EL CABALLERO NEGRO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 04/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 259
Visitas: 73233
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

Cuando el Caballero Negro entró en el Castillo de Swan cabalgando sobre su negro caballo de guerra. Vestido de negro de la cabeza a los pies, era todo músculo y firmes tendones marcados por la batalla. Con su negra armadura sin adornos, parecía cruel y siniestro, tan peligroso como su nombre indicaba. Era un hombre conocido por su coraje y fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Pero cuando vio a Isabella de Swan, con sus largas trenzas castañas y sus femeninas curvas, apenas pudo contener sus emociones. Fue la traición de ella doce años atrás quien cambió su juvenil caballerosidad y le convirtió en un duro caballero. Fue ella quien le hizo jurar no volver a confiar en una mujer, y usarlas sólo para su placer. Pero ella desataba la pasión en su cuerpo, la bondad en su alma y el amor en su corazón.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "The Black Knight de Connie Mason"

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Capítulo 18: DIECIOCHO

Un caballero se da cuenta de que con amor todo es posible.

 

 

 

Edward frunció el ceño. Quiso salir tras Isabella, pero el rey le puso una mano en el hombro, recordándole que había asuntos más importantes de los que hablar, relacionados con su nueva situación.

Eduardo hizo más presión con la mano.

-Puedes ir con ella más tarde. -Desplegó la página que había sido arrancada del registro de la Iglesia y la examinó brevemente. -Siéntate conmigo frente a la chimenea para que podamos hablar en privado.

-Sí, sire -dijo Edward, siguiendo a Eduardo hasta el otro extremo del salón.

Sue apareció con una jarra de cerveza y dos copas. Las depositó sobre una mesita, al lado de Edward, y este le hizo un gesto con la mano para que se fuera, sirviendo el contenido en las copas. Le entregó una al rey y cogió la otra entre ambas manos. Observó distraídamente las danzantes llamas mientras el rey estudiaba la página de los registros de la iglesia.

Después de meditar un momento, Eduardo dijo:

-Parece que se ha cometido contigo una grave injusticia, lord Edward. Conocí al antiguo conde de Masen, el padre de Anthony. Era un hombre orgulloso aunque taimado. Al parecer, estaba dispuesto a llegar hasta donde fuera con tal de ver a su hijo casado con una mujer de igual rango y linaje.

-Jamás dudé de la legalidad del matrimonio entre mis padres -declaró Edward-. Mi abuela me dijo que si esperaba, algún día aparecería la prueba, y tenía razón.

Eduardo le entregó el pergamino y Edward lo leyó cuidadosamente.

-Parece auténtico.

-Así es. Hubiera creído que era falso de no ser por la declaración del sacerdote. Los curas no mienten. -Dio unos golpecitos con los dedos en el brazo de la silla, como si estuviera meditando los pasos que iba a dar para arreglar la injusticia que se había cometido con Edward-. A partir de hoy, se te conocerá como Lord Edward, conde de Masen y de Cullen. Todas las tierras y riquezas pertenecientes a ambos estados son tuyas -proclamó Eduardo.

-¿y qué pasa con James, sire? -preguntó Edward.

-No se merece nada, pero como recompensa por haber luchado en Crécy con valentía, no será castigado. Hazle saber que de aquí en adelante será simplemente sir James, y que tú eres su señor feudal. Como jefe supremo suyo, puedes ordenarle que te jure lealtad.

Después de tantos años de ser llamado bastardo, a Edward le resultaba abrumadora su actual situación. Sin embargo, pensar en lo que iba a hacer James cuando lo averiguara, le devolvió rápidamente a la realidad.

-James no aceptara de buen grado vuestra decisión -advirtió. El rey sonrió satisfecho.

-Sé que James es un hombre difícil de tratar, pero yo soy su rey y debe obedecerme.

Edward no estaba de acuerdo con la apreciación del monarca sobre la reacción de James, pero se abstuvo de expresar su opinión.

-Ahora que ya ha sido establecido tu nueva posición como heredero de Anthony -continuó Eduardo-, vamos a hablar de tu matrimonio con lady Elena. La unión de vuestros estados te convertirá en uno de los hombres más ricos de Inglaterra.

Edward se aclaró la garganta.

-En cuanto a lady Elena, sire; ella me teme. Se ve en sus ojos cada vez que me mira. Os pido que lo reconsideréis. Encontrad otro marido más del gusto de la dama.

El ceño de Eduardo se hizo más profundo.

-Quizá sea el momento de que hablemos de lady Isabella. Ella es la razón por la que no deseas casarte con lady Elena ¿no es así? ¿Cómo acabó convirtiéndose en tu amante la esposa de James?

Edward suspiró. No había más remedio que decir la verdad. Uno no le mentía a su propio rey.

-Probablemente la buena opinión que tenéis de mí cambie cuando sepáis lo que hice.

-Deja que sea yo quien lo juzgue. Por favor, lord Edward, continúa.

-Muy bien, sire. Hace varios meses participé en un torneo en Swan. En ese momento no sabía que el torneo culminaría con la boda entre Isabella de Swan y James. Yo crecí en Swan y me marché cuando sólo era un muchacho de diecisiete años. Si os acordáis, vos tuvisteis a bien aceptarme a vuestro servicio y ofrecerme la oportunidad de luchar con vos y el Príncipe Negro en Francia.

Eduardo miró a Edward con afecto.

-Lo recuerdo bien. Salvaste la vida del Príncipe Negro, no sólo una, sino dos veces y te armé caballero en el campo de batalla. Más tarde te nombré conde y te entregué Cullen. No me has decepcionado. Cullen es todo lo que soñé que fuera en manos del hombre adecuado. Termina con tu historia, lord Edward.

-Sí. El torneo fue un éxito. Fui declarado campeón y obtuve el premio. Isabella me reconoció como el muchacho que conoció en su juventud y fue a buscarme. Me pidió que la ayudara a huir de un matrimonio que le resultaba repulsivo. Quería escapar a Escocia. Por supuesto, me negué.

Edward continuó explicando la razón por la que al principio odiaba a Isabella.

-Ahora sé que ella no le dijo nada a su padre sobre mi intención de fugarme con Irina, pero tardé mucho en aceptar que Irina no estaba destinada a ser mía.

-¿Por qué quería lady Isabella escapar de James?

-Afirma que James es el responsable de la repentina muerte de Irina.

Eduardo asimiló esa información y luego dijo: -Continúa, lord Edward.

-Me negué en redondo a ayudarla, aunque ella me lo suplicó muchas veces durante mi estancia en Swan.

Entonces le contó que James había intentado asesinarlo con vino envenenado. Hizo una pausa para tomar un gran trago de cerveza, sabiendo que el rey no tendría muy buena opinión de él después de escuchar el resto del relato.

-La boda tuvo lugar después del torneo -continuó. -Asistí al banquete, junto con otros invitados y bebí demasiado. Mi humor se tornó sombrío y desagradable. Quería castigar a James por todas las injusticias que mi madre y yo habíamos sufrido durante años.

Bebió otro sorbo de cerveza y se volvió a llenar la copa. -Cuándo lady Isabella se retiró a la cámara nupcial, esperaba que James se reuniera con ella. En vez de hacerlo, continuó bebiendo e intercambiando soeces comentarios sobre Isabella con sus caballeros, hasta que, al final, se durmió. ¡Y eso en su noche de bodas! Fue entonces cuando decidí apoderarme de algo importante para James: la virginidad de su esposa. Mi confuso cerebro encontró la lógica del deshonroso acto que estaba planeando.

El rey parecía perplejo.

-¡Qué estás diciendo! Me asombra tu atrevimiento.

El honor de Edward le exigía que eximiera a Isabella de toda culpa. -Poseí a lady Isabella por la fuerza, sire.

-¿La violaste? -bramó Eduardo.

-No sire, Edward no me violó. Yo estaba dispuesta.

Edward se levantó de un salto, derramándose la cerveza sobre la túnica.

-¡Isabella! ¿Qué haces aquí? Es una conversación privada.

-Cuando el tema me afecta, no. He vuelto al salón para hablar con el rey.     .

-Acercad un banco y sentaos, milady -la invitó Eduardo-. Os escucharé hasta el final. ¿Os violó o no lord Edward?

-No fue una violación, Majestad. Al principio luché contra él, pero luego su seducción me convenció y me rendí de buen grado. Se apoderó de mi virginidad, sí, pero no fue un acto brutal. James me hubiera arrebatado la inocencia con total indiferencia hacia mi dolor o mis sentimientos; Edward fue un amante sensible y preocupado.

Se estudió los dedos.

-Aunque no nos veíamos desde que nos separamos hace muchos años, yo siempre amé a Edward.

Edward levantó la cabeza de golpe. Isabella no había mencionado nunca antes el amor y él apenas podía creerlo.

-¿Os ha contado Edward que esa noche huí hasta su campamento y le exigí que me llevara con él?

-Estaba arrepentido de lo que le había hecho a Isabella, sire -intervino Edward-. Cuando apareció en mi campamento esa noche, exigiendo que la escoltara hasta Escocia, el honor me ordenó ofrecerle mi protección mientras la necesitara. Pero no la llevé a Escocia. Sabía que James la seguiría, exigiría que volviera y la castigaría. Su tía no podía protegerla tan bien como yo, de modo que la traje a Cullen.

-Y la convertiste en tu amante -acusó Eduardo.

-Así es, sire.

-Fue una decisión mutua -insistió Isabella-. ¿Os ha dicho Edward que James lo encerró en una mazmorra en Swan? ¿Qué fue torturado y privado de alimentos? Cuando James condujo a su ejército hasta Cullen, Edward sabía que el castillo no iba a poder resistir un sitio, de manera que me llevó a Gales para mantenerme a salvo. Edward fue capturado cuando se dirigía a caballo para enfrentarse a James. Por desgracia su ejército no tenía efectivos suficientes para derrotar al de James.

-Ya sabía yo que esta historia me iba a mantener despierto hasta después de la hora prima -dijo Eduardo, haciéndole una seña a Isabella para que continuara.

-Después de hacer prisionero a Edward, James envió a sir Jacob decirme que, si no me presentaba en el castillo de Swan antes de quince días, Edward moriría. No pude soportar la idea de que muriera por mi culpa, de modo que obedecí la orden de James. En cuanto llegué a Swan fui encerrada en mis habitaciones para esperar el placer de James. Su furia era terrible.

-La cosa se va complicando a cada minuto -declaró Eduardo, echándose hacia delante para no perderse ni una palabra. -¿Cómo escapasteis?

Edward continuó con esa parte de la historia, hablando sobre el pasadizo y la subsiguiente huida a Cullen.

-De modo que ahora estás esperando a que James venga con su ejército para reclamar a su esposa -reflexionó Eduardo.

-Así es, sire.

-Y vos lady Isabella, ¿estáis preparada para volver con vuestro marido?

-Disculpadme sire, pero no considero a James como mi esposo. Aunque la ceremonia se llevó a cabo, el matrimonio no llegó a ser consumado. Me encomiendo a vuestra piedad, sire. Os lo ruego, no me hagáis volver con James.

-¿A qué estáis jugando, milady? -preguntó Edward fríamente-, Creía que deseabais abandonarme.

-Eso fue sólo una farsa. Yo sabía que James iba a venir a Cullen y no quería que hubiera más derramamiento de sangre por mi culpa. Tú ya has sufrido bastante, Edward, y quería que estuvieras a salvo. Temía convertirme en una carga y quería hacerte la vida más fácil.

-Me aproveché de ti -contestó Edward de inmediato-, y juré protegerte con mi vida.

-Lo que yo quería era tu amor -susurró Isabella. Comprendiendo lo que acababa de confesar, bajó los ojos. -Perdonadme sire. Ha sido una imprudencia decir eso.

-Isabella, mírame -dijo Edward, olvidándose del rey y de todo excepto de los fuertes latidos de su corazón. Cuándo ella levantó su rostro hinchado por las lágrimas, cogió su mano y se arrodilló ante ella. -Dime lo que quieres de mí.

-¿Debo repetir lo que ya sabes? -sollozó ella.

-Yo no sé nada. Nunca hemos hablado de nuestros sentimientos.

-¿Cómo íbamos a hacerlo si no soy libre? Y ahora tampoco lo eres tú. Vas a casarte con lady Elena y, si tengo suerte, se me permitirá ir a Escocia a vivir en paz el resto de mis días.

Eduardo se recostó hacia atrás, escuchando y mirando con atención.

-Dime una cosa, Isabella -dijo Edward, inmovilizándola con la mirada.

-Si puedo.

-¿Estás embarazada de mi hijo?

-¡Por la sangre de Dios! También yo quiero saber la respuesta a esa pregunta, lady Isabella -dijo Eduardo, acercándose para no perderse la contestación.

El rostro de Isabella perdió todo el color. -¿Cómo lo has sabido?

Edward exhibió una sonrisa de satisfacción.

-Últimamente no has sido tú misma. Jamás te desmayas. Si haces memoria, recordarás que las pasadas semanas, te pregunté varias veces por tu salud. Estaba dispuesto a dejarte volver con James hasta... -Le dirigió al rey una sonrisa avergonzada y continuó con dificultad. -Hasta que hicimos el amor hoy. Después, las pequeñas cosas que había notado en ti, empezaron a tener sentido. Tienes la cintura más ancha y los pechos más sensibles. Recuerdo que varias veces en las pasadas semanas, ver la comida hizo que te pusieras verde, sobre todo por las mañanas. He sido un idiota por no darme cuenta antes.

-Estoy de acuerdo -intervino Eduardo-. Como padre de once hijos, yo hubiera notado las señales de inmediato. Pese a todo, todavía queda un problema. Isabella es la esposa de otro hombre. Si regresa con su marido, el niño pertenecerá legalmente a este.

Edward se puso en pie de un salto. -¡Por encima de mi cadáver!

-Es posible que me duerma pensando en ello y que encuentre una solución que os guste -dijo Eduardo, bostezando. -Buenas noches.

Se levantó y se fue, dejando que Isabella y Edward arreglaran sus diferencias.

-Ven -dijo Edward, extendiendo la mano-. Es tarde, deberíamos irnos a la cama.

Isabella colocó la mano en la de él y lo acompañó por las escaleras.

Esperaba que la dejara en la puerta de su habitación, pero no hizo tal cosa. Abrió la puerta y entró con ella. Lora había dejado encendido el cabo de una vela y un suave brillo bañaba la estancia.

Isabella se retorció las manos, enmudecida de repente. ¿Qué podía decir? Edward sabía que la carta había sido un engaño y que ella había mantenido deliberadamente en secreto que estaba embarazada de su hijo.

-Prefiero dormir sola -dijo cuando Edward se sentó en el banco, frente al hogar y se quitaba las botas.

-Y yo prefiero dormir contigo -contestó Edward-. Acuéstate Isabella, tienes aspecto de estar agotada. Esta noche nos limitaremos a hablar y trataremos de aclarar las cosas entre nosotros.

Cansada de discutir, Isabella se quitó el vestido, vertió agua en una jofaina y se lavó las manos y la cara. Mientras Edward se despojaba de la túnica y las calzas, ella se metió en la cama. Cuando Edward se acostó a su lado, lo único que separaba sus cuerpos era su delgada camisa.

Se tensó cuando él la acercó hacia sí.

-Háblame sobre nuestro hijo. ¿Cuánto hace que lo sabes?

-Lo supe en Swan, cuando no me llegó la menstruación. Me hice un corte y manché de sangre la cama y mi ropa para convencer a la amante de James de que me había llegado. James se había negado a tocarme hasta estar seguro de que no estaba embarazada. Si James se enteraba de que estaba esperando un hijo tuyo, me hubiera matado. Por mucho que aborreciera la idea de que James me tocara íntimamente, no era capaz de sacrificar a tu hijo.

-Habrías admitido a James en tu cama y le habrías endosado el niño a mi hermano -la acusó Edward.

-No tenía otra elección. Recé para que ocurriera un milagro, pero estaba dispuesta a hacer lo que fuera para salvar a nuestro hijo. Por suerte, Dios no me exigió tal sacrificio. Escuchó mis plegarias y te envió a mí.

-¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué querías irte de Cullen, sabiendo que te protegería a ti y a nuestro hijo con la vida? Tú carta me llevó al borde de la locura. Estaba dispuesto a entregarte a James en cuanto cruzara la puerta.

-Es como le conté al rey. No quería que sacrificaras tu vida por mí. Pensaba escapar a Escocia y ponerme bajo la protección de mi tía. Jamás -insistió-me habría puesto en manos de James.

-Dudo que ni siquiera el rey escocés pudiera impedir que James te reclamara. No existe ninguna ley que proteja a las mujeres de la ira de sus maridos. Ahora la venganza de James va dirigida a los dos.

-Tú estás comprometido a lady Elena -indicó Isabella-. Tu novia dejó muy claro que yo no iba a ser bien recibida en su casa. Eso sigue en pie. El rey no ha dicho nada que indicara que va a cambiar de idea sobre los esponsales. Yo no tengo sitio en tu vida, Edward.

-¿Lo dijiste de verdad, Isabella?

Isabella frunció el ceño, tratando de recordar qué había dicho.

-¿Sobre qué?

-Dijiste que me amabas.

-¿Cómo puedes dudar de mi amor? -gritó Isabella-. Te amo desde niña. Eras mi héroe, mi caballero de brillante armadura. Tenía celos de tu devoción por Irina.

-Eras una niña prácticamente incapaz de tener sentimientos intensos. No me refiero al presente, Isabella.

-¡Escúchame bien, Edward de Cullen! Ahora soy una mujer con los sentimientos y las necesidades de una mujer. Tú eres el hombre que amo, el hombre que siempre amé.

-Te deshonré -le recordó Edward.

-No, no lo hiciste. Me hiciste el amor. Me proporcionaste placer y una noche de bodas que jamás olvidaré. Ya te han castigado lo suficiente por esa noche y has sufrido mucho. Aunque nunca podamos volver a estar juntos como hombre y mujer, recuérdame con cariño y ten por seguro que protegeré a tu hijo con mi vida.

-Nos casemos o no, eres mía y siempre lo serás. No voy a abandonarte, Isabella. Ni siquiera el rey puede exigirme tal cosa. Si todo lo demás falla, huiremos a Francia o a Italia, no importa mientras estemos juntos.

-¿Dejarías Cullen y Masen por mí?

-Daría la vida por ti. ¿No te lo he demostrado ya?

-Hiciste lo que el honor te exigía -respondió Isabella, convencida de que él no la amaba.

-¡Al diablo con el honor! -siseó Edward-. No quería enamorarme. Planeaba convertir a Cullen en el mejor castillo de Wessex. Por supuesto, con el tiempo hubiera tenido que casarme, pero sólo para tener herederos. Incluso sabía el tipo de esposa que iba a escoger. Joven, virtuosa y sumisa. Jamás cuestionaría mi autoridad ni mi comportamiento. Quería una esposa que no me desafiara con su inteligencia. Deseaba una esposa por la que no tuviera que preocuparme.

-Acabas de describir a lady Elena -susurró Isabella.

-Entonces te encontré a ti -continuó Edward como si ella no hubiera hablado. -Una mujer con todos los atributos que me parecían poco atractivos para una esposa.

-No te gusté.

-No es verdad. Me gustaste demasiado.

-Te negaste a ayudarme a escapar por mucho que te lo pedí.

-Es una tontería enumerar los errores cuando ambos queremos lo mismo.

A Isabella se le atascó el aliento en la garganta. -¿y qué es, Edward?

-Deseamos estar juntos.

-Eso es lo que siempre he querido. Por desgracia, Dios y el rey tienen otros planes.

-Isabella, tú me amas y...

-¿Y? -preguntó Isabella esperanzada.

-Y yo te amo. No he pensado en otra cosa desde después de hacer hoy el amor. Esta noche no hubiera sido capaz de seguir adelante con los esponsales, de haberlos habido. Estaba dispuesto a desafiar a mi rey por ti. Antes de que pudiera dar a conocer mis intenciones, llegó sir Jacob con el padre Ambrose.

Isabella había dejado de escuchar desde el momento en que Edward dijo que la amaba.

-¿Me amas?

-Estaba dispuesto a morir por ti. ¿Cómo es posible que dudes de mi amor?

Ella se acurrucó más, absorbiendo su fuerza, temiendo que iba a necesitarla antes de que todo aquello se arreglara. Se durmió en sus brazos, feliz ahora que sabía que él la amaba.

Isabella se removió y se tapó la cabeza con la almohada. ¿Cómo iba a poder dormir cuando alguien estaba haciendo sonar un cuerno en el parapeto? El bullicio era de lo más molesto. Comprendió que algo iba mal cuando Edward saltó de la cama y cogió sus calzas.

-¿Qué pasa?

-¿No lo oyes? El cuerno está avisando de que se acercan visitas al portón. En estos momentos la guarnición está despierta y todos los hombres corren a sus puestos. Tengo que irme.

-Ten cuidado -dijo Isabella-. Puede que sea James.

 

Edward se fue corriendo hasta las almenas para esperar a los intrusos. Sir Jacob y sir Jared ya estaban allí.

-¿Veis el estandarte? -preguntó.

-Todavía no -contestó sir Jacob-. ¡Espera! Ya lo veo, es el halcón rampante de Masen.

El rey apareció de repente a su lado, observando atentamente el terraplén por el que se acercaba un ejército. -¿Quién viene, lord Edward?

-James de Masen, sire.

-¿Crees que planea atacar Cullen?

-Así es, sire. Estaba esperándolo.

-No atacarán cuando vean mi estandarte colgando en el parapeto -dijo Eduardo, convencido-. Cuando llegue James, invítale a entrar. Ya es hora de que sepa que ya no es el conde de Masen. Me da la sensación de que éste va a ser un día difícil para todos nosotros.

Se dio la vuelta para marcharse.

-Sire -le llamó Edward-. Un momento por favor.

-¿Qué quieres lord Edward? Todavía no he desayunado.

-No sé lo que habéis decidido sobre Isabella y sobre mí, pero no voy a abandonarla. Yo... la amo y ella me corresponde. Lleva a mi hijo en su vientre. Os lo suplico, entregad a lady Elena a un hombre que sepa apreciar sus buenas cualidades. Yo no necesito sus riquezas.

-Hablaremos de eso más tarde -respondió Eduardo, cortante.

Edward tuvo miedo de que la displicencia del rey no fuera un buen agüero para él y, con buen criterio, no insistió en el tema. -Baja y saluda a tu invitado. -Ordenó Eduardo-. Hazlo pasar al salón. Llevo tiempo esperando este momento.

James había enviado a uno de sus caballeros para que fuera a explorar y, cuando volvió, lo hizo entusiasmado por contar lo que había descubierto.

-¡Lord James, en las almenas de Cullen se ve el estandarte del rey!

-Imposible -dijo James asombrado -¿Por qué motivo iba a venir Eduardo a Cullen?

Emmett se acercó a él sin bajar del caballo. -¿Algo va mal?

-Por lo que dice sir Justin, el rey está en Cullen -contestó James con acritud.

-Es cierto, milord -insistió sir Justin.

-Si el rey está ahí, no puedes atacar -advirtió Emmett.

-No, no puedo -contestó James-. ¡Por la sangre de Cristo! ¿Qué debo hacer ahora?

-Estoy seguro de que se te ocurrirá algo -dijo Emmett secamente.

El brillo tenue de una sonrisa curvó los labios de James.

-Sí, tienes razón, Emmett. Sé exactamente lo que voy a hacer. Isabella es mi esposa. Ni siquiera el rey puede impedir que me la lleve. Me voy a limitar a ir hasta las puertas y a exigir que me dejen entrar. Una vez dentro, acusaré a Edward de raptar a Isabella y de convertirla en su ramera. El rey no tendrá más remedio que castigar a sir Bastardo.

-¿Te has olvidado de Isabella? Lo más probable es que niegue tu acusación y alegue que no fue secuestrada.

El rostro de James se endureció.

-Si sabe lo que le conviene, no se atreverá a contradecirme. Emmett permaneció en silencio. Conocía bien a su hermana. Si a ella le importaba Edward de verdad, como así lo creía, saldría en su defensa. El mismo Emmett estaba cada vez más disgustado con James. A lo largo de los años, este último había hecho muchas cosas con las que Emmett no estaba de acuerdo.

En ese momento, Cullen apareció ante su vista y los pensamientos de Emmett desaparecieron.

-Es verdad -afirmó James furioso-. En las murallas está ondeando el estandarte del rey.

Edward salió de las almenas, preparándose mentalmente para la confrontación con James. Ya había ordenado que se le permitiera entrar en el patio exterior y su intención era bajar al rastrillo para recibir personalmente a su hermano. Cruzó el salón y bajó hasta el patio interior. El trabajo se había detenido cuando sus hombres corrieron a buscar las armas. Desde luego, con el rey allí no iban a necesitarlas, pero la mejor política era estar siempre preparado. Llegó al rastrillo y esperó a que James se acercara.

No tuvo que esperar demasiado. James se separó de sus caballeros y se aproximó al rastrillo de hierro que protegía la entrada al patio interior. Emmett iba con él, cosa que no sorprendió a Edward. -Volvemos a encontrarnos, sir Bastardo -se burló James.

El saludo enervó a Edward, quien apretó los dientes para evitar decirle a James quien era en realidad el bastardo de la familia. Tal honor era del rey. Se limitó a sonreír y dijo:

-Cierto.

-Quiero a mi esposa -le informó James-. Sube el rastrillo.

-Bienvenidos a mi morada -dijo Edward con una reverencia. -Doy por hecho que venís en son de paz.

El rastrillo se levantó permitiendo la entrada a James y a Emmett.

Cuando el ejército del primero avanzó para seguir a su caudillo, volvió a descender de golpe, impidiéndoles el paso.

-Mis hombres van donde voy yo -dijo James bruscamente.

-No, el castillo está repleto. La guardia del rey está acuartelada aquí. Tus hombres pueden acampar en los páramos, más allá de los muros. No temáis, no vais a sufrir ningún daño. El rey no perdona las luchas entre sus súbditos.

-¿Cómo está mi hermana? -preguntó Emmett con inquietud. Edward enarcó las cejas.

-¿De verdad te importa?'

-Sí. Isabella es la única familia que me queda. A lo largo de mi vida he cometido algunos errores, uno de ellos ha sido entregarle a Isabella a James. Espero que me perdone.

-¡Bah! Estás diciendo estupideces -resopló James-. Isabella es mía y nadie puede hacer nada para cambiarlo. Ni siquiera el rey puede negarle a un hombre a su esposa legal. Me alegra que Eduardo esté aquí. Puede que lo que hiciste le parezca tan deshonesto que te destierre de su reino.

-Puede -estuvo de acuerdo Edward.

En verdad temía que el rey devolviera a Isabella a James. Si Eduardo decidía a favor de James, Edward se vería obligado a tomar medidas drásticas. Dos personas que se amaban, debían permanecer unidas.

El rey estaba desayunando en la mesa principal cuando Edward entró en el salón, seguido de cerca por James y Emmett. Los tres hincaron una rodilla en tierra y esperaron a que Eduardo le dijera que podían levantarse.

-Levantaos. -ordenó el monarca. -Vamos, desayunad conmigo. Comprobareis que lord Edward no carece de hospitalidad.

Se sentaron a la mesa e inmediatamente, los criados llevaron bandejas de comida y jarras de cerveza. Mientras los hombres comían, reinó el silencio, y Edward se preguntó cuánto más resistiría la paciencia de James.

En honor a James, lo cierto es que no dijo nada hasta que el rey apartó su plato vacóo y eructó.

-Sire, he hecho un largo viaje para recuperar a mi esposa de manos de Edward. ¿Os ha dicho que la violó y se la llevó? -preguntó James entre bocado y bocado-. Es una triste historia, sire, pero sin embargo es cierta.

Edward continuó masticando despacio y tragando su comida. -Isabella no es tu esposa.

-¡Por la sangre de Dios! ¡Claro que es mi esposa! Hazla venir inmediatamente.

Al ver que Edward no se movía para obedecerlo, James añadió: -¿Sabe Su Majestad que la has convertido en tu puta? El hecho de que esté dispuesto a aceptarla de nuevo después de haber sido profanada, dice mucho a mi favor. Una vez que Isabella me sea devuelta, se la castigará como se merece.

El rey se aclaró la garganta.

-Lord Edward, por favor, convocad a sir Jacob, al padre Ambrose y a mi propio confesor. Puede que sea el momento de que sir James se entere de su nuevo rango. Y -añadió-, lady Isabella también debería estar presente ya que el asunto le concierne.

Edward se levantó, habló brevemente con Sue, que estaba cerca, y luego volvió a reunirse con los demás.

James palideció.

-¿De qué va todo esto, sire? Estoy aquí para reclamar a mi díscola esposa, no para causar problemas. ¿Y cuál es ese nuevo rango que habéis mencionado? Desde que murió mi padre y me convertí en conde, soy lord James.

Isabella entró en el salón, interrumpiendo la respuesta del rey.

Edward se levantó para recibirla. Besó su mano y la hizo sentar a su lado en la mesa principal.

-Espero que hayas empaquetado tu ropa -dijo James, enfadado, a modo de saludo. -Nos iremos a Masen antes de que acabe el día.

Isabella miró a Edward con el miedo reflejado en los ojos. Edward le apretó el hombro para tranquilizarla. -No hay nada decidido -dijo. James entrecerró los ojos.

-¿De qué estás hablando? No hay nada que decidir. Isabella me pertenece -Se giró hacia el rey. -¿Vos que decís, sire? Los condes de Masen siempre han sido abiertamente leales a la Corona. Exijo respeto.

-El conde de Masen tiene nuestro respeto -aseguró Eduardo.

-No os creáis nada de lo que os haya dicho mi hermano bastardo. Exijo lo que en justicia es mío.

-Siento un gran cariño por el actual conde de Masen -contestó Eduardo.

James sacó pecho al tiempo que dirigía a Edward una mirada de condescendencia.

-Sir James, por favor, saludad al nuevo conde de Masen. Levantaos, lord Edward.

Edward se levantó. Llevaba mucho tiempo esperando este momento. El orgullo fue apoderándose de él. Por fin se había reivindicado el honor de su madre. Ni el titulo ni la riqueza tenían importancia. Lo único importante era el reconocimiento de su legitimidad.

 

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UUUUUUUUY UN CAPITULO MUY REVELADOR, AAAAAA AL FIN ADMITEN QUE SE AMAN, ¿NO ES UN AMOR EDWARD? ESTA DISPUESTO A IRSE CON ELLA CON TAL DE NO SEPARSE DE ISABELLA Y SU HIJO, EL REY NO ES TAN MALO (ESO ESPEREMOS) YA CONOCE LA HISTORIA COMPLETA, ESPERMOS SU BONDAD Y COMPRESION ¿QUE TAL CON JAMES? SE IMAGINAN LO QUE DIRAAAAAAAAA, JAJAJA VA A ESTAR SUPER GENIAL. PERO HAY QUE ESPERAR HASTA MAÑANA

 

AVISO: GUAPAS ESTA HISTORIA ESTA  APUNTO DE TERMINAR TAMBIEN Y QUIERO PREGUNTARLES QUE LES GUSTARIA MAS PARA LA SIGUIENTE HISTORIA.

"UNA DE PIRATAS" O "UNA DE VAQUEROS" O "CONTINUO CON EL ESTILO MEDIEVAL"

¿QUE LES GUSTARIA MAS? HAGANMELO SABER. BESITOS, NOS VEMOS MAÑANA

Capítulo 17: DIECISEIS Capítulo 19: DIECINUEVE.

 
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