EL CABALLERO NEGRO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 04/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 259
Visitas: 73235
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

Cuando el Caballero Negro entró en el Castillo de Swan cabalgando sobre su negro caballo de guerra. Vestido de negro de la cabeza a los pies, era todo músculo y firmes tendones marcados por la batalla. Con su negra armadura sin adornos, parecía cruel y siniestro, tan peligroso como su nombre indicaba. Era un hombre conocido por su coraje y fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Pero cuando vio a Isabella de Swan, con sus largas trenzas castañas y sus femeninas curvas, apenas pudo contener sus emociones. Fue la traición de ella doce años atrás quien cambió su juvenil caballerosidad y le convirtió en un duro caballero. Fue ella quien le hizo jurar no volver a confiar en una mujer, y usarlas sólo para su placer. Pero ella desataba la pasión en su cuerpo, la bondad en su alma y el amor en su corazón.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "The Black Knight de Connie Mason"

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Capítulo 21: VEINTIUNO

Un caballero es un enemigo jurado de todo mal.

 

Emmett salió corriendo al encuentro de Edward cuando este entró a caballo en el patio interior. Vio el caballo con un cuerpo atravesado encima y se detuvo de golpe.

-¿Es James?

Edward desmontó, asintiendo distraídamente. Tenía cosas más importantes en las que pensar que en un muerto. -¿Está muerto?

-Sí.

-¿Lo mataste tú?

-Ojalá hubiera sido yo. Los ladrones le encontraron antes. Fue en los bosques próximos a Exeter.

-¡Exeter! Creí que te habías dirigido hacia el norte.

-Y así lo hicimos durante un rato. Algo, quizá una premonición, me dijo que esa no era la dirección correcta. De repente me pareció lógico que James deseara irse de Inglaterra.

-¡Por la sangre de Cristo! ¿Te dijo dónde encontrar a Isabella antes de morir?

Edward apretó los puños a los costados con palpable cólera. -Te contaré todo lo que sé en cuanto sacie mi sed. Estoy seco.

Aunque no lo dijera en voz alta, el mayor temor de Edward era que James hubiera violado a Isabella para después abandonada en algún sitio para que muriera.

Entraron juntos en el castillo y tomaron asiento en la mesa principal, donde los esperaba lady Elena. Ya había empezado el almuerzo y alguien le puso delante una jarra de cerveza y una porción de carne y de queso. Comió y bebió sin fijarse en lo que se llevaba a la boca, mientras se llenaba el estómago y apagaba la sed.

-¿James no te dijo nada? -preguntó Emmett-. ¿Isabella está muerta?

-No lo sé. Antes de morir sólo dijo una palabra. Pidió agua. Le pedí que me dijera lo que había hecho con Isabella y lo único que contestó fue "agua" -Dio un puñetazo a la mesa. -Debe estar riéndose de mí en el infierno. Por fin ha logrado destruirme.

Emmett frunció el ceño mientras pensaba en lo que decía Edward. -Hay algo que no concuerda, Edward. Conozco a James y él jamás pediría agua. Cerveza puede, pero nunca bebía agua. Por lo que yo sé, James jamás tocó el agua.

Edward lo miró fijamente. No era extraño que un moribundo pidiera agua, aunque en su momento pensó que era una petición extraña viniendo de James. Pero la ira y la tristeza le habían dominado. Sin embargo, después de escuchar a Emmett, su cerebro empezó a funcionar otra vez. Si James no estaba pidiendo agua, entonces... Su mente empezó a discurrir a toda velocidad. Se le aceleró el corazón. Cullen estaba construido sobre un acantilado, dominando el mar. Tenía agua cerca. Mucha.

-James no pudo llevarse a Isabella muy lejos. -observó, cada vez más excitado.

¿Por qué no había caído antes en la cuenta? De repente se lo ocurrió otra idea, tan horrible que fue incapaz de expresada con palabras. Como si le hubiera leído la mente, Emmett lo dijo por él. -¿Crees que la lanzó al mar?

Edward cerró los ojos para protegerse del dolor que le provocaba la pregunta de Emmett. Entonces recordó las palabras de James y lo invadió una inmensa sensación de alivio.

-No. Isabella está viva. La encontraremos cerca del agua.

Sir Jacob, que se había unido a ellos en la mesa principal, oyó la conversación y se levantó de un salto.

-Ahora la marea está alta, pero en cuanto baje, todos los hombres de la guarnición irán a la playa, a los pies del acantilado. No temas milord, encontraremos a tu dama.

-Asegúrate de que todos los hombres lleven un cuerno -indicó Edward-. Quien la encuentre, que avise soplando dos veces. -Así se hará -dijo sir Jacob, alejándose con rapidez.

-Rezaré para que encontréis bien a lady Isabella -dijo lady Elena-. Al principio no nos llevamos bien, pero mi boda con Emmett ha cambiado las cosas. Esperaba que pudiéramos hacer las paces y convertimos en amigas. Masen no está tan lejos de Swan como para que no podamos visitarnos con frecuencia.

-La encontraremos, lady Elena -dijo Edward, decidido. Lo que no podía asegurar era en qué condiciones.

No había palabras para decir lo que James podría haberle hecho.

Isabella se despertó y gimió. Según sus cálculos llevaba dos noches en la cueva. Tenía hambre y sed. Podía soportar el hambre, pero la sed era casi insoportable. Había intentado lamer la humedad de las paredes de la cueva, pero el desagradable sabor la disuadió. En ese instante no eran ni la sed ni el hambre lo que la molestaban. Tenía los miembros entumecidos y el dolor era atroz, y además, tenía frío.

A lo largo de las horas, los pensamientos de Isabella se habían vuelto multitud de veces hacia Edward. La imagen de él bailaba ante sus ojos; el cuerpo esculpido de su guerrero invencible, fuerte y poderoso. Su amor por ella le había exigido soportar cada vez más dolor, y jamás la había decepcionado. Lo amaba tanto que dalia. Era arrogante, exigente e imprevisible de vez en cuando, pero esas eran las cualidades que le hadan tan atractivo. Incluso ahora, con el hambre y la sed mortificándola, era capaz de cerrar los ojos y recordar la fuerza de sus brazos. Y su rostro. Ningún hombre debería ser tan guapo como el Caballero Negro.

Sus pensamientos se evaporaron cuando percibió que la luz del día entraba en la cueva. Otro día más sin esperanzas de ser rescatada, pensó con desánimo.

En el transcurso del día y la noche anteriores, Isabella había meditado mucho en su terrible situación. Si no quería que esa cueva se convirtiera en su tumba, tendría que salir de allí.

Usando la pared que tenia detrás para sujetarse, empezó a levantarse, un doloroso centímetro tras otro, hasta quedar de pie con los tobillos atados. El dolor atravesó sus piernas y casi se desmayó, pero su voluntad de hierro se negó a permitir que cayera. Cuando el dolor disminuyó hasta un nivel soportable, se separó de la pared y salió de la cueva dando saltos. Parpadeó un par de veces y luego se obligó a apartar la vista del mar que tenía debajo.

La marea estaba alta y la estrecha franja de playa había desaparecido. Isabella se dejó caer al suelo, observando el reguero de agua en las rocas de abajo, preguntándose cómo iba a conseguir bajar por la escarpada pendiente sin poder usar los brazos ni las piernas. Era imposible intentar tal proeza hasta que bajara la marea.

Isabella miró hacia arriba y su desesperación aumentó al darse cuenta de que nadie que estuviera asomándose en lo alto del acantilado, podría verla. No había otro remedio. Tenía que llegar hasta la playa. La embargó el miedo. Incapacitada por culpa de sus pies y manos atados, corría el peligro de despeñarse y perder al bebé. No sabía qué hacer.

Uno de los rebordes dentados del acantilado se le estaba clavando en el trasero y cambió de postura para estar más cómoda. Por desgracia, la superficie de la roca no ofrecía ninguna comodidad; todo el acantilado estaba salpicado de piedras amadas. Suspiró y observó las olas, preguntándose cuando iba a cambiar la marea y qué iba a hacer cuando eso ocurriera.

Movió las piernas para aliviar el dolor y se le clavó una roca puntiaguda. Se miró la herida pensativamente y luego observó la roca con atención. Si su cerebro un hubiera estado perturbado por la falta de agua y comida, la respuesta al problema se le hubiera ocurrido antes. Seguro que una piedra lo bastante amada como para cortarle la piel también serviría para cortar las ligaduras de seda. Llevada por la desesperación, Isabella buscó una piedra punzante en los alrededores, encontró una y fue a por ella, estremeciéndose cuando las agudas piedras se le clavaron en el delicado trasero.

Se fue entusiasmando mientras se sujetaba a las rocas y levantaba las manos hacia el cortante reborde. El primer intentó acabó en fracaso. La capa se interponía. Por mucho que le doliera, ya que hacía mucho frío, se la quitó y la apartó con los pies. Cayó rodando por la pendiente hasta el mar, y vio como era arrastrada por la menguante marea. Sin apenas prestarle atención, volvió a empezar el delicado proceso de serrar las ligaduras que le ataban las muñecas.

Transcurrieron horas, o al menos eso es lo que le pareció a ella, antes de que notara que se aflojaban un poco. Más animada, renovó sus esfuerzos. Descendió la marea y apareció la franja de playa. Se nublo el cielo y una fría niebla cayó sobre los acantilados, congelándola hasta los huesos. Entonces, milagrosamente, se rompieron las ataduras y las manos quedaron libres. El dolor que vino a continuación fue intenso y debilitante. Isabella estuvo a punto de desmayarse. Las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas cuando intentó deshacer los nudos que le inmovilizaban los tobillos. Tenía las manos tan inútiles que parecían dos trozos de carne y los dedos simplemente se negaban a trabajar.

La determinación la hizo fruncir el ceño cuando se levantó y fijó la vista en la franja de arena azotada por el viento que tenía debajo. Comprendió que para llegar hasta allí sin contratiempos iba a necesitar un milagro. Cogió aire y dio un pequeño salto y después otro. Cada vez avanzaba un poco más. Aunque la distancia no fuera mucha, la pendiente era escabrosa y llena de obstáculos, y con el uso de manos y piernas limitado, era verdaderamente peligrosa.

Se detuvo para recuperar el aliento y se afianzó contra una roca grande. Hasta ahora todo bien, pensó mientras daba otro salto. Entonces se le acabó la suerte. Sus pies fueron a dar contra unas piedras sueltas y perdió el equilibrio. Chocó de golpe contra el suelo y empezó a patinar y a deslizarse cuesta abajo con las nalgas. Cayó en la arena mojada de la playa, incapaz de respirar con todos los huesos del cuerpo doloridos. Y luego ya no supo nada más.

Edward ya había explorado varias cuevas a lo largo de la playa y casi había desistido de encontrar a Isabella cuando vio un cuerpo tendido en la arena a corta distancia de donde él estaba. Se le aceleró el corazón y el miedo lo propulsó hacia delante. El instinto le decía que se trataba de Isabella. Tenía que ser ella.

Dando traspiés sobre la arena, cayó a su lado de rodillas, pronunciando suavemente su nombre. Al ver que ella no contestaba la recogió en sus brazos y la abrazó. Estaba demasiado fría, tan helada como la muerte, y temió haberla encontrado demasiado tarde.

Un grito de angustia salió de su garganta mientras la mecía contra sí. Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas mientras levantaba la cara hacia la fina lluvia y le pedía a Dios que le salvara la vida. Entonces, milagrosamente, un suave suspiro salió de sus labios.

Atreviéndose a tener esperanzas de nuevo, le apartó los mechones mojados de pelo de la pálida cara y la miró fijamente. Tenía la piel transparente, los párpados de color púrpura, y los labios lívidos. Tenía la ropa pegada al cuerpo, pero estaba viva. Se quitó la capa y la envolvió con ella. Cuando se dio cuenta de que tenía las piernas atadas, lanzó un juramento y cortó las ligaduras con la daga. Luego se sacó el cuerno del cinturón y lo hizo sonar dos veces.

Levantó a Isabella con cuidado en sus brazos y echó a andar por la playa. No tardaron en reunirse con él varios hombres. Sir Jacob se desprendió de su capa y se la echó encima a Isabella para abrigarla más.

-¿Está...?

-Vive -dijo Edward con voz ronca. -Aunque casi muere de frío. Envía a alguien al castillo. Cuando llegue quiero que tengan preparado un baño caliente, un montón de ternera en salsa y cerveza caliente. Y -añadió con voz grave-, manda a alguien al pueblo para que busque a la comadrona.

Aunque no lo dijera en voz alta, temía por la vida de su hijo. -Iré yo mismo -dijo sir Jacob saliendo a toda velocidad.

-¿Queréis que la lleve yo? -se ofreció sir Jared.

-No. La llevaré yo.

Edward se juró en silencio que si Isabella se recuperaba sin consecuencias, la cuidaría mejor.

Isabella se removió y la acercó más hacia sí, abrazándola más fuerte, calentándola. Emprendió el sendero que llevaba a la cima del acantilado, subiéndolo con facilidad; el ligero peso de Isabella no era nada para él. Sus hombres lo siguieron con expresión grave y la preocupación reflejada en el rostro.

Llegó a la cima, donde los mozos de cuadra esperaban junto a los caballos. De mala gana dejó en manos de sir Jared a Isabella mientras montaba, luego la puso delante de él y espoleó al caballo con las rodillas. Isabella estaba tan quieta que Edward temía por su vida. Tenía los labios azules, la cara pálida y el pecho apenas se movía cada vez que respiraba. Si fuera capaz de insuflarle a ella su propia vida, lo haría.

Emmett y Elena los recibieron en la puerta.

-¿Cómo está? -preguntó Emmett con preocupación. -Está muy pálida.

-Vivirá, si Dios quiere -contestó Edward pasando por delante de su cuñado.

Los criados estaban preparados para la llegada de Edward. Lo esperaban con mantas calientes, caldo y cerveza. Edward ordenó secamente que lo llevaran todo al solar. Un baño caliente estaba esperando ante la chimenea encendida de su dormitorio. Al ver que Lora se quedaba detrás para ayudar, Edward le ordenó que se fuera. Isabella era suya y sería él quien la cuidara.

Una vez que todos hubieron desaparecido, Edward tumbó a Isabella sobre la cama y, con mucho cuidado, le quitó la ropa empapada. Maldijo ante todas y cada una de las contusiones que desfiguraban su precioso cuerpo y lamentó fervientemente no poder resucitar a James y hacerle sufrir tanto como había sufrido Isabella. Cuando la hubo liberado de la ropa, la llevó a la bañera y la metió cuidadosamente en el agua. Isabella levantó los párpados, abrió mucho los ojos y gritó.

Edward, asustado, se quedó paralizado, preguntándose qué habría hecho para provocarle dolor.

-¿Qué pasa dulzura? Dime dónde te duele.

Isabella lo miró fijamente, boqueando sin decir nada, mientras intentaba salir de la bañera. Edward la sujetó con mano firme. -¿Quieres algo de beber?

Isabella asintió con la cabeza. Edward llenó una copa con cerveza y la sostuvo contra sus labios para que pudiera beber. Bebió unas gotas y sacudió la cabeza como si estuviera demasiado agotada para tragar.

-¿Dónde te duele? -preguntó dejando la copa a un lado-. ¿Es el niño?

Ella empalideció y se llevó las manos al vientre. Al ver por primera vez sus muñecas magulladas, Edward rugió por la afrenta. Le cogió las manos con cuidado, levantándolas para poder verlas mejor. Isabella cogió aire de golpe.

-¿Qué te hizo ese bastardo?

-Me ató las manos a la espalda, me inmovilizó los tobillos y me dejó en la cueva para que muriera -contestó ella débilmente, con voz áspera. -Tenía miedo de que no me encontraras. ¿Te dijo James donde buscar?

-James está muerto -dijo él de forma categórica. -Ojalá arda en el infierno.

-Amén -dijo Isabella. Se le cerraron los ojos.

-¿Te encuentras mejor con el agua caliente?

-Ya no tengo tanto frío.

-¿Cuánto tiempo estuviste en la playa?

Ella se encogió de hombros.

-No lo sé. Conseguí cortar las cuerdas de las muñecas, pero tenía las manos demasiado entumecidas para quitarme las de los tobillos. Empecé a saltar cuesta abajo y perdí el equilibrio. Eso es lo único que recuerdo hasta que desperté en tus brazos. -Se cubrió el vientre con la mano-. ¿Cómo está mi hijo? -preguntó, preocupada.

-¿Te duele?

Ella negó con la cabeza.

-Entonces está bien. He mandado llamar a la comadrona del pueblo.

Isabella suspiró.

-No voy a perder a tu hijo Edward. Te lo juro.

Lo dijo con tanta decisión que él no dudó de ella ni por un instante.

-Ya no tienes la piel fría. Ya es hora de que te metas en la cama -declaró él, cogiendo una de las mantas que se estaban calentando al lado de la chimenea. ¿Puedes levantarte?

-No. Tengo los pies entumecidos.

-Rodéame el cuello con los brazos y sujétate fuerte -indicó Edward.

Con un ágil movimiento la sacó del agua y la envolvió con la manta. Luego la llevó a la cama y la arropó con un manto de piel. Cuando estuvo cómoda, se sentó en el borde de la cama, mirándola fijamente. No sabía cómo abordar el tema, pero sabía que tenía que hacerlo para su propia tranquilidad mental. No es que fuera a modificar las cosas; nada de lo que pudiera haberle hecho James a Isabella iba a conseguir degradarla ante sus ojos.

-Dulzura -empezó-, no tienes porqué entristecerte entrando en detalles, pero quiero saber todo lo que James te hizo y te dijo. Pero antes tienes que tomar un poco de caldo. Llevas tres días sin comer.

Le acercó el caldo y, con cuidado, le fue dando cucharadas del sabroso líquido. Cuando le indicó que estaba llena, apartó el tazón y la besó en la frente.

-¿Quieres dormir?

-No. Quiero contártelo... todo. Es importante que lo sepas.

-Sólo si tú quieres.

-James no es tu hermanastro.

Edward la miró con asombro. -¿Por qué dices eso?

-Me lo dijo él mismo. Creyó que iba a morir en la cueva y me contó todas las maldades que había hecho.

Le relató todo lo que James le había dicho. Cuando reveló que James había asesinado a Irina, a Anthony y a Alec, a Edward le entraron ganas de vomitar. Siempre había sabido que James estaba poseído por el demonio, pero no tenía ni idea de hasta qué punto era malvado.

-Ese hombre estaba loco -declaró, aturdido por la sucesión de intrigas que Isabella acababa de contarle-. Ahora todo tiene sentido. Cuando éramos jóvenes James me odiaba porque sabía que yo era el hijo legítimo de Anthony, pero cuando averiguó que él no era hijo suyo, la ira lo llevó a asesinar para evitar que su embarazoso secreto saliera a la luz pública. Gracias a Dios, el mundo se ha librado de él.

-¿Lo mataste tú?

-No, aunque siento no haberlo hecho. Unos ladrones lo encontraron primero. Lo asesinaron en un bosque a las afueras de Exeter. Lo hemos traído a Cullen para enterrarlo. Se ha encargado Sue. Yo no quería saber donde lo enterraban.

Un golpe en la puerta anunció la llegada de la comadrona y Edward la dejó pasar. Era joven y robusta y parecía saber muy bien lo que hacía. Le ordenó a Edward que saliera de la habitación para poder examinar a Isabella, y le cerró la puerta en las narices.

Emmett salió al encuentro de Edward y se interesó por el estado de su hermana. Sólo cuando se convenció de que Isabella iba a recuperarse, volvió al salón, dejando a Edward paseando inquieto, hasta que la comadrona volvió a aparecer.

-¿Mi esposa y mi hijo están bien? -preguntó sin más.

-Lady Isabella todavía mantiene al niño. Es una buena señal. Vuestra esposa es una mujer decidida. Mantenedla en la cama durante quince días. El resto queda en manos de Dios. Enviad a buscarme si siente dolores.

Tranquilizado por esas palabras, Edward asintió, deseando volver al lado de Isabella.

-Ve a ver a mi administrador y que te pague por tus servicios. Volvió al dormitorio y se encaramó al borde de la cama. Una Isabella de aspecto somnoliento le sonrió.

-Nuestro hijo está bien -dijo ella. -¿Te lo ha dicho la comadrona?

-Sí, dice que eres una mujer fuerte, pero yo nunca lo he dudado.

A Isabella se le cerraron los párpados. Edward se levantó, consciente de que, en ese momento, ella necesitaba dormir, más que hablar.

-No, no me dejes -susurró Isabella estirando el brazo. -Acuéstate a mi lado. Necesito saber que estás aquí. Háblame hasta que me duerma.

Edward accedió con entusiasmo. Las cuerdas de la cama crujieron cuando la rodeó con sus brazos. Abrazar a Isabella era algo que tenía planeado hacer muy a menudo en el futuro. Luego empezó a hablar en tono suave y relajante.

-Eres la mujer más valiente que conozco. Si no hubieras salido de la cueva y te hubieras cortado las ligaduras, jamás te hubiéramos encontrado. Es un milagro que no te hirieras de gravedad cuando te caíste. La mayoría de las mujeres hubieran aceptado su destino y esperado la muerte. Pero tú no, mi valerosa esposa. Tú te enfrentaste al destino. No me importa lo que James te hiciera. Estás otra vez conmigo, donde perteneces, y no me importa nada más.

-James no me tocó, excepto para atarme -murmuró Isabella medio dormida.

Aunque los sentimientos de Edward por Isabella no hubieran sufrido ningún cambio si James la hubiera violado, supo por instinto que a Isabella le hubiera importado y que él habría sentido su dolor tan intensamente como ella.

-Te amo, esposa -le susurró al oído.

-Te amo, esposo -murmuró ella somnolienta.

 

Quince días después, Isabella bajaba las escaleras sin ayuda de Edward y entraba en el salón. Se detuvo de golpe, abochornada cuando todos los allí reunidos se ponían en pie y la saludaban con las copas en alto. Se ruborizó mientras se dirigía a la mesa principal donde la esperaba Edward.

-Se te ve radiante -dijo él mientras la sentaba a su lado. -¿Estás segura de que te encuentras lo bastante bien como para estar con nosotros esta noche?

Ella se llevó las manos al estómago.

-Estoy bien; el bebé se mueve a sus anchas dentro de mí, y me aburro de estar en la cama todo el día.

A él se le oscurecieron los ojos de deseo y le acarició la mejilla. -¿Qué te parece si nos retiramos temprano esta noche? Te he echado de menos.

Isabella buscó su mirada, se le tensaron los pechos y se le aflojaron las extremidades.

-Yo también te he echado de menos. Edward sonrió de oreja a oreja.

-¿Quién iba a decir que la niña juguetona y traviesa que me pidió un beso, iba a convertirse en mi esposa?

-Puede que la abuela Nola lo supiera -bromeó Isabella mordiendo un apetitoso trozo de cerdo que él le había puesto en el plato. -Espero que tu abuela no tarde en llegar. ¿Estás seguro de que sir Jacob podrá convencerla de que venga a vivir con nosotros?

-Sir Jacob es un muchacho persuasivo. Estoy seguro de que va a hechizarla para que le acompañe a Cullen.

-¿Crees que vamos a poder encontrar esposas para sir Jacob y sir Jared? Deberían estar casados desde hace tiempo.

-Una vez que estemos instalados en Masen, puedes jugar a casamentera todo lo que quieras.

-Voy a echar de menos Cullen, pero no lamento marcharme. -Se estremeció-. Aquí hay demasiados malos recuerdos. Además Masen está al lado de Swan y ambos castillos están a una jornada de distancia. Quiero hacer amistad con Elena y visitar Swan de vez en cuando.

Al fin terminó la comida. Edward les deseó a todos buenas noches.

Luego, para sorpresa y placer de Isabella, la levantó en brazos y subió con ella las escaleras. En cuanto la puerta de la habitación se cerró tras ellos, la depositó en la cama y se tumbó a su lado. Sus ropas volaron en todas direcciones, llevados por el amor, la necesidad y la impaciencia por renovar sus promesas de amor eterno.

El Caballero Negro la llenó con ternura, se introdujo profundamente en ella, se meció contra ella, la completó... la reclamó, haciéndola suya para toda la eternidad en cuerpo, alma y sentidos.

 

FIN

 

 

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AAAAAAAAAA, CHICAS NO SE USTEDES, PERO YO HE SUFRIDA LA ANGUSTIA DE EDWARD Y DE ISABELLA, !POR DIOS QUE DESESPERACION!, POR POCO LA ENCUENTRA MUERTA, PERO VEN, AQUI ESTA EL FINAL FELIZZZZZZZZ, SOLO FALTA EL EPILOGO, QUE LO SUBIRE MAÑANA.

AVISO IMPORTANTE: AHORA, PASEMOS A OTRA COSA POR MAYORIA DE VOTOS, LA PROXIMA HISOTIRA SERA MEDIEVAL, MAÑANA LES PONDRE LA SIPNOSIS, Y COMO PIRATAS QUEDO EN SEGUNDO LUGAR, CUANDO TERMINE ESTA SERA LA SIGUIENTE, PEROOOOOO, TENGO UNA PEQUEÑA SORPRESA, PARA ESAS CHICAS GUAPAS QUE VOTARON POR VAQUEROS, (QUE FUIMOS LA MINORIA, PORQUE ME INCLUYO :( JAJA)  LES PONDRE UN ONE-SHOT, DE UN SOLO CAPITULO, ASI SABRAN LO QUE ES IMAGINARSE A EDWARD CON PANTALONES VAQUEROS AJUSTADOS, VOTAS SOMBRERO Y ENCIMA DE UN CABALLO AL ESTILO DEL VIEJO OESTE, AAAAAAAAA SOLO DE IMAGINARME TAN SEXY SE ME HACE AGUA LA BOCA. JAJA, MAÑANA LES PONGO LAS SIPNOSIS DE LAS DOS HISTORIAS Y SI ES POSIBLE ESTA NOCHE LAS DOY DE ALTA Y ESPERAMOS QUE LAS AUTORICEN OKIS.

BESITOS GUAPAS

Capítulo 20: VEINTE Capítulo 22: EPILOGO.

 
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