2ª PARTE EL AFFAIRE CULLEN

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 14/08/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 35
Comentarios: 61
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Capítulos: 26


Grandes sorpresas les aguardan a Edward y Bella mientras intentan hacer frente a lo que les ha deparado la vida. Los demonios del pasado amenazan con destrozar la apasionada relación que han construido, a pesar de que se juraron que nada les separaría. Una pérdida, devastadora y terrible, sumada a la posibilidad de un nuevo futuro les abre los ojos y les hace ver lo que es realmente importante pero ¿podrá esta pareja de enamorados seguir adelante y dejar atrás las dolorosas historias que los persiguen?
Un acosador sigue merodeando entre las sombras, tramando una conspiración aprovechando el ajetreo y la distracción de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Bella y Edward están a punto de perderlo todo a medida que aumenta la situación de peligro. ¿Se verán superados por las circunstancias o lucharán con las escasas fuerzas que les quedan para salvarse el uno al otro y ganar el mejor premio del mundo: una vida juntos?

 

BASADA EN EYES WIDE OPEN DE RAINE MILLER

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Capítulo 10: CAPÍTULO 9

Capítulo 9

 

 

Abrí los ojos y encontré a Edward dormido en el sillón que estaba junto a la cama. Tenía los brazos cruzados y las largas piernas estiradas en la otomana a juego. Era tan guapo que casi me dolía mirarle mucho rato. Aún estaba asombrada de que hubiese venido a buscarme. ¿Cómo podía querer esto?

¿Cómo era posible? ¿Por qué no estaba huyendo a toda prisa?

Sentí algo raro en el brazo izquierdo y averigüé por qué en cuanto vi que tenía un tubo que llevaba directo a la bolsa de suero que colgaba de uno de esos aparatos con ruedas.

Me senté en la cama y miré el reloj para ver la hora. ¿Cuánto tiempo había estado dormida? En el reloj eran poco más de las diez y media. Los acontecimientos de la tarde se me vinieron encima en una repentina oleada y me preparé para más dolor y sufrimiento, pero nunca llegó. Supongo que tanto correr, llorar y vomitar me había dejado sin capacidad de reacción. En su lugar, estaba calentita en una cómoda cama con Edward cuidándome y con una vía en el brazo. Bueno, eso daba un poco de miedo. Mi estado cuando Edward me trajo aquí debía de ser horrible si necesitaba suero intravenoso.

Me acomodé bajo las mantas y me di el gusto de mirarle dormir en el sillón. No podía ser muy cómodo para él. Pobrecito. Debía de estar exhausto por todo lo que había pasado y todo lo que habíamos hecho en el último día y medio.

Aún no estaba preparada para enfrentarme a todo, pero me sentía mucho mejor de lo que lo había estado en horas y… a salvo. Muy a salvo con los cuidados de Edward, de la forma en que me había hecho sentir desde la noche que le conocí y me llevó a casa en su coche. Me dejé llevar por el sueño otra vez, contenta de saber que, al menos por ahora, no estaba sola.

La siguiente vez que me desperté, el sillón de Edward estaba vacío. El reloj de la mesilla marcaba poco más de la una y cuarto de la madrugada, así que supuse que debía de haberse ido a la cama. Otra cama. En algún otro lugar. Respiré hondo y traté de aguantar el tipo. Ponerme a llorar como una magdalena no iba a ayudarme. Pero qué bien sentaba a veces derrumbarse, sobre todo si tenías a alguien que te recogiera. Como Edward…

Me di cuenta de que necesitaba ir al baño, así que aparté las mantas y me bajé con cuidado de la cama. Me temblaban un poco los pies y tenía los músculos muy doloridos, sobre todo los de las piernas y los abdominales, pero tuve que sonreír por los calcetines que llevaba. Edward debía de habérmelos puesto. Realmente tiene que quererme. La verdad es que creía que me quería, pero supongo que me asustaba que un embarazo acabara con nuestro amor, tan nuevo y frágil. Estábamos avanzando demasiado deprisa para que esto pudiese funcionar. ¿Verdad?

Tuve que llevarme el aparato del suero conmigo, o me arriesgaba a arrancarme la aguja que llevaba en la muñeca. Me estremecí al mirar esa cosa tan fea y me alegré de no recordar el momento en que me la clavaron. El aparato era un poco incómodo, pero me las arreglé para entrar y ocuparme de mis asuntos.

Lo primero que hice después fue lavarme los dientes. Incluso gemí al sentir el divino sabor de la pasta de dientes y la sensación de una boca fresca y mentolada después de tantos asquerosos ataques de vómitos. Son las pequeñas cosas…

Lo siguiente fue ocuparme de mi pelo, tengo que decir que lo tenía espantoso. No quería ni pensar en lo que podía tener ahí dentro. La verdad es que quería una ducha, pero sabía que no había manera de poder dármela yo sola mientras siguiera enganchada a un gotero. Cepillarme el pelo y hacerme una larga trenza a un lado en cierto modo mejoró las cosas, pero aún estaba horrorosa. Miré de arriba abajo la bañera.

— ¿Qué haces fuera de la cama? —vociferó Edward desde la puerta, con el ceño fruncido en su preciosa cara.

—Tenía que ir al baño.

— ¿Y has terminado?

Asentí con la cabeza y miré con anhelo la magnífica bañera de mármol.

Sus ojos siguieron a los míos hasta la bañera.

—Ni lo pienses. Te vas a la cama —señaló, aún con la mirada asesina.

Levanté las cejas.

— ¿Me estás diciendo adónde tengo que ir?

—Sí. Y es en esa dirección. —Movió el pulgar para darle énfasis, vino hacia mí y me levantó los pies del suelo sin ningún problema—. Agárrate al aparato, cariño, que también se viene con nosotros.

Di un grito y agarré el suero. Su ropa estaba fría cuando me estrechó contra él.

Edward no perdió el tiempo: me volvió a meter en la cama y me colocó bien el gotero.

—De todas formas, ¿por qué necesito esto? —pregunté.

Él se inclinó hacia mí y puso sus labios muy cerca de los míos.

—Porque según Fred estabas tan deshidratada cuando te encontré que era para ingresarte en el hospital. —Sus ojos eran serios y su voz suave cuando me dijo la cruel verdad.

—Oh… —No sabía qué más decir y estaba empezando a sentir emociones que amenazaban con superar mi precario control de la situación. Llevé la mano que tenía libre a su mejilla y la acaricié, y pude sentir su barba de varios días, suave y áspera al mismo tiempo, algo que a estas alturas ya me resultaba muy familiar. Edward cerró los ojos como si estuviera saboreando mis caricias y eso me entristeció. Él también necesitaba consuelo.

—Estabas fuera fumando, ¿a que sí?

Asintió con la cabeza y vi sus ojos vacilar mostrando arrepentimiento o puede que incluso vergüenza. Me sentí aún peor. Definitivamente ahora mismo no necesitaba mis críticas. Al pobre le había hecho sudar la gota gorda en el último día y la última noche, y aún estaba aquí a mi lado. Había venido a por mí, me había dicho que me quería y me había cuidado cuando estaba enferma. Había hecho todo eso y ¿qué había hecho yo? Había salido corriendo sumida en la autocompasión y me había puesto tan enferma que ahora mismo estaría en un hospital si Freddy no fuese médico.

—Lo siento mucho… —susurré—. Te he vuelto a hacer daño…, siento mucho, muchísimo haberlo hecho.

—Shhh. —Puso sus labios en los míos y me besó con dulzura, con olor a menta y clavo, y me hizo saber que aún estaba allí conmigo. Mi pilar, mi apoyo.

—Me alegro de que estés aquí. Me he despertado antes y te he visto durmiendo en el sillón…, y la siguiente vez te habías ido…

— ¿En qué otro sitio querría estar, cariño? —Me pasó el pulgar por los labios.

— ¿Lejos de mí?

Negó con la cabeza despacio.

—Nunca.

—Pero aún no sé lo que dice el test, porque no lo he mirado. —Empecé a desmoronarme.

—Yo tampoco —respondió él mientras me acariciaba el pelo.

— ¿Cómo puedes no saberlo?

—No lo sé —contestó bajito—. Cuando te quité los vaqueros se cayó al suelo.

— ¿Y no lo miraste? —pregunté incrédula.

Negó con la cabeza y sonrió.

—No. Quería esperarte y hacerlo juntos.

Lancé los brazos alrededor de su cuello y me derrumbé. Intenté al menos no hacer mucho ruido.

Edward me abrazó y me acarició la espalda. Era demasiado bueno conmigo y sinceramente me preguntaba qué había hecho yo para merecer a alguien como él.

—Métete en la cama conmigo —dije pegada a su hombro.

— ¿Estás segura de que eso es lo que quieres?

— ¡Sí, estoy segura de que eso es lo que quiero! —contesté, balbuceando entre más lágrimas sensibleras.

A Edward debió de gustarle mi respuesta porque no perdió un segundo en prepararse para acompañarme.

Yo me dediqué a secarme los ojos mientras Edward se quitaba los vaqueros. Pero se dejó los calzoncillos puestos. No es que nunca hubiesen tenido un efecto disuasorio cuando queríamos estar desnudos, pero no creo que ninguno de nosotros fuese capaz de mucho más que dormir ahora mismo.

Los dos estábamos adentrándonos en un terreno por el que parecía que teníamos que andar con pies de plomo.

Edward se metió bajo las mantas y puso el brazo debajo de mí como hacía a menudo. Yo me acomodé y me acerqué a su cuerpo para poder apoyarme en su pecho. Mi mano izquierda tenía la vía, lo que me obligaba a mantenerla encima, pero aun así tracé círculos sobre su pecho por encima de su camiseta.

Me acurruqué contra él y respiré su delicioso aroma.

—Hueles tan bien… Yo debo de oler a cerdo podrido.

—En realidad no te lo sabría decir, preciosa, porque nunca he estado lo bastante cerca de un cerdo podrido para saber cómo huelen. —Notaba que estaba sonriendo con suficiencia—. ¿Cuándo lo has estado tú?

Sonreí y murmuré:

—Digo cerdo podrido en plan metafórico, y para el caso es lo mismo. Bueno, o incluso mejor.

—Estoy de acuerdo contigo en eso. Me quedo con el cerdo podrido metafórico antes que con los de verdad sin pensarlo. —Me masajeó la nuca y bromeó—: Si es cierto que hueles a cerdo podrido, entonces huelen bastante bien, la verdad. De hecho, me atrevería a decir que me encanta el olor a cerdo podrido.

Funcionó. Hizo que al menos me riera un poco y eso me ayudó a encontrar el valor para decirle que estaba preparada para enfrentarme a lo que me deparara el destino.

— ¿Edward?

— ¿Sí, nena?

— ¿Cómo supiste que volvería allí, al ángel sirena?

—Puse un GPS en tu móvil no hace mucho. —Sus músculos se contrajeron y me apretaron un poco más—. A pesar de que no me gustó ver la palabra «Waterloo» en ese mensaje —dijo, e hizo una pausa para respirar—, me alegro de que hicieras lo que necesitabas hacer. —Me dio un beso en la frente—.

Y de que llevaras el móvil encima y encendido. Voy a tener que insistir en que siempre lo lleves contigo cuando estemos separados. También tenemos que volver a hablar sobre tu seguridad.

— ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

Desestimó mis preguntas con más besos y luego murmuró un muy firme «Luego» contra mis labios.

Noté por su tono de voz que tenía que ver con algo de trabajo y lo dejé ahí. De todas formas llevaba razón. Teníamos otras cosas de las que encargarnos antes.

—Quie… quiero mirar ahora la prueba de embarazo.

—Antes de que lo hagas, necesito decir algo. —Ahora Edward era el que sonaba preocupado. Podía sentir cómo tensaba el cuerpo y no me gustó nada ese cambio. Me daba miedo lo que pudiera decir. Y si decía lo que me temía, entonces sería el final para nosotros. Había una cosa que simplemente no podía hacer. Sabía que no sería capaz. Ya había pasado por eso antes y no podría volver a hacerlo y sobrevivir.

—Está bien. Habla. —Se me encogió el estómago a causa de los nervios, pero estaba decidida a escucharlo. Tenía que saberlo. Cerré los ojos.

—Mírame. —Me pasó el dedo por la mejilla y acabó en los labios—. Necesito que me mires a los ojos cuando te diga esto.

Los abrí y me encontré con toda su atención centrada en mí. La intensidad con la que me expresaba sus necesidades era casi cegadora.

—Bella, quiero que sepas… No, quiero que estés segura de que sea lo que sea lo que diga el test, no cambiará mis sentimientos. Puede que ese no sea el plan que tenía en mente contigo, pero si está en el camino…, entonces no me voy a ir a ningún lado. Sé adónde quiero llegar y a quién quiero conmigo. —Me puso la mano en el vientre y la mantuvo ahí—. A ti. Y cualquier otra persona que hayamos concebido tú y yo se viene conmigo. —Su expresión denotaba determinación, pero podía ver también algo de vulnerabilidad en sus ojos, casi miedo.

Sus palabras fueron seguras, incluso un poco duras. Pensé que había entendido lo que me estaba diciendo, pero quise asegurarme. Un rayo de esperanza empezó a surgir en mi corazón y excavé hondo, más hondo de lo que lo había hecho nunca, para encontrar el valor de preguntarle lo siguiente:

—Entonces…, entonces no me pedirías que abor…

— ¡Joder, no! —Me cortó—. No puedo permitir que abortes, Bella. Eso estaría mal…, y de verdad espero que tú sientas lo mismo.

Me estremecí y exhalé un profundo suspiro.

— ¡Oh, gracias a Dios! —Sentí las lágrimas brotar en mis ojos—. Porque sé que yo no podría someterme a un aborto, aunque tú me lo pidieras. Mi madre ya lo intentó conmigo y simplemente…, simplemente me volvió loca. Sé que no sería capaz de…

Él silenció con besos el resto de mi respuesta y luego apoyó su frente en la mía.

—Gracias —susurró, mientras sus suaves labios me acariciaban la cara.

Yo solo respiré un momento y le dejé abrazarme fuerte contra su cuerpo. Necesitaba asimilarlo todo y entender sus sentimientos; y estaba tan aliviada…

—Así que ¿te… alegrarías?

Él no lo dudó.

—No sé si «alegre» sería la palabra que utilizaría para describir cómo me hace sentir la posibilidad de convertirnos en padres, pero sé lo que me dicta mi conciencia, y si estamos embarazados…, entonces supongo que es cosa del destino, y es lo que tenemos que hacer.

Los ojos de Edward estaban tan azules en ese momento que estaba segura de que podría ahogarme en ellos.

— ¿Crees en el destino?

Él solo asintió con la cabeza. Sin palabras; en su lugar hizo un gesto que fue mucho más íntimo que si lo hubiera pronunciado.

—Vale, ¿dónde está?

—Dónde está ¿qué?

—Mi prueba de embarazo. Estaba en el bolsillo delantero de mis vaqueros.

Se quedó bloqueado durante un instante y luego se echó a reír. Era bastante atípico incluso para Edward, teniendo en cuenta las circunstancias.

— ¿Dónde está la gracia? —exigí.

—Es que acabo de darme cuenta de que no la tengo. Es Freddy el que sabe el resultado. Él es el único que sabe la verdad.

— ¿Cómo es que él lo sabe y tú no?

—Bueno, Fred tenía que ir a su clínica a por los suministros que necesitaba para tu gotero y mientras estaba fuera, descubrí que se había caído. —Me besó en la sien—. Yo estaba mirando el test en el suelo cuando llegó. Me preguntó si lo iba a comprobar. Le dije que lo hiciera él, pero que no me lo dijera. Y eso es lo que hizo. Lo miró y luego se lo metió en el bolsillo de la camisa, creo. Estaba muy concentrado en proporcionarte los fluidos, y francamente yo también. Estabas completamente ida. No te despertaste ni cuando te desvestí. Estaba muerto de miedo. —Me estrujó un poquito—. No vuelvas a hacer eso nunca, por favor.

—Créeme, no quiero volver a ponerme así de enferma, muchas gracias. Es horrible… —fui bajando la voz y me di cuenta de que aún no teníamos respuesta a la pregunta y realmente la necesitaba—.

Espera, la segunda prueba de embarazo… —le recordé.

—Sí, eso mismo estaba pensando yo. Me pregunto si aún está en el baño del piso de abajo. —Edward se sentó en la cama y alcanzó sus vaqueros—. De verdad espero que sí, por el bien de Fred, porque dudo que aprecie que le despertemos a las dos de la mañana para que nos dé el resultado.

— ¿Vas a bajar a buscarlo?

—Sí —contestó él—. Llevo horas esperando a saber la verdad y no quiero esperar más. —Me dirigió otra intensa mirada mientras se ponía los pantalones—. ¿Te parece bien?

Asentí con la cabeza y respiré hondo otra vez.

—Yo también quiero saberlo.

Se puso de pie y revisó mi bolsa de suero antes de agacharse para darme un beso rápido en los labios.

—No te muevas de aquí, cariño.

—Oh, no lo haré —respondí con sarcasmo—. Quiero quitarme esto. —Señalé mi muñeca.

—Por la mañana —dijo él—. Te lo quitarán entonces. —Me arregló el pelo de esa forma suya tan dulce y relajante—. El gotero ahora va muy lento. —Me dedicó una bonita sonrisa, que me encantó ver. Me encantaba cuando Edward sonreía, punto. Porque le cambiaba toda la cara y parecía realmente… feliz.

—Entonces estaré aquí mismo esperándote. —Asentí con la cabeza.

Perdió la sonrisa, se puso serio otra vez y se giró hacia la puerta en vaqueros y con los pies descalzos, el pelo alborotado y la barba con aspecto desaliñado.

Me dejó sin aliento.

Mientras bajaba las elegantes escaleras respiré tranquilo por primera vez en horas. Bueno, tal vez tranquilo no era la palabra más indicada, pero el terror que me había estado presionando como un yunque en el pecho se había aliviado lo suficiente como para permitirme respirar sin dolor físico.

Por un lado, ella había vuelto al mundo de los vivos. Por otro, éramos de la misma opinión en cuanto a embarazos no planeados. Del resto tendríamos que encargarnos paso a paso.

El primer paso era encontrar el otro test de embarazo.

No estaba en el baño donde lo había visto por última vez y eso tenía sentido, ya que esta casa funcionaba como un hotel la mayor parte del tiempo. Hannah no dejaría algo así en una habitación donde los huéspedes pudieran encontrarlo. No esperaba que estuviese allí de ninguna forma.

Lo siguiente fue la cocina. Tenía una idea de dónde podía haberlo puesto, así que encendí las luces.

La despensa era enorme, con una pared entera dedicada a artículos no comestibles y suministros para el negocio. Examiné cada estante y entonces, bingo, ahí estaba. La caja que había comprado en la farmacia de Kilve ese día se encontraba en la repisa con los jabones. Leí el paquete otra vez.

«Fiabilidad superior al 99 por ciento» y «Tan preciso como una prueba médica» tenían que significar algo, ¿no?

Cuando me volví para salir de la cocina pasé por la estantería donde estaba la fotografía de mi madre con Hannah y conmigo. Me detuve y la cogí. Mientras estudiaba la imagen, me di cuenta de que esta era la forma en que siempre la imaginaba. Su belleza había sido capturada en esa foto por última vez antes de que se marchase y se convirtiese en otra cosa. Miré la imagen de mí mismo con cuatro años, cómo me apoyaba en ella y cómo ella me tocaba, mi mano en su pierna, y me pregunté si alguna vez le dije que la quería. Lo había hecho en mis sueños y en mis rezos, por supuesto, pero me preguntaba si en alguna ocasión le había dicho a ella esas palabras para que las escuchara de mi boca.

Pero no había nadie a quien se lo pudiera consultar. Y aunque lo hubiera, no creo que pudiera hacerle esa pregunta. Sería cruel obligar a mi padre o a Hannah a recordar algo así.

Pensé hacia dónde me dirigía y lo que Bella y yo estaríamos haciendo dentro de unos minutos y deseé con todas mis fuerzas que mi madre hubiera podido vernos juntos. Que pudiera llamarla y decirle: «Tengo noticias, mamá, y espero que te alegres al escucharlas».

Acaricié con el dedo la imagen de su preciosa cara y la volví a dejar en la estantería. De alguna forma sentía que la conexión estaba ahí y que era posible que ella supiera todo sobre mí. Guardé esa esperanza cerca de mi corazón mientras apagaba la luz y regresaba al piso de arriba con mi chica.

Bella estaba sentada en la cama, preciosa y nerviosa, y el impulso protector que manaba de mí era tan intenso que me obligó a hacer una pausa. Y me di cuenta de algo importante. Supe en ese momento que cualquiera que se atreviera a intentar hacerle daño a ella o a nuestro posible hijo tendría que matarme a mí primero para llegar a ellos. Guau. No le di importancia porque de todas formas me daba igual. Si alguna vez le pasaba algo yo estaría acabado. Esa era mi verdad.

— ¿Lo has encontrado? —preguntó ella con su dulce voz.

Agité la caja con la mano delante de mí mientras me acercaba.

—El test desaparecido.

—Vale, estoy preparada —dijo en voz baja, y alargó la mano.

Puse la caja en su regazo y le cogí la mano derecha. En vez de besarle el dorso, le di la vuelta y presioné mis labios en su muñeca. Podía sentir latir su pulso. Sus ojos se llenaron de lágrimas, así que sonreí y le dije la verdad:

—Todo saldrá de la forma en que tenga que ser, cariño. No tengo ninguna duda.

— ¿Cómo puedes no tener dudas?

Me encogí de hombros.

—Solo sé que vamos a estar juntos, y si esto es parte de nuestro futuro, entonces mejor será que sigamos adelante con ello. —Aparté las mantas y la ayudé a salir de la cama.

—Puedo andar —me dijo—. Y te prometo que esta vez saldré por la misma puerta por la que entre.

—Miró al suelo, avergonzada.

En ese momento podía permitirme ponerme chulo, así que aproveche la oportunidad aunque me convirtiese en un cretino.

—Sí, estoy bastante seguro de eso, preciosa. Me temo que te costaría mucho bajar las escaleras con ese aparato sin que yo me diera cuenta.

Perdió la vergüenza de inmediato y me miró con sus preciosos ojos enfurecidos.

—Se me está ocurriendo un buen uso para ese aparato.

—Esa es mi chica. —La llevé hasta el baño, ayudándola con el aparato del suero, incapaz de cerrar la bocaza—. En realidad es un aparato muy fino, ¿sabes? Probablemente tiene bastantes usos prácticos…

Ella me cerró la puerta del baño en la cara y me dejó de pie al otro lado por segunda vez, a la espera de una información que ahora deseaba que fuese positiva. Es raro, pero desde el principio acepté la idea, casi desde que la insinuaron. La idea de un bebé era una perspectiva abrumadora, claro, pero éramos personas inteligentes y teníamos más a nuestro favor que la mayoría de la gente cuando empieza una familia. Nuestro hijo nos afianzaría de una forma más sólida, y eso era algo precioso a mis ojos. Sabía lo que me decía, aunque no pudiese admitírselo a una sola persona en este mundo. Sihe dejado embarazada a mi chica y hemos hecho un bebé juntos y está creciendo dentro de ella ahoramismo, entonces nunca la perderé, nunca me dejará, nada podrá alejarla de mí.

No concebía que nada, ni nadie, pudiese cuestionar mi lógica. Una vez más, tenía mucho sentido para mí.

Capítulo 9: CAPÍTULO 8 Capítulo 11: CAPÍTULO 10

 
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