EL CABALLERO NEGRO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 04/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 259
Visitas: 73240
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

Cuando el Caballero Negro entró en el Castillo de Swan cabalgando sobre su negro caballo de guerra. Vestido de negro de la cabeza a los pies, era todo músculo y firmes tendones marcados por la batalla. Con su negra armadura sin adornos, parecía cruel y siniestro, tan peligroso como su nombre indicaba. Era un hombre conocido por su coraje y fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Pero cuando vio a Isabella de Swan, con sus largas trenzas castañas y sus femeninas curvas, apenas pudo contener sus emociones. Fue la traición de ella doce años atrás quien cambió su juvenil caballerosidad y le convirtió en un duro caballero. Fue ella quien le hizo jurar no volver a confiar en una mujer, y usarlas sólo para su placer. Pero ella desataba la pasión en su cuerpo, la bondad en su alma y el amor en su corazón.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "The Black Knight de Connie Mason"

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Capítulo 12: ONCE

 HOLAAAAAAAAA, AQUI ESTOY COMO LO PROMETI, AUNQUE NO HUBO LOS RESULTADOS QUE ESPERABA (Y QUE JAMAS VOLVERE A PEDIRL NADA, PORQUE NI AL CASO) AQUI ES TRAIGO EL CAPITULO POR MIS CHICAS GUAPAS QUE JAMAS ME AVANDONAN, ESTO ES POR ELLAS Y PARA ELLAS, CON MUCHO CARIÑO.

 

CARLAROBPATT4EVER, DELMARY, SONY_ZILLY, SADAHY, JEMI910, MONI CULLEN, JEKA

LAS QUIERO CHICAS, MUCHAS GRACIAS, DE TODO CORAZON.

 

 

 

 

Un valiente caballero desafía a la muerte.

 

 

Edward y sir Jacob encontraron a los hombres del Caballero Negro sin dificultad. Con más de cien efectivos, el ejército estaba escondido en el bosque, en las proximidades de Swan. Sir Jared se adelantó a recibirlos mientras desmontaban.

-¿Qué noticias hay, Jared? -preguntó Edward.

-Lord James y lord Emmett partieron a caballo de Swan hace dos días. Yo estaba en el patio cuando se marcharon. Han unido sus ejércitos y dirigen a casi doscientos hombres.

-¡Maldita sea! -maldijo Edward-. No esperaba que fueran tantos. ¿Y las máquinas de guerra?

-Sí, disponen de máquinas de guerra y de ballestas. ¿Cuáles son vuestras órdenes, milord?

-Puede que seamos inferiores en número, pero tenemos el factor sorpresa a nuestro favor -dijo Edward-. James no se espera un ataque por la retaguardia. Las máquinas de guerra los obligaran a ir más despacio, permitiéndonos alcanzarlos. Jacob, moviliza a los hombres, partimos de inmediato.

Una hora después, el ejército de Edward cabalgaba en pos de James y Emmett. Hicieron un breve descanso durante las horas más oscuras de la noche y continuaron al amanecer. El crepúsculo empezaba a desplazar de la tierra al día, cuando Edward subió a una colina y divisó al ejército de James, acampado en un valle, a la orilla de un río. Volvió atrás para informar a sus hombres y trazar un plan de batalla con sus caballeros.

Edward decidió que debían atacar poco antes del alba, cuando el enemigo era más vulnerable. El ataque se produciría desde varias direcciones a la vez. Se informó de inmediato del plan a los soldados, y se formaron tres grupos. Edward dirigiría el primero, sir Jacob el segundo y sir Jared el tercero. En cuanto los otros vieran que Edward lanzaba a sus hombres ladera abajo, los otros dos debían caer repentinamente sobre el campamento dormido, desde sus respectivas posiciones. Después se separaron, encargándose cada uno de ellos de la tercera parte de los hombres y dejando a Edward con el tercio restante.

Edward revisó sus armas y su armadura, le dio unas instrucciones de última hora a Evan, y se acostó en el suelo para descansar, envolviéndose con la capa para conservar el calor. La imagen de Isabella le impidió dormir. Despedirse de ella había sido difícil. Ninguna mujer se había apoderado de su mente como Isabella de Swan. Se preguntó débilmente, si el día que habían hecho el amor en el brezal, sería la última vez que viera a Isabella. Podía morir en la batalla del día siguiente. ¿Lo echaría ella de menos? ¡Dios, eso esperaba! Si él moría, ¿La encontraría James y la castigaría? La respuesta no le proporcionó ningún alivio.

No podía morir, se dijo. Era necesario que viviera, por el bien de Isabella. Y por el suyo propio. No podía morir antes de demostrar que entre sus padres hubo un matrimonio legal. Si había que creer a la abuela, y esta no tenía ningún motivo para mentir, las enormes propiedades y riquezas que James reclamaba como propias, deberían pertenecer a Edward; James sería el bastardo. Esa idea le produjo tal consuelo, que Edward consiguió dormir unas horas antes de que Evan lo despertara.

Había llegado la hora.

Se puso la armadura encima de un gambesón acolchado y se inclinó hacia delante mientras Evan le ponía una túnica negra con el blasón de un dragón rojo en el pecho. Luego montó a Zeus. Evan, con expresión grave, le entregó el yelmo, el escudo y las armas. Edward se puso el yelmo y agarró la espada en una mano y el escudo en la otra. Cuando las sombras de color malva aparecieron en el horizonte, Edward levantó la espada en alto y condujo a sus hombres ladera abajo, hacia el campamento enemigo.

Echó una mirada a derecha e izquierda, viendo que sir Jacob y sir Jared también atacaban desde sus respectivas posiciones. Entonces uno de los soldados de guardia de James oyó el clamor de los jinetes que se aproximaban y dio la voz de alarma. Hubo un fragor de armas y armaduras mientras los hombres de Edward cabalgaban por el campamento, cortando y degollando a diestro y siniestro.

La batalla se desarrolló con ferocidad. La mente de Edward tomo nota de que el ejército de James debería superar al suyo en una proporción de dos a uno, pero calculó que no serían más de cien. No vio a Emmett y eso le preocupó. Pero Edward no tenía tiempo de preguntarse por eso ahora. Los hombres de James se habían repuesto con rapidez, rechazando el ataque inicial y contra-atacando. Los hombres de Edward luchaban con valentía por el Caballero Negro, y sus gritos de batalla resonaban por todo el valle.

Buscó a James entre los guerreros que luchaban desde el principio de la mañana y lo descubrió cruzando su espada con la de sir Jacob. Ambos hombres estaban de pie después de desprenderse de sus monturas para entrar en el combate cuerpo a cuerpo. Edward se abrió camino hasta sir Jacob. Si alguien tenía que despachar a James, ese tenía que ser el Caballero Negro. Desmontó y apartó a sir Jacob.

-Ya me encargo yo, Jacob -gruñó.

-Te protegeré las espaldas -contestó el aludido, colocándose detrás de Edward con la espada levantada para defender a su señor feudal.

James desvió con habilidad el mandoble de Edward y la lucha dio comienzo. Alrededor de ellos todo el mundo seguía peleando. Los hombres morían, la sangre fluía con libertad, y el sonido de las armas era ensordecedor.

-¿De dónde has salido? ¿Dónde está mi esposa? -preguntó James jadeando, mientras lanzaba una brutal estocada.

-Donde nunca la encontrarás -contestó Edward, desviando la espada de James con el escudo.

-La violaste y la secuestraste -lo acusó James.

-¿Eso crees?

-¡Bastardo! Tienes más vidas que un gato. Deberías estar muerto desde hace años.

Atacar y esquivar. Acuchillar y golpear. Se ocasionaron pequeñas heridas cuando alguno acertaba a dar en alguna de las partes vulnerables de la armadura.

-Tus anteriores intentos para asesinarme, no tuvieron éxito -gruñó Edward-. Ha llegado la hora de la venganza.

-¿Has disfrutado con mi esposa? -se burló James-. ¿No es tónico que el hijo de una ramera haya convertido en puta a la esposa del hijo legítimo de nuestro padre? Isabella se arrepentirá cuando la encuentre.

Ambos estaban cansados, entorpecidos por el peso de la armadura y las armas. Edward, avanzando sin tregua, había conseguido llevar a James al río y ya saboreaba la victoria. Entonces se desencadenó el desastre. Cien hombres de refuerzo aparecieron en el campo de batalla. Edward ya no tuvo que preocuparse por donde estaba Emmett, porque galopaba a la cabeza de su ejército, incorporando sus soldados a la lucha, para ayudar a James. Edward se maldijo por su propia estupidez. Debería haber sabido que James dividiría sus efectivos para reducir las posibilidades de un ataque por sorpresa por parte de cualquier posible enemigo que pudieran encontrar a lo largo del camino. Y la medida había dado resultado. Los hombres de Edward, por intrépidos que fueran, se vieron rechazados por las fuerzas combinadas de James y Emmett.

-Sálvate, Jacob -gritó Edward mientras obligaba a James a meterse en el agua. -Vete a los bosques con los hombres.

-No. No voy a abandonarte -contestó Jacob, deshaciéndose de un guerrero que acudía en apoyo de James.

De pronto, Edward sorteó la defensa de James y deslizó la espada por una zona desprotegida, donde el yelmo se unía al pectoral. Hubiera logrado su objetivo de no ser porque Jacob lanzó una advertencia. Por el rabillo del ojo, Edward vio a seis soldados a caballo, arbolando sus espadas, que iban directamente hacia él. Formaron un círculo alrededor de Edward y de Jacob, esperando las órdenes de James.

-Todo está perdido, sir Bastardo -se mofó James-. Tirad las espadas o ambos moriréis.

-Si las tiramos, moriremos de todas formas -replicó Edward-. Puedo acabar contigo sin problemas, un solo empujón a la espada y tu miserable vida habrá terminado.

-Hazlo, Edward -lo incitó Jacob.

-Si no deseas salvar tu propia vida, piensa en tu fiel amigo -dijo James-. Si te rindes, sir Jacob quedará en libertad.

-No, mata a ese bastardo -gritó Jacob-. No pienses en mí.

Edward no fue capaz de hacerlo. Una cosa era acabar con James, pero no quería llevar la muerte de Jacob sobre su conciencia. Apartó lentamente la punta de la espada del cuello de James.

Este salió del agua, agarró la espada de Edward, y la arrojó al suelo. -Eres mío, sir Bastardo.

-Mátame ya y acaba de una vez -lo aguijoneó Edward.

-A su debido tiempo, sir Bastardo. Te necesito vivo, al menos hasta que Isabella vuelva al lugar al que pertenece. -Jamás la encontrarás.

James le dirigió una mirada que sugería lo contrario.

-Puede que no, pero apuesto a que sir Jacob sabe dónde encontrarla.

-Aunque así fuera, no os lo diría -se burló Jacob.

-No es necesario -dijo James.

Edward frunció el ceño. Le preocupaba la autocomplacencia de James. Estaba seguro de que su hermano tenía algo diabólico en mente para Isabella y para él, y un escalofrío de aprensión le recorrió la espina dorsal.

-Hazle daño a Isabella y lo lamentarás -amenazó con un gruñido.

-Mis planes hacia Isabella no son asunto tuyo, sir Bastardo. En cuanto a ti, creo que te van a gustar las mazmorras de Swan. -Se volvió hacia Jacob-. Vos, sir Jacob, le vais a transmitir un mensaje de mi parte a mi esposa.

Edward se quedó quieto.

-Maldito seas, James, no va a funcionar. Isabella no va a acudir volando para salvarme porque tú se lo ordenes. Es más lista que todo eso.

James sonrió.

-Ya lo veremos hermano. -Volvió su atención hacia Jacob-.

Debéis decirle a mi esposa que tiene que presentarse en Swan en un plazo de quince días si quiere que su amante siga vivo. Si se niega a prestar atención a mi advertencia, Edward morirá de la forma más horrible que se pueda imaginar.

-No lo hagas, Jacob -suplicó Edward-. No importa lo que haga Isabella, no voy a continuar con vida. Hace mucho que sé que James me quiere muerto.

-Sir Jacob, no haré que os sigan, si eso es lo que teméis -continuó James-, pero espero que regreséis con Isabella dentro de quince días, o acabaré con la vida de vuestro amigo. Nadie va a condenarme por matar al hombre que secuestró a mi esposa durante nuestra noche de bodas.

-¿Cómo sé que no lo mataréis antes de que vuelva? -le espetó Jacob.

-Tenéis mi palabra de caballero -dijo James-. Juro que el Caballero Negro no morirá a menos que regreséis sin Isabella. Pero, prestadme atención: no vaya mantenerle con vida más de quince días.

Jacob le dirigió a Edward una mirada suplicante, como si le pidiera que le comprendiera.

-Lo siento, Edward, pero la decisión está en manos de Isabella. Sólo ella puede decidir si debe obedecer a James y volver a Swan, o...

-Sacrificar la vida de Edward, por su propia libertad -interrumpió James. Se echó a reír. -Creo conocer a Isabella, es demasiado compasiva para su propio bien. Volverá a Swan -añadió convencido.

Eso opinaba Edward también, y se desesperó. La idea de que Isabella tuviera que soportar la crueldad de James le puso los pelos de punta. Estaba completamente seguro de que Isabella arriesgaría su vida para salvar la de él. Por desgracia, ceder a las demandas de James no iba a salvarle la vida. Esta acabaría en el mismo instante en que Isabella regresara a Swan, y en caso de que no muriera, como esperaba, lo más seguro era que se le detuviera el corazón al saber que Isabella estaba a merced de James, sometida a los abusos tanto físicos como mentales de su malvado marido.

Se mantuvo en silencio en tanto sir Jacob se montaba en el caballo y partía al galope. El caballero volvió la cabeza hacia atrás varias veces para asegurarse de que nadie lo seguía. Luego se despidió de Edward con un gesto y espoleó a su montura.

-Desarmad a mi hermano. -Ordenó James cuando Jacob desapareció tras una colina.

Dos hombres se apresuraron a obedecer, despojando rápidamente a Edward de su armadura y sus armas.

Inmóvil ante James, ataviado con las calzas, el gambesón y la túnica, Edward fulminó a su hermano con una mirada amenazadora. Al ver que James palidecía y retrocedía un paso, esbozó una sonrisa, a pesar de la terrible situación en la que se encontraba.

-Haces bien en temerme, hermano -siseó-. No podrás mantenerme encerrado en tu endeble mazmorra.

-Ya veremos lo valiente que eres después de haber recorrido a pie, detrás de mi caballo, la distancia hasta Swan -se burló James-. Atadle las manos al bastardo. -ordenó-, y entregadme la cuerda. Marcaré el ritmo y comprobaremos si el Caballero Negro es capaz de seguirlo.

Los hombres le obedecieron con presteza. Luego James se montó en su semental y extendió la mano para hacerse cargo de la larga soga. Clavó las espuelas en los flancos del caballo y Edward se vio impulsado hacia delante. Tropezó, recuperó el equilibrio, y se concentró en poner un pie delante del otro. El ritmo era brutal, y el camino irregular. Con una expresión dura en el rostro, James ignoró el sufrimiento de su hermano. Ni siquiera aflojó el paso cuando Edward tropezó con una piedra y fue arrastrando durante varios metros antes de conseguir levantarse.

La extenuante experiencia despojó el cerebro de Edward de todo lo que no fuera luchar por la supervivencia. Tenía que vivir. Por el bien de Isabella, no podía permitir que James lo derrotara. Siempre se había considerado invencible. Los caballeros que vivían para la guerra y el combate, tenían la creencia de que eran indestructibles, y él no era diferente.

Intentó concentrarse en la mazmorra en vez de en el dolor, recordando que de niño, había explorado aquellos oscuros rincones. Pero, cuando tropezó de nuevo detrás del caballo de James, sus pensamientos regresaron a Isabella. Vio su dulce rostro ante él. La recordó, desnuda entre sus brazos, sus rizos castaños rodeándolo mientras ella se arqueaba bajo su cuerpo y la cara enrojecida por la pasión. Cada imagen que tenia de ella se convirtió en un recuerdo que atesorar.

Un recuerdo que amar.

Aunque exhausto, Edward se negó en redondo a sucumbir a la amargura y al agotamiento. En algún rincón encontró la fuerza necesaria para mantener las piernas en movimiento.

 

Isabella estaba sentada encima de una cerca de piedra, con la mirada perdida en el horizonte y preocupada. Hacía una semana que Edward se había ido y puede que ya se hubiera enfrentado a James en la batalla. No dudaba del arrojo de Edward, ni de sus habilidades para la guerra, porque sabía que la experiencia de Edward le mantendría a salvo. Lo que de verdad le preocupaban eran las probabilidades en contra. Era dolorosamente consciente de que Emmett uniría sus propias fuerzas a las de James, creando un ejército de dos veces el tamaño del de Edward. Ni siquiera el enorme valor de este podía superar la carencia de efectivos.

Isabella lanzó un suspiro de desánimo. Tenía que creer que Edward había vencido a James hasta que le llegara un mensaje diciendo lo contrario.

-No desesperéis, Isabella. Isabella dio un violento respingo. -Abuela, me habéis asustado.

-Estabais sumida en vuestros pensamientos, querida.

-¿Tan evidente es mi desesperación?

-Sólo para mí, Isabella. -La abuela le tocó el brazo. -No temáis, Edward vive.

A Isabella le dio un salto el corazón, con renovadas esperanzas. -¿Estáis segura?

A la abuela parecieron iluminársele los ojos con una sabiduría interior cuando miró hacia las distantes colinas.

-Sí. Edward vive, pero está en grave peligro. Debéis estar preparada.

El corazón de Isabella, tan lleno de esperanza segundos antes, se encogió de miedo de repente.

-¿Preparada para qué?

-No lo sé -se lamentó la abuela. -Percibo grandes tribulaciones y dificultades en un futuro cercano. Por el bien de vuestro hijo, debéis resistir. La supervivencia de ambos dependerá de vuestra astucia.

Isabella dejó de pensar en el momento en que la abuela dijo que tenía que resistir por el bien de su hijo. Sus manos volaron a su vientre. ¿Era posible? Era demasiado pronto para echar cuentas, ya que todavía no tenía que llegarle la menstruación. Con una sonrisa distraída, recordó el día en el que Edward y ella habían hecho el amor sobre el brezo. Él se había marchado poco después y ella iba a tardar al menos otra semana en saber si su semilla había arraigado.

-¿Un hijo? -Buscó la cara de la abuela. Si el hijo del Caballero Negro estaba creciendo dentro de ella, lo atesoraría siempre. -¿Voy a darle un hijo a Edward?

La abuela sonrió.

-Eso sólo Dios lo sabe. Yo sólo veo lo que él me permite ver.

-¿Y Edward? ¿Podéis decirme algo más? ¿Ha derrotado a James?

La abuela sacudió la cabeza.

-Mi nieto está sufriendo -Se llevó las nudosas manos al corazón-. Lo noto aquí -Su pequeño cuerpo pareció encogerse ante los ojos de Isabella y se tambaleó hacia atrás. -No tardarás en verte obligada a tomar una decisión que sólo tú puedes tomar. Nadie puede ayudarte.

Isabella se bajó de la cerca de un salto y se apresuró a socorrer a la abuela.

-¿Estáis bien? Permitid que os ayude a volver a la casa.

-Sí. Ya no podemos hacer nada, excepto esperar.

Sir Jacob llegó al día siguiente. Había cabalgado sin descanso desde la batalla y estaba agotado. Isabella lo vio y contuvo el aliento, esperando que apareciera Edward. Al no hacerlo, se le desplomó el corazón. Lanzando un gemido de desesperación salió corriendo a su encuentro. Él se dejó caer de la silla y se derrumbó en sus brazos. Isabella le ofreció un brazo para que se apoyara y lo ayudó a entrar en la casa. Conteniéndose, se abstuvo de formular la pregunta que tenía en la mente, mientras ayudaba a sir Jacob a despojarse de la armadura y le llevaba un vaso de agua. La abuela se acercó con aspecto pequeño y frágil, y muy preocupada.

Incapaz de soportar el suspense ni un segundo más, Isabella soltó: -¿y Edward? ¿Está...

Los ojos de Jacob se encontraron con los suyos y luego desvió la mirada.

-La última vez que lo vi, seguía con vida.

-¿Entonces por qué estáis vos aquí?

-Empezaré por el principio -dijo Jacob-. Encontramos a James y atacamos al amanecer. Las cosas iban bien hasta que apareció Emmett con sus hombres. No teníamos ni idea de que Emmett estaba en otro campamento. Por desgracia, cuando llegó, nos vimos superados en número. Yo le protegí las espaldas a Edward. Cuando apareció Emmett, Edward tenía la espada en el cuello de James.

-¿Cómo escapasteis vos?

-Muchos de nuestros hombres lo hicieron. A James sólo le interesaba Edward. Me dejó libre para que os entregara un mensaje.

Los labios de la abuela dejaron escapar un suave "¡Oh!"

Isabella se preparó para las malas noticias. Sabía que no iba a ser nada agradable. Nada de lo que hada James lo era, nunca. -Decidme, sir Jacob, ¿qué quiere James de mí?

-Antes debo deciros que estoy aquí en contra de los deseos de Edward. No quiere que os sacrifiquéis por él. He desobedecido sus órdenes porque creo que la elección debería ser vuestra.

-Continuad -exigió Isabella. Haría lo que el corazón le indicara, sin importar lo que dijera Edward.

-James exige que os presentéis en el castillo de Swan dentro de quince días.

-¿Y si no lo hago? -Isabella sabía que las consecuencias serían funestas.

-Matará a Edward. Siento tener que poneros en esta disyuntiva, lady Isabella, pero la decisión es vuestra.

La decisión no fue difícil para Isabella. Se enfrentó a sir Jacob con expresión decidida.

-Así es, sir Jacob, es mía y ya la he tomado. Jacob pareció sorprendido.

-¿Tan rápido? Os suplico que lo meditéis con cuidado, milady. Si volvéis con James pondréis vuestra vida en serio peligro.

Isabella alzó su pequeña barbilla.

-¿Estáis diciendo que debo dejar que Edward muera?

-No, milady. Sólo os advierto para que no toméis una decisión imprudente.

Los labios de Isabella se convirtieron en una fina línea. -¿Cuándo podemos partir?

-Dadle a sir Jacob uno o dos días para que se reponga, Isabella -aconsejó la abuela. -Lleva días cabalgando sin descanso para traeros el mensaje de James. Swan está a sólo dos días de viaje y James os ha dado quince.

-Vos no conocéis a James como yo, abuela. Podría cambiar de idea y matar a Edward -Se estremeció. -O torturarlo.

-Dio su palabra -intervino sir Jacob.

-No va a matar a Edward -dijo la abuela, convencida. -Al menos de momento -añadió enigmáticamente.

Las palabras de la abuela no tranquilizaron demasiado a Isabella.

Por lo que ella sabía, la anciana sólo predecía las cosas que deseaba que sucedieran. En este asunto sólo podía confiar en sí misma, y ya había tomado una decisión. Amaba a Edward y haría cuanto estuviera en su mano para salvarle la vida. Sabía que James la castigaría, pero dudaba de que fuera a matarla. Su primera esposa había muerto en extrañas circunstancias y el rey podía empezar a hacer preguntas ante la muerte repentina de una segunda esposa.

-Permitidme descansar hoy y esta noche, lady Isabella -dijo sir Jacob-. Estoy tan ansioso como vos por llegar a Swan. Estad preparada para salir al amanecer.

 

La húmeda y hedionda mazmorra estaba como él la recordaba. Edward permanecía inmóvil sobre el fétido montón de paja podrida, intentando recordar cuántos días habían transcurrido desde que James lo arrojó a los lóbregos sótanos del castillo.

Le dolían todos los huesos del cuerpo. Por fortuna no lograba recordar la mayor parte de la forzada marcha a Swan. Cuando sus pies se negaron a seguir al caballo de James, este lo había arrastrado. El gambesón lo había librado de herirse de gravedad, pero la zona que este no cubría, estaba en carne viva y, durante el angustioso trayecto, se le habían roto al menos dos costillas. No le habían proporcionado ni comida ni agua hasta que James, temiendo que muriera antes de que Isabella apareciera, le permitió tomar pequeñas raciones de comida.

Si le hubieran dado tiempo para curarse, no estaría tan débil, pero James ordenó que le dieran una paliza. Hubo momentos, durante el castigo, en los que Edward deseó morir, pero la idea de dejar a Isabella a merced de James, le infundió fuerzas para seguir vivo. Si al menos le dejaran sólo el tiempo suficiente, sabía que recordaría algo de gran importancia sobre la mazmorra, algo que su mente entumecida se negaba a hacer en sus condiciones actuales.

Con doloroso esfuerzo, Edward levantó la cabeza y miró con las pupilas dilatadas, hacia la serpenteante escalera y la puerta cerrada que había al final de la misma. Había estado allí antes, estaba seguro, y recordaba... recordaba... La cabeza le cayó sobre el pecho. No era capaz de acordarse de nada; el palpitante dolor de su cerebro le privaba de todo pensamiento coherente. Cerró los ojos y rezó por la seguridad de Isabella. ¿Lanzaría toda precaución al viento y acudiría a Swan en contra de sus deseos? Conociendo a Isabella, seguro que hacía lo contrario de lo que él quería que hiciera.

Una luz apareció de repente en lo alto de las escaleras y Edward oyó el rumor de pasos y voces.

-¿Estás vivo, sir Bastardo? -rechinó una voz áspera desde el descansillo de arriba.

Bizqueando hacia la luz, Edward vio a su hermano al final de los escalones.

-Si lo estoy no es gracias a ti -Edward odiaba la debilidad que traslucía su voz, pero no podía evitarla.

-Uno de mis hombres te trae comida y agua -dijo James-. Disfrútalas porque es lo único que vas a tener. Cuando llegue tu puta dejarás de ser útil. ¿Por qué desperdiciar alimentos con un cadáver?

De haber tenido fuerzas, Edward se hubiera lanzado escaleras arriba a por James por insultar a Isabella. Le costó toda la energía que podía reunir sólo para formular una respuesta coherente.

-No te mereces a una mujer como Isabella. Échame a mí la culpa de lo sucedido y no a ella, porque es inocente.

El guardia puso un cubo de agua y un plato con comida al lado de Edward. Este pensó que eran imaginaciones suyas cuando, al apartarse, el hombre susurró:

-Os traeré comida y bebida cada vez que pueda, milord.

Asombrado y sin saber que pensar, Edward observó con cautela al guardia mientras este ascendía por las escaleras.

-Buen provecho, sir Bastardo -se burló James.

-¡Espera! No quites la antorcha. ¿Cómo esperas que coma si no puedo ver? No soy un animal.

James se echó a reír, un inquietante sonido que llegó hasta Edward como una brisa helada.

-Mírate. Dices que no eres un animal, pero ni tu mejor amigo te reconocería en este momento, encogido como una alimaña en esa paja húmeda. Muy bien, que no se diga que James de Masen es un hombre sin corazón. Dejaré la antorcha en el candelabro de la pared. No pienses en fugarte, porque la puerta va a estar custodiada en todo momento. Reza por tus pecados mientras esperas la muerte, sir Bastardo.

La pesada puerta se cerró de golpe, pero la luz permaneció encendida, para gran alivio de Edward. Aunque sólo le llegaba un tenue resplandor, la antorcha proyectaba la suficiente luz como para permitir echar un primer vistazo a lo que lo rodeaba. Se puso de lado para alcanzar el plato y contuvo el aliento cuando el dolor lo traspasó el cuerpo. Cuando disminuyó, lo acercó hacia sí, repentinamente hambriento y devoró su contenido. Incluso se comió el plato, que estaba hecho de pan, tan rancio, que estuvo a punto de atragantarse con él. Luego sumergió la mano en el agua y bebió con ansia.

Satisfecha su hambre por primera vez desde hacía días, se quedó dormido. Quería estar descansado por si venían los guardias a propinarle otra paliza. Quizá cuando despertara, su mente estaría lo bastante despejada como para recordar lo que tanto le estaba costando traer a la memoria.

 

Isabella observó el castillo en el que había nacido y convertido en mujer, a través de la niebla. Sir Jacob y ella se habían detenido en el límite del bosque que se alzaba más allá de la muralla exterior.

El rastrillo estaba subido y el puente levadizo bajado sobre el foso. Aunque el castillo pareciera tranquilo y acogedor, Isabella tuvo un mal presentimiento.

-Entraré sola -dijo. -Vos podéis sernos más útil fuera que encarcelado dentro.

-No puedo dejaros entrar sola, milady.

-Este es mi hogar, sir Jacob. Emmett no siempre ha sido un buen hermano, pero no puedo creer que consienta que James me haga daño. Además, me negaré a cruzar el puente levadizo a menos que James me demuestre que Edward sigue vivo. Permaneced aquí y preparaos a partir si vuelvo. No voy a entrar a menos que James me enseñe a Edward.

-Sed cautelosa, milady. No confío en James.

-Tampoco yo, sir Jacob, tampoco yo.

Isabella dirigió a su caballo, desde la protección de los árboles hasta detenerse ante el puente levadizo, lo bastante cerca para que la vieran los guardias del parapeto. Uno de ellos anunció su llegada casi de inmediato. Al cabo de un espacio de tiempo increíblemente corto, apareció James.

-De modo que has venido -exclamó James.

-Así es, he venido -gritó Isabella como respuesta. -¿Dónde está Edward?

-Entra y te lo enseñaré.

-No. No confío en ti. Primero déjame ver a Edward. ¿Cómo sé que no lo has matado?

-¿A mi propio hermano? Me ofendes, esposa. He cumplido mi palabra. El Caballero Negro sigue vivo.

-Te compadezco si le has arrebatado la vida a Edward -gritó Isabella-. El rey tiene en mucha estima a su adalid. Serás castigado por lo que le has hecho.

La risa de James la envolvió como una oscura nube.

-El adalid del rey secuestró a mi esposa y me privó de mi noche de bodas. ¿Crees que Eduardo va a perdonar un comportamiento así de su propio caballero?

-Muéstrame a Edward -exigió Isabella.

El miedo la hada temblar. ¿Había alguna razón para que James se negara a sacar a Edward? ¿Seguía vivo?

-Muy bien -rugió James, claramente enfadado al ver que Isabella se negaba a rendirse sin condiciones. Se volvió hacia uno de sus hombres e Isabella obtuvo la leve satisfacción de haber ganado la primera batalla. -Vamos a tardar un poco en subirlo hasta aquí. -No intentes engañarme, James. Y no mandes a los hombres del castillo a por mí, porque puede darse el caso de que corra más que ellos y desaparezca para siempre.

Preparada para obligar a su caballo a dar la vuelta y salir como un rayo si la situación así lo exigía, Isabella esperó con impaciencia a que Edward apareciera en el parapeto.

Los tres días transcurridos desde la última paliza permitieron a Edward recuperar un poco de su antigua fuerza. El amistoso caballero sólo había conseguido llevarle comida y agua una vez, pero Edward estaba agradecido por lo que el hombre conseguía darle. Incluso le había vendado las costillas rotas y proporcionado bálsamo para las heridas. También le informó a Edward de que, en el ejército de James, había hombres que respetaban al Caballero Negro y no les gustaba lo que James le estaba haciendo.

Por desgracia, el miedo a James les hacía contenerse, a ellos y a cualquiera de los criados de Swan, de ayudarle. Pero ahora que el cerebro de Edward estaba funcionando de nuevo, empezó a recordar algo muy importante de los días de su infancia en Swan, algo que le infundió esperanzas.

Los pensamientos de Edward se esfumaron cuando notó una corriente de aire que provenía de la puerta abierta en lo alto de las escaleras. Alguien estaba bajando. Se trataba de dos soldados con los colores de Masen. Presintió el peligro y se preparó.

-Os reclaman arriba -gruñó uno de los hombres.

El dolor explotó cuando le sujetaron y lo arrastraron, obligándole a subir por las escaleras de piedra. La luz explotó ante sus ojos, cegándole momentáneamente después de vivir tanto tiempo rodeado de oscuridad. Sujetándose las costillas, luchó por recuperar el aliento, mientras los guardias tiraban de él por una escalera de cuerda hasta los parapetos.

-¿Dónde me lleváis? -preguntó jadeando.

-Nuestro señor feudal ha ordenado vuestra presencia en el parapeto -le informaron los guardias.

¡El parapeto! James debía haber decidido arrojarlo desde allí para que muriera. Entonces se le ocurrió otra idea. Si James ya no lo necesitaba vivo, ¿quería eso decir que Isabella se había negado a volver a Swan? Aunque eso significara su muerte, Edward encontró consuelo al saber que Isabella estaba todavía con la abuela, dónde su marido no podía hacerle daño.

Se dio cuenta de lo equivocado que estaba cuando llegó al parapeto y vio a Isabella sentada sobre su yegua blanca, justo al otro extremo del foso.

 

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AAAAAAAAAA, QUE HORRO, QUE HORROR, QUE HORROR, POBRE DE MI EDWARD, COMO LO FUE A ARRASTRAR ASI, AAAAAA CON ESO FACIL LO HUBIERA MATADO Y LUEGO LAS GOLPISAS QUE LE METE Y PARA COLMO NI COMIDA NI AGUA, :( ¿COMO LOGRARA SALIR DE ESTA?......¿QUE CREEN QUE SUCEDA? ¿CREEN QUE JAMES RESPETARA LA VIDA DE EDWARD Y TRATARA CON RESPETO A ISABELLA....LO DUDO, ADEMAS EMMETT CREO QUE SI ES IDIOTA POR DEJARSE MANIPULAR, GRRRRRRR QUE CORAJE,

JAJAJAJA, GUAPAS, NO SE COMAN LAS MANOS (YA QUE UÑAS DUDO QUE LES QUEDEN) Y TAMPOCO SE ARRANQUEN LOS CABELLOS (LA CALVICIE NO ES LA MODA) JAJAJA, LAS VEO MAÑANA OK,

BESITOS GUAPAS

Capítulo 11: DIEZ Capítulo 13: DOCE

 
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