Gales, 1336
Un niño aspira a ser caballero.
El alto e imponente caballero miró fijamente al niño de diez años, inmovilizándolo con unos fríos ojos grises que mostraban una leve compasión.
-¿Sabes quién soy, muchacho?
El chico alzó la vista hacia el extraño caballero, pero no se estremeció bajo aquella mirada de piedra, carente de humor. -No, señor.
-¿Tú madre no te contó nada sobre tu padre?
-Dijo que era inglés y que no la quería. Se casó con ella y luego la abandonó. ¡Le odio! -afirmó el niño con fiera vehemencia. -Aunque no haya puesto jamás los ojos en él, siempre le odiaré.
-Mmm -dijo el caballero, acariciandose el mentón libre de barba. -Conserva ese odio, muchacho. Aliméntalo. Vas a necesitarlo para superar los años venideros. Este mundo no está hecho para los bastardos.
El niño se irguió con orgullo, alzando la barbilla con gesto belicoso.
-¡No soy ningún bastardo, señor! -declaró. -La abuela Nola me dijo que la unión de mis padres fue bendecida por un sacerdote en la iglesia del pueblo, y ella no miente.
-Te va a costar demostrar tal cosa, muchacho -dijo el caballero con severidad. -Si quieres sobrevivir será mejor que te libres de esas fantasías.
-¿Por qué os preocupa? -le desafió el niño. -¿Quién sois?
-Tengo entendido que tu madre te llamó Edward -siguió el caballero sin hacer caso de las preguntas del niño. -Eligió bien. Significa dragón. Es un buen nombre. Harás bien en recordar su significado y cumplir con lo que augura.
Edward echó un vistazo por encima del hombro, hacia la choza que compartía con la abuela Nola, y la vio de pie en la entrada retorciéndose las manos con inquietud. Parecía asustada. ¿Temía que el caballero inglés fuera a hacerles daño?
El caballero seguía mirando fijamente a Edward como si intentara decidir algo de gran importancia.
-¿Qué estáis mirando? -quiso saber Edward con audacia. -¿Quién sois y qué queréis de nosotros?
-Soy Anthony de Masen, tu padre.
-¡No! -negó Edward, retrocediendo. -¡Marchaos! ¡No os necesito! ¡Os odio!
Anthony sujetó con fuerza el rígido hombro de Edward.
-Hay mucha ira en ti, muchacho, pero no es algo malo. Tendrás que luchar en cada paso del camino, si quieres sobrevivir. ¿Entiendes lo que te digo?
Edward sacudió la cabeza.
-Aprenderás -vaticinó Anthony-. ¿Cómo murió tu madre?
-¿Qué os importa?
Anthony le dio un pequeño golpe en la cabeza. -No me hables así. ¿Cómo murió Elizabeth?
-La fiebre se la llevó. Todos estábamos enfermos, pero sólo murió mi madre. Era la más débil.
El rostro de Anthony se ablandó durante un breve instante.
-Una lástima -murmuró. Después su expresión volvió a ser áspera. -¿Sabes por qué estoy aquí?
-No, y no me importa. Dejadnos en paz a la abuela y a mí. No os necesitamos.
-Creo que lord Charlie no tardará en enseñarte modales. Estaba visitando a Charlie de Swan cuando conocí a tu madre, ¿sabes? Yo era tan sólo un joven de dieciocho años y me gustaba cazar. Las tierras de Charlie discurren a lo largo de la frontera y cruzamos a Gales para cazar jabalíes. Por casualidad vi a Elizabeth recolectando bayas en los bosques. Pero eso no viene al caso ahora -añadió con displicencia-. Tienes que embalar tus pertenencias y venir conmigo.
A pesar de su bravuconería, a Edward le tembló la barbilla.
-¿Y dejar a la abuela? No, no iré con vos a ninguna parte. No me importa quién seáis.
-Vendrás -insistió Anthony.
-¿Cómo os enterasteis de lo de mi madre? ¿Quién os dijo que había muerto?
-Hace años le pedí a Charlie de Swan que me mantuviera informado de su salud. Sus espías le informaban con regularidad. Le notificaron la muerte de tu madre, y Charlie me envió un mensaje.
Los ojos plateados de Edward, tan parecidos a los de su padre, brillaron con odio implacable.
-¿Por qué? Jamás nos quisisteis.
-Es complicado -explicó Anthony-. Mi padre ya me había prometido a Victoria de Leister y no permitió que se rompieran los esponsales. Tengo una esposa y un hijo unos meses más joven que tú. Eso es lo único que tienes que saber. Ahora vete y empaca tus cosas.
-¿Dónde me lleváis?
-Al castillo de Swan. James, mi hijo y heredero está siendo educado por Charlie de Swan. Dentro de unos años se convertirá en caballero, y tú vas a ser entrenado para convertirte en su escudero.
Edward sacudió la cabeza con vigor. -¡No, yo quiero ser un caballero!
-Los bastardos no se convierten en caballeros.
-Seré un caballero -declaró Edward con la determinación de un niño de diez años.
-Conserva esa tenacidad, muchacho, vas a necesitarla.
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