EL CABALLERO NEGRO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 04/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 259
Visitas: 73206
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

Cuando el Caballero Negro entró en el Castillo de Swan cabalgando sobre su negro caballo de guerra. Vestido de negro de la cabeza a los pies, era todo músculo y firmes tendones marcados por la batalla. Con su negra armadura sin adornos, parecía cruel y siniestro, tan peligroso como su nombre indicaba. Era un hombre conocido por su coraje y fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Pero cuando vio a Isabella de Swan, con sus largas trenzas castañas y sus femeninas curvas, apenas pudo contener sus emociones. Fue la traición de ella doce años atrás quien cambió su juvenil caballerosidad y le convirtió en un duro caballero. Fue ella quien le hizo jurar no volver a confiar en una mujer, y usarlas sólo para su placer. Pero ella desataba la pasión en su cuerpo, la bondad en su alma y el amor en su corazón.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "The Black Knight de Connie Mason"

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Capítulo 4: TRES

WOW, QUE MEJOR SORPRESA QUE ENTRAR Y VER QUE LA HISTORIA A HAN ACEPTADO MUY RAPIDO, MUCHAS GRACIAS POR SUS VOTOS, ESTOY MUY SORPRENDIDA QUE YA VAN SIETE, JAJAJA  PERO SOBRE TODO GRACIAS POR SUS COMETARIOS. ESTE CAPITULO SE LO DEDICO CON MUCHO CARIÑO A.

 

TIKACULLEN, CINTY, SORA, JEMI910, DELMARY

 

 

De un caballero se espera crueldad hacia el enemigo.

 

 

Isabella alcanzó a Edward en los establos, dónde había ido a recuperar a su caballo. Dio por hecho que no había oído sus silenciosos pasos ya que no dio señales de haberlo hecho. Estaba casi encima de él cuando, de repente, él se agachó y se dio la vuelta con una espada en la mano, aparecida como por arte de magia.

Isabella emitió un jadeo de susto. -Edward, soy yo, Isabella.

El caballero se relajó, pero no del todo. Era obvio que no confiaba en nadie de aquella fortaleza a la que una vez llamó hogar.

Su voz tenía un tono de burla cuando preguntó: -¿Qué hacéis aquí, milady?

-Deseo hablar contigo.

-¿Lo sabe tu prometido?

Ella apartó la mirada. -Yo... No.

-No puedo imaginar qué puedes decirme que me interese escuchar.

Se dio media vuelta para irse. Ella le agarró el brazo.

-No, Edward, te suplico que me escuches hasta el final. Es necesario que sepas la verdad de lo que pasó la noche que ibas a fugarte con Irina.

-Carece de importancia, lady Isabella. Irina lleva mucho tiempo muerta.

-Una vez fuimos amigos, Edward. Incluso creí estar enamorada de ti.

El se rió sin alegría.

-Sólo eras una niña y desde entonces han pasado muchos años.

No soy el joven ingenuo que conociste una vez.

-¿Crees que no lo sé? Basta con mirar te para saber que te has convertido en un hombre excepcional.

-¿Adulación, milady? No es propio de ti. ¿Qué quieres de mí?

-Quiero que me creas.

-¿Por qué te importa tanto?

-Si crees que no os traicioné a Irina y a ti, puede que me escuches hasta el final y accedas a mi petición.

Edward la obsequió con una triste sonrisa.

-Sí, ahora lo entiendo. Una vez me pediste que te besara y me negué. -Su voz adquirió una dureza en consonancia con la expresión de su rostro-. ¿Es un beso lo que quieres? Soy un hombre con las necesidades de un hombre. Esta vez no voy a negarme, Isabella de Swan.

Ella retrocedió un paso involuntariamente, aturdida por la ferocidad de sus palabras.

-No, eso no es...

La protesta murió en su garganta cuando él alargó la mano hacia ella, arrastrándola hacia sí. La recorrió una oleada de calor y se recostó contra él, apoyando las manos en la amplia extensión de su pecho.

-Edward, no me refería...

-Sé exactamente lo que quieres de mí.

Los labios de él quemaron los de ella, cálidos y firmes, aunque no tan duros como Isabella pensó que serían. Su beso fue hambriento e implacable, provocando una acalorada respuesta en ese profundo lugar secreto del centro de su feminidad. Cuando él puso una mano sobre uno de sus pechos y lo apretó, ella suspiró contra su boca.

De pronto quería que los brazos masculinos la sostuvieran, la rodearan, que no la soltaran nunca, pero Edward la apartó y le dirigió una sonrisa burlona.

-¿Esto es lo que buscabas, lady Isabella? ¿Deseabas comparar mis besos con los de tu prometido?

Isabella retrocedió como si la hubiera abofeteado.

-No, necesito tu ayuda. En nombre de la amistad que compartimos una vez, esperaba que pudieras concedérmela.

Edward escrutó la cara de Isabella. La anilla y el velo que sujetaban su cabello, se habían desprendido cuando él la atrajo hacia sí, y sus mechones castaños brillaban misteriosamente bajo la luz de la luna. Se había vuelto tan hermosa que su visión le cortó la respiración. Sin embargo se obligó a recordar que bajo la tentación que la rodeaba, acechaba un corazón traidor. A pesar de eso no pudo dejar de preguntarse por qué sonaba como una doncella angustiada.

-¿Cómo puedo ayudarte? -preguntó. -Tienes todo lo que una mujer puede desear. Estás comprometida con un conde y no tardarás en convertirte en su esposa.

-Sigues sin entenderlo, ¿verdad?

-No, y se está haciendo tarde, lady Isabella. Tengo que prepararme para el torneo de mañana.

Ella lo detuvo poniéndole una mano en el brazo y él sintió una descarga de calor que le recorrió el brazo y se alojó en cada una de las partes de su cuerpo, en especial en la zona inferior. El impacto no fue tan sobrecogedor como cuando la había besado, pero aun así, fue alarmante.

-Por favor, escúchame hasta el final -suplicó Isabella-. No puedo casarme con James. Lo odio. Creo que es el responsable de la muerte de Irina y... le tengo miedo.

Edward cambió de expresión. De tener algún indicio que probara que James había sido el culpable de la muerte de Irina, mataría a su hermano sin ningún remordimiento.

-¿Por qué iba a matarla?

-No lo sé. Es lo que siento aquí dentro -respondió, llevándose una mano al corazón.

-Si tanto te opones a la boda, ¿por qué te casas con él?

-Emmett y James son amigos. Después de la muerte de Alec, Emmett le prometió a James que no me comprometería con otro hasta que James recibiera el permiso del Papa para nuestro matrimonio. Tuvo que untar muchas manos, pero al final llegó la dispensa. Ninguna súplica por mi parte pudo convencer a Emmett de que me prometiera a otro o que me dejara permanecer doncella.

Edward enarcó una oscura ceja.

-¿Qué es lo que quieres de mi, milady?

Isabella lanzó una furtiva mirada hacia el castillo y se escondió más en las sombras. Edward la siguió intrigado.

-La hermana de mi madre vive en Escocia. Su marido es funcionario en la corte del rey escocés. Lo único que te pido es que me escoltes antes de que se lleve a cabo la ceremonia de la boda. Mi intención es ponerme en manos de la compasión de tía Eunice y solicitar su protección.

-No tengo tiempo para malgastarlo en delicadas doncellas temerosas del matrimonio -dijo Edward secamente.

-James no te gusta más que a mí -lo acusó Isabella-. ¿Nunca le has envidiado que sea el heredero de tu padre cuando tú eres el hijo mayor?

Las palabras de Isabella abrieron antiguas heridas. Durante años, tanto la madre de Edward como su abuela insistieron en que el matrimonio de Anthony con Elizabeth era legal y vinculante, que Edward no había nacido fuera del matrimonio. La abuela Nola juró que la prueba existía y que, con el correr del tiempo, Edward la tendría. Después de morir el padre de Edward, ya no pareció importante demostrar la legalidad de su nacimiento. No tenía que demostrar nada a nadie. Él era el Caballero Negro, apelativo ganado por sus desinteresados actos de valor y sus habilidades en la batalla. No necesitaba otro nombre.

-James puede quedarse con Masen. Yo tengo Cullen y un título concedido por el rey.

-Por favor, Edward, ayúdame -suplicó Isabella-. Estoy desesperada. Puedo estar lista para marcharme en cuanto lo digas.

Su cara era un óvalo pálido, blanca como la luna que la iluminaba.

Sus ojos estaban abiertos y suplicantes, y él tenía que ser de acero para no compadecerse de su grave situación. Edward sabía que Isabella no iba a tener una vida fácil casada con su hermanastro. Aunque James y él hubieran luchado en distintos campos de batalla en Francia, Edward había oído las historias sobre la crueldad de James hacia sus criados, los prisioneros y las mujeres de las ciudades conquistadas. James y sus soldados violaban y saqueaban a voluntad, a pesar de que las órdenes de Eduardo eran opuestas. Edward no le confiaría a James ni a su perro favorito, pero se había convertido en un hombre duro, inmune a la compasión.

-No, no puedo ayudarte. No eres nada para mí, Isabella de Swan. Nuestra amistad terminó el día que me traicionaste. Te confié un secreto y corriste directamente a contárselo a tu padre. Busca a otro caballero para que te ayude, milady.

Isabella se tragó una réplica punzante, enfadada porque Edward no ayudara su causa.

-¿No puedo hacer o decir nada para que cambies de idea?

La mirada plateada de él descansó sobre sus pechos, deslizándose luego hacia abajo y deteniéndose en la unión de los muslos. Por alguna razón inexplicable quería humillarla, hacerle tanto daño como ella le había hecho una vez. Esperaba que su vergonzosa sugerencia la hiciera huir.

-Puede que un revolcón en el heno. Isabella se quedó boquiabierta.

-¿Cómo? ¡Me insultas al pedirme algo que sabes que no te puedo dar!

Él le dirigió una sonrisa burlona. -Eso pensé, milady.

Entonces hizo algo que no debería haber hecho, algo que no hubiera hecho de no haberse sentido tan extrañamente tentado por Isabella de Swan. La aferró contra él y cubrió su boca con la suya.

La inocente respuesta de ella a su primer beso le había cautivado.

Era evidente que Isabella nunca antes había probado la pasión. Aquel breve primer beso había sido suave comparado con lo que quería hacerle en realidad. Deseaba sondear su boca con la lengua, descubrir si era tan dulce como sospechaba. Ansiaba tocar sus virginales pechos y escuchar cómo cogía aire de repente cuando sintiera la primera agitación de sensualidad.

Ignoró su protesta estrangulada y profundizó el beso, metiendo la lengua en su boca mientras con la mano buscaba uno de los firmes pechos. Sin embargo, no era suficiente. Succionó su lengua; la apagada protesta de ella se convirtió en un suspiro cuando él encontró un pezón erguido y lo excitó con las yemas de los dedos. Se endureció contra su palma y Edward sonrió. Luego presionó una rodilla entre sus muslos, separándolos de modo que ella pudiera cabalgarlo.

Su suspiro se convirtió en gemido mientras se movía contra la rodilla de él como si buscara algo que la eludía. Sabía exactamente lo que ella necesitaba. La habría tumbado en el suave heno y la habría poseído de no ser por una voz que resonó en la oscuridad, interrumpiéndolo. Bajó los brazos e Isabella se hubiera caído de no haberla sujetado. Supo el momento exacto en el que ella se percató de que no estaban solos, ya que sintió como se tensaba y miraba por encima del hombro.

-Isabella, ¿dónde estáis? Vuestra doncella dice que no habéis vuelto a vuestra habitación.

-James -dijo ella en voz baja.

Edward no dijo nada. Su cuerpo se puso rígido mientras James se dirigía inexorablemente hacia ellos. Llevaba una antorcha para iluminar su camino y ya los había divisado, de modo que no había escapatoria posible.

La mano de Edward apretó la empuñadura de su espada, cuando James agarró el brazo de Isabella y la empujó a su espalda. -¡Maldición, mujer! ¿Qué estáis haciendo aquí con él? ¿No tenéis vergüenza? Debería golpearas por esto.

-No he hecho nada -negó Isabella con vehemencia. -Hacía mucho calor en el salón y decidí tomar algo de aire antes de retirarme.

-Y dio la casualidad que os encontrasteis con Sir Bastardo -ironizó James.

Edward ya había sacado media espada de su vaina antes de pensárselo mejor y volver a enfundarla. Si mataba a James en ese momento, no conseguiría la bolsa de dinero que andaba buscando. Esperaría a que ambos se encontraran en la liza para darle una lección.

-Retiraros a vuestra habitación, Isabella -masculló James-. Me darás una explicación sobre esto en nuestra noche de bodas. Tenéis muchas cuentas que rendir, milady, pero en este momento no dispongo de tiempo suficiente para reprenderos. Los torneos empiezan mañana a la hora tercia y debo conservar mis energías.

Isabella se dio media vuelta y se marchó, echando una mirada a Edward por encima del hombro. Edward intentó ignorar la desesperación que transmitían sus ojos mientras centraba la atención en James.

-De modo, hermano, que todavía codicias lo que me pertenece -se burló James-. Primero Irina y ahora Isabella. No puedes tenerla. La deseaba incluso antes de que padre me prometiera a Irina. Isabella tiene fuego en su interior, como seguramente has notado, y tengo ganas de domarla. He gastado una cantidad considerable de tiempo y dinero para conseguirla -continuó-. Haz cualquier cosa para arrebatarme lo que es mío y vivirás para lamentarlo.

-Que oportuno que Irina muriera para que pudieras hacerte con Isabella, ¿no?

-Así es, oportuno -repitió James sin más explicaciones. -Es legal, Edward. El propio Papa me concedió el permiso para casarme con Isabella.

-Que la disfrutes -dijo Edward.

Las palabras salieron de su boca sin ninguna dificultad, aunque no estaba seguro de que reflejaran lo que pensaba. Isabella se había convertido en una mujer atractiva. ¿Qué hombre no la desearía? Desprendía sensualidad e inocencia al mismo tiempo. ¿O era tan inocente como aparentaba? Le molestaba la idea de que James hubiera despertado la pasión que había mantenido tanto tiempo escondida en su interior.

-Isabella y yo estábamos simplemente hablando de viejos tiempos.

-Mantente alejado de ella, hermano. No conseguiste a Irina y tampoco tendrás a Isabella. Su virginidad me pertenece. Limita tu interés al torneo. -Su expresión se tornó pensativa y luego le dedicó a Edward una sonrisa conciliatoria. -Puede que te envíe una jarra del vino personal de Emmett para que te consueles -dijo al partir. -Un gesto fraternal, ya me entiendes.

La aduladora sonrisa de James no obtuvo retribución. -Entiendo perfectamente, hermano.

La penetrante mirada de Edward no se apartó de la espalda de James cuando esté volvió sobre sus pasos, hacia el castillo.

De repente vio algo en el suelo y se agachó para recogerlo. Se trataba del velo transparente que había cubierto el brillante pelo de Isabella y que al parecer se había caído cuando él la atrajo a sus brazos. Sonriendo para sí, se lo guardó en el interior del jubón.

Cuando volvió al campamento, su escudero lo estaba esperando.

El muchacho estaba sentado en el catre, puliendo la armadura negra y el yelmo de Edward a la luz de las velas. Se levantó de un salto cuando Edward se introdujo en la tienda.

-Todo está preparado, milord. Vuestra armadura está pulida y vuestras armas bien reparadas. ¿Necesitáis algo más?

-No Evan. Ya puedes acostarte.

Evan desapareció tras el faldón de la tienda y chocó contra el musculoso torso de sir Jacob de Madon.

-¿Está lord Edward en su tienda, Evan? -preguntó Jacob.

-Así es, sir Jacob, acaba de regresar del banquete.

Jacob le indicó a Evan que podía seguir su camino y entró en la tienda. Edward lo saludó cordialmente.

-Veo que has dejado el banquete cuando todavía eres capaz de mantenerte en pie -bromeó.

-Al igual que tú, mañana compito en el torneo. Demasiada bebida embota los sentidos. Además, la cerveza que ha servido lord Emmett estaba aguada. Es probable que se guarde la buena para él.

Edward oyó que se acercaba alguien y llevó la mano a la espada. -¿Quién anda ahí?

-El criado de lord James. Mi señor os envía una jarra de vino para que os ayude a conciliar el sueño.

-¿Ese hombre ha dicho vino? Tienes que dejarlo entrar, Edward.

-Pasa. -ordenó Edward secamente.

James no era un hombre atento y Edward se preguntó que pretendería su hermano.

Un soldado con los colores azul y oro de Masen, entró en la tienda y dejó la jarra encima de la mesa de campamento.

-Lord James envía el vino con sus mejores deseos para el Caballero Negro -recitó.

Edward miró el vino con suspicacia.

-Es vino francés del bueno -se apresuró a añadir el hombre-. El mejor que puede ofrecer el castillo.

-¡Ah! -suspiró Jacob, que no compartía las reservas de Edward-. No es fácil conseguir buen vino francés. Repartamos las copas, amigo mío, y brindemos por el éxito de mañana.

El soldado empezaba a retroceder para salir de la tienda, cuando

Edward lo detuvo con una áspera orden. -Espera. ¿Cómo te llamas?

-Gareth.

-¿Llevas mucho tiempo al servicio de James, Gareth?

-Sí, desde antes de que se convirtiera en conde. Luché a su lado en Francia, como soldado de infantería.

-James debe confiar en ti. El hombre sacó pecho.

-Con su vida, milord.

-Entonces debes beber con nosotros.

Jacob miró a Edward con curiosidad.

-Veamos, Edward, ¿por qué desperdiciar un buen vino francés con este muchacho cuando es evidente que prefiere la cerveza?

-Así es señor -se apresuró a decir Gareth-. Por favor, disfruten del vino.

-Insisto -dijo Edward.

-¡Por las barbas de Cristo, Edward! ¿Qué te pasa? -le reprendió Jacob.

-En mi arcón de guerra hay tazas, Jacob -dijo Edward-, por favor trae una para cada uno.

Jacob obedeció, aunque era evidente que estaba perplejo por la insistencia de Edward en que el hombre bebiera con ellos. Encontró tres tazas de estaño y las depositó en la mesa, junto a la jarra de vino. A una indicación de cabeza de Edward, vertió vino en cada una de las tazas. Sostuvo la suya bajo la nariz y olió apreciativamente.

-Ambrosía -declaró, llevándose el vino a los labios.

-No, Jacob, no bebas... todavía -añadió Edward llevándose su propia taza a la nariz e inhalando el aroma embriagador. -Que beba Gareth primero -dijo mientras entregaba la taza al hombre de James.

Edward le observó atentamente, sonriendo con satisfacción cuando Gareth miró la taza con horror.

-Bebe, hombre -le invitó Edward-. ¿Cuán a menudo tienes oportunidad de beber buen vino francés?

-¿Estás loco, Edward? -preguntó Jacob.

-Bebe, Gareth. -ordenó Edward con dureza, acallando la protesta de Jacob con un seco ademán.

-¡No! -gritó Gareth, volcando el vino en el suelo. -No puedo.

Giró sobre sus talones y salió precipitadamente de allí.

Jacob miró fijamente su taza con una expresión de perplejidad en su hermoso rostro.

-¡Qué diablos!

-Deja el vino, Jacob -dijo Edward en voz baja. -No se puede beber. Está envenenado.

Jacob se estremeció y puso cuidadosamente la taza sobre la mesa. -¡Por la sangre de Cristo, Edward! ¿Estás seguro?

-No, pero ya has visto la reacción del hombre de James cuando le pedí que fuera el primero en beber. Pruébalo si quieres, pero no te lo recomiendo.

-Ni yo -dijo Jacob en un susurro. -Me fiaré de tu palabra. ¿Qué es lo que te hizo sospechar?

-James nunca hace nada sin una razón. Siempre me ha odiado.

No es propio de él enviar vino como regalo, de modo que sospeché de inmediato. Puede que el vino nos hubiera puesto demasiado enfermos para competir mañana, pero lo más probable es que nos hubiera matado.

Jacob se estremeció otra vez.

-Veneno. ¿Por qué te odia James? El conde es él, no tú. Dijiste que no había dudas en cuanto a que él era el heredero de vuestro padre y que tú eres...

-Un bastardo -Edward terminó la frase. -Escúchame bien, Jacob, algún día demostraré que soy el legítimo heredero de Masen. Nunca he dudado de que la prueba exista. La abuela Nola dijo que algún día querría saber la verdad y que cuando estuviera preparado, ella me ayudaría a encontrarla.

-Tu abuela es una mujer sabia -dijo Jacob.

-Sí, y también disfruta de una salud de hierro y de una gran memoria. Aparte de mí, sir Jared y tú sois los únicos que sabéis donde está su pueblo en Gales. No me fío de nadie más. Durante un tiempo me preocupó que no estuviera a salvo de James, pero, aparte de lord Charlie y mi padre, nadie sabía dónde vive, y ambos están muertos.

-¿Qué hacemos con el vino contaminado?

-Tíralo en el suelo, detrás de la tienda. Vierte el vino de las tazas en la jarra.

Edward sostuvo el recipiente mientras Jacob vertía el vino en él. A Jacob le temblaban tanto las manos que se salpicó un poco las calzas. Luego siguió a Edward al exterior y contempló como la tierra sedienta absorbía el vino envenenado.

En cuanto la jarra estuvo vacía, Edward despertó a Evan, haciéndolo salir de la tienda que compartía con otros escuderos. El joven salió a trompicones con ojos somnolientos y bostezando.

-¿En qué puedo serviros, milord?

Edward le entregó la jarra vacía.

-Tengo un trabajo para ti, muchacho. Lleva esta jarra al castillo y entrégasela a lord James. Dile que estaba delicioso y dale las gracias de mi parte por su generoso gesto.

-Sí, milord.

-Asegúrate de que no se lo entregas a nadie más que a lord James -insistió Edward cuando el joven salió corriendo.

-Podéis contar conmigo -dijo Evan por encima del hombro. Jacob se rió suavemente.

-Me parece que James se sorprenderá al verte aparecer mañana en la liza con una salud de hierro. -opinó.

-Lo estará, Jacob, lo estará.

Jacob se despidió y Edward volvió a su tienda, repasando mentalmente todo lo que había sucedido aquella noche. Por más que lo intentaba, no podía apartar a Isabella de su mente. Su súplica de ayuda había sido tan desesperada que lo había pillado desprevenido. Además, estaban sus dulces besos y el sorprendente estallido de pasión. Lo había dejado atónito con su ardiente respuesta a lo que había comenzado siendo una burla. En vez de demostrarle el desprecio que sentía hacia ella, se había encontrado combatiendo la incomprensible necesidad de su propio cuerpo de tumbada en el heno, levantarle las faldas y llenada, poseerla.

¡Diablos! ¿Qué le pasaba? Isabella de Swan se había convertido en la clase de mujer que Edward había aprendido a evitar: traidora y provocativa al mismo tiempo. Las mujeres como ella se merecían a hombres como James. No podía olvidar que, de no ser por ella, Irina se habría casado con él. Aunque jamás podría estar seguro de lo que el futuro hubiera deparado a Irina de no haber sido arrancada de sus brazos, estaba convencido de que, a día de hoy, seguiría viva. Pero Isabella los delató ante su padre, cambiando su futuro por completo.

Aquella noche le costó dormir y hacerlo tuvo un precio. Los sueños estuvieron invadidos por una belleza de ojos verdes y pelo castaño.

 

Isabella se sentó en el alfeizar de la ventana, totalmente vestida y con pocas ganas de dormir. Desde su habitación de la torre podía ver más allá de los torreones, donde una gran colección de tiendas se extendía por los campos, tras las puertas del castillo. Sabía exactamente donde estaban acampados Edward y los suyos, ya que había subido con anterioridad a las almenas y le había solicitado a uno de los guardias que le indicara cual era el campamento del Caballero Negro. Identificó de inmediato la tienda de Edward por la bandera que ondeaba en el poste: un dragón rojo sobre un campo negro.

Suspiró y se apartó de la ventana. Que Edward la hubiera rechazado había sido la experiencia más humillante de su vida. Se tocó los labios, sorprendida de lo hinchados que los notaba todavía a causa de sus besos. Y su cuerpo, ¡Virgen Santa!, Nunca en su vida había estado tan vivo y lleno de energía. En sus veinticuatro años de vida, nunca se imaginó lo duro que podía ser el cuerpo de un hombre. Que Dios la ayudara, pero hubiera podido estar besando a Edward para siempre.

Perdida en sus pecaminosos pensamientos, se sobresaltó cuando Thelma irrumpió en su cámara, seguida de cerca por James.

-Le avisé de que estabais durmiendo, milady, que no era apropiado que entrara en vuestra habitación sin solicitar primero vuestro permiso, pero no me escuchó.

-¡Fuera! -bramó James.

Thelma le dirigió a Isabella una mirada de disculpa y se apresuró a salir.

-Cierra la puerta al salir. -ordenó James secamente.

Isabella se preparó para la ira de James y no tuvo que esperar demasiado.

-Vuestra conducta es indecente, Isabella -la reprendió. -No admito un comportamiento licencioso en mi esposa.

-Todavía no soy vuestra esposa -replicó Isabella-. Además, Edward y yo sólo estábamos hablando de los viejos tiempos.

-No soy estúpido, Isabella. Sé que Edward os besó. Miraos. Todavía tenéis los labios hinchados y la cara roja. -Se acercó a ella amenazadoramente. Isabella retrocedió hasta que su espalda chocó con el alféizar de la ventana. -No lo permitiré -masculló entre dientes, acentuando cada sílaba.

-¡Me acusáis sin razón! -replicó Isabella-¿Creéis que no sé que os acostasteis anoche con una de las criadas?

-Un hombre tiene derecho a calmar su apetito. Escuchadme bien, Isabella de Swan. Por más años que os haya estado esperando, hacerlo se hace pesado; satisfaré mis necesidades cuando y con quien me apetezca. Vos llevareis a mis herederos y dirigiréis mi casa. Estoy obsesionado con vos desde que no erais más que una niña irritante de pelo rojo. Pero si alguna vez me canso de vos, buscaré otras diversiones.

-Me enfermáis, James -afirmó Isabella-. No deseo casarme con vos y tampoco llevar a vuestros hijos.

James la agarró por el cuello del vestido y la acercó hacia sí. -No quiero volver a otros decir eso nunca más -le advirtió. -Una vez estemos casados os enseñaré a obedecer. Cuando erais niña os dieron demasiada libertad. La mayoría de las mujeres de vuestra edad llevan años casadas y les han dado varios hijos a sus señores. -La miró con lascivia. -Recuperaremos el tiempo perdido.

-Soltadme -siseó Isabella, intentado apartarle las manos.

-No, nunca. Sois mía, Isabella. Los caminos de Dios son inescrutables. Si Él no hubiera querido que yo os tuviera, no se habría llevado a Irina y a Alec de Flint. Vuestra virginidad me pertenece. Espero con placer compartir vuestra cama en nuestra noche de bodas.

Como si quisiera demostrar lo que decía, arqueó la pelvis hacia ella en una obscena imitación del acto sexual y le aplastó los labios con los suyos en una parodia de beso. Lo único que consiguió fue hacerla daño, reforzando su deseo de evitar ese matrimonio. Tenía que convencer a Edward para que la ayudara, a pesar de la negativa anterior de este.

Isabella reunió todas sus fuerzas y levantó la rodilla para apartar a James con un golpe en un punto vulnerable. Él aulló de dolor y empezó a dar puñetazos a diestro y siniestro, golpeando a Isabella en la mejilla y lanzándola contra el suelo. Ella observó con sorpresa como él se doblaba y se agarraba sus partes. Su pequeño acto de desafío le enseñó esa noche algo muy valioso, una lección que no olvidaría nunca. Si los hombres tenían un lugar vulnerable, aquél era el lugar con el que pensaban en vez de con el cerebro.

 

A la mañana siguiente, el sacerdote de la aldea celebró la misa para los competidores. El servicio se realizó a campo abierto, ya que ni la iglesia del pueblo ni la capilla del castillo eran lo bastante grandes como para dar cabida a tanta gente. Después de la bendición final, Edward regresó a su tienda para prepararse para el primer día de torneo, que debía empezar a la hora tercia.

Una vez en la tienda, se colocó la armadura con ayuda de su escudero. Sus armas eran una lanza y una espada romas, ya que, por orden del rey, sólo podían usarse armas despuntadas. Iba a llevar un escudo grueso, hecho para resistir los golpes de tales armas, y una armadura diseñada especialmente para reducir las heridas. La armadura era negra, al igual que el yelmo y el pendón. Sobre la armadura llevaba una túnica negra blasonada con un dragón en el frente. Cuando el heraldo pidió a los contendientes que se prepararan, Edward se montó en su semental, el cual estaba cubierto por una gualdrapa ribeteada de rojo, y cabalgó hacia las lizas para esperar su turno.

Echó una ojeada al estrado erigido para los espectadores y vio que Isabella estaba allí sentada, entre sus doncellas y damas visitantes. Llevaba un vestido de color púrpura ajustado a la cintura y adornado con armiño. El color debería haber apagado su pelo llameante, pero, por el contrario, lo hacía parecer más vivo. No llevaba hennin, el tocado cónico del que pendía el velo, sino que había decidido cubrir su maravilloso pelo con una diadema de oro y un velo que le tapaba casi toda la cara.

Edward frunció el ceño cuando James subió al estrado y bajó su lanza hacia Isabella, en espera de conseguir el favor de su dama. Su ceño se profundizó cuando Isabella se sacó una diminuta cinta de la manga y la ató al extremo de la lanza. James la saludó con gesto burlón, hizo girar al caballo y volvió a las lizas. Edward esbozó una sonrisa torva al pensar en el velo que Isabella había perdido en los establos la noche anterior. Se tocó el lugar donde lo llevaba guardado, dentro de su gambesón acolchado.

Cuando James hizo girar al caballo, su mirada fue a dar con Edward.

Este sabía que su hermano no esperaba verle aquella mañana con tan buen aspecto. La cara de James pareció palidecer y su expresión cambió a una de incredulidad. Edward le dirigió un saludo burlón.

Poco después, dos caballeros armados y montados a caballo entraron en las lizas y ocuparon sus lugares frente a la justa. Edward observó con interés como el heraldo daba la señal de cargar, y ambos caballeros galoparon hacia el oponente, con las lanzas apuntadas a la altura del cuello de sus respectivos caballos. Pasando izquierda con izquierda, ambos se encontraron en el centro.

El favorito de Edward, sir William de Dorset, recibió un golpe brutal que partió la lanza de su oponente. La lanza de sir William logró derribarle y desmontó, haciendo que el júbilo entre los espectadores se elevara en un griterío.

-Golpe limpio.

Entonces ambos caballeros desenvainaron las espadas y prosiguieron el combate a pie. Sir William ganó con facilidad, derrotando a su adversario con un ágil movimiento que hizo volar por los aires la espada del contrario. Un ruidoso coro de aprobación se elevó de entre los espectadores.

El torneo continuó. El siguiente fue sir Jacob, y Edward se alegró cuando su amigo venció a su oponente sin problemas. Sir Jared, otro de sus caballeros, intervino a continuación, y también ganó. Entonces le llegó el turno a Edward.

Se bajó la visera y ocupó su posición en la justa. Cuando el heraldo dio la señal, ambos caballeros corrieron el uno hacia el otro a lo largo de la justa. Un ruido sordo produjo un jadeo en los espectadores cuando el adversario de Edward se cayó del caballo, quedando inmóvil en el suelo. Cuando se hizo evidente que no estaba en condiciones de seguir, sus escuderos salieron corriendo y lo sacaron del campo sobre su escudo. Los espectadores ovacionaban puestos en pie.

Edward combatió tres veces más antes de que se interrumpiera el torneo de ese día. Se otorgaron puntos para quienes habían derribado a un contrario, por golpearle en el casco y por romper la lanza. Al final del día, el Caballero Negro y James tenían más puntos que nadie. Estaba claro que eran los contendientes a batir para obtener la bolsa de monedas. Y dado que sólo uno podía conseguir hacerse con el premio, se hizo más obvio que en el transcurso del último día de torneo, el Caballero Negro y James se enfrentarían entre sí.

 

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AAAAAAAAAA, SE QUE EDWARD ES EL CABALLERO NEGRO Y ESTOY MUY FELIZ POR TODO LO QUE HA LOGRADO, PERO SOLO ESPERO QUE CON EL PASO DE LOS AÑOS SU CORAZON NO SE HAYA VUELTO NEGRO TAMBIEN, SE QUE PUEDE ESTAR SENTIDO CON ISABELLA, PERO NO LE DA TIEMPO DE EXPLICARLE, EL SIGUE ODIANDOLA Y PUEDE QUE POR ESO NO LA AYUDE!!!!!!! QUE HORROR!!!!! TENER QUE CASARSE CON JAMES ES UNA CRUELDAD. POR LO MENOS HAY QUE TENER LA ESPERANZA QUE EN EL TORNEO EDWARD LO MATE O POR LO MENOS LO DEJE LICIADO DE POR VIDA JAJAJA.

 

BUENO CHICAS, YA SABEN UN CAPITULO CADA DIA, BESITOS.

Capítulo 3: DOS. Capítulo 5: CUATRO

 
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