EL CABALLERO NEGRO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 04/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 259
Visitas: 73238
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

Cuando el Caballero Negro entró en el Castillo de Swan cabalgando sobre su negro caballo de guerra. Vestido de negro de la cabeza a los pies, era todo músculo y firmes tendones marcados por la batalla. Con su negra armadura sin adornos, parecía cruel y siniestro, tan peligroso como su nombre indicaba. Era un hombre conocido por su coraje y fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Pero cuando vio a Isabella de Swan, con sus largas trenzas castañas y sus femeninas curvas, apenas pudo contener sus emociones. Fue la traición de ella doce años atrás quien cambió su juvenil caballerosidad y le convirtió en un duro caballero. Fue ella quien le hizo jurar no volver a confiar en una mujer, y usarlas sólo para su placer. Pero ella desataba la pasión en su cuerpo, la bondad en su alma y el amor en su corazón.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "The Black Knight de Connie Mason"

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Capítulo 8: SIETE

 

Un caballero desprecia su propia debilidad.

 

 

Esa noche establecieron el campamento en un área boscosa. Los arqueros partieron de inmediato a cazar algo para la cena y Evan encendió una fogata. Isabella se acercó lentamente al fuego, abrigándose bien con la capa. Aunque el verano todavía dejaba sentir su supremacía sobre la Tierra, el oscuro bosque mantenía una frialdad que evocaba los días fríos que estaban por llegar, entre Lammas y Michaelmas.

Moviéndose incómoda entre las miradas curiosas de los soldados de Edward mientras ellos levantaban el campamento, lo buscó con la mirada y sintió un pánico inexplicable al no poder encontrarlo. -Edward ha partido con los cazadores.

Isabella se sorprendió al ver a sir Jacob a su lado y se ruborizó, avergonzada de que Jacob le hubiera leído la mente con tanta facilidad.

-Venid -la instó él, tomándola del codo. -Evan ha puesto una manta en el suelo para que os sentéis en ella. Debéis estar agotada. Ha sido un día muy largo.

Jacob no parecía tener prisa por marcharse y se sentó al lado de ella y extendiendo las piernas hacia el fuego.

-¿Hace mucho que conocéis a Edward? -preguntó Isabella con curiosidad.

Tenía muchas preguntas sin respuesta sobre el pasado de Edward.

Quería saber todo lo que había pasado desde que abandonó Swan hasta el momento presente.

Jacob no era nada reticente.

-Sí. Luchamos juntos en Crécy, Francia. Soy un caballero sin tierras, como Edward antes de que se distinguiera en el campo de batalla y le concedieran Cullen y un condado. Seguro que sabéis que le salvó la vida al Príncipe Negro. Para mí es un privilegio haber luchado su lado. Cuando el rey lo recompensó con tierras y un título, le juré lealtad y desde entonces estoy con él.

-¿Y los soldados? -preguntó Isabella- ¿Le han jurado lealtad a Edward?

-Así es. Aunque están a su servicio a cambio de un sueldo, son leales al Caballero Negro, milady. No tenéis nada que temer de ellos.

Puede que no tuviera que temer a los hombres de Edward, pero desde luego, tenía mucho que temer del propio Caballero Negro, pensó Isabella. Sin embargo eso no detuvo su curiosidad. Las historias del valor del Caballero Negro eran legenIrinas, pero lo que más la intrigaba era su vida privada.

-¿Edward no tiene esposa?

-No ha tenido tiempo de tenerla. Pero ahora que por fin va a instalarse en Cullen, supongo que tendrá que pensar en herederos y demás.

-He oído que las mujeres se arrojan a sus pies.

-Sí, y él las recompensa pasándoles por encima -dijo Jacob medio en broma.

Isabella disimuló la sonrisa tapándose con la mano.

-Decidme la verdad, sir Jacob, ¿Edward tiene una amante? ¿O tiene varias?

-Edward ha tenido muchas mujeres, pero en este momento no tiene ninguna. ¿Deseáis saber algo más, milady?

-Creo que ya le has dicho bastante -intervino Edward, reuniéndose con ellos.

Habían estado tan absortos en su conversación que no lo habían oído acercarse.

Sir Jacob se levantó de un salto.

-¡Edward! ¿Tienes que acercarte así? ¿Han vuelto los cazadores?

-Sí. ¿No tienes otra cosa que hacer aparte de entretener a lady Isabella con mis proezas?

Jacob curvó los labios en una sonrisa burlona.

-Sólo estaba satisfaciendo la curiosidad de la dama. Obviamente, Edward no compartía su buen humor. -Espero que eso sea lo único que planees satisfacer. Isabella lanzó una exclamación ultrajada.

-¡Edward! Tu arrogancia es increíble. Edward la miró con severidad.

-Sólo estoy protegiendo tu virtud, milady.

-Un poco tarde para eso, ¿no? -replicó Isabella secamente.

-Disculpadme -dijo Jacob, dedicándole una educada reverencia a Isabella-. Tengo que ocuparme de los hombres y los caballos.

Se alejó rápidamente, al parecer encantado de librarse de su pelea verbal.

Sin embargo Edward daba la impresión de no tener ninguna prisa por irse.

-Si tienes más preguntas sobre mi pasado, lady Isabella, te sugiero que me las hagas.

-¿Tan extraño es que desee saber más sobre mi paladín?

-Depende de lo que profundices en mis asuntos personales.

-¿Cómo tus mujeres?

Él escrutó su rostro con su mirada plateada. -No te interesarían.

La curiosidad de Isabella seguía deseando conocer sus conquistas románticas, pero descartándolas con un gesto, dijo: -Tienes razón. No me interesan.

Edward se dejó caer a su lado.

-Ya conoces lo más importante sobre mí. Mi padre declaró que nací bastardo. Viví con mi madre y mi abuela en un pueblecito de Gales hasta que mi madre murió. Entonces mi padre vino a buscarme y me puso a servicio de lord Charlie. Me enamoré de tu hermana, pero la apartaron de mí, como bien sabes. Ahora ya lo conoces todo.

No exactamente, pensó Isabella. El Caballero Negro seguía rodeado de un aura de misterio. Por increíble que pareciera, quería saber el nombre de todas las mujeres con las que se había acostado. Tal pensamiento la asustó y bajó la mirada hacia su regazo.

-Prefiero que no les hagas preguntas a mis amigos a mis espaldas -añadió él.

El asentimiento con la cabeza de Isabella pareció satisfacerlo, ya que se levantó y se despidió. Poco después llegó Evan con una generosa porción de liebre asada en un palo y una jarra de cerveza. Isabella comió con apetito, lamiéndose los dedos y suspirando de felicidad después de devorarlo todo. Aunque hubiera una gran diferencia entre esa comida y la elegancia de las que se servían en Swan, sabía mejor que cualquier cosa que hubiera comido antes.

Miró a través de la hoguera del campamento, hacia el lugar dónde Edward y sir Jacob estaban sentados, y apartó rápidamente la vista, avergonzada, cuando él giró la cabeza hacia ella y se encontró con su mirada. Poco después se levantó y fue a reunirse con ella.

-¿Quieres un baño, lady Isabella? -le preguntó, ofreciéndole la mano.

La pequeña mano de Isabella quedó engullida por la suya cuando la ayudó a levantarse.

-Suena maravillosamente. ¿Es posible?

-Sí. A corta distancia del campamento hay un arroyo. He probado el agua y estaba bien.

Ella notó que todavía tenía el pelo húmedo y comprendió que debía haberse bañado mientras se preparaba la comida. -¿Puedo ir ahora?

-Sí, en cuanto Evan traiga jabón y una toalla.

Como si esa fuera la señal, apareció Evan con los artículos necesarios.

-Dime donde está el arroyo -dijo Isabella, observando el oscuro bosque.

-Te acompañaré -La cogió del codo.

Ella clavó los talones en el suelo. No le gustaba estar a solas con Edward. Era demasiado peligroso, tentador y demasiado viril para su propia tranquilidad mental.

-Puedo encontrarlo por mi misma; limítate a indicarme el camino.

La boca de él se convirtió en una línea decidida.

-Te acompañaré. Por aquí hay animales salvajes. Puede que necesites mis armas.

Isabella decidió no discutir sobre eso. En el transcurso de los días anteriores había aprendido algo sobre Edward: cuando se le metía algo en la cabeza, por lo general lo conseguía.

Guiándose por los rayos de luz de la pálida luna que se filtraba a través de las copas de los árboles, Isabella fue trastabillando junto a Edward por el oscuro y amenazante bosque. Sin embargo, Edward parecía saber exactamente hacia dónde se dirigía, mientras la conducía entre tocones caídos y maleza que se le adhería a las faldas. Cuando llegaron al arroyo, Isabella estaba completamente despistada y comprendía por qué Edward había insistido en acompañarla.

Salieron del bosque, a una orilla llena de hierba. Isabella dio un suspiro de placer ante el paisaje que se desplegaba ante ella. Era magia pura. Se fijó, maravillada, en la diamantina superficie del burbujeante arroyo, donde bailaban destellos de luna.

-Es precioso y muy tranquilo -suspiró Isabella- ¿Es profundo? No sé nadar.

Edward se sentó en la orilla cubierta de hierba.

-El agua te llegará a la cintura, nada más. No es peligroso. Báñate todo lo que quieras, Isabella. Yo te esperaré aquí.

Isabella lo miró sorprendida. ¿Esperaba que se desnudara delante de él?

-Date la vuelta.

Él se cruzó de brazos con obstinación. -Ya te he visto desnuda con anterioridad.

La había visto desnuda, pero no quería pensar en eso ni en lo que había sucedido en su dormitorio. Sólo de pensarlo se estremecía.

-A pesar de eso, vas a darte la vuelta, Edward de Cullen. Es mejor que olvidemos lo que pasó en mi habitación durante mi noche de bodas.

Con un asentimiento casi hosco, Edward le entregó el jabón y la toalla y le dio la espalda. Isabella se acercó al borde del agua y, después de echar una rápida ojeada por encima del hombro para ver si Edward estaba mirando, se desnudó rápidamente y probó el agua con uno de sus esbeltos pies. Lanzó un chillido de sorpresa y lo sacó.

-¿Pasa algo?

-¡No! No te des la vuelta. El agua está fría.

El impulso que tuvo Edward de darse la vuelta para mirar a Isabella fue tan intenso que tuvo que obligarse a pensar en otras cosas. Entonces oyó un chapoteo y su decisión se desvaneció. Cerró los ojos y se imaginó a Isabella de pie en el agua con su cuerpo desnudo. Con los ojos todavía cerrados, se imaginó su largo pelo castaño flotando alrededor de ella, su exuberante color reflejando la luz de la luna.

Notó que se endurecía como respuesta a su fantasía y se removió para acomodar la dura longitud de su sexo.

Se recordó a sí mismo que un caballero debía despreciar sus propias debilidades. Sus buenas intenciones duraron hasta que abrió los ojos y echó una furtiva mirada sobre su hombro. Se le secó la boca. Como Venus saliendo del baño, Isabella era tan hechizante como una diosa. Edward tuvo celos de las gotas de agua que se le adherían a los pechos formando riachuelos hasta su plano vientre. La pasión se elevó rápida y discordante en su interior, mientras la imaginación se le desbocaba. Quería lamer el agua de sus pezones y bucear bajo el agua para probar aquel dulce lugar entre sus muslos.

Isabella debió notar que tenía los ojos fijos en ella, porque le miró.

Él apartó rápidamente la cabeza y sabía que estaba demasiado oscuro para que estuviera segura de que él la estaba mirando, y no sintió ninguna culpabilidad cuando se volvió para contemplar el final de su baño.

Se le secó la boca cuando ella levantó los brazos para enjabonarse el pelo, y observó el relieve de sus perfectos pechos. Su erección palpitó dolorosamente contra sus calzas y se tapó la boca con una mano para amortiguar un gemido. Ahora se había dado la vuelta por completo, comiéndose descaradamente a Isabella con los ojos. Cuando ella se retorció el pelo para quitarse el agua y vadeó hacia la orilla, él se estiró como un gato y se acercó a ella como un animal acechando a su presa. La joven levantó la mirada, lo vio y se detuvo.

-¡Edward! Prometiste...

-No, no te prometí nada. -Cogió la toalla que ella había dejado caer en la orilla y se la entregó. -Vamos, empieza a refrescar.

-Maldito seas.

-Sí, maldíceme todo lo que quieras, dulzura, pero tienes que admitir que una fuerza nos atrae el uno hacia el otro.

Ella cruzó los brazos sobre sus pechos que temblaban a causa del aire fresco.

-Entre nosotros no hay nada, Edward de Cullen.

-Hablaremos de eso más tarde. ¿Vas a salir o tengo que ir a buscarte?

Isabella no tenía elección. El aire nocturno le estaba poniendo piel de gallina. Vadeó hacia él. Él sostenía la toalla con los brazos extendidos y cuando la joven se acercó, se abrazó a ella. Su piel helada entró rápidamente en calor entre sus brazos y, pasado un minuto, percibió el calor de él traspasando su túnica y la toalla. Edward desprendía un olor acre y poderoso, a humo de madera, cerveza y excitación masculina. Ese olor, mezclado con el recuerdo de la pasión compartida, se unían para formar una poción embriagadora de seducción.

-Estás entrando rápidamente en calor -le dijo al oído con voz áspera- ¿Te hago arder? Ya sabes que puedo.

La respuesta de ella se perdió en la magia que crearon los labios de él cuando bajó la cabeza y reclamó su boca. Movió la boca despacio sobre la suya, tomando, exigiendo, sin permitirle más salida que la que él le estaba ofreciendo. La despojó de la toalla y esta cayó al suelo. Paseó las manos por su cuerpo, por encima de la curva de sus pechos, el hueco de su cintura, la suave redondez de sus muslos y nalgas. La presionó contra sí, las firmes caderas de él contra las de ella, moviendo sin piedad la pierna entre sus muslos. Ella emitió un suave gemido de protesta cuando él la tendió en el suelo.

-Esto es lo que ambos deseamos, Isabella -susurró suavemente contra sus labios, ignorando la protesta.

Ella observó su mirada decidida y sintió que la resistencia se evaporaba. Aquello no estaba bien, le susurró una voz interior. Poniendo rígida la espina dorsal, realizó un último intento por calmar su pasión.

-¡No! Edward, no podemos hacer esto. Sólo complicaría más las cosas.

Él le dirigió una amplia sonrisa.

-Estoy dispuesto a aceptar las consecuencias.

La tocó. Le separó las piernas con las rodillas para que le permitiera acceder a su cuerpo, pero Isabella apretó los muslos para contener la marea de deseo que crecía en su interior, temblando con el esfuerzo. Le dolió admitir en silencio su debilidad en lo que al Caballero Negro se refería y renovó la promesa de resistirse con todas sus fuerzas a la seducción embriagadora de Edward.

Perdió la capacidad de pensar, y mucho menos de hablar, cuando se dio cuenta de que Edward se había soltado las calzas y se estaba colocando para penetrarla.

Desde algún rincón de su mente aturdida, lo oyó maldecir y que se apartaba de ella.

-Viene alguien. -La puso en pie, la abrigó con la toalla y la empujó en dirección a su ropa olvidada. -Vístete. Los entretendré. -Quien...

-¿Edward? ¿Lady Isabella? ¿Estáis bien?

Isabella gimió. Sir Jacob. No sabía si darle las gracias o estrangulado.

-Jacob, quédate dónde estás -respondió Edward mientras volvía a abrocharse a toda prisa las calzas y se enderezaba la túnica.

-¿Sucede algo? -Lady Isabella y tú partisteis hace mucho y temí que os hubiera pasado algo.

-Lady Isabella se ha entretenido demasiado bañándose -contestó Edward-. Vuelve al campamento, nosotros iremos enseguida.

-¿Se ha ido? -susurró Isabella.

-Sí. ¿Estás vestida?

-Casi.

Segundos después salió de detrás de un árbol completamente vestida con el largo y brillante pelo colgando por la espalda en húmedos mechones.

Edward estaba inusualmente silencioso mientras atravesaba el bosque en dirección al campamento, y Isabella decidió no poner a prueba su humor. Esperaba de corazón que el silencio de Edward significara que estaba adecuadamente arrepentido del intento de seducción. Sin embargo, se prometió permanecer alerta no fuera a ser que sucumbiera a las provocativas artimañas del Caballero Negro.

Se sentó cerca de la hoguera del campamento, extendiendo el pelo para que se secara. No tenía ni idea de que su sencillo gesto había atraído la atención de todos los hombres presentes, incluidos sir Jacob y el joven Ethan. Las miradas llenas de admiración de estos se acentuaron con el rítmico movimiento del brazo de Isabella mientras se pasaba un peine por los largos mechones para eliminar los enredos. Sumida en sus pensamientos, se sobresaltó cuando Edward le arrancó el peine de las manos y lo miró con asombro.

-Basta -El tono de su voz era extrañamente áspero y ella no sabía qué era lo que había hecho para causar tal reacción. -Ya es hora de que nos acostemos. Evan te ha preparado una cama debajo de aquel árbol -dijo, indicando las mantas extendidas bajo las altas ramas de un olmo.

Isabella le dirigió una mirada de arrogante desdén y se levantó con toda la dignidad que pudo.

-¿Qué he hecho ahora?

-Aparte de seducir a mis hombres, nada. Incluso sir Jacob está embobado contigo.

Ella se rió.

-Seguro que sir Jacob no. Sabe perfectamente por qué estoy aquí. ¿Has olvidado la noche de mi boda y que sir Jacob te ayudó a traicionar a James?

-Esa noche está grabada a fuego en mi memoria -contestó él con un ronco susurro. -Ese es el motivo de que ahora estés conmigo, milady. Si no me hubiera emborrachado y te hubiera robado la virginidad, ahora estarías en la cama de tu marido en vez de molestándome.

-¡Molestándote! -se sublevó Isabella, indignada. -No fui yo quien quiso acompañarte a Cullen, por si no lo recuerdas quería ir a Escocia.

Él le dirigió una sonrisa que no se reflejaba en sus ojos que, envueltos en las sombras, parecían sombríos y distantes y, por más que lo intentó, no consiguió leer en ellos lo que él estaba pensando. Era evidente que no le gustaba que le leyeran la mente, de modo que apartó la mirada.

-Si te acuerdas -contestó Edward-, tienes mi protección que es lo que querías desde el momento en que llegué a Swan. Llevarte a Escocia no es la mejor manera de protegerte. Conozco a James y sé que te va a castigar con dureza por atreverte a desafiado. James me ha odiado siempre y ahora te ha añadido a ti a su lista de enemigos. Puede que no me guste tenerte pegada a mí todo el rato, pero no me tomo mis promesas a la ligera, milady. -El timbre de su voz se volvió seductoramente bajo y su tono embaucador. -Si te convirtieras en mi amante, nuestra asociación sería placentera para ambos. Piénsalo.

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, como la bruma de otoño, mientras se alejaba.

Isabella lo meditó y no le gustó más que la primera vez que él lo había sugerido. Suspiró con desánimo. Convertirse en la concubina de un hombre no era lo que había planeado para su vida. Antes de que el sueño la venciera se preguntó si tan malo era convertirse en la amante del Caballero Negro. Desterró la idea en cuanto se le ocurrió. Cuando Edward tomara esposa, como finalmente tendría que hacer, ella quedaría relegada y abandonada como algo indeseable. ¿Qué iba a hacer ella entonces? ¿Volver con James? Jamás. ¿Trabar amistad con otro caballero? Poco probable. Entonces se le ocurrió que podía entrar en un convento de monjas y permitir que Dios la protegiera, y con ese pensamiento se quedó dormida de agotamiento.

Edward, demasiado inquieto para dormir, relevó al guardia, y se encargó él de recorrer el perímetro del campamento. Isabella lo enloquecía. Le dolía el cuerpo por ella y su mente daba vueltas al recuerdo del cuerpo desnudo de Isabella, retorciéndose bajo del suyo. Sabía que ella no era indiferente, porque la había sorprendido mirándolo cuando creía que él no la veía, y sus ojos estaban llenos de admiración aunque intentara ocultar su interés. Le molestaba que no aceptara su oferta. La mayoría de las mujeres no dejarían pasar la oportunidad de convertirse en la amante del Caballero Negro. ¿Cómo se suponía que iba a poder mantener las manos apartadas de ella? Desearla cuando sabía que no debía hacerlo, lo convertía en un estúpido.

Miró hacia el norte, hacia Swan y se preguntó que estaría haciendo James en ese instante. Consciente del carácter rencoroso de su hermano, sabía que se volcaría en la venganza. Una vez que James se enterara de que Isabella no había huido a Escocia, formaría un ejército y se dirigiría a Cullen para sitiarlo.

Edward lanzó un fuerte juramento. En cuanto llegara a Cullen tenía intenciones de contratar un mampostero y trabajadores para reparar los muros y fortificar el castillo. Luego enviaría a sir Jacob para que reclutara mercenarios para formar su propio ejército de élite. Sin embargo, su sexto sentido le decía que todos sus proyectos por defender Cullen llegarían tarde. Edward había dejado a sir Jared en Swan para que le informara sobre James, tendría que disfrazarse de campesino y avisar en cuanto James pusiera sus miras en Cullen.

Los hombres empezaron a moverse antes del alba. Al amanecer, Edward fue a despertar a Isabella. La encontró tumbada boca abajo, con aspecto de estar tan profundamente dormida que se detuvo un momento para admirarla. Consciente del rumbo que estaban tomando sus pensamientos, los refrenó, se acuclilló y la sacudió con suavidad. Isabella se removió pero no despertó. Volvió a sacudirla hasta que ella gimió y abrió los ojos.

-Ya es hora de levantarse, Isabella. No hay tiempo para desayunar, Evan está distribuyendo los restos de la cena de ayer. Comeremos en la silla.

Isabella se sentó y le miró fijamente, como si intentara recordar donde estaba y por qué. Edward pensó que tenía un aspecto adorable, con sus rizos castaños revueltos y sus ojos verdes velados por el sueño.

-Necesito... un momento a solas -dijo ella mirando con ansiedad la tupida maleza que rodeaba el campamento. -No tardaré. -Montaré guardia. -ofreció Edward, ayudándola a levantarse.

-No, gracias -contestó Isabella con decisión mientras se dirigía a la franja de árboles cercana.

Edward se rió por lo bajo y se alejó para hacer sus propios preparativos para la partida. Por la razón que fuera le divertía molestar a Isabella. Tenía más espinas que un cardo y él entregaría la mitad de su fortuna por rebuscar entre ellas y arrancar la flor que la joven le negaba.

 

Arribaron a Cullen cinco días más tarde. Isabella estaba agotada. Habían estado cabalgando sin parar durante mucho tiempo, desde el amanecer hasta el crepúsculo la mayor parte de los días y esperaba no tener que volver a montar a caballo durante mucho tiempo.

La primera visión que Isabella tuvo de Cullen y la dura roca azotada por el viento sobre la que estaba construido, hizo que el corazón se le cayera a los pies. Estaba mucho más inhóspito de lo que esperaba. El crepúsculo y una espesa niebla envolvían el terreno. El castillo parecía desierto y abandonado, una mole inmensa, montando guardia sobre el mar sacudido por el viento y una franja de playa debajo. Unas enfurecidas nubes de color púrpura se contorsionaban por encima de ellos. El cielo estaba preocupantemente oscuro, proporcionando al castillo un aspecto poco amistoso, casi siniestro. El viento furioso le azotaba la capa y el rugido del oleaje estrellándose contra las rocas del acantilado, era casi ensordecedor.

El muro exterior del castillo estaba en ruinas, pero, por algún milagro, la muralla todavía permanecía en pie, aunque en algunos sitios se había derrumbado.

-El hogar -Le oyó decir a Edward, con una especie de orgullo que la dejó perpleja, considerando las tristes ruinas que tenía delante.

Edward hizo avanzar a Zeus. Ató las riendas en el muro exterior y contempló el deprimente espectáculo de las piedras caídas y el mortero pulverizado. Isabella lo siguió, pegada a sus talones, mientras él rodeaba las ruinas y entraba en el patio exterior. Un patio de entrenamiento, ahora cubierto de hierbajos y aulaga, con aspecto de no haberse usado desde hacía décadas.

Comenzó a caer una fría lluvia que incrementó la incomodidad de Isabella, que se tapó la cabeza con la capucha. Edward parecía no notar ni la lluvia ni el frío, mientras cruzaba a caballo la barbacana, sorprendentemente intacta, y entraba en el patio interior. De nuevo, la sensación de desolación y abandono golpeó a Isabella, al ver el patio desierto que antaño bullía de vida y actividad. Atisbó un edificio cuyo techo de paja se había caído y sospechó que era la cocina. Otros edificios, probablemente el granero, los cuarteles y varios edificios domésticos, necesitaban desesperadamente reparación. Los establos, la halconera y la herrería parecían desiertos y abandonados, pegados a la muralla derrumbada.

Isabella se animó algo al ver las condiciones del castillo. A pesar de los años de abandono, permanecía orgullosamente erguido y casi intacto con sus cuatro torres perfilándose con nitidez contra el deprimente cielo, iluminado ahora por los relámpagos.

Edward condujo a su caballo hasta las escaleras de piedra y desmontó. Ayudó a Isabella a bajar y esperó a que alguien fuera a buscar antorchas.

-Cullen volverá a ser magnífico -prometió más para sí que para alguien en particular. Sir Jacob le entregó una antorcha, él la agarró con una mano y cogió a Isabella del codo con la otra. -Vamos, milady. ¿Exploramos juntos mi castillo?

Isabella, intrigada, le permitió dirigirla por las escaleras y al interior del castillo. Dos pesadas puertas, tachonadas de acero, impedían la entrada, y Edward se apartó mientras dos hombres subían y las abrían. Los goznes de cuero chirriaron como protesta, pero se rindieron a la perseverancia humana. Un repulsivo olor a juncos podridos y alimentos descompuestos asaltó los sentidos de Isabella, que se tapó la nariz con la capa.

-Sí, es desagradable -convino Edward-, pero nada que una buena limpieza no pueda arreglar. Mañana contrataré criados y obreros para que limpien el castillo. Bideford es un pueblo importante, seguro que allí habrá todo lo necesario.

Isabella se quedó atrás mientras Edward examinaba algunas de las habitaciones y alcobas del castillo.

-¿Vamos a ver cómo está el solar?

-Esperaré aquí -contestó Isabella con evasivas, sin confiar en lo que iba a encontrarse.

-Edward -interrumpió sir Jacob, entrando de una zancada en el vestíbulo-. Los cuarteles no están tan mal como parecía al principio. Los hombres pueden arreglárselas hasta que se hagan las reparaciones pertinentes. He encontrado la armería y la herrería. Están prácticamente intactas y sólo van a necesitar arreglos menores.

-Isabella y yo estamos a punto de ir a inspeccionar el solar.

Puede que todavía sea habitable. ¿Vienes?

-No. Pensaba ir hasta el pueblo que hay al pie del acantilado.

Quizá puedan proporcionamos comida para la cena.

-Entonces ve. Mientras estás allí, contrata a alguien dispuesto a trabajar por un buen sueldo. Diles a los aldeanos que el señor del castillo está ahora en su residencia y que tengo la intención de devolverle al castillo su antiguo esplendor. A quien esté dispuesto a trabajar se le pagará un buen salario.

Sir Jacob se despidió y Edward e Isabella subieron en fila de a uno por las sinuosas escaleras de piedra. Encontraron una habitación vacía pero nada que pudiera ser descrito como solar. Volvieron al vestíbulo y subieron por otras escaleras que llevaban a una segunda torre. Al llegar arriba, Edward abrió la pesada puerta de roble y levantó la antorcha. Isabella echó una ojeada al interior y se quedó boquiabierta por la sorpresa. La primera habitación a la que entraron parecía ser una salita de estar, rematada con una chimenea, asientos y otros recios muebles de roble.

La habitación más alejada reveló un dormitorio. El colchón que había sobre la cama estaba podrido y apestaba, pero la mayor parte de los muebles de madera parecían haber sobrevivido con dignidad a la negligencia y al abandono.

Edward se acercó a la ventana y abrió los postigos, dejando entrar el aire limpio, salpicado con olor a sal.

-No está tan mal -aprobó Edward-. Una buena aireación y una cama nueva harán maravillas. Isabella, estas serán tus habitaciones.

-¿Dónde vas a dormir tú?

La provocativa sonrisa de él provocó que algo deliciosamente pecaminoso se apoderara de ella, haciendo que se arrepintiera de haber formulado la pregunta en el instante en que salió de sus labios.

Él echó una ojeada a la espaciosa habitación.

-Justo aquí, milady. Es lo suficientemente grande para dos personas.

Ella apretó los labios.

-No me voy a convertir en tu amante, Edward. La sonrisa de él se hizo más profunda.

-Ya lo veremos, Isabella de Swan.

 

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UYYYYY PUES ESTA VISTO QUE LA DEBILIDAD DEL CABALLERO NEGRO COMIENZA CON "I" Y TERMINA CON "A" JAJAJA, ELLA NO SE LO ESTA PONIENDO FACIL, JAJAJA HASTA SIN QUERER CELOSO LO PUSO, VEREMOS QUIEN CEDE PRIMERO, PORQUE ESTOY SEGURA QUE EDWARD TAMBIEN DESPLEGARA TODO SU ENCANTO ¿Y QUIEN PUEDE RESISTIRCE? JAJAJA.

BESITOS GUAPAS LAS VEO MAÑANA.

Capítulo 7: SEIS Capítulo 9: OCHO

 
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