EL CABALLERO NEGRO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 04/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 259
Visitas: 73234
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

Cuando el Caballero Negro entró en el Castillo de Swan cabalgando sobre su negro caballo de guerra. Vestido de negro de la cabeza a los pies, era todo músculo y firmes tendones marcados por la batalla. Con su negra armadura sin adornos, parecía cruel y siniestro, tan peligroso como su nombre indicaba. Era un hombre conocido por su coraje y fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Pero cuando vio a Isabella de Swan, con sus largas trenzas castañas y sus femeninas curvas, apenas pudo contener sus emociones. Fue la traición de ella doce años atrás quien cambió su juvenil caballerosidad y le convirtió en un duro caballero. Fue ella quien le hizo jurar no volver a confiar en una mujer, y usarlas sólo para su placer. Pero ella desataba la pasión en su cuerpo, la bondad en su alma y el amor en su corazón.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "The Black Knight de Connie Mason"

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Capítulo 16: QUINCE

HOLAAAAA CHICAS, OTRA VEZ PASO A LA CARRERA SOLO PARA ACTUALIZAR, GRACIAS POR NO ABANDONARME, PROMETO QUE MAÑANA ME PONGO A MANO CON SUS COMENTARIOS, BESITOS GUAPA.

 

P.D: ANTES DE LEER ESTE CAPITULO, TOMEN UNA RESPIRACION PROFUNDA, UN CALMANTE Y AJO EN LAS UÑAS JAJAJA.

 

 

Un caballero siempre obedece a su rey.

 

El día que Edward e Isabella llegaron a Cullen, el cielo estaba gris y cubierto de nubes. El océano que se agitaba bajo los acantilados estaba oscuro y amenazante. El viento aullaba, azotándolos sin piedad mientras se acercaban a la barbacana. A Edward se le llenó de orgullo el corazón al ver que durante su ausencia, habían sido reparados los muros exteriores, los cuales serían un escudo de contención sólido frente a un ataque enemigo. Un soldado se asomó a la barbacana como si fuera a enfrentarse a los intrusos y al reconocer a Edward lanzó un grito de bienvenida.

Edward cruzó la puerta que conducía al patio exterior. Había varios hombres inmersos en un combate fingido en el campo de entrenamiento, y no los vieron pasar.

-No puedo creer que tus hombres hayan tardado tan poco en reconstruir los muros -comentó Isabella cuando vio la pared de separación recién reparada.

Llegaron al rastrillo y este se levantó para dejarlos pasar.

-Se han ganado de sobra la prima que les prometí -dijo Edward, contento con el milagro que sus trabajadores habían realizado durante su ausencia.

Llegaron a la torre y tiraron de las riendas. Evan se precipitó a saludarlos.

-¡Lord Edward, lady Isabella! Gracias a Dios que estáis bien. De no haber sabido algo de vos pronto, sir Jared iba a llevar a vuestro ejército a Swan para exigir vuestra liberación.

Edward desmontó y ayudó a Isabella a bajar del palafrén moteado.

Los caballeros y los soldados que habían sido avisados de la llegada de Edward, salieron a saludarlo. Badler debió oír la conmoción, ya que salió apresuradamente del castillo, vio a Edward y bajó las escaleras dando tumbos, con una amplia sonrisa en la cara.

-Milord, milady, bienvenidos a casa. Cuando sir Jared llegó hice que volvieran los criados. Está todo preparado para vos. Pronto os servirán una comida caliente.

A Edward le emocionó la bienvenida que estaba recibiendo por parte de su gente, y se le hinchó el corazón de orgullo. Era extraño ver tal lealtad, y no estaba seguro de merecerla. Rodeó los hombros de Isabella con un brazo protector y la apartó de la lluvia que caía, acompañándola por las escaleras hasta la torre.

El salón estaba caliente y acogedor, y perfumado con los deliciosos aromas de la cocina. Un fuego ardía en el hogar, extendiendo su calor a todos los rincones del castillo. Edward acompañó a Isabella hasta un banco y la sentó ante la chimenea. Alguien le entregó una jarra de cerveza y él la posó en la mano de Isabella.

-Bebe -dijo-. Te hará entrar en calor.

Soldados y caballeros por igual, les siguieron al interior, sirviéndose ellos mismos de las jarras de cerveza dispuestas sobre la mesa para que las bebieran. Todos se apiñaron en torno a Edward, esperando que les entretuviera con la narración de su aventura.

-¿Sir Jacob no ha venido con vos? -preguntó sir Jared-. Se quedó en las proximidades de Swan para saber cual era vuestro destino. Decidió acampar en el bosque junto con Zeus hasta que aparecierais o... -Sus palabras se desvanecieron. Se aclaró la garganta. -Ya veo que encontrasteis a Zeus, pero ¿qué pasa con sir Jacob?

-No temas. Isabella y yo tropezamos con el campamento de sir Jacob poco después de escapar de Swan. Le hice un encargo. -Decidnos como escapasteis de Swan -pidió uno de los caballeros-. Y no nos escatiméis ningún detalle, milord.

Era evidente que ese caballero no era el único que se preguntaba cómo y dónde había encontrado su señor a lady Isabella.

-Estoy cansado -contestó Edward, evadiéndose. -Os contaré los detalles después de que milady y yo hayamos cenado. Sé que todos vosotros estáis deseando oír lo que pasó después de que mi hermano me arrastrara hasta Swan.

-Seguro que esa aventura añadirá más brillo a la fama del Caballero Negro -indicó Jared-. Todos los juglares del reino cantarán pronto las nuevas proezas del Caballero Negro.

Edward suspiró. Esperaba que la narración no llegara a oídos del rey, porque no sabía cómo iba a reaccionar Eduardo al enterarse de que su campeón había convertido a la esposa de otro caballero en su amante. Apartó esos pensamientos; ya se preocuparía del rey si, y cuando, llegara el problema. Le ofreció la mano a Isabella.

-Deberías descansar. Te he obligado a seguir un paso endiablado.

Buscó su rostro, repentinamente consciente de su palidez y de las manchas oscuras que estropeaban la delicada piel de debajo de sus ojos.

Isabella colocó la mano en la de él y lo siguió por la sinuosa escalera hasta el solar. Entró con ella y cerró la puerta a sus espaldas.

-Lo digo en serio, Isabella -dijo severamente. -Necesitas descansar. Haré que te suban una bañera para que te bañes. Tómate tu tiempo. Duerme la siesta si puedes. A lo mejor deseas que te suban la comida.

-Sí, me gustaría. Me siento como si pudiera dormir una semana entera.

Él la rodeó con sus brazos y observó su rostro con atención; no le gustó lo que vio.

-¿Estás enferma? Debería haber tenido más cuidado contigo.

Estoy acostumbrado a cabalgar deprisa, pero debería haber tenido en cuenta que tu constitución, como mujer, es más frágil. Perdóname.

-No hay nada que perdonar. De no ser por ti, a estas alturas pertenecería a James por completo -añadió con intención.

Él hizo una mueca y le dio un beso rápido. Luego la soltó y empezó a formar una fogata en la chimenea,

-Volveré después de haberme bañado, comido y obsequiado a mis hombres con el relato de nuestra fuga.

Volvió a besarla y salió de la habitación.

Isabella estaba verdaderamente agotada. El rápido viaje a Cullen se había cobrado su precio. Se había visto obligada a luchar contra las inevitables nauseas matutinas para que Edward no reconociera los síntomas.

Por muy desesperada que estuviera por contarle lo del bebé, se mantuvo en silencio. Contárselo a Edward no iba a servir de nada y sólo complicaría la situación, haciendo las cosas más difíciles.

Ya había decidido que tenía que irse de Cullen antes de que llegara James. Edward ya había sufrido bastante por su culpa. Si ella no estaba allí cuando James apareciera, y aparecería, no habría necesidad alguna de un enfrentamiento armado.

Isabella llevaba mucho tiempo pensando en ello y había decidido huir hacia la seguridad que, estaba segura, le proporcionaría su tía. El viaje a Edimburgo era largo para hacerlo sola, pero no tenía elección. Viviría discretamente en casa de su tía y criaría a su hijo. Edward no necesitaba enterarse nunca de que se había convertido en padre, ya que probablemente, no volviera a verlo jamás.

Esa terrible idea le llenó los ojos de lágrimas. Seguro que vivir sin el hombre al que amaba era una penitencia adecuada al grave pecado que había cometido. Pero, ¿de verdad había cometido un pecado? La conciencia le decía que no había hecho nada incorrecto. Tener relaciones íntimas con el hombre amado no podía ser pecado, cuando le proporcionaba tanta felicidad. Puede que Edward no compartiera su amor, pero el corazón le decía que se preocupaba por ella.

Seguramente ningún hombre arriesgaría tanto por una mujer a no ser que estuviera implicado emocionalmente. Una insidiosa vocecita interna le advertía de que el único sentimiento que experimentaba Edward era el de culpabilidad. Después de todo, le había arrebatado la virginidad de la manera más ruin, en su noche de bodas. También estaba la lujuria, que ambos sentían en abundancia. Pero Isabella sabía que en su caso, era consecuencia del amor. Por desgracia, no podía decir lo mismo de Edward.

Entonces llegó el baño para Isabella y sus pensamientos se encaminaron hacia asuntos más banales, como quitarse toda la suciedad y el polvo acumulados durante el viaje a Cullen. Una joven criada se quedó para ayudada.

-Soy Lora, milady. Lord Edward me ordenó que os ayudara.

-¿Qué ha sido de Jessica? -preguntó Isabella.

-Jessica se casó con el hijo del herrero y ya está embarazada.

Isabella observó los amables rasgos de Lora y no descubrió malicia en ellos, a diferencia de la taimada Jessica.

-Tu ayuda es bienvenida, Lora -dijo con una sonrisa.

Isabella terminó de bañarse y se envolvió en la gran toalla que Lora mantenía extendida para ella. Contuvo un bostezo. El baño la había adormecido.

-¿Deseáis descansar, milady? -preguntó Lora, acercándose a la cama y apartando las sábanas.

-Una siesta me parece maravillosa -respondió Isabella incapaz de resistirse a la atracción de la cama abierta.

Dejó caer la toalla empapada y se metió desnuda en la cama. Lora le subió las sábanas hasta el cuello y abandonó la habitación sin hacer ruido. Debía estar tan agotada que no se despertó cuando Edward se acercó lentamente a la cama. Se dio cuenta de que debían de haber reavivado el fuego, ya que la habitación estaba bañada en una luz dorada. Se apoyó en un codo y se sorprendió al verlo observándola con los ojos brillantes.

-Me preguntaba cuando ibas a despertar. No puedo dormir cuando estoy más duro que una piedra. -Arqueó la pelvis hacia ella para demostrarle lo intenso que era su deseo. -Estabas tan profundamente dormida que no quise molestarte. ¿Tienes hambre?

-Un poco.

Edward apartó las sábanas y se metió desnudo en la cama.

-Te he traído una bandeja. Está junto a la chimenea para que se conserve caliente. Debías estar completamente rendida. Siento haberte hecho viajar a ese ritmo.

-No es culpa tuya. Ambos sabíamos que era peligroso ir despacio. Pon la bandeja encima de la mesa -aleccionó ella, intentando levantarse.

-No. Quédate dónde estás. Traeré la bandeja.

Isabella se incorporó y se colocó una almohada detrás de la espalda, mirándolo. El cuerpo desnudo de su guerrero la fascinaba. Aunque estuviera más delgado que cuando lo vio al principio, se veían los músculos ondulantes en los anchos hombros y en el pecho; muy desarrollados y duros como el granito. Las nalgas eran elevadas y prietas y sus largas y musculosas piernas estaban cubiertas de un fino vello negro.

Se le desorbitaron los ojos cuando él se dio la vuelta y le llevó la bandeja. Su virilidad estaba dura e hinchada, surgiendo erguida de entre un nido negro. Apartó rápidamente la mirada cuando él colocó la bandeja sobre su regazo y se colocaba en la cama al lado de ella. Se le hizo la boca agua cuando él retiró el paño, dejando al descubierto un banquete digno de un rey. Había tortas de carne a punto de reventar por los suculentos trozos de carne de venado, lanchas de cochinillo, pan, y un surtido de verduras tardías, frutas y quesos. Aunque no pudo comérselo todo, redujo bastante la cantidad.

Apartó la bandeja, saciada. -¿A cuántos querías alimentar?

-En los últimos días no has comido lo suficiente ni para mantener a un pájaro con vida -indicó Edward, retirando la bandeja. -Lo que necesitas es una buena dieta a base de buenos y nutritivos alimentos. No se me ha pasado por alto que últimamente pareces haber llegado al límite. Sé que ya te lo he preguntado antes, pero tengo que preguntártelo otra vez, ¿estás enferma?

Isabella evitó la mirada de Edward, ya que no le resultaba fácil mentir. -No, no estoy enferma. Dame unos días para descansar y recuperarme del duro viaje y notarás la diferencia.

Él le levantó la barbilla para obligada a mirado. -¿Estás segura? ¿No hay nada que desees decirme?

Isabella se paralizó. ¿Sospechaba algo? Decidió que no. Era imposible que lo supiera. Seguía teniendo el vientre tan plano como siempre. De no ser por sus pechos doloridos y el estómago revuelto, ni siquiera ella lo sospecharía.

-No me pasa nada Edward. No te preocupes por mí; tienes cosas más importantes en las que pensar.

-No hay nada más importante que tú, Isabella.

Parecía tan sincero que a Isabella le entraron ganas de gritar. -Todo lo que te ha pasado hasta ahora es por mi culpa, si no te hubiera robado la virginidad, tu vida ahora sería muy diferente. Te debo mi protección.

En ese instante sí que quiso echarse a llorar. No quería su compasión. Él no le debía nada. Tampoco quería oír que estaba con Edward porque su honor le exigía protegerla. Meditó cuidadosamente una respuesta, pero no encontró ninguna que no dejara su alma al desnudo. Llegó a la conclusión de que, cuando se marchara, como finalmente tendría que hacer, él no iba a echada de menos. De hecho, lo más probable fuera que se sintiera aliviado de verse libre de tal responsabilidad.

Isabella no se detuvo a pensar que Edward, si de verdad hubiera querido librarse de ella, la habría acompañado hasta Escocia. O la habría dejado en Swan, en vez de arriesgar la vida para rescatarla. Tampoco recordó que Edward la había llevado a casa de la abuela Nola para mantenerla a salvo. De lo único que se acordaba era de palabras que no mencionaban el amor. Palabras que sólo reforzaban el compromiso de Edward de proteger a aquellos que eran más débiles que él.

Cuándo Edward extendió los brazos para hacerle el amor, ella se refugió en ellos de buena gana. Cuándo llegara el momento, quería irse con recuerdos suficientes para toda la vida. Luego se rindió a sus besos, saboreó la sensación que las manos y la boca de él despertaban en ella, y se pegó a él, gritando su nombre, cuando la llevó a la culminación.

Edward salió del estrecho pasaje de Isabella y se tumbó a su lado.

Algo no iba bien, pero no alcanzaba a descubrir qué era. Isabella se había mostrado más apasionada que nunca, pero luego él había cometido el error de mirarla a los ojos. Estaban distantes, como si se hubiera replegado en sí misma, algo que nunca antes había hecho, ni siquiera la primera vez.

¿Empezaba a arrepentirse de todo lo que habían compartido? ¿Quería volver con James? Esa idea no era digna de tener en cuenta. En lugar de eso, la atrajo hacia su cuerpo y desechó el pensamiento de un futuro sin Isabella de Swan en él.

 

Castillo de Swan.

Transcurrieron quince días antes de que James decidiera que había pasado por alto una pieza vital del rompecabezas. Después de mucho pensar y meditar sobre los métodos que podían usarse para escapar de habitaciones cerradas, llegó siempre a la misma conclusión: en las paredes del castillo debía haber una vía de escape. Edward había dado con ella de alguna forma, en algún momento. Era la única respuesta posible.

Cuando la exhaustiva búsqueda terminó, James llevó a Emmett aparte para hablar del enigma.

-Emmett, tú conoces el castillo mejor que yo. ¿Cómo podrían haber escapado Isabella y Edward?

-Sólo un imbécil se creería que han atravesado las paredes o salido volando por la ventana. No sé como huyeron, porque las puertas estuvieron cerradas y el rastrillo levantado -afirmó Emmett-. Les he preguntado a los criados, pero no saben nada.

-Lo he pensado mucho -le confió James-. ¿Alguna vez oíste a tu padre hablar de un pasadizo dentro de las paredes del castillo?

Emmett arrugó la frente, y de repente se le iluminó la cara. -Ahora que lo mencionas, me parece recordar que padre mencionó una vía de escape secreta, pero nunca me pareció lo bastante importante como para preguntar sobre ella -reflexionó Emmett-. Swan no ha sido nunca sitiada. Lo que sí recuerdo es una vez que oí, por casualidad, que padre le decía al antiguo administrador, sir Clement, que se asegurara de que el túnel se mantuviera en buen estado. Por desgracia, el administrador ha muerto ya.

-¿Intentaste alguna vez encontrar el túnel? -preguntó James con excitación creciente.

-No. Por aquel entonces no me pareció importante. Lo había olvidado por completo hasta que lo has mencionado ahora.

-¡Lo sabía! -exclamó James-. Sabía que tenía que existir una salida secreta del castillo. La gente no vuela ni se evapora. Ordenaré que registren otra vez todas las habitaciones.

La incapacidad de los hombres para dar con el túnel no desalentó a James. Simplemente les ordenó que volvieran a las habitaciones principales del castillo y que buscaran hasta encontrar una vía de escape. Fue el mismo James quien descubrió la puerta situada detrás del tapiz del solar, y se maldijo ampliamente a sí mismo por no haberla encontrado antes. Habían perdido semanas en busca de algo que tenían delante de las nAleces.

Enardecidos por el éxito, James, Emmett y dos soldados, entraron en el estrecho pasadizo. A poca distancia, encontraron el lugar del derrumbe, en el que Edward había excavado. Tras una leve vacilación, James subió hasta la apertura, indicando por señas a los demás que lo siguieran. Al final, aparecieron en la cueva y se encontraron en el bosque, más allá de los muros del castillo.

-No lo sabía -dijo Emmett, obviamente asombrado por el descubrimiento. -Me pregunto cómo se enteró Edward.

-Debería haberme dado cuenta antes -masculló James-. Ahora recuerdo que me burlaba de Edward porque, cuando éramos adolescentes, se pasaba el tiempo solo en las mazmorras. Quería demostrar su valor. Puede que fuera entonces cuando encontró el túnel.

-¿Qué vas a hacer ahora?

-Atacar Cullen, matar a Edward y llevar a mi esposa a la casa a la que pertenece -dijo James con un gruñido-. ¿Estás conmigo?

-Me niego a participar en esta venganza, James -contestó Emmett-. Siempre he sabido que odiabas a Edward. Cuando era niño participé en tus bromas porque él era un bastardo e inferior en categoría a nosotros. Pero Edward no nos ha hecho nada. Se ha distinguido en la guerra y el rey lo condecoró en el campo de batalla. Si quieres que se haga justicia, lleva el asunto ante el rey, pero no mates a Edward.

-¡El rey! ¡Bah! ¡Le tiene demasiado aprecio a Edward para mi gusto! -rugió James-. Edward secuestró a mi esposa, le arrebató la virginidad y me hizo parecer un idiota.

-Edward actuó mal al poseer a Isabella -estuvo de acuerdo Emmett, examinando la cara de James-. Pero puede que tuviera una buena razón.

James escrutó el rostro de Emmett preguntándose cuánto sabía. -¿Qué motivo puede tener un hombre para secuestrar a la esposa de otro?

-Cabalgaré contigo hasta Cullen -dijo Emmett-, pero mis soldados se quedarán en Swan. A lo mejor puedo encontrar una salida pacífica para esta contienda.

-¡Bah! No quiero una solución pacifica. Quiero la cabeza de Edward y el cuerpo de Isabella. Aparte de eso, nada me satisfará -declaró James bruscamente. -La decisión es tuya, o te unes a mi o no.

Tres días después, James, Emmett y el ejército de James, cruzaron con estrépito el puente levadizo y se dirigieron hacia el sur, en dirección a Wessex. Después de años de arrastrarse a los pies de James y ser su perrito faldero, Emmett había llegado a la conclusión de que James era un tirano cruel y posiblemente un poco demente. Comprendió, demasiado tarde, que no siempre había sido un buen hermano para Isabella, y que nunca debería haberla obligado a contraer matrimonio con James. Ese era el motivo de que hubiera accedido a viajar a Cullen con James. Quería evitar un derramamiento de sangre.

 

Castillo de Cullen.

Isabella despertó entre los brazos de Edward y se acurrucó más contra él. Todavía era muy temprano, no había llegado la hora prima, pero tenía muchas cosas que hacer. Llevaba semanas preparándose para su huida. Edward había sido generoso con su dinero, animándola a comprar todo lo que quisiera a los vendedores ambulantes que visitaban el castillo, y parte de ese dinero lo había ahorrado en vez de gastarlo. Si no lo dilapidaba, esas monedas le servirían para llegar a salvo a Edimburgo antes de la primera nevada.

Últimamente los días habían sido excepcionalmente buenos, animando a Isabella a poner en marcha su plan de fuga. Su cuerpo empezaba a ensancharse y aunque Edward pareciera no haberlo notado, su cintura estaba engrosándose y sus pechos eran más grandes. Si no se marchaba antes de que él adivinara su secreto, sabía que no la permitiría irse. Eso significaba que la batalla entre Edward y James sería inevitable.

La noche anterior, después de hacer el amor, Edward la informó de que al día siguiente, iría de caza con el guardabosques. Hada falta carne en la despensa, y tenia la esperanza de conseguir un venado o un buen jabalí. Lo que no se destinara al consumo inmediato, se pondría en salazón y se almacenaría para el invierno. Edward estaría fuera la mayor parte del día, e Isabella había decidido aprovechar su ausencia. No iba a encontrar mejor momento para marcharse. Separándose de Edward, salió de la cama.

Edward se despertó y la buscó con la mano.

-Pareces impaciente por dejar nuestra cama esta mañana, dulzura. ¿Tienes planeado algo especial para hoy?

Isabella palideció. ¿Lo sabía?

-No. Hoy pensaba hacer velas. Es un proceso largo y aburrido, por lo que quería empezar temprano.

-Y yo tengo que levantarme y reunirme con el guardabosque -dijo Edward-. Preferiría quedarme en la cama y hacerte el amor, pero el deber me llama. Sir Jared se va a quedar, pídele lo que necesites -continuó Edward, levantándose desnudo de la cama y encendiendo una vela. -Los guardias que patrullan por el parapeto tienen instrucciones de estar atentos a los visitantes. Tengo el presentimiento de que James no tardará en llegar, pero esta vez el castillo está preparado para un asedio.

-¿Se puede evitar la confrontación? -preguntó Isabella con esperanza-. No quiero que haya derramamiento de sangre por mi culpa.

-Esta contienda ya no tiene que ver contigo -explicó Edward poniéndose la ropa. -Te recupere o no, James quiere verme muerto. Su odio hacia mí comenzó hace mucho y se ha hecho más intenso con los años. Desconozco el motivo, pero tengo intenciones de averiguado algún día. Dame un beso de despedida, esta noche nos daremos un banquete de carne de venado fresca.

Se agachó para darle un fugaz beso en los labios, pero Isabella no quedó satisfecha con un beso tan breve cuando muy bien podía ser el último que ambos compartieran. Rodeándole el cuello con los brazos, lo tumbó y lo besó con avidez, con toda la pasión de su delgado cuerpo. Cuando el beso terminó, él se echó hacia atrás y la miró fijamente con expresión pensativa.

-A lo mejor debería volver a la cama y satisfacer tu hambre.

-Esta noche -dijo ella, sonriéndole a pesar del dolor que le devoraba las entrañas.

Sabía que su partida enfurecería a Edward, pero tenía que hacerlo para evitar una matanza.

-Esta noche, entonces -estuvo de acuerdo Edward.

Isabella esperó hasta que la puerta se cerró tras él, antes de saltar de la cama y vestirse con su ropa de más abrigo. Se puso una camisola interior de franela de magas largas y ajustadas, y completó su atuendo con una túnica de lana. Luego se colocó unas gruesas medias de punto y sus recios zapatos de cuero. Cuando estuvo vestida, extendió la capa y puso encima las cosas que pensaba llevar consigo. Luego la dobló pulcramente formando un hatillo y lo metió debajo de la cama.

Sólo le quedaba una cosa por hacer, y era lo que más temía. Lo había estado meditando mucho y había decidido escribir una nota para que Edward la encontrara. Sólo le diría que creía que había llegado la hora de separarse y le pediría que no la siguiera. Le aconsejaría que avisara de inmediato a James de que ella ya no seguía estando bajo su protección. Incluso podía insinuar que tema intenciones de volver con su marido.

Una vez que supo lo que iba a escribir, Isabella fue en busca de Sue y le pidió pergamino, pluma y tinta, con la excusa de que tema que hacer una lista de cosas personales que necesitaba. El administrador le proporcionó los artículos solicitados e Isabella regresó al solar para escribir el mensaje. Se entretuvo mucho tiempo escribiéndola y, cuando terminó, dobló el pergamino por la mitad, puso el nombre de Edward en la parte de delante, y lo depositó sobre la almohada, donde estaba segura que él lo vería.

Después de escribir la carta, Isabella sacó sus pertenencias del solar y las escondió en el establo. Si alguien le hubiera preguntado algo, estaba preparada para decir que llevaba la ropa sucia a la lavandería. Pero nadie le preguntó.

Su plan era irse cuando todos estuvieran reunidos en el salón para el almuerzo. Para no despertar sospechas, esa mañana supervisó la fabricación de velas. Ahora, mientras los hombres comían, bebían y hablaban, se deslizó escaleras abajo y se escabulló por la puerta que utilizaban los criados para llevar la comida desde la cocina al salón. Corrió hacia los establos, con la esperanza de poder ensillar a la yegua moteada antes de que alguien la descubriera.

Por desgracia, el destino se confabuló contra ella. En cuanto llegó a los establos, el guardia del parapeto hizo sonar el cuerno de aviso. Isabella supo de inmediato lo que eso significaba. Se acercaban jinetes al castillo. Los hombres salieron corriendo del salón, en busca de sus armas, con la comida todavía en la boca. Isabella gimió angustiada. Demasiado tarde. Había demorado demasiado la partida. Ahora James estaba allí y el asedio era inevitable. Sus pensamientos volaron hacia Edward, que estaba fuera de los muros, y le empezaron a temblar las rodillas de miedo. Se sujetó a la pared hasta que se le tranquilizó el corazón, y luego volvió al castillo.

El patio bullía de actividad. Hombres armados subían las escaleras en dirección a los paseos construidos a lo largo de la muralla mientras otros se precipitaban a proteger el rastrillo. Isabella entró en el salón y subió hasta el solar, desde donde podía mirar por las almenas. Casi se desmayó de alivio cuando vio a Edward y al guardabosque pasar bajo el rastrillo. La puerta de hierro descendió en cuanto pasó este último. Edward conferenció brevemente con sir Jared, y luego entró en el castillo.

Isabella quiso bajar para unirse a él, pero él se adelantó irrumpiendo en el solar.

-¿Te has enterado? -preguntó Edward.

Parecía distraído e Isabella no podía culpado. James era un ene-migo temible.

-¿Crees que es James?

-Sí. Tengo que prepararme. No salgas del solar hasta que sepamos cuales son las intenciones de James.

Isabella no llegó a responder, ya que alguien golpeaba la puerta con insistencia.

-¡Milord! Soy Evan. Hemos avistado el estandarte del rey.

Acaba de llegar un heraldo para informamos de su inminente llegada. ¿Cuáles son vuestras órdenes, milord?

-Espérame en el salón, Evan. Bajaré enseguida -gritó Edward a través de la puerta.

-¡El rey! -exclamó Isabella-. ¿Qué puede querer?

-No tardaremos en averiguarlo -contestó Edward con gravedad. -Puede que James haya pedido la intervención del rey y que Eduardo esté pensando en castigarme.

-¡Virgen Santa! -balbuceó Isabella.

Si no se hubiera acercado a Edward cuando le vio en Swan, nada de esto estaría pasando. Seguro que el rey no iba a castigar al Caballero Negro ¿verdad? Haber escapado de James en su noche de bodas había sido cosa tanto de ella como de Edward.

Edward echó un vistazo a su túnica manchada de sangre e hizo una mueca.

-No puedo recibir al rey así, con la sangre de la caza por todas partes. Queda poco tiempo. Sue está en el salón esperando instrucciones.

-Iré a hablar con él-dijo Isabella.

-Dile que debe preparar habitaciones para nuestros invitados, y que hay que preparar un banquete digno del Rey para cenar. No sé cuantas personas componen el séquito de Eduardo, pero será considerable.

-Yo misma hablaré con la cocinera -dijo Isabella-. No te preocupes, todo saldrá bien.

Se giró para marcharse.

-Isabella, espera -la detuvo Edward, sujetándola por el brazo-. No te entretengas abajo. No sé lo que quiere el rey, es mejor que permanezcas lejos de su vista cuando llegue. Procuraré hablar con él en privado antes de presentarte.

Isabella asintió, completamente de acuerdo. Lo mejor sería que Edward tanteara al rey antes de que se enterara de su presencia. -No estaré lejos mucho tiempo -dijo por encima del hombro mientras se encaminaba a la puerta.

Edward se quitó la túnica y vertió agua de la jarra en la jofaina. Se estaba quitando las calzas cuando entró Evan sin llamar.

-Lady Isabella me envía para que os ayude a vestiros, milord -dijo el escudero. -Decidme que queréis que saque del baúl.

-Mis mejores calzas negras y el jubón de terciopelo -contestó Edward sin vacilar. -Y la capa corta, negra.

Mientras Edward se lavaba, Evan extendió las prendas sobre la cama.

-Gracias, Evan. Ahora ve y trae mi espada de la armería.

Se sentó en la cama para ponerse las calzas y las botas, mientras Evan se apresuraba a salir para obedecer la orden. Sus penetrantes ojos no tardaron en descubrir la carta que llevaba su nombre, apoyada en la almohada. La observó con un mal presentimiento, luego extendió la mano para cogerla, la abrió y leyó la elegante escritura. Cuando terminó, volvió a leerla y luego la arrugó con la mano.

-Pequeña arpía -dijo entre dientes.

Ella quería abandonarlo. Quería volver con James y le prohibía que la siguiera. ¿Durante cuánto tiempo había estado planeando esta traición? Sus labios mentirosos y su cuerpo tentador, lo habían vuelto ciego ante sus verdaderos sentimientos hacia él. Empezó a embargarle la ira. Había protegido a Isabella con su vida, había soportado un dolor insoportable por ella, y no tenía la decencia de decirle en persona que quería marcharse. En lugar de eso, dejaba una nota, redactada con frialdad, donde él pudiera encontrada. De no haber venido el rey, estaba seguro de que Isabella se hubiera ido antes de que él regresara con el guardabosque. La dulzura de sus besos y su apasionada forma de hacer el amor, tan sólo habían sido una farsa.

Edward sabía que la riqueza y las tierras de James eran mucho mayores que las suyas. ¿Había decidido Isabella que no estaba dispuesta a renunciar a todo eso por un pequeño y aislado castillo situado encima de un acantilado azotado por el viento?

Se maldijo a sí mismo por ser un estúpido. La experiencia con Irina debería haberle enseñado que no se podía confiar el corazón a las mujeres de Swan. Se le atoró el aire en la garganta. ¿Le había entregado el corazón a Isabella? La respuesta lo dejó helado. Realmente el Caballero Negro había puesto su corazón en manos de Isabella. Gracias a Dios nunca le había confesado sus sentimientos.

Se levantó bruscamente, apretando la nota en el puño. Luego se acercó de una zancada hasta la chimenea y la tiró al fuego. Contempló desapasionadamente como se prendían los bordes y se convertía en ceniza. Con un humor sombrío y amenazante, se puso el jubón y se echó la capa sobre los hombros.

Pocos segundos después, volvió Evan con la espada y los ojos brillantes de entusiasmo.

-El rey se aproxima a la barbacana, milord.

Edward cogió la espada de manos del joven y se la colocó en el cinturón.

-¿Has visto a lady Isabella? -Apenas pudo pronunciar su nombre sin gruñir.

-Sí, hace un momento estaba con Sue en el salón.

-Aquí estoy -anunció Isabella, entrando enérgicamente en la habitación. -Sue está llevando a cabo tus instrucciones, como habéis convenido.

Edward hizo un seco gesto de asentimiento con la cabeza, demasiado furioso para hablar.

Isabella le dirigió una mirada de perplejidad.

-¿Algo va mal?

-Vístete. Saludaremos juntos al rey.

-Pero... No entiendo. Dijiste que debía permanecer en el solar hasta que hubieras podido hablar a solas con Eduardo. -He cambiado de idea. Apresúrate.

Isabella se acercó corriendo hasta su baúl, y extrajo una túnica nueva y la ropa interior que había confeccionado ella misma con una pieza de seda que acababa de comprarle a un vendedor ambulante. Se puso ambas cosas rápidamente, se echó encima un manto lujosamente bordado y se cubrió la cabeza con un velo que sujetó con una diadema de oro.

-Ya estoy lista, Edward.

Edward la miró sin interés, luego la agarró del codo y la dirigió hacia la puerta.

Isabella recordó de pronto la nota dirigida a Edward. Ahora no podía permitir que la encontrara. Clavó los talones en el suelo. -Espera, he olvidado algo.

-No, no lo has hecho -gruñó Edward.

Le clavó los dedos en la suave carne del brazo y ella gritó de dolor.

-Me haces daño. ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan enfadado?

-¿Que qué me pasa? -se mofó Edward-¿Qué podría pasarme? Cuando llegue James, yo en persona te acompañaré hasta él. Si no viene, te enviaré con él.

-¿De qué estás hablando?

¡Lo sabía! ¡Oh, Dios, había encontrado la carta! Al recordar ahora lo que había escrito, sabía que sus palabras debían de haberle parecido frías e impersonales, pero así era como lo había planeado para asegurarse de que no fuera a buscada. Había intentado, de la única manera que estaba a su alcance, evitar una confrontación brutal entre James y Edward.

-Has leído la carta -susurró Isabella.

Él jamás la había mirado con tanto desprecio.

-Así es -siseó él. -¿Qué clase de mujer eres? -Cada una de sus palabras rezumaba sarcasmo. -No has tenido la decencia de decirme a la cara que querías volver con tu marido. Fuiste tú quien solicitó mi protección, por si no lo recuerdas. Has vivido bajo mi techo, te has sentado a comer en mi mesa e hiciste el amor conmigo como si disfrutaras al hacerla. No te entiendo, señora. ¿De repente decidiste que un bastardo no era lo suficientemente bueno para ti?

Isabella, anonadada, no podía creer que su mensaje hubiera despertado tanto resentimiento en Edward. Pensó que se alegraría de librarse de ella. ¿Acaso no sabía que ella era capaz de hacer cualquier cosa para protegerlo de James? ¿Cómo podía haberse equivocado al pensar que él lo entendería?

-No lo entiendes, Edward -sollozó, desvalida. -Esperaba que, con mi marcha, se evitara el derramamiento de sangre.

-No deseo hablar del tema, Isabella -masculló Edward, empujándola hacia las escaleras. -El rey está esperando abajo.

Isabella bajó las escaleras a trompicones, con los ojos desorbitado s de temor. No reconocía a ese hombre enfurecido. Llegaron al salón justo a tiempo para recibir al rey, cuando él y su séquito cruzaban la puerta.

Isabella se quedó detrás de Edward mientras este se adelantaba y se arrodillaba ante el rey.

-Sire, vuestra visita es un gran honor para mí.

El rey Eduardo III era un hombre alto y delgado de facciones risueñas. Mantenía unas excelentes relaciones con sus barones, ya que había casado a varios de sus once hijos con familias que ostentaban baronías. Eduardo y su muy admirado hijo, el Príncipe Negro, eran muy hábiles en la guerra y muy respetados por sus súbditos.

-Levántate, Edward de Cullen -dijo el rey. -Tenía que ver por mí mismo las maravillas que has llevado a cabo en Cullen. Pero esa no es la única razón por la que he recorrido tantas leguas. Nada de eso, Edward, te traigo un regalo.

-¿Un regalo, sire? Ya me habéis dado más de lo que jamás esperaba poseer.

-Te has ganado todo eso y más -dijo Eduardo con generosidad. -Ahora te traigo una esposa.

A Isabella se le doblaron las piernas y se dejó caer en el banco más cercano. ¡Una esposa! Edward tenía que casarse con la mujer que el rey le había escogido. Sabía que ese día tenía que llegar y tenía la sensación de que su mundo acababa de escapar a su control. Edward la odiaba y ahora iba a tomar una esposa.

-¿Una esposa, sire? -repitió Edward-. Yo... Yo no pensaba casarme tan pronto.

-Un hombre necesita una esposa -afirmó Eduardo, efusivamente. -Tu castillo se verá beneficiado con el suave toque de una mujer, por no hablar de los herederos que vas a obtener de este matrimonio.

-Sí, sire -respondió Edward inquieto.

Obedeciendo un gesto de cabeza del rey, una joven avanzó un paso. Inclinó la cabeza sumisamente y lanzó una tímida ojeada a Edward por debajo de los párpados. Iba lujosamente ataviada de terciopelo. La cintura estaba ceñida con oro y el tocado era algo tan complicado que hacía que el velo y la diadema de Isabella parecieran sencillos en comparación.

-Saluda a lord Edward, Elena -dijo Eduardo con afecto.

Elena levantó la cabeza, le dirigió a Edward una vacilante sonrisa y volvió a agacharla otra vez. Isabella apreció rápidamente la morena belleza de la joven. Tenía el pelo tan negro como el ala de un cuervo, una tez perfecta y cremosa, y unos ojos leonado s que hacían palidecer la belleza de Isabella, o al menos eso pensó ella. Elena ejecutó una reverencia perfecta e Isabella se preguntó cómo iba a poder resistirse Edward a una beldad tan inocente.

-Elena es mi protegida -dijo Eduardo-. Cuando empecé a considerar esposos para ella, pensé de inmediato en ti. Los esponsales tendrán lugar mañana y la boda, al día siguiente. He traído a mi propio confesor para que oficie la ceremonia.

Alrededor de Isabella todo se volvió oscuro. La cabeza empezó a darle vueltas y el salón también. Tenía que salir de allí antes de ponerse en evidencia. Con las palabras del rey todavía resonando en sus oídos, se levantó con las piernas temblorosas, con la intención de escapar a su habitación, donde no tendría que ver a la novia de Edward, pero no pudo ser. Por primera vez en su vida, se desmayó.

 

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"NO ME MATEN" JAJAJAJA, SE LO QUE DEBEN DE ESTAR PENSANDO, POBRES, A ESTE PAR CUANDO LE LLUEVE LE LLOVISNA, JAJAJA, AHORA SI QUE LAS COSAS SE HAN COMPLICADOOOOOOO, UY UY UY, ¿AHORA QUE?, COMO EDWARD PUDO TAN SIQUIERA PENSAR QUE ISABELLA LO ESTABA ABANDONANDO DE BUENA GANA, POR DIOSSSSSSSSSS, SE NECESITA UNA BUENA SACUDIDA, TARADO, Y AHORA EL QUE ESTE ENFADADO NO AYUDA, ¿ACEPTARA CASARSE CON LADY ELENA????????????, QUE HORRRORRRRRRRRR.

 

GRACIAS, GUAPAS, LAS VEO MAÑANA, ESTOY TAN ANSIOSAS DE LEER SUS COMENTARIOS, (NO SEAN TAN DURAS CONMIGO). BESITOS

Capítulo 15: CATORCE Capítulo 17: DIECISEIS

 
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