EL CABALLERO NEGRO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 04/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 259
Visitas: 73220
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

Cuando el Caballero Negro entró en el Castillo de Swan cabalgando sobre su negro caballo de guerra. Vestido de negro de la cabeza a los pies, era todo músculo y firmes tendones marcados por la batalla. Con su negra armadura sin adornos, parecía cruel y siniestro, tan peligroso como su nombre indicaba. Era un hombre conocido por su coraje y fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Pero cuando vio a Isabella de Swan, con sus largas trenzas castañas y sus femeninas curvas, apenas pudo contener sus emociones. Fue la traición de ella doce años atrás quien cambió su juvenil caballerosidad y le convirtió en un duro caballero. Fue ella quien le hizo jurar no volver a confiar en una mujer, y usarlas sólo para su placer. Pero ella desataba la pasión en su cuerpo, la bondad en su alma y el amor en su corazón.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "The Black Knight de Connie Mason"

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Capítulo 19: DIECINUEVE.

Un caballero conoce a su enemigo.

 

 

 

James se levantó de un salto, con el rostro deformado por la rabia. -¿Qué os ha contado Edward, sire? Todo es falso. Yo soy el legítimo conde de Masen. Nada de lo que él diga puede cambiar eso.

-Cuidado -advirtió Eduardo-. No estoy basando mi juicio en la palabra de un hombre. Hay pruebas que demuestran que Elizabeth y lord Anthony de Masen estaban legalmente casados. Eso convierte a Edward de Cullen en el hijo mayor y legítimo heredero de Anthony, en tanto que vos… -Se calló, pero todo el impacto de lo que pensaba no le pasó desapercibido a James.

-Mostradme las pruebas -exigió James-, y demostraré que son falsas.

-¡Ah, aquí vienen ya el padre Ambrose y sir Jacob! -dijo el rey.

-¿Quién es el padre Ambrose?

-El padre Ambrose es quien casó a mis padres -contestó Edward-. El matrimonio fue legítimo, pero no el de Anthony con tu madre. Teniendo en cuenta la poca diferencia de edad que hay entre nosotros, y la prisa con la que se casaron tus padres, es imposible que consiguieran una anulación o un divorcio en tan corto espacio de tiempo. El padre de Anthony ordenó incendiar la iglesia y destruir los registros. Tú eres el bastardo James, no yo.

-¡El sacerdote miente! -dijo James furioso-. Ha sido sobornado para levantar falso testimonio.

El padre Ambrose dio un paso adelante.

-Yo no miento, hijo mío. Celebré el matrimonio de buena fe y yo mismo me encargué de anotarlo en el registro. He traído la prueba que demuestra lo que estoy diciendo.

-La iglesia se incendió hace años -contestó James con expresión de superioridad. -Sois un impostor.

-¡Basta! -bramó Eduardo-. La prueba no deja lugar a dudas y ya he tomado una decisión. Lo único que se os exige ahora es que juréis lealtad a vuestro señor feudal.

-Jurar lealtad a Edward! -explotó James-. ¡No! Jamás. -Su sombría mirada se centró en Isabella y sus labios se curvaron en una sonrisa que no se reflejaba en sus ojos. -Me habéis despojado de mi título y de mi fortuna, pero no podéis quitarme a mi esposa. Tengo el derecho, otorgado por Dios, a llevarme a Isabella conmigo cuando abandone este maldito lugar.

La expresión de Edward se volvió salvaje y emitió un gruñido. -¡Por encima de mi cadáver!

-Eso se puede arreglar fácilmente -dijo James suavemente.

-Sí, eso te gustaría hermano. Hasta ahora no entendía por qué deseabas verme muerto. Temías que se supiera la verdad.

-No sabes ni la mitad del asunto -masculló James para sí. -Majestad, sólo Dios puede arrebatarle la esposa a un hombre -añadió en voz alta.

-No existe ningún matrimonio -afirmó Isabella, incorporándose a la disputa. -Un matrimonio que no ha sido consumado, no es válido.

-En eso es tu palabra contra la mía -insistió James.

-Y ya sabemos que tú eres un mentiroso -le acusó Isabella-. ¿Cuánto hace que sabes que Edward es el verdadero heredero de Masen?

-No te debo ninguna contestación, esposa.

-Puede que no -intervino Eduardo-, pero yo soy tu rey y a mí sí que me la debes. ¿Cuánto tiempo hace que sabes que Edward era el heredero de Anthony?

Edward creía que James iba a mentir, pero al parecer, su hermano temía demasiado al rey.

-Lo sabía desde que fui lo bastante mayor como para preguntarle a padre sobre su decisión de educar a Edward en Swan. Si Edward hubiera sido bastardo, padre no se hubiera preocupado por su bienestar -Volvió su atención hacia Isabella-. Vamos, esposa, ha llegado el momento de irse.

Isabella se volvió hacia el rey con mirada suplicante.

-Os lo ruego, Majestad, no me obliguéis a ir con James. Sería incapaz de vivir con un hombre al que hago responsable de la muerte de mi hermana.

-¿Qué tenéis que decir a eso, sir James? -preguntó Eduardo.

-Mi esposa no sabe lo que dice, sire. Irina murió de una afección de estómago. Desafío a cualquiera a demostrar lo contrario.

-No puedo emitir un juicio sin analizar antes todas las cosas de las que me he enterado hoy -dijo Eduardo, golpeándose la barbilla con un dedo. -No es un asunto sencillo. Puede que el padre Ambrose y el padre Bernard quieran ayudarme con su sabiduría. Entre los tres decidiremos si el matrimonio es válido o no.

-Lo es -insistió James-. No permitiré que Edward consiga a Isabella. Llevo demasiado tiempo esperándola.

-Edward no tiene nada que ver -afirmó Eduardo-. Ya tengo una novia en mente para él.

Lanzó una mirada benévola en dirección a este último. -¿Cuándo sabré vuestra respuesta? -preguntó James, secamente.

-Consultaré con los sacerdotes y os la daré cuando lleguemos a una decisión. Mientras tanto, vos y lord Emmett podéis volver a vuestro campamento fuera de las murallas o quedaros en el castillo.

-Yo me quedo -dijo Emmett-. No siempre he sido un buen hermano para Isabella y me gustaría compensarla.

-Yo también me quedaré -contestó James.

-Muy bien -dijo Eduardo-, que así sea. Estoy seguro de que lord Edward os conseguirá a ambos habitaciones apropiadas dentro del castillo.

Edward hizo una señal a Sue y el administrador se apresuró a adelantarse.

-Mi administrador os acompañará a vuestras habitaciones.

-Seguidme, milores -dijo Sue, inclinándose hacia James y Emmett.

Momentos después, el rey abandonó la estancia y al poco el salón quedó vacío, dejando solos a Edward y a Isabella.

-Estoy preocupada -dijo Isabella, cogiendo a Edward de la mano. -¿Qué sucederá si el rey decide que yo siga siendo la esposa de James y que tú tienes que casarte con lady Elena?

-Ven, no podemos hablar aquí -contestó Edward, empujándola hacia las escaleras.

Ninguno de ellos volvió a hablar hasta que entraron en la habitación de Isabella y Edward cerró la puerta tras ellos.

Abrió los brazos y Isabella se lanzó a ellos.

-Lo odio, Edward, de verdad. Moriré si tengo que ser su esposa. ¿Dónde me llevará a vivir? Masen ya no es su casa.

-Me parece que la madre de James le dejó una pequeña propiedad cerca de York. No estará arruinado. No te preocupes. Juro que nunca te tendrá. Decida Eduardo lo que decida, tú eres mía.

Le acarició el vientre con la mano. -Mi hijo -dijo posesivamente.

-Sí, tuyo -reconoció Isabella.

-El deber me llama, amor mío. Intenta no preocuparte. Tengo confianza en que el rey tomará la decisión correcta.

Edward sentía tener que dejar a Isabella, pero dirigir un castillo era complicado y exigía mucho tiempo, sobre todo con el rey residiendo allí. Cuando llegó al salón se encontró con el capitán de la guardia esperando para hablar con él.

-Milord, el capitán de la guardia de sir James desea hablar con vos. Os está esperando en el rastrillo.

-¿Sabes qué es lo que quiere? -preguntó Edward, sorprendido por el nuevo giro de los acontecimientos.

-No, pero ha insistido mucho en hablar con vos personalmente.

-De acuerdo -dijo Edward, alejándose rápidamente.

La escena que presenció detrás del rastrillo lo llenó de asombro.

Alineado tras su capitán; en quien Edward reconoció de inmediato a sir Vladimir, el hombre cuyas ofrendas de comida y agua lo habían mantenido con vida en la mazmorra de Swan; estaba el ejército de James. El rastrillo se levantó y Edward lo cruzó.

-¿Qué significa todo esto, sir Vladimir?

-Es muy sencillo, lord Edward -explicó -. Deseamos jurar lealtad al Caballero Negro, el nuevo señor de Masen. -Como obedeciendo a una señal, todos los hombres se arrodillaron ante su nuevo señor.

Edward miró aquel mar de rostros anhelantes y se le hizo un nudo en la garganta. Nunca se le había ocurrido que, algún día, llegaría a inspirar la clase de respeto que ahora le demostraban esos hombres. -¿Cómo os enterasteis?

-El rumor ha corrido como la pólvora. Nos llegó hace poco. Estoy hablando en nombre de todos los presentes. Lord Edward de Masen y de Cullen, os ofrecemos nuestra lealtad. -Hincó una rodilla en el suelo y extendió la mano con la palma hacia arriba. Edward apoyó el pie en ella.

-Levantad. -ordenó. -Acepto vuestra lealtad.

-¿Cuáles son vuestras órdenes, milord? -preguntó sir Vladimir, levantándose.

-Esta noche quedaos para el banquete. Mañana por la mañana, llevad el ejército a Masen para proteger mi propiedad de los ladrones. Decidle al administrador que no tardaré en investigar la propiedad e informadle de que mi intención es revisar los libros con él en cuanto llegue.

-¿Qué significa esto? -James apareció junto al codo de Edward con evidente ira. -Vengo a hablar con mis hombres. ¿Por qué les estás dando órdenes? No tienes ningún derecho a hacerlo.

-Ya no son tuyos -dijo Edward-. Yo soy el nuevo señor de Masen. Todos los presentes me han jurado lealtad.

-¿Todos? -preguntó James, claramente asombrado.

-Sí, todos. Les he ordenado que regresen a Masen. Cullen no puede mantener a tanta gente.

-¡Espera! -le gritó James a sir Vladimir-. Te ordeno que te quedes.

-Ahora servimos al Caballero Negro -contestó sir Vladimir-. Lord Edward es un buen señor; le serviremos bien. Ya no estamos bajo vuestras órdenes.

Una vez dicho esto, sir Vladimir saludó a Edward y condujo a los hombres de regreso al campamento.

-Me las pagarás, Edward -siseó James-. Ahora crees que lo tienes todo, pero todavía queda Isabella. Nada puede cambiar el hecho de que es mi esposa -Su voz vibró, cargada de amenaza. -Sólo muerta la tendrás. Piensa en ello, sir Bastardo.

Entonces se dio media vuelta y se fue. Si Edward hubiera visto la amenazadora expresión de James, le habría matado allí mismo, ya que los ojos de James delataban exactamente como se iba a vengar de las dos personas a las que más odiaba.

A la hora del almuerzo, el salón estaba saturado. El rey pareció sentirse molesto cuando apareció en compañía de los sacerdotes, e Isabella se preguntó si Eduardo ya habría tomado una decisión. Estaba sentada al lado de Edward en la mesa principal, intentando permanecer tranquila a pesar de la ansiedad. Percibió la diabólica mirada de James fija en ella, y se negó a mirarle. No le habían invitado a sentarse en la mesa principal y estaba agradecida por ello, pero su malévola mirada se posaba en ella demasiado a menudo para su paz mental.

Masticó pensativamente un bocado de carne de venado asado que Edward le había puesto en el plato y dirigió la atención hacia Emmett y lady Elena. Estaban sentados hombro con hombro y parecían haber encontrado puntos en común mientras charlaban relajadamente entre ellos. A diferencia de Edward, a quien Elena temía, Emmett parecía haber obtenido su atención. Isabella tuvo que admitir que Emmett era un hombre atractivo y campechano, excepto cuando James lo pinchaba para hacer cosas que iban en contra de su carácter.

Se había sorprendido cuando Emmett fue a buscarla para pedirle perdón. Declaró su arrepentimiento por haberla obligado a contraer un matrimonio que ella aborrecía y juró que no volvería a hacer nada que la perjudicara. Firmaron una débil paz y Emmett le dijo que sería bien recibida en Swan y que la mantendría sana y salva en caso de que decidiera pedir que la protegiera de James.

Isabella sospechaba que Emmett sería una persona completamente distinta sin la mala influencia de James; al parecer lady Elena ya había descubierto algunas buenas cualidades en él. Sonrió cuando se le ocurrió una idea. Emmett no estaba comprometido y, que ella supiera, no tenía ninguna amante. Era dos años mayor que ella y debería haber tomado una esposa tiempo atrás. Al ver el rubor en el rostro de lady Elena ante los tímidos elogios de Emmett, a Isabella se le levantó el ánimo.

-¿Por qué sonríes? -preguntó Edward, acercándose para susurrarle al oído.

-Mira a Emmett y a lady Elena -contestó Isabella-. Parece que se sienten atraídos el uno hacia el otro.

Edward echó un vistazo a la pareja y sonrió de oreja a oreja. -¿Crees que a lady Elena le gusta más Emmett que yo?

-Eso espero. Puede que le pregunte a quien prefiere. Creo que el rey desea que sea feliz y Emmett necesita una esposa.

Él la acarició con la mirada. -Siempre supe que eras inteligente.

Después del almuerzo, el rey se encerró de nuevo con los sacerdotes y Edward salió a entrenarse con sus caballeros. James se escabulló para rumiar su propia ira y Emmett se reunió con Edward.

Isabella arrinconó a lady Elena antes de que esta abandonara el salón.

-¿Puedo hablar con vos, lady Elena?

Por un momento pensó que iba a negarse y se sintió aliviada cuando Elena accedió de mala gana.

-Muy bien lady Isabella. ¿De qué deseáis hablarme?

Isabella la condujo a un lugar apartado, cerca de la chimenea. -Parece que mi hermano se siente bastante atraído por vos.

-Vuestro hermano es un caballero. No me asusta como...

-Como el Caballero Negro -terminó Isabella por ella. -¿Por qué deseáis casaros con Edward si os gusta mi hermano?

-Tengo que obedecer al rey -dijo Elena-. Pero no sabía que el Caballero Negro sería así... tan estremecedoramente viril -Sufrió un delicado estremecimiento. -Esperaba que fuera alguien como... lord Emmett. Pero obedeceré al rey y procuraré ser una buena esposa para lord Edward. ¿Vais a marcharas con vuestro hermano? Puede que no me guste este matrimonio, pero no permitiré que mi marido mantenga a una amante.

-Puede que esta unión tampoco sea del gusto de Edward -sugirió Isabella-. Sabéis que no me va a dejar. Si, como creo, preferís a Emmett, deberíais hacérselo saber al rey. Emmett es tan buen partido como Edward. Incluso mejor en algunos aspectos, ya que no tiene ninguna amante. Su linaje es impecable y es rico.

-Ahora que es conde, lord Edward es rico -reflexionó Elena, pensativamente-. Sería un buen matrimonio.

-¿Estáis preparada para hacer frente a la gran actividad de Edward en la cama? -preguntó Isabella-. Es un amante sensual y exigente.

Elena palideció.

-Ya le he informado que una vez que esté embarazada ya no será bienvenido en mi cama. Y sólo volveremos a hacer eso cuando él desee tener otro hijo.

Isabella estuvo a punto de echarse a reír en la cara de Elena. -Me imagino lo que contestó.

-¿Tan insaciable es? -preguntó Elena, con evidente conmoción.

Isabella esperaba que se lo pensara dos veces antes de casarse con Edward.

-Sí, pero no es tan malo.

Elena hizo una mueca. -No me gustaría.

-En ese caso os sugiero que dirijáis vuestras miras hacia otra parte. Quizá hacia lord Emmett. Es la clase de hombre que se doblegará a vuestros deseos. Pensadlo, Emmett no siempre ha sido un buen hermano. Lord James lo pervirtió, pero Emmett me ha pedido perdón y creo sinceramente que quiere cambiar de vida. Vos sois exactamente la clase de mujer que necesita para impedir que vaya con hombres sin escrúpulos como James.

-¿De verdad lo creéis? -preguntó Elena esperanzada. -Parece que a lord Emmett le gusto de verdad. Y me parece que no es un hombre demasiado exigente.

-Pensadlo, lady Elena -la animó Isabella-, y luego tomad la decisión más sensata.

-Vos queréis al Caballero Negro -dijo Elena.

-Así es, milady, lo quiero. -Se llevó las manos al vientre. -Y pronto le daré un hijo.

Sonrió y se alejó, dejando a Elena muda tras ella. No sabía que James había permanecido oculto en las sombras, no lo bastante cerca como para oír lo que decían, pero lo suficiente para ver que Isabella había dicho algo que había impresionado a lady Elena.

-¿Qué os ha dicho mi esposa? -preguntó James, acercándose furtivamente a Elena.

Elena se sobresaltó con violencia.

-¡Ah! Me habéis asustado.

-¿Qué es eso tan sorprendente que os ha dicho mi esposa? -insistió James.

-No creo que le gustéis demasiado -dijo Elena arrugando la nariz.

James soltó un resoplido de risa.

-Contadme algo que no sepa. Sin embargo, Isabella es mía. Si ella saliera de vuestra vida, puede que Edward os prestara más atención.

-No, no lo haría. Edward tiene razón; nosotros no congeniaríamos. Además, lord Emmett me mira con aprecio. Puede que consiga que el rey me entregue a él en vez de a Edward.

Imposible obtener la ayuda de lady Elena, pensó James mientras se alejaba dando zancadas. Tenía que haber algún modo de conseguir que Isabella se quedara sola, lo único que tenía que hacer era encontrarlo. Estaba convencido de que la única forma de hacer daño a Edward era por medio de Isabella. Antes de irse de Cullen encontraría la manera de vengarse de ellos.

Los criados le prestaron escasa atención cuando abandonó el salón. Se encaminó directamente hacia los establos. A esa hora del día no había nadie, de modo que ensilló él mismo a su caballo. Los pollos y los gansos se dispersaron cuando salió a caballo por el patio interior. Edward le dio alcance en el rastrillo.

-¿A dónde vas?

-Necesito hacer ejercicio. ¿Estoy prisionero en Cullen? ¿No tengo derecho a ir y venir como me plazca?

-Le daré instrucciones al guardián del portón para que te permita pasar libremente -replicó Edward-. No es mi intención retenerte en Cullen más tiempo del necesario.

Edward soltó las riendas de Zeus y desmontó. James sonrió con astucia y salió por el rastrilló levantado. Vagó sin rumbo por los acantilados antes de darse cuenta de las posibilidades que ofrecían. Encontró un lugar por el que podía pasar el caballo y lo guió hacia la playa de rocas que se extendía abajo. Dio con la cueva por casualidad mientras exploraba los acantilados. La entrada estaba por encima del nivel de la marea, y desmontó para explorarla. Para llegar a ella tuvo que escalar por las rocas. Para su sorpresa se encontró con una antorcha apagada que estaba en el suelo, fuera de la cueva, y se dio cuenta de que no era la primera persona en entrar allí.

Acercó una llama a las ramas secas que prendieron en seguida.

Dirigido por la luz, se introdujo más en la cueva y vio señales de actividad reciente. Sonriendo con satisfacción, mojó la antorcha y la dejó donde la había encontrado. Luego bajó a la playa, donde lo esperaba su caballo. Cuando volvió al castillo, tenía la mente llena de desagradables ideas que tenían que ver con Edward y con Isabella.

En el transcurso de la cena y los entretenimientos que Edward había dispuesto para esa noche, el rey estaba de buen humor. El rastrillo se había dejado levantado para que los hombres que acampaban fuera de los muros pudieran asistir al banquete e ir y venir a su antojo. El salón estaba atestado. Eduardo no dijo nada sobre su decisión acerca del destino de Isabella, ni tampoco mencionó la conversación privada que había mantenido con lady Elena, ese mismo día, pero lo cierto era que tenía un brillo en la mirada que Isabella intentó descifrar con todas sus fuerzas. Se estuvo moviendo con nerviosismo durante toda la larga cena.

La sólida presencia de Edward a su lado no consiguió calmada como era habitualmente. Por alguna razón no podía librarse de un terrible presentimiento.

Cuando el juglar terminó con la última narración, el rey se levantó e hizo una señal para que se hiciera el silencio.

-Propongo un brindis -dijo levantando su copa hacia Edward-. Por lord Edward, conde de Cullen y de Masen.- Una ruidosa exclamación de "Eso, eso", resonó por todos los rincones del salón. El rey dio un largo trago y luego se volvió hacia Isabella-. ¡Y por la nueva señora de Cullen y Masen!

James, al fondo del salón, soltó la copa y escupió un juramento.

Se hizo un silencio de asombro mientras todos los ojos se volvían hacia James.

-Acercaos, sir James. -ordenó Eduardo.

James echó a andar con la barbilla adelantada de forma belicosa.

Se detuvo ante la mesa principal, mirando con furia al rey, a Edward y, sobre todo, a Isabella.

-No podéis hacer esto, sire -declaró James-. Mi matrimonio con lady Isabella es legítimo y vinculante.

-No fue consumado -replicó Eduardo-. Mi decisión está tomada. En vista de que mi presencia ya no es necesaria, tengo intenciones de irme mañana. Mi hija está esperando un hijo y prometí volver a Londres a tiempo para el nacimiento. No tenía planeado permanecer tanto tiempo en Cullen.

-¿Los sacerdotes están de acuerdo? -lo retó James-. ¿Están dispuestos a pasar por alto un matrimonio legal?

-Están de acuerdo conmigo. El matrimonio no fue consumado de modo que no existe. Es potestad mía como rey, anular la boda y así lo he hecho.

-Pero el Papa...

-Lo que decretó el Papa no importa, ese matrimonio sigue pareciéndome un incesto. Además, no me pedisteis permiso para casaros.

-¿Y qué pasa con lady Elena? ¿No iba a ser para Edward?

-Así es, pero ninguno de los dos lo deseaba. Parece ser que lady Elena prefiere a otro. -obsequió a lady Elena con una afectuosa sonrisa. -Lord Emmett ha solicitado permiso para casarse con ella. -¡Lord Emmett! -escupió James-. ¡Ese débil lameculos!

Eduardo lo despidió con un seco ademán.

-¡Fuera, me estáis ofendiendo! Tuve que tomar una decisión y la tomé.

James se despidió del rey con una insolente reverencia y se fue rápidamente, con la cara deformada por la rabia.

-El banquete de esta noche es una verdadera celebración -anunció Eduardo majestuosamente-Padre Ambrose, padre Bernard, venid por favor.

Ambos sacerdotes se levantaron de una mesa cercana a la principal y se acercaron a la tarima.

-Antes de partir de Cullen, me gustaría presenciar el matrimonio de lord Edward con lady Isabella y el de lord Emmett con lady Elena.

Emmett, con aspecto de estar verdaderamente impactado y Elena aceptando tímidamente el decreto del rey, fueron escoltados por los propios escuderos del rey hasta el centro del salón. La ceremonia de la unión entre Emmett y lady Elena fue corta pero emocionante. Después, todos los allí reunidos se levantaron para ovacionar a los recién casados. Isabella fue la primera en felicitar a su hermano y a su nueva esposa, emocionada por que Emmett se hubiera librado por fin de la influencia de James y se hubiera convertido en un hombre. Emmett había hecho muchas cosas que a ella le resultaban difíciles de perdonar, pero tenía la esperanza de que, con el tiempo, serían una familia unida.

Luego les tocó el turno a Isabella y a Edward. Aunque éste fuera el día más feliz de su vida, ella no podía librarse de la persistente sensación de temor. Echó la culpa al embarazo, ya que había oído que las embarazadas a menudo tenían imaginaciones y eran lloronas. Sin embargo estaba el hecho de que mientras James viviera, ella no conocería la paz.

-¿Qué sucede, dulzura? -preguntó Edward mientras esperaban a que diera comienzo la ceremonia. -¿Te lo estás pensando mejor?

-¡No! -negó Isabella horrorizada de que a Edward se le ocurriera siquiera pensar tal cosa. -Lo único que siempre he querido ha sido ser tu esposa.

Momentos después su deseo se hizo realidad. Era la esposa de Edward. Su hijo llevaría su apellido y conocería el amor de un padre. Saboreó el beso de Edward y se pegó a él con las lágrimas enturbiando sus ojos, mientras recibían una larga ovación de todos los presentes. Entonces, ignorando la ceremonia, Edward la cogió en sus brazos y se la llevó escaleras arriba hasta la habitación. Una vez dentro, cerró la puerta de una patada y la sentó en el borde de la cama.

Luego se arrodilló a sus pies, le levantó la falda y le quitó los zapatos y las medias.

-Esta noche es nuestra para que la disfrutemos -dijo él, besándole la pierna hasta llegar a la cara interna de los muslos. -Voy a hacerte el amor tan a fondo que nadie dudará nunca de la legalidad de nuestro matrimonio.

-Nuestro matrimonio se consumó mucho antes de que lo sancionara un sacerdote -dijo Isabella con sarcasmo.

La boca de él se detuvo en un sensible lugar encima de la rodilla de ella.

-Siempre lamentaré la forma en que te tomé esa primera vez.

-No lo hagas. Yo no me arrepiento de nada.

Volvió a apoderarse de ella esa sensación sombría y se estremeció. Edward se echó hacia atrás para quedar en cuclillas y la miró fijamente.

-Cuéntame que pasa.

Isabella se mordisqueó el labio inferior, sabiendo que la explicación carecía de fundamento. Sacudió la cabeza. -No puedo, sólo es un presentimiento.

-Se trata de James -afirmó Edward con dureza.

-Sí -admitió ella. -Me asusta. Siempre estará ahí, esperando para hacerte daño.

-Puedo manejar a James. No tiene ningún poder. Aunque no se ha quedado sin dinero, ya no puede reclamar la riqueza ni los hombres de Masen.

-¿Qué va a hacer?

-Volver a su pequeña propiedad de York. Sospecho que se esconderá allí para lamerse las heridas. Olvídate de él, mi amor. Yo lo he hecho. Jamás permitiré que te vuelva a hacer daño -La besó en la nariz. -Sonríe. Es nuestra noche de bodas. Quiero desnudarte despacio, besarte hasta que pierdas todos tus miedos y hacerte el amor hasta que me supliques que me detenga.

Isabella se quedó sin aliento.

-Yo también lo deseo. Quiero que mis ojos se den un festín con tu cuerpo de guerrero, devolverte los besos hasta que ambos nos quedemos sin aliento y sentir tu erección moviéndose dentro de mí. ¡Oh, Edward, gracias a Dios por el rey! Sin él no seríamos marido y mujer.

-Rezaremos por que tenga una larga vida -asintió Edward-.

Pero esta noche no. Levántate, mi amor, llevas demasiada ropa para mi gusto.

La desnudó despacio, besando y acariciando cada parte de su cuerpo mientras lo hacía. Cuando ella estuvo de pie ante él, maravillosamente desnuda, temblaba con tal violencia que apenas podía respirar. Admiró el cuerpo de su guerrero mientras él se quedaba tan desnudo como ella. Quedaron frente a frente tal y como Dios los trajo al mundo, desnudos, sin artificios ni disimulos.

Repentinamente vergonzosa, Isabella intentó ocultar con las manos el contorno de su vientre abultado, pero Edward no se lo permitió. Sonrió y le apartó las manos, para inclinarse después a besarle el vientre.

-No, no te escondas de mí. Es mi hijo el que crece dentro de ti. Nunca me has parecido más hermosa que ahora.

La tumbó sobre la cama, cubriéndola con su cuerpo. Ella le rodeó el cuello con los brazos, acercando la cabeza de él a la suya. Se besaron apasionadamente con besos cada vez más largos hasta quedarse sin respiración. Las lenguas de ambos se enzarzaron en un duelo, como si no tuvieran bastante el uno del otro. Las caricias de él eran suaves y pacientes, excitándola lentamente, con gran suavidad a pesar de su furioso deseo. Cogió uno de los pezones entre el pulgar y el índice y lo lamió hasta dejarlo endurecido. Ella se convulsionó y gimió.

Después de mucho rato, abandonó los pezones y deslizó la boca por la piel enrojecida, dejando un rastro húmedo con la lengua hasta el vientre y más abajo, hasta que su boca ardiente se apoderó del dulce lugar donde el placer era casi insoportable. Ella se arqueó para salir al encuentro de sus húmedas caricias, mientras él la abría con los dedos y su boca la buscaba con mayor intimidad.

Ardiendo, temblando de deseo, Isabella le tiró del pelo para obtener su atención.

-Introdúcete en mí, por favor.

Él sonrió y se colocó encima de ella, con la cara a poca distancia de la suya y, con un movimiento rápido y preciso, se introdujo profundamente en ella. Ella se arqueó contra él, aceptándolo por completo, deseando más. Se tensaron a la vez, buscándose, las hambrientas bocas unidas y la pasión explotó llevándoles a ambos a alturas aún más increíbles.

La culminación los llevó al éxtasis, que fluyó y creció, arrojándolos al borde de la eternidad, descendiendo luego para dejados flotando en un océano de éxtasis sublime. Beatíficamente satisfechos y completamente agotados, se abrazaron el uno al otro, prometiéndose, sin palabras, amor eterno.

Edward se tumbó a su lado y depositó un tierno beso en sus labios.

Ella se acurrucó contra él y apoyó la cabeza en su hombro.

-Ahora perteneces al Caballero Negro -afirmó Edward acercándola posesivamente-. Nada nos separará excepto la muerte.

Aunque feliz y saciada, la mente de Isabella se negaba a olvidar el temor que llevaba molestándola desde el día que James apareció en Cullen. Edward acababa de decirle que sólo la muerte los separaría. ¿Serían esas palabras un presagio del destino? ¿Resultarían ser más proféticas de lo que cualquiera de los dos imaginaba?

Conocía a James, sabía cómo pensaba, y no iba a renunciar a ella sin luchar. Aunque el rey hubiera fallado a favor de Edward, se temía que James no había dicho todavía su última palabra.

Había algo que no conseguía captar, que le advertía que la maldad de James obedecía al miedo. ¿Miedo de qué? ¿Qué horrible suceso de su pasado motivaba sus actos? ¿Irina? El había negado que hubiera asesinado a su hermana, pero ella no le creyó. Se le ocurrió de repente que la mala sensación que sentía a su alrededor no era suya. Era James. Había algo tan sórdido y detestable en su pasado que emanaba de él en oleadas. ¿Era ella la única que percibía la corrupción en el alma de James y la única a quien le preocupaba?

En ese momento Edward la buscó de nuevo y ella se refugió de buen grado en sus brazos, perdiéndose en su amor.

Después llegó el sueño, pero no fue un sueño tranquilo, porque un canalla con inclinación a la violencia, acechaba en la oscuridad.

 

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AAAAAAAAAAAAA LAS COSAS SE HAN ARREGLADO QUE EMOCION, SI YO DECIA QUE EL REY EDUARDO ERA UN VIEJO BONACHON SENTIMENTAL JAJAJA, HASTA DOBLE BODA HUBO, PERO AUN ASI DUDO MUCHO QUE JAMES SE QUEDE TAN TRANQUILO ¿NO CREEN? ESTOY SEGURA QUE ALGO HARA, AAAAAAAAAAAAY QUE HORROR.

AVISO: CHICAS SOLO QUEDAN DOS CAPITULOS Y EL EPILOGO. GRACIAS A TODAS LAS CHICAS QUE ME HAN COMENTADO Y ME HAN DADO SU OPINION SOBRE LA HISTORIA SIGUIENTE "PIRATA, VAQUERA, MEDIEVAL" HASTA CHICAS QUE NO ME HABIAN COMENTADO ANTES ME HAN DADO SU OPINION Y HASTA EN MENSAJE PRIVADO, MUCHAS GRACIAS, PUES TENGO QUE DECIRLES QUE ARRIBA DE LA VOTACION VA "MEDIEVAL", TODAVIA TIENEN TIEMPO HASTA MAÑANA PARA DECIRME LAS QUE FALTAN QUE LES GUSTARIA, "PIRTAS" VA PISANDO LOS TALONES, ASI QUE LAS QUE QUIERAN UNA HISTORIA ASI, VOTEN.

 

BESITOS GUAPAS, LAS VEO MAÑANA

 

Capítulo 18: DIECIOCHO Capítulo 20: VEINTE

 
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