EL CABALLERO NEGRO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 04/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 259
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Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

Cuando el Caballero Negro entró en el Castillo de Swan cabalgando sobre su negro caballo de guerra. Vestido de negro de la cabeza a los pies, era todo músculo y firmes tendones marcados por la batalla. Con su negra armadura sin adornos, parecía cruel y siniestro, tan peligroso como su nombre indicaba. Era un hombre conocido por su coraje y fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Pero cuando vio a Isabella de Swan, con sus largas trenzas castañas y sus femeninas curvas, apenas pudo contener sus emociones. Fue la traición de ella doce años atrás quien cambió su juvenil caballerosidad y le convirtió en un duro caballero. Fue ella quien le hizo jurar no volver a confiar en una mujer, y usarlas sólo para su placer. Pero ella desataba la pasión en su cuerpo, la bondad en su alma y el amor en su corazón.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "The Black Knight de Connie Mason"

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Capítulo 2: UNO

Castillo de Swan, 1343.

 

El amor da coraje a un caballero.

 

Isabella de Swan lo arrinconó en un recoveco del gran salón. Le había pedido que se reuniera con ella al atardecer para hablar de algo de suma importancia. A los diecisiete años, Edward Sin Apellido, como había sido cruelmente apodado por su hermanastro James, no estaba preparado para la alarmante petición de Isabella.

-Bésame, Edward.

Edward ofreció a Isabella una sonrisa burlona y mantuvo a distancia fácilmente a la impetuosa hija de doce años de Charlie.

-Sabes que no puedo. Estás prometida a Alec de Flint -le recordó Edward-. La audacia no te sienta bien, Isabella.

-¡No me casaré con Alec! -afirmó Isabella con toda la vehemencia de la que fue capaz. -Quiero casarme contigo. ¿No te gusto ni siquiera un poco, Edward?

-Sí, Isabella, pero sabes que es a tu hermana a quien amo. Irina lo es todo para mí.

-Irina está prometida a James -declaró Isabella.

Edward bajó la voz.

-¿Puedes guardar un secreto?

Isabella asintió con la cabeza, sus verdes ojos desorbitado s por la curiosidad.

-Irina y yo vamos a escaparnos juntos -confesó él.

-¡No! ¡No puedes! -exclamó Isabella, horrorizada. -Irina está jugando contigo. Jamás se casaría con un hombre sin tierras ni riquezas propias. Sólo tiene catorce años y es voluble. No te ama como yo.

Un destello de ira oscureció los plateados ojos de Edward.

-Tú sólo tienes doce, y demasiada imaginación si esperas casarte conmigo.

Ella dio una patada.

-¡No es una fantasía! Irina no es para ti.

-¿Qué derecho tienes a decirme quién es la persona adecuada para mí?

-Padre nunca lo permitiría. No eres nadie, sólo un aprendiz de escudero. James no tardará en conseguir sus espuelas y es el heredero de un condado.

-No necesitas recordarme que soy un bastardo -dijo Edward, colérico. -James me recuerda mi infame nacimiento y mi posición todos los días desde que llegué a Swan. Puede que tengamos el mismo padre, pero eso es lo único que tenemos en común. Al menos Irina no me ve del mismo modo.

-Te aconsejo que lo medites con cuidado antes de hacer alguna temeridad -aconsejó Isabella-. Irina está enamorada del amor. Puede que piense huir contigo, pero para ella no significará nada excepto una gran aventura. Créeme si te digo que se sentirá aliviada cuando padre la encuentre y la traiga a casa. Será a ti a quien castigue.

A los diecisiete años, Edward era un solitario; había sido así desde su llegada a Swan. Tenía pocos amigos entre los otros chicos que se adiestraban para ser escuderos. Y los que estaban destinados a la caballería no tenían tiempo para Edward Sin Apellido. James, Emmett de Swan, hijo de lord Charlie, y sus amigos, se burlaban despiadadamente de él y había aprendido, desde una edad temprana, a defenderse de los matones.

A los quince años, Edward cayó enamorado, sin esperanzas, de Irina de Swan, y tenía muchas razones para creer que ella correspondía a sus afectos.

-Estás equivocado en cuanto a Irina, Isabella -contestó Edward con aspereza. -Ella me ama. James puede encontrar otra heredera para casarse.

Isabella suspiró con tristeza. Edward estaba equivocado respecto a Irina. Puede que permitiera que Edward le robara besos, e incluso le animara a creer que se casaría con él, pero nunca jamás se casaría en contra de los deseos de su padre. Isabella, por el contrario, desafiaría al mismísimo diablo para conseguir el amor de Edward. Isabella conocía bien a su hermana. Edward era un muchacho apuesto y Daría disfrutaba de sus atenciones, pero nunca se casaría con él. Estaba destinada a convertirse en condesa algún día, y no iba a hacer nada para perjudicar su compromiso con James. ¿Por qué Edward no era capaz de verlo?

En ese preciso momento, James y Emmett asomaron sus cabezas por el hueco donde conversaban Isabella y Edward.

-¿Qué hacéis ahí los dos? -preguntó Emmett con desconfianza. -¿Intentas seducir a mi hermana, Edward Sin Apellido? -Sir Bastardo siempre aspira a lo que no puede tener -se burló James.

A diferencia de Edward, que se parecía mucho a su padre, James no guardaba ningún parecido con Anthony. A sus dieciséis años era fornido, con el tipo de constitución que se convertiría en grasa con los años. Era tan rubio como Edward moreno, y sus ojos eran de un color azul claro en vez de un fascinante plateado. No era feo, pero había algo en su interior que sí lo era. Edward había soportado el impacto del odio de James desde el día que se conocieron, siete años antes.

-Fui yo quien le pidió a Edward que se reuniera aquí conmigo -admitió Isabella con franqueza. -Sólo estábamos hablando. Edward es mi amigo.

-La próxima vez, habla en donde todos puedan verte -aconsejó Emmett-. Si padre llegara siquiera a sospechar que Edward intenta seducir a su hija, lo desterraría de Swan o algo peor.

-Te he dicho...

Edward apartó a Isabella.

-No seduzco niñas y tampoco necesito que me defiendas, Isabella. Soy completamente capaz de librar mis propias batallas.

James avanzó un paso, con su rubicunda cara más roja que de costumbre. Era evidente que había bebido demasiada cerveza de la que se había servido durante la cena.

Echó la cara hacia delante, hasta que su nariz quedó pegada a la de Edward.

-Escúchame bien, sir Bastardo -dijo, atacando a Edward con el desagradable hedor a cerveza agria-, no eres más que un aprendiz de escudero. Hablando con tanta insolencia a tus superiores, obtendrás la ira de lord Charlie. Eres un bastardo, nunca lo olvides.

El rostro de Edward se convirtió en piedra, dando mudo testimonio de la profunda amargura enterrada en su interior.

-No vas a permitir que lo olvide -masculló entre dientes. -Préstame atención, James de Masen, algún día Edward Sin Apellido tendrá un nombre y demostrará su valor.

-¿Cómo escudero? -lo retó Emmett.

-Como caballero -respondió Edward convencido.

-Yo le creo -intervino Isabella, en defensa de Edward.

-Vete a la cama, hermana. -Ordenó Emmett-. Eres una muchacha insolente y eso no te conviene. ¿Qué diría Alec de Flint si supiera que coqueteas a sus espaldas?

Emmett, el único hijo varón de Charlie de Swan, era un joven corpulento, de cuerpo robusto y cerebro pequeño. Era un seguidor, no un líder. A pesar de ser tres años mayor que James, Emmett seguía a este como una marioneta. Cuando se dio cuenta de lo mucho que James despreciaba a su hermanastro, se apresuró a tratar a Edward con el mismo desprecio.

Charlie de Swan estaba casi siempre ausente, luchando en las guerras del rey Eduardo y, cuando estaba en casa, no hada nada para detener los abusos, tanto físicos como verbales, que sufría Edward por parte de James y de Emmett. De hecho, nunca los notó siquiera. Eran las dos encantadoras hijas de Charlie quienes favorecieron a Edward con su atención.

Con diecisiete años, Edward era un joven bien proporcionado, resultaba más que atractivo y poseía una musculosa, aunque algo desgarbada, constitución, y unos hipnotizantes ojos plateados. Pronto dejó atrás la pubertad, capturando las miradas de toda doncella posible que se cruzaba en su camino. Pero a Edward sólo le interesaba Irina, la mujer con la que planeaba casarse. Los rasgos de Isabella eran casi perfectos, aunque careciera de la etérea belleza de Irina, pero era demasiado osada y franca para el gusto de Edward. En opinión de éste, Irina no sería feliz con James.

Isabella miró tranquilamente a Emmett.

-No me importa lo que diga padre: no me casaré con Alec. Tras decir aquello, se fue enfadada, su largo pelo castaño rebotando contra la espalda, a pesar del velo y del arete que, supuestamente, debía mantenerlo en su sitio.

-No envidio a Alec -dijo James, aunque sus ojos desmentían sus palabras, mientras miraba la espalda de Isabella con lujuria apenas oculta. -No va a ser tarea fácil domar a Isabella.

-Tú hiciste una acertada elección con Irina -contestó Emmett con aprobación. -Es dulce y dócil.

-De todas formas -reflexionó James mientras observaba alejarse a Isabella-, no es malo que una mujer tenga algo de espíritu. Si Isabella fuera mía, no tardaría en doblegarse a la autoridad. Me complacería mucho domarla.

-Sólo tienes dieciséis años -se burló Edward-. ¿Qué sabes tú de domar a una mujer o disfrutar de ella?

-Mas que tú, sir Bastardo.

Edward apretó los labios. Odiaba ese mote. James le había apodado sir Bastardo el día que llegó al castillo de Swan anunciando con osadía que algún día llegaría a ser un caballero. Por supuesto, James se había reído de él y, desde ese día en adelante, James y Emmett le llamaban Sir Bastardo o Edward Sin Apellido.

-¿No dices nada, sir Bastardo? ¿Has poseído alguna vez a una mujer? ¿O el código de honor que sigues te prohíbe disfrutar su cuerpo?

-Cuando me case llegaré puro a mi esposa -contestó Edward, pensando en Irina y en cuánto disfrutaba besándola, siendo lo único que se había permitido hacer.

-Sólo los tontos se aferran a un código de honor tan estricto

-replicó James-. Hay que disfrutar de las mujeres. Algunos sacerdotes aseguran que no tienen alma. Dicen que si una mujer se niega a someterse a la voluntad del hombre, debe ser golpeada hasta la sumisión. Puede que yo tenga dieciséis años, pero he aprendido a disfrutar de las mujeres del modo en que Dios dispuso que debiera disfrutarse de ellas. Cuando me disgustan, sé cómo hacer que se arrepientan. ¿No estás de acuerdo, Emmett?

Emmett tragó saliva de manera evidente.

-Bueno sí, pero no desearía ver maltratada a ninguna de mis hermanas.

-Mataré al que haga daño a Irina -amenazó Edward, mirando fijamente los pálidos ojos de James.

James se echó a reír pero retrocedió un paso.

-De modo que a quien deseas es a Irina -dijo. -Deja en paz a mi prometida, sir Bastardo. Seré yo quien le quite la virginidad durante nuestra noche de bodas. No lo olvides.

-Recordaré muchas cosas -masculló Edward.

-Vamos Emmett, dos atractivas doncellas nos están esperando en el pueblo. Quizá encontremos un pajar donde tumbarlas.

Edward los vio marcharse con los ojos entrecerrados por el odio.

No podía permitir que James se casara con Irina. James no seguía el código de la caballería. Mancillaba todo aquello que tocaba. De niño había sido un matón, pero al tiempo que dejaba atrás la niñez, su maldad se fue haciendo más pronunciada. Puede que Edward no fuera un caballero, pero respetaba el código de la caballería y dudaba de que James llegara alguna vez a ser un caballero en todo el sentido de la palabra.

Un verdadero caballero respetaba a las mujeres.

 

Una semana más tarde, Edward vio a Irina entrar sola en la halconera y la siguió, impaciente por hablar en privado con ella. Edward había estado montando a caballo durante toda la jornada, y estaba sudoroso y cansado, pero cuando vio hacia dónde se dirigía Irina, se apresuró a seguirla.

Pronunció su nombre en voz baja. Irina se volvió y sonrió al verle.

-Te vi y esperaba que me siguieras -declaró con timidez, estirándose para depositar un dulce beso sobre sus labios. -He venido a ver cómo está mi halcón favorito. Ayer le hirió otro halcón.

A Edward no le preocupaba el halcón. Deseaba atraer a Irina entre sus brazos y presionar su cuerpo contra el suyo, pero se abstuvo de intentarlo. Aunque su cuerpo de diecisiete años ansiara experimentar el amor, sólo quería hacerla con Irina, y se negaba a deshonrarla.

-Tu padre ha regresado hoy -dijo.

-Así es. Se están llevando a cabo los planes para casarme en breve con James. Tengo casi quince años y James está presionando a padre para que ponga una fecha.

-¿Es lo que tú quieres?

Ella se encogió de hombros y bajó la mirada. -Debo obedecer los deseos de padre. Edward sujetó sus delgados hombros.

-No. No puedes casarte con James. No sabes cómo es.

Los ojos color avellana de Irina brillaron de malicia, algo que Edward habría notado de no haber estado tan enamorado.

-No hay nada que pueda hacer -dijo Irina impotente. Edward la acercó más a él, aunque procurando no permitir que entrara en contacto con la parte endurecida de su cuerpo que le estaba atormentando sin piedad.

-Podemos fugarnos para casarnos -dijo muy serio. -Ya lo hemos hablado. Cuando estemos casados te protegeré con mi vida -al ver que ella abría mucho los ojos, añadió-: No te sorprendas tanto, otros muchos antes que nosotros han huido de sus familias para casarse.

-Lo sé, pero... bueno, jamás pensé que decías en serio lo de fugarnos para contraer matrimonio.

-Te amo, Irina. Seguro que a estas alturas ya lo sabes. Tienes catorce años, casi quince, suficientes para casarte, y yo tengo diecisiete, soy lo bastante mayor como para protegerte.

-Escucha, estoy oyendo algo -se asustó Irina, girándose hacia la puerta.

-No es nada -descartó Edward-. Préstame atención, amor mío. Reúnete conmigo en la puerta esta noche. Cogeré dos caballos de los establos para que nos lleven. No traigas nada excepto una muda de ropa.

-Fugarnos -dijo Irina, repentinamente asustada. -Creía que no... Es... ¿Estás seguro de que es lo mejor?

-Irina, ¿me amas?

-¡Oh, sí! ¿Cómo no iba a hacerlo? Eres apuesto, valiente y galante.

-Entonces, reúnete conmigo en la puerta después de maitines. No me hagas esperar. -La besó con fuerza y se alejó dando zancadas.

Irina le miró alejarse, con la frente fruncida de desconcierto.

Coquetear con Edward había sido divertido y ligeramente osado, pero Irina siempre supo que su intención era ser condesa. Puede que James no fuera la idea que tenía de un marido perfecto, pero poseía todo lo que ella deseaba en la vida. Aunque Edward fuera apuesto, valiente y galante, era un bastardo y carecía de propiedades y fortuna. En cualquier caso, pensó distraída, sería una aventura fugarse con Edward. Ella conocía a su padre, y James la encontraría, pero podía divertirse un poco antes de dedicarse al matrimonio.

Por supuesto, Irina no pensaba entregarle a Edward su virginidad, ya que pertenecía a su marido. Y sabía que Edward no la tocaría si ella no lo deseaba. Sonriendo para sí misma, abandonó la halconera, con su romántico corazón latiendo con frenesí.

Isabella esperó a que Irina estuviera de vuelta en la torre antes de salir de detrás del barril tras el que se había ocultado. Se debatía entre la lealtad hacia su hermana y el conocimiento de su talante soñador. En su corazón sabía que Irina no estaba siendo justa con Edward. Irina jamás se casaría con Edward, renunciando a la posibilidad de convertirse en condesa. ¿Debía contarle a su padre lo que planeaban Edward y Irina? Quizá fuera mejor fingir que no había sorprendido la conversación en la halconera. Al final decidió enfrentarse a Irina con lo que sabía.

-¡Has estado escuchando a escondidas! -le espetó su hermana cuando le dijo, exactamente, lo que opinaba de su plan de fuga con Edward.

-No, yo... -Isabella se mordisqueó la suave parte inferior del labio, consciente de que no podía mentirle -¡Oh, de acuerdo! Admito que seguí a Edward hasta la halconera.

-Lo quieres para ti -la acusó Irina.

-Aunque así fuera no importa. Edward sólo te quiere a ti.

Irina se pavoneó ante Isabella. -Dice que me ama.

-No puedo creer que de verdad vayas a fugarte. No es propio de ti, Irina. Me parece que estás jugando con Edward.

-¿y qué si lo hago? Si Edward tuviera título y tierras, me fugaría con él sin dudarlo. Es más apuesto que James y su temperamento es mucho más agradable. Pero por desgracia, Edward Sin Apellido, carece de poco más digno de elogio, aparte de su agradable cara y su cuerpo.

-De modo que no vas a huir -dijo Isabella con alivio. -¿Ya se lo has dicho a Edward?

-No, se lo diré esta noche cuando me reúna con él en la puerta.

Puede que James me trate como un caballero cuando se entere de que tengo intenciones de fugarme con Edward.

Isabella entrecerró sus verdes ojos. -¿Cómo va a enterarse James?

-Lo sabrá -afirmó Irina, confiada.

-Pero... ¿Cómo?

-Tengo cosas que hacer -contestó Irina con desdén. -Hablaremos de ello más tarde.

Furiosa por la falta de sentimientos de Irina hacia Edward, Isabella decidió ir en busca de este para decide que Irina no tema intención alguna de fugarse con él.

 

Logró hablar en privado con Edward cuando le siguió al exterior después de la cena.

-Edward -lo llamó con suavidad.

Edward se detuvo, escrutó la oscuridad y descubrió a Isabella entre las sombras de la torre. -Isabella, ¿eres tú?

-Sí. Por favor, Edward, quiero decirte algo.

-De acuerdo, pero rápido. Tengo que preparar algunas cosas.

-De eso es de lo que quiero hablar. Sé que planeas fugarte esta noche con Irina. Cometes un grave error, Edward. Irina no tiene intenciones de huir contigo.

El joven rostro de Edward se endureció, y sus ojos adquirieron un brillo amenazador, dando un indicio de que la oscuridad de su interior amenazaba con estallar.

-No intentes disuadirme, Isabella. Mentir no te sienta bien.

-Te estoy diciendo la verdad. Irina te está utilizando para poner celoso a James. No te reúnas con ella esta noche. Tengo un terrible presentimiento.

-Vete Isabella. Tu preocupación es infundada.

-¡Se lo diré a padre! -gritó Isabella.

Edward dio un paso amenazante en su dirección y Isabella se estremeció. Nunca había visto ese aspecto de Edward. Tema los puños apretados a los costados y la barbilla echada hacia delante en ademán belicoso. Su expresión era dura y cruel. Todo su odio estaba dirigido hacia ella, y, por primera vez desde que lo conocía, se asustó.

Se dio media vuelta y huyó, sin esperar a conocer sus intenciones.

Se trataba de un Edward al que Isabella no conocía. ¿Acaso no se daba cuenta de que ella jamás lo traicionaría? Simplemente quería avisarlo, advertirle que estaba coqueteando con el peligro. Le tenía mucho cariño a su hermana, pero sabía que las miras de Irina estaba puestas mucho más arriba que en un bastardo sin tierras. Puede que disfrutara del flirteo con Edward, pero era con James con quien pretendía casarse. A pesar de las duras palabras que le había dirigido Edward, Isabella planeaba esconderse esa noche en la puerta y hacer lo que estuviera en su mano para detener esa locura.

Edward paseaba impaciente ante la puerta cubierta de parras. Irina llegaba tarde. Los caballos que había cogido en los establos estaban seguros en un área boscosa, más allá de las murallas exteriores; había tomado las mayores precauciones para ocultar su huida. Oyó una voz y aguzó los sentidos. Se dio la vuelta y allí estaba ella, a su lado. La atrajo impulsivamente a sus brazos y la besó.

-Temía que hubieras cambiado de idea -susurró. -¿Estás lista? ¿Dónde están tus cosas?

Irina echó una mirada furtiva a su espalda. -Bueno... las olvidé.

-No importa. Tuve suerte en la justa y conseguí ganar unas monedas. Más tarde podemos comprar lo que necesites. -Cogió su mano. -Vamos, es hora de irse.

De repente, unos pasos corriendo resonaron en la oscuridad.

Edward se giró, aturdido al ver a unos hombres avanzando hacia ellos con antorchas. En una reacción instintiva, aferró la mano de Irina e intentó sacarla por la puerta. Alguien le ordenó que se detuviera. Lord Charlie.

Segundos después estaba rodeado por Charlie, James, Emmett y varios hombres armados. Por el rabillo del ojo vio aparecer a Isabella de entre las sombras y supo exactamente lo que había sucedido. Isabella se lo había dicho a su padre.

En carne viva, consumido por el odio que crecía en su interior.

Traicionado por una mujer celosa. No, por una niña vengativa que se creía una mujer. Era una buena lección. Jamás lo olvidaría ni perdonaría. Hasta el día de su muerte, recordaría que Isabella de Swan lo había traicionado. Contempló con frialdad como James arrancaba a Irina de sus brazos y la empujaba hacia su hermano.

-Has traicionado mi confianza, Edward Sin Apellido -declaró lord Charlie-. Debería matarte, o al menos azotarte, por haber deshonrado a mi hija. Pero debido a la amistad que me une a tu padre, seré clemente.

-No se merece ninguna indulgencia -gritó James.

Edward vio que Isabella se le acercaba y le dirigió una mirada hostil.

Sintió una gran satisfacción cuando la vio estremecerse. Si pudiera ponerle las manos encima, haría algo más que temblar, pensó con tristeza. Le hubiera proporcionado un enorme placer verla encogida de angustia ante él, implorando una compasión que se negaría a darle.

Desechando sus pensamientos sobre la traidora Isabella, se concentró en las palabras de lord Charlie.

-Como castigo, serás desterrado de Swan. Tienes diecisiete años y no eres ni caballero ni escudero. Encontrar tu camino en la vida sin mi ayuda no va a ser fácil, pero no puedo perdonarte por tomarte libertades con mi hija. Irina es la prometida de James de Masen, si es que todavía la quiere.

Edward irguió con orgullo toda su desgarbada estatura.

-No me he tomado ninguna libertad con vuestra hija, lord Charlie. No hicimos nada excepto intercambiar uno o dos besos castos. Jamás la deshonraría.

-Bien dicho, Edward, pero eso carece de importancia. Ya no eres bienvenido ni en mi casa ni en mis tierras. Ahora vete, antes de que cambie de idea y te meta en una mazmorra durante el resto de tu vida.

-Entérate de que, aun así, me quedaré con Irina -se burló James-. Nunca será tuya. Ocupará mi cama y engendrará a mis hijos. Llévate esa idea contigo, sir Bastardo.

Una vez dictada sentencia, lord Charlie cogió a Irina del brazo y se la llevó. Los demás les siguieron. Este es el peor momento de mi vida, pensó Edward, mientras permanecía solo en la oscuridad. No sólo había perdido su hogar, sino también al amor de su vida. Y todo por culpa de una niña celosa. La traición de Isabella le había costado todo.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Isabella salió de entre las sombras.

-Yo no te traicioné, Edward, de verdad -dijo en tono suplicante. -No puedo soportar tu odio.

-Lo soportarás hasta el día de tu muerte -juró Edward-. Nunca te perdonaré, Isabella de Swan. ¿Por qué lo hiciste? Creía que éramos amigos.

-¡Lo éramos! ¡Lo somos! Edward, te lo ruego, escúchame. Jamás te haría daño. Te amo.

La respuesta de él fue un resoplido burlón. Aunque no era necesario que dijera nada, su sombría mirada era más elocuente que las palabras. No iba a creerla por muy enérgicamente que negara su culpa. Edward abrió la puerta y salió.

-¿Dónde vas?

-¿Importa?

-Sí. ¿Volveré a verte alguna vez?

-No, si puedo evitarlo.

Entonces se fue, fundiéndose con la oscuridad hasta que ni siquiera su sombra fue visible. Isabella cerró la puerta, sollozando como sólo alguien de doce años con el corazón destrozado podría hacer.

El humor de Edward mejoró algo cuando vio que los caballos que había ocultado en el bosque todavía estaban atados donde los había dejado. Uno de ellos era el caballo que su padre le regaló y el otro un palafrén de los establos de lord Charlie. No se sentía culpable en absoluto por haberse apropiado de la yegua. De hecho se sentía bastante contento por haber tenido la previsión de escoger a un animal tan valioso. Además de los caballos, tenía comida suficiente para varios días, las monedas que había ganado en los torneos con otros escuderos y su ropa.

Vendería el caballo de repuesto y buscaría fortuna. Otros habían logrado sobrevivir con menos que él.

De no ser por haber perdido a la mujer que amaba, Edward se hubiera considerado afortunado. Era joven, sano y más fuerte que cualquiera de los otros aprendices de escudero. De ser necesario podría sobrevivir sólo de odio.

Se juró que algún día, Edward Sin Apellido tendría tanto un nombre como tierras. Y puede que imitara a James en cuanto a las mujeres. Las buscaría sólo para su placer y nada más. Si, eso es lo que haré, se prometió. Había aprendido bien la lección. El amor era doloroso y tenía que evitarlo a toda costa. Nunca más se permitiría ser vulnerable. De allí en adelante, obedecería a su cabeza en vez de a su corazón, y evitaría a las mujeres como Isabella de Swan.

Capítulo 1: PROLOGO Capítulo 3: DOS.

 
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