward, como si supiera lo que estaba pensando. -Esto tenia que suceder. La paciencia es una virtud de la que carezco.

Se sacó la túnica por la cabeza y la dejó a un lado. Luego se aflojó los lazos de las calzas, y su virilidad quedó libre. Ella contempló su increíble longitud y dureza. Había tenido su parte viril dentro de ella, pero nunca la había visto a la luz del día. Era enorme. Vio las venas que palpitaban a ambos lados y se fijó en una gota de líquido adherida en la punta violácea.

Le ardieron las mejillas cuando él se quitó las calzas y las tiró al lado de la túnica. Contuvo el aliento. Era magnífico. Alto y de una poderosa y viril constitución; todo lo que ella sabía que sería, aquello con lo que siempre había soñado.

De pronto, las manos de él se dirigieron a las pulcras trenzas en las que se había recogido el pelo, alrededor de la cabeza, esa mañana.

-Quiero que lleves el pelo suelto cuando te haga el amor.

Ella asintió y empezó a quitarse las horquillas de madera del pelo.

Cuando las trenzas cayeron a su espalda, Edward comenzó a deshacerlas, extendiendo los hilos de seda con los dedos hasta que se derramaron en brillantes ondas castañas por la espalda.

Edward le apartó el pelo y la besó en la nuca.

-Me gusta tu cabello -murmuró con voz ronca. -Cuando eras niña me parecía horrible. Debía estar ciego.

Isabella recordó cómo se había burlado Edward del color de su pelo, llamándola Cabeza de Zanahoria y otros nombres parecidos. Pero a ella no le importaba, porque por aquel entonces quería a Edward con la clase de cariño que sólo un niño es capaz de dar.

-Quítate la ropa. -Su voz era áspera y apremiante. -Te deseo, dulce Isabella. Ahora. Esta vez va a ser distinto. No va a haber dolor y me voy a tomar tiempo para darte placer.

Isabella contuvo una sonrisa. ¿Acaso no sabía que ya se lo había dado la primera vez, a pesar del dolor inicial? Lentamente, observando como la expresión de él cambiaba de apreciativa a una necesidad feroz, comenzó a desnudarse. Como sus movimientos eran demasiado lentos para el gusto de él, le agarró el escote de la camisola.

-No. Paciencia, milord. No puedo permitirme perder una pieza de ropa cuando dispongo de tan poca.

-Te daré una docena a cambio.

Entonces la rasgó por el medio, tirando los trozos con un gruñido de impaciencia.

Isabella se acobardó ante el detenido examen al que la sometió. Se hubiera dado la vuelta y echado a correr de no ser porque él la sujetó por los brazos y la atrajo hacia sí. Pecho contra pecho, cadera contra cadera, su calor la quemó y provocó su deseo. Cuando sintió su miembro palpitando contra ella, gritó su propio deseo.

-¡No puedo esperar! -Sobresaltada por su arrebato, enrojeció.

-¡Ah, dulce Isabella, cómo me complace tu impaciencia! Vamos a ir despacio, milady. Quiero conocer todos tus secretos.

Entonces la arrastró hasta la cama.

A Isabella dejó de funcionarle el cerebro. La mirada de él era puro fuego que la abrasaba en todos los lugares en los que se posaba. Ahuecó uno de sus pechos. Su boca buscó el pezón. Lo aspiró con fuerza, arrancándole un grito. Las manos de él estaban sobre sus hombros, su espalda y sus muslos. La piel de él, áspera a causa del vello, la afectaba como un afrodisíaco. Su contacto, su sabor, su olor, todo se combinaba para proporcionada la clase de placer insaciable que no tenía ningún derecho a reclamar. Al menos con ese hombre que no era su prometido ni su marido.

Tembló con violencia bajo los besos que llovían sobre su cuerpo.

La boca de él era cálida, su lengua dura y firme, provocando un placer indescriptible que se elevaba en su interior, con cada rápido movimiento. Estaba perdiendo el control. Lo sintió deslizarse hacia abajo por su cuerpo y temió que se detuviera hasta llegar a...

-¡Edward!

Él se arrodilló entre sus muslos y alzó la vista hacia ella cuando gritó su nombre. Destellaron sus ojos plateados y le dirigió una deslumbrante sonrisa. Luego inclinó la cabeza y contempló su intimidad como si fuera un banquete que estuviera impaciente por devorar. Ella casi perdió el control cuando los expertos dedos de él le acariciaron el interior de los muslos, hasta los labios de su sexo, separándolos para su placer. Entonces la besó en ese lugar.

Isabella no era capaz de respirar ni de pensar. -Por favor.

No sabía que tales cosas estuvieran permitidas, y mucho menos que fueran tan maravillosamente excitantes.

Él vaciló, levantando la vista hacia ella.

-¿Sigo?

-No... Si... ¡No lo sé! Es inmoral.

-Sí -estuvo de acuerdo Edward-. Y también pecaminoso.

-Dime Isabella, ¿quieres que me detenga?

Ella notaba su cálido aliento en los sensibles pliegues de su feminidad y tuvo miedo de morir si él se detenía ahora.

-No, no pares. Lleva esto hasta el final.

Él bajó la cabeza y deslizó la lengua sobre su carne húmeda e hinchada. Ella intentó abrazarlo y se dio cuenta de que los dedos de ambos estaban entrelazados y las manos aprisionadas a los lados. La lengua de él golpeó un lugar tan sensible que le arrancó un grito. Aturdida, se arqueó hacia arriba con violencia. Él le liberó las manos y estas se dirigieron inmediatamente hacia sus hombros, clavándole las uñas en la piel.

Una sensación de gozo se elevó dentro de ella. Era fuerte y tan poderosa que parecía un volcán a punto de estallar. Y entonces lo hizo.

 

--------------------------

AAAAAAAAA BUENO POR LO MENOS HIZO LO HIZO SUFRIR UN POCO Y SE RECISTIO LO MAS QUE PUDO ¿NO?, TODAVIA PUEDE DEJARLO A LA MITAD COMO LO HA HECHO ANTES JAJAJA ¿CREEN QUE LO HAGA? YO LO DUDO,  GRRRRRR YA ME DABA QUE JESSICA ERA UNA ZORRA MUY LARGA, ESPEREMOS QUE EDWARD LA PONGA EN SU LUGAR, PRONTOOOOOOOO, AAAA TODO ESTA MUY TRANQUILO POR AHORA, HAN PASADO DIAS Y NO SE HAN ESCUCHADO NOTICIAS DE JAMES, PERO DUDO MUCHO QUE ESTE CON LOS BRAZOS CRUZADOS.

 

QUIERO AGRADECERLES A TODAS SU APOYO, POR EL NUMERO DE VISITAS DIARAS SE QUE HAY MUCHAS LECTORAS, PERO ME DA TRISTESA QUE NI EL 95% DE ELLAS NO SE ANIMEN A COMENTARME O DARME SU VOTO :(, NO ES MUCHO PEDIR ¿O SI? NO ESTOY EXIGIENDO NADA, SOLO QUE QUIERO QUE VEAN QUE ES POR ESO QUE MUCHAS ESCRITORAS ABANDONAN LAS HISTORIAS, Y ANTES DE DABA CORAJE QUEDARME A LA MITAD PERO AHORA LAS ENTIENDO, ES POR ESO QUE AGRADEZCO  CONTAR CON MIS GUAPAS AMIGAS QUE SIEMPRE ME ALEGRAN CON SUS ENTUCIASTAS COMENTARIOS Y SOBRE TODO QUE LO HACEN CADA DIA, MUCHAS GRACIAS POR TOMARSE SU TIEMPO.

 

BESITOS GUAPAS, LAS VEO MAÑANA

Capítulo 8: SIETE Capítulo 10: NUEVE

 
14431725 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10749 usuarios