Un caballero aprovecha las oportunidades que le da el diablo.
Edward se acercó a las escaleras y sacó la antorcha del soporte. Retrocedió rápidamente sobre sus pasos, hasta la mazmorra y se dirigió hacia la piedra que bloqueaba la entrada al pasadizo. Estudió la puerta de piedra desde todos los ángulos. De pequeño había encontrado la fuerza necesaria para apartar la piedra y esperaba no estar demasiado débil para hacerlo ahora. Rebuscó en su memoria y recordó que al empujarla de cierta manera, había girado hacia dentro. Desesperado por rescatar a Isabella y a sí mismo de las garras de James. Edward apoyó un hombro en la puerta y empujó con todas sus fuerzas.
Gotas de sudor perlaron su frente mientras tiraba y empujaba, pero hizo pocos progresos. La piedra giró unas pulgadas hacia dentro, pero el resquicio seguía siendo demasiado pequeño para dejarle pasar. Llevado por la decisión, Edward suspiró y apoyó el hombro en la piedra. Como por un milagro, esta giró unas cuantas pulgadas más. ¿Serían suficientes?
Conteniendo el aliento, contorsionó el cuerpo y consiguió pasar por el hueco al otro lado, haciéndose tan sólo unos pocos rasguños. Se detuvo, consciente de que, para que la fuga tuviera éxito, iba a tener que cerrar el acceso desde dentro, para que pareciera que se había volatilizado, y de esa forma no darle a James oportunidad de descubrir la salida y tenerle pisándole los talones. Manteniendo el alto la antorcha, examinó la piedra y decidió que podía volver a ponerla en su sitio, empujando en dirección opuesta. Descubrió que el mecanismo era simple, y reconoció el mérito del cantero que había diseñado el castillo por idear un dispositivo tan ingenioso.
Hizo acopio de todas sus fuerzas, empujando y tirando, hasta que, lentamente, la pesada piedra volvió a colocarse en su sitio. Agotado pero lleno de júbilo, recorrió el estrecho túnel hasta el punto en que se dividía en tres pasadizos independientes. Delante de él, unos escalones tallados en la roca se desviaban hacia arriba formando uno de los túneles. Un segundo se desviaba a la derecha y el tercero lo hacía a la izquierda. Apartando las telarañas, e ignorando a los pequeños animales peludos que se alejaban corriendo delante de él, Edward hizo una pequeña pausa para recobrar el aliento. Si tomaba el túnel equivocado y se encontraba con la guarnición, se produciría un desastre, y no estaba preparado aún para tomar el pasadizo que llevaba a la libertad. No sin Isabella.
Cerró los ojos e intentó recordar sus incursiones en los túneles, tantos años antes, cuando él era sólo un muchacho que intentaba demostrar su valor. De repente todo se volvió claro. La escalera de piedra que tenía delante lo conduciría al solar. Puso un pie sobre el primer escalón y empezó a subir lentamente.
Isabella se asomó a la ventana, con un humor tan sombrío como la oscuridad que se había apoderado de su mente. Tan sólo faltaba un día para que James fuera a reclamar su cuerpo. Sabía que era pecado desear la muerte de otra persona, pero sinceramente, deseaba que se ahogara con la cena de esa noche. Ella ya había terminado de cenar y soportado la visita de Victoria, pero el sueño la eludía.
Una extraña tensión se estaba apoderando de ella. Llevaba todo el día así, como si fuera a pasar algo fuera de lo normal, y quería estar preparada. No se había desnudado ni deshecho las trenzas. Lo único que podía hacer era sentarse y esperar, sólo Dios sabía a qué. El silencio era opresivo. Ninguno de los sonidos del salón se filtraba a través de las gruesas paredes del solar.
Exhaló un suspiró. Era una prisionera en su propia casa. Se sentía tan... indefensa, tan completamente derrotada... y ahora estaba segura de estar embarazada. Habían empezado a aparecer señales. Tenía los pechos sensibles y, aunque no hubiera vomitado, por las mañanas tenía el estómago revuelto y era incapaz de comer el desayuno que Victoria le llevaba. Por lo general, el malestar desaparecía a las pocas horas, y volvía a tener apetito.
Los pensamientos de Isabella se desviaron hacia el hijo de Edward.
Sonrió con melancolía al imaginar una réplica diminuta de Edward o una pequeña imagen de sí misma. Estaba tan absorta en sus pensamientos que apenas prestó atención a los crujidos provenientes del tapiz de la pared oeste. De repente se percató de que había otra persona en la estancia. Se volvió y miró hacia la puerta. Seguía cerrada. Casi se echó a reír ante la idea de que el castillo estuviera encantado. Entonces la vela parpadeó, como si la agitara la brisa. Por las ventanas no entraba aire, y se preguntó si estaba imaginado cosas.
Se le erizó el vello de la nuca y contuvo el aliento mientras se giraba despacio y lo veía. Carne y sangre, nada de fantasmas. Aunque magullado y maltrecho, era la visión más maravillosa que Isabella había visto en su vida.
No podía moverse, sólo contemplarle boquiabierta. -Edward... ¿Cómo?
Él la observó un instante antes de extender la mano hacia ella. -Lo verás dentro de poco. Ven, tenemos que marcharnos inmediatamente.
-Pero Edward...
-Apresúrate mi amor, tenemos poco tiempo. Cuándo se den cuenta de que no estoy en la mazmorra, el castillo se va a llenar de soldados. Sólo disponemos de unas horas antes de que la búsqueda se extienda más allá de las murallas del castillo.
Isabella recuperó el habla de repente.
-Edward, gracias a Dios que estás bien. Estaba muerta de preocupación.
Se lanzó a sus brazos y él la estrechó con fuerza.
-Imaginar lo que James te estaba haciendo casi me volvió loco -dijo abrazándola como si no quisiera soltarla nunca. Le dio un rápido beso y luego la apartó cuidadosamente de sí, al tiempo que examinaba su rostro-. ¿Estás bien? ¿James te ha hecho daño?
-Estoy bien. Por una vez en su vida, Emmett se ha enfrentado a James y no ha permitido que me hiera daño. Pero... me temo que yo no hubiera podido mantenerlo alejado mucho más tiempo. Está... ansioso por consumar nuestro matrimonio.
-Sobre mi cadáver -gruñó Edward-. Debemos marcharnos inmediatamente. Coge una capa y todo lo que puedas llevar en los bolsillos.
Isabella cogió la capa del gancho de la pared, metió un peine y un cepillo en el bolsillo y declaró que estaba lista. No tenía ni idea de cómo iban a fugarse del castillo, fuertemente custodiado, sin que les descubrieran, pero tenía una total confianza en Edward, que por algún milagro, había salido de la mazmorra, y se preguntaba que otros milagros sería capaz de hacer. Se aferró a su mano y lo siguió, pisándole los talones, asombrada cuando él se detuvo ante el viejo tapiz polvoriento que cubría esa pared desde que ella tenía memoria.
Isabella no tenía ni idea de qué era lo que a Edward le parecía tan interesante en el tapiz, pero conociéndole como ella le conocía, no le sorprendía nada de lo que hiciera. Aunque se quedó impresionada cuándo Edward la apartó dejando al descubierto una estrecha puerta de madera cuya existencia desconocía. La puerta estaba entornada y observó, con el corazón en un puño, como él la abría más, le indicaba con un gesto que lo siguiera y la cruzaba rápidamente. La puerta protestó con un chirrido cuando Edward la cerró, entonces fue cuando ella se dio cuenta de que había oído antes ese sonido, aunque no hubiera hecho caso de él.
-He traído la antorcha de la mazmorra -dijo Edward, mientras cogía la antorcha que había dejado en un soporte que había encontrado en la pared. -No sueltes mi mano, te guiaré.
-¿Cómo supiste de la existencia del túnel? ¿Sabes dónde lleva?
-preguntó Isabella, mirando con suspicacia las telarañas que bloqueaban el camino.
-Exploré estos túneles siendo un muchacho, y me había olvidado de su existencia. Cuando llegué a Swan mi cerebro no estaba en condiciones de pensar, pero cuando recobré el sentido, recordé haber explorado las mazmorras con anterioridad y haber encontrado un túnel. No les hablé a los otros sobre él, porque deseaba disfrutar de algo que sólo yo sabía. Cuándo me marché, no volví a pensar en los pasadizos. Quería olvidarme de Swan y de todo lo relacionado con él.
Isabella se estremeció cuándo algo le pasó rozando los pies. -¿Dónde vamos?
-Hay un túnel secundario que sale del principal. Si mal no recuerdo, pasa por debajo del foso y va a dar al bosque de la colina que hay más allá.
La explicación no tranquilizó demasiado a Isabella. Había vivido en Swan toda su vida y nunca supo de la existencia de tal pasadizo. A estas alturas podía haberse derrumbado o no llevar a ninguna parte.
-¿Qué pasa si el túnel que conociste ya no existe? Han transcurrido muchos años desde que lo examinaste por última vez.
-Ya se me ocurrirá algo -prometió Edward. Se detuvo de pronto, y ella choco contra él. -El camino hacia la libertad está justo ante nosotros. Lamento no tener caballos esperándonos, pero no ha podido ser. No sé de cuánto tiempo disponemos antes de que James mande a sus hombres a buscarnos en los bosques y sus alrededores.
-¿Dónde vamos?
-Primero te llevaré a casa de la abuela, luego regresaré a Cullen. Debo ocuparme de mi propiedad.
-¿Crees que James irá a Cullen? -preguntó Isabella, jadeando. El túnel era cada vez más húmedo y nauseabundo, haciendo que fuera difícil respirar. Supuso que debían de estar debajo del foso, ya que el agua rezumaba por las paredes y se encharcaba el sucio suelo. El bajo de su túnica y las suelas de sus zapatos de cuero, estaban empapados. Se abrigó mejor con la capa, agradeciendo su calor. Excepto por el andrajoso gambesón, Edward no tenía ninguna protección contra el frío.
Edward no respondió a la pregunta de Isabella, ya que ambos sabían que James iría a Cullen. Además, estaba demasiado concentrado en salir sanos y salvos del túnel. El terreno estaba ahora resbaladizo. El aire era húmedo, y tenía miedo de que la antorcha se cayera sumiéndolos en la oscuridad. Agarró con fuerza la mano de Isabella.
-Ten cuidado -la previno-. Resbala.
-¿Falta mucho?
-Es difícil recordado bien después de tantos años, pero creo que el camino hacia la libertad es largo. Discurre tanto por debajo del patio interior como por debajo del exterior y el foso.
Se detuvo bruscamente e Isabella chocó contra él. -¿Qué es eso?
Levantó la antorcha y gimió de consternación al ver la obstrucción que bloqueaba el túnel. Durante años el agua había ido erosionando las paredes y el techo de la parte del túnel que pasaba por debajo de foso, era ahora un montón de suciedad y rocas, que bloqueaban el estrecho camino.
-Está bloqueado -dijo Edward, intentando no demostrar su desaliento.
-¿No podemos cavar?
-No lo sé -contestó Edward, inseguro. Examinó el derrumbe con atención desde todos los ángulos y se dio cuenta de que el pasadizo sólo estaba bloqueado parcialmente. -Estamos de suerte -suspiró. -Mira. -Se fijó en el montón de cascotes y rocas que impedían el paso. -¿Lo ves? -gritó excitado, indicando un punto cerca del techo. -Si quito un poco de escombros, puede que podamos pasar.
-¿Y qué sucederá si vuelve a estar bloqueado más adelante? Él la acercó hacia sí y la besó con fuerza.
-No lo estará -susurró contra sus labios. -Tenemos que tener fe. Y si lo está, volveremos al castillo y pensaré alguna otra cosa. ¿Confías en mí?
A pesar de su miedo, le confiaría la vida. -Sí, confío en ti. Te ayudaré a cavar.
-No. Sujétame la antorcha -Le entregó la antorcha y empezó a quitar los escombros que estaban cerca del final del montón.
Fue agrandando el hueco pulgada a pulgada, hasta hacer un hueco lo bastante grande como para pasar por él.
-Ya está -dijo Edward, apartándose para que Isabella lo viera. -Me adelantaré para revisarlo un poco. Dame la antorcha cuando esté al otro lado. Si el pasadizo está despejado más adelante, volveré a por ti.
-Confío en ti, Edward. Por favor, no tardes. -Se estremeció-. No me gusta este lugar.
Edward le acarició los labios con los suyos a modo de despedida, luego trepó por el montón de escombros y avanzó lentamente por el hueco que había abierto. Cayó al otro lado, encontrando suelo firme.
-Pasa la antorcha por el hueco -le gritó a Isabella-. Con cuidado; es la única luz que tenemos.
La joven se puso de puntillas y obedeció. -Ahora voy a investigar, Isabella. No te muevas.
-Me quedaré justo aquí -prometió Isabella.
Edward sabía que estaba asustada y encontró un nuevo motivo para admirarla. Entre sus varias cualidades, tenía el coraje de una leona. Eran tantas las cosas que le gustaban de ella, que, por un instante, se quedó atónito por la revelación.
¿Amaba a Isabella?
Ya se le había ocurrido esa idea con anterioridad, pero siempre había encontrado una excusa para hacer caso omiso a sus sentimientos. Esta vez no buscó ninguna, simplemente aceptó lo inevitable. Amaba a una mujer casada, con la que no podía compartir la vida legalmente... a no ser que James muriera.
Edward siguió avanzando por el túnel y, al no encontrar más obstrucciones, volvió sobre sus pasos, hacia el lugar donde estaba Isabella esperando.
-¡Edward! Gracias a Dios. He visto la luz por el hueco.
-Sí, aquí estoy. El camino es seguro. ¿Puedes subir tú sola?
-Sonrió cuando vio aparecer la cabeza de ella y estiró el brazo-. Dame la mano.
Se la cogió, sorprendiéndose ante la naturalidad con la que la pequeña y suave mano de ella se acoplaba a la suya. Tiró de ella hacia el otro lado sin demasiado esfuerzo. Ella se incorporó, negándose a soltar su mano.
-Hacia delante el camino está despejado -dijo Edward. Continuaron avanzando. El túnel se estrechaba, pero consiguieron pasar. Ahora el aire era algo mejor, en vez de viciado o húmedo. Las paredes ya no rezumaban agua y los charcos del suelo habían desaparecido.
-Debemos estar al otro lado del foso -dijo Edward-. Ya no está lejos.
Edward no sabía lo que les esperaba al final del túnel. Era evidente que nadie lo había utilizado desde que él lo exploró años antes, y quizá nunca se hubiera usado. Por lo que sabía, El castillo de Swan nunca había sido atacado. El rey Enrique I, el brutal conquistador de Gales, ordenó, durante su reinado, la construcción de Swan para vigilar las zonas fronterizas en previsión de una invasión de los galeses. En esa época creó el condado de Swan, por lo que suponía que el castillo tenía más de cien años.
-¡Huelo a aire limpio! -exclamó Isabella, excitada.
Edward también había empezado a notar el sutil cambio. El viciado aire estaba salpicado por soplos de aire fresco.
-La salida debe estar cerca -dijo, animado por las señales que indicaban el final de los problemas.
Momentos después fueron a dar a una cueva. Un rayo de luz de la luna entraba por la boca de la misma, y Edward casi se desmayó de alivio.
-No sé lo que vamos a encontrarnos ahí fuera -advirtió. -Espérame aquí, yo saldré primero.
-Está oscuro -susurró Isabella.
Él percibió su miedo y lamentó no poder decirle que la salida llevaba a la libertad.
-La oscuridad juega a nuestro favor -dijo acercándola hacia sí. Ella le rodeó el cuello con los brazos y se apretó contra él, abrazándolo con fuerza.
-Prefiero estar contigo en este oscuro agujero que en la cama de James -susurró ella contra su boca.
-Isabella, yo...
Ella le puso un dedo sobre los labios.
-No, no es el momento de expresar sentimientos. Soy la esposa de otro hombre y algún día tendremos que separamos. Déjame disfrutar de ti el tiempo que nos quede. Cuando tomes esposa, desapareceré de tu vida.
Edward sintió su dolor y no supo como aliviado.
-Haré todo lo que esté en mi poder para protegerte -prometió.
-No hagas promesas a la ligera -susurró Isabella-. Pertenezco a otro. Nada puede cambiar eso. No quiero que tú sufras por mí. Haré lo que sea necesario para que estés a salvo, aunque eso signifique volver con James.
-No volverás con James -declaró Edward con ferocidad. -Yo mismo iré ante el rey para abogar por tu causa.
-¿Acaso él puede disolver un matrimonio?
-Tu matrimonio nunca se consumó -le recordó Edward-. Si lo deseas mucho, es posible hacer cualquier cosa.
-Entonces lo desearé con todo mi corazón y toda mi alma -le aseguró Isabella con fervor.
Edward sintió como si el escudo con el que se protegía el corazón hubiera sido forzado. Desde el aciago día en el que vio frustrados sus planes de fuga con Irina, la protección se había mantenido firme en su sitio, hasta que Isabella entró en su vida. Lamentaba no poder darle a Isabella lo que deseaba de corazón, pero todavía no podía. No tenía la solución para los problemas de Isabella, así que, a cambio, la besó, intentando transmitirle sin palabras, que no la dejaría en manos de James. Luego la soltó y le entregó la antorcha.
-Quédatela. Si la salida de la cueva esta donde yo creo, la luz de la luna me guiará.
-Ten cuidado -gritó Isabella a su espalda.
La salida era tan reducida que Edward tuvo que apoyarse en manos y rodillas y avanzar lentamente por ella. Salió de la cueva y emitió una exclamación de alegría cuando miró a su alrededor y vio la luna y las estrellas brillando sobre él. Cogió varias bocanadas de aire fresco antes de volver a centrar su atención en la cueva. Vio que estaba exactamente donde él suponía, en una ladera rodeada de árboles.
-Ya puedes salir -le indicó en voz baja a Isabella-. Deja la antorcha, no queremos anunciar nuestra presencia. Ya se apagará con el tiempo.
Unos minutos después la cabeza de Isabella asomó por la abertura y Edward se arrodilló para ayudarla a salir. Ella estaba temblando. Él la sostuvo un instante, sin querer soltarla, pero consciente del peligro que ambos corrían.
-¿Crees que James encontrará el túnel? -preguntó Isabella.
-Al final si -contestó Edward con sinceridad. -Revisando minuciosamente el castillo, quedará al descubierto la puerta que hay tras el tapiz de tu dormitorio. Nosotros hemos tenido la ventaja de saber que túnel seguir, ellos en cambio no. Sin embargo, debemos apresuramos. Vamos a pie y los hombres de James irán a caballo.
-¿De cuánto tiempo crees que disponemos?
-Les va a llevar tiempo buscar en todos los rincones y recovecos del castillo y de sus dependencias. Yo creo que tenemos uno o dos días antes de que extiendan la búsqueda hacia el bosque. -Le ofreció la mano-. Ven, te enseñaré el camino.
-No quiero ir a Gales -dijo Isabella, sabedora de los planes de Edward de llevarla a casa de la abuela Nola. -Llévame a Cullen contigo.
-No, ese es probablemente el primer lugar dónde James ira a buscarte. Se acerca Michaelmas y con él el invierno. Por primera vez en mi vida voy a rezar para que llegue pronto la nieve. -Tenemos que ir directamente a Cullen -insistió Isabella-. No hay tiempo que perder.
-No. Allí no estarás a salvo.
-No me importa -se empecinó ella. -Sé práctico, Edward.
Nosotros vamos a pie. Si tuviéramos dinero podríamos comprar caballos en algún pueblo, pero no tenemos nada aparte de la ropa que llevamos puesta.
Edward le dedicó una sonrisa maquiavélica. -Mi plan era robar caballos.
-Estamos perdiendo el tiempo. Me voy a Cullen y se acabó.
Edward la miró desesperado. Isabella había pasado de ser una niña impertinente, a una mujer valiente. Lamentaba no haberla conocido durante sus años de crecimiento, ya que entonces hubiera tenido una idea de lo que la había convertido en la mujer que era ahora.
Lanzó un suspiro de derrota.
-Muy bien, pero va en contra de mi opinión.
La luz de la luna iluminó sus pasos mientras caminaban por el silencioso bosque. Edward no quería asustar a Isabella, pero temía que la falta de caballos les pusiera las cosas difíciles. No estaba bromeando cuando dijo que pensaba robar caballos. Tenían que hacer un largo viaje, y sabía que Isabella estaba agotada, ya que él mismo estaba casi muerto de cansancio.
Edward se detuvo de repente, apretando la mano de Isabella a modo de advertencia. -¿Has oído eso?
-No, no he oído nada.
-Escucha.
Edward se quedó completamente inmóvil e Isabella hizo lo mismo, mientras prestaban atención a los sonidos nocturnos que los rodeaban. Un caballo resopló, y Edward se puso rígido.
-¿Lo has oído ahora?
-Sí. ¿Qué significa eso?
-Que hay alguien acampado cerca.
-¿Cazadores furtivos?
-Puede -dijo, aunque no lo creía. -Quédate aquí mientras voy a ver.
Edward se arrastró por la espesa hierba en dirección al sonido.
Tropezó con el campamento sin aviso previo, ya que nadie había encendido una hoguera para no descubrirse. Vio a un hombre tumbado en el suelo, abrigado con una manta y la cabeza apoyada en la silla de montar. Buscó más con la mirada y se relajó cuando vio que sólo era uno. Rodeó el campamento como un felino, tenso y expectante. ¿Sería un amigo o un enemigo?
Se arrastró furtivamente de árbol en árbol, deteniéndose en seco al descubrir dos caballos atados cerca del campamento. Dos caballos. Aquello lo dejó perplejo ya que sólo había visto un hombre. Uno de los caballos levantó la cabeza y meneó la cola. Edward se quedó sin habla al reconocer a Zeus. El segundo caballo pertenecía a sir Jacob. Zeus lo saludó con un resoplido.
De pronto, una sombra le salió al paso y Edward buscó un arma que no existía.
-Pensé que jamás aparecerías, milord.
-iJacob!
-En efecto. ¿Por qué has tardado tanto?
-¿Cómo supiste que era yo?
-Por Zeus. Tu caballo sintió tu presencia antes que yo. Fingí estar durmiendo hasta que me di cuenta de que eras tú quien merodeaba por el campamento.
-¿Tan seguro estabas de que iba a aparecer? Jacob sonrió.
-Jamás lo dudé.
-¿Dónde encontraste a Zeus?
-Lo encontró uno de tus hombres después de que James te encerrara. La mayoría de nuestros soldados sobrevivieron a la batalla. Cuando volví de Builth Wells los encontré acampados en el bosque. Estaban esperando a saber cuál había sido tu destino.
-¿Dónde están ahora?
-Los envié de vuelta a Cullen con los heridos. Sabía que escaparías, Edward. No hay mazmorra en el mundo lo bastante fuerte como para retener al Caballero Negro.
-Tu fe en mi me abruma, pero hubo un momento en el que pensé que iba a exhalar mi último suspiro en la mazmorra de Swan.
-¿Cómo lograste escapar? Me muero por saberlo.
-Más tarde, Jacob -dijo Edward-. Isabella se va a morir de preocupación si no vuelvo pronto a su lado.
Jacob se quedó boquiabierto.
-¿Lady Isabella está contigo? ¡Por la sangre de Dios! Es increíble.
Tráela como sea. Mientras tanto, levantaré el campamento y ensillaré los caballos. Tú e Isabella podéis ir a lomos de Zeus.
Edward palmeó el hombro de Jacob.
-Gracias, amigo mío. Es muy posible que hayas salvado tanto mi vida como la de Isabella.
Isabella estaba consumida por el miedo mientras esperaba a que Edward regresara. Se imaginó toda clase de peligros con los que podía haberse encontrado y lamentaba que no la hubiera llevado con él. Hada mucho tiempo que se había ido y, aunque era consciente de que le había advertido de que no deambulara por ahí, quería poder ayudarlo si estaba en problemas. Lanzando toda precaución al viento, salió en pos de Edward.
No había llegado muy lejos cuando oyó el murmullo de unas voces y se detuvo a escuchar. Siguiendo el sonido, fue avanzando con cuidado. Entonces los vio, bajo la luz de un rayo de luna, al lado de una pareja de caballos, hablando en voz baja. Uno de los hombres era Edward. El otro era... ¡sir Jacob! Lanzó un grito de alegría y salió corriendo a reunirse con ellos.
-¡Isabella! Te dije que me esperaras.
-Estaba preocupada y quería ayudarte en caso de que estuvieras metido en problemas.
-¿Pensabais defender al Caballero Negro armada sólo de uñas y dientes? -preguntó sir Jacob, riendo suavemente.
Isabella no se rió. De ser necesario, realmente lucharía con uñas y dientes por Edward.
-¿Por qué seguís todavía aquí, sir Jacob?
-No podía marcharme hasta saber cuál había sido el destino de Edward. Y quería estar aquí para ayudarlo cuando escapara. Después de haberos dejado en Swan, encontré a lo que quedaba de nuestros hombres, ocultos en el bosque. También ellos estaban esperando a saber que había sido de Edward. Los envié de vuelta a Cullen y yo me quedé atrás. Como veis, nunca dudé de que Edward fuera capaz de evadirse.
-Debemos marchamos inmediatamente -dijo Edward. Buscó la cara de Isabella-. Estás agotada. Puedes dormir en la silla. Zeus es muy capaz de llevarnos a los dos.
Jacob ya había ensillado a ambos caballos.
-Espero que no tengáis hambre porque no tengo demasiado para ofreceros -dijo. -Podemos comprar comida en el primer pueblo por el que pasemos.
-No tengo ninguna moneda -dijo Edward. Jacob sonrió.
-No temas, amigo mío. Tengo las suficientes para cubrir nuestras necesidades.
-Quisiera pedirte un favor, Jacob -dijo Edward-. Ya me has demostrado muchas veces tu lealtad, pero necesito una cosa más de ti.
-Dime, Edward.
-Cabalga hasta Builth Wells e informa a la abuela Nola de que Isabella y yo estamos bien y a salvo de momento. Debe estar preocupada por nosotros y sólo te he confiado a ti su localización.
-Claro que iré -le aseguró Jacob-. Me reuniré contigo en Cullen, pero primero coge las monedas que quedan en mi monedero. Yo no voy a necesitarlas.
Se sacó el monedero del cinturón y se lo entregó a Edward. -Quédate con algunas, Jacob -le instó Edward, aceptando sólo una parte del dinero.
Se montó en Zeus y sir Jacob izó a Isabella hasta la silla. Esta colocó los brazos alrededor de la cintura de Edward y se abrazo a él fuertemente. Entonces él la rodeó con sus brazos, sosteniéndola con firmeza contra él, mientras sujetaba las riendas y espoleaba a Zeus con las rodillas.
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