EL CABALLERO NEGRO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 04/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 26
Comentarios: 259
Visitas: 73244
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

Cuando el Caballero Negro entró en el Castillo de Swan cabalgando sobre su negro caballo de guerra. Vestido de negro de la cabeza a los pies, era todo músculo y firmes tendones marcados por la batalla. Con su negra armadura sin adornos, parecía cruel y siniestro, tan peligroso como su nombre indicaba. Era un hombre conocido por su coraje y fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Pero cuando vio a Isabella de Swan, con sus largas trenzas castañas y sus femeninas curvas, apenas pudo contener sus emociones. Fue la traición de ella doce años atrás quien cambió su juvenil caballerosidad y le convirtió en un duro caballero. Fue ella quien le hizo jurar no volver a confiar en una mujer, y usarlas sólo para su placer. Pero ella desataba la pasión en su cuerpo, la bondad en su alma y el amor en su corazón.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "The Black Knight de Connie Mason"

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Capítulo 15: CATORCE

HOLA GUAPAS, UN AVISO, LES AGRADEZCO A TODAS SUS COMENTARIOS, Y LAMENTO MUCHO QUE ANTIER Y AYER NO PUDE DAR CONTASTACION ACADA UNO DE ELLOS, COMO SABEN EN MEXICO ES DIA FESTIVO Y POR MOTIVOS DE MI TRABAJO ANDO MUY LIADA, SOLO TENGO TIEMPO DE ENTRAR Y ACTUALIZAR, Y SOLO LEO SUS COMENTARIOS ATRAVEZ DE TELEFONO, PERO DE AHI NO PUEDO CONTESTAR, AUN ASI LES PIDO ME TENGAN PASIENCIA, MAÑANA YA SERE LIBRE JAJAJA, TENGO MIEDO QUE DEJEN DE COMENTARME, PORQUE CREAN QUE NO ESTOY AL PENDIENTE, SOLO SERA HASTA MAÑANA OK. GRACIAS POR COMPRENDERME

 

 

La palabra de un caballero es su honor.

 

Cabalgaron durante toda la noche sin señales de estar siendo perseguidos. Isabella durmió en la silla, acurrucada contra Edward. Dejaron atrás el bosque y galoparon por los páramos alfombrados con brezo y junto a acantilados en los que el sonido del agua chocando contra las rocas reverberaba como truenos. Isabella se revolvió entre los brazos de Edward. Momentos después despertó, confusa y desorientada.

 

-¿Dónde estamos? -preguntó mirándolo.

 

Unas profundas arrugas de agotamiento le cruzaban la cara y se preguntó cómo había conseguido mantenerse en la silla tanto tiempo.

 

-Lo bastante lejos de Swan como para detenemos a descansar -contestó él. -A poca distancia de aquí hay un pueblo y justo detrás de él, un arroyo. Pasé por ellos en mi primer viaje a Cullen. Podemos pasar por el pueblo para comprar comida y luego descansar unas horas al lado del río. El lugar en el que estoy pensando está aislado y nos ocultará de los ojos de los viajeros. Zeus podrá beber hasta hartarse y descansar mientras nosotros nos refrescamos.

 

-¿Puedo bañarme? -preguntó Isabella, impaciente. -Me pica la piel. Estoy asquerosa después de haberme arrastrado por el túnel.

 

-El agua estará helada.

 

-No importa.

 

Edward sonrió de oreja a oreja.

 

-Soy de la misma opinión. No veo el momento de eliminar el hedor de la mazmorra de mi piel.

 

Guió a Zeus lejos de los acantilados.

 

Poco después llegaron al pueblo. Era día de mercado. Las estrechas calles estaban abarrotadas de gente y de vendedores ambulantes que pregonaban sus mercancías. Compraron dos pasteles de carne, los devoraron, y luego compraron más, junto con queso, pan y cerveza suficientes para alimentarse hasta que llegaran a Cullen si comían con moderación. Quedaron monedas suficientes para comprar una yegua moteada para Isabella, una capa para Edward y una muda de ropa para cada uno de ellos. El vendedor echó un vistazo a sus caras sucias y añadió una pastilla de jabón a la compra.

 

Después de que Edward atara el saco con las provisiones y el odre de cerveza a la silla, subió a Isabella a la yegua y ambos se alejaron del pueblo. No les costó encontrar el arroyo. Edward parecía saber adónde iba exactamente, mientras conducía a Zeus y a la yegua hasta una curva del río en la que las ramas de los árboles los protegían de los ojos de los transeúntes.

 

-Una vez acampé aquí -explicó Edward, desmontando y bajando a Isabella de la yegua. -Es un sitio tranquilo. Podemos encender una hoguera sin miedo a que nos vean. Por esta parte de Wessex pasa poca gente.

 

-¿Crees que a estas alturas James ya se ha dado cuenta de que hemos desaparecido? -preguntó Isabella.

 

-Sí. No hay duda de que han descubierto que no estabas cuando te han llevado el desayuno. Es improbable que noten mi ausencia hasta que los guardias bajen a la mazmorra para darme los latigazos que James ordenó. Cuándo James sume dos y dos, va a poner el castillo patas arriba. Se pasará uno o dos días buscando en todas las edificaciones circundantes antes de enviar hombres a peinar el bosque. Luego transcurrirá otra semana, o puede que más, antes de que se imagine cómo hemos escapado.

 

Isabella encontró un lugar con hierba al lado del río y se sentó.

 

Edward desensilló a los caballos y los condujo hasta el agua. Cuando hubieron bebido hasta hartarse, Edward los llevó cojeando hasta un sitio en el que pudieran mordisquear la hierba fresca, y se dejó caer al lado de Isabella.

 

-¿Preparada para bañarte?

 

Isabella se quitó las medias y metió un dedo del pie en el agua. -Está fría.

 

-¿Muy fría?

 

-No. -Se levantó y se quitó la ropa, a excepción de una fina camisola. -Estoy demasiado sucia para hacerle ascos al agua fría. Además, el sol calienta bastante.

 

Edward no podía apartar la vista. La belleza de ella le tenía hipnotizado a pesar de las capas de mugre de su rostro. Mientras nadaba sin temor, por el agua fría, pensó que tenía más gracia que un sauce. El rió no era profundo. Isabella llegó al centro y se sentó en el fondo arenoso, estremeciéndose cuando el agua se acercó a sus pechos.

 

-Te has olvidado el jabón -gritó Edward-. No te muevas. Te lo llevaré.

 

Encontró el jabón en el paquete de la ropa limpia. Luego cogió las mantas de la silla y volvió al arroyo. Se desnudó rápidamente y se quitó el vendaje que protegía sus costillas rotas, con la hambrienta mirada puesta en Isabella.

 

-¡Por la sangre de Cristo! Está helada -gritó mientras se acercaba a ella.

 

Ella se rió. Edward no recordaba haber escuchado un sonido más tentador. En los últimos tiempos, ni Isabella ni él habían tenido muchos motivos para reír. Lamentaba con toda su alma no poder cambiar las cosas y le sorprendió que hacer feliz a Isabella fuera tan importante para él.

 

-Levántate -dijo, cogiéndola de la mano y poniéndola en pie. -Tengo muchas ganas de lavar cada centímetro de ese pequeño y delicioso cuerpo.

 

-No está bien que el Caballero Negro actúe como criada -bromeó ella.

 

-El Caballero Negro hace lo que le apetece -respondió Edward, agarrando su camisola, quitándosela por encima de la cabeza y tirándola a la orilla.

 

-Te he echado de menos -susurró Isabella, metiéndose entre sus brazos abiertos.

 

Sus manos vagaron libremente por los hombros, la espalda y las tensas nalgas de él. Notaba su carne caliente y viva bajo las yemas de los dedos. Su virilidad se movía con agitación contra el estómago de ella, y un gemido escapó de sus labios. Amaba a ese hombre tan especial con todo su corazón y toda su alma, y le desesperaba no poder anunciarlo al mundo entero, y ni siquiera al propio Edward. No tenía derecho a amar al Caballero Negro, cuando pertenecía a otro.

 

De repente se quedó quieta. Sus dedos habían topado con unos surcos en la espalda y los hombros de él, que no deberían haber estado allí.

 

-Edward, date la vuelta. Él la miró con recelo. -¿Por qué?

 

-Tu espalda...

 

-No tiene importancia.

 

-Para mí sí. Vuélvete.

 

Él le mostró la espalda de mala gana. Un grito de consternación escapó de los labios de ella al ver las señales que le cruzaban la piel.

 

-¡Te pegó! –gritó -James te pegó. Y mírate la cara. -No lo había dicho antes, pero ya no podía contener más tiempo la cólera por lo que le había hecho su marido. Entonces notó otras heridas que antes le habían pasado desapercibidas.

 

-Tienes los ojos y los labios hinchados, y la piel plagada de contusiones. ¿No te he visto antes quitarte una venda de la cintura antes de meterte en el agua? ¿Qué te hizo James?

 

-Todo se curará -insistió Edward.

 

-¿Te rompiste alguna costilla?

 

-Por la sangre de Cristo, Isabella, te he dicho que no es nada.

 

Un par de costillas rotas no van a matarme. Las contusiones de mi cara se deben a una paliza, al igual que las marcas de la espalda. Y ahora ya lo sabes todo.

 

-¡Lo odio! -sollozó Isabella-. Es un monstruo. Te ha herido por mi culpa.

 

-Olvida a James, dulzura. Deja que te lave antes de que ambos muramos de frío.

 

Se puso la pastilla de jabón en la palma de la mano, sacó una abundante espuma y la extendió por el cuerpo de Isabella. El agua estaba fría, pero las manos de Edward le calentaban rápidamente la piel mientras acAleciaban cada centímetro de su cuerpo, desde la cabeza hasta los dedos de los pies. Cuándo le aclaró el jabón y le pidió que se mojara la cabeza para lavársela, ella estaba temblando de deseo.

 

-Puedo hacerlo yo.

 

-No, déjame.

 

Se le aceleró la respiración y cerró los ojos mientras las manos de él se movían suavemente por su pelo. Luego la ayudó a sentarse para que pudiera meter la cabeza en el agua y quitarse el jabón. -Tu turno -dijo Isabella, quitándole el jabón de las manos. -Vuélvete para que pueda lavar te la espalda -Al ver que el vacilaba, añadió-: Prometo no hacerte daño.

 

-No es dolor lo que siento ahora mismo -respondió Edward, con la voz ronca a causa de la necesidad. Le cogió la mano y se la llevó a la ingle. -Te deseo Isabella. Ha pasado demasiado tiempo. Tengo que estar dentro de ti, sentir tu calor rodeándome.

 

Ella lo envolvió con la mano. Estaba duro como una piedra, su excitación sobresalía orgullosamente del oscuro vello que había entre sus piernas. Ella se estremeció, pero no de frío. Deseaba experimentar de nuevo el éxtasis de su amor, antes de que lo apartaran de ella.

 

-Yo también te deseo -dijo Isabella-. Pero primero voy a bañarte.

 

Le pasó el jabón por el pecho y se movió hacia sus muslos cuando él le sujetó la mano.

 

-No. Lo haré yo mismo. Hace frío. Ve a secarte al sol. Me reuniré contigo cuando haya terminado.

 

Isabella le entregó el jabón a regañadientes y vadeó hasta la orilla cubierta de hierba. Encontró las mantas que Edward había dejado y las usó para secarse. Luego se sentó al sol y miró como se bañaba Edward. Su mirada hambrienta vagó por su cuerpo y se le ocurrió que había perdido peso. Estaba delgado, los músculos y tendones sobresalían más de lo que ella recordaba. Sintió angustia ante las contusiones y las cicatrices, y le dio gracias a Dios de que Edward fuera un hombre fuerte con el cuerpo esculpido de un guerrero.

 

Edward terminó de bañarse y se unió a Isabella.

 

-Haré una fogata para que te sientes frente a ella y puedas secarte el pelo.

 

-¿No tienes frío? -preguntó Isabella cuando él le echó una manta sobre los hombros.

 

-No, estoy acostumbrado al frío.

 

A Edward no le llevó demasiado tiempo reunir madera seca para el fuego, y pronto hubo un alegre resplandor crepitando en la hoguera. Isabella sacó el peine y el cepillo del bolsillo de la túnica sucia y se acercó al fuego. Extendió el pelo y se pasó el cepillo lentamente por los largos mechones castaños.

 

-Tienes un hermoso pelo -susurró él junto a su oído. -Parece de fina seda.

 

-Se te da muy bien esto -comentó Isabella.

 

-No es lo único que se me da bien.

 

La voz de él rezumaba sensualidad, algo ronca y excitante. Le apartó el pelo y la besó en la nuca. Isabella tembló de anticipación. Él apartó con impaciencia las mantas que la cubrían y cubrió de besos su columna vertebral, hasta la unión de las gemelas mejillas de sus nalgas. La mordisqueó ahí, y luego recorrió, con la lengua, el camino de vuelta hasta la nuca.

 

-Tu piel es tan suave como la nata y tiene un delicioso sabor. La rodeó con sus brazos, moldeándola contra él. Acarició sus pechos maduros y frotó los pezones con los dedos hasta que estos estuvieron dolorosamente erguidos. Sus manos continuaron deslizándose hacia abajo, por el tórax y más abajo, hasta presionar la palpitante feminidad.

 

Ella sintió la salvaje excitación de él empujando contra sus nalgas e intentó darse la vuelta. Pero Edward no se lo permitió; la mantuvo inmóvil y le separó las piernas. Cuando sus hábiles dedos encontraron los suaves pliegues de su sexo, Isabella desfalleció.

 

-Me gusta como gimes por mí -murmuró Edward contra su pelo. -Quiero darte placer, primero con las manos y luego con la boca. Cuando grites de éxtasis, voy a introducirme en ti y a llevarnos a ambos al paraíso.

 

Las palabras de él inundaron sus entrañas con un líquido ardiente, bañando sus dedos con su húmedo calor. Sus dedos la penetraron y ella gimió. Mientras una mano la atormentaba por abajo, la otra excitaba sus pezones. Se le aceleró el corazón, la sangre se le congeló en las venas. El movimiento de sus manos expertas, tan sumamente estimulantes, la llevó rápidamente al límite. Gritó su nombre y se derrumbó contra él.

 

Edward la dejó descansar unos minutos y luego la posó en las mantas. Ella no sabía lo que él iba a hacer ahora, pero no quería detenerlo. Edward no parecía tener prisa alguna cuando se tumbó a su lado y consagró unos largos y tiernos minutos a su boca, besando, lamiendo y explorando con la lengua.

 

-Mientras estaba en la mazmorra soñaba con hacerte el amor de esta manera -dijo Edward, con voz áspera, contra sus labios. -Tema miedo de no volver a tenerte entre mis brazos y que la mazmorra se convirtiera en mi tumba.

 

-Sabía que no ibas a morir -contestó Isabella-. Rendirte no es propio de ti. Recé por tu vida y Dios escuchó mis oraciones.

 

Edward hizo una larga pausa, pensativo, y luego dijo:

 

-No tengo derecho a reclamarte, dulzura, pero si lo tuviera... No terminó la frase, pero el significado de la misma quedó flotando entre ellos.

 

Isabella le puso un dedo sobre los labios.

 

-Por favor, no digas nada. No estaría bien. Es suficiente con que estemos juntos ahora. Nuestro destino está en manos de Dios.

 

Aunque Isabella no supiera cómo iba Dios a castigarla, de lo que sí estaba segura era de que ni Dios ni la Iglesia perdonaban el adulterio. -Sí -estuvo de acuerdo Edward-, ahora estamos juntos.

 

La malhumorada respuesta no proporcionó demasiado consuelo a Isabella. Él tema que saber que algún día tendrían que separarse.

 

Edward la besó en la boca y luego fue descendiendo por su cuerpo hasta el núcleo de su pasión. Se le oscurecieron los ojos cuando le separó los muslos y la miró. Isabella jadeó de sorpresa cuando él metió la cara en la unión de sus piernas y la besó allí. Con los pulgares apartó los pliegues de los labios inferiores y los humedeció con la lengua.

 

Ella gimió, agarrándole la cabeza y jadeando, mientras él aspiraba y lamía con ternura, alternativamente, el endurecido botón de su feminidad. Cerca del límite, Isabella se preguntó si podría ella darle a Edward el mismo placer que él le proporcionaba, y si él lo permitiría. Decidiendo que no había mejor momento que el presente para averiguado, lo empujó para tumbarlo de espaldas y se sentó a horcajadas sobre él. Él pareció sorprendido pero no protestó.

 

-Es mi turno -dijo ella con voz gutural.

 

Se tomó tiempo para explorar su cuerpo, besando, pellizcando y lamiendo todos los lugares que, según esperaba, le volverían loco. Luego asió su virilidad y, mirándolo a los ojos, se la llevó a los labios.

 

Edward emitió un grito estrangulado al tiempo que arqueaba las caderas y empujaba su dura erección hasta el fondo de la garganta de ella.

 

Isabella no supo cómo sucedió, pero de repente estaba debajo, con él profundamente introducido en ella. Le rodeó las caderas con las piernas, mientras él se introducía en ella una y otra vez. Se pegó a él, ya no por frío, sino por la ardiente pasión. Tenía el cuerpo ardiendo y todos los sentidos inundados de amor por el Caballero Negro. Después, cuando las intensas contracciones sacudieron su cuerpo, perdió la capacidad de pensar. Oyó que Edward gritaba su nombre cuando se reunió con ella en el éxtasis, elevándose ambos hasta ese lugar donde moran los amantes.

 

 

 

Castillo de Swan.

 

-¡Ha desaparecido! -gritaba Victoria a todo pulmón, al salir del solar y bajar volando las escaleras.

 

Todos los del castillo la miraron como si acabara de perder la cabeza.

 

-¿Quién ha desaparecido, mujer? -rugió James levantándose del banco cuando Victoria cruzó el salón con la mirada extraviada de terror. -¿Es que no puede uno desayunar en paz?

 

-¡Ella! Ya sabéis. Lady Isabella.

 

James sujetó a Victoria por los hombros y la sacudió sin demasiados miramientos.

 

-Tranquila. Debes estar equivocada. Es imposible que Isabella se haya ido de su habitación. Ve arriba y vuelve a mirar.

 

-¡Os digo que se ha ido! -insistió Victoria, retorciendo con nerviosismo una esquina de la túnica. -He mirado por todas partes; la habitación está vacía.

 

James la apartó de un empujón y subió los escalones de dos en dos. El guardia todavía estaba ante la puerta con expresión perpleja y preocupada. James la abrió de golpe y entró en la cámara. A primera vista parecía vacía, pero, por supuesto, él sabía que era imposible. Se arrodilló y miró debajo de la cama, no estaba allí. Revisó el cofre que había contra la pared, tirando los vestidos con descarada indiferencia. Buscó detrás de los cortinajes de la cama, con furia palpable.

 

-Isabella no puede haberse volatilizado -rugió. Tenía el rostro deformado por la ira y Victoria se apartó de él prudentemente. -Llama al guardia. -Ordenó James.

 

Victoria dio media vuelta y huyó. El soldado que estaba de pie ante la puerta entró temblando. James tenía un carácter temible y la mayoría de sus hombres sabían que era mejor no encontrarse con él.

 

James lo miró encolerizado, con expresión dura e implacable. -Blake de York, ¿qué me dices de esto?

 

-Estuve toda la noche en mi puesto, milord -insistió Blake-.

 

-Si lady Isabella no está en su habitación, entonces es que ha debido salir por alguna otra salida. No ha cruzado esta puerta.

 

-Sí, salió volando por la ventana -ladró James con sarcasmo-. Eres uno de mis hombres de mayor confianza. ¿Cómo ha podido pasar?

 

-No os estoy mintiendo -dijo Blake-. Lady Isabella no ha salido por esta puerta.

 

James escupió una maldición. No creía a Blake. Isabella no podía haber salido por la ventana, ya que la caída la hubiera matado. Una maliciosa sonrisa asomó a sus labios cuando se le ocurrió una posible explicación.

 

-Admítelo, Blake. Mi licenciosa esposa te sedujo para que la dejaras salir. Espero que disfrutaras de ella, porque vas a morir por tu traición.

 

-¡Milord! Eso no es cierto. No os he traicionado.

 

De repente irrumpieron en la habitación dos soldados, con el miedo grabado en el rostro. El ceño de James se hizo más profundo. Se imaginó de inmediato que no le iban a gustar nada las noticias que ambos hombres le traían.

 

-Lord James -soltó uno de ellos-¡El Caballero Negro ha escapado!

 

-¡No! -rugió James-. ¡No puede ser!

 

Salió corriendo del solar y bajó las escaleras de dos en dos, con los soldados pisándole los talones. Deteniéndose en seco ante la puerta abierta de las mazmorras.

 

-Está a oscuras, ¿qué ha pasado con la antorcha? -preguntó, mirando de forma significativa al candelabro vacío de la pared. -La echamos de menos cuando vinimos para administrarle los latigazos que vos ordenasteis -explicó el soldado. -Debe habérsela llevado, porque no la encontramos en la mazmorra.

 

-¿Has buscado bien? -preguntó James.

 

-En la mazmorra no hay lugar donde esconderse, milord

 

-contestó el hombre.

 

Nada dispuesto a creer que pudieran desaparecer, a la vez, dos personas encerradas en lugares distintos, James empezó a bajar las escaleras para revisar la mazmorra por sí mismo.

 

-Dadme una antorcha.

 

Segundos después alguien le puso una en la mano y bajó los escalones con tanta rabia dentro que le pareció que iba a explotar. Le propinó patadas a la mugrienta paja que había sido la cama de Edward, e inspeccionó dos veces cada rincón de la mazmorra.

 

-Que se confine en los cuarteles a la guardia de ayer -bramó James-. Voy a llegar al fondo de esto.

 

Subió las escaleras, ordenando a voces que toda la guarnición buscara a los prisioneros desaparecidos.

 

Emmett, que había salido temprano con el cazador aquella mañana, volvió en pleno caos.

 

-¿Qué ha sucedido? -preguntó cuando James entró en el salón.

 

-Se han ido -siseó James-. No temas, los encontraré.

 

-¿Quiénes?

 

-La puta de tu hermana y el bastardo de mi hermano.

 

Emmett se puso rígido.

 

-Estás yendo demasiado lejos, James. Recuerda que Isabella es mi hermana. ¿Cómo se han escapado?

 

-Isabella salió volando por la ventana y Edward atravesó las paredes -respondió James con ironía. -Yo, personalmente, creo que la explicación es más aburrida. Los guardias del turno de ayer están confinados en los cuarteles hasta que pueda llevar a cabo una investigación. Ahora mismo se está revisando a fondo el castillo y los edificios adyacentes. No va a quedar piedra sin remover.

 

-Ayer las puertas estuvieron cerradas y el puente levadizo alzado -dijo Emmett-. No pueden haber salido del recinto del castillo. ¿Qué vas a hacer con ellos cuando los encuentres?

 

La expresión de James se endureció.

 

-Mi hermano morirá. Es lo que siempre he deseado para él.

 

En cuanto a Isabella, tendré un heredero con ella. Después... -Se encogió de hombros.

 

-No voy a permitir que le hagas daño a Isabella -advirtió Emmett-. Puede que me equivocara al obligarla a casarse contigo. Debería haber prestado atención a sus ruegos y encontrado a alguien que le complaciera más.

 

-Ya es tarde -le advirtió James-. Isabella es mi esposa. Me la llevaré a Masen y actuaré con ella como me plazca.

 

-¿Igual que hiciste con Irina? -atacó Emmett-. No sé lo que pasó con Irina, pero si le haces daño a Isabella, juro que le pediré al rey que investigue su muerte.

 

-Me diviertes, Emmett -resopló James-. Eres un débil gusano y ambos lo sabemos. Ordena a tus hombres que salgan a buscar en los patios interior y exterior.

 

Emmett miró a James con insolencia y se alejó refunfuñando por lo bajo:

 

-Puede que el gusano cambie, James de Masen.

 

James no se dio por satisfecho hasta que se revisó a fondo cada centímetro, tanto del castillo, como de sus dependencias y los patios interior y exterior. Tres días más tarde, ordenó a sus hombres que ampliaran la búsqueda al bosque, al pueblo y a las ciudades vecinas. La fuga de los prisioneros era un milagro, pero James no creía en ellos. Alguien los había ayudado, pero ni siquiera la tortura soltó las lenguas de los guardias. Los soldados del turno de noche siguieron proclamando su inocencia.

 

James estaba lívido. El interrogatorio de los criados del castillo y de los aldeanos sólo obtuvo como resultado miradas de desconcierto. Debería haber sabido que allí no iba a encontrar ninguna ayuda. Isabella había sido la señora del castillo durante demasiado tiempo para que ellos la traicionaran.

 

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AAAAAAA, LOGRARON ESCAPAR, POR AHORA ESTAN A SALVO, JAMES ESTA LOCO Y NO SE QUEDARA TRANQUILO, PERO LES DIRE ALGO, ESE ES EL MENOR DE LOS PROBLEMASA AAAAAAAAAAAA, ESTA A PUNTO DE OCURRIR ALGO QUE LO CAMBIARA TODO, Y ESTO OCURRIRA EN EL CAPITULO DE MAÑANA, ¿QUE CREEN QUE SEA? JAJAJA, LES ASEGURO QUE ES ALGO QUE NO SE ESPERA, Y SERA MUYYYYYYYYYYYY INTERESANTE, IMPORTANTE, INESPERADO, Y MUY MALOOOOOOO, BUENO AL PRINCIPIO JAJAJA, PERO NO LES DIRE QUE ES, TRATEN DE ADIVINAR????????

 

GRACIAS GUAPAS.

 

Capítulo 14: TRECE Capítulo 16: QUINCE

 
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